Los mercados financieros de la zona del euro reaccionaron de la manera esperada. Las tasas de largo plazo cayeron, los precios de las acciones aumentaron y el euro se depreció frente al dólar. Pero la experiencia anterior y los motivos que aquí hemos explicado sugieren que estas políticas lograrán muy poco en términos de aumentar la actividad real y la inflación de los precios en la zona del euro. Para lograr un avance real y reactivar sus economías, los países deben depender menos de la expansión cuantitativa del BCE y centrarse individual y directamente en las reformas estructurales y el estímulo fiscal.
(Martin Feldstein, Professor of Economics at Harvard University and President Emeritus of the National Bureau of Economic Research, chaired President Ronald Reagan"s Council of Economic Advisers from 1982 to 1984. In 2006, he was appointed to President Bush's Foreign Intelligence Advisory Board )
– Así nos ha cambiado la vida la tecnología (Expansión – FT – 31/1/16)
(Por Martin Wolf – Financial Times)
Las innovaciones tecnológicas tienen impacto social, económico y político.
Se ha vuelto habitual hablar de tecnología como si fuera un sector especial de la economía que consiste en la fabricación de productos electrónicos sofisticados, la creación de software, y la prestación de servicios que dependen de la tecnología de la información.
Esta es una definición demasiado escueta. Cada técnica que los seres humanos han inventado, desde el hacha de piedra en adelante, es tecnología. La capacidad de los humanos para inventar tecnologías es su principal característica. Por otra parte, las nuevas tecnologías como el ordenador e Internet, tienen efectos que se encuentran muy lejos del sector de la tecnología, en sentido estricto. Necesitamos evaluar las innovaciones contemporáneas en un contexto más amplio. He aquí seis puntos sobre estos cambios.
1. PENETRACIÓN DE LA TECNOLOGÍA EN LAS COMUNICACIONES
La penetración de las recientes innovaciones en la tecnología de las comunicaciones ha sido sorprendentemente rápida. A finales de 2015, había más de 7.000 millones de suscripciones de telefonía móvil, una tasa de penetración del 97% frente al 10% de 2000. El acceso a Internet aumentó del 7% al 43% en el mismo periodo. En términos económicos, esto ha dado lugar al auge del comercio electrónico, la transformación de las industrias cuyos productos se pueden convertir en bits (la música, el cine y las noticias, por ejemplo) y el surgimiento de la economía colaborativa. En el ámbito social, ha alterado la interacción humana. Con respecto a la política, ha afectado a las relaciones entre gobernantes y gobernados.
2. BRECHA DIGITAL
Existe una brecha digital sustancial. En 2015, el 81% de los hogares de países desarrollados tenía acceso a Internet, en los países emergentes la proporción fue del 34% y en los países menos desarrollados no superaba el 7%.
3. PRODUCTIVIDAD
La llegada de Internet y de los móviles no ha logrado generar un repunte sostenido del crecimiento de la productividad. Esto es más evidente en EEUU, la economía más productiva e innovadora del mundo durante más de un siglo. La producción por hora trabajada en EEUU creció a un ritmo del 3% anual en los 10 años previos a 1966. A partir de esa fecha, el ritmo de crecimiento se redujo, cayendo a sólo un 1,2% en los diez años anteriores al inicio de la década de 1980. Tras el lanzamiento de la web a nivel mundial, la media variable aumentó al 2,5% en los diez años previos a 2005. Pero luego cayó a apenas un 1% en la década previa a 2015. No debería sorprendernos. Como Robert Gordon de la Universidad de Northwestern argumenta, el agua potable, el alcantarillado moderno, la electricidad, el teléfono, la radio, la industria del petróleo, el motor de combustión interna, el automóvil y el avión -todas las innovaciones de finales del siglo XIX y de principios del siglo XX- fueron mucho más transformadoras que las tecnologías de la información de los últimos 75 años. Algunos argumentan que las estadísticas no miden la producción correctamente, al no capturar servicios gratuitos, como las búsquedas, que generan importantes plusvalías. Y piense en los beneficios de la luz eléctrica para los estudiantes.
4. MÁS DESIGUALDAD
Las nuevas tecnologías han conducido a una mayor desigualdad, por lo menos en tres aspectos. Uno de ellos es el surgimiento de mercados donde el ganador se lo lleva todo. Otro es el aumento de la globalización, y un último es la explosión de las operaciones financieras y otras actividades financieras lucrativas.
5. INTELIGENCIA ARTIFICIAL
Algunos sostienen que la llegada de los robots y la inteligencia artificial transformarán los mercados de trabajo, haciendo que incluso habilidades muy sofisticadas estén de más. Esto podría, de ser cierto, generar divisiones fundamentales entre los propietarios de los robots y el resto de la población como las que existen entre terratenientes y los campesinos sin tierra.
6. PRIVACIDAD
El aumento de las comunicaciones globales, de las enormes corporaciones habilitadas con tecnología y del big data plantean preguntas difíciles sobre la privacidad, la seguridad nacional, la capacidad fiscal y, en términos más generales, la relación entre los gobiernos, las corporaciones y los ciudadanos. Las tecnologías son herramientas. Ofrecen oportunidades y riesgos. Lo que hacemos con ellas, como siempre, depende de nosotros.
