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Bajo el mismo cielo (Novela) (página 3)

Enviado por Ernest Brandy


Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7

Salieron y tomaron rumbo a Prado. Para sorpresa de Richard vio a su primo sentado a una mesa de un bar con una botella delante. Richard pensó que estaba borracho. Desde que su esposa lo había engañado y abandonado, se había dedicado a esa vida.

Richard parqueó el auto frente al bar.

__Zulema, no te bajes, espérame aquí.

Llegó hasta la mesa donde estaba su primo. Este estaba borracho. Por doquier se escuchaba el tintineo producido por los golpes de las botellas de cerveza en el borde de los vasos; risas, carcajadas, alguna que otra discusión o golpes secos dados en las mesas con los puños, a manera de demostrar la posesión de guapería. El ambiente estaba matizado por el fuerte olor a ron cubano; a comida, a cerveza, a perfume de todo tipo y a sudor descompuesto.

De la vitrola salían unas tras otras, sones, guarachas y boleros, cuyas letras hacían recordar buenos o malos momentos; amores fracasados, o…engaños que deshacen el alma en mil pedazos.

En varias mesas, algunos tomaban tranquilamente y sin mucho rebullicio. En otras, el efecto del licor provocaba cuentos y expresiones repletas de obscenidades. Algunos convertían, lo que llevaban entre las piernas, en sus vocablos predilectos.

En la barra, y en el salón, no faltaba ese tomador que recorre todo el bar ¨picando¨ uno u otro trago y es "socio de todo el mundo". Estabá el que nunca lo es, pero cuando se toma varios tragos es el más espléndido de toda la Habana; y entre gente que nunca ha visto o quizás no vea jamás, gasta lo que tiene y lo que no tiene. En la barra, el juego a los dados era cosa común. Algunos se ganaban los tragos o simplemente lo perdían todo.

El olor a cebada de la cerveza y el perfume del ron cubano ligado a las melodías salidas de las vitrolas, lograban un ambiente exquisito para quienes gustan de esos lugares para pasar un buen rato.

En el instante que Richard llegó a la mesa en que estaba su primo, se escuchaba una canción muy conocida de Orlando Contreras.

"Desengañado de bares y cantina,

de tanta hipocresía.

de tanta falsedad."

"De los amigos, que dicen ser amigos,

de las mujeres que mienten al besar…

Alberto tenía la cabeza apoyada sobre sus brazos cruzados que descansan sobre la mesa. Estaba borracho y con su adúltera mujer dándole vueltas en la mente.

__! Alberto! ¡Oye, Alberto, levanta la cabeza!_la voz de Richard se mezcló con el murmullo de los tomadores y el tintineo de botellas y vasos.

Alberto, adolorido, pensaba una y otra vez en el engaño de su mujer.

__! Alberto! __insistió Richard.

Por fin levantó su atormentada cabeza.

__¿Qué haces aquí, primo?_hablaba lento y en con el tono típico de los embriagados..

__Vamos para el carro. Te voy a llevar a tu casa.

__Ahorita, déjame escuchar otra canción más que marqué en la vitrola. Además todavía me queda un poco de ron en la botella._habló con dificultad, como si la lengua le pesara una tonelada.

En la mesa de al lado había un individuo que desde hacía ratos estaba por marcar una canción en la vitrola, pero como Alberto lo había hecho varias veces. El mulato, medio embriagado, se puso de pie y fue hasta el aparato musical y marcó, anulando a Orlando Contreras. Ernesto, se puso de pie, y dando tumbo, fue hasta el sujeto y lo insultó.

__Oye, negro e´ mierda, so asqueroso… ¿quién eres tú para que me quites mi canción? ¡So mierda!

__! Mierda eres tú ¡¡Lo hice porque me dio la gana!

El ambiente se fue poniendo tenso. El mulato golpeó en el rostro a Alberto. Y éste cayó al piso medio noqueado. Richard trató de levantarlo. Otros de los presentes intervinieron sujetando al mulato que quería seguir golpeando a Alberto que sangraba por la boca. Pensó saltar sobre el individuo y golpearlo, pero estaba medio mareado. Otro, entonado por los tragos, quiso cogerse el problema para si y trató de pelear con el mulato, pero los demás los apartaron. Una de las mesas próximas a ellos se viró y vasos y botella se estrellaron contra el piso formando tremendo reguero de vidrios rotos, y un charco de cerveza y ron.

En esos instantes un carro patrullero de la policía llegó y del mismo salieron varios agentes y se dirigieron al lugar. Cuando el mulato vio a los agentes salió corriendo y no lo pudieron coger, pero a Alberto lo sujetaron entre dos policías y forcejeó con ellos inútilmente. Richard trató de explicar lo ocurrido pero no lo escucharon

_Oiga, mire deje explicarle…

_Usted, tiene que acompañarnos también.__dijo el Cabo de la policía.

__Mire, yo vine a recoger a éste que es mi…

Con tono prepotente el policía a penas lo dejó explicar.

__No me explique nada, en la Estación lo dice todo. Vamos.

El policía trato de empujar a Richard, pero éste lo esquivó.

_Tengo mi carro hay parqueado.

__Bueno, siga detrás de nosotros.

Zulema estaba muy nerviosa en el auto. Trató de salir pero no lo hizo porque Richard se acercaba. El corro patrullero había salido rumbo a la estación de la Policía.

__¿Mi cielo, te sucedió algo? Estoy nerviosa por esa bronca que formó el testarudo borracho de tu primo._lo dijo asustada. Era la primera vez que presenciaba una bronca.

__Tenemos que ir para la Estación de la policía.

__¿Por qué?

_Allá lo sabrás.

Richard puso en movimiento el auto y le impregnó velocidad hasta que logró alcanzar al patrullero. Ambos vehículos parquearon frente al edificio policial y los azules _uniforme de la policía _ sacaron a empujones a Ernesto y lo llevaron al interior. Detrás iba Richard.

Unos de los uniformados empujó y golpeó por la espalda a Ernesto que trataba de soltarse de sus manos.

__Abusadores, suéltenme, coño, yo no he hecho nada. __decía forcejeando.

__! Mételo al calabozo y échale un cubo de agua encima!__ordenó el jefe.

__Eso no deben hacerlo._dijo Richard visiblemente indignado por los golpes y el trato dados a su primo.

__! Tú te callas la boca. Mira que te…!_el Cabo vestido de azul levantó su diestra en señal de agresión, pero el doctor lo neutralizó.

__Si me golpeas, te va acostar muy caro, Cabito. —dijo Richard visiblemente indignado, y con el tono que lo dijo, hizo pensar al policía que él no era un individuo cualquiera. A pesar de todo el Cabo mantuvo su prepotencia.

__Eso es una falta de respeto. Ven, para que veas que yo no creo en nadie. _vociferó el cabo con cara de león.

Richard y el cabo forcejeaban cuando el Capitán jefe de la Estación hacía acto de presencia.

_¿Qué pasa aquí, Cabo?__por la forma que lo preguntó y con la cara que tenía el Capitán, el cabo se tranquilizó y trató de explicar a su manera lo ocurrido.

__Este sujeto estaba con otro que metimos al calabozo en una bronca en un bar y ahora aquí me faltó al respeto, Capitán. —lo dijo indicándole a su jefe que se trataba de Richard.

El Capitán miró serio a los ojos de Richard y lo interrogó.

__¿Quién eres tú y que tienes que ver con todo esto? ¡Habla claro y rápido, antes de que pierda la paciencia!

Más que una advertencia había sido una amenaza.

__Soy el doctor Richard Fernández. Mucho gusto. _le tendió la mano al oficial y éste le devolvió el gesto con indiferencia _ vine porque mi primo tuvo un problema en un bar, yo intercedí y entonces…

El capitán, con cara llena de huecos y el rostro descompuesto no lo dejó terminar.

__No me ande con mucha bobería y dime qué tienes que ver con este lío. A lo mejor ese primo tuyo y tú simpatizan con los comunistas.

Richard se indignó mucho más.

__No le permito esa falta de respeto, Capitán. Usted está muy equivocado y se puede buscar un problema por lo que dijo, además…

El Capitán se puso tenso. Andaba cerca de los cuarenta años; mediana estatura, gordo y autosuficiente midió a Richard con una mirada de desprecio de pies a cabeza y con mal gesto se dirigió a él.

__! Quién carajo te crees que eres para que me hables así! !Insolente! Te voy a meter a un calabozo y te voy a enseñar que al Capitán Tamayo hay que respetarlo. ¡Cabo Sánchez!

El Cabo hizo acto de presencia al instante. Zulema que había escuchado todo desde afuera entró asustada.

Se dirigió al Capitán.

__No puede hacerle nada, él solo ayudó a su primo. Además…

El Capitán la miró sorprendido y no la dejó terminar.

__Ahh, pero si viene acompañado. Y qué bien está._dijo y miró de arriba a bajo a Zulema__A lo mejor es una comunista también. ¿Es hija suya…?

La pregunta del odioso Capitán irritó a ambos.

__Ahhh. Ya entiendo._lo dijo con una sonrisa malévola en los labios, luego abrió la boca para decir algo más sobre el asunto, pero cómo no lo consideró importante calló.

_Eso a Usted no le interesa, Capitán, y necesito que me deje hacer una llamada.

Richard lo dijo indicando el teléfono frente al cual había un policía mayor de pelo blanco por las canas que no intervino en nada. Parecía otro tipo de persona.

_¿A quién vas a llamar, a Fidel Castro en la Sierra Maestra. Donde se esconde no hay teléfonos, so bobo._una vez que lo dijo soltó la carcajada y los demás policías lo secundaron, menos el que estaba frente al teléfono. Los insultos de Ernesto se escuchaban. Venían de la celda donde lo encerraron.

Richard estaba a punto de estallar, pero se controló.

_¿Usted me va a prestar o no el teléfono?

