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Italianos en la Argentina (página 4)


Partes: 1, 2, 3, 4, 5

En Hacer la América, de Pedro Orgambide, aparecen varios italianos. Los más importantes son Enzo Bertotti, Giovanni Valetta y Gina Spaventa (19).

Carolina de Grinbaum narra en La isla se expande, la forma en la que una niña aprende otra lengua. En un conventillo recalaron una mujer italiana y sus dos hijas, apenadas aún por una desgracia familiar: "Tenemos instalada en una habitación próxima a la gentil señora que llega al caserón un día, a acomodar su viudez ya las dos hijas casi adolescentes a un nuevo ambiente, lejos de sus tristezas que permanecían adheridas al duelo paternal. Llenaban las jóvenes sus horas y lúgubres espacios, con cantos entonados en la dulce lengua de su lugar de origen: ‘la alta Italia’.

La más grata variedad de composiciones que hasta entonces había tenido Mariana la oportunidad de conocer, vibraban a diario, todas ellas deleitaban sus oídos. No disponía siquiera de un modesto aparato de radio, cuya adquisición en esos momentos en especial, resultaba inaccesible a su padre. En un acompañamiento desafinado pero voluntarioso, hizo Mariana un aprendizaje veloz de las letras y las melodías con las que pudo acceder al conocimiento de un nuevo idioma, canto y música, al mismo tiempo. De esa manera lo entendía cuando intervenía con su voz, haciendo coro" (20).

En esa novela, la pequeña protagonista evoca sus sensaciones ante la comida de una familia italiana: "Mi olfato hambriento extendía los tentáculos a fin de transferir los perfumes de la comida cercana, hasta mi desabrido plato. Escudriñaba las sopas que deglutían, el caldo sustancioso rumoreante como las olas del mar, los enormes fideos dedalito que flotaban como infinidad de barcos veleros, el abundante queso rallado, que esparcían como lluvia generosa –esa lluvia que deja un olor feliz sobre las tierras secas".

Salvador Petrella, personaje de Frontera sur (21), de Horacio Vázquez-Rial, muere de fiebre amarilla en el barco. Su cuerpo fue cremado en el horno del lazareto de la Isla Martín García. La novia que lo esperaba "pone el brazo izquierdo sobre la mesa, la mano abierta, la palma arriba, y con la derecha se da un hachazo…". Esa fue la espantosa forma en que se suicidó.

María Angélica Scotti evoca, en Diario de ilusiones y naufragios (22), la vida de una inmigrante española, desde que, en la infancia, deja España con su madre; a ellas se unirá un italiano que la mujer conoce a bordo. "Padrazo chapurreaba bastante el español; lo venía practicando desde antes de embarcarse en Génova", dice la protagonista de la novela que mereció el premio Emecé 1995/6.

Esther Goris es la autora de Agatha Galiffi, la flor de la mafia, obra acerca de "una joven mujer quien luchó en los años 30s, pese a su corta edad, contra la mafia imperante en Buenos Aires. La novela fue publicada por la editorial Sudamericana, y fue elegida por el jurado de la Feria del Libro, como una de las destacadas de este año" (23). Fue la novela más vendida del año 2000" (24).

Andrés Rivera es el autor de Guido (25), protagonizada por un italiano a quien se le aplica la Ley de Residencia. Reflexiona el inmigrante: "Estoy aquí, en un camarote o calabozo, de dos por dos y medio, tirado en una roñosa cucheta, vestido, el cigarrillo en la mano, roja la brasa del cigarrillo, y sobre mí, encendida, una lámpara que ellos rodearon con tiras de metal. Idiotas, creen que trasladan a suicidas. Sé quién soy. Soy un tipo que llegó, joven, y tan tierno que, ahora, hoy, no me reconozco en esa estampa de víctima de algún estrago arrasador de la Naturaleza que pisa las maderas y piedras del puerto de Buenos Aires"."

Rivera conoció a Guido: "Alrededor de esa mesa se sentaban los responsables sindicales del Partido Comunista argentino, el más incondicionalmente estalinista de América del Sur. Entre ellos estaban Guido Fioravanti, Secretario General de la FONC (Federación Nacional de Obreros de la Construcción), y mi padre. Guido Fioravanti era bajo y flaco. Músculo puro. Una cara pequeña, de piel, huesos y una barba rubia de dos días. Ojos verdes y furiosos. Manos encaladas. Guido Fioravanti bajaba del andamio para atender, hasta las primeras horas de la madrugada, sus tareas gremiales. Y yo, un chico de diez años o algo así, asistía, mudo, a esas citas vehementes, y después, cuando ingresaron a mi recuerdo, épicas. Mi madre, silenciosa. Repartía sándwiches de milanesa y vasos de vino. Aquellos hombres duros y sanos siempre tenían hambre" (26).

En conjunto

Relata el narrador, en Una ciudad junto al río, de Jorge Isaac: "Los italianos –que forman la corriente numérica más importante en este tiempo- lo hacen en grupos compuestos por una o muchas familias que cantan, ríen o gritan tanto como pueden, volcando su entusiasmo contagioso y vital. Son los barulleros por excelencia. Y parece que el puerto, luego que ellos pasan, necesitase cuanto menos un par de días para reponerse de tanto ruido y retornar a su estado de serena quietud" (27).

