Emilia Romagna
Artémides Zatti nació en Boretto en 1880 y falleció en Viedma en 1951. Fue laico de la Sociedad Salesiana. José Sobrero sdb escribe: "De Boretto emigraron hacia la República Argentina invitados por un tío para largarse a la aventura de América. En 1887 se establecieron en la ciudad de Bahía Blanca. Y continuaron trabajando. Artémides tuvo varios empleos al estilo de ‘changas’ hasta que aterrizó en una fábrica de baldosas. Comenzó a frecuentar la Parroquia salesiana ‘Nuestra Sra. de las Mercedes¿. Participaba de la Misa y de las actividades comunitarias. Allí nació su vocación: codo a codo con los salesianos" (1).
Notas
- Sobrero, Jose sdb: "Beato Artémides Zatti sdb", en sapweb.tripod.com.ar, Instituto San Antonio de Padua. Barrio San Vicente de Córdoba Capital.
Friuli
Syria Poletti, quien emigró a los veintitrés años, afirmaba: "uno, como escritor, pertenece al área en cuyo idioma se expresa. El instrumento con que yo me expreso es el idioma de los argentinos, con todo el substratum cultural que ello implica, por lo tanto soy hija del país, porque el idioma es como la sangre de un país. Los otros idiomas que me habitan –italiano y friulano- son herencias que me dejaron mis mayores. Y las herencias sirven si se hace buen uso de ellas" (1).
Huyendo del Mariscal Tito venían los Ranni, de Trieste. Cuenta Rodolfo: "viví muchos años con el recuerdo del rincón donde había dejado mis juguetes, cuando nos escapamos. Fue una fuga como en el cine: mi hermano y yo escondidos en el altillo de la casa de mi padrino, que era el cura del pueblo; mi mamá, en un carro tirado por caballos de un padrino de mi papá. Y como estaba por dar a luz a mi hermano, en la frontera inglesa la dejaron pasar…" (2).
"Monseñor Eduardo Gloazzo, párroco durante 35 años de Nuestra Señora de la Merced de Caseros (…) Había nacido el 17 de agosto de 1923 en Castions di Strada, provincia de Udine, Friuli (Italia) y niño aún viajó con su padre a la Argentina, donde hizo todos sus estudios" (3).
Notas
- Fornaciari, Dora: "Reportajes periodísticos a Syria Poletti", en Taller de imaginería. Buenos Aires, Losada, 1977.
- Gaffoglio, Loreley: "El teatro me contuvo", en La Nación, Buenos Aires, 20 de diciembre de 1998.
- S/F: "Noticias del 02.12.01. Una revista católica revela milagro en la vida de recordado sacerdote", en "ACI digital", . com.
Liguria
Luis Ordaz se refiere al "matrimonio compuesto por el genovés Pedro Podestá y la también genovesa María Teresa Torterolo, dos jóvenes inmigrantes que se encuentran en Montevideo, a donde cada uno ha llegado por su propia cuenta y sin conocerse. Se casan en la otra Banda, pero piensan que en Buenos Aires existen más perspectivas para prosperar que en la pequeña Montevideo y cruzan el Río de la Plata. Ya en Buenos Aires, les nacen el primer hijo, Luis (1847), y el segundo, Jerónimo (1851). Tienen un almacén en el barrio de San Telmo y no les va mal, pero los nubarrones del horizonte de la época anuncian grandes tormentas. Los rosistas hacen correr el rumor de que si el general Urquiza llega a entrar en Buenos Aires, como amenaza, lo primero que hará será degollar a todos los gringos. Se trata de un recurso psicológico –que ya se emplea por entonces, como se ve- para mostrar la saña criminal del ‘salvaje unitario’ Urquiza y hacer entender precisamente a los gringos, que ya son muchos, que si la ocasión se presenta deben combatir decididamente por la ‘santa causa’ del ilustre Restaurador" (1).
Ana María Giesso desea "bautizar con el nombre de Bonifacio, su bisabuelo genovés y fundador de la primera de las tiendas Giesso en 1884, un perfume". Ella dice en un reportaje: "-Mirá si mi bisabuelo se iba a imaginar esto hace ciento veinte años. En Génova hacía gorras y sombreros, y acá puso una tienda en la calle Cuyo 1217, la actual Sarmiento. Sarmiento y Mitre, que compraban ahí, pasaban en la mañana para que los hicieran los moños, que era todo un arte. Del arte del moño, Bonifacio pasó a la multiplicación de las tiendas: abrió una para cada uno de sus tres hijos, pero el único que continuó con el negocio fue Alfredo José, abuelo de Ana María, con un local en la calle Corrientes y Cerrito, cuando Corrientes atravesaba su etapa angosta" (2).
Ya centenaria, María Luisa Cuccetti, hija de un músico genovés inmigrante, recordó en una entrevista la alimentación de sus primeros años. En La Boca, "los cumpleaños se festejaban con pastelitos y chocolate caliente. Y todo se hacía en casa, lo que más se comía era risotto. Eso sí, el mejor paseo era ir de noche al puerto a comer castañas calentitas…" (3).
Notas
- Ordaz, Luis: "El teatro. Desde Caseros hasta el zarzuelismo criollo", en Historia de la literatura argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
- Guerriero, Leila: "Ana María Giesso. Medida por medida", Fotos: Martín Lucesole, en La Nación Revista, Buenos Aires, 27 de junio de 2004.
- Muzi, Carolina: "El siglo que yo vi", en Clarín, Buenos Aires, 26 de septiembre de 1999.
Lombardía
A Ottobiano, "un pueblito de Lombardía que ni siquiera puede dar pruebas de su existencia: no hay trenes que pasen por ahí y fue olvidado hasta por los cartógrafos", viajó Miguel Frías. De allí partió su abuelo en 1913, a los doce años. El nieto se aproxima al pueblo: ""Verlo acercarse por fin en una mañana de bruma, entre árboles sin hojas y campos labrados por fantasmas, no lo hace más real: la cúpula de la iglesia está a salvo de la niebla, pero el resto tiene el contorno de un sueño. Acabamos de recorrer el breve paraíso de mis cuentos infantiles" (1).
Vino de Italia –donde había emigrado anteriormente- el abuelo de José Eduardo Abadi. El nieto relata: "El abuelo paterno era juez, en Siria, pero como tuvo que abandonar el país por razones políticas, se mudó a Milán con toda la familia. Al poco tiempo, llegó el fascismo y tuvieron que volver a emigrar… Así llegaron a la Argentina" (2).
Notas
- Frías, Miguel: "Noticias del mundo", en Clarín, Buenos Aires, 3 de septiembre de 2000.
- Aubele, Luis: en La Nación, 23 de junio de 2002.
Piamonte
Lorenzo Cot fue un "sacerdote venido de Chambons de Fenestrelles, Piemonte. Ejerció su apostolado durante la Presidencia de Urquiza en la Capilla San José de su residencia. Desde este lugar concurría asiduamente a la Colonia San José para visitar a los colonos, muchos de los cuales fueron traídos por él desde su patria. En 1859 fue enviado a Europa para traer más inmigrantes. Luego fue designado sacerdote en la Colonia y Villa de Colón. Siempre tuvo mucho aprecio de los compoblanos europeos pues veían en él a su defensor y protector de los derechos que les correspondían por contrato. Pero esta defensa le valió grandes enemigos en la esfera política de Colón, quienes lo persiguieron en forma incansable. Un cúmulo de acusaciones no hacían impacto en su fuerte personalidad, y si bien tenía el apoyo de las altas autoridades eclesiásticas, llegó un momento muy difícil para su tranquilidad de parte de algunos hombres colonenses. Falleció asesinado el 27 de septiembre de 1868. Este crimen quedó sin aclarar hasta el día de hoy ya que no ha sido estudiado aún en su profundidad" (1).
Pablo Lantelme nació en Piamonte en 1814 y llegó a San José en 1860. El sostenía: "Para el bien general, creo y afirmo que es necesario que la predicación de la Divina Palabra se haga en lengua castellana, o por lo menos, que se predique dos domingos seguidos en castellano y uno en francés, para no cortar de un solo golpe el sistema abusivo. Los Capellanes (de San José) siendo franceses y poco acostumbrados a hablar en lengua castellana, no faltarán de alegar mil pretextos contrarios a lo que acabo de probar" (2).