__Dime a quién vas a llamar.

__! Al Coronel Ventura!

__¿A quién? ¡Repíteme eso!_exclamó sorprendido el Capitán hizo una mueca extraña. Después sonrió.

__Ya te dije que a mi amigo el Coronel Ventura Novo.__dijo Richard con firmeza y seriedad en su rostro__ Yo no estoy amenazándote, ni tampoco faltándote al respeto; pero si tú no me prestas el teléfono para llamarlo, te va acostar muy caro incluso te puede costar ese trajecito y esos grados que llevas puesto, ¿qué te parece, capitancito?

Las risas del Capitán y los demás agentes desaparecieron. Las prepotencias también. En la cara del Capitán Tamayo. Se vislumbró asombro y estremecimiento. Ese nombre desarticulaba a cualquiera.

_Eso es mentira, Capitán. Lo hace para impresionarlo a usted._gritó otro corpulento y enjuto policía con piel de ébano.

_El Coronel no tiene amigos comunistas._dijo el capitán sonriendo muy ufano y volvió a sonreír.

_Que yo sepa Ventura no es amigo de comunistas; y eso se lo vas a tener que decir en su propia cara, ¿Qué te parece, Capitancito?

__! Mira,…_intentó golpear al Dr. Pero se aconsejó.

El gesto viril y la palabra enérgica de Richard lo frenaron.

__! Cuidado, Capitán ¡ ¡ Contrólese ¡

_¿Me vas a prestar el teléfono o no, cojones?_dijo Richard con rabia. El era así; explosivo.

__Está bien haga la llamada._en su rostro había odio y se asomaba la impotencia.

Richard fue hasta el teléfono, y sin pedirle permiso al soldado canoso, levantó el auricular y marcó. Al instante estaba en línea el Coronel Ventura.

Los policías, llenos de curiosidad, se fueron discretamente para ver en qué paraba aquello. El canoso se sentía contento, pero no lo demostraba. Odiaba al Capitán Tamayo al igual que varios de los agentes allí presentes, por la prepotencia y la mala forma que éste usaba con ellos.

_ ¡Hola! Es el doctor Richard… ¿Cómo se siente, Coronel ?…Me alegro…Le llamo desde la Estación de Policía de Monserrate…No, no estoy preso…casi, casi lo estuve…_dijo y sonrió—Si, Coronel, yo le expliqué al Capitán, pero…si, me ha faltado al respeto varias veces. Hasta me calificó de comunista…si es un mal educado…Yo traté de explicarle pero…si, trató de agredirme, pero no lo hizo…tengo un primo preso aquí porque borracho trató de formar un lío, pero no pasó nada…si…si…incluso este señor me tildó de comunista como le dije antes y a mi primo también… ¿Usted viene para aca´?

Richard charlaba con la persona que estaba del otro lado y a Tamayo le parecía mentira. No creía que fuera Ventura pero los demás policías, viendo y escuchando a Richard, estaban seguros que era él. Todos estaban muy serios y alguno que otro le susurraba al oído al de al lado sobre las consecuencias que tendría que asumir el Capitán.

__Entonces lo espero aquí…si…si…aquí lo tengo frente a mí…ok.

Richard le entregó el auricular telefónico al Capitán.

__A sus órdenes, Coronel…Bueno mire, yo…

En la medida que Ventura le hablaba el Capitán iba poniéndose pálido. En su rostro ya se notaba el miedo. Le estaban hablando fuerte, como nadie lo había hecho jamás. En las palabras de Ventura hubo de todo.

__Si…si…como Usted ordene, Coronel. Yo, yo, mi…mire, no sabía quien era. Si, u, u, usted tiene razón. Si…si, enseguida.

Tamayo tartamudeó, tembló, pensó que el cielo le iba a caer encima. Colgó. La mirada hacia Richard fue más bien suplicante. Ventura estaría allí dentro de un rato y sabía lo que le esperaba.

_¿Qué, Capitancito, ahora qué me dice? A ti, te dieron órdenes de que sacaras a mi primo de la celda y lo soltarás, así que acabe de hacerlo.__Zulema sonrió y él también.

Zulema aprovechó y atacó.

_Qué, Capitán, se le acabó la guapería?

La pregunta de la linda bailarina acabó con los últimos reductos de prepotencia que habían quedado en el oficial. No le quedó otro remedio que aplicar la sumisión.

__Discúlpenme, por lo ocurrido, no sabía que era buen amigo del Coronel. Uno se equivoca a veces…

Se viró hacia el Cabo y le ordenó:

__Cabo Sánchez, saque al borracho de la celda y tráigalo, ¡Y hágalo con cuidado.

Richard y Zulema sonrieron.

Como sabían que el Coronel podía llegar en cualquier momento, varios soldados fueron abandonado el local. Algunos salieron a la calle, otros abordaron el carro patrullero y se alejaron. Allí solo quedó el cabo Sánchez, el policía que estaba sentado junto al teléfono, dos agentes y el Capitán Tamayo.

Alberto estaba empapado de arriba abajo. Como la noche estaba fría, temblaba de pies a cabeza. A penas podía hablar por los temblores. Con la ayuda de Zulema y un policía fue llevado al auto de Richard. Lo acostaron en el asiento trasero y ella y se quedó con él. El policía se quedó recostado a la puerta delantera donde estaba Zulema

_No quiero estar en el pellejo del Capitán, Señora.__dijo y encendió un cigarro.

__Ese es un fresco. Tú verás lo que le va a pasar.

El policía no había terminado de expeler la primera bocanada cuando dos autos negros llegaron aparatosamente. En el asiento delantero de uno de ellos venía el Coronel Ventura sentado en la ventanilla, detrás, el Capitán Ramón Vázquez y Eladio Caro. En el otro carro viajaban cuatro agentes armados con ametralladoras con cañón recortado. Eran de la escolta del Coronel.

Ventura, como siempre, vestía guayabera blanca. La usaba mucho. Su sola presencia y su fama, le impregnaban un carisma siniestro que provocaba miedo, incluso en sus subordinados. Eso era lo que estaba sintiendo Tamayo en esos instantes. Al Capitán le temblaba todo el cuerpo.

Entraron a la Estación de la Policía y Ventura saludó amigablemente a Richard. Este reciprocó el saludo con dos palmaditas en los hombros. Tamayo y los demás agentes, se pusieron en la posición de atención y saludaron militarmente. El Coronel a penas contestó al saludo. Charló unos instantes con Richard y le sugirió que se marchara, ya qué él discutiría con el Capitán lo sucedido.

__¿Oye, animal!…,ya te disculpaste con el Doctor?—le preguntó a Tamayo que solo atinó a responder con un monosílabo.

__¡Si!

__¡Sube y espérame allá arriba!

Tamayo subió precipitadamente la escalera que conducía a la segunda planta del edificio de la Estación Policial.

Richard se despidió y salieron rumbo a casa de Alberto, su primo. Una vez dejado allí, Zulema y él se dirigieron a casa de la bailarina.

Sentados en la sala del apartamento Zulema le llevó un vaso conteniendo Carta Bacardí y ella optó por tomar una Coca _Cola. Charlaron un rato sobre todo lo sucedido. Ambos se sentían extenuados. La noche había caído y Richard, una vez ingerido el líquido alcohólico, decidió marcharse.

__¿Cuándo vuelves?

__Mañana por la noche.__dijo y la besó ligeramente en los labios.

__Mañana tengo trabajo en CMQ. Por la tarde tengo ensayos.

_-Bueno lo dejamos para pasado mañana. Te voy a llevar a Tropicana.

__Te espero temprano. –ella lo besó.

Se despidieron y Richard se marchó.

9

Es viernes doce de diciembre. El mes se iba volando. A pesar de que en la Habana seguían los sabotajes, las bombas a medianoche y los encuentros entre los miembros del Movimiento 26 de Julio y la policía, la ciudad parecía estar en relativa calma en comparación con ciudades como Santiago de Cuba, Santa Clara y otras en Oriente.

Marta Fernández, esposa de Batista el Presidente, estaba en boca de todo el mundo por sus colectas para la "Fundación Varona Suárez." Estos fondos la Primera Dama los destinaba a costear el tratamiento a ciegos.

Por su parte, el General de Banes, el día 7 de diciembre, fecha en que se conmemoraba un aniversario más de la muerte de Maceo, llegó hasta el Cacahual, lugar donde cayó el Titán de Bronce, en compañía de Pancho Tabernilla Dolz. Ambos depositaron flores en el Mausoleo y luego una Banda de Música ejecutó la pieza: "Más cerca de ti, Dios mío".

Herbert Sánchez, que representaba a la Juventud Maceista, portaba una antorcha traída desde Santiago de Cuba y se la entregó al Presidente.

Batista saludó a un familiar de Maceo y luego se encaminó al estrado donde pronunció un encendido discurso. Fue enérgico. Se sentía orgulloso de ser hijo de un veterano que había dado su vida por este país.

El viernes doce; su esposa Marta, donó un corazón artificial al Hospital Clínico Quirúrgico "Mercedes del Puerto." Este instrumento era muy importante para los enfermos cardíacos cuando eran sometidos a operaciones en las que necesitan circulación sanguínea artificial.

Richard estaba preocupado porque no había sabido nada de Cristina y los muchachos. Alicia igual.

Estaba sentado frente al televisor. Celina y Reutilio cantaban "Santa Bárbara". Antes, había visto una grabación que le hicieron al cantante español Pedrito Rico.

Pedrito tenía mucha popularidad en Cuba. Sus canciones eran muy tarareadas, sobre todo: "La perrita pequinesa." Aquí se le había entregado el "Disco de Oro". En Venezuela, el "Guacaipuro."

Se disponía a cambiar de canal para ver las aventuras del detective Charlie Chan, en el canal 7, cuando sonó el teléfono.