Italianos y otros

En La última carta de Pellegrini, de Gastón Pérez Izquierdo, escribe el protagonista: "La afluencia de inmigrantes seguía transformando la fisonomía física y social de la metrópoli con sus gritos, sus palabras mal pronunciadas, sus risas y sus nostalgias por la tierra dejada. En ese fragor positivista algunas pequeñas señales cada tanto advertían que éramos de carne y hueso y no estábamos en el Paraíso Terrenal. Las condiciones deficientes de alojamiento de los inmensos contingentes de extranjeros que desembarcaban pronto causaron una alarma general: un brote de cólera amenazaba con expandirse como epidemia y salirse de control. Para una ciudad que todavía guardaba en su memoria colectiva los horrores de la fiebre amarilla la noticia cayó como el anuncio de la llegada de los cuatro jinetes. El Presidente convocó de urgencia al gabinete y concurrí a la reunión para proponer medidas intrépidas, como las que se recordaban de los tiempos de la epidemia maldita" (28).

En Moira Sullivan (29), de Juan José Delaney, la protagonista escribe una carta fechada en 1932, en la que expresa: "Debo decir que pese a que los hijos de Erín se jactan de haberse integrado con el resto de la población, la verdad no es exactamente así. Tienen sus propios colegios, sus propios templos y clubes, y quien comete la osadía de casarse con un "nap" (¿napolitano y por extensión italiano?) o con un "gushing" (derivado, probablemente, del verbo inglés to gush, que significa hablar con excesivo entusiasmo y que es un neologismo para aludir a los gallegos y también por extensión a los españoles), se aíslan o son lenta pero inexorablemente segregados. En verdad esto ocurre con casi todas las comunidades extranjeras que se han radicado acá: árabes, armenios, ucranios y, muy especialmente, judíos. Para no hablar de los británicos que a su injustificado desdén agregan cierto cinismo ancestral".

María Esther de Miguel evoca, en Un dandy en la corte del rey Alfonso, la actitud de los hombres del 80 ante el aluvión inmigratorio. Se trataba de "una tanda de hombres intelectuales y bien pensantes que pasarían a la historia, según decían, porque se dedicaban a ser diplomáticos, escribir libros interesantes y sacar adelante el país, sobre todo por el esfuerzo de los inmigrantes que habían llegado para ‘laburar’, como decían ellos. Aunque los habían confinado en fábricas, saladeros y conventillos, los pobres se manejaban bien y sacrificadamente, y no pasaría mucho tiempo sin que la mayoría de ellos tuvieran, de acuerdo a los sueños que los habían transportado a América, ‘m’hijo el dotor’ " (30).

Tínkele, bielorrusa sobreviviente de Auschwitz, es uno de los personajes de Hija del silencio, de Manuela Fngueret. A ella "Se le mezclan las historias con la suya. La llegada a Buenos Aires, el primer día de trabajo en la fábrica de camisetas a unas cuadras de la casa de sus primos. Allí emplean también a otras mujeres inmigrantes como ella: italianas, españolas o polacas, con las que casi no intercambian palabra en agotadoras jornadas de trabajo. Una Babel de rostros e idiomas" (31).

En La logia del umbral, de Ricardo Feierstein, narra uno de los personajes, que vivía en Villa Pueyrredón, a mediados del siglo pasado: "Por las mañanas, en la escuela pública donde todos concurríamos, conviví con el inglés Stanley y el italiano Badaracco, protagonistas de una pelea memorable donde vi correr sangre por primera vez; con el galleguito Pérez y un francés medio raro que se hacía dibujos en las manos con hojitas de afeitar" (32).

En Lunas eléctricas para las noches sin luna, escribe Belén Gache: "Al igual que Mirko y mis padres, han llegado a estas tierras personas provenientes de Hong Kong, de Túnez, de Madeira, de Angola y del Orinoco. Si uno juntara los nombres de todas ellas, seguro se formaría, a su vez, un océano, un gran océano de nombres" (33).

 

