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El fracaso de una economía de "algoritmos" (Parte II) (página 4)

Enviado por Ricardo Lomoro


Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9

Esta sombría perspectiva económica tiene graves consecuencias. El aumento de la desigualdad alimenta el descontento político cuando los ciudadanos ven cómo empeoran sus perspectivas. Los informes que indican que tan solo 158 donantes adinerados aportaron la mitad de las contribuciones totales de campaña para la primera fase del ciclo electoral presidencial estadounidense en 2016 resaltan la preocupación de que la desigualdad del ingreso puede conducir a la desigualdad política.

En términos mundiales, la desaceleración de la convergencia económica tiene implicaciones similares, ya que los países más ricos mantienen su enorme influencia en todo el mundo, lo que lleva a la desafección y radicalización en los pobres. Independientemente de lo difícil que parezca actualmente el rompecabezas de la desigualdad del ingreso, si no lo solucionamos podríamos tener que enfrentar desafíos mucho más graves.

(Dambisa Moyo, an economist and author, sits on the board of directors of a number of global corporations. She is the author of Dead Aid, Winner Take All, and How the West Was Lost)

– Al fin de cuentas, ¿quién llevó a cabo la flexibilización cuantitativa? (Project Syndicate – 26/2/16)

Cambridge.- En lo que se refiere a quién realiza compras de valores del Tesoro de Estados Unidos, es justo decir que durante el período entre 1913 (año que se fundó la Reserva Federal de Estados Unidos) y la última parte de la década de 1980, la Fed, entre todos los bancos centrales, se constituyó en la única opción para dichas compras. Durante esa época, la Fed poseía una cantidad que oscilaba entre el 12% al 30% de todos los valores comerciables en circulación del Tesoro de los Estados Unidos (véase el gráfico), y se alcanzó un pico máximo posterior a la Segunda Guerra Mundial cuando la Fed trató de apuntalar la flácida economía de Estados Unidos tras el primero pico de los precios del petróleo en el año 1973.

Ya no vivimos en ese mundo que giraba alrededor de Estados Unidos, en el cual la Reserva Federal se constituía en la única opción y los cambios en la política monetaria de esta institución influían fuertemente en las condiciones de liquidez en EEUU y, en gran medida, en todo el mundo. Años antes de la crisis financiera mundial -y antes de que el término "flexibilización cuantitativa" (QE) se convirtiera en un término establecido y de uso corriente dentro del léxico financiero- la posesión de bonos del Tesoro por parte los bancos centrales extranjeros comenzó a dar alcance, y luego a superar, el nivel de participación porcentual de la Fed.

La compra de bonos del Tesoro de Estados Unidos por parte de los bancos centrales extranjeros realmente despegó en el año 2003, años antes de que la primera ronda de flexibilización cuantitativa, o "QE1", se pusiera en marcha a finales del año 2008. La arremetida de los bancos centrales extranjeros -vamos a llamarla "QE0"- fue liderada por el Banco Popular de China. Hasta el año 2006 (el pico de la burbuja inmobiliaria de Estados Unidos), las instituciones oficiales extranjeras tenían en su poder alrededor de un tercio de todos los bonos del Tesoro en circulación, aproximadamente el doble de la cantidad en poder de la Fed. En la víspera de la QE1 de la Fed, dicha participación se situó en aproximadamente el 40%.

Durante el transcurso de una década (2003-2013), la QE0 se constituyó en el aumento más sostenido e ininterrumpido en lo que se refiere a compras de bonos del Tesoro por parte de bancos centrales en toda la historia. Es difícil determinar el grado en que la QE1 de la Fed durante la crisis debió su éxito en cuanto a bajar las tasas de interés al hecho de que estaba siendo reforzada por lo que los bancos centrales extranjeros en todo el mundo -sobre todo en Asia– estaban haciendo de manera simultánea. Es ilustrativo, sin embargo, saber que las dos siguientes instauraciones de políticas de flexibilización cuantitativa por parte de la Reserva Federal, es decir QE2 y QE3, no coincidieron con grandes compras por parte de entidades extranjeras y, aparentemente, tuvieron sólo efectos modestos en los mercados financieros.

Offical Holdings of US Treasuries

Después de que se calmara la vorágine de la crisis del año 2008, una variedad de índices sobre las condiciones financieras mostraron comparativamente bajos niveles de volatilidad (según estándares históricos) hasta la primavera de 2013. Sin embargo, el florecimiento de la primavera de la estabilidad de pronto se desvaneció. Una combinación de la caída de los precios del petróleo y de los productos primarios, un ciclo económico demasiado maduro, y el anuncio de la intención de la Fed de iniciar "la reducción" de sus compras de activos hizo que la década de auge en muchos mercados emergentes llegue a su fin. Desde entonces, el crecimiento de dichas economías se ha desacelerado notablemente, sus mercados de valores se desplomaron, las salidas de capital aumentaron, y cayeron fuertemente los precios de muchas de sus monedas.

A la par con este sombrío giro de los acontecimientos, numerosos bancos centrales de los mercados emergentes dieron marcha atrás y comenzaron a vender bonos del Tesoro estadounidense. No nos enteraríamos de estas ventas, sin embargo, si revisamos el informe trimestral de la Fed sobre las cuentas financieras de EEUU: aproximadamente durante el período en que se iniciaron las antedichas ventas oficiales, la Fed dejó de informar sobre los bonos del Tesoro que están en posesión de instituciones oficiales extranjeras (una serie de datos que había estado disponible desde el año 1945). Ahora, el informe muestra solamente la cantidad agregada, que combina la cantidad de valores que están en poder de los bancos centrales con la cantidad en manos del sector privado.

Afortunadamente, el Tesoro de Estados Unidos aún publica esta información. Al cierre de la gestión 2015, la proporción de bonos del Tesoro en poder de los bancos centrales extranjeros supera en más de 1,5 veces a la proporción de bonos en poder de la Fed. Sin embargo, esta cifra es significativamente menor a la que se tuvo en su punto máximo y, debido a que la salida de capitales de China y de otras partes muestra muy pocas señales de estar disminuyendo, ahora tiene una tendencia a la baja.

Lo más probable es que la reversión errática y desordenada de la QE0 esté aplastando los efectos de las aseveraciones tranquilizadoras por parte de funcionarios de la Fed sobre que mantendrán un balance general de gran tamaño. De hecho, las condiciones de liquidez más estrictas y la mayor volatilidad en los mercados financieros son el subproducto de la reversión en el ciclo de larga duración de compras por parte de instituciones extranjeras.

El relajamiento de la QE0 no implica necesariamente una disminución en el apetito por bonos del Tesoro que tiene el resto del mundo. En tiempos de turbulencia financiera, los bonos del Tesoro de Estados Unidos han sido históricamente un refugio seguro para la fuga de capitales privados. Sin embargo, el cambio en la propiedad de los valores que en la actualidad se desarrolla, realmente, conlleva implicaciones para la estabilidad financiera. El cambio desde un escenario de compras constantes (y, a menudo predecibles) por parte de bancos centrales extranjeros durante el período 2003-2013 a compras que van a manos de inversores privados que son menos predecibles, y quienes son más sensibles a los cambios en las tasas de rendimiento, probablemente se constituya en el distintivo que marque la presente etapa del ciclo mundial.

(Carmen Reinhart is Professor of the International Financial System at Harvard University's Kennedy School of Government)

– El faltante de inversion (Project Syndicate – 29/2/16)

Berkeley.- La debilidad de la inversión privada en Estados Unidos y otras economías avanzadas es un aspecto preocupante (y desconcertante) de la recuperación tras la crisis financiera mundial de 2008. Según el Fondo Monetario Internacional, a lo largo de 2014 la inversión privada disminuyó un promedio de 25% en comparación con las tendencias previas a la crisis.

La caída de la inversión ha sido amplia y profunda, y afecta no solamente a la inversión residencial sino también en equipamientos y estructuras. La inversión de las empresas sigue muy por debajo de las expectativas previas a 2008, y el año pasado recibió un nuevo golpe en Estados Unidos por el derrumbe de la inversión en el sector energético en respuesta a la abrupta caída del precio del petróleo.