Rafael Gobelli nació en Casalcermelli en 1862; falleció en Salta en 1944. En su trabajo "Caza de subsistencia en la provincia de Salta: su importancia en la economía de aborígenes y criollos del Chaco semiárido", Francisco Ramón Barbarán y Carlos Javier Saravia Toledo se refieren a este sacerdote: "A fines del siglo XIX, la aparición del ferrocarril y la iniciación de la industria azucarera, determinaron el aprovechamiento de los aborígenes como mano de obra, llegando a trasladarse tribus enteras con la colaboración del ejército, a los ingenios de Tucumán. Posteriormente la actividad azucarera se expande a las Provincias de Salta y Jujuy, que atraen grupos aborígenes mediante el sistema de contratistas de indios. Los indígenas también se empleaban en los ingenios voluntariamente, al recibir en pago cuchillos, hachas e incluso escopetas, que los hacían mas eficientes en la caza y la recolección. Las armas de fuego fueron artículos codiciados porque las usaban además en los continuos enfrentamientos que mantenían con unidades del ejército, lo cual es corroborado por diversos autores. Gobelli (1912) manifestaba que "hasta ahora las armas que los ingenios y obrajes han dado a los indios les han servido para matar a los oficiales y soldados del ejército’ " (3)
Alfredo Coasollo "había nacido en 1875, en la provincia de Torino, comuna del Monasterio de Cantalupa. (…) A la edad de 15 años se embarcó en Génova rumbo a Buenos Aires, completamente solo, empleando 48 días en el viaje con el vapor ‘Manila’. El pasaje le costó 163 liras, y arribó al puerto de Buenos Aires con un capital de 7 liras y un inmenso entusiasmo de trabajar. El director del hotel de inmigrantes le entregó un pan de 4 kilos ya cortado y lo puso sobre el tren rumbo a estación Aurelia, en la provincia de Santa Fe" (4).
En un reportaje, Antonio Dal Masetto recuerda a su padre, el italiano Narciso, un hombre valiente. De él dice: "era tremendamente trabajador, tremendamente amante de su familia y tremendamente testarudo. Durante la Segunda Guerra Mundial, él trabajaba en una fábrica. Su turno terminaba a medianoche. Había toque de queda desde las siete de la tarde, y muchos se quedaban a dormir en la fábrica, por temor. Mi padre volvía a casa. Su argumento era grande como una montaña. Decía: Yo quiero dormir en casa. Tengo una casa, y nadie me lo puede prohibir. Ni Hitler, ni Mussolini…" (5).
María Teresa Andruetto manifiesta: "Soy hija de un partisano que llegó desde el norte de Italia a la Argentina, en 1948, y por una sucesión de circunstancias más o menos azarosas, se instaló en un pueblo de la pampa húmeda, donde nací, y ahí vivió toda su vida. También mi mamá es hija de inmigrantes italianos que llegaron al país hacia finales del mil ochocientos. El agradecimiento a la tierra de llegada que le había permitido trabajar y formar una familia, fue la otra cara de la tristeza que le causaba a mi padre el desarraigo. A poco de venir, murió su madre y luego otros y otros, hasta que cada vez se hizo más fuerte la idea de ya no regresar".
En Stefano –novela juvenil que dedica a su padre, y que obtuvo numerosas distinciones y fue traducida al alemán y al gallego-, relata la vida de un inmigrante italiano que llega a nuestro paìs con su bagaje de ilusiones y recuerdos. "Aunque Stéfano no relata la vida de mi padre, hay muchas cosas de él en el libro, cosas desperdigadas aquí y allá, sobre todo pequeñas anécdotas y rasgos familiares, como el mandolín que toca el viejo Moretti, o el hambre cuyo fantasma acosó a los inmigrantes para siempre, o las comidas que se comían en casa, o las canciones que cantaban en el puerto, o el nombre de ciertos pueblos por donde sé que él pasó, o el título mismo del libro que replica su nombre. Si un libro es un modo de conocer, una manera de penetrar en el mundo y buscar el sitio que nos corresponde en él, Stéfano me permitió recuperar la sensación de hambre, desarraigo, extrañamiento, de hombre y mujeres que, tal como los que hoy se marchan, ayer llegaban buscando una vida mejor" (6).
Notas
- Vernaz, Celia: La Colonia San José. Santa Fe, Colmegna,
- ibídem
- Barbarán, Francisco Ramón y Saravia Toledo, Carlos Javier: "Caza de subsistencia en la provincia de Salta". Theomai. Universidad Nacional de Quilmes.
- Britos, Orlando: "Historias de Crespo", en Bienvenidos al mayor portal regional, www.unespacio.com.ar.
- Roca, Agustina: "Historia de vida", en La Nación Revista, 12 de julio de 1978.
- Andruetto, María Teresa: Stéfano. Buenos Aires, Sudamericana, 2004. Ilustraciones: Daniel Roldán.
Sicilia
Javier Villafañe evoca los teatros de tìteres a los que asistìan los italianos de La Boca: "Teníamos entre diecisiete y diecinueve años y descubrimos los títeres de La Boca, con Wernicke, José P. Correch y José Luis Lanuza. Era un teatro estable con muñecos de origen italiano –‘los pupi’- que hablaban y decían los textos en genovés… A ese ámbito llegué por primera vez a los diecisiete años. ¡Qué impresión, quedé maravillado! Estos marionetistas representaban episodios de obras que duraban hasta un año. En estos espectáculos de los títeres de San Carlino, las marionetas pesaban entre 20 y 30 kilos y eran manipuladas por una barra. Este descubrimiento de los títeres de La Boca, tal vez, selló mi camino. Desde ese momento visité reiteradamente a don Bastián de Terranova y a su mujer doña Carolina Ligotti –eran una pareja muy hermosa-, descendientes de antiguas familias marionetistas –titiriteros sus abuelos y sus padres-, quienes tenían en Sicilia uno de los más famosos teatros de marionetas. Representaban obras clásicas: Ariosto, de Torcuato Tasso, episodios de las aventuras de Orlando y Rinaldo, que duraban en episodios un año entero, y casi siempre, era su público –el mismo público- viejos italianos, nostálgicos marineros, obreros del puerto de La Boca y algunos curiosos como yo y como Raúl González Tuñón, que me había dedicado su libro El violín del diablo, en plena calle y con quien desde ese entonces, además de frecuentar el teatro de San Carlino, nos hicimos muy amigos".
Recuerda la relación que lo unió a los titiriteros: "Estos viejos titiriteros de La Boca se convirtieron en grandes amigos míos. Los frecuentaba, y fui testigo de cómo, al igual que sus abuelos y padres, envejecieron y murieron al lado de sus marionetas. Conservo aún fresco en mi memoria el recuerdo imborrable de estos dos pioneros inmigrantes que despertaron en mí la pasión más perdurable por el teatro de muñecos. Desde ese instante y hasta hoy, con 80 años, sigo firme y fiel a ese mandato de la historia en constituirme en un humilde difusor de este arte milenario que es el títere".
"También por esos años –relata Pablo Medina- descubrió (Villafañe) el teatro de Vito Cantone, de Catania, Italia, que se instaló en La Boca, en la calle Necochea 1339, sobre el ‘camino viejo’. Ahí estaba el Teatro Sicilia: teatro de títeres, seres de ficción construidos en madera, vestidos y ornamentados con terciopelo, seda y otras telas de múltiples colores. Cantone provenía de una dinastía aggiornada y muy antigua de la historia de los títeres sicilianos. Llegó a la Argentina con la gran inmigración de 1895" (1).
Carlos Alonso nació en Tunuyán, Mendoza, en 1929. Tuvo "como abuelo materno a Salvatore Lisandrello, un siciliano de Siracusa, y su abuelo paterno era Sandalio Alonso quien vino de León. España. Ambos llegaron a nuestro país en 1914. (…) Ya a temprana edad cursó estudios en la Academia de Bellas Artes de Mendoza y luego en Tucumán con el maestro Spilimbergo. Cuando cuenta 24 años viaja a Buenos Aires y expone por primera vez en esta ciudad, viajando posteriormente a Europa. Es el artista más popular del arte contemporáneo argentino y en reiteradas ocasiones volvió a Europa en busca de sus raíces, habiendo vivido largas temporadas tanto en España como en Italia" (2).
Dino Rawa-Jasinski se refiere a su tierra natal: "Nací en Sicilia, pero estoy nacionalizado argentino y me recibí de bioquímico en la Universidad de Buenos Aires. Por once años trabajé en un laboratorio, pero estudié paralelamente el profesorado de piano en el Instituto Alberto Williams, y me perfeccioné con Anita Gelber, la madre de Bruno. Era feliz. En 1987, el doctor Bruno Petruccio, que era director general del teatro Coliseo, escuchó una versión mía de la Polonesa heroica, de Chopin, y me ofreció la dirección artística del teatro y, al año siguiente, la dirección general" (3).
Junto a la religión, llegó a América la superstición. El actor Gabriel Corrado, nieto de italianos, expresó: "Los padres transmiten la enseñanzas básicas; entre ellas, algunas difíciles de explicar, como no abrir un paraguas bajo techo o caminar para atrás si te cruzás con un gato negro, que yo recibí de mis ancestros sicilianos" (4).
Notas
- Medina, Pablo: "Historias de ida y vuelta", en Villafañe, Javier: Antología. Obra y recopilaciones. Buenos Aires, Sudamericana, 1990.
- Gutiérrez Zaldívar, Ignacio: "Los inmigrantes", Catálogo de la muestra de Alonso y Marchi en Casa FOA 2000, Desembarcadero y Hotel de Inmigrantes. Buenos Aires, Octubre-Noviembre de 2000.