Notas

  1. López, Lucio V.: La gran aldea, Costumbres bonaerenses. Buenos Aires, CEAL. (Capítulo).
  2. Garasa, Delfín Leocadio: La otra Buenos Aires. Paseos literarios por barrios y calles de la ciudad. Buenos Aires, Sudamericana-Planeta, 1987.
  3. Martel, Julián: La Bolsa. Buenos Aires, Huemul, 1979. Prólogo de Diana Guerrero.
  4. Güiraldes, Ricardo: Don Segundo Sombra. Buenos Aires, CEAL, 1979. 216 pp. (Capítulo).
  5. Gutiérrez, Eduardo: Juan Moreira. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo).
  6. Podestá, M. T.: Irresponsable. Buenos Aires, Editorial Minerva, 1924.
  7. Argerich, Antonio: ¿Inocentes o culpables?. Madrid, Hyspamérica, 1984.
  8. S/F: en Argerich, Antonio: ¿Inocentes o culpables?. Madrid, Hyspamérica, 1984.
  9. Ocantos, Carlos M.: op.cit.
  10. Sicardi, Francisco A.: Libro extraño. Buenos Aires, Imprenta Europea, 1894.
  11. Holmberg, Eduardo L.: "La casa endiablada", en Cuentos fantásticos. Buenos Aires, Hachette, 1957. Prólogo de Antonio Pagés Larraya.
  12. Pagés Larraya, Antonio: "Prólogo", en Cuentos fantásticos. Buenos Aires, Hachette, 1957.
  13. Burgos, Fausto: El gringo. Buenos Aires, Tor, 1935.
  14. Arias, Abelardo: Alamos talados. Buenos Aires, Sudamericana, 1990.
  15. Marechal, Leopoldo: Adán Buenosayres. Buenos Aires, Sudamericana, 1970.
  16. Marechal, Leopoldo: Megafón. Citado en Páez, Jorge: El conventillo. Buenos Aires, CEAL, 1970.
  17. Poletti, Syria: Gente conmigo. Buenos Aires, Losada, 1962.
  18. Luna, Félix: Soy Roca. Buenos Aires, Sudamericana, 2000.
  19. Orgambide, Pedro: Hacer la América. Buenos Aires, Bruguera, 1984.
  20. Grinbaum, Carolina: La isla se expande. Buenos Aires, ig, 1992.
  21. Vázquez-Rial, Horacio: Frontera Sur. Barcelona, Ediciones B, 1998.
  22. Scotti , María Angélica: Diario de ilusiones y naufragios. Buenos Aires, Emecé, 1996.
  23. Salinas, Martín: "Esther Goris presentó dos proyectos para filmar en San Luis", 13 de julio de 2005.
  24. "Quiero devolver en San Luis lo que la vida me ha dado", 22 de enero de 2006.
  25. Rivera, Andrés: Guido, en Para ellos, el Paraíso. Buenos Aires, Alfaguara, 2002.
  26. Rivera, Andrés: "El hombre que nadie pudo comprar", en La Nación, Buenos Aires, 3 de marzo de 2002.
  27. Isaac, Jorge: Una ciudad junto al río. Buenos Aires, Marymar, 2006.
  28. Perez Izquierdo, Gastón: La última carta de Pellegrini. Buenos Aires, Sudamericana, 1999.
  29. Delaney, Juan José: Moira Sullivan. Buenos Aires, Corregidor, 1999.
  30. Miguel, María Esther de: Un dandy en la corte del rey Alfonso. Buenos Aires, Planeta, 1999.
  31. Fingueret, Manuela: Hija del silencio. Buenos Aires, Planeta, 1999.
  32. Feierstein, Ricardo: La logia del umbral. Buenos Aires, Galerna, 2001.
  33. Gache, Belén: Lunas eléctricas para noches sin luna. Buenos Aires, Sudamericana, 2004.

En novelas infantiles y juveniles

En Aventuras del capitán Bancalari , aparece un inmigrante ilustre. Relata el narrador: "A Rosita Rosales la conocí en cierta recepción que, en la Casa de Gobierno, se dio para agasajar a don Clemente Onelli. Este naturalista italiano, director del Jardín Zoológico de Buenos Aires, acababa de volver de una de sus tantas expediciones al lago Nahuel Huapi y al lago Argentino: aquí –se decía- había dado caza a un plesiosaurio, animal extinguido millones de años atrás.

El científico, muy bien trajeado, era el centro de la atención general: en la mano derecha sostenía una copa de champaña; en la izquierda, una correa a cuyo extremo, del cuello, estaba atado el inexistente bicho en cuestión" (1).

Piamonte

En Stéfano (2), novela que dedica a su padre, María Teresa Andruetto relata la vida de un inmigrante italiano que llega a nuestro paìs con su bagaje de ilusiones y recuerdos. En tiempos de guerra, en Italia, la pobreza llega a extremos patéticos. La madre del protagonista ha encontrado un ave. Años después, el hijo recuerda: "La veo en la cocina: saca agua de la que hierve en un latón, echa el agua sobre la torcaza muerta y la despluma con dedos diestros, luego la chamusca sobre la llama y la desventra. Lava víscera por víscera, desechando sólo la hiel amarga.

Cuando está limpia, la divide en cuatro y dice: Tenemos para cuatro días. Yo no digo nada, sólo miro cómo separa una de las partes y luego oigo que me envía a guardar las tres restantes sobre el techo de la casa, para que el sereno las mantenga frescas. Cuando regreso, está sacando de la bolsa harina de maíz. Mete la mano hasta el fondo y yo escucho el ruido que hace el tazón al raspar la tela. ¿Alcanza?, pregunto. Para esta vez, dice. ¿Y mañana? Dios dirá".

Stèfano se despide de su madre, viuda y sin màs hijos, quien no quiso acompañarlo en la aventura por el nuevo mundo. La partida es desgarradora para ambos, no obstante haber sido anunciada con años de anticipaciòn por el muchacho. La mujer "distinguiò, por sobre la distancia que los separaba, los tiradores derrumbados, el pelo de niño ingobernable, la compostura todavìa de un pequeño. Sabìa que correrìa riesgos, pero no dijo una palabra, la mirada detenida allà en la curva que le tragaba el hijo. A poco de doblar, cuando supo que habìa quedado fuera de la vista de su madre, Stèfano se secò los ojos con la manga del saco".

Luego vendrìa la travesìa en el Syrio, el naufragio. A Stéfano le toca en suerte un viaje accidentado: "En medio de la noche los ha despertado la tormenta, el ruido del agua contra la banda de estribor. El llanto de un niño viene del camarote vecino o de otro que está más allá. Aquí donde ellos esperan, nadie grita, sólo el hombre de jaspeado dice que el mar esta noche no quiere calmarse y es todo lo que dice; habla con serenidad, pero Stéfano sabe que está asustado. Al llanto del niño se han sumado otros, pero nadie ha de tener más miedo que él, que quisiera que a este barco llegara su madre y lo apretara entre los brazos y le dijera, como cuando era pequeño y todavía no soñaba con América, duerme, ya pasará".