Curiosamente, la caída de la inversión en Estados Unidos coincide con una fuerte recuperación de la rentabilidad del capital. Una de sus mediciones indica que hoy el rendimiento del capital privado es el mayor de las últimas décadas. Pero existe abundante evidencia empírica de que en el nivel macroeconómico, la inversión de las empresas depende ante todo del crecimiento futuro esperado de la demanda y la producción, no de la rentabilidad actual o de los resultados acumulados. Según el FMI, esta teoría del "acelerador" explica la mayor parte de la caída de la inversión empresarial en las economías desarrolladas después de la crisis de 2008.

De acuerdo con esta explicación, el crecimiento de la inversión en Estados Unidos ha seguido las pautas históricas usuales, que lo relacionan con el crecimiento de la producción. Es decir, la causa principal del poco crecimiento de la inversión privada ha sido la extremada lentitud de la recuperación. Las empresas recortaron sus planes de inversión de antes de la crisis para adaptarlos a la "nueva normalidad" poscrisis, que incluye un crecimiento más lento e incierto de la demanda de sus productos.

Cuando la demanda agregada es insuficiente, un aumento de la inversión pública alienta más inversión empresarial privada. Pero la inversión pública también cayó por debajo de las expectativas precrisis, de modo que en vez de contrarrestar el freno a la inversión privada, lo está agravando.

La explicación de la caída de la inversión empresarial en Estados Unidos según la teoría del acelerador se condice con los datos que señalan que, allí donde el crecimiento previsto de la demanda se mantuvo relativamente alto (por ejemplo, en servicios de cable, telecomunicaciones, plataformas digitales, redes sociales y, hasta hace poco, energía), el crecimiento de la inversión también fue relativamente alto. De hecho, estos últimos tres años, la mayor parte del gasto en capital de las empresas se concentró en las industrias de las telecomunicaciones y el cable; el segundo lugar fue para la generación de energía y la minería.

El cambio en la composición de la inversión empresarial también coincide con las diferencias intersectoriales en oportunidades de innovación. Entre 2009 y 2015, a la par que en Estados Unidos se frenaba la inversión empresarial en equipos, se aceleraba en las áreas relacionadas con la propiedad intelectual, como investigación y desarrollo, software y obras artísticas originales (la producción de artistas, estudios y editoriales).

La inversión en I+D suele crecer más rápido que el PIB durante las expansiones cíclicas, y el período actual no se aparta de las tendencias históricas. De hecho, como porcentaje de la economía, la inversión en I+D se encuentra en un máximo histórico (un buen presagio de crecimiento futuro de la productividad).

Como predice la teoría del acelerador, gran parte de la inversión en I+D se está dando en sectores altamente tecnológicos, donde la demanda actual y la demanda futura esperada se han mantenido altas. También hay datos que señalan que la distribución de la rentabilidad del capital muestra un sesgo cada vez más favorable hacia esos sectores. Un informe reciente del McKinsey Global Institute afirma que las industrias más digitalizadas (según 18 indicadores que miden el grado de digitalización del capital, las operaciones y la fuerza laboral) disfrutan de márgenes de ganancias considerablemente mayores que las tradicionales.

En una carta reciente a los directores ejecutivos de empresas listadas en el S&P 500 y grandes corporaciones europeas, Larry Fink (CEO de BlackRock, la mayor administradora de inversiones del mundo) advirtió contra la posibilidad de que muchas empresas globales, al destinar fondos a distribuir dividendos y recomprar acciones propias, estén sacrificando inversiones con potencial para crear valor. Entre las corporaciones estadounidenses no financieras, la proporción de los fondos invertibles que se usan para pagar dividendos y recomprar acciones sigue desde los ochenta una tendencia ascendente, aunque con altibajos cíclicos. Tras una caída abrupta durante la recesión de 2008 y 2009, esta proporción se ha recuperado hasta casi el 50%, un valor alto en relación con los promedios históricos.

La evidencia macroeconómica indica que la causa principal de la falta de inversión empresarial en Estados Unidos y otros países desarrollados tras la crisis financiera internacional fue la escasez de demanda, no que un porcentaje excesivo de los fondos invertibles se haya destinado a pagar dividendos y recomprar acciones. Pero a más largo plazo, la tendencia ascendente de este porcentaje es síntoma de la creciente presión de los accionistas sobre las corporaciones para que prioricen los rendimientos inmediatos en detrimento de las inversiones a futuro.

En una encuesta reciente de McKinsey a mil altos ejecutivos y directores corporativos, el 63% respondió que estos últimos años aumentaron las exigencias de los accionistas de obtener rentabilidad a corto plazo. Un 79% incluso declaró sentirse presionados a mostrar altos rendimientos financieros en dos años o menos.

La presión de los accionistas tiende a ser mayor en las empresas más antiguas, una categoría que en Estados Unidos creció en proporción durante las últimas décadas, conforme disminuía la tasa de creación de nuevas empresas. Además, como Fink y otros han advertido, las prácticas remuneratorias que vinculan la paga de los ejecutivos superiores con medidas de éxito a corto plazo (como las ganancias trimestrales por acción o la rentabilidad anual del capital) también alientan a las empresas a ser "cortoplacistas" en sus decisiones de inversión.

Para desincentivar el cortoplacismo de los inversores podría aplicarse una escala móvil al impuesto a la plusvalía financiera, de modo tal que la alícuota disminuya proporcionalmente al tiempo de tenencia de las inversiones en cartera. Algunos que han propuesto esta idea son Larry Fink, el Center for American Progress y Hillary Clinton. En su reciente carta a los directores ejecutivos, Fink también pide que las empresas publiquen en forma anual "esquemas estratégicos" para la creación de valor a largo plazo, que estén respaldados por indicadores financieros cuantificables y vinculen la remuneración de los ejecutivos a largo plazo con el desempeño según esos indicadores.

Fink señala que estos esquemas deberían incluir los factores ambientales, sociales y de gobernanza que son los determinantes centrales del valor a largo plazo. Para entregar a los inversores información sustancial sobre esos factores, las empresas podrían usar las nuevas normas con respaldo empírico elaboradas por la SASB (una organización que se dedica a la promoción de normas contables sostenibles). La publicación de esquemas estratégicos y de información sobre los factores mencionados puede alentar a las empresas y a sus accionistas a pensar más en el valor a futuro y menos en el desempeño financiero inmediato. Pero en el nivel macroeconómico, los principales motores de la inversión empresarial seguirán siendo el crecimiento esperado de la demanda y las oportunidades de innovación asociadas.

(Laura Tyson, a former chair of the US President's Council of Economic Advisers, is a professor at the Haas School of Business at the University of California, Berkeley, a senior adviser at the Rock Creek Group, and a member of the World Economic Forum Global Agenda Council on Gender Parity)

Pragmatismo o perdición (Project Syndicate – 29/2/16)

Berkeley.- Resulta prácticamente imposible evaluar el progreso de la economía de Estados Unidos en los últimos 40 años sin sentirse desilusionado. Desde la perspectiva del norteamericano promedio, casi un tercio del potencial productivo del país se ha despilfarrado en un gasto que no suma nada a la riqueza real o destruida por la crisis financiera de 2008.

Desde mediados de los años 1970, Estados Unidos incrementó el gasto en la administración de la atención médica en aproximadamente el 4% del PIB y aumentó el gasto en sobretratamientos en alrededor del 2% del PIB. Países como Canadá, el Reino Unido y Francia no han seguido sus pasos y, aun así, les está yendo igual de bien -si no mejor- a la hora de asegurar que sus ciudadanos se mantengan saludables.

Mientras tanto, en el mismo período, Estados Unidos ha desviado el gasto en educación, infraestructura pública e industria hacia la oferta de incentivos para los ricos -principalmente en forma de recortes impositivos-. Estados Unidos gasta 10% más de lo que gastaba antes en facilitarles a los ricos la tarea de acumular riqueza, pero ha recortado la inversión pública en capital físico y humano en aproximadamente el 4% del PIB, comparado con lo que se habría esperado si los patrones de gasto hubiesen seguido las tendencias históricas.