- Aubele, Luis: "A boca de jarro Dino Rawa-Jasinski "Mi trabajo es como estoar sentado en un volcán", en La Nación, Buenos Aires, 25 de abril de 2004.
- Baduel, Graciela: "Por la vuelta", en Clarín, 24 de octubre de 2000.
Toscana
El sacerdote Mario Pantaleo nació en Pistoia en 1915; falleció en Buenos Aires en 1992. "Debido a la crisis provocada por la Primera Guerra Mundial, la familia de Mario Pantaleo emigró a la Argentina, radicándose en Córdoba. Mario estudió en un colegio salesiano y, luego, junto a su familia, volvió a su país natal. Allí concurrió al seminario de Arezzo y fue ordenado sacerdote en la catedral de Mattera en 1944. Volvió al país en 1948, afincándose en González Catán" (1).
"Además de su obra benéfica para la gente carencia de su barrio, lo que dio fama al padre Mario fueron las largas ‘filas de la esperanza’ como se llamó a la gran cantidad de gente que desde la madrugada se juntaba en González Catán y dos veces por semana en los fondos de una panadería del barrio de Floresta para buscar alivio a sus enfermedades y problemas, porque como ya dijimos, el Padre Mario era un Cura Sanador. Se calcula que atendió en los últimos treinta años un promedio de 2.000 personas por semana. Sus seguidores eran principalmente los humildes, pero también muchos famosos y de renombre, como el pintor Raúl Soldi, Amalia Lacroze de Fortabat, el escritor Ernesto Sábato, el ex-Presidente Arturo Frondizi, el empresario Francisco Macri (padre del Presidente del Club Boca Juniors), e incluso el propio Ex-Presidente de la República, Carlos Menem" (2).
Marco Denevi afirmó: "Genética y educación se confabularon para hacerme adicto a la música. Mi padre, que nunca exteriorizaba sus emociones, sólo aflojaba frente a la òpera. Nací y me crié en un hogar donde se hacía música a diario, donde la música mal llamada culta formaba parte de la vida cotidiana. Todavía niño, y de la mano de mis mayores, fui a salas de concierto y al Teatro Colón" (3).
Griselda Gambaro también escribió remitiéndose a sus vivencias. Para El mar que nos trajo, "En lo que respecta a Italia, acudí a mis propios recuerdos de los lugares que se mencionan: (…) Recordaba particularmente la isla de Elba, donde sucede el relato cuando se traslada a Italia. La había visitado hacía muchos años, conocido a los descendientes de Agostino, quienes me acompañaron al pueblo bajo cercano a la playa y al alto, sobre la cumbre de una colina, a ‘la playa de arena y piedras romas’ " (4).
Notas
- Varios autores: Enciclopedia Visual de la Argentina. Buenos Aires, Clarìn, 2002.
- S/F: "José Mario Pantaleo", en www.losenigmas.gov.ar
- Delaney, Juan José: Marco Denevi y la sacra ceremonia de la escritura: una biografía literaria. Buenos Aires, Corregidor, 2005. 244 pp.
- Gambaro, Griselda: "Crónica de una familia", en Clarín, Buenos Aires, 25 de febrero de 2001
Veneto
Gigliola Zecchin, más conocida como Canela. "Llegó al país a los diez años. Estudió Letras Modernas en la Universidad de Córdoba. En 1962 inició su carrera presentando los programas vespertinos del canal 10 de la Universidad de Córdoba. (1). " ‘Recién ahora, cincuenta años más tarde, estoy logrando indagar sobre mi propia historia y sobre la guerra que me hizo llegar a Argentina separándome de mis padres y abuelos. El exilio tiene consecuencias terribles en los niños, sentimientos de miedo, insomnio, pesadillas. De esto se trata el desarraigo, de sacar algo de raíz’, concluyó" (2). Es la autora de Paese (3) y Arte povera (4), entre otras obras.
Horacio Spinetto recuerda a un paragüero inmigrante: "Conocí hace tiempo a Cesare, un paragüero que alternaba su recorrido entre los barrios de Villa del Parque y Caballito, era un hombre muy amable que realizaba sus trabajos con una gran calidad. Era italiano, de Venecia, cuando cumplió la mayoría de edad, y con el oficio ya aprendido, se dedicó a recorrer el mundo. Fue así que llegó a Buenos Aires, ciudad que lo atrapó definitivamente, aquí se casó y formó su familia. Un día de diciembre de 1961, luego de entregar todos los paraguas reparados, desapareció y nunca más se lo volvió a ver" (5).
Notas
- Sosa de Newton, Lily: Diccionario Biográfico de Mujeres Argentinas. Buenos Aires, Plus Ultra, 1986.
- Irigoyen, Pedro: "MESA REDONDA Aquel exilio, este exilio, la misma tristeza", en Clarín, 28 de febrero de 2002.
- Zecchin, Gigliola: Paese. Buenos Aires, De la Flor, 2000.
- Zecchin, Gigliola: Arte povera. Buenos Aires, Paradiso, 2006.
- Spinetto, Horacio: "El Paraguero y El Bastonero", en www.dgpatrimonio.buenosaires.gov.ar.
Sin mención de origen
En La gran inmigración (1), de Ema Wolf y Cristina Patriarca, se reproducen algunas "Cartas de recién venidos". Son las siguientes:
"De Vittorio Petrei, en Jesús María (1878): "Nosotros estamos seguros de ganar dinero y no hay que tener miedo a dejar la polenta que aquí se come buena carne, buen pan y buenas palomas. Los señorones de allá decían que en América se encuentran bestias feroces: las bestias están en Italia y son esos señores".
"De Luigi Basso, en Rosario (1878)": "He pensado en marcharme a Montevideo, y si no hay trabajo me voy al Brasil, que allí hay más trabajo y al menos tienen buena moneda, no como aquí, en la Argentina, que el billete siempre pierde más del veinte (por ciento) y no se ve ni oro ni plata".
"De Girolamo Bonesso, en Colonia Esperanza (1888)": "Aquí, del más rico al más pobre, todos viven de carne, pan y minestra todos los días, y los días de fiesta todos beben alegremente y hasta el más pobre tiene cincuenta liras en el bolsillo. Nadie se descubre delante de los ricos y se puede hablar con cualquiera. Son muy afables y respetuosos, y tienen mejor corazón que ciertos canallas de Italia. A mi parecer, es bueno emigrar".
José Brendel relata los problemas que tenía un sacerdote italiano. Olga Weyne transcribe ese testimonio: "(En 1913): ‘El tiempo de la ausencia del padre Kotulla (uno de los más recordados sacerdotes del Verbo Divino, en colonia San Miguel), fue cubierto provisoriamente por un sacerdote italiano, recién llegado, que no hablaba ni el alemán ni el castellano, pero que con su bondad y sus expresivos ademanes italianos, se hizo querer, ya que no entender, por la población. Se llamaba Juan Sciortino. Sus sermones eran un acopio pintoresco de varias lenguas, pues también hacía sus ensayos en alemán, que le enseñaban los monaguillos y que él mismo repetía después en el altar, con abundante transpiración aunque con vano intento. Los niños eran sus predilectos y para ellos siempre tenía golosinas; (…) San Miguel guarda un recuerdo cariñoso del Padre Juan y quiere que estas líneas sean un homenaje a su vocinglera bondad" (2).
Deyacobbi:, nacido en 1886, quien, a los dieciséis años, "se embarcó como polizón siendo descubierto a los pocos días quedando a cargo del panadero del barco que le enseñó su oficio y le dio al llegar a Buenos Aires una recomendación para la empresa Molinos Río de la Plata" (3).
María Pizzul de Russian nació en Mossa, Italia, en 1901. Vive en Buenos Aires "desde 1924, cuando con su marido ‘fuimos a vivir a un conventillo de Chacarita que dejamos cuando compramos un terreno en Agronomía’, barrio que, desde entonces, nunca abandonó" (4).
Angelina Pagano nació en 1889; falleció en Buenos Aires en 1962. En "Desde Angelina Pagano, el teatro se hizo niño", leemos: "En la historia de¡ teatro argentino para chicos se pueden delinear dos épocas. La primera va desde los años 20 hasta principios de los cuarenta, con esporádicas representaciones de compañías españolas y argentinas, como las de Camila Quiroga y Angelina Pagano, el teatro infantil del Labardén, un centro formativo que fue un semillero notable -con obras de Alfonsina Storni -, y el elenco que en la sala Juan B. Justo dirigió Enrique Agilda. La segunda etapa se inició en 1955 cuando Roberto Aulés -surgido de los elencos de Agilda- creó y dirigió el Teatro de los Niños. Angelina Pagano fue la fundadora del Teatro Infantil, primero en su género, que desarrolló presentaciones regulares en los teatros San Martín, Ideal y Smart La compañía estaba formada por niños de entre cuatro y quince años, algunos de los cuales -como Ángel Magaña, Irma Córdoba, Marcos Zucker y Rosa Rosen- se incorporarían años después a importantes elencos profesionales" (5).