– Bienvenidos al siglo XXI (Project Syndicate – 1/2/16)
Berlín.- El inicio de 2016 fue de todo menos calmo. La caída de las bolsas en China desestabilizó los mercados de todo el mundo. Las economías emergentes parecen paralizadas. El precio del petróleo se derrumbó y puso en crisis a los productores. Corea del Norte exhibe su poder nuclear. Y en Europa, la crisis de los refugiados fomenta una ola tóxica de nacionalismo, que amenaza con despedazar a la Unión Europea. Sumemos las ambiciones neoimperiales de Rusia y la amenaza del terrorismo islámico, y lo único que faltaría para completar la descripción de un año con visos de maldición profética sería que aparezca un cometa en el cielo.
Allí donde uno mire verá caos creciente. Parece que el orden internacional que se forjó en la fragua del siglo XX se está acabando, y todavía no tenemos ni el menor atisbo de lo que vendrá a reemplazarlo.
Los desafíos a los que nos enfrentamos son bien conocidos: globalización, digitalización, cambio climático, etc. Lo que no está claro es el contexto en el que surgirá la respuesta (si es que surge). ¿En qué estructuras políticas, por iniciativa de quién y según qué reglas se negociarán (o dirimirán por la fuerza, si negociar fuera imposible) estas cuestiones?
El orden político y económico (particularmente a escala global) no surge simplemente del consenso pacífico o de la imposición no discutida del más poderoso. Siempre ha sido resultado de una lucha por el dominio (a menudo brutal, sangrienta y prolongada) entre potencias rivales. Solo a través del conflicto se establecen los pilares, las instituciones y los actores de un nuevo orden.
El orden occidental liberal que ha regido desde el fin de la Segunda Guerra Mundial se basó en la hegemonía de Estados Unidos. Como única auténtica potencia global, fue dominante no solo en el campo del poder duro militar (además de económica y financieramente), sino en casi todas las dimensiones del poder blando (por ejemplo, la cultura, el idioma, los medios de comunicación masivos, la tecnología y la moda).
Hoy, la Pax Americana que aseguró un alto grado de estabilidad global comenzó a flaquear (sobre todo, en Medio Oriente y la península coreana). Aunque Estados Unidos siga siendo la primera potencia planetaria, ya no tiene capacidad o voluntad de ser el policía del mundo o hacer los sacrificios necesarios para garantizar el orden. En un mundo globalizado, cuya integración en cuestiones de comunicación, tecnología y (como hemos visto últimamente) movimiento de personas es cada vez mayor, los centros de poder se diluyen y dispersan; por su misma naturaleza, un mundo globalizado rehúye la imposición del orden del siglo XXI.
Y aunque el surgimiento de un nuevo orden mundial puede ser inevitable, todavía no se distinguen sus fundamentos. Parece improbable que sea uno liderado por China; esta se mantendrá ensimismada y concentrada en la estabilidad interna y el desarrollo, y es probable que sus ambiciones se limiten al control de su vecindario inmediato y los mares que la rodean. Además, le falta (en casi todo) el poder blando indispensable para tratar de convertirse en una fuerza de orden mundial.
Tampoco parece que estos tiempos de transición turbulenta vayan a terminar con el surgimiento de una segunda Pax Americana. A pesar del dominio tecnológico de Estados Unidos, la resistencia de potencias regionales y posibles contraalianzas sería excesiva.
De hecho, es probable que el principal desafío de los años venideros sea manejar la pérdida de influencia de Estados Unidos. No hay un marco establecido para la retirada de un conductor global. Una potencia dominante puede caer como resultado de una lucha por el dominio, pero no por retirada voluntaria, porque el vacío de poder resultante pondría en peligro la estabilidad de todo el sistema. Es de prever que el próximo presidente estadounidense, quienquiera que sea, se pase su mandato supervisando el fin de la Pax Americana.
Para Europa, esto supone un problema igualmente difícil. ¿Será la decadencia de la Pax Americana (que durante siete décadas obró como garantía del orden liberal interno de Europa) antesala de una crisis o un conflicto inevitables? El ascenso del neonacionalismo por todo el continente parece apuntar en esa dirección, y las implicaciones son desalentadoras.
La aciaga posibilidad del suicidio de Europa ya no es impensable. ¿Qué pasará si la política de la canciller alemana Angela Merkel hacia los refugiados supone el fin de su gobierno, si el Reino Unido abandona la Unión Europea o si la populista francesa Marine Le Pen se hace con la presidencia? Un descenso hacia los abismos es el resultado más peligroso que uno pueda imaginar, si acaso no es el más probable.
Claro que el suicidio es evitable. Pero quienes alegremente cincelan la posición de Merkel, la identidad europea del Reino Unido y los valores iluministas de Francia amenazan con socavar la cornisa en la que hoy todos estamos parados.
(Joschka Fischer was German Foreign Minister and Vice Chancellor from 1998-2005, a term marked by Germany's strong support for NATO"s intervention in Kosovo in 1999, followed by its opposition to the war in Iraq. Fischer entered electoral politics after participating in the anti-establishment protest )
– Is the TPP Good for America? (Project Syndicate – 1/2/16)
Washington, DC.- The Trans-Pacific Partnership, the far-reaching trade and investment agreement that the United States has negotiated with 11 other countries, including Canada, Mexico, Japan, Malaysia, Australia, and Vietnam, is now up for debate. In order to enter into effect, the US Congress must approve the TPP, which is not likely until enough members make up their minds about the merits of the case. So, what does the TPP mean for US voters now and in the future?