Hace 40 años, por ejemplo, Estados Unidos gastaba alrededor del 4% de su PIB en finanzas. Hoy, gasta el doble que eso. Y los resultados han sido catastróficos. A pesar de los argumentos plutocráticos de que los jefes de las compañías financieras y otros CEOs merecen sus paquetes de compensación cada vez más desmesurados, no existe ninguna evidencia de que estén haciendo un mejor trabajo que antes en lo que concierne a dirigir sus empresas o asignar capital de manera más eficiente. Por el contrario, la mayor cuota de responsabilidad por las continuas dificultades económicas se puede asignar tranquilamente al sector financiero hipertrofiado y disfuncional de Estados Unidos.

Este redireccionamiento de la inversión se suele atribuir a los esfuerzos por fomentar el crecimiento. Y, sin embargo, más allá de cuánto distorsionemos los puntos de partida o manipulemos los puntos de referencia, es claro que ha fracasado. En verdad, cuesta ver las decisiones de los últimos 40 años como algo que no sea un profundo fracaso por parte de las instituciones públicas responsables de forjar el progreso económico del país.

Este es un hecho sorprendente. Hasta alrededor de 1980, estas instituciones eran claramente de primera categoría. Durante más de 200 años, el gobierno de Estados Unidos fue sumamente exitoso en cuanto a expandir las oportunidades y alimentar el crecimiento económico. Desde la insistencia de Alexander Hamilton de promover la industria y las finanzas, hasta la construcción de infraestructura que se propagó por el continente y la introducción de la educación pública, las inversiones del gobierno se amortizaron generosamente. De hecho, el gobierno, en repetidas ocasiones, empujó a la economía a lo que se creía eran las industrias del futuro, lo que resultó en una expansión económica y una clase media más grande y más pudiente.

Sólo hace relativamente poco tiempo se empezaron a hacer apuestas equivocadas. Los últimos 40 años de políticas no han logrado producir una sociedad más rica; sólo han generado una elite más rica.

No sorprende que los ideólogos de la izquierda y de la derecha no coincidan respecto de qué fue lo que salió mal. La izquierda, de manera bastante creíble, culpa a la idea de que el libre mercado siempre tiene razón y necesita estar desencadenado, y de que aquellos a los que recompensa siempre lo merecen. En la derecha, de manera menos creíble, atribuyen la decadencia a la supervivencia y expansión del sistema de asistencia social (comparativamente exiguo) de Estados Unidos. Programas como Medicare, Medicaid, la seguridad social, el Crédito Tributario por Ingreso Ganado, el seguro de desempleo y el seguro por discapacidad, sostienen, han convertido a Estados Unidos en un país de tomadores, no de hacedores.

En un nuevo libro, Economía concreta: el enfoque Hamilton para el crecimiento y la política económica, junto con el otro autor, Steve Cohen, demostramos que el problema es aún más fundamental. El pobre desempeño económico de Estados Unidos no es el resultado de alguna ideología particular, sino de permitir que los ideólogos guíen las políticas públicas.

El objetivo de una ideología en el mundo real no consiste en brindar esclarecimiento, sino en ofrecerles a sus adherentes una sensación de certeza mientras transitan un mundo complejo. Una ideología se vuelve exitosa no por sugerir políticas que funcionan, sino por ayudar a la gente a sentirse cómoda, feliz y segura de lo que está haciendo.

Cohen y yo sostenemos que hay una mejor alternativa que el enfoque ideológico: el pragmatismo. En lugar de buscar reglas dominantes o una gran teoría, hay que buscar, en cambio, algo que probablemente funcione -e implementar políticas en consecuencia.

Hemos bautizado esta estrategia con el nombre del fundador estadounidense más adepto a ajustar sus prescripciones en materia de política a la realidad. Pero es un método de toma de decisiones que ha tenido numerosos defensores a lo largo de la historia del país. Los presidentes norteamericanos Dwight Eisenhower, Teddy Roosevelt, Franklin Roosevelt y Abraham Lincoln colocaron el pragmatismo por delante de la ideología.

Como aporte a la cultura popular, Economía concreta seguramente resulte menos popular que el musical de hip-hop Hamilton. Pero para los responsables de las políticas que busquen revertir la economía estadounidense, esperamos que ofrezca alguna guía, tan necesaria, cuando aborden los desafíos que enfrenta el país.

(J. Bradford DeLong is Professor of Economics at the University of California at Berkeley and a research associate at the National Bureau of Economic Research. He was Deputy Assistant US Treasury Secretary during the Clinton Administration, where he was heavily involved in budget and trade negotiation…)

– ¿Un regreso al 2008? (Project Syndicate – 2/3/16)

Nueva York.- La pregunta que me hacen con más frecuencia en estos días es la siguiente: ¿Regresamos al 2008 y a otra crisis financiera y recesión global?

Mi respuesta es un franco no, pero aclaro que el reciente episodio de turbulencia del mercado financiero global probablemente sea más serio que cualquier período de volatilidad y comportamiento de aversión al riesgo desde 2009. Esto es porque hoy existen por lo menos siete causas de riesgo de catástrofe global, a diferencia de los factores únicos -la crisis de la eurozona, el episodio del "taper tantrum" (cuando la Reserva Federal anunció una posible reducción anticipada de sus compras de bonos), una posible salida griega de la eurozona y un aterrizaje económico forzoso en China- que han alimentado la volatilidad en los últimos años.

Primero, los temores sobre un aterrizaje forzoso en China y su potencial impacto en el mercado bursátil y el valor del renminbi han regresado con ganas. Si bien es más probable que China tenga un aterrizaje con sacudidas más que forzoso, todavía deben calmarse las preocupaciones de los inversores debido a la desaceleración actual del crecimiento y la continua fuga de capitales.

Segundo, los mercados emergentes están en serios problemas. Enfrentan vientos de frente globales (la desaceleración de China, el fin del súper ciclo de las materias primas, la salida de la Fed de las tasas de política monetaria cero). Muchos experimentan desequilibrios macro, como déficits de cuenta corriente y fiscal gemelos, y confrontan una creciente inflación y una desaceleración del crecimiento. La mayoría no han implementado reformas estructurales para impulsar el débil crecimiento potencial. Y la debilidad de la moneda aumenta el valor real de billones de dólares de deuda acumulada en los últimos diez años.

Tercero, la Fed probablemente se equivocó al abandonar su política de tasa de interés cero en diciembre. Un crecimiento más débil, una inflación más baja (debido a una mayor caída de los precios del petróleo) y condiciones financieras más difíciles (por un dólar más fuerte, un mercado bursátil corregido y mayores diferenciales de crédito) ahora amenazan el crecimiento y las expectativas inflacionarias de Estados Unidos.

Cuarto, muchos riesgos geopolíticos que se cuecen a fuego lento ya están llegando a un punto de ebullición. Quizá la causa más inmediata de incertidumbre sea la perspectiva de una guerra fría de largo plazo -interrumpida por conflictos subsidiarios- entre las potencias regionales de Oriente Medio, particularmente Arabia Saudita, chiita, e Irán, sunita.

Quinto, el derrumbe de los precios del petróleo está generando caídas de las acciones de Estados Unidos y globales y alzas en los diferenciales de crédito. Esto ahora puede señalar una demanda global débil -en lugar de una oferta creciente- en tanto se desacelera el crecimiento en China, en los mercados emergentes y en Estados Unidos.

Los precios bajos del petróleo también perjudican a los productores de energía de Estados Unidos, que conforman una porción importante del mercado accionario de Estados Unidos, e imponen pérdidas crediticias y potenciales incumplimientos de pago a las economías que son netas exportadoras de energía, sus deudas soberanas, sus empresas estatales y las firmas del sector energético. En la medida que las regulaciones impidan que los creadores de mercado ofrezcan liquidez y absorban la volatilidad de mercado, cada shock fundamental se vuelve más agudo en términos de correcciones de precios de los activos de riesgo.

Sexto, los bancos globales se ven amenazados por los retornos más bajos, debido a las nuevas regulaciones implementadas a partir de 2008, el crecimiento de la tecnología financiera que amenaza con alterar sus modelos de negocios ya en dificultades, el creciente uso de tasas de política monetaria negativas, las pérdidas crediticias en alza por activos de mala calidad (energía, materias primas, mercados emergentes, prestatarios corporativos europeos frágiles) y el movimiento en Europa para que los acreedores de los bancos asuman parte de la deuda, en lugar de rescatarlos con ayuda estatal ahora restringida.