Llegan los sobrevivientes. Stèfano se hospeda en el Hotel de Inmigrantes: "El hotel está a pocos pasos de la dársena; tiene largos comedores y un sinfín de habitaciones. Les ha tocado un dormitorio oscuro y húmedo. En la puerta, un cartel dice: Se trata de un sacrificio que dura poco. (…) Los dormitorios de las mujeres están a la izquierda, pasando los patios. Por la tarde, después de comer y limpiar, después de averiguar en la Oficina de Trabajo el modo de conseguir algo, los hombres se encuentran con sus mujeres. Un momento nomás, para contarles si han conseguido algo. Después se entretienen jugando a la mura, a los dados o a las bochas". Comienza la vida americana del inmigrante.

El muchacho y su amigo se trasladan al campo del tìo de este ùltimo, en el que comprende que, por mucho que se esfuerce, nunca tendrà un puesto similar al de su compañero de viaje. Se inicia en la mùsica y se integra a un circo, hasta que finalmente se establece, forma pareja, y la vida le regala la felicidad de un hijo.

Este es –muy resumido- el argumento de la historia que està destinada a lectores adolescentes, pero que puede ser leìda con sumo interès por los adultos. Tanto unos como otros encontraràn en ella ecos de lo que les han relatado sus mayores, atisbos de la misma esperanza y el mismo dolor, narrados con maestrìa por una escritora que sabe hacernos vibrar con su pluma y que presenta interesantes recursos estilìsticos, como el manejo del tiempo y el cambio de registro en la narraciòn.

La novela permite que los jòvenes de hoy, bisnietos de quienes vinieron a "hacer la Amèrica" comprendan cuànto debieron abandonar sus mayores y cuànto encontraron aquì. Al mismo tiempo les permitirà disfrutar de la lectura de una obra muy bien escrita, que no por abordar un tema con sentimiento, deja de lado la riqueza de la literatura cultivada con talento.

Notas

  1. Aventuras del capitán Bancalari , Editorial Alfaguara, Colección Alfaguara Infantil, Buenos Aires 1999. Ilustraciones de Pablo Zweig.
  2. Andruetto, María Teresa: Stéfano. Buenos Aires, Sudamericana, 2001.

En cuentos

Lombardía

Un personaje de "El día de las grandes ganancias", de Alberto Gerchunoff, es italiano. El dueño de la "Tienda de las cuatro estaciones" es descripto así por el narrador adolescente: "Lombardo de fuertes piernas, espaldas enormes y cara redonda como un plato, en la que brillaban dos ojos grises, rientes y móviles, hallábase siempre instalado en el fondo del negocio, colgando de los labios la curva pipa de barro. Hombre de cuarenta años, obeso y jovial como un párroco de aldea, no concebía entre las paredes de la tienda el malhumor que amargaba mis planes" (1).

En "Santana", de Roberto Mariani, una lombarda sufre un percance: "Después de aquel temporal en que un aletazo de viento tumbó al suelo a la lombarda del segundo patio destrozándole la sopera y derramándole el humeante caldo, las vecinas todas, en un acuerdo defensivo, decidieron cocinar en sus respectivas habitaciones durante los días de recio viento o dura lluvia, rebeldes a la obstinada reclamación del negro Apolinario, encargado del conventillo" (2).

Notas

  1. Gerchunoff, Alberto: "El día de las grandes ganancias", en Cuentos de ayer. Buenos Aires, Ediciones Selectas Amèrica, Tomo I, Nº 8, 1919. Págs. 227/8.
  2. Mariani, Roberto: "Santana". Citado por Páez, Jorge en El conventillo. Buenos Aires, CEAL, 1970.

Piamonte

"La loca y el relato del crimen" es el cuento de Ricardo Piglia en el que el autor presenta a la amante de Bairoleto, hijo de piamonteses. "No hubo nunca en todo este país un hombre más hermoso que Juan Bautista Bairoleto, el jinete. (…) La vieja entró mirando la luz y se movió por la tarima con un leve balanceo, como si caminara atada. (…) –Yo he visto todo he visto como si me viera el cuerpo todo por dentro los ganglios las entrañas el corazón que pertenece que perteneció y va a pertenecer a Juan Bautista Bairoleto el jinete" (1).

Notas

  1. Piglia, Ricardo: "La loca y el relato del crimen", en H. Bustos Domecq, A. Pérez Zelaschi y otros: El cuento policial. Selección de Jorge Lafforgue y Jorge B. Rivera. Buenos Aires, CEAL, 1981. (Capítulo, vol. 104).

Sin mención de origen

Giusseppe el zapatero protagoniza un tango de Guillermo del Ciancio. En un cuento de Horacio Vaccari, el hijo médico escribe una carta a Giuseppe. Le dice: "Hoy me duele decir todo esto, pero necesito torturarme con la verdad, con mi triste verdad y he de asumirla hasta el fin. Cumplí con la voluntad que usted me impuso desde la cuna. Estudié Medicina, fui uno más en el montón, aunque sacaba buenas notas. Tenía que hacerme perdonar mi origen, si bien mis compañeros me respetaban porque era callado y estudioso" (1).