For starters, while the TPP would most likely generate some overall gain for the US economy, measured in terms of GDP and people"s incomes, that gain is very small and comes mostly from providing greater opportunities for US exports – by reducing tariff and non-tariff barriers in other countries. Some imports would become cheaper as well, benefiting American consumers.
In analytical work favored by President Barack Obama"s administration, the projections suggest that approval of the TPP could cause the total size of the US economy to be 0.5% higher in 2030 than it would be otherwise. Note that this estimate is of the TPP"s effect on the level of aggregate income after 15 years, not of its impact on the annual growth rate.
Given that this assessment is advanced by TPP supporters, it seems reasonable to suppose that it represents the higher end of what they regard as plausible. (I am a senior fellow at the Peterson Institute for International Economics, under whose auspices the study was published, but I had no part in its preparation.) Unfortunately, the models used in this field do not generate error bands or confidence intervals. In fact, given the complexity of the trade agreement -including the emphasis on hard-to-quantify non-tariff barriers- these estimates are likely to be highly imprecise.
Second, such models ignore key issues that belong in any quantitative analysis. For example, when imports surge, there are significant negative effects on employment. Compelling evidence on this point comes from outstanding research by Daron Acemoglu, David Autor, David Dorn, Gordon Hanson, and Brendan Price, who found that "total job losses from rising Chinese import competition over 1999-2011" were in the range of 2-2.4 million.
People who lose high-paying jobs in manufacturing can find alternative work – but typically at a much lower wage in a low-productivity part of the service sector. In principle, they could be compensated for this loss of lifetime income; but such compensation is very limited in the US. In reality, there are long-lasting or even permanent effects on some communities – and particularly on people with less education in places where prosperity was based on manufacturing that is now exposed to more competition from imports.
In addition, the pro-TPP model assumes that wages rise with productivity. This used to be the case in the US; but the relationship has been greatly weakened in recent decades – precisely as globalization has deepened. As a result, the model"s estimates regarding how unskilled workers will benefit from the TPP thus seem like a stretch.
Third, basing any policy decision on models alone is fraught with danger. The TPP will change many other dimensions of public policy, including the protections afforded to foreign investors (making it easier for them to sue governments) and access to affordable medicines (for low-income countries but also potentially for Americans).
And it is striking that the TPP currently does essentially nothing to discourage currency manipulation -; sustained one-way intervention in the foreign-exchange market, aimed at devaluing a currency and gaining a competitive advantage. In the 1980s, imports of goods and services into the US were about 10% of GDP; now that figure is about 17%, and the TPP would presumably push it higher (so the models say). But as the US trades more with the world, it becomes more vulnerable to job loss caused by currency manipulation.
Based on available evidence, it seems fair to conclude the following about the TPP: It would result in a very small increase in total GDP; it would increase at least some measures of inequality; and it would increase the number of jobs at risk, without providing a commensurate safeguard against currency manipulation.
The International Trade Commission is conducting an in-depth assessment of the TPP, which should be ready in a few months. One hopes that the ITC will provide a more complete and granular analysis -including of potential downsides for various sectors- than is currently available.
An objective assessment will find that the TPP is no "slam dunk" that should be approved automatically. Much greater scrutiny and discussion of the agreement"s details is warranted. The good news is that this process of careful assessment is now underway.
(Simon Johnson, a former chief economist of the IMF, is a professor at MIT Sloan, a senior fellow at the Peterson Institute for International Economics, and co-founder of a leading economics blog, The Baseline Scenario. He is the co-author, with James Kwak, of White House Burning: The Founding Fathers )
– Una política intergeneracional (Project Syndicate – 2/2/16)
París.- Si uno se detiene a considerar algunos de los principales desafíos de la actualidad (incluidos el cambio climático, las pensiones, la deuda pública y el mercado laboral), surge una conclusión obvia: hoy ser joven es relativamente mucho peor que hace un cuarto de siglo. Pero en la mayoría de los países, la dimensión generacional brilla por su ausencia en el debate político. Hace cincuenta años, se hablaba mucho, y con énfasis, de una "brecha generacional". Hoy esa brecha se ha vuelto invisible. Eso es malo para los jóvenes, para la democracia y para la justicia social.
Comencemos por el cambio climático. Su contención demanda modificar hábitos e invertir en reducción de emisiones, para que las generaciones futuras tengan un planeta habitable. Aunque la alarma sonó por primera vez en 1992 en la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro, a lo largo de la última generación poco se hizo por poner límite a las emisiones. Y es poco probable que el histórico acuerdo alcanzado en París en diciembre dé lugar a avances rápidos, porque se basó en posponer las acciones más importantes. El compromiso universal sólo fue posible a cambio de esa demora.
Dada la enorme inercia inherente al efecto invernadero, la diferencia entre actuar con responsabilidad o sin ella no comenzará a verse en un descenso de las temperaturas sino dentro de un cuarto de siglo, y los efectos más importantes se producirán en 50 años. Para alguien que hoy tenga más de sesenta, la diferencia será inapreciable. Pero el destino de la mayoría de los ciudadanos que hoy tienen menos de treinta será totalmente distinto. A su debido momento, los jóvenes tendrán que pagar la prórroga obtenida por las generaciones mayores.