Finalmente, este año la Unión Europea y la eurozona podrían ser la zona cero de una turbulencia financiera global. Los bancos europeos están en dificultades. La crisis migratoria podría conducir al fin del Acuerdo Schengen y (junto con otros problemas domésticos) al fin del gobierno de la canciller alemana, Angela Merkel.

Es más, la salida de Gran Bretaña de la UE se está volviendo cada vez más probable. Ahora que el gobierno griego y sus acreedores vuelven a estar en una trayectoria de colisión, el riesgo de una salida de Grecia puede regresar. Los partidos populistas de derecha y de izquierda están ganando fuerza en toda Europa. En consecuencia, Europa cada vez corre más riesgo de desintegrarse. Para colmo de males, su vecindario no es un lugar seguro: hay guerras no sólo en Oriente Medio sino también en Ucrania -a pesar de los repetidos intentos por parte de la UE de negociar la paz, mientras que Rusia se está volviendo más agresiva en las fronteras de Europa, desde los países bálticos hasta los Balcanes.

En el pasado, los riesgos de catástrofe eran más ocasionales, los temores por el crecimiento terminaban siendo sólo eso y la respuesta en materia de políticas era fuerte y efectiva, lo cual permitía que los episodios de riesgo elevado fueran breves y que se restablecieran los precios de los activos a sus niveles altos anteriores (si no más altos aún). Hoy, existen siete causas de potencial riesgo de catástrofe global, y la economía mundial está pasando de una expansión anémica (crecimiento positivo que se acelera) a una desaceleración (crecimiento positivo que se desacelera), lo cual derivará en una mayor reducción del precio de los activos de riesgo (acciones, materias primas, crédito) a nivel mundial.

Al mismo tiempo, las políticas que frenaron y revirtieron el ciclo fatal entre la economía real y los activos de riesgo se están quedando sin fuerzas. El mix de políticas no es el adecuado, debido a una excesiva dependencia de la política monetaria y no de la política fiscal. De hecho, las políticas monetarias se están volviendo cada vez menos convencionales, lo que se refleja en la tendencia de varios bancos centrales hacia tasas de interés reales negativas; y estas políticas poco convencionales corren el riesgo de hacer más mal que bien ya que afectan la rentabilidad de los bancos y otras firmas financieras.

Dos meses funestos para los mercados financieros pueden dar lugar en marzo a una recuperación reparadora de activos como las acciones globales, en tanto algunos bancos centrales clave (el Banco Popular de China, el Banco Central Europeo y el Banco de Japón) se vuelven más flexibles, mientras que otros (la Fed y el Banco de Inglaterra) seguirán esperando un tiempo más. Pero repetidas erupciones generadas por algunas de las siete causas de riesgo de catástrofe global harán que el resto de este año -a diferencia de los siete anteriores- sea malo para los activos de riesgo y anémico para el crecimiento global.

(Nouriel Roubini, a professor at NYU"s Stern School of Business and Chairman of Roubini Global Economics, was Senior Economist for International Affairs in the White House's Council of Economic Advisers during the Clinton Administration. He has worked for the International Monetary Fund…)

– ¿Tiempo de financiar directamente el gasto público? (Project Syndicate – 3/3/16)

Washington, DC.- "¿Se acabaron las municiones?" se preguntó hace poco The Economist sobre las medidas que les quedan a las autoridades monetarias. Stephen Roach calificó de intento "fútil" que no hace más que "preparar el escenario para la siguiente crisis" la medida adoptada por importantes bancos centrales (como el Banco del Japón, el Banco Central Europeo y el Banco de Suecia) de pasar a tasas de interés negativas reales (y, en algunos casos, incluso nominales). Y, en la reunión de ministros de finanzas del G-20 de febrero, el gobernador del Banco de Inglaterra Mark Carney las llamó "en último término, un juego de suma cero". ¿De verdad se les han acabado las opciones a los bancos centrales de las grandes economías avanzadas, que han debido sostener la carga de las débiles recuperaciones posteriores a 2008?

Parece que así es. Los balances de los bancos centrales se han hinchado y las tasas han bajado hasta acercarse a cero. Da la impresión de que abunda el agua barata, pero que el caballo se niega a beber. Ante la falta de señales inflacionarias y un crecimiento todavía tibio y frágil, muchos pronostican un ritmo crónicamente lento, y otros hasta temen una nueva recesión global.

Pero las autoridades tiene una opción más: adoptar una política fiscal "más pura", financiando directamente el gasto público con emisiones adicionales de dinero, el llamado "salvamento desde el helicóptero". Los fondos circunvalarían los sectores financiero y corporativo para ir directo a los caballos más sedientos: los consumidores de ingresos medios y bajos. El dinero podría llegar a ellos sin intermediarios, y también mediante inversiones en infraestructuras que mejoren la productividad y creen empleos. Al dar poder de compra a quienes más lo necesitan, la financiación monetaria directa del gasto público también ayudaría a mejorar la capacidad de inclusión de las economías en que la desigualdad aumenta rápidamente.

En la actualidad, economistas tanto de izquierda y de centro proponen esta política. En cierto sentido, incluso algunos "conservadores" (aquellos que apoyan más gastos de infraestructura, pero también desean reducir los impuestos y se oponen a un mayor endeudamiento) la apoyan de facto.

Últimamente han surgido propuestas más radicales, reflejando una sensación de urgencia y desilusión generalizada con el impacto de la actual política monetaria. Más allá de manifestar su apoyo a un aumento de los salarios mínimos, algunos llaman a adoptar "políticas de ingreso inverso", es decir, que los gobiernos impongan aumentos salariales generalizados a todos los empleadores privados, medida que estimularía los precios y eliminaría las expectativas deflacionarias. El hecho de que haya economistas cuyos puntos de vista nada tienen que ver con la izquierda estén incluso plantándose un intervencionismo de este tipo muestra lo extremas que han llegado a ser las circunstancias.

En cierta forma soy partidario de todas estas propuestas. Obviamente, los detalles de su implementación tendrían que variar dependiendo de las circunstancias de cada país. Por ejemplo, Alemania está en buena posición para adoptar una política de ingreso inverso, considerando su enorme superávit de cuenta corriente, aunque sin duda habría importantes obstáculos políticos. Sin embargo, casi en cualquier sitio tiene mucho sentido aumentar el gasto en educación, actualizar de habilidades e invertir en infraestructura, y políticamente es más factible.

Sin embargo, hay otra dimensión del desafío que hasta ahora no se ha recalcado lo suficiente, a pesar de las advertencias de Carney, Roach y otros. Cuando se vuelven cuasi-permanentes, las tasas de interés reales cero o negativas socavan la asignación eficiente del capital y crean las condiciones para que se produzcan burbujas, colapsos y crisis. También contribuyen a una mayor concentración del ingreso en los niveles más altos, afectando a los pequeños ahorristas y creando oportunidades para que los grandes actores financieros se beneficien del acceso a ahorros a un coste real negativo. Con todo lo poco ortodoxo que pueda sonar, es probable que a la economía mundial le convenga tener tasas de interés ligeramente mayores.

En todo caso, elevar las tasas de interés no puede ser una política aislada. En lugar de ello, deben aplicarse pequeños aumentos de las tasas, de modo que se integren a una estrategia fiscal y distribucional más amplia. Todo ello en conjunto con más gasto público en infraestructura y actualización de habilidades, así como algunas formas suaves de políticas de ingreso, por ejemplo recurriendo a la "persuasión moral".

Sin embargo, incluso con ese enfoque los bancos centrales tendrían que coordinar sus políticas. Si un solo banco central importante tratara de elevar las tasas, inmediatamente su economía sería "castigada" con una apreciación de su moneda, menor competitividad y una reducción de sus importaciones, todo lo cual socavaría el empleo y la demanda agregada.

Si los principales bancos centrales decidieran subir al mismo tiempo sus tasas de interés, los efectos se anularían entre sí. Si se adoptara una medida coordinada, quizás elevando las tasas en dos modestos incrementos de 25 o 30 puntos porcentuales, los resultados serían neutrales en términos de tipos de cambio y competitividad en el corto plazo, incluso si llevaran las tasas de interés de regreso a territorio positivo. De tener éxito, se podrían ir aplicando pequeños aumentos adicionales, creando espacio para contar en el futuro con "municiones" de política monetaria más tradicionales.