Tomó el auricular y para sorpresa suya era Cristina.

__Cuanto me alegro que hayas llamado…si…bueno, de todas maneras pudiste llamarme. ¿Cómo estás?

Cristina le explicó que no había podido llamarlo desde Gibara; lugar donde estarían de visita, sino desde Puerto Padre ya que las líneas telefónicas desde la Villa Blanca, y para el resto del país, habían sido cortadas por los rebeldes del Cuarto Frente Oriental.

__Dime de los muchachos. Bien, bien…si. Me alegra mucho…yo los estoy extrañando también. ¿Y la niñá?..Si, si. Dile a Ricardito que los Reyes Magos le traerán un traje del Llanero Solitario. Claro Cristina. Si…ya se lo compré.

Cristina le explicó que al día siguiente tratarían de llegar a la Villa Blanca pues un amigo de su familia, el Sargento Mora, los iba a mandar en un vehículo militar hasta Velasco y desde allí tratarían de llegar a Gibara.

__Cristina, no me gusta eso de que viajen en carros militares, pues pueden emboscarlo y…Bueno, si tú lo dices. Anjá…Confiemos en que todo saldrá bien. Si, yo se que la cosa por allá anda muy mal, que no es como acá en la Habana.

Ella le contó de varias acciones hechas por los rebeldes y de la presencia en la zona del oficial del ejército nombrado Sosa Blanco, el cual tenía mucha fama de cruel y sanguinario en la región oriental.

Cristina continuó informándole de la situación.

__Si, yo me enteré de esa emboscada en el lugar ese que le dicen El Cerro, en San Felipe de Uñas…si, si, en ese lugar. Dicen que los rebeldes mataron a veinte guardias. Si, se comenta que el jefe de esa gente, un tal Suñol, resultó gravemente herido.

Cristina le dijo que los alzados tenían controlados los caminos y carreteras, pero los guardias rurales también.

__Bueno, tú tienes en tu poder el papel hecho por el Coronel Ventura, si es necesario se lo enseñas como lo hiciste con el sargento Mora ese. En cuanto llegues a Gibara, trata de avisarme. Quizás el cabo Pérez te pueda ayudar en eso. El puede hacerlo a través de los conductos militares.

Cristina se interesó por su viaje a Oriente para Nochebuena.

_Bueno, de acuerdo a como están las cosas, creo que va a ser difícil que pueda ir para nochebuena. Yo voy a tratar se hacerlo, pero…si, si, si… ¿qué dices, repítelo?… Bueno, eso no es fácil.

Cristina se acordó de Alicia y le encomendó algunas cosas para ella.

__Alicia está muy bien; ya está repuesta por la muerte de su padre. Bueno, despreocúpate, yo le compraré un regalo para navidad. Si, se lo diré…está bien, lo haré.

Cristina se despidió.

__Bueno, cuídense y dale un beso a los muchachos. Si puedes, luego me vuelves a llamar. Adiós.

Richard colgó. Estaba visiblemente preocupado por la ruta que debían llevar sus hijos y ella para llegar a la Villa Blanca. Había comprobado que en Oriente la situación política estaba candente.

Ernesto, su padre, llegó, lo saludó y se sentó en una de las butacas de la sala. Este indagó por Cristina y los muchachos y él le contó el resultado de la llamada telefónica. A Richard, y a Ernesto les preocupó la manera en que, según Cristina, llegarían a Gibara.

Su padre, a pesar de su sesenta y ocho años aun estaba fuerte. De ojos azulosos; alto, delgado y de temperamento reposado, mantenía su rostro atractivo y su inteligencia como en su plena juventud. Se graduó de Arquitecto en la Universidad de la Habana.

Ernesto siempre vivió orgulloso de su padre Mateo, abuelo de Richard. Había hecho fortuna laborando en los tranvías eléctricos que sustituyeron a los tranvías tirados por caballos en 1901, como resultado de las muchas inversiones norteamericanas hechas en Cuba en el transporte urbano que congestionó las calles de la capital, con sus enjambres de cables eléctricos y su molesto ruido. A pesar de todo, estos carruajes con sus luminarias contribuyeron en la atractiva ambientación de la ciudad.

Mateo fue conductor en uno de esos tranvías. Luego se hizo de un auto de alquiler, y con el, pudo acumular cierta fortuna que le permitió costear los estudios de hijo Ernesto – padre de Richard – y vivir una vida holgadamente.

Estando Ernesto realizando trabajos relacionados con su oficio en el "Hotel Nacional", sin proponérselo, conoció al depuesto Presidente venezolano Rómulo Gallegos, autor de la conocida novela: "Doña Bárbara". Se lo recordó a Richard, ya que precisamente en ese mes de Diciembre, pero en 1948, había llegado Gallegos- el día cinco- fuertemente escoltado al aeropuerto de Rancho Boyeros en la Habana en un avión Convair de la PAA.

__Richard, yo había hecho unos trabajos en la habitación 321 que fue una de las ocupadas por ellos. Volví al hotel porque cobraríamos ese día el mismo y fue cuando lo conocí.

__Me hubiera gustado conocerlo, papá.

__Rómulo fue muy bien acogido en la Habana. Al hotel lo visitaron varios escritores y periodistas entre ellos Raúl Roa.

__Era un hombre honesto, gallardo y de mucha vergüenza. Hizo muy bien cuando le dijo a la prensa que todavía él era el Presidente Constitucional de Venezuela. El golpe militar que le dieron, con la complicidad de los americanos, lo afectó mucho papá.

Richard había hecho su valoración sobre el depuesto Presidente. Este declaró, como reflejo de su sencillez que pretendía ganarse la vida trabajando honradamente.

Ernesto, su padre, apuntó:

__El Presiente Prío Socarrás le dio muy buena acogida al político y escritor venezolano y su esposa. E incluso, Prio lo invitó a un almuerzo.

__¿Y él no comentó algo sobre el golpe militar que le dieron?__preguntó Richard.

__Si. Entre otras cosas hizo alusión a la confusa actuación del agregado norteamericano durante los días del golpe.

__De todas formas, con la complicidad de los americanos o no, los militares venezolanos ya estaban dispuestos a hacerlo, Papá.

_Si, es verdad. No sabían lo que hacían con este gran hombre.

En Cuba fue muy bien acogido. Más de cuarenta mil personas estuvieron presentes en el Estadium del Cerro donde se le dio un homenaje. Ese día se enfrentaron los equipos de "Habana y los azules de "Almendares", con los que simpatizaba Richard.

Los estudiantes de la FEU se solidarizaron con el Presidente Gallegos y lo declararon "Huésped de Honor".

Ernesto se puso serio y comentó:

__Ese mismo día del homenaje, no lo puedo olvidar jamás, porque ese día murió tu madre.

_Es un día inolvidable, papá.

A Ernesto se le humedecieron sus ojos. El y Carmen, su esposa de sesenta y seis años, habían formado un matrimonio perfecto. Jamás discutieron. El nunca le fue infiel. Se comprendieron a la perfección. Ella procedía de una familia acomodada. Su padre tenía una finca en Pinar del Río donde ella nació.

Carmen y Ernesto se conocieron en la Universidad porque ella estudiaba Pedagogía, carrera que no pudo terminar por motivos familiares. Su padre había muerto y su madre se había quedado sola y enferma.

__Mañana iremos al cementerio y le llevaremos unas flores, Papá.

__Si. Temprano en la mañana, iremos.

En el radio de la casa se escuchaban las notas del "sucu-sucu" y ¨Felipe Blanco¨, son pinareño del que era autor Eliseo Grenet, autor también de: "Mamá Inés", "Si me pides el pescao…" "Allá en la Siria hay una mora" y otras muchas más.

_¿Piensas ir a Oriente?

__Lo estoy pensando, Papá. Allá las cosas están muy revueltas. Los rebeldes están tomando muchos pueblos y las carreteras están bloqueadas, en realidad hay que pensarlo muy bien.

__Yo te aconsejo que no vayas. Mejor espera. Quizás las cosas mejoren…

__No lo creo Papá. Fidel Castro está empecinado en derrocar a Batista.

__Si, hijo desde que Batista entró misteriosamente en Columbia por la posta 4, Fidel lo tiene entre ceja y ceja. Este conflicto ha costado mucha sangre, Richard. Es mejor que Batista se hubiera quedado viviendo en Daitona y Carlos Prio…

__! No Papá! Aquí hacía falta un hombre fuerte. Ni Prio, ni el Partido Liberal podían llevar las riendas de este País. _dijo Richard y movió sus manos enérgicamente como acentuando sus palabras.

_Pero mira como estamos. En una incertidumbre total. Ojalá al Presidente la suerte lo acompañe y pueda acabar con esos alzados.

__Dios te oiga, Papá. Si el comunismo de apodera de Cuba nos vamos a ver con una mano delante y otra detrás. Todos los negocios desaparecerán y el Gobierno se lo cogerá todo. Así les pasó a los rusos, a los chinos y los países de Europa del Este.

_Dios nos libre de esa plaga roja._comentó Ernesto persignándose.

La voz de Alicia interrumpió la amena conversación:

__! Ya la mesa está servida! ¡Vengan.!

Ambos se pusieron de pie y se encaminaron al comedor. Ahora en el radio se escuchaba el tango "La Comparsita" y Ernesto lo tarareaba hasta que se sentó a la mesa y se enfrentó con un fricasé de Guanajo que Alicia siempre hacía magistralmente.

10

¡Gibara ¡

Puerto Padre. 18 de diciembre. Temprano en la mañana, el sargento Mora fue en busca de Cristina y los muchachos y los llevó hasta el muelle de la Marina. Los embarcó para la Villa Blanca en una barcaza militar de unos cincuenta pies de eslora. Era el medio más seguro ya que por carretera la travesía hubiera sido más engorrosa, debido a que los rebeldes quemaban cuantos vehículos circularan. Lo de hacerlo vía Velasco fue desechado.