Pasemos a la deuda. Desde 1990, la deuda pública respecto del PIB aumentó unos 40 puntos porcentuales en la Unión Europea y Estados Unidos (mucho más en Japón). Con tipos de interés casi nulos, el lastre sobre los ingresos es poco; pero como casi no hay inflación y el crecimiento es escaso, los cocientes de endeudamiento solo se han estabilizado. De modo que la reducción de la deuda tomará más de lo previsto tras la crisis global, lo que privará a las generaciones futuras del espacio fiscal que tal vez necesiten para invertir en acciones climáticas o en la contención de amenazas a la seguridad.
Otra forma de deuda son las pensiones futuras. Los sistemas contributivos que aplican muchos países son inmensos esquemas de transferencia intergeneracional. Es cierto que todos aportan algo durante la carrera laboral antes de convertirse en receptores de una jubilación. En un estado estacionario ideal, los regímenes de pensiones no redistribuirían ingresos entre cohortes nacidas en diferentes momentos. En la jerga de los especialistas, serían generacionalmente neutros.
Pero los baby boomers (los nacidos desde mediados de los cuarenta a mediados de los sesenta) aportaron poco a los esquemas contributivos, porque el crecimiento económico, el tamaño de la población y la corta expectativa de vida de sus padres facilitaban la financiación de las pensiones. Hoy todos esos factores se han invertido: el crecimiento se frenó, y los baby boomers son un peso demográfico adicional sobre sus hijos, con una expectativa de vida prolongada.
Los países que iniciaron reformas del sistema de pensiones antes pudieron limitar la carga resultante sobre los jóvenes y mantener cierta justicia intergeneracional. Pero los países que las postergaron dejaron a los jóvenes quedar en desventaja.
Pensemos por último en el mercado laboral. A lo largo de la última década, las condiciones para los ingresantes han empeorado apreciablemente en muchos países. Los jóvenes "ni ni" (que ni estudian ni trabajan) hoy son 10,2 millones en Estados Unidos y 14 millones en la UE. Además, muchos de los que ingresaron al mercado hace poco han sufrido precariedad laboral y períodos reiterados de desempleo. En Europa continental, sobre todo, los trabajadores jóvenes son los primeros en sufrir las desaceleraciones económicas.
En todas estas cuestiones (el clima, la deuda, las pensiones y el empleo), cambios sucedidos a lo largo del último cuarto de siglo perjudicaron relativamente más a las generaciones jóvenes. Un símbolo elocuente es que a menudo la pobreza es mayor entre los jóvenes que entre los viejos. Esto debería ser un tema político prioritario, con importantes consecuencias para las finanzas públicas, la protección social, la política impositiva y la regulación del mercado laboral. Y que hace más fuerte el imperativo de revitalizar el crecimiento por medio de políticas que mejoren la productividad.
Pero la nueva brecha generacional ha tenido poco efecto político directo. Apenas se menciona en los debates electorales y generalmente no condujo a la aparición de nuevos partidos o movimientos. Donde sí se ve la divisoria generacional es en la participación electoral.
En las últimas elecciones legislativas en Estados Unidos, la tasa de participación de los ciudadanos más jóvenes fue menos de 20%, contra más del 50% de los votantes mayores. En otros países se observan tendencias similares. A pesar del aumento de la incertidumbre a la que se enfrentan, los ciudadanos más jóvenes están mucho más desconectados de la política electoral que sus padres y abuelos cuando tenían la misma edad.
Esta brecha generacional en la participación electoral explica por qué los políticos se preocupan más por los mayores que por los jóvenes. Pero en sociedades que envejecen, cuanto más se abstengan los jóvenes de votar, más se alejarán de sus intereses las decisiones de parlamentos y gobiernos.
Es verdad que en general, los padres no son egoístas, y ayudan a sus hijos con transferencias y subvenciones privadas. Pero solo aquellos que cuentan con ingresos y patrimonio suficiente pueden dar una ayuda significativa. El resultado de descuidar a los jóvenes colectivamente mientras se los ayuda privadamente es desigualdad social a gran escala.
Corregir los sesgos generacionales del sistema político es una cuestión clave para todas las democracias. Soluciones hay: por ejemplo el voto obligatorio, la limitación de mandatos de los funcionarios electos y la formación de parlamentos juveniles u otros organismos especiales abocados a examinar cuestiones intergeneracionales. Pero tales medidas son difíciles de implementar o insuficientemente efectivas en vista de la magnitud de los desafíos.
Está claro que las tendencias actuales son política y socialmente insostenibles. Lo que no está claro es cómo y cuándo los jóvenes se darán cuenta y harán oír su voz.
(Jean Pisani-Ferry is a professor at the Hertie School of Governance in Berlin, and currently serves as Commissioner-General of France Stratégie, a policy advisory institution in Paris)
– ¿El fin de la nueva normalidad? (Project Syndicate – 2/2/16)
Washington, DC.- Justo cuando comienza a ganar aceptación general la noción de que las economías occidentales entran en una "nueva normalidad" de bajos índices de crecimiento, comienzan a surgir dudas sobre su continuidad. En lugar de ello, puede que el mundo se encamine hacia una encrucijada económica y financiera cuya dirección dependa de las decisiones de políticas clave que se adopten.