El éxito también depende de la búsqueda en simultáneo de una expansión fiscal en todo el planeta, en que cada país calibre sus medidas según su margen de maniobra fiscal y su actual situación de cuenta corriente. La expansión podría financiar un programa de inversiones globales en infraestructura física y humana, centrándose en los dos grandes desafíos de nuestra época: energía más limpia y habilidades para la era digital.

Un paquete de políticas coordinado y oportuno podría impulsar el crecimiento global, mejorar la asignación del capital, apoyar una distribución más equitativa del ingreso y reducir el peligro de que se produzcan burbujas especulativas. Las diferentes reuniones preparatorias de la cumbre del G-20 en China, entre ellas las reuniones de primavera del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, sería el espacio ideal para diseñar un conjunto de medidas de este tipo, así como su implementación.

Es evidente que la ortodoxia económica y las medidas independientes no han funcionado. Es momento de que las autoridades reconozcan que una cooperación innovadora e internacional en torno a políticas no es un lujo: a veces (como hoy en día) es una necesidad.

(Kemal Dervis, former Minister of Economic Affairs of Turkey and former Administrator for the United Nations Development Program (UNDP), is a vice president of the Brookings Institution)

– La resiliencia furtiva de la economía global (Project Syndicate – 3/3/16)

Oxford.- La semana pasada, Christine Lagarde, la directora gerente del Fondo Monetario Internacional, advirtió que si los países no actúan en conjunto, la economía global podría descarrilar. Por su parte la OCDE ha alertado que los países deben tomar medidas de manera "urgente" y "colectiva" para impulsar las perspectivas de crecimiento globales. Sin embargo, los ministros de Finanzas y presidentes de bancos centrales del G-20 a quienes estaban dirigidas estas súplicas no se pusieron de acuerdo respecto de alguna de estas medidas en su reciente reunión en Shanghái.

Sin duda, el comunicado difundido después de la reunión incluye la promesa de utilizar "todas las herramientas de política monetaria, fiscal y estructural de manera individual y colectiva" para "fomentar la confianza y preservar y fortalecer la recuperación". Pero el comunicado también refleja divisiones marcadas -particularmente con respecto al papel de la política monetaria y fiscal en cuanto a estimular el crecimiento- entre los ministros de Finanzas y los banqueros centrales que acordaron sobre su texto.

En materia de política monetaria, el comunicado ofrece la declaración vacía de que el G-20 "continuará respaldando la actividad económica y asegurando la estabilidad de precios, de manera consistente con los mandatos de los bancos centrales". Eso evitó el interrogante central: ¿los bancos centrales deberían intentar estimular el crecimiento a través de políticas monetarias "no convencionales"?

El Banco de Pagos Internacionales piensa que no, y en su informe anual de 2015 sostiene que "la política monetaria se ha visto sobrecargada" en su intento por revigorizar el crecimiento, una realidad que se refleja en "la persistencia de tasas de interés ultra bajas". El resultado es un ciclo vicioso de demasiada deuda, muy poco crecimiento y tasas de interés excesivamente bajas que, para citar a Claudio Borio del BPI, "engendra tasas más bajas".

Este análisis aleccionador no ha impedido que el Banco de Japón o el Banco Central Europeo aplicaran una mayor flexibilización monetaria. Tampoco disuadió al presidente del Banco Popular de China, Zhou Xiaochuan, de expresar su deseo de asumir una mayor carga de estímulo del crecimiento en Shanghái.

Pero no todos ignoran las señales de advertencia. El presidente del Banco de Reserva de la India, Raghuram Rajan, ha instado al FMI a examinar los efectos de una política monetaria no convencional, no sólo en los países que la implementan sino también en el resto del mundo. De la misma manera, el gobernador del Banco de Inglaterra, Mark Carney, ha señalado que los países que utilizan tasas de interés negativas (incluido, más recientemente, Japón), al forzar una devaluación de la moneda, están exportando una demanda débil -en definitiva un juego de suma cero.

En lo que concierne a la política fiscal, el acuerdo es igual de ineficiente. El FMI está instando a los países con superávits como Alemania a implementar más estímulo. La OCDE también ha solicitado a sus miembros más ricos que aprovechen su capacidad actual de endeudamiento por períodos prolongados a tasas de interés muy bajas para mejorar la inversión en infraestructura que mejore el crecimiento.

Estos reclamos provocaron una refutación afilada del ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, que condenó el "modelo de crecimiento financiado con deuda". El resultado de este conflicto fue una declaración vaga del G-20 de que utilizaría "la política fiscal de manera flexible para fortalecer el crecimiento, la creación de empleo y la confianza, mejorando al mismo tiempo la resiliencia y asegurando que la deuda como porcentaje del PBI esté en un sendero sustentable".

A la luz de las declaraciones del FMI y de la OCDE, este notorio fracaso a la hora de ponerse de acuerdo sobre las políticas monetarias y fiscales parece sumamente peligroso. Pero ambas instituciones pueden estar exagerando el problema.

En verdad, a pesar de la incertidumbre generalizada -flujos de capital volátiles, derrumbe de los precios de las materias primas, crecientes tensiones geopolíticas, el shock de una potencial salida británica de la Unión Europea y una masiva crisis de refugiados-, el estancamiento de la cooperación global puede ser menos riesgoso hoy de lo que era inclusive hace diez años. El factor clave en este contexto ha sido el reconocimiento generalizado de los riesgos inherentes a la globalización económica, y los esfuerzos concertados por reforzar la resiliencia necesaria sobre una base nacional, bilateral o regional.

Consideremos las finanzas. Hace veinte años, comenzó en Tailandia una crisis financiera catastrófica que rápidamente se propagó por todo el este de Asia. Desde entonces, esas economías, y otras en el mundo emergente, se han protegido contra las crisis acumulando enormes acopios de reservas de moneda extranjera. En parte como resultado de eso, el volumen de reservas ha aumentado de aproximadamente 5% del PIB mundial en 1995 a alrededor del 15% hoy.

Las economías emergentes también tienen en su poder menos deuda soberana y han creado acuerdos bilaterales y regionales de permuta de divisas. Por otra parte, más de 40 países han tomado medidas macroprudenciales desde la crisis financiera global de 2008.

Los países también se benefician de un mayor acceso a fuentes de financiamiento más diversificadas. Algunos países emergentes y en desarrollo hoy acceden a los mercados de bonos globales de manera individual. Y el papel de los bancos de desarrollo regionales -incluidos el Banco Africano de Desarrollo, el Banco Asiático de Desarrollo y el Banco Interamericano de Desarrollo, así como los recientemente creados Banco Asiático de Inversión en Infraestructura y el Nuevo Banco de Desarrollo- ha crecido.

La manifestación final de este nuevo patrón de cooperación -que podría llamarse "gobernancia repartida"- aparece en el comercio. Mientras que la Ronda de Negociaciones de Doha ha tambaleado y se ha caído, la liberalización está avanzando a paso rápido, debido a la proliferación de acuerdos bilaterales, regionales y súper regionales.

Estos nuevos acuerdos de gobernancia tienen importantes efectos en la mejora de la resiliencia, pero tal vez no ofrezcan una alternativa más eficiente para el multilateralismo, y no eliminen la necesidad de instituciones multilaterales tradicionales. Por el contrario, organismos como el FMI, el Banco Mundial y la Organización Mundial de Comercio deberían ser responsables por analizar y transmitir información vital al conjunto de las instituciones que están cumpliendo su rol tradicional.

Por ejemplo, el FMI debería responder al pedido de Rajan de rastrear y analizar los efectos de las políticas monetarias no convencionales. De la misma manera, podría reforzar su análisis del impacto de los controles de capital en los países que los implementen, y en otros países. También podría volver a preparar modelos de cómo la reestructuración de la deuda soberana podría estar mejor respaldada -ya sea a nivel nacional, a través de bonos convertibles contingentes o ligados al PIB, o a nivel regional o global.

En su reunión de Shanghái, los responsables de las políticas del G-20 prometieron adoptar un conjunto de herramientas políticas para impulsar el crecimiento global y evitar las guerras de monedas. No cumplieron con esa promesa. Pero su fracaso puede haber reforzado el cambio a una nueva fase de gobernancia económica global repartida.