Pierina Dealessi nació en 1894; falleció en Buenos Aires en 1983. "Desde el magma mental de mis imágenes –escribe Mariliflores-, me llegaron Pinky y Cacho Fontana. Maratónicas horas frente a cámara. Pierina Dealessi, donado todas sus joyas y sus bienes, ganados en mas de sesenta años de dura labor en las tablas de los teatros. Mujeres compitiendo en tejido de bufandas y abrigos para los soldados. Las toneladas de alimentos donadas por empresarios y por los pobres también…Todo eso perdido definitivamente en el desconocido destino de la estafa, sin que ningún periodista ni juez, investigara" (6).
Iris Marga nació en 1901; falleció en Buenos Aires en 1997. En una entrevista, le preguntaron: "¿Es cierto que usted estuvo sentada en las rodillas del general Roca y en esa posición le recitó La avispa Teresa?". Ella respondió: "Sí, mi mamá era profesora de idiomas de la familia De Vedia y un día la acompañé a ella y dio la casualidad de que estaba Roca. Parece ser que yo era muy simpática de chica y el general me pidió que le recitara algo. Entonces me senté en sus rodillas y le recité La avispa Teresa en italiano" (7).
El actor y empresario teatral Darío Vittori nació en 1921; falleció en Buenos Aires en 2001. Su nombre verdadero era Melito Darío Spartaco Margozzi. "Llegó al país de niño. Debutó en teatro en la obra Bettina, más tarde actuó en puestas como Paula y los leones, El padre de la novia y Las píldoras. En la década del 60 presentó obras de teatro desde los sets televisivos, en el ciclo Teatro como en el teatro, al que le siguieron El Teatro de Darío Vittori y Humor a la italiana. Como empresario se destacó como uno de los pioneros de las temporadas estivales en Mar del Plata. En 1963 debutó en cine en el filme Los que verán a Dios" (8). En cine fue, también, su última actuación.
"Luca Filiziu tiene 82 años y es uno de los primeros inmigrantes italianos que a mediados de siglo pasado trajo al país esa costumbre gastronómica que para los nativos resultaba extraña. Ahora ha vuelto a despuntar el vicio: a falta de quinta, cría caracoles en el balcón de su departamento, en el barrio de Constitución. ‘En la Argentina tenemos que buscar los platos con nuestro propio estilo’, dice, mientras saca del horno una fuente con brochettes de caracoles envueltos en panceta y otra con lumaches (como se denominan en italiano) en salsa picante" (9).
Giorgio Bortot escribe que a los inmigrantes "se les exigió: 1) ser preferentemente europeo; 2) ser de sana y robusta constitución, exenta de enfermedades y malformaciones que alteren su capacidad laborativa presente o futura; 3) asegurar que no venían a practicar la mendicidad, y la mujer adulta, además, a ejercer la prostitución; 4) declarar su religión; 5) viajar en segunda o tercera clase; 6) residir en zonas determinadas; 7) al llegar, tomar otros recaudos para asegurar la defensa social". Y agrega: "pocos se enteraron de tales restricciones. (…) El que escribe fue traído de niño y debió acatar aquello" (10).
En el Hotel de Inmigrantes nació, en 1947, Américo Fiorentini. Su hermana Aurora, afincada en Bariloche, escribe: "Ni bien llegué a la Argentina, junto a mis padres, en 1947, tuvimos que quedarnos más de un mes en el hotel de inmigrantes, cerca del puerto de Buenos Aires. Mi padre, profesor italiano en el exterior, enviado por el Gobierno italiano, tenía que presentarse en la Dante Alighieri de Santa Fe para asumir su dirección y mi madre también, como maestra. Mi madre estaba embarazada de 8 meses y a nuestra llegada resultó claro que el bebé no tenía intenciones de esperar demasiado para nacer. Trámites, mudanzas, trabajo no formaban parte de sus planes y por lo tanto ellos tuvieron que esperar a que naciera antes de retomar sus obligaciones. Mi hermano, de nombre Américo, nació 15 días después de nuestra llegada y mi madre salió en los diarios porque, como siempre, la prensa está a la caza de noticias algo extrañas. Puesto que en la Argentina está en vigor la ley de la sangre para lo que se refiere a la ciudadanía, los periodistas anunciaron que una inmigrante italiana, apenas llegada, había donado un hijo a su patria de adopción. Es de notar que el sensacionalismo no es un invento actual" (11).
La Navidad en la nueva tierra es evocada por los inmigrantes, a veces comparada con la de sus países de origen. María Cuda escribe: "Desde que vivo en la Argentina, mi Navidad es distinta, porque a pesar de ser gran parte de la población de Capital y Gran Buenos Aires de origen europeo, mantiene sus costumbres en forma muy variada. Tal vez por eso y más allá del respeto a los preceptos religiosos que la gente continúa observando, me resulta contradictorio encontrar el clásico pavo, las frutas secas y el pan dulce, en un clima netamente veraniego. Encuentro la justificación en la nostalgia, la tradición y el amor que el inmigrante siente por su tierra lejana, pero tan cercana aquí en el corazón. Por eso, las Fiestas mantienen, también en este país, el espíritu de unidad familiar y son motivo de intercambio de presentes. Algunas expresiones cambian y, en vez de ser la ‘Befana’ y medias, son los zapatos, el pasto, el agua para los camellos de los tres Reyes Magos. Finalizando, diría que el espíritu común es el deseo de buenos augurios y el sentimiento compartido de la creencia en Dios, Nuestro Señor" (12).
Milena Gastaldo Brac, sicóloga social, explica el efecto que el viaje tuvo en su espíritu: "ese barco que una vez me trajo de Italia estaba siempre ahí y aparecía ante cualquier anécdota como si fuera un hueco sin tapar. Tenía una enorme sensación de orfandad, de carencia". Hasta que viajó y "el milagro sucedió en la iglesia, con la nieve cayendo sobre el pueblo: ya no sentí más el vacío en el pecho, ni la necesidad de Italia; la había aprehendido. La pude juntar, tomar y metérmela en el alma, en el gran cofre de los dulces recuerdos junto a los villancicos navideños. En ese mismo momento sólo ansié volver a Buenos Aires, al calor de mi país nuevo y de mi familia nueva, de hijos y nietos argentinos" (13).
Rosa Marafioti es la autora de "Carta a mi pueblo", en la que expresa: "He vuelto: Aquí estoy, después de tanto tiempo. ¿Me recuerdas? Yo sí te recuerdo, jamás te olvidé. Estoy segura de que tú también lloraste al verme, aunque no haya visto tus lágrimas, porque una madre siempre llora al ver a una hija que desde mucho tiempo no veía, estoy segura de que te emocionaste tanto como yo" (14).
Da algunos ejemplos del habla de ciertos inmigrantes italianos: "Pantaleón había llegado a Buenos Aires en el año 1949, después de la guerra infame que diezmó Italia y los obligó a emigrar. Pantaleón no podía decir huevos, ni hasta luego, pero no quiero extenderme sobre él, porque habría mucho que contar. Se empeñaba y porfiaba que los huevos se llamaban huovos, y se decía, hasta luogo. Mi tío Pepe quería vender cascotes, y puso un cartel en su casa: Se vendino cascotie. Mi suegro decía que en Italia se decía monga y cirola, por ciruela y monja, incantato por candado. Una paisana que quería comprar manteca, pedía burro, y el feriante le decía que no vendía burros, ella le mandaba una puteada, al uso nostro, y se iba enojada" (15).
El periodista Santo Biasatti expresó: "mi viejo fue un inmigrante que llegó y estuvo un día en el hotel de inmigrantes de Retiro. Llegó un viernes, el sábado salió, el domingo fue a comer a casa de unas personas del pueblo y el lunes fue a laburar. Y nunca habló bien castellano. Pero como él no había podido quería que su hijo fuese al colegio y se rompió el traste para que su hijo pudiese estudiar" (16).
La cantante Estela Raval recuerda a su padre: "Mi viejo era un inmigrante italiano que llegó con una bebita en brazos. Su mujer, en Italia, falleció cuando dio a luz a esa criatura. A los pocos meses de llegar conoció a mi mamá, que tenía catorce años, la pidió en matrimonio a mi abuela que no sé cómo se la dio y a los quince la hizo madre. Mi mamá crió al hijo que nacía, Manuel, y a esa nenita que trajo mi papá de Italia" (17).
"La Italia de mis padres" se titula el ciclo de charlas que ofrece Carlos Frangi en el Museo Municipal de Arte López Claro, en Azul, provincia de Buenos Aires.
Por conocer poco el idioma, Carlos Vergiati, padre de Julián Centeya, no pudo ejercer en la nueva tierra su profesión: "Llegados al país, se instalaron en San Francisco, pueblo de la provincia de Córdoba, lugar en el que el padre trabajó de carpintero, ya que su escaso conocimiento del idioma le impedía desarrollar su actividad periodística" (18).