A principios de 2009, prácticamente nadie hablaba de la "nueva normalidad". Por supuesto, la crisis financiera global que había estallado hacía unos cuantos meses generó caos en todo el mundo, contracción de la producción, aumento del desempleo y el colapso del comercio. La disfunción era evidente incluso en los segmentos más estables y sofisticados de los mercados financieros.
Sin embargo, el instinto de la mayoría de la gente tendió a caracterizar el shock como temporal y reversible, una alteración en forma de V con una aguda caída y una recuperación rápida. Después de todo, la crisis se había originado en las economías avanzadas, habituadas a manejarse con ciclos de negocios, y no en los mercados de los países emergentes, donde predominan fuerzas estructurales y seculares.
Pero la mayoría de los observadores ya vieron signos de que tendría consecuencias más profundas y que las economías avanzadas se enquistarían en una frustrante e inusual trayectoria de bajo crecimiento. En mayo de 2009, mis colegas de PIMCO y yo hicimos pública esta hipótesis, llamándola la "nueva normalidad".
El concepto tuvo una recepción más bien gélida en los círculos académicos y políticos, respuesta comprensible si se considera el fuerte condicionamiento a pensar y actuar cíclicamente. Pocos estaban preparados para admitir que las economías avanzadas lo habían apostado todo al modelo equivocado, y mucho menos que deberían dirigir la mirada hacia las economías emergentes para tener mejores perspectivas sobre los impedimentos estructurales al crecimiento, como el sobreendeudamiento y el exceso de la desigualdad.
Pero la economía no se recuperaba. Por el contrario, el lento crecimiento y el alto desempleo no sólo persistieron por años, sino que también empeoraron los tres factores de la desigualdad (ingreso, riqueza y oportunidades). Las consecuencias se extendieron mucho más allá de la economía y las finanzas, afectando los acuerdos políticos regionales, amplificando las disfunciones políticas nacionales y alimentando a los partidos y movimientos antisistema.
Puesto que se hace cada vez más difícil justificar la expectativa de una recuperación en V, finalmente la "nueva normalidad" ha ido ganando una aceptación generalizada. En el proceso, adquirió algunos nuevos calificativos. La Directora Gerente del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde, advirtió en octubre de 2014 que las economías avanzadas se enfrentaban a una "nueva mediocridad." El ex Secretario del Tesoro de EEUU Larry Summers previó una era de "estancamiento secular."
Hoy ya no es inusual sugerir que Occidente podría permanecer en un equilibrio de crecimiento de bajo nivel por un periodo inusualmente largo. Sin embargo, como explico en mi libro The Only Game in Town: Central Banks, Instability, and Avoiding the Next Collapse (La única apuesta: los bancos centrales, la inestabilidad y la necesidad de evitar el próximo colapso), ese equilibrio se está desestabilizando por las crecientes tensiones y contradicciones internas, junto con la excesiva dependencia en las políticas monetarias.
De hecho, la influencia paliativa de las políticas monetarias no convencionales está llegando a sus límites por el aumento de las burbujas financieras, el empeoramiento de la desigualdad y el empuje que han ido ganando las fuerzas políticas no tradicionales (y, en algunos casos, extremas). Parecen cada vez más débiles las perspectivas de que esas políticas sean capaces de mantener en marcha los motores de la economía, incluso en niveles bajos. En lugar de ello, la economía mundial parece encaminarse a otras encrucijadas, situación que creo se alcanzará dentro de los próximos tres años.
Tal vez no sea un panorama indeseable. Si las autoridades ponen en práctica una respuesta más amplia, pueden hacer que sus economías sigan un camino más estable y próspero que implique un crecimiento alto e inclusivo, la reducción de la desigualdad y una genuina estabilidad financiera. Sería una respuesta que incluya reformas estructurales de fomento al crecimiento (como una mayor inversión en infraestructura, una reforma tributaria y la reorientación del mercado laboral), una política fiscal con mayor capacidad de respuesta, alivio a los focos de endeudamiento excesivo y una mejor coordinación global. Todo ello, en conjunto con las innovaciones tecnológicas y la disposición de fondos corporativos que se encuentran en segundo plano, podría dar impulso a la capacidad productiva y generar un crecimiento más rápido e inclusivo, al tiempo que se validan los precios de los activos, que hoy están en niveles artificialmente altos.
El otro camino al que el mundo se vería empujado si se sigue con la actual disfunción política llevaría a una multitud de políticas localistas y sin coordinación entre sí para hacer frente a la recesión económica, la mayor desigualdad y la grave inestabilidad financiera. Además de afectar el bienestar económico de las generaciones actuales y futuras, este resultado socavaría la cohesión social y política.
No hay nada predestinado en la manera en que se adopte una u otra opción. En realidad, tal como están las cosas, es frustrante la dificultad que existe para predecirlo. Pero en los meses venideros, a medida que las autoridades se enfrenten a una cada vez mayor volatilidad financiera, veremos algunas señales de cómo se irá desenvolviendo la situación.
La esperanza es que apunten a medidas más sistemáticas y, por ende, eficaces. El temor es que no logren salir de una excesiva dependencia en los bancos centrales y acabemos por mirar, en retrospectiva, al periodo de la nueva normalidad como uno de relativa calma y bienestar, a pesar de sus limitaciones y frustraciones.