(Ngaire Woods is Dean of the Blavatnik School of Government and Director of the Global Economic Governance Program at the University of Oxford)

– ¿Los bancos centrales se quedaron realmente sin munición? (Project Syndicate – 8/3/16)

Londres.- La economía global enfrenta un problema crónico de demanda nominal deficiente. Japón sufre un crecimiento cercano a cero y una inflación mínima. La inflación de la eurozona nuevamente volvió a ser negativa, y la inflación británica es de cero a la vez que el crecimiento económico se desacelera. La economía estadounidense es ligeramente más robusta, aunque inclusive allí la recuperación de la crisis financiera de 2008 sigue siendo decepcionantemente lenta, las tasas de empleo están muy por debajo de los niveles de 2007 y la inflación anual no alcanzará el objetivo del 2% de la Reserva Federal durante varios años.

Sin embargo, el debate sobre qué políticas podrían impulsar la demanda sigue siendo inadecuado, evasivo y confuso. En Shanghái, los ministros de Relaciones Exteriores del G-20 se comprometieron a utilizar todas las herramientas disponibles -estructurales, monetarias y fiscales- para impulsar las tasas de crecimiento e impedir la deflación. Pero muchos de los actores clave son más propensos a señalar lo que no pueden hacer que lo que sí pueden.

Los bancos centrales con frecuencia destacan los límites de sus poderes y lamentan la falta de progreso por parte del gobierno hacia una "reforma estructural" -una expresión comodín que cubre la liberalización comercial, las reformas del mercado laboral y de productos y las medidas para abordar los desafíos fiscales de mediano plazo, como los aumentos de la edad jubilatoria-. Pero si bien algunas de estas medidas podrían incrementar el crecimiento potencial en el largo plazo, casi ninguna puede marcar una diferencia en cuanto al crecimiento o las tasas de inflación en los próximos 1 a 3 años.

En verdad, algunas reformas estructurales, como el incremento de la flexibilidad del mercado laboral (haciendo que resulte más fácil despedir empleados, por ejemplo), pueden en un principio tener un efecto negativo en la confianza y el gasto de los consumidores. Lo ideal sería que se prohibieran las referencias vagas a una "reforma estructural". Todos deberían verse en la obligación de especificar de qué reformas específicas están hablando y el calendario para cualquier beneficio que se logre.

Si el problema central es una demanda global inadecuada, lo único que puede resolverlo es la política monetaria o fiscal. Pero los banqueros centrales tienen razón al destacar los límites de lo que la política monetaria por sí sola puede lograr.

El Banco de Japón recientemente introdujo tasas de interés negativas y la semana próxima el Banco Central Europeo probablemente empuje un poco más su propia tasa en territorio negativo o anuncie más flexibilización cuantitativa (QE). Pero estas palancas no pueden modificar demasiado el consumo económico y la inversión reales.

Las tasas de interés negativas están destinadas a espolear la demanda de crédito de las empresas y los hogares. Pero si los bancos no están dispuestos a imponer tasas negativas a los depositantes, la consecuencia real y perversa podrían ser tipos de interés más altos en tanto los bancos intentan mantener los márgenes frente a las pérdidas operacionales que hoy le generan a las reservas de su banco central.

Como observó Mark Carney, gobernador del Banco de Inglaterra, las tasas de interés negativas sólo deberían utilizarse de manera tal que estimulen la demanda global general, en lugar de simplemente trasladar la demanda de un país a otro a través de una devaluación competitiva. Pero lograr este tipo de estímulo mediante tasas de interés negativas quizá resulte imposible. La posibilidad de más QE para modificar el comportamiento en la economía real es igual de confuso.

Esto significa que la demanda nominal aumentará sólo si los gobiernos aplican política fiscal para reducir los impuestos o aumentar el gasto público -colocando así a la nueva demanda, según palabras de Milton Friedman, directamente "en el flujo de ingresos". Pero el mundo está lleno de gobiernos que se sienten incapaces de hacer esto.

El Ministerio de Finanzas de Japón está convencido de que debe reducir su gran déficit fiscal mediante un incremento del impuesto a las ventas en abril de 2017. Las reglas de la eurozona indican que muchos países miembro están comprometidos a reducir sus déficits. El secretario de Hacienda británico, George Osborne, también está decidido a reducir, no aumentar, el déficit de su país.

Por lo tanto, el mantra oficial estándar hoy es que los países que todavía tienen "espacio fiscal" deben usarlo. Pero no hay motivos para creer que los candidatos más obvios -como Alemania- en verdad vayan a hacer algo. Y no existe ninguna certeza de que, aún si todos los países que tienen un espacio fiscal lo utilizaran, el impulso de la demanda global sería suficiente.

Estos impasses han alimentado el creciente temor de que estamos "sin munición" para combatir un crecimiento inadecuado y una potencial deflación. Pero si nuestro problema es la demanda nominal inadecuada, existe una política que siempre funcionará. Si los gobiernos tienen mayores déficits fiscales y no financian esto con deuda sujeta a intereses sino con dinero del banco central, la demanda nominal sin duda aumentará, produciendo una combinación de inflación más elevada y mayor producción real.

En consecuencia, cada vez se discute más la opción de financiar directamente el gasto público. Pero el debate en torno de esto está plagado de confusiones.

Se suele decir que monetizar los déficits fiscales comprometería a los bancos centrales a mantener las tasas de interés bajas para siempre, una estrategia destinada a producir una inflación excesiva. Al mismo tiempo hay quienes argumentan (a veces inclusive los mismos) que el financiamiento monetario no estimularía la demanda porque la gente temería un futuro "impuesto a la inflación".

Ambas aseveraciones no pueden ser ciertas; en realidad, ninguna de las dos lo es. Déficits muy pequeños financiados con dinero producirían sólo un impacto mínimo en la demanda nominal, mientras que déficits muy grandes generarían una inflación elevada perjudicial. En algún lugar en el medio existe una política óptima -una propuesta de sentido común que suele estar ausente en el debate.

En medio de la confusión, se ignora la única cuestión política realmente importante: si podemos diseñar reglas y asignar responsabilidades institucionales a fin de asegurar que el financiamiento monetario se utilice sólo de manera moderada y disciplinada, o si la tentación de utilizarlo en exceso resultará irresistible. Si la irresponsabilidad política es inevitable, realmente nos quedamos sin munición que podamos utilizar sin hacernos volar por los aires. Pero si, como creo, el problema de la disciplina se puede resolver, necesitamos empezar a formular las reglas correctas y a distribuir responsabilidades de manera apropiada.

Una cosa es cierta: depender de la reforma estructural, de políticas puramente monetarias o de las políticas fiscales a disposición de los gobiernos que creen que todos los déficits se deben financiar con deuda no revertirá la deficiencia crónica de demanda nominal del mundo.

(Adair Turner, a former chairman of the United Kingdom's Financial Services Authority and former member of the UK's Financial Policy Committee, is Chairman of the Institute for New Economic Thinking. His latest book is Between Debt and the Devil)

– La nueva brecha generacional (Project Syndicate – 16/3/16)

Nueva York.- Algo interesante ha surgido en los patrones de votación en ambos lados del Atlántico: los jóvenes están votando en formas marcadamente distintas a las de sus mayores. Parece que se abrió una gran brecha que divide a los votantes más según la generación a la que pertenecen, y menos por su nivel de ingresos, nivel educativo o género.

Existen buenas razones para esta división. Las vidas de ambos grupos, tanto la de los jóvenes como la de las personas mayores, en la forma que se viven en la actualidad, son diferentes. Sus pasados son diferentes, y también lo son sus perspectivas de futuro.

La Guerra Fría, por ejemplo, había terminado incluso antes de que algunos de los jóvenes nacieran o mientras otros eran todavía niños. Para ellos, palabras como socialismo no transmiten el significado que en alguna ocasión transmitieron. Si el socialismo significa la creación de una sociedad donde a las preocupaciones compartidas se les presta la importancia que merecen -donde las personas se preocupan por otras personas y por el entorno en el que viven- estos jóvenes dicen amén a ello. Sí, es posible que experimentos bajo la rúbrica de socialismo hubiesen fallado un cuarto o mitad de siglo atrás; pero, los experimentos de hoy en día no se parecen a los del pasado. Por lo tanto, el fracaso de dichos experimentos del pasado no dice nada sobre los nuevos experimentos.