En "El salón dorado 1904" (2), de Manuel Mujica Láinez, la dueña de una mansión en decadencia se entera de que muchas de las habitaciones se han transformado en locales. Uno de ellos es ocupado por un sastre presumiblemente italiano: "El ama de llaves la detiene delante de la puerta que da al comedor. En su panel central hay clavado un cartel: ‘Bruno Digiorgio, sastre’. Entran allí. Los cortes de género se apilan sobre un mostrador; los maniquíes rodean a la estufa, encima de la cual permanece, como un testigo irónico, el lienzo pintado de la ‘Carrera de Atalanta’ que imita un gobelino".

Guillermo House evoca, en "El mangrullo", la agonía de un hijo de inmigrantes, y el heroísmo del camarada sanjuanino que intenta protegerlo: "El conscripto Colombo (un hijo de gringos de la provincia de Santa Fe) es regular tirador, pero flojazo para las penurias. (…) Como Colombo no puede moverse, él le introduce en la boca su dedo meñique húmedo de rocío. Pero el sol no tarda en disipar este engaño, y desde temprano se deja sentir" (3).

Humberto Costantini escribe acerca de un gringo; en su "Historia de una amistad": "a mí me gustaba cuando don Aldo me hablaba de sus cosas. Cuando vine a América, ¿sabe?, me soñaba tener una casa y una familia. Muchos hijos, sabe. Así como usted. O más todavía. Ocho, diez. Una mesa larga, larga, y todos allí a la noche comiendo con buen apetito. En mi ciudad había un sastre que tenía doce. Todos carabineros. ¿Se imagina? Con estos sombreros grandes…, me decía" (4).

En el cuento "Niebla", escribe José Luis Pérez: "Era el patio de ladrillos de un inquilinato, pulido por los pasos de fatigados inmigrantes, con enrejados verdes de varillas de maderas entrecruzadas, grandes macetas rojas y amarillas de formas acampanadas llenas de plantas, un gran piletón en el centro, el parral cubriéndolo todo y en una silla baja, sentado, con una chaqueta en su falda y una aguja en su mano, cosiendo con destreza y chupando su pipa, estaba él. Un aroma de uva madura y tabaco fuerte llenaba el espacio, de una vieja radio salía la voz de Beniamino Gigli, cantando "Wien, Wien, nur du allein’ " (5).

Un amor imposible causa la emigración de un italiano, en un cuento de José Luis Cassini: "El mismo día en que Enrico se hizo cargo de la sastrería, el único auto de la villa se detuvo enfrente. El chofer entró: ‘La hija del Patrón se va a casar con un doctor de Zóppola, como él ha dispuesto; y aquí te manda este dinero a cuenta del traje de novia que le vas a confeccionar’. Enrico lo entregó y se embarcó" (6).

En "La confesión" (7), Víctor Casafús relata un extraño suceso en el que intervino un italiano: "Antes de irme, se me ocurrió pasar por la Sacristía para averiguar el nombre del Santo que tanto bien me había hecho. Para mi sorpresa me dijeron: -No. Con motivo de la pintura se quitaron todos los Santos. Al único que puede encontrar por ahí es a Don Giuseppe, el pintor".

La historia secreta de un italiano es el tema de "El último patio" (8), de Haydee Massa, que se inicia con estas palabras: "Resolví ir a Jujuy porque en una de las últimas cartas tío Antonio rogaba que lo visitase. Era el hermano menor de mi padre y a éste le hubiese gustado que satisficiera su deseo. Ambos vinieron muy jóvenes desde Italia para establecerse en la Argentina. Después de convivir varios años en Buenos Aires, la afición por la arqueología incitó a tío Antonio a promover investigaciones en los yacimientos indígenas del país. Con el paso del tiempo quedóse definitivamente a vivir en Jujuy".

En "Desarraigo", cuento de Ana María de Benedictis, el narrador, que piensa en emigrar de la agobiada Argentina del siglo XXI, se arrepiente, evocando una historia familiar vinculada con la guerra: "Recordó que una mañana muy temprano llegó una carta bordeada de una franja verde, blanca y roja; que la abrió su abuela materna y comenzó a secarse las lágrimas con el delantal; que una a una iban llegando sus tías tratando de frenar el llanto que brotaba sin pedir permiso" (9).

Notas

  1. Vaccari, Horacio: "Final de juego", en Cuentos elegidos. Buenos Aires, Troquel, 1978. 138 págs.
  1. Mujica Láinez, Manuel: "El salón dorado 1904", en Misteriosa Buenos Aires. Buenos Aires, Sudamericana, 1977.
  2. House, Guillermo: "El mangrullo", en L. Gudiño Kramer, J.P. Sáenz y otros:: El cuento argentino 1930-1959* antología. Selecc. prólogo y notas de Eduardo Romano. Buenos Aires, CEAL, 1981. Pág. 83.(Capítulo, vol. 77).
  3. Costantini, Humberto: "Historia de una amistad" (fragmento), en .
  4. Pérez, Jose Luis: "Niebla", en Varios autores: Nosotros el Sur. Selección de Nené D’Inzeo. Buenos Aires, Tu Llave, 1992. 124 pp.
  5. Cassini José L.: "El mar en los ojos", en Rotary Club de Ramos Mejía Comité de Cultura. Buenos Aires, 1994.
  6. Casafús, Víctor: "La confesión", en La esquina literaria. Buenos Aires, Ediciones Tu Llave, 1996.
  7. Massa, Haydee: "El último patio", en La esquina literaria. Buenos Aires, Ediciones Tu Llave, 1996.
  8. De Benedictis, Ana María: "El desarraigo", en El Tiempo, Azul, 24 de marzo de 2002.