(Mohamed A. El-Erian, Chief Economic Adviser at Allianz and a member of its International Executive Committee, is Chairman of US President Barack Obama"s Global Development Council. He previously served as CEO and co-Chief Investment Officer of PIMCO. He was named one of Foreign Policy's Top 100 Glob )
– La nueva anormalidad de la economía mundial (Project Syndicate – 4/2/16)
Nueva York.- Desde principios de este año, la economía mundial enfrenta un nuevo período de intensa volatilidad en los mercados financieros, marcado por la brusca caída de los precios de las acciones y otros activos riesgosos. Son diversos los factores en juego: la preocupación por un aterrizaje forzoso de la economía china y el posible decaimiento del crecimiento en Estados Unidos en un momento en que la Fed ha comenzado a elevar las tasas de interés, los temores por la escalada en el conflicto saudí-iraní, y las señales -principalmente el desplome de los precios del petróleo y las materias prima- de una intensa debilidad en la demanda mundial.
Y hay más: la caída de los precios del petróleo -junto con la falta de liquidez en el mercado, el aumento del apalancamiento de las empresas energéticas estadounidenses, de las empresas energéticas y de la frágil deuda soberana en las economías exportadoras de petróleo- están agudizando el temor por graves eventos crediticios (incumplimientos) y una crisis sistémica en los mercados de crédito. Luego tenemos las aparentemente interminables preocupaciones por Europa, con un aumento de la probabilidad de que Gran Bretaña abandone la Unión Europea (la llamada Brexit), mientras los partidos populistas de la derecha y la izquierda ganan terreno en todo el continente.
Estos riesgos se ven amplificados por algunas sombrías tendencias para el mediano plazo, que implican crecimiento mediocre generalizado. De hecho, la economía mundial en 2016 seguirá estando caracterizada por una nueva anormalidad en términos del producto, las políticas económicas, la inflación y el comportamiento de los precios de los activos clave y los mercados financieros.
¿Cuál es la causa entonces de la anormalidad de la economía mundial actual?
En primer lugar, el crecimiento potencial de los países desarrollados y emergentes ha caído debido a la carga de la elevada deuda privada y pública, el rápido envejecimiento poblacional (que implica mayor ahorro y menor inversión) y diversas incertidumbres que limitan el gasto de capital. Además, muchas innovaciones tecnológicas no se han traducido en un mayor crecimiento de la productividad, el ritmo de las reformas estructurales continúa siendo lento y un prolongado estancamiento cíclico ha erosionado la base de habilidades y de capital físico.
En segundo lugar, el crecimiento real ha resultado anémico y ha estado por debajo de su tendencia potencial debido al doloroso proceso de desapalancamiento en curso, primero en EEUU, luego en Europa y ahora en los mercados emergentes altamente apalancados.
En tercer lugar, las políticas económicas -especialmente las monetarias- se han ido tornando cada vez menos convencionales. De hecho, la distinción entre la política monetaria y la fiscal se ha desdibujado cada vez más. Diez años atrás, ¿quién había escuchado términos como política con tasas de interés nulas (ZIRP), expansión cuantitativa (QE), expansión del crédito (CE), orientación prospectiva (FG), tasas de depósito negativas (NDR) o intervención no esterilizada en el mercado cambiario (UFXInt)? (Todas las siglas corresponden a los nombres en inglés). Nadie, porque no existían.
Pero ahora estas herramientas no convencionales de política monetaria son lo habitual en la mayoría de las economías avanzadas, e incluso en algunos mercados emergentes. Y las acciones y señales recientes del Banco Central Europeo y el Banco de Japón refuerzan la percepción de que hay más políticas no convencionales en camino.
Algunos afirmaron que estas políticas monetarias no convencionales -y el enorme crecimiento de los balances de los bancos centrales que las acompaña- implicarían la degradación de las monedas fiduciarias. El resultado, sostenían, será la inflación desbocada (e incluso, la hiperinflación), un elevado aumento de las tasas de interés a largo plazo, el colapso del valor del dólar estadounidense, un salto en el precio del oro y otras materias primas, y el reemplazo de las devaluadas monedas fiduciarias con criptomonedas, como bitcoin.
En lugar de eso -y esta es la cuarta aberración- la inflación aún es demasiado baja y continúa cayendo en las economías avanzadas a pesar de las políticas no convencionales de los bancos centrales y el vertiginoso aumento de sus balances. El desafío para los bancos centrales es aumentar la inflación o incluso evitar la deflación. Simultáneamente, las tasas de interés a largo plazo continuaron descendiendo en los últimos años; el valor del dólar ha aumentado; los precios del oro y las materias primas cayeron bruscamente; y bitcoin fue la moneda con peor desempeño en 2014-2015.
El motivo por el que la inflación ultrabaja continúa siendo un problema es que la relación causal tradicional entre la oferta monetaria y los precios se ha roto. Un motivo de esto que los bancos están acumulando la oferta monetaria adicional en forma de reservas excedentes en vez de prestarla (en términos económicos: la velocidad del dinero ha colapsado). Además, las tasas de desempleo continúan siendo elevadas y esto otorga poco poder de negociación a los trabajadores. Y en los mercados de productos en muchos países continúa existiendo capacidad excedente, con grandes brechas en la producción y una baja capacidad de fijación de precios por parte de las empresas (un problema de capacidad excedente exacerbado por la sobreinversión china).