Los estadounidenses y europeos mayores de clase media alta han tenido una buena vida. Cuando ingresaron a la fuerza laboral, había puestos de trabajo bien remunerados esperándolos. La pregunta que se formularon en aquel entonces fue qué querían hacer, y no durante cuánto tiempo tendrían que vivir con sus padres antes de conseguir un trabajo que les permitiera mudarse para vivir independientemente.

Esa generación esperaba tener seguridad laboral, casarse durante su juventud, comprar una casa -quizás también una casa de verano- y finalmente jubilarse de manera razonablemente segura. En general, estos jóvenes esperaban encontrarse en una mejor situación que la de sus padres.

Si bien la actual generación de personas con mayor cantidad de años se encontró con baches en el camino; en su mayoría, sus expectativas se cumplieron. Ellos posiblemente obtuvieron más ganancias de capital provenientes de la valorización de sus viviendas en comparación con las ganancias provenientes de sus salarios. Casi con seguridad ellos pensaron que dichas ganancias eran extrañas, pero aceptaron de buen agrado el regalo de nuestros mercados especulativos, y con frecuencia se felicitaron a sí mismos por comprar en el lugar correcto, en el momento adecuado.

Hoy en día, las expectativas de los jóvenes, dondequiera que se encuentren en la distribución del ingreso, son diametralmente opuestas. Ellos se enfrentan a la inseguridad laboral a lo largo de su vida entera. En promedio, muchos graduados universitarios buscarán durante meses antes de que encuentren un puesto de trabajo – a menudo sólo después de haber trabajado como internos en una o dos prácticas no remuneradas. Y, los antes mencionados se pueden contar entre aquellos con buena suerte, porque saben que sus compañeros más pobres, a algunos de los cuales les fue mejor en la universidad, no pueden permitirse el lujo de pasar un año o dos sin ingresos, y que estos últimos, para empezar, no tienen las conexiones para conseguir un puesto no remunerado como internos.

Los jóvenes graduados universitarios de hoy en día están cargados con deuda – y los que son más pobres son los que tienen más deudas. Por lo tanto, no se preguntan cuál es el trabajo que les gustaría; sino, simplemente se preguntan cuál sería el trabajo que les permitirá pagar sus préstamos universitarios, mismos que a menudo serán una carga financiera para dichos jóvenes durante 20 o más años. Del mismo modo, la compra de una casa es un sueño lejano.

Estas grandes dificultades se traducen en que los jóvenes no piensan mucho sobre su jubilación. Si lo hicieran, sólo se asustarían por la cantidad de dinero que necesitarán acumular para vivir una vida decente (es decir, una mejor vida a la que se vive cuando sólo se recibe las prestaciones de la seguridad social), si toman en cuenta en su análisis la posible persistencia de tasas de interés bajísimas.

En resumen, los jóvenes de hoy ven el mundo a través de la lente de equidad intergeneracional. Al fin de cuentas, puede que a los hijos de padres de clase media alta les vaya bien porque ellos heredarán la riqueza de sus padres. Si bien es posible que no les guste este tipo de dependencia, les gustaría aún menos la alternativa: un "nuevo comienzo" en el que las cartas se apilan en contra de lograr algo que se asemeje a lo que una vez se consideró como un estilo de vida de clase media básica.

Estas desigualdades no pueden ser fácilmente explicadas y desechadas. Lo que ocurrió no es que los jóvenes no trabajaron esforzadamente: estas dificultades afectan a los que pasaron largas horas estudiando, sobresalieron en la universidad e hicieron las cosas "bien". La percepción sobre que existe una injusticia social -es decir, sobre que el desarrollo de los eventos económicos es amañado- se aumenta cuando estos jóvenes ven que los banqueros, que son quienes causaron la crisis financiera, ahora son la causa del continuo malestar de la economía, y que dichos banqueros dejan sus puestos de trabajo cobrando mega-bonos, sin que a casi nadie se responsabilice por sus malas acciones. Se cometió fraude masivo, pero de alguna manera, en los hechos, nadie lo perpetró de manera particular. Las élites políticas prometieron que las "reformas" traerían consigo prosperidad sin precedentes. Y, sí lo hicieron, pero sólo para quienes se encuentran en la parte superior de la distribución de la riqueza, es decir para quienes forman parte del 1% más rico de la sociedad. Todos los demás, incluidos los jóvenes, recibieron inseguridad sin precedentes.

Estas tres realidades -injusticia social en una escala sin precedentes, desigualdades masivas, y una pérdida de confianza en las élites- definen nuestro momento político, y lo definen así de manera correcta.

Más de lo mismo no es una respuesta. Esta es la razón por la que los partidos políticos de centro-derecha y de centro-izquierda en Europa están perdiendo. Estados Unidos está en una posición extraña: mientras los candidatos republicanos compiten en demagogia, con propuestas mal pensadas que empeorarían las cosas, ambos de los candidatos demócratas proponen cambios que -si ellos logran que se aprueben en el Congreso- cambiarían realmente la situación.

En caso de se adopten las reformas propuesta por Hillary Clinton o Bernie Sanders, se podría contener la capacidad que tiene el sistema financiero para aprovecharse de aquellos que ya se encuentran sobrellevando una vida muy precaria. Y, ambos de estos candidatos tienen propuestas para llevar a cabo reformas profundas que cambiarían la forma cómo Estados Unidos financia la educación superior.

Sin embargo, aún queda mucho por hacer para que el sueño de la casa propia sea posible, no sólo para quienes tienen padres que les pueden ayudar con el pago de la cuota inicial, y para hacer que sea posible tener seguridad de jubilación, tomándose en cuenta los vaivenes del mercado de valores y el mundo con tasas de interés cerca de cero al que hemos entrado. Lo más importante es que los jóvenes no encontrarán un camino llano en el mercado laboral, si la economía no se desempeña de mejor manera. La tasa de desempleo "oficial" en Estados Unidos, que se encuentra en un nivel del 4,9%, enmascara niveles mucho más altos de desempleo encubierto, niveles que, por lo menos, entre otras consecuencias, hacen que los salarios se mantengan bajos.

Sin embargo, no vamos a ser capaces de solucionar el problema si no lo reconocemos. Nuestros jóvenes sí lo reconocen. Ellos perciben una ausencia de justicia intergeneracional, y tienen razón de estar muy enojados por ello.

(Joseph E. Stiglitz, recipient of the Nobel Memorial Prize in Economic Sciences in 2001 and the John Bates Clark Medal in 1979, is University Professor at Columbia University, Co-Chair of the High-Level Expert Group on the Measurement of Economic Performance and Social Progress at the OECD…)

– Nuevas reglas de juego monetarias (Project Syndicate – 21/3/16)

Nueva Delhi.- El mundo se enfrenta a una situación cada vez más peligrosa. Tanto las economías avanzadas como las emergentes necesitan crecer para aliviar tensiones políticas internas. Pero pocas lo están haciendo. Si los gobiernos responden con políticas que busquen desviar crecimiento de otros países, esta táctica de "empobrecer al vecino" no hará más que fomentar la inestabilidad en otras partes. Se necesitan reglas de juego nuevas.

¿Por qué es tan difícil volver a índices de crecimiento como los de antes de la Gran Recesión? La respuesta inmediata es que la bonanza anterior a la crisis financiera global de 2008 dejó a las economías avanzadas con una carga de endeudamiento excesivo que inhibe el crecimiento. Un remedio posible sería cancelar deudas para revitalizar la demanda, pero no es seguro que sea políticamente viable o que la demanda así generada sea sostenible. Además, puede ser que la recuperación también esté impedida por factores estructurales (como el envejecimiento poblacional y el bajo crecimiento de la productividad) que antes estaban enmascarados por la demanda a crédito.

Los políticos saben que el modo de resolver esos obstáculos es mediante reformas estructurales que aumenten la competencia, fomenten la innovación y promuevan cambios institucionales. Pero también saben que el costo de las reformas es inmediato, mientras que las ganancias suelen demorar y sus beneficiarios son inciertos. Como señaló Jean-Claude Juncker (entonces primer ministro de Luxemburgo) en lo peor de la crisis del euro: "Todos sabemos lo que hay que hacer; lo que no sabemos es cómo lograr que nos reelijan después de hacerlo".