"Entre los diferentes aspectos de la construcción –escribe Horacio Spinetto-, uno de los más notables, dado que "pone la cara" al edificio, es el del tratamiento de la fachada. Ahí es donde desarrollaba su experiencia y su habilidad el frentista, personaje, que cuando era bueno, resultaba muy solicitado. En su mayoría fueron de origen italiano, que en su país natal fueron maestros del estuco, hombres rudos que se trepaban con gran agilidad por los andamios mientras iban componiendo el frente de una casa, esa suerte de rompecabezas que determinaba la personalidad de la construcción, aquí inventaron un revoque imaginativo que copió la piedra hasta en sus más pequeños detalles. "Los cortes, las tallas, todo: dureza más, dureza menos, igualito que en París", como escribiera Alicia Dujovne Ortiz en su artículo "Buenos Aires, alma de piedra París". Las casas chorizo, ese clásico de la arquitectura porteña, representan un buen catálogo de la obra de los frentistas.
La mayoría de las fachadas de estas casas fueron realizadas en revoque símil piedra. Con este material, tradicional en nuestro medio, se sustituía la escasez de canteras y la falta de desarrollo constructivo en piedra. La habilidad técnica y artesanal de los frentistas, lograba una excelente imitación, tanto de color como de textura, de la verdadera piedra París. Esta técnica en la ejecución de fachadas resultó muy difundida, determinando una impronta característica en el paisaje urbano de Buenos Aires y de muchas otras ciudades del país, como en Balcarce, donde el frentista italiano Fangio realizó una intensa labor. Allí nació, en 1911, su hijo Juan Manuel, con el tiempo extraordinario quíntuple campeón mundial de Fórmula 1" (19).
Juan Fazzini recuerda que su madre los impulsó a emigrar: "Fue Rina quien alentó a la familia a dejar Italia y venirse a la Argentina para escapar de la miseria que había dejado la Segunda Guerra Mundial. ‘Es una tierra donde no hay hambre y no hay guerra’, le decía a su esposo Pedro, que era mecánico de vuelo" (20).
Ana Padovani dice: "mi abuelo me contaba que cuando vino en barco a la Argentina, los pasajeros de la primera clase bajaban a la bodega para oír los relatos de los inmigrantes de tercera clase" (21).
En "16 de Junio de 1982", escribe Marili Flores: "Esas idas a la Pza. Ramírez con la gurisada del barrio en mi Citroen en manifestaciones multitudinarias con binchas y banderitas celestes y blancas se convertían ese atardecer en la violada utilería de una puesta de teatro del absurdo y nosotros, actores que grotescamente festejábamos un conflicto bélico. Esos bocinazos me aturdían, ahora. Esos con los que, estentóreamente expresábamos en patrioterismo de mundial de fútbol la dramaturgia horrorosa de una guerra. Lo que me impidió entenderlo al Nonno Juan, cuando en el asado de aquel domingo me preguntaba en su cocoliche, "ma caraco que festeca?! Una guera?" y pensé, cincuenta años en este país, pero no es argentino, no entiende . Esa tarde sentí al Nonno, creciendo otra vez desde su sabiduría, desde mi dolor" (22).
De su nona Francesca, dice la actriz Virginia Innocenti: "era perfecta. Estaba casada con el abuelo Francesco. Era la típica abuela italiana, de pelo blanco, que jamás se puso una gota de maquillaje; zurcía la ropa, preparaba dulce de uvas y cappelletti. Esa era la mamá de mi papá" (23).
En "Las monedas del nonno Pepe", escribe una nieta nostálgica: "Todavía recuerdo esos domingos a la hora de la siesta, eran 5 las cuadras que había que recorrer de mi casa hasta la del Nonno Pepe, así que mi papá me tomaba de la mano, me ubicaba del lado de la pared (nunca del lado del cordón) y salíamos a veces solos, otras con mis hermanos a cuesta, a ese mundo de olor a salsa pomodoro, a maní recién tostado, y a flores adornando los portarretratos de los difuntos de la familia, nunca había gritos, claro, solo vivían allí los nonnos, y la casa permanecía en silencio hasta que se llenaba de nietos. Yo, la verdad, nunca me fijé con qué se entretenían mis hermanos allá, pero jamás me voy a olvidar la colección de monedas que se guardaban custodiadas bajo la severa mirada de la nonna Anna, en un bolsita cosida a mano y en forma de largo tubo. Debían ser más de 500, pienso ahora. Eran "el tesoro" y solo yo podia jugar con ellas; en realidad, a cada nieto que entraba a la casa, para que no molestara mucho, se le daba la bolsa, pero como íbamos por separado, no nos enteramos hasta ya crecidos" (24).
Muchos italianos fueron pescadores, en Mar del Plata. Un descendiente se refiere a la vida cotidiana de uno de estos inmigrantes: "A Juan Carlos D’Amico lo llaman Chupete. (…) A Chupete le gusta su profesión, la misma de su padre y de sus dos abuelos italianos. Para ellos, toda la vida giró en torno a la pesca. ‘Mi abuelo llegaba a la casa, se lavaba y preparaba el chupín. Mientras se cocinaba, tejía la red. Todos los días un poquito. Terminaba de coser, comía, y se iba a dormir hasta el otro día, que volvía a pescar. Esa era la vida de él" (25).
En la Isla Maciel, "Enrique Eusebi repara un bote averiado en el patio de su casa. El oficio lo aprendió de su padre. Pura madera de roble. ‘Ese conventillo de acá al lado, era de mi abuelita’. Eusebi, don Pocho, señala más allá de su patio. La abuela vino de Italia en 1865 y era pariente de Giacomo Puccini, dice. Una prima, si mal no recuerda. ‘Es ése que hacía música’, añade por si acaso. ‘Pobre mi abuelita, siempre decía ‘mi hanno portato a questa isola, todos indios’. Se ríe Eusebi. Sólo una tía pudo volver a la tierra de sus padres, con tanta mala suerte que estalló la guerra. ‘Y nosotros le mandábamos café y azúcar a mi tía. Mire ahora’. Cuando por fin volvió, la tía no paraba de comer" (26).
De Italia vino un antepasado de Alberto Bellucci: "Su bisabuelo Guglielmo era músico, y arribó al país a fines del siglo XIX para dirigir el viejo Teatro Colón como empresario. Pero al llegar, el teatro había cerrado y tuvo que esperar veinte años, de 1889 a 1908, mientras se construía el nuevo. En el programa de la función inaugural, del 25 de mayo de 1908, con la presencia del presidente Figueroa Alcorta, Guglielmo figura como director de la banda que aparece en el segundo acto de la ópera Aída, de Verdi" (27).
Muchos italianos eran barrenderos; la Avenida de Mayo "de continuo era recorrida por las ‘victorias de plaza’ cuya caballería impuso la necesidad del barrendero municipal, aquel a quien los chicos le gritaban ¡Musolino!, sin saber el por qué del apelativo itálico". Por esa avenida, transitaba el vendedor de "escobas y plumeros, por lo general italiano con bigotes de carabinero" (28).
"El 2 de junio de 1884 la colectividad italiana fundó el Cuartel de Bomberos Voluntarios de La Boca, el primero del país. (…) El segundo cuartel de bomberos voluntarios en el barrio surgió el 9 de enero de 1935, cuando Francisco Carbonari, capitán de los Bomberos Voluntarios de La Boca, se alejó por diferencias que hoy nadie sabe precisar y fundó el cuartel de Vuelta de Rocha en lo que era su sodería. Cuenta la leyenda que el hombre empezó yendo a apagar los incendios con su camión de reparto y que su primer socio y fundador fue el pintor Quinquela Martín" (29).
Chilo Parisi cuenta que en La Rioja, "Los paisanos italianos que vivían en el barrio de Vargas, se reunían en cada caa todos los domingos para jugar a las cartas: Tresette, Biscambra y Patrón y Sotto (patrón y subalterno). Estos juegos eran típicos de Italia. (…) En estos encuentros se estrechaban vínculos de parentesco, amistad y camaradería, siendo los juegos muy cordiales y tomándolos como en entretenimiento, de paso contar anécdotas pasadas durante la 1° Guerra Mundial (1914-1918) en la que combatieron todos estos paisanos".
Estas narraciones, las hacían cuando se tomaban un breve descanso, en la que el dueño de casa invitaba a todos los presentes a comer unas ricas sopresattas, salchichas y un buen queso, acompañado con un pan recién horneado, todo ello, preparado y servido por el anfitrión, en la que no faltaba la damajuanita de vino tinto. Cuando se iniciaba el juego del tresette o la brisocla y finalizado el mismo, se daba comienzo al Patrón y Sotto en la que venían amigos a divertirse, viendo cómo se jugaba este juego tan especial y distinto de otros. Los visitantes podían beber en cualquier momento, no así los jugadores. El juego consistía en dar 2 cartas a cada jugador, ganado el que mayor escalera obtenía, por ejemplo el 11 y el 12 eran las más altas y era elegido Patrón, el que lo seguía en la escalera, se lo designaba ‘Sotto’, estos ganadores eran dueños y encargados de administrar la bebida previo acuerdo, se determinaba la bebida a jugar, lo que era de muy poco monto".