La embarcación se puso en movimiento. Afortunadamente había buen tiempo. El mar estaba en calma. Al cabo de unos instantes navegaron, bordeando la costa, rumbo al puerto de Gibara. Charito dormía. Ricardito y ella disfrutaban durante la travesía el paisaje marino y; a pesar del zarandeo de la embarcación, ninguno de los dos se mareó. Cristina estaba muy atenta al niño, pues pensaba se iba a marear, pero éste soportó muy bien el viaje. El niño navegaba por primera vez; ella lo había hecho muchas veces cuando niña y jovencita.

De niña siempre le gustó el mar. En las vacaciones se pasaba temporadas en la Villa. Navegaba, casi siempre en la pequeña embarcación que tenía su tío Nano, en la que el viejo lobo de mar gibareño salía por las noches a pescar. Era el medio que tenía para ganarse la vida.

A Cristina, siendo pequeña, le encantaba mucho jugar en el Parque las Madres e ir a los balnearios; bañarse en la playa y contemplar el mar. Ahora, mirándolo desde cubierta, recordaba con cierta nostalgia aquellos tiempos de su infancia. Contemplar el mar siempre alimentaba su espíritu.

Una vez ella le preguntó a Nano sobre el origen del nombre de Gibara y éste le explicó que provenía de la palabra indígena "Jibá", nombre que los indios le habían puesto a un arbusto que abundaba a la orilla del río de Gibara que desemboca en la Bahía.

_¨Las ramas de ese árbol, Cristy. _le dijo él entonces_ también son usadas para hacer trabajos espirituales¨.

Por fin llegaron a su destino. La barcaza se detuvo junto al muelle de la Bahía donde esperaban los familiares de Cristina; un amigo de la familia de apellido Longoria y el Cabo Pérez.

Con cuidados, y con la ayuda de los marineros de cubierta, se bajaron de la embarcación militar. Hubo mucho entusiasmo. Entre risas; alegrías, besos y abrazos de los familiares y amigos fueron recibidos. El encuentro fue muy emotivo. El cabo Pérez y Longoria saludaron muy cortésmente a Cristina. Charito fue presentada a la familia como hija de Cristina, por obra y gracia de la casualidad y de una madre que la había dejado abandonada.

__Mucho gusto en conocerla, Señora.__dijo el Cabo cortésmente.

_El gusto es mío, Cabo. Tengo muchas referencias suyas.

Dijo ella tendiéndole su diestra. De la misma forma sucedió con el amigo Longoria.

__Seguro se marearon. Yo, cada vez que me monto en un barco me mareo.__dijo Emilia una de las hermanas de Cristina.

__Estuve a punto, pero me controlé.__comentó Cristina sonriendo.

__Yo no me marié. Es rico montar en barco. Me gustaría hacerlo otra vez. Cuando llegue a la Habana se lo contaré a mi papá.__dijo sonriente Ricardito.

Todos rieron y estimularon al niño con frases llenas de elogios.

_ ¿Le cogiste miedo al mar?_le preguntó Longoria al niño acariciándole los cabellos.

_No. Me gustó.

Cristina se dirigió al policía.

_Mire, Cabo, este papel se lo voy a entregar porque ya no lo voy a necesitar más. Además me dijeron que se lo entregara. Es del Coronel Ventura.

Cristina le entregó el papel escrito por el Coronel en la Habana. El militar lo leyó y se impresionó mucho. Para él, tener un documento en sus manos escrito por Ventura era algo muy grande. Lo más probable era que lo guardara de recuerdo. Pérez se hizo la idea de que Cristina y su familia eran buenos amigos del Coronel y, de inmediato, se puso a su disposición. Lo dobló y lo guardó en uno de los boldillos de su uniforme azul. Se sintió como si le hubieran entregado un trofeo.

_Estoy a su entera disposición, Señora. Cualquier cosa que necesite solo tiene que ir al cuartel de la policía o enviarme un práctico a mi casa. Sus hermanas saben donde vivo.

__Gracias, Cabo. Lo tendré en cuenta. Las cosas están muy malas y…

__No se preocupe, aquí todo está tranquilo. Además los posibles revoltosos los tenemos bien controlados y nos respetan mucho. Al menos, a mi hay que respetarme.

Lo dijo con arrogancia. En efecto así era. Al que más y al que menos ya él lo había ¨acariciado¨ y nadie quería caer en sus manos. Hasta el momento no había matado a nadie, pero mucha gente le tenía miedo. No se reía con todo el mundo y tenía muy mal genio.

El cabo Pérez procedía de una familia acomodada. Su padre era un político, su madre; una infeliz mujer nacida en un lugar de campo lejos del Puerto. Era una guajira hermosa. Mina, apodo con el se conocía, era semi analfabeta, y tenía un buen corazón. El padre del Cabo vivía avergonzado de tener por mujer una guajira montuna, aunque muy honrada, y con el tiempo la dejó por una gibareña de buena posesión económica. El cabo se crió con su madrastra que, por paradojas del destino, tenía dos hermanos; uno que fue asesinado por el ejército porque había participado en el ajusticiamiento a un Coronel. El otro estaba alzado con Fidel en la Sierra Maestra. De ninguno de los quiso saber nunca.

Longoria, amigo de la familia, los condujo en su auto Chevrolet negro del 55 hasta la casa de la familia de Cristina. Por el camino invitó a ésta para que lo visitara y le ofreció un almuerzo. Cristina aceptó amablemente y le prometió una pronta visita. Ella, vagamente, recordaba a la familia de éste.

El apellido Longoria era muy importante en la villa Blanca. Sus antepasados habían aportado mucho en el fomento de la ciudad. De igual forma, la familia Ordoño y los Loza. Eran familias muy importantes para la Villa. También lo fue el Señor José Beola, descendiente de madrileño, quien dotó esta zona del ferrocarril.

El poblado era una Villa próspera y hermosa. Su Bahía estaba siempre congestionada de embarcaciones grandes o pequeñas, de remos o motores, usadas en el comercio de cabotaje, transporte de pasajeros al otro extremo de la Bahía, o a la pesca.

En las calles de la ciudad, en los comercios y en los lugares de reuniones, la vida de sus pobladores cobraba cada vez más júbilo y optimismo a pesar de la situación política existente.

Del otro lado de la bahía, decorando el cielo oriental, está la Silla de Gibara, grupo montañoso de forma singular rodeada de abundante vegetación y palmeras.

Los gibareños se sienten muy orgullosos del patrimonio arquitectónico de su ciudad. Los paisajes son muy exuberantes. Sus parques están siempre limpios; sobre todo el que está en la Plaza de Armas, donde existe una Estatua de la Libertad pequeña, hecha por escultores italianos y es una réplica de la original neoyorquina.

En el Parque Calixto García está la parroquia. Esta iglesia católica los domingos se llenaba de muchos fieles para escuchar misa. Su teatro era muy bueno. Amplio y de muy buena construcción.

Su iglesia fue bautizada con el nombre de San Fulgencio que es el patrono de la ciudad. Existía una Juventud Católica muy entusiasta. La iglesia de Santa Florentina del Retrete, ubicada en el barrio de Fray Benito, donde residen familiares de Cristina, era más antigua que la de Gibara. Allá vivía Armando, su hermano.

Los jóvenes y caballeros gibareños contaban con el "Unión Club" en cuyos salones hacían fiestas sociales, conferencias y actividades cuturales con los fondos de los socios. Había sido fundada en 1854 por los señores José Beola, Felipe Munilla, Manuel Longoria, Juan Viccini, Guillermo Chapman, Pedro Echevarria y Luís Angulo.

Gibara es la segunda ciudad amurallada de Cuba. Varios fuertes militares hechos por la metrópoli española la protegían de posibles ataques de corsarios y piratas. Siete fuertes rodeaban la ciudad en la Loma del Vigía. Desde las arcadas de su cuarterón la ciudad se contempla en la distancia como si fuera un hermoso cuadro hecho por el omnipotente.

Sus playas son muy buenas y sus dos balnearios se colmaban de veranistas que en los días calurosos se refrescaban en sus aguas y con sus brisas atlánticas.

El amigo Longoria se dirigió a Cristina.

__Cristina, quizás esta noche mi esposa y yo los visitemos para que nos cuente como andan las cosas por la Habana.

Longoria era un hombre caballeroso, inteligente y, al parecer, de mucho talento e ingenio. Alto; de rostro surcado de arrugas, cabellos encanecidos vestir elegante con camisa blanca de cuello almidonado y alto, pantalón de dril azul y zapatos bien lustrados.

__Me gustaría mucho. Los espero. Ustedes me cuentan también lo que pasa por aquí. Según veo no hay corriente. Tendremos que acostumbrarnos Ricardito yo a la luz de los quinqués.

_Si. Los rebeldes derribaron las torres que conducen la corriente y estamos a oscuras quién sabe hasta cuando. Tendremos una Nochebuena y Pascuas oscuros_ dijo Longoria.

Ricardito se refirió al tema.

__¿Qué es un quinqué, mamá ?

__Es un aparato que cuando su mecha está encendida, su llama alumbra la casa.

Ella le dio la explicación mas simple pero él la sorprendió con una pregunta inteligente.

__¿Y si no hay corriente como…?

Cristina y los demás sonrieron.

__Trabajan con luz brillante, niño.

__Ahh.

El auto llegó a su destino en la calle Real. Longoria desmontó los equipajes. Entraron en el viejo caserón. Charló un rato con ellos, se tomó una taza del sabroso café Pilón y se marchó.

La casa de las hermanas de Cristina era amplia. Las paredes eran de tabloncillo de pino y el techo de tejas. Los mosaicos del piso eran floreados. La sala daba a la calle y era inmensa, pero se veía pequeña por los numerosos muebles sobre todo antiguos; el pequeño librero repleto de novelas de autores famosos, biografías, diccionarios, la Biblia y hasta novelitas rosa de Corín Tellado.