Los bancos centrales se enfrentan a otro problema: una inflación que coquetea con el límite inferior permitido por sus mandatos. Como los tipos de interés ya están muy bajos, los bancos centrales de las economías avanzadas saben que no pueden sostener las expectativas de inflación con políticas monetarias convencionales (y no quieren decir que se quedaron sin municiones). En última instancia, siempre queda el recurso a lanzar dinero desde el helicóptero: que los bancos centrales impriman billetes y los suelten en las calles para crear inflación (más prosaicamente: entregar un cheque a cada ciudadano, y tal vez más a los pobres, que serán más proclives a gastarlo). También podrían ser más agresivos en el uso de otras herramientas no convencionales: compra de activos (la llamada flexibilización cuantitativa), tasas negativas, etc.

¿Son esas políticas eficaces para fortalecer la demanda y el crecimiento? La política monetaria opera influyendo en las expectativas de la gente. Si la aplicación de una política cada vez más agresiva convence a la gente de que un desastre es inminente, puede ocurrir que las familias en vez de gastar, ahorren. Tendencia que se agravará si la gente percibe que en algún momento habrá que revertir las consecuencias de la política (distorsión de precios de activos, alto endeudamiento público, etc.).

A la inversa, si se convence a la gente de que la política se mantendrá para siempre, tal vez se lance otra vez a comprar activos y endeudarse, lo que ayudaría a los bancos centrales a lograr sus objetivos en el corto plazo. Pero toda política debe cambiar, y cuando lo haga, las variaciones de precios de los activos provocarán una conmoción.

Más allá de los efectos internos, todas las políticas monetarias provocan "derrames" externos. En circunstancias normales, si un país reduce sus tipos de interés para estimular el consumo y la inversión locales, a esto le seguirá una devaluación de la moneda, que facilitará las exportaciones.

Pero las circunstancias actuales no son normales. No es seguro que la demanda interna responda a políticas no convencionales. Además, estas producirán una distorsión de precios de los títulos de deuda pública locales que tal vez incentive a fondos de pensión y aseguradoras a comprar deuda en otros mercados extranjeros menos distorsionados. Esa búsqueda de rentabilidad depreciará aún más la moneda local y aumentará el riesgo de que se lance una guerra de devaluaciones competitivas de la que ningún país saldrá ganando.

Lo cierto es que hoy los bancos centrales de los países desarrollados pueden aducir toda clase de justificativos para sus políticas con tal de no nombrar lo innombrable: que tal vez el principal canal de transmisión sea el tipo de cambio. De ser así, se necesitan reglas monetarias que impidan a los bancos centrales poner sus mandatos locales por encima de la responsabilidad internacional de cada país.

Si se nos permite una analogía con las reglas de tránsito, las políticas con pocos derrames negativos deberían tener luz "verde"; las que son admisibles transitoriamente, luz "amarilla"; y las que hay que evitar todo el tiempo, luz "roja".

Si una política tiene efectos positivos tanto para el país que la aplica como para los demás, decididamente es una política de luz verde. También podría serlo si estimula la economía local con derrames negativos externos que solo serán transitorios (todavía puede beneficiar a las otras economías, porque en algún momento impulsará la demanda de importaciones de la economía local).

Un ejemplo de política de luz roja sería aquella política monetaria no convencional que no logra estimular la demanda interna de un país y genera grandes egresos de capitales que provocan burbujas de precios de activos en los mercados emergentes.

Habrá muchas áreas grises (o amarillas, para seguir con la analogía). Podría haber una política con beneficios importantes para una economía grande que provoque perjuicios pequeños al resto del mundo, de modo que el efecto general sobre la economía mundial sea positivo. Tal política sería admisible por un tiempo, pero no para siempre.

Incluso con los mejores datos, modelos e investigaciones empíricas, todavía estamos lejos de un acuerdo sobre los colores de las políticas actuales. Es hora de empezar a discutirlo. Podríamos tomar investigaciones de académicos eminentes como punto de partida, y de allí llevar el debate a instituciones multilaterales como el Fondo Monetario Internacional y el G-20. Al principio habrá muchas dudas, pero con el tiempo el debate llevará a mejorar los modelos y los datos, y motivará a las autoridades a no adoptar políticas catalogadas claramente como "rojas".

Es de suponer que lo que tengo en mente demandará, en algún momento, un nuevo pacto internacional similar a Bretton Woods, y cierta reinterpretación de los mandatos de los bancos centrales con influencia en la economía global. Pero ya tenemos una base para el debate. El artículo IV del convenio constitutivo del FMI señala: "En particular, todo país miembro (…) evitará manipular los tipos de cambio o el sistema monetario internacional para impedir el ajuste de la balanza de pagos u obtener ventajas competitivas desleales frente a otros países miembros (…)".

Fijar reglas nuevas llevará tiempo. Pero la comunidad internacional puede elegir. O seguimos fingiendo que la falta de un sistema monetario global no supone ningún problema (y esperamos que no provoque un desastre). O empezamos a crear un sistema apto para el mundo integrado del siglo XXI.

Este artículo se basa en un trabajo realizado con la Dra. Prachi Mishra del Banco de Reserva de la India.

(Raghuram Rajan is Governor of the Reserve Bank of India)

El estado de Estados Unidos (Project Syndicate – 23/3/16)

Nueva York.- Queda aún más de medio año antes de que se celebren las elecciones presidenciales de Estados Unidos, y es imposible saber con certeza quiénes serán nominados como candidatos para representar a los principales partidos políticos, y mucho menos quién será el ocupante número 45 de la Casa Blanca. Sin embargo, no es demasiado pronto para evaluar el estado de ánimo de los más de 320 millones de habitantes del país y lo que dicho estado de ánimo significará para el hombre o la mujer cuya candidatura prevalezca en última instancia, en la que parece ser para la mayoría de personas a lo largo de todo el mundo una novela política sin fin.

Hoy en día, el estado de ánimo dominante en Estados Unidos es uno de considerable ansiedad, e incluso uno que muestra ira pura y simple. El Washington Post publicó recientemente una serie de cuatro partes de artículos que revelan la furia popular que se dirige contra Wall Street, los musulmanes, los acuerdos comerciales, Washington, las muertes por disparos de la policía, el presidente Barack Obama, los miembros del partido republicano, los inmigrantes y otros objetivos.

Una de las peores descripciones que se aplica a una persona en la actualidad es denominarla como "político profesional". Los beneficiarios del presente estado de ánimo son los candidatos anti-sistema que defienden políticas que van en oposición al libre comercio y la reforma migratoria y que exigen un cambio radical en las actuales políticas fiscales y de gasto. Puede que los detalles de lo que ellos defienden sean muy diferentes, pero sus plataformas comparten una promesa de cambio radical de lo que es el statu quo.

Las razones para este estado de ánimo se hacen apenas evidentes por sí solas, ya que el país está mejor económicamente en comparación a la situación en la que estuvo hace una media docena de años, durante el período inmediatamente posterior a la crisis económica 2007-2008. Se han creado más de nueve millones de puestos de trabajo desde entonces, las tasas de interés están en niveles bajos (haciendo que los préstamos para casas y automóviles sean más asequibles), y la caída en el precio de la gasolina es el equivalente a una reducción de impuestos de $ 700 para la familia estadounidense promedio. Por otra parte, el mercado de valores ha aumentado alrededor de 200% desde su baja de hace siete años, y millones de personas que no tenían seguro de salud ahora tienen cobertura.

No obstante, estas buenas noticias económicas se neutralizan, en muchos casos, con el débil crecimiento de los ingresos familiares mismos, que se han estancado en términos reales (ajustados a la inflación) durante aproximadamente un período de 15 años. El porcentaje de estadounidenses que trabajan a tiempo completo aún no ha alcanzado el nivel en el que estuvo hace siete años. Y, muchos temen que sus puestos de trabajo vayan a desaparecer debido a la competencia extranjera, las nuevas tecnologías o la subcontratación.

Un gran número de estadounidenses viven durante más años, pero están ansiosos, ya que no han podido ahorrar los fondos necesarios para garantizar que su jubilación les permitirá vivir cómodamente durante sus años de vejez. Algunos pagan primas del seguro de salud que previamente habían evitado, debido a las estipulaciones de la reforma llevada a cabo por la administración de Obama.

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