"En ciertas ocasiones el Patrón y Sotto, invitaba a beber a todos los jugadores, en otras a algunos, a veces a ninguno y se la tomaban ellos, también se daba el caso, cuando no se ponían de acuerdo el Patrón y Sotto, se tomaba toda la bebida el Patrón. Lo gracioso era cuando se dejaba a uno o dos jugadores durante toda la tarde al ‘Urmo’ (al último) y les daban a beber unas pocas gotas de vino… para que no se les secara la boca… hasta el próximo domingo. Esto era cuando se acercaba el crepúsculo y era hora de ir cada uno a su casa" (30).
Rosa Damiana Fique, nieta del primer argentino que en 1887 se estableció en Ushuaia, recuerda a los italianos que llegaron a la ciudad alrededor de 1950: ‘-Daba gusto verlos, venían de una guerra y de pasar hambre, pero no dejaban de sonreír y de cantar… Sí, los italianos dieron vuelta al pueblo con su alegría" (31).
John Argerich afirma que los inmigrantes italianos cazaban pajaritos: "se los morfaban con polenta, como hacían los nonos, dejando sin gorriones la zona de Retiro, en que se erigía el Hotel de Inmigrantes, única posada del mundo donde daban catrera y chupi sin pagar" (32).
El pianista Bruno Gelber, "También de sus años con el famoso y temido maestro Scaramuzza guarda recuerdos entrañables. ‘Conservo una dulce nostalgia de esas horas mágicas. Sus clases eran una mise-en-scene, un ritual, y si bien es verdad que todos experimentábamos terror frente a él, porque era odioso y malo, al mismo tiempo era un santo que dedicaba su vida a los alumnos. Era un ser inaccesible, irritable y apasionado, alguien que desde un castillo lleno de música –una casa de dos pisos, en Lavalle 1982, de la que recuerdo el olor a humedad y los sillones de cuero– nos legaba sus secretos. Nos convertía en pianistas y, en verdad, estábamos hipnóticamente fascinados con su genio" (33).
En su trabajo "Del italiano al cocoliche" (34), Fernando Sorrentino escribe: "Juan Carlos Rizzo (35), entonces niño de nueve o diez años, testimonia el uso, hacia 1940, del cocoliche (no literario sino espontáneo) por parte de los italianos (los tanos) que jugaban a los naipes en el comercio de su padre: ‘ [Los criollos] jugaban al truco, al mus y al tres siete mezclándose con los tanos.
Era gracioso escucharlos cuando imitaban los dichos de los gringos tratando de traducirlos… O cuando, a la inversa, eran ellos los que, acriollándose en una imitación muy graciosa del decir de nuestros paisanos, improvisaban sus versos. Muchas veces mi padre me llamó para que los escuchara… Io sono un criocho italiano/ que parla mal la castilla./ ¡Non se caiga de la silla,/ que tengue flor nella mano…!’. En seguida seguía el divertido contrapunto, que terminaba por transformarlos en auténticos payadores: ‘ Y yo soy criollo, no gringo,/ y atajate, que te bocho:/ ¿cómo se dice en tu lengua/ contraflor con treinta y ocho?’. Terminada esa partida, o la siguiente (porque el orden no viene al caso), uno de los truqueadores gringos respondía en tono de milonga pampeana: ‘Aquí me pongo a cantare/ co la guetarra a la mano/ e le canto ¡contraflore!/ Angárresela, paisano’.
En 1956, Laura Devetach "tenía un segundo grado con cincuenta y seis alumnos que oscilaban entre los siete y los diecisiete años", en un pueblo del norte de Santa Fe. Un día –recuerda- "les pedí a los chicos que contaran los cuentos que sabían. Y ese contar fue glorioso porque salieron el lobizón, el zorro, el Pombero, ánimas, asesinatos varios, adulterios en la familia, canciones de Italia, refranes, oraciones" (36).
Máximo Yagupsky evoca un carnaval bonaerense: "siendo muchacho –estaba en segundo año del secundario nacional- iba a acompañar a un tío mío que organizó un remate en la provincia de Buenos Aires, en Maza, cerca de La Pampa. Era Carnaval. Y en Maza vivían a la sazón muchos italianos. En esa oportunidad nos han hecho gozar de las canciones líricas italianas como nadie. Aquella noche de carnaval la pasaron viviendo en Italia" (37).
En Tantas voces, una historia, Eleonora María Smolensky y Vera Vigevani Jarach destacan que, cuando arribaron los judíos italianos, "Algunos amigos argentinos judíos asumieron el compromiso de mitigar las dificultades de los comienzos. Ellos se encargaron de alojar a los recién llegados en hoteles o pensiones donde, por lo general, permanecieron durante escasos días. (…) Un segundo momento, de imprevisibles consecuencias, transcurrió en las pensiones que los hospedaron durante los meses siguientes". (38)
Manuel Enrique Pereda evoca a unos italianos que vivían en Villa Pueyrredón: "Había una vez… allá por los años 1922, una familia formada por Don Clemente Enrique Pereda, argentino, nacido en el Bajo Belgrano, y Doña Estrella Mon, española, de Galicia, con su hijo Manuel Enrique (…), que se radicaron en una pieza alquilada en la calle Argerich 4685 a un matrimonio de italianos de apellido Pettorosi que tenían tres hijos llamados Pascua, Armando y Pepa, siendo estas chicas mis primeras compañeras de juegos (…) Tengo presente a la tana Doña Emilia, de carácter fuerte y cerrado dialecto, cuando al poco tiempo de convivir en su casa, siendo carnaval, mi viejo le tiró un baldazo de agua. ¿Qué ‘rosca’ se armó! Se lo quería comer crudo. Recuerdo al viejo Don José cuando regresaba del ‘laburo’ en el ferrocarril, previas paradas en fondas y bodegones, gustando con sus paisanos el vino servido directo de la bordalesa, entrar a casa entonando canzonetas de la Italia que un día dejó para venir a ‘hacer la América’ " (39).
Escribe Horacio Spinetto: "Cuenta el pintor Aldo Severi que en sus primeros años infantiles en el barrio de La Boca, al inicio de los ´30, cada vez que aparecía el deshollinador por la plaza Almirante Brown, con su galera y sus cepillos, asustado por esa silueta negra de pies a cabeza que se desplazaba ágilmente en bicicleta, corría a buscar refugio, junto a otros chicos, en su casa de Alvar Núñez 271" (40).
En "Las fronteras históricas del legalismo", Mariano Gutierrez reproduce una carta, fechada en Villa Merced en septiembre de 1879, en la que el fraile Donati "le advertía a su compañero de las trampas en que el gobierno pretendía hacer caer a los indios". Donati escribe al M.R.P. Moysés Alavez: "Mi querido padre Prefecto: Recibí la apreciable de V.P.M.R. fecha 28 de presente. Con respecto á Ramón, consideratis considerandis, nosotros me parece que no debríamos más que aconsejarle á que se reduciese entre Cristianos á una vida civil para que despues consiguiésemos su conversión. Por ahora no usan otros términos que se entendiese con los Gefes o con el Gobierno, en cuanto á las propuestas que se hiciesen que después no se hubiesen de cumplir caeriamos en su desgracia.
Según la carta de V.P. me confirmo siempre más que los actuales gobernantes no quieren reducciones, pero si la sumisión de los indios por medio de dispersiones de ellos. En una palabra reducirlos en un estado como se halla en los tiempos presentes la nación hebrea que no forma población reunida. Es de dura necesidad mostrarse indiferente con ello, que haga expontáneamente lo que les parezca mejor. Por el contrario se nos sublevaría si viniesen con propuestas que probablemente no serán fielmente realizadas. Me buscan que vaya para hablar ellos conmigo, por que gracias a Dios me creen; pero yo no tengo datos seguros que el futuro Presidente quiera favorecer á nosotros y á los indios. Ygnoro los proyectos de él y las instrucciones que tienen los Gefes. Yvanoski me ha comunicado que Sarmiento no quería pagarle este último trimestre. Es más fácil evitar el pantano que salir caído en el. Muéstrese neutral con Ramón dígale que se entienda con el Coronel Roca. Me es doloroso usar estos términos (…). también V.P. tenga la advertencia de reflexionar bien sobre el racionamiento de Nicolás, no sea que este pobre caiga en la red como han quedado estampados aquí una cuadrilla de cautivos que comenzaron á racionarles con el título de Vaqueanos prestando servicios. A poco á poco, de vez en cuando los mandaban a descubrir el campo, en seguidos que estuviesen vestidos de paisanos reunidos en tal Fortín, la conclusión fue que ahora están gobernados por un oficial como militares veteranos. Nicolás debería pensarlo bien y determinar si él mismo quiere carne de la Patria. Se me han desaparecido un par de botas; Marquito me asegura que las ha visto en mi celda puede ser que alguno de los Padres las haya ocupado para ir a cazar; me parecía que no estuviesen allí; pregunté de ellas, son botas casi nuevas. Entró el Padre Luis, algo ha de haber sucedido. En lo que tengo encargado que no me dejen la llave a nadie. Saludo con toda la expansión de mi corazón á los compañeros, en particular á V.P. Fray Marcos Donati" (41).