En el patio, bien cuidado, estaba la letrina al fondo y una inmensa mata de uvas cubría casi todo el terreno brindándole sombra al mismo. Las ventanas eran amplias y balaustradas. En el comedor había una celosía de madera que separaba el mismo del patio. Las paredes de la sala y la saleta estaban colmadas de fotos de familiares muertos y vivos. En algunas fotos, de nietos, cumpleaños, bodas etc.

La casa la construyó el padre de Cristina. Este había muerto hacía cinco años. Fue un hombre que luchó mucho por su familia y trabajó toda su vida como comerciante. Era recto; malgenioso, medio obeso y de constitución física fuerte. Su rostro sonrosado hacia pensar que era gallego o descendiente de éstos. Era buena persona.

Tuvo cuatro hijos: Elvira, ya fallecida, Emilia, Carmen y Armando. Carmen había enviudado a los cincuenta y dos años. Emilia estaba casada y no tenía hijos. Armando vivía en Fray Benito. Este había visitado en los Estados Unidos y vivió en Texas un tiempo. Tenía muy buena posición económica.

En la ciudad todo estaba en calma. En las esquinas casi siempre había un policía con el tolete en sus manos evitando que la gente que circulaba por las calles y aceras se detuviera y formaran grupos.

Por las calles no circulaba otro vehículo que no fuera el jeep del cuartel. En las noches, a pesar de la oscuridad, no había tiroteos ni encuentros entre los jóvenes del "26 de Julio" y la policía. Tampoco había muertos ni se escuchaban sirenas de perseguidoras. En este sentido Cristina y Ricardito se sintieron más tranquilos, pues en la Habana eso era pan nuestro de cada día.

En los comercios, los gibareños compraban las ropas para el fin de año, los dulces, frutas de Nochebuena y los atuendos de los arbolitos de Navidad. Aunque estos se mantendrían apagados. Sus bombillitas en colores no funcionarían. Solo imperarían las guirnaldas, las figuritas de yeso y los copos de nieve simulados con algodón

En las calles la gente iba y venía tranquilamente. Algunos comentaban, con lógica precaución, la situación política en que estaba el país y los últimos combates entre rebeldes y guardias rurales.

En los bares y cantinas muchos iban a tomarse unos tragos y escuchar la música, pero no de las vitrolas, sino de alguno que otro trovador callejero que con su guitarra amenizada el ambiente.

Antes del apagón, por una moneda de cinco centavos las vitrolas ofertaban boleros, sones, guarachas, cha-cha-chá y tangos que a unos les hacía recordar amores prohibidos, y a otros los hacía mover su cuerpo al compás de la música. Los trovadores callejeros se pasaban horas y más horas rasgando su guitarra y cantando lo que le pedían para ganarse unos kilos o unas copas de licor.

Cuando alguno se pasaba de tragos y formaba líos, los azules de la policía cargaban con él y lo metían en el calabozo hasta el otro día, no sin antes darle su empujón o alguno que otro golpecito si el caso lo requería.

No faltaban los pregoneros que vendían helados, dulces, periódicos, caramelos, pescado, pan etc.

En las limpias, y bien trazadas calles pululaban los pescadores con las ensartas de pargos, chernas, rabirrubias, etc. vendiéndolas para poder vivir. Otros ofertando carne de carey, camarones, masa de cangrejos, ostiones, jaibitas, langostas etc.

– – –

En la sala de la casa de las hermanas de Cristina, Beto; Alberto, esposo de Emilia; cincuentón, flaco, de cuerpo encorvado por una deficiencia de su columna vertebral; con arrugas profundas en su cara lampiña, de ojos negros y pelo blancuzco, siempre hambriento de lectura y amante a la buena música; sobre todo clásica, escuchaba en un radio Zenith de pilas sus programas favoritos.

Era un febril radioescucha. Al mediodía escuchaba "Los Tres Villalobos", aventura cuyos personajes protagónicos era los hermanos Iznaga: Rodolfo, Macho y Miguelón. Sus tres caballos, Centella, Tormenta y Azabache eran tan populares como ellos. Muchos en los campos de Cuba les pusieron esos nombres a sus bestias.

Después escuchaba "Taguarí". En las noches, a las siete: "Rafles, el ladrón de las manos de ceda" y luego "Leonardo Moncada". No había cubano que no conociera estos nombres tan populares. En muchas casas, prácticamente, formaban parte de las familias pues diariamente eran escuchados.

Beto era miembro de la logia masónica y estudiaba incansablemente la doctrina Rosacruz. No había estudiado periodismo, pero colaboraba eficazmente con los periódicos de la localidad: "El Triunfo", "Progreso", "El Gibareño" y otros que se publicaban diariamente. Hablaba de todo. De cuanto le hablaran podía dar opinión. El decía que la doctrina Rosacruz lo había preparado para eso. Sobre todo, según sus palabras, dominaba su mente y sus pensamientos y lograba con ellos muchas cosas. Los que no conocían esta doctrina les parecía mentira. Beto aseguraba que él conocía todas sus encarnaciones anteriores.

No sólo las Navidades o la Nochebuena eran celebradas en la Villa, sino también el pueblo disfrutaba las tardes taurinas; los obras en el teatro; la festividad del Patrono de la ciudad, que duraban varios días y la solemne Semana Santa. Alberto, Emilia y Carmen cumplían con esas tradiciones año por año.

Beto fue maestro en una escuela privada y en la pública. Sus últimos años como maestro de primaria fue en el colegio "José Martí" situado en la calle "General Sartorio" y del que era directora y propietaria la profesora María Aurora Gurri Pérez. Luego trabajó en la fábrica de calzado situada en la calle "Donato Mármol".Cosa curiosa: fue tabaquero y no fumaba.

También escuchaba un programa cuyo protagonista era un espiritista nombrado Clavelito. Este les indicaba a los oyentes que pusieran un vaso de agua sobre el radio y luego él lo magnetizaba desde el lejano estudio radial donde se originaba el mismo. El agua ¨magnetizada¨ se convertía en medicina.

Muchas personas, cargadas de fe, sentían alivio y hasta se curaban y hubo hasta quien habló de milagros hechos por Clavelito. En muchos campos y ciudades de la Isla se escuchaba este programa.

Desde el cuarto se escucharon los gritos de Charito que se había despertado y Cristina fue hasta ella y le dio una toma de luche en biberón. La niña se la tomó, se calmó y se volvió a dormir.

Ricardito había salido a pasear con Beto. En la sala ella, Emilia y Carmen hacía ratos conversaban en torno a los asuntos familiares.

__¿ Emilia, mi hermano tiene algún problema de enfermedad? El llamó a la Habana y habló con Mónica, pero yo no estaba.

__Yo no me he enterado de nada. Hace varios días fuimos a Fray Benito con las damas de la iglesia y llegamos a allá y mi hermano no dijo nada. La que está mal de salud es mi cuñada.__comentó Emilia.

_¿Qué tiene?

_Es asmática, hipertensa y diabética. Le dan unos ataque de asma tremendos y cuando le sube la presión hay que correr con ella._dijo Emilia.

_La pobre. Yo estaba muy preocupada por eso. Bueno ya lo sabremos mejor cuando vayamos a Fray Benito._comentó Cristina.

__Bueno, cuando vayamos para Nochebuena sabremos.__dijo Carmen y se encaminó a la cocina para preparar la comida. Era necesario hacer esos quehaceres temprano pues no había electricidad en la ciudad.

Es atardecer y el sol, con un fulgor purpúreo, iluminaba las nubes en el horizonte. Ricardito y Beto habían ido hasta el Parque Las Madres y allí el niño jugó con otros muchachos de la villa muy amigablemente. Dicho parque, denominado así por su estatua, lo ejecutó el Consejo Municipal cuyo alcalde era Ramón Fernández Tauler.

Sobre las cuatro de la tarde regresaron.

La noche cayó y después de comida el Cabo Pérez y su esposa los visitaron. Hasta donde estaba .Luego lo hizo Longoria.

__Mi esposa no quiso venir ya que no le gusta andar por las calles oscuras a esta hora.__dijo Longoria.

__Dígale que no tenga miedo. Además, si hubiera venido, después yo los hubiera acompañado.__dijo el Cabo de la policía.

__¿Quien se va a meter con usted, Cabo?__comentó Emilia.

El Cabo sonrió.

__! Ay, del que lo haga! Yo no creo en guapos. Cuando me ven venir por la acera me la dejan. Siempre me he dado a respetar.

_A mi marido lo respeta todo el mundo._dijo la esposa del cabo. Era de alta estatura; pelo corto y rizado que cubría sus sienes, frente amplia. y mirada husmeante. Vestía con elegancia aunque se cuerpo carecía de muchos encantos. Se destacaba en su cuello la cadena de oro con el crucifijo y en las orejas los aretes redondos y negros. Era de carácter fuerte y sobre todo en ella se notaba el dominio sobre su marido. Todos decían que ella era la única persona que el cabo respetaba y por supuesto…obedecía.

Cristina acostó a Charito y al niño. Luego fue para la sala y saludó a los dos hombres. Le fue presentada la esposa del cabo Pérez.

_ ¿Y su esposo, Cristina. ?__preguntó Longoria.

Cristina hizo alusión de Richard como su esposo.

__Está en la Habana. El pensaba venir para Nochebuena, pero ya hoy estamos a veintiuno y no ha llegado, parece que no ha podido.

El Cabo intervino:

__Creo que va a ser imposible que venga. Al menos en esta zona las carreteras están bloqueadas por esos malditos rebeldes y cuanto carro ven lo queman. Desgraciadamente la guardia rural no puede estar en todas partes.

Carmen se puso de pie.