Italianos y otros

En "Santana", uno de los Cuentos de la oficina, Roberto Mariani se refiere a los habitantes de un conventillo: "Una de estas antiquísimas mansiones actualmente agoniza en conventillo. En sus espaciosas habitaciones donde acaso en 1815 ó 1820 algún general de la Independencia abandona esposa e hijas para ir a satisfacer su sed patriótica en los abiertos campos de batalla, hoy conviven apretujadas seis u ocho familias de las más diversas nacionalidades, y costumbres contradictorias hasta la beligerancia. Italianos, franceses, turcos, criollos. La última habitación la ocupa un griego relojero" (1).

El protagonista de "Esperanza", de Santiago Korovsky, "Con la gente del conventillo se había ido encariñando, había cinco polacos, una pareja de gallegos, una pareja de judíos con un hijo, tres italianos y dos alemanes. Era gente humilde, cariñosa, generosa y solidaria. Algunos habían probado suerte como él, pero, también, habían perdido" (8).

Notas

  1. Mariani, Roberto: "Santana". Citado por Páez, Jorge en El conventillo. Buenos Aires, CEAL, 1970.
  2. Korovsky, Santiago: "Esperanza", en "Bienvenidos al Concurso Literario 1997", El Jardín de la Esquina / Aequalis.

En cuentos infantiles y juveniles

Campania

En Palermo, en las primeras décadas del siglo XX, vive Fernando Da Salerno, protagonista de un cuento de Fernando Sorrentino, con su madre. En la calle Costa Rica -relata el narrador-, "en un cuartucho de un conventillo grisáceo, nos arrinconábamos mi madre y yo. Mi madre, llamada doña Ferdinanda, y siempre vestida de negro, pertenecía, simultáneamente, a tres categorías (no incompatibles), a saber: a) santa viejecita; b) viuda; c) napolitana. A pesar de lo Rica que era la Costa de nuestra calle, vivíamos en la peor de las pobrezas y no teníamos ni dónde caernos muertos" (1).

Piamonte

Del Piamonte vino la abuela de María Teresa Andruetto, quien contaba a sus nietas los relatos que la escritora reunió en Benjamino (2). Dedica este libro, en el que reescribe dos cuentos tradicionales, "a la nonna Felicitas". Sobre ella expresa: "Mi abuela Felicitas, la mamà de mi mamà, fue colchonera, en el tiempo en que los colchones eran de lana, se apelmazaban y debìan desarmarse y rehacerse cada tanto. De ella recuerdo casi todo, porque la tuve hasta que fui grande: su casa de Arroyo Cabral, donde nacì, el piso fresco de ladrillos de esa casa, las màquinas de tisar lana, sus amigas hablando en una lengua desconocida para mì, sus comidas deliciosas (¡el dulce de leche azucarado!), su cara gordita, las mejillas coloradas, el pelo blanco que prendìa con horquillas en un rodete… Horquillas, rodetes, colchones apelmazados, màquinas de tizar lana… nombres de cosas que ya no existen".

Comenta el origen de los dos cuentos incluidos en el libro –"Benjamino" y "Zapatero pequeñito"-: "Ella habìa nacido en un pequeño pueblo del Piamonte, al norte de Italia, y de esa regiòn vinieron hasta mì las aventuras de Gioaninn ca boija (Juancito, el que se las ingenia) y Ciavtin cit (el zapatero pequeñito) que nos contaba, tal vez para mostrarnos que, por màs pequeño que uno sea, puede, con algo de astucia y un poco de suerte, engañar a los lobos y a los ogros" .

Sicilia

Ema Wolf afirma que no sólo venían personas en los barcos. Venían también extraños personajes como el Mamucca, un duende que llegó desde Sicilia: "Con toda seguridad llegó acá en un barco. Lo habrá traído algún inmigrante en su bolsillo, en la bocamanga de los pantalones o en el pliegue del sombrero. Lo habrá traído sin querer, sin darse cuenta. Porque uno puede mudarse de continente llevando hasta un ropero, pero a nadie se le ocurriría cargar a propósito con algo tan fastidioso como el Mamucca" (3).

Italianos y otros

Había inmigrantes entre los personajes de "No hagan olas", de Elsa Bornemann: "En aquel conventillo de Buenos Aires, cercano al puerto y donde vivían hace muchos años, los inquilinos argentinos tenían la costumbre de poner apodos a los extranjeros que –también- alquilaban alguna pieza allí. No eran nada originales los motes, y errados la mayoría de las veces, ya que –para inventarlos- se basaban en el supuesto país o región de procedencia de cada uno. Tan supuesto que –así, por ejemplo- don José era llamado ‘el Ruso’, aunque hubiera nacido en Ucrania… A Sabadell, Berenguer y sus esposas les decían ‘los gallegos’, si bien habían llegado de Barcelona sin siquiera pisar Galicia… Apodaban ‘los turcos’ al matrimonio de sirilibaneses; ‘los tanos’, a la pareja de jóvenes italianos de Piamonte que jamás habían conocido Nápoles e –invariablemente- ‘el Chino’, a cualquier japonés que diera en fijar allí su transitorio domicilio. Sin embargo, podríamos deducir un poco más de conocimientos geográficos, de información y hasta cierto trabajo imaginativo por parte de aquellos pensionistas argentinos, de acuerdo con los sobrenombres que les habían adjudicado a la dueña de la casona y a su hijo. Ambos eran griegos. Por lo tanto ‘la Homera’ y ‘el Homerito’, en clara alusión al autor de La Ilíada y La Odisea, el genial Homero. Por supuesto, a todas las criaturas que habitaban esa construcción tipo ‘chorizo’ (cuartos en hilera, cocina y bañitos ídem, abiertos a ambos lados de un patio), los `rebautizaban’ con los mismos motes que sus padres, sólo que en diminutivo" (4).