El misionero salesiano José Fagnano nació en 1844 y falleció en Chile en 1916. En "El cura y el cowboy" se recuerda a monseñor Fagnano: "La Patagonia tuvo en aquellos lejanos tiempos muchos aventureros. ¡Hasta los misioneros que recorrían leguas a caballo, como el padre Mascardi, el padre Quiroga, el padre Falkner y otros tantos aventureros de la Cruz! ¿Por qué no recordar también a Monseñor Fagnano, cuando cruzaba Tierra del Fuego en 1886 a lomo de mula? … o al padre Angel Savio, remontando en 1885 el río Santa Cruz, rumbo al lago Argentino pasando por las chozas de los tehuelches. Y no olvidemos al padre Bonacina quien en 1892, en pleno invierno cruzó con un baqueano y una tropilla de Viedma a Rawson para fundar allí una iglesia salesiana" (42).
Notas
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- Fiorentini, Aurora: "Recuerdos de una emigrante italiana", en Fiorentini 3.
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- Gutiérrez, Mariano: "Las fronteras históricas del legalismo", en derechopenalonline.com.
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Varios
Alberto Giúdici transmite un testimonio de León Untroib -inmigrante polaco-, en el que se evoca la nostalgia de los peninsulares, relacionada con el fileteado: "Fueron inmigrantes italianos, en su mayoría, los que iniciaron a fines del siglo XIX este oficio que dio vida al gris impuesto por las ordenanzas municipales para el transporte público. El fileteado, con todo su colorido y su elegancia, pronto se derramó en carros, camiones, colectivos; en las pianolas y organitos que circulaban por la ciudad y también en los carritos de reparto que usaban los vendedores llegados de l’Italia. Don León Untroib, un maestro del filete, así lo decía en sus recuerdos, allá por 1974: ‘Los verduleros italianos venían y me decían: ‘-Facheme un bastimente’. Para don León, la nostalgia alimentaba el pedido: "Pienso que esos verduleros soñaban con los barcos. Pienso que dibujándolos en sus carritos de mano recordaban a los seres queridos que habían quedado en Calabria, en Sicilia, en la Lombardía: era una especie de acicate para redoblar los esfuerzos, trabajar duro, juntar el dinero para el pasaje y así reunirse con ellos’. El deseo y la nostalgia alimentando un oficio, un arte que terminó poblando las calles de Buenos Aires" (1).
María Rosa Fugazot, "la hija de la legendaria actriz de teatro, revista y cine María Esther Gamas y del músico Antonio Fugazot recordó: ‘De chica, mamá vivió en un conventillo; decía que era como la casa grande de una gran familia. Había un matrimonio siciliano y otro napolitano cuyas mujeres vivían peleando. El marido de una era motorman de tranvía y el de la otra, portuario. ¡Ah, Santa Madonna!, que al marido di questa lo strafuque il tranvia e que non quede niente di niente!, exclamaba la napolitana revolviendo su negra melena. E, que il tuo marito se caiga al aqua e se ahogue, contestaba la siciliana. Sin embargo, cuando llegaba un momento difícil, cuando un hijo se enfermaba o alguno se accidentaba, todos se unían para proteger al que lo necesitaba" (2).
José Alberto Marchi desciende de inmigrantes italianos y españoles. Gutiérrez Zaldívar se refiere detalladamente al origen del artista: "Alberto Marchi, su padre, es el tercer hijo de Carmen Ferreyra, andaluza nacida en Granada, España; y de Sillo Catullo Marchi, lombardo nacido en Mántova, Italia". El oficio del abuelo es recordado por Gutiérrez Zaldívar: "Como su padre y sus hermanos, Sillo trabajaba en la sastrería de la familia, ubicada en la Av. Las Heras, entre Ayacucho y Junín, que con orgullo contaba entre sus clientes al Dr. Marcelo Torcuato de Alvear. ‘Benigno Marchi e hijos’, decía el letrero de la puerta del local, lugar simbólico donde José encontró los hilos, ese motivo tan personal que hace inconfundibles a sus obras. Hilos reales que su familia enhebraba en el quehacer diario, y al mismo tiempo, hilos simbólicos que unen a José con su obra".
Otros miembros de la familia son relacionados por el crítico con la obra del pintor: "Sus abuelos maternos Nazareno y Angela, eran italianos, nacidos en Ancona y en Chietti respectivamente. Nazareno fue ‘pastero’ –juntaba fardos para dar de comer al ganado-, y luego por largos años trabajó como encargado en una fábrica de dulces, una rudimentaria industria de principios de siglo, que bien podría ser el escenario donde los personajes de José clasifican incansablemente extraños vegetales" (3).
Afirma Horacio Spinetto: " en el barrio de La Boca, esta tradición popular continúa con la labor de Nora Seilicovich y Omar Gasparini, creadores de muñecos y máscaras. Dijo Osvaldo Soriano: "En las paredes de chapa, como al descuido, quilombo y protesta. Un mundo napolitano y genovés que, de pronto, se vuelve guaraní y uruguayo…Curiosas figuras, con vestido gentil y caras de circunstancia o melancolía. Personajes ilusorios pero con un resto de vida. El necesario para la vieja tradición de un barrio de artistas populares. No en vano entre los personajes de Seilicovich y Gasparini está también el cordial Gardel…" Gasparini trabaja en estrecha relación con el talentoso ‘Grupo de Teatro Catalinas’ " (4).
Notas
- Alberto Giudici (Curador): "Exposiciones El filete porteño: entre el pop art y el realismo mágico" (Titulado "Bus Pop" apareció publicado en New Society, el 5 de septiembre de 1968 y reproducido en Buenos Aires por la revista Summa, en diciembre de 1986), en www rcc0102.rcc.com.ar.
- Cosentino, Olga: "Cosecharás tu siembra", en Clarín, Buenos Aires, 18 de octubre de 2000.
- Gutiérrez Zaldívar, Ignacio: Marchi. Buenos Aires, Zurbarán Editores, 1995.
- Spinetto, Horacio: "El Fabricante de Máscaras y Cabezudos", en "Los Oficios – Entre el Olvido y el Rescate", en www.dgpatrimonio.buenosaires.gov.ar.
Italianos y otros
En "La formación de una raza argentina", José Ingenieros –inmigrante italiano- se alegra de la adaptación al medio geográfico que se verifica en los inmigrantes: "Las variedades de la raza europea aquí trasplantadas sienten ya, en sus hijos argentinos, los efectos de la adaptación a otro medio físico, que engendra otras costumbres sociales. Los Andes, la Pampa, el Litoral, el Atlántico, la Selva, el Iguazú, son cosas nuestras, y solamente nuestras. Viviendo junto a ellas, las razas blancas inmigradas adquieren hábitos e ideas nuevas, hasta engendrar una variedad, distinta de las originarias" (1).
Según lo que comían, Santiago de Estrada podía reconocer la procedencia de los habitantes de los conventillos: "Encienden carbón en la puerta de sus celdillas los que comen pucheros: esos son americanos. Algunos comen legumbres crudas, queso y pan: esos son los piamonteses y genoveses. Otros comen tocino y pan: esos son los asturianos y gallegos. El conventillo es el reino de la ensalada cruda" (2).
"La gran epidemia de fiebre amarilla de 1870 es uno de los episodios que conserva vívidamente nuestra memoria nacional. Menos conocido es que la inmensa mayoría de las víctimas del ‘vómito negro’ y del terror subsiguiente fueron los inmigrantes" (3).
"Se culpó de la epidemia a los inmigrantes italianos y se los expulsó de sus empleos. Recorrían las calles sin trabajo ni hogar; algunos, incluso, murieron en el pavimento" (4).
La confluencia de inmigrantes de distinta procedencia y de criollos permite que confraternicen y que conozcan sus cocinas típicas. En una calle porteña vivió doña Catalina, la madre de Miriam Becker. En una sentida evocación que escribe poco después de la muerte de la rumana, comenta que la anciana "De sus vecinos -españoles, italianos, argentinos del interior-, había descubierto que el mejor arroz con pollo lo hacía doña María, la gallega, pero sin panceta; lo rico que eran el grelo, la nabiza y la achicoria como los preparaban los Brunetta –los italianos saben comer verduras-, y que las empanadas con la carne cortada a cuchillo de doña Pepa eran mejores que con la picada común" (5).