__Voy a colar un poco de café. Yo no me acostumbro a esta oscuridad._dijo y salió rumbo a la cocina.

Cristina hizo un comentario en torno a la situación política en esos días de diciembre próximo a las Pascuas.

__ ¿Cuando se acabará todo esto? Una vive asustada. Ahora dicen que tomaron a Santa Clara y que ese comandante argentino nombrado el Che dice que el gobierno de Batista…

Longoria interpeló;

__Batista está en un callejón sin salida. El que tenga dos dedos de frente se da cuenta. __comentó.

Al cabo las palabras de Longoria le parecieron un disparo a quemarropa. Apretó los puños y las mandíbulas. No supo como pudo controlar su rabia. Pensó que lo había dicho quizás con la intensión de ofenderlo… o hacerlo reflexionar.

Ripostó:

__No haga mucho caso a lo que dicen. Al general no lo van a tumbar. Además…a esos alzados fidelistas, y a quienes simpatizan con ellos y los ayudan, los vamos a apretar. Yo al menos, al que coja, no le irá muy bien.

_Así mismo. Hay que acabar con eses bandidos. Tengo fe en que el ejército los aniquile. Nosotros sabemos quienes aquí en gibara simpatizan con ellos._comentó Julia, la esposa del Cabo.

__No va a quedar uno._dijo el cabo Pérez, con aire de arrogancia detestable para Longoria. Luego dibujó en su cara irregular una sonrisa malévola, propia de los militares intransigentes y que cometían cobardías y bajezas.

Beto suavizó la situación alabándolo.

__Si todos los policías fueran como Usted, Cabo, esto no hubiera llegado a donde llegó. A Usted todo el mundo lo respeta y hasta…le tienen miedo porque…

Pérez exclamó intespectivamente:

__! A mí hay que respetarme!

Era un policía temido, siempre dispuesto a golpear. Lo dijo con esa maligna expresión en el semblante que usaban los Ventura, Carratalá, Pilar García o su hijo Irenaldo; pero a pesar del tono y las intensiones con que lo dijo, no causó miedo alguno entre los presentes.

Ventura había sido siempre su ídolo. Soñaba con llegar alto y poder un día andar a su lado y tener los grados de Coronel o General. Vivía sumido en el constante paralelismo que establecía entre él y sus "Héroes".

El flemático Beto comentó algo que al policía no le gustó.

__Se comenta que la mayoría de los pueblos del interior, incluyendo los del centro de Cuba están en manos de los rebeldes. En realidad…las cosas están malas. No se puede hablar mucho. El único que puede criticar al General y no le pasa nada es "El Loquito"

Beto se refirió al personaje creado por René de la Nuez, caricaturista que con ese personaje lograba burlar la censura de Batista en el semanario Ziz-Zag.

_No creas todo lo que comenta la gente, Beto.__dijo Cristina.

__He oído decir que esas noticias las dicen por la… Estación de Radio esa nombrada: Radio Rebelde, que está en la Sierra Maestra.

Longoria se sumó al comentario.

__Aquí hay gente que la oyen escondidos.

El Cabo lo miró con el seño fruncido e interrogó a Longoria que lo tenía entre ceja y ceja.

__¿Usted sabe quienes la oyen? Eso es peligroso.

Las palabras del Cabo llevaban un subliminal mensaje captado por Longoria al vuelo.

__No, no, no. Son cosas que oigo decir._lo dijo con recelo y cara de yo no fui.

Cristina comentó;

__Está cogiendo mucha fuerza esa gente. A esos alzados hay que aguantarlos. De lo contrario…En la revista Bohemia y Carteles salen unos reportajes horribles de esta guerra.

A la revista semanal Bohemia, la revista Carteles venía pisándole los talones. Carteles alcanzó tanta popularidad y lectores como la añeja revista por lo que el propietario de Bohemia, Miguel Ángel Quevedo, terminó comprando Carteles. A Luís Gómez Wanguermert, lo nombró jefe de redacción, Jess Losada, comentarista deportivo. Guillermo Cabrera Infante, Elio Constantín. Carlos Franqui, Gregorio Ortega, Lisandro Otero, Llano Montes Arturo Ramírez y otros periodistas de prestigio laboraron en esta revista.

Sobre lo dicho por Cristina, Carmen comentó:

__Si, Señora. Tienen que hacer algo.__dijo haciendo entrada en la sala con la bandeja y las tazas con café recién colado.

Cada cual cogió la suya y se la tomó.

__Um, está muy sabroso, Carmen._dijo el cabo Pérez

__Si, señor. Está riquísimo._comentó la esposa del cabo.

__La felicito, Carmen. —dijo Longoria.

_No todo el mundo sabe colar un café así. Vale la pena venir de vez en cuando por aquí._comentó sonriendo el cabo de la policía.

La presencia del café en la sala hizo cambiar de tema la conversación. El policía se alegró. Luego hablaron sobre la celebración de la Nochebuena.

__¿Dónde pasarán la nochebuena, Carmen ?__preguntó Longoria.

__Nos iremos para casa de Armando mi hermano en Fray Benito.

__Me alegro. Hace mucho tiempo que no veo a Armando. Bueno tendremos que ir atravesando la Bahía en la lancha y luego caminaremos, o quizás alguien que circule por esos lugares en carretón nos recoja, porque cuanto vehículo circula, los Rebeldes lo queman._dijo Cristina.

__Me gusta mucho Fray Benito. La gente es muy buena y sobre todo muy católica._comentó la esposa del Cabo de la policía.

_Así mismo es. La iglesia se llena los domingos. Y cuando hay bautizos mucho más._comentó Emilia.

El poblado de Fray Benito está a unos siete kilómetros de Gibara. Al Noroeste del pueblo está Cayo Bariay por donde desembarcó Colón. Al Este, Juan Cantares y Santa Lucía. Desde junio de 1875 se había integrado al municipio de Gibara.

El 15 de junio de 1921 un incendio incontrolable destruyó la iglesia, e incluso, derritió sus campanas de bronce. Con el esfuerzo de los pobladores de allí que recaudaron más de diez mil pesos y la reconstruyeron. Ese día hubo mucha actividad en el poblado. Se hizo una procesión. Desfiló mucha gente, sobre todo las damas católicas. A la Santa Florentina, patrona de la iglesia, la llevaron en hombros por todo el pueblo.

Después de las actividades religiosas, el alcalde del pueblo Martín Pérez, ofreció un banquete a los ilustres invitados a los festejos.

En la iglesia de Fray Benito había sido bautizado el Presidente Fulgencio Batista. Este había visitado el lugar en el 8 de Agosto de 1956 en compañía del Coronel Blanco Rico y Nicomedes Hernández.

Ese día Batista ordenó la construcción del muro, la escalinata y el coro de la iglesia. Visitó el Club Unión Progresista y luego se dirigió al pueblo.

Cuando el propietario de Kuquines, el capricorniano Presidente hablaba, un señor nombrado Alejandro Saavedra le gritó insultos y lo acusó de haber asesinado al líder Guiteras. Otros le exigieron la liberación de Barquín. A Saavedra lo apresaron, le dieron una tanda de golpes y fue a parar al calabozo. Batista, por su parte, demostró no estar consternado por lo sucedido, pero hubiera preferido estar en su biblioteca en Kuquine leyendo o manoseando su estatuilla de Mahatma Gandhi, o quizás compartiendo con Marta, su esposa, que en esos días estaba ocupada en los obsequios de Nochebuena que hacía a los pobres de esta tierra.

En cuanto a la Nochebuena y los famosos regalos; año por año pasaba lo siguiente:

En el regimiento de Holguín almacenaban las cajas que contenían arroz, grasa, vino, dulces españoles etc. y un peso para que ¨los necesitados¨ compraran carne para la cena. A muchas de estas cajas les faltaba la moneda de un peso ya que los guardias se las sacaban.

El Cabo, su esposa y Longoria se marcharon. Cuando se quedaron solos Cristina les contó los acontecimientos en torno a la aparición de Charito.

Las camas fueron preparadas y todos se acosaron tras haber apagado el viejo quinqué.

11

La tarde estaba fría. En vísperas de Nochebuena, cada familia cubana hacía los preparativos para celebrarlo como mejor pudiera. Para la celebración, sus miembros estaban recogidos menos los que estaban lejos, y por la situación política existente no podían asistir. Para muchos era la primera vez que faltaban a la reunión familiar más importante del año; y por supuesto a la cena más esperada. El propio día veinticuatro, al filo de la medianoche se celebra la Misa del Gallo. Es también un acontecimiento muy esperado. Esa noche los feligreses lucen sus mejores galas; los costosos perfumes, las finísimas mantillas y los caballeros trajes, guayaberas o camisas de mangas largas almidonadas y pantalones de dril oscuro o blanco y zapatos bien lustrados.El perfumes de las flores con que se adornaba la iglesia, los inciensos y los cánticos navideños, amenizaban el ambiente.

Como todos los años, en una esquina del interior de la iglesia estaba el arbolito de Navidad. Por lo general era el más costoso, el mejor preparado y el más visto del pueblo. Con abundante escarcha en sus ramas, llamativas, brillantes y multicolores bolas, bombillitas en colores y las figuritas de yeso representando al niño Jesús y sus padres en el establo donde pastaban vacas, ovejas y un burrito. Los conocidos Reyes Magos: Melchor, Gaspar y Baltasar y varios ángeles estaban presentes en las figuras.

En su caballo alazán Armando, hermano de Cristina, llegó a casa de Bárbara su amante. Ella, ansiosa, lo esperaba. Había llegado su cowboy. Vestía su acostumbrada chaqueta de cuero negro; pantalón ajustado, camisa roja a cuadros, y su sombrero tejano. Era alto; fuerte, de pecho inmenso como Weismuller, el conocido actor que interpretó a Tarzán. Ella vivía en el fondo de la finca. Era esposa de uno de sus más viejos trabajadores: Cándido Fornaris. El tenía mucho más edad que ella. Fornaris andaba por los setenta y Bárbara tenía cuarenta y uno.