Notas

  1. Sorrentino, Fernando: "Hombre de recursos", en La venganza del muerto y otros cuentos con astucias. Ilustr. Jorge Sanzol. Buenos Aires, Alfaguara, 2003.
  2. Andruetto, María Teresa: Benjamino. Buenos Aires, Sudamericana, 2002.
  3. Wolf, Ema: "El mamucca" en Clarín, Buenos Aires, 22 de marzo de 1998.
  4. Bornemann, Elsa: No hagan olas (Segundo pavotario ilustrado. 12 cuentos). Ilustraciones: O´Kif. Buenos Aires, Alfaguara, 1998.

En poemas

Calabria

Adelina C. Cela, en el poema "Madre Patria" (1), imagina el sentimiento de su tierra:

Tú clamabas por mí

como una madre divina,

con lágrimas derramadas

en nostálgica partida.

Como un susurro tu lengua

me acunó toda la vida

y no le diste abandono

a tu hija en lejanía.

Alfredo Conte (2) homenajea a su padre, que llegó desde Cosenza en 1887:

Mi viejo, vos hiciste el mundo nuevo

abriste surcos, criaste hijos

y fuiste solamente un inmigrante.

No sé cómo decirlo en dos palabras.

A sus abuelos calabreses evoca Griselda García (3):

mi abuela obligándonos a terminar el plato,

haciendo bocaditos fritos con las sobras porque

‘ustedes por suerte no conocen lo que es la guerra, el hambre…’;

(…)

mi abuelo que para todas las actividades cotidianas

produce un sonido distinto con la boca;

que en los sesenta era sastre en Aerolíneas

y hacía los trajes de azafatas y pilotos,

Notas

  1. Cela, Adelina: "Madre Patria", en La Capital, Mar del Plata, 5 de septiembre de 1999.
  2. Conte, Alfredo: Pascualino. Edición homenaje. Buenos Aires, 2001.

    Campania

    En el Martín Fierro (1) encontramos muchas referencias al inmigrante. Transcribo uno de estos pasajes:

    Un nápoles mercachifle

    Que andaba con un arpista,

    Cayó también en la lista

    Sin dificultá ninguna:

    Lo agarré a la treinta y una

    Y le daba bola vista.

    José Portogalo evoca, en "Los pájaros ciegos" (2), a un napolitano:

    Mi padre, violinista, fracasó en Buenos Aires.

    Sin embargo su nombre –Pierángelo- traía

    "gli uccelli" luminosos de las calles de Nápoles;

    Doménico Scarlatti, heraldo de sus pájaros,

    clareaba el mundo denso de su infancia y sus lágrimas.

    Notas

    1. Hernández, José: Martín Fierro. Testo originale con traduzione, commenti e note di Giovanni Meo Zilio. Buenos Aires, Asociación Dante Alighieri, 1985.
    2. Portogalo, José: "Los pájaros ciegos" (Fragmento), en L. Lugones, B. Fernández Moreno, R. Molinari y otros: La poesía argentina. Buenos Aires, CEAL, 1979. Pág. 111. (Capítulo, Vol. 4).
  3. García, Griselda. Poema inédito.

Friuli

En "Otra vez las dolomitas" (1), Syria Poletti evoca el paisaje de su infancia:

Aún remonto la picada sobre el abismo,

sin cuerda.

Pero algo ha cambiado:

ya no añoro tu mano.

Notas

  1. Lombardía

    En el poema "Antiguo Almacén ‘A la ciudad de Génova’" (1), Olivari evoca al italiano Miquelín:

    Miquelín, grande como una estatua,

    que se iba a la cosecha y volvía rico dos semanas

    -apenas para pagar la vuelta a todo el barrio-.

    Mientras le duraba la plata cantaba,

    cantaba las lejanas canciones milanesas de su tierra

    y hombreaba recuerdos como hombreando cereal…

    Cerca de Lombardía, en el Cantón Ticino, un cantón suizo de habla italiana, nació Alfonsina Storni, la autora de Palabras a mi madre (2):

    No las grandes verdades yo te pregunto, que

    no las contestarías; solamente investigo

    si, cuando me gestaste, fue la luna testigo,

    por los oscuros patios en flor, paseándose.

    Y si, cuando, en tu seno de fervores latinos,

    yo escuchando dormía, un ronco mar sonoro

    te adormeció las noches, y miraste, en el oro

    del crepúsculo, hundirse los pájaros marinos.

    Notas

    1. Olivari, Nicolás: "Antiguo Almacén ‘A la ciudad de Génova’", en L. Lugones, B. Fernández Moreno, R. Molinari y otros: La poesía argentina. Antología, prólogo y notas por Alberto M. Perrone. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo, Vol. 4).
    2. Storni, Alfonsina: "Palabras a mi madre", en Storni, Alfonsina: Antología poética. Selección por Alfredo Veiravé. Prólogo y notas por Alejandro Fontenla. Buenos Aires, CEAL, 1980. Pág. 44. (Capítulo, vol. 51).
  2. Poletti, Syria: "Otra vez las Dolomitas", en Letras de Buenos Aires.