La escritora e investigadora Gladys Onega también habla sobre la influencia de la instrucción pública en los hijos de los inmigrantes: "A mí lo que más me atrajo, y me metí en un trabajo muy arduo y gratificante, fue el de la escritura adulta que tiene que crear un narrador niño pero con una escritura adulta. Esta fue una gran tensión que se produjo en mí con el lenguaje; y además tratar de encontrar las voces que me rodeaban en aquel momento, ya que tenía la de mi padre que hablaba en gallego con sus parientes, pero no en mi casa porque mi madre era criolla, y también la de todos los italianos que en ese tiempo hablaban realmente el italiano. Para mí era maravilloso tener todos estos sonidos. Eran todas palabras misteriosas. Los chicos que iban al colegio en el 35 y provenían del campo hablaban en italiano, y en la escuela era donde verdaderamente se nacionalizaban. Ese fue el gran factor unificador de la escuela pública" (6).
La actriz Rita Cortese recuerda la presencia inmigrante en la sociedad: "Cuando yo era chica, los inmigrantes europeos eran algo vivo y cercano. Tanos y gallegos, como decíamos, estaban allí, al lado nuestro, en la calle, en el barrio. Pesaba su manera de ser y de hablar, sus costumbres, comidas, espectáculos. Formaban parte de nuestra vida cotidiana" (7).
Los inmigrantes trabajaron asimismo en el adoquinado de las calles. Lo recuerda José Luis Corsetti, quien afirma: "De las canteras de Tandil salió gran parte del empedrado de las calles de nuestro país. Los picapedreros españoles, italianos, montenegrinos y yugoslavos fueron, desde 1870, personajes entrañables que dejaron cuerpo y alma, cuando no la vida, en cada cincelada" (8).
Hugo Nario describió la dura vida de los picapedreros: "Despeñarse, quedar aplastado por el desprendimiento de piedras o cascajo, perder un ojo reventado por una escalla o por un pinchote mal templado, morir destrozado por una voladura imprevista, caer bajo las ruedas de las zorras que bajaban cargadas de material desde lo alto de la pendiente, o carros cuyo control de descenso se perdía, y volcando arrastraban por el precipicio a caballos y conductor. Y en todo tiempo, el arresto, el allanamiento, las redadas, días y meses de encierro, la amenaza de la deportación, a veces sin proceso" (9).
El dibujante Quino expresó: "Nací en Mendoza en una familia andaluza, en un barrio donde el panadero era español, el verdulero, italiano, el otro comerciante, libanés. A los primeros argentinos los conocí en la escuela. Todos mis parientes eran españoles. Desde chico tuve una visión muy amplia. Quizás por eso a Mafalda la quieren tanto en tantas culturas distintas" (10).
En "La Argentina racista", "el escritor Pedro Orgambide analiza el costado más intolerante de los argentinos. Y describe cómo han ido cambiando a lo largo de la historia los destinatarios de la discriminación: el indio y los mestizos, primero, luego los españoles, italianos y judíos que llegaron a nuestras tierras y ahora los inmigrantes de los países limítrofes" (11).
Guillermo Saccomanno, autor de El buen dolor, afirma en un reportaje que "Aquellos tanos y gallegos que venían con una mano atrás y otra adelante también eran segregados" (12). Ellos, a su vez, despreciaban a los provincianos.
Una Noticia de la Defensoría del Pueblo acerca de la discriminación de los extranjeros latinoamericanos en 2000, afirma que "Los argumentos son viejos. Podría decirse que comenzaron a utilizarse en los últimos años del siglo anterior, cuando se responsabilizaba a los inmigrantes de origen europeo de haber traído al país ideas disolventes. Con esa excusa se dictó la ley de residencia que autorizaba a expulsar a aquellos extranjeros que desarrollaran actividades sindicales y políticas" (13).
Notas
- Ingenieros, José: "Ensayo de identidad", en Clarín, Buenos Aires, 27 de febrero de 2000.
- Estrada, Santiago: Viajes y otras páginas literarias. 1889. Citado por Jorge Páez en El conventillo, Buenos Aires, CEAL, 1970.
- Zengotita, Alejandro Ulises: "Los inmigrantes", en Revista Mayores, Año II, N° 11, 1994.
- Scenna: El día que murió Buenos Aires, citado por Zengotita.
- Becker, Miriam: "La última idische mame", en La Nación Revista, 23 de marzo de 1997.
- Onega, Gladys: Cuando el tiempo era otro. Una historia de infancia en la pampa gringa. Buenos Aires, Grijalbo Mondadori, 1999.
- Gaffoglio, Loreley: "Me acordé de un viejo amor", en La Nación, Buenos Aires, 21 de julio de 2002.
- Corsetti, José L.: "Lejos del corralito, cerca de la naturaleza", en La Nación, 27 de enero de 2002.
- Nario, Hugo: "Cortando piedra", en Todo es historia, N°178, Marzo de 1982.
- Reinoso, Susana: "Quino: ‘ Los adultos están arruinando a los chicos’ ", en La Nación, Buenos Aires, 7 de diciembre de 2003.
- S/F, en Orgambide, Pedro: "La Argentina racista", en Clarín Viva, 27 de agosto de 2000.
- Chiaravalli, Verónica: "Un corazón tomado por la memoria", en La Nación, Buenos Aires, 15 de agosto de 1999.
- Noticias de la Defensoría del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires: "Los culpables de todo. La historia se repite", en Centenario, Buenos Aires, Junio 2000.
En memorias
Friulanos
Juan Faccioli, pionero friulano, escribió sus memorias. "Según Faccioli, al llegar al Hotel de Inmigrantes se enteraron de que estaban destinados al Territorio Nacional del Chaco, donde les darían tierras que estaban habitadas por aborígenes: algunos huyeron del Hotel de Inmigrantes, pero luego de vagar sin conseguir trabajo ni comida volvieron y aceptaron llegar a Reconquista y, desde allí, a una colonia que se formaría al otro lado del arroyo El Rey" (1).
Liguria
En sus memorias, tituladas Desde ya y sin interrupciones (2), María Esther Podestá destaca que de los Podestá actores, el único que debe ser considerado argentino por derecho de suelo es su abuelo, Jerónimo Bartolomé. Los demás nacieron en Montevideo, adonde había marchado la pareja de inmigrantes ligurinos, atemorizada por el rumor de un degüello de "gringos" durante el gobierno rosista. "La familia permaneció en Montevideo desde 1851 –dice María Esther-, y allí nacieron mis tíos abuelos Pedro, José Juan (Pepe), Juan Vicente, Graciana, Antonio Domingo, y Cecilio Pablo, quien artísticamente suprimiría su primer nombre".
Recuerda a su padre, José Francisco, de quien dice que "como la mayoría de los Podestá, mi padre era músico, además de autor de comedias. Trabajó siempre, incansablemente, en los últimos años administrando las temporadas del teatro Smart de la calle Corrientes, rebautizado en 1967 en homenaje a la tía Blanca".
En otra página nos habla de Pablo, quien prodigaba su talento en diversos campos del arte: "Pero no fue sólo como actor, cómico o dramático, que Pablo Podestá proyectó su singular personalidad artística. Hacia 1910, hallándose en gira por el interior del país, estrenó con su compañía, en el Olimpo de Rosario, una obra titulada Miseria, de la que era autor. También le pertenecía la música que completaba la pieza. Asimismo, había pintado el decorado. Es decir que simultáneamente fue autor, músico, pintor y actor, hecho no muy frecuente en el mundo del teatro. Del músico que era Pablo son difíciles de olvidar los acordes que compuso para el estilo de La piedra del escándalo, sobre los versos románticos de Martín Coronado. También Pablo esculpía con facilidad. Se conserva en el Museo del Teatro el busto que le hizo de niña a Eva Franco, en 1917,cuando las representaciones de Con las alas rotas, de Emilio Berisso".
No podía faltar en estas memorias el homenaje a la tía Blanca, de quien dice la autora: "Blanca fue un crédito mayor de la familia. Me resisto a verla en el pasado porque ella avanzó en el tiempo y siguió actuando cuando muchos familiares habían dejado de hacerlo. Era una mujer fundamentalmente buena, de una imagen fuerte que encubría sus apacibles sentimientos. Como actriz tuvo la primera influencia de equilibrio de su padre y una segunda de Pablo, de quien fue primera actriz en temporadas memorables y a quien se acercó en equivalencia de temperamento".
La sobrina valora los méritos actorales de la tía: "Tal vez Blanca, elegante e imponente, se debatió siempre entre su femineidad y una voz más bien ronca. Estaba más predispuesta para el drama que para la comedia, y generalmente dramas fueron los mejores aciertos en su carrera de estrella absoluta fuera de la órbita de Pablo. Nunca dejó de representar a autores argentinos pero después del veinte hizo una apertura al repertorio internacional, en una alternancia fulgurante de varias décadas sumadas a su ya larga e intensa carrera anterior".
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