Cándido vivió en San Agustín, en las Tunas, pero había emigrado a principios de los cuarenta para Fray Benito. Era muy buen trabajador y conocía mucho sobre ganado, que era a lo que dedicaba en la finca de Armando.

Su salud se fue quebrantando y su cuerpo dejó de estar apto para trabajar. Sin esperarlo, la diabetes tomó fuerzas en su cuerpo delgado, alto y encorvado. Prácticamente lo tenía medio aniquilidado. Era un hombre de buen carácter; más bien callado y muy serio.

Un hijo suyo del primer matrimonio que vivía en Monte Alto, por allá por Mir, se lo llevó con el propósito de atenderlo con los médicos y tenerlo bajo sus cuidados.

Conoció a Bárbara, entonces muchacha muy pobre y huérfana de padre y madre, en el año 48. Ella tenía treinta y un años cuando la conoció.

Bárbara era una mujer simple, cariñosa, más bien callada y sobre todo muy firme en sus decisiones. Su belleza era esplendorosa. Tenía ojos verdes almendrados; pelo negro y lacio hasta los hombros, talle de mujer elegante con senos tersos y empinados; encorvadas caderas, cintura estrecha y piernas bien torneadas. Su cuerpo era el de una mujer hermosa y codiciada. Su sensualidad y el aspecto de su temperamento en nada se correspondían. Bárbara era ardiente. Muchos se habían confundido con ella. Siempre impuso respeto y no le gustaban las jaranas ni los malos entendidos..

Para ella sólo existía un hombre: Armando. El la cautivó desde el primer día en que se conocieron en la finca. Le robó el corazón. Con él era espléndida; se entregaba toda y le hacía sentir momentos felices aunque a escondidas. Su delito, o el de ambos: gustarse y quererse.

Llegó en su caballo alazán y se bajó de un salto. Era su gran amor, a pesar de ser un hombre ajeno. Ella también era esposa de otro hombre, pero éste no era el dueño de sus sentimientos y su sensualidad.

Desde la puerta principal de la casa de madera con techo de zinc lo vio llegar como siempre; con su sombrero tejano, su camisa a cuadros, su pantalón de mezclilla buena ajustado al cuerpo y sus botas altas y lustradas, en las cuales estaban ajustadas las niqueladas espuelas _ traídas de Texas_ que brillaban como luceros en las noches oscuras.

Era hombre fuerte; de brazos poderosos y velludos, pelo negro y lacio, ojos negros también, rostro sonriente y bigote al estilo de su ídolo Jorge Negrete, el popular actor y cantante mexicano. Armando andaba por los 52 años, pero su aspecto era juvenil.

Armando era el cowboy de Santa Lucía. Al menos así lo consideraban los más viejos y era codiciado por muchas jóvenes. El lo sabía, pero no le daba mucha importancia como hombre simple que era. En su primer viaje a los Estados Unidos visitó Texas. Luego vivió un tiempo allí. Criaba muy buen ganado de carne y leche. Era el típico vaquero, el Hopalong Cassidis creado por Clarence E. Mulford que aparecía en las portadas de las revistas Look, Life y Time. Su casa, en aquel oasis que era el lugar donde vivía, era para él su rancho tejano.

Bárbara lo contemplaba con sentida fascinación cuando él amarraba las bridas del caballo en uno de los postes de la cerca. Verlo moverse, andar, sonreír y acercarse a ella le producía un encantamiento que alborotaba sus sentidos.

__Sabía que vendrías._ le dijo y luego lo besó ligeramente en los labios. Pero no le bastó lo del beso con tibieza y lo hizo más intensamente. Se aferró a su cuello y el beso fue largo,

__Tenía muchos deseos de verte, mi reina. Andas muy bonita. Me dan ganas de cantarte un corrido mexicano o un bolero de esos que a ti te gustan._lo dijo exhibiendo su blanca y pareja dentadura adornada por una sonrisa.

Armando cantaba muy bien, sobretodo las canciones mexicanas que cantaba Jorge Negrete.

En la sala de su casa, Armando tenía dos fotos que no eran de familiar alguno. Una del cantante mexicano y la otra del pelotero Luís Aparicio, formidable Short Stop de los Medias Blancas de Chicago que participó en el Juego de las Estrellas en ese año 1958. Su deporte favorito era la pelota.

Jorge Negrete lo fascinaba. No se perdía película alguna de donde actuara este actor. "La Madrina del Diablo", ¡Ay Jalisco no te rajes! y "El Peñón de las ánimas", que filmó con María Félix, que fue su esposa, etc. Esas eran sus favoritas. Negrete había venido a Cuba donde fue muy bien acogido. Cantó en la Cadena Azul y hasta el Presidente Grau San Martín acudió al Teatro Nacional a verlo y aplaudirlo.

El entró y ella cerró la puerta. No era necesario poseer el don del discernimiento para comprender lo que ambos querían. Las miradas llenas de codicia los delataban.

Armando se le acercó, la tomó por la cintura y la besó sin piedad. Bárbara sintió primero estremecimiento, luego una sensación turbadora que se unió al clásico cosquilleo que le fue subiendo por todo el cuerpo y fue dejando detrás las carnes excitadas y los sentidos dislocados.

Terminaron como siempre, en la cama. El la desnudó con violencia, ella lo hizo igual. Bocarriba, ella le parecía "La Maja Desnuda". Cada vez que veía ese cuadro de Goya en revistas o libros ella venía a su mente.

Se lamieron desde los dedos de los pies hasta los labios carnosos de ambos. Ella era un manojo de quejidos y ayes. Besos; caricias, mordidas moderadas, palabras sensuales y movimientos violentos y armonizados de ambos, desembocaron en los orgasmos intensos y agobiantes.

Se mantuvieron unos instantes en silencio, con los párpados semicerrados y la respiración fatigosa. Armando fue al comedor y trajo dos vasos con aguardiente de caña.

Sentados en la cama, todavía desnudos, charlaron mientras tomaban.

_¿Estás satisfecha?—le preguntó con picardía.

__Eso no se pregunta, Armando. Eres mi hombre. Con solo tocarme, me satisfaces.

__¿Has sabido de él?_se refería a su marido.

__No. No hay maneras de saberlo. Tú sabes que todas las líneas telefónicas están cortadas por los rebeldes pero hace dos o tres días tengo un presentimiento malo. Creo que Cándido…

De nuevo la interrumpió. El intuyó el contenido de la frase.

__No pienses en eso. Uno se muere cuando Dios quiera, y nadie sabe cuando es.

Bárbara lo miró y comprendió que no debía continuar hablando del asunto para no estropear el añorado encuentro. Lo conocía a la perfección y sabía hasta donde podía llegar en las conversaciones. Le gustaba que él se sintiera bien a su lado y ponía todo su empeño en eso.

__Está bien, mi vaquero.__lo dijo, sonrió y luego hizo una mueca que a él le pareció exquisita.

_Si me sigues poniendo esa carita, te caigo arriba de nuevo…

_No. Estoy cansada. Me has dejado muerta _ sonrió con abundante picardía.

El torció el rumbo de la charla.

__Mis hermanas ya deben haber llegado. Cristina, la de la Habana, también. Ahora tiene una niña que se encontró en una Ceiba y la está criando como si la hubiera parido.

__! Que cosa más tremenda! Así que se la encontró abandonada en una Ceiba. ¡Eso es increíble! Iré a conocerla.

__Yo también tengo deseos de conocerla. Además, hace tiempos que no veo a Cristina.

Las relaciones entre ambos sólo las conocía el negro Sebastián, un viejo trabajador suyo y de mucha confianza. Fuera de Sebastián; a quien respetaba como a un padre, nadie más. Sebastián era su consejero.

Bárbara visitaba la casa de Armando como una vecina más. Estaban acostumbrados a los disimulos y la discreción. "Un amor así es más intenso y emocionante" pensaban ambos.

Ella hubiera querido estar siempre a su lado; atenderlo y amarlo como esposa; vivir con él, pero le era imposible. El la quería; le gustaba, sabía que sería una buena esposa, pero por el momento no podía ser. Su esposa Ana, era una mujer muy buena, le había sido fiel. Tenía con ella dos hijos: una hembra y un varón. Ana era una mujer enferma con la que apenas podía hacer el amor. Era asmática, diabética e hipertensa. Con sus cincuenta años, su cuerpo delgado, su rostro sereno y su sobresalto ante el posible e inesperado ataque de asma o la subida de presión sanguínea, la habían convertido en un ser estresado. Respetaba soberanamente a Armando e ignoraba sus relaciones con Bárbara.

Habían tenido dos hijos: Mario de veintiocho años y Rosita de veintidós. Mario vivía en Camaguey y estaba casado. Rosita, inteligente y muy despierta, estudiaba en Santiago de Cuba y estaba soltera todavía. Ambos habían podido estar junto a sus padres para celebrar la Nochebuena y las Navidades en aquel diciembre convulso y lleno de incertidumbre.

_¿Vas a la Misa del Gallo?__le preguntó a Bárbara y luego tomó lo que quedaba del aguardiente de su vaso.

__Creo que no, eso es a medianoche y las cosas están muy malas.

__Espero que vayas mañana a cenar con nosotros. Así conoces a la niña de Cristina. Dicen que es muy bonita y que tiene un lunar en la frente igual al de Rita Montaner.

_Debe ser muy bonita entonces._dijo Bárbara.

Ella sonrió. Tomó del vaso, lo besó en los labios con ternura y luego le contestó.

__Claro que iré. Lo haré por la tarde. Allí, como siempre, tendremos que comportarnos. Me ignoras. Aunque se que no es fácil.