Piamonte

María Teresa Andruetto evoca, en "Citröen" (1), a su padre inmigrante:

Regresábamos en un Citröen

rojo, desde una laguna de sal,

un pueblo ahora de fantasmas,

a nuestra casa, en la luz. Y él

cantaba, de viva voz, como

nunca cantaba, voglio vivere

cosí, con il sole in fronte, y

mi madre y nosotras también

cantábamos.

En el mismo libro (2) evoca un funeral de la colectividad piamontesa en Córdoba:

Alguien nos alzó

hacia el tufo de la muerta

(se llamaba Elizabeta),

para que viéramos.

Notas

  1. Andruetto, María Teresa: "Citröen", en Kodak. Córdoba, Ediciones Argos, 2001.
  2. Andruetto, María Teresa: op. cit.

Sicilia

Oscar González, en "La anunciación" (1), evoca a una mujer italiana:

Llegó a Puerto Nuevo

En otro fin de siglo

Confiando en la arcilla de estas playas

Y abierta como un surco,

Se dio a la tarea de procrear espigas.

Notas

  1. González, Oscar: "La anunciación", en El Tiempo, Azul, 16 de abril de 2000.

Veneto

Gigliola Zecchin, más conocida como Canela. "Llegó al país a los diez años. Estudió Letras Modernas en la Universidad de Córdoba. En 1962 inició su carrera presentando los programas vespertinos del canal 10 de la Universidad de Córdoba. (1). " ‘Recién ahora, cincuenta años más tarde, estoy logrando indagar sobre mi propia historia y sobre la guerra que me hizo llegar a Argentina separándome de mis padres y abuelos. El exilio tiene consecuencias terribles en los niños, sentimientos de miedo, insomnio, pesadillas. De esto se trata el desarraigo, de sacar algo de raíz’, concluyó" (2). Es la autora de Paese (3), obra que incluye el poema "Calle de la infancia":

toda felicidad

horada la memoria

afuera cae la nieve

aiuto! Il lupo! Il lupo!

nena tonta

hay que limpiar la respiración triste

mi lugar para dormir

vagamente celeste.

Notas

  1. Sosa de Newton, Lily: Diccionario Biográfico de Mujeres Argentinas. Buenos Aires, Plus Ultra, 1986.
  2. Irigoyen, Pedro: "MESA REDONDA Aquel exilio, este exilio, la misma tristeza", en Clarín, 28 de febrero de 2002.
  3. Zecchin, Gigliola (Canela): Paese. Buenos Aires, De la Flor, 2000.

Sin mención de origen

En "El alma del suburbio" (1), escribe Evaristo Carriego:

Soñoliento, con cara de taciturno,

cruzando lentamente los arrabales,

allá va el gringo… ¡Pobre Chopin nocturno

de las costureritas sentimentales!

¡Allá va el gringo! ¡Cómo bestia paciente

que uncida a un viejo carro de la Harmonía

arrastrase en silencio, pesadamente,

el alma del suburbio, ruda y sombría!

De Villoldo (2) son estos versos:

Sos para el canto, che, gringo

como para el bofe el gato

tomá una grapa d’Italia

y descansemos un rato.

Gustavo Riccio, en el poema "Elogio de los albañiles italianos" (3), evoca la realidad social de los inmigrantes:

Hacen subir las puntas de agudos rascacielos,

Trepan por los andamios; y en lo alto sienten ellos

que una canción de Italia se les viene al encuentro.

Más líricos que el pájaro son estos que yo elogio:

el nido que construyen no es para su reposo,

el lecho que levantan no es para sus retoños…

¡Ellos cantan haciendo las casas de los otros!.

A un trabajador peninsular, establecido en Mar del Plata, evoca Eduardo Martín La Rosa (4):

Probaste todos los trabajos.

Al fin, la cal y el rojo ladrillo

se metieron en tu sangre.

Volabas por los andamios.

Tu silbido triste, enamoraba a las nubes.

Mirabas el mar… Siempre… el mar…

Alvaro Yunque es el autor de "Una familia de inmigrantes por la Avenida" (5):

A la cabeza el padre, un hombrachote

que lleva un chiquitiño entre sus brazos;

atrás de él dos muchachas, dos gringuitas

de trenzas rubias y de ojos garzos;

detrás la madre cuyo vientre elévase

con la promesa de algún nuevo vástago;

y aún detrás cansadamente marchan

dos chicuelos cogidos de la mano;

Escribe Alvaro Abós: "Uno de los periodistas estrella de Crítica, Héctor Pedro Blomberg, glosaba los crímenes del día en romances. Y así trató el caso Donatelli:

‘En el lago flotante, en las aguas,

un sereno encontró el otro día

el cadáver cortado en pedazos

de una pobre mujer. ¿Quién sería?

(…)

¿Quién llevó esta carroña hasta el lago

Y la hundió cuando nadie veía?

¿La llevó algún señor de Lavalle?

De Lavalle y Riobamba sería…’ " (6).

Roberto Cossa escribió, en El Sur y después (7):

Allá murió la infancia

una caricia, una canción,

una plaza, una fragancia.

Los brazos viajaron, el corazón quedó.

Pero una estrella nos llama del sur.

Y un barco de esperanzas cruza el mar.

América, la tierra del sueño azul.

Es un vaso de vino, es un trozo de pan.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5
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