Ahora, después de una enorme caída en los precios de la vivienda en los países que experimentaron una bonanza y posterior desplome, los precios del petróleo, de la energía y de otras materias primas han colapsado. Llamemos a esto la quinta anomalía: el resultado de la desaceleración china, el aumento en la oferta energética y de metales industriales (después de una exitosa exploración y sobreinversión en nueva capacidad) y la fortaleza del dólar, que debilita los precios de las materias primas.
La reciente agitación en el mercado ha iniciado la deflación de la burbuja mundial de activos generada por la QE, aunque la expansión de las políticas monetarias no convencionales puede alimentarla un tiempo más. La economía real en la mayoría de las economías avanzadas y emergentes está gravemente enferma, pero sin embargo, hasta hace poco, los mercados financieros se disparaban con el apoyo de la expansión adicional de los bancos centrales. La pregunta es durante cuánto tiempo pueden divergir los mercados financieros y la economía en general.
De hecho, esta divergencia es un aspecto de la última anormalidad. El otro que los mercados financieros no han reaccionado mucho, al menos hasta ahora, a los crecientes riesgos geopolíticos, como los originados en Oriente Medio, la crisis de identidad europea, las crecientes tensiones en Asia, y los persistentes riesgos de una Rusia más agresiva. Nuevamente, ¿durante cuánto tiempo puede mantenerse esta situación, en la cual los mercados no solo ignoran a la economía real sino que además descuentan el riesgo político?
Bienvenidos a la nueva anormalidad del crecimiento, la inflación, las políticas monetarias y los precios de los activos. Pónganse cómodos… parece que durará un buen rato.
(Nouriel Roubini, a professor at NYU"s Stern School of Business and Chairman of Roubini Global Economics, was Senior Economist for International Affairs in the White House's Council of Economic Advisers during the Clinton Administration. He has worked for the International Monetary Fund )
– La errónea vía de escape de Japón (Project Syndicate – 4/2/16)
Londres.- Los mercados financieros se vieron sorprendidos por la reciente introducción por parte del Banco de Japón (BDJ) de tasas de interés negativas a algunas de las reservas bancarias comerciales, pero tenían por qué. Es evidente que el BDJ debía adoptar nuevas medidas para lograr su objetivo inflacionario del 2%, pero ni las tasas de interés negativas ni una ampliación adicional de su ya enorme programa de facilitación cuantitativa (FC) bastarán para hacer frente a las intensas fuerzas deflacionarias que afectan hoy al país.
En 2013, el BDJ predijo que sus operaciones de FC permitirían alcanzar un 2% de inflación en dos años, pero a 2015 la inflación base (que excluye a aquellos elementos volátiles como los alimentos) fue de apenas un 0,5%. Con la caída de diciembre del gasto del consumidor y las ganancias promedio, la meta del 2% parece cada vez más difícil de alcanzar.
La imprevista gravedad de la desaceleración de China es el último factor en afectar los pronósticos del BDJ, pero es la consecuencia predecible (y predicha) de la dinámica de su deuda, cuyas raíces se remontan a 2008.
El excesivo crecimiento del crédito privado en las economías avanzadas antes de 2008 causó el sobreendeudamiento de muchas compañías y hogares, y sus intentos de desapalancamiento tras la irrupción de la crisis financiera global amenazaron las exportaciones, el empleo y el crecimiento de China. Para hacer frente a tal riesgo, las autoridades chinas generaron un enorme auge de la inversión a través del crédito, haciendo que la relación de deuda a PIB subiera del 130% a más del 230%, y que la tasa de inversión pasara de representar un 41% a un 47% del PIB. A su vez, esto causó un auge global de las commodities y una fuerte demanda de importaciones de bienes de capital procedentes de países como Corea del Sur, Japón y Alemania.
Sin embargo, una consecuencia inevitable al interior de China fue el malgasto de la inversión en construcción y un enorme exceso de capacidad de sectores industriales pesados, como el acero, el cemento y el cristal. Así es que a pesar de que la expansión del sector servicios apuntala un sólido crecimiento del empleo (en 2015 se crearon 13,1 millones de nuevos puestos de trabajo en zonas urbanas), el sector industrial chino se encuentra en medio de un brusco frenazo.
De hecho, las cifras oficiales sugieren que el sector manufacturero se ha contraído seis meses seguidos, lo que a su vez ha reducido la demanda de productos básicos y hecho caer en recesión a países como Rusia y Brasil, además de representar una amenaza importante para el crecimiento de África. Asimismo, las menores importaciones industriales están teniendo importantes efectos sobre varias economías asiáticas. Las exportaciones de Corea del Sur se redujeron un 18% interanual hasta enero, y las de Japón cayeron un 8% en diciembre.
En la eurozona, la inflación anual es de un 0,2%, todavía mucho menor que el objetivo del Banco Central Europeo, y las exportaciones alemanas a China han bajado en un 4%. Como resultado, es posible que en su reunión de marzo el Consejo de Gobierno del BCE también se plantee seguir reduciendo las tasas de interés hacia el terreno negativo, o elevar aún más escala de su programa de FC.
Pero está quedando cada vez más claro que las tasas de interés ultra bajas a corto y largo plazo no están impulsando la demanda nominal, lo cual tampoco debería sorprendernos. La experiencia de Japón desde 1990 nos muestra que una vez que las compañías se sienten sobreapalancadas, seguir bajando las tasas de interés tiene pocos efectos sobre sus decisiones de inversión. Bajar el rendimiento a diez años de los bonos de Japón de un 0,2 a un 0,1%, y los de Alemania de un 0,5% a un 0,35% (las medidas tomadas la semana pasada) no tienen efectos significativos sobre las decisiones de consumo e inversión en la economía real.