__Es difícil pero hay que hacerlo.

__Allí están tus hijos…

__No hablemos más del asunto.

Ella no tuvo hijos con Cándido. Por allí no tenía familiar alguno. Todos vivían en Monte Alto.

__Nosotros hemos echado por tierra ese dicho de que dice: "entre cielo, mar y tierra no hay nada oculto." Hace mucho tiempo que estamos juntos y nadie, con la excepción de Sebastián, lo sabe._dijo él y tomó aguardiente del vaso que dejó casi vacío.

__Ese viejo es muy bueno, yo lo quiero mucho. Para mi es como mi padre, Armando.

__Tienes razón. Yo lo quiero igual. Esta noche seguro que todos van a la iglesia. Todos los años lo hacen.

Ella se quedó unos instantes en silencio mirando al piso.

__¿En qué piensas?

Suspiró profundo. Tomó otro trago y lo miró. Fue entonces cuando Armando se percató de que había lágrimas en sus ojos.

__¿Qué te pasa, Baby?__así le decía muchas veces. Casi siempre en los momentos más especiales.

De repente se sintió melancólica, pero pensó que no valía la pena emprender reflexión alguna y de súbito espantó a la tristeza con una sonrisa y un beso largo que le dio en la boca a su vaquero.

__Nada, no me pasa nada. Yo a veces me pongo así cuando estoy contigo porque me parece que no se cuando te volveré a ver y estar contigo de nuevo como ahora.

El la acurrucó, la acarició y le habló al oído.

__Yo nunca te abandonaré. Cada vez que pueda vendré a verte. Tú lo sabes.

__No me hagas caso. ¿Quieres comer algo?

__No. Ya me voy. Es posible que ya estén en casa mis hermanas. Mañana nos vemos.

Se vistieron y ella lo acompañó hasta la puerta. Antes de irse le sugirió algunas cosas y luego montó en su potro y se perdió por el trillo. Ya el sol de diciembre estaba en el ocaso y las estrellas, ansiosas, se dejaban ver.

El trote veloz del animal hizo posible que éste llegara a su casa en poco tiempo. Cuando estaba en el patio y se disponía a quitarle la montura y los arreos al caballo, escuchaba las conversaciones y las risas de todos en la sala. Cristina, sus hermanas y Beto habían llegado.

12

Cuando Armando entró por la puerta del fondo de su casa se formó la algarabía. Hubo besos; abrazos, apretones de manos, sonrisas y alegrías. Cristina, Ricardito, Charito y los parientes de Gibara, estaban en su finca en Fray Benito.

En sus tierras había paisajes naturales muy hermosos. Los sembrados estaban bien atendidos; las guardarrayas limpias y en los potreros, donde pastaban decenas de reses había abundante pasto. Las arboledas frutales; las bestias y los vaqueros, con sus sombreros alones y sus lazos atados al moño de la montura de sus caballos; los gallos finos y criollos, las gallinas, los guanajos y los cerdos en ceba, conformaban la exquisita armonía del típico paisaje campestre del lugar.

Armando cargó a Charito. Estaba despierta y lo miraba con sus ojitos negros inquietos. Movía sus manitas y sus piernas como si quisiera expresar también su sentida alegría. A Armando le encantó la niña.

__Es muy linda, mi hermana. Me cuesta trabajo pensar como la encontraste. __dijo con el seño fruncido.

__Me di tremendo susto cuando la encontré llorando entre las raíces de la Ceiba. Si la llegas a ver, estaba llena de picazos de hormigas.

__!Que crimen! Bueno, dicen que para que el mundo sea mundo tiene que haber de todo. _comentó.

El hijo de Ernesto; Mario; que le llamaban Mayito, cargó la niña con mucho cuidado. Temía que se le cayera.

__! Que lunar mas lindo tiene en la frente, tía.__lo dijo sin quitarle la vista de la frente a Charito, donde el pequeño lunar se enseñoreaba como una lucero, pretendiendo convertirse en sol en medio del firmamento que era su frente rosada y tierna.

_Y pensar que una cosita tan linda con esta la dejaran abandonada en esa Ceiba y a merced de las hormigas._dijo Rosita.

__Yo le tengo miedo a las Ceibas, Armando. Cuando era niña no me gustaba pasar por donde hubiera un árbol de esos. Son misteriosos.__comentó Ana, su esposa.

__No seas tonta, mujer, son árboles como los demás.__dijo en alta voz Beto, que estaba leyendo una revista Bohemia en el sofá de la sala.

__Es que sobre las Ceibas se han hecho muchos cuentos y los santeros las usan para trabajos espirituales. Mucha gente _ comentó Emilia_ dicen que en ellas salen fantasmas a media noche, y que ven luces verdes; y hasta que muchos se han ahorcado en sus ramas.

__ Todo eso es historia inventada. Eso puede pasar con cualquier árbol; con un mango, un algarrobo, un tamarindo…bueno pero no vamos a estar hablando ahora de esas cosas desagradables.__comentó Armando. Luego cargó a Ricardito que lo abrazó y lo besó con mucho cariño. El niño se aferró a su cuello muy contento.

__Ahorita eres un hombrecito, Ricardito. Tienes que ser obediente y querer mucho a tu hermanita. Y a tus padres.

__Tío, me tienes que montar a caballo. Iré contigo a ver las vacas…yo nunca he visto de cerca una vaca.

Todos rieron.

__Mañana, las verás y te montaré en un potrico nuevo que tengo y que te lo voy a regalar. __le dijo él que todavía lo tenía cargado.

Ricardito sintió un alegrón inmenso.

__! Que bueno!. Me lo llevaré pa´ la Habana.

__ Ya veremos cómo, pero es tuyo. ¿Y tu papá?

__Allá se quedó, me dijo que iba a venir pero…

Cristina lo interrumpió.

__Parece que no pudo hacer el viaje. Las carreteras están vigiladas por los rebeldes y cuantos carros ven los queman.

Armando soltó a Ricardito y se sentó en una de las butacas. Su voz de hombre fuerte y saludable se hizo escuchar.

__Eso se lo buscó Batista por no apretar la mano cuando tenía que hacerlo. Creo que prácticamente todo está perdido. Esos barbudos tienen sitiado el país. Se han adueñado de casi todos los pueblos y el ejército ya no puede con ellos. Los americanos le han dado las espaldas al Presidente Batista en este asunto.

Beto comentó algo que el Comandante Guevara había declarado a unos periodistas.

__El Che Guevara ese dijo que Batista estaba al borde de un colapso, aunque haya ayuda extranjera.

Todos intuyeron que la ayuda sería indudablemente norteamericana. La seriedad de Armando lo llevó a arrugar el entrecejo.

__Ese argentino es un comunista que le ha metido sus ideas a Fidel Castro en la cabeza. A mi me han dicho que es un aventurero. El se refiere a la ayuda de los americanos que son unos pendejos. A la hora cero, embarcan a cualquiera. No han querido ayudar a Batista, pero si lo hicieran, otros gallos cantarían.

Cuando terminó de decirlo dio con el puño en el brazo de la butaca en señal de indignación.

_Papá, ya los americanos saben que Batista perdió la pelea, ahora seguro se ponen del lado de los rebeldes porque saben que éstos pueden tomar el poder._dijo Mayito.

Armando abrió desmesuradamente los ojos y comentó:

__Ojalá eso no pase nunca, hijo, porque si lo que viene es comunismo, lo perdemos todo. La palabra negocio habrá que desterrarla. Según me contaron cuando estuve en los Estados Unidos, ese sistema se lo quita todo a uno. A mi me quitan todo lo que tengo y me vuelvo loco. Bueno, antes nos vamos de este país.

__No nos adelantemos a los acontecimientos, Armando. Hay que esperar para ver que pasa. A lo mejor…

__A lo mejor nada, Carmen, todavía no han tomado el poder y ya están dando candela y dándole títulos de propiedad de la tierra a gente que no son sus dueños y matando gente.__Beto dejó escapar en sus palabras lo que sentía por los rebeldes y su jefe.

Cristina después, de darle la toma de leche y dormir a la niña, retornó a la sala.

Beto continuó:

__Acuérdate lo que nos contó Tabito, el amigo mío que vive por allá por el Tumbadero donde está el campamento de los alzados. El tiene un hermano con ellos.

__¿Qué dice?__preguntó Cristina.

__Me contó que allí tienen presos unos cuantos simpatizantes con el ejército y los van a fusilar. Ya han fusilado varios. Ellos les dicen chivatos porque colaboran con el ejército. Cogieron a un muchacho nombrado Papello que incluso tenía problemas mentales…era medio retrazado mental, pero se metió a guardia para poder vivir y lo fusilaron sin ningún miramiento. A otro lo mataron, y después que le echaron la tierra encima, llegó un práctico con un mensaje donde decía que era inocente. ¿Qué les parece?_ dijo Beto

__¿Y ese muchacho anormal…Papello, mató a alguien?__preguntó Rosita.

__No. No mató a nadie. Era muy pobre y se metió a guardia rural para ayudar a su madre y sus hermanos. Allí han fusilado gente que no han matado a nadie. Inocentes. Otros, si lo hicieron.

__! Que barbaridad, Beto!_exclamó Carmen y se persignó. .

Emilia y Ana, esposa de Armando, estaban preparando la comida en la cocina. Freían masas de cerdo; tostones, sancochaban plátanos y cocinaban arroz. Para Ricardito y Ana, que no comían carne de cerdo porque no les gustaba, se hizo arroz con pollo.

La comida estuvo y Ana fue hasta el comedor, cubrió la mesa con un mantel blanco y colocó varias fuentes repletas; los platos, vasos y los cubiertos. A la voz de "vengan a comer" todos se sentaron a la mesa y el tintineo de las cucharas y los tenedores al hacer contacto con los platos comenzó. El menú quedó muy bueno y todos comieron hasta llenarse.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7
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