Ciertamente, el anuncio del BDJ de que aplicaría una tasa de interés negativa produjo una depreciación de la moneda, pero un yen más débil ayudaría a los exportadores japoneses sólo si China, la eurozona y Corea del Sur (todos los cuales se enfrentan a presiones deflacionarias) no imitan sus mismos recortes.
A nivel global, en la actualidad la depreciación es un juego de suma cero: no podemos escapar de un sobreendeudamiento mundial depreciando contra otros planetas. Y si muchas monedas se deprecian ante el dólar estadounidense, los efectos sobre la industria manufacturera podrían debilitar la economía de EEUU, afectando su demanda de importaciones y a los exportadores de otros países. Desde el alza de las tasas de interés anunciada en diciembre por la Reserva Federal, los pronósticos de crecimiento económico de Estados Unidos se han revisado a la baja una y otra vez.
Así, los mercados de valores deprimidos y la caída de los rendimientos de los bonos en todo el mundo en enero de 2016 ilustran la naturaleza global del problema al que nos enfrentamos. La demanda sigue deprimida por el exceso de deuda acumulada desde 2008. De hecho, esta deuda no ha desaparecido, sino que simplemente ha cambiado de sectores y países.
La deuda global total (pública y privada combinada) se ha elevado de cerca de un 180% a más del 210% del PIB mundial. Frente a esta realidad, a los mercados les preocupa cada vez más el que los gobiernos y bancos centrales no cuenten con más medidas para compensar la deflación global y que las únicas herramientas disponibles sencillamente apunten a redistribuir la demanda entre países.
Pero el hecho es que, como conjunto, a los bancos centrales y gobiernos nunca se les agotan las posibles medidas para compensar la deflación, porque siempre pueden financiar recortes fiscales o elevar el gasto público emitiendo más moneda. Precisamente eso es lo que las autoridades japonesas deberían hacer hoy, anulando de manera permanente algunas de las inmensas cantidades de bonos del gobierno del Japón que posee y cancelando el aumento del impuesto a las ventas que, de ponerse en efecto en abril de 2017, deprimirá aún más el crecimiento y la inflación del país.
Como planteé en un artículo en la 16ª Conferencia Anual de Estudios del FMI, realizada en noviembre pasado, no hay duda de que una política así es técnicamente posible. Contrariamente a ciertas objeciones, no implica comprometerse a mantener las tasas de interés indefinidamente bajas, sino que es la única manera de lograr que Japón escape de una trampa de endeudamiento tan profunda que sea sostenible únicamente aplicando tasas de interés cero.
No existen escenarios convincentes en que la deuda del gobierno japonés pueda llegar a pagarse en el sentido normal de la palabra, ni tampoco la posibilidad de que los bonos públicos japoneses en poder del BDJ se puedan vender al sector privado. Mientras antes se admita esta realidad, mejor será para que Japón tenga alguna oportunidad de cumplir sus objetivos inflacionarios y estimular la demanda total, en lugar de intentar reducirla a costa de otros países.
(Adair Turner, a former chairman of the United Kingdom's Financial Services Authority and former member of the UK's Financial Policy Committee, is Chairman of the Institute for New Economic Thinking. His latest book is Between Debt and the Devil)
– ¿Qué está frenando a la economía mundial? (Project Syndicate – 8/2/16)
Nueva York.- Siete años después de que el 2008 entre en erupción la crisis financiera mundial, la economía del mundo continuó dando traspiés durante el año 2015. Según el informe de las Naciones Unidas titulado Situación y Perspectivas de la Economía Mundial 2016, la tasa promedio de crecimiento en los países desarrollados ha disminuido en más del 54% desde la crisis. Se estima que cerca de 44 millones de personas están desempleadas en los países desarrollados, aproximadamente 12 millones más que en el año 2007, mientras que la inflación ha alcanzado su nivel más bajo desde la crisis.
Aún de mayor preocupación es el hecho de que las tasas de crecimiento de los países avanzados, también, se han tornado en más volátiles. Esto es sorprendente, ya que, en su posición de economías desarrolladas con cuentas de capital totalmente abiertas, estas economías deberían haberse beneficiado de la libre circulación del capital y de la distribución internacional del riesgo – y, por lo tanto, se debería experimentar poca volatilidad macroeconómica. Además, las transferencias sociales, incluyendo las prestaciones por desempleo, deberían haber permitido que los hogares estabilicen sus niveles de consumo.
Sin embargo, las políticas dominantes durante el período posterior a la crisis -el ajuste fiscal y la flexibilización cuantitativa (QE), políticas implementadas por los principales bancos centrales- han ofrecido poco apoyo para estimular el consumo de los hogares, la inversión y el crecimiento. Por el contrario, han tendido a empeorar las cosas.
En EEUU, la flexibilización cuantitativa no impulsó el consumo y la inversión porque, en parte, la mayor parte de la liquidez adicional regresó a las arcas de los bancos centrales, en forma de excesos de reservas. La Ley de flexibilización regulatoria de los servicios financieros de 2006 autorizó que la Reserva Federal page intereses sobre las reservas obligatorias y sobre las reservas en exceso, socavando, de esta manera, el objetivo clave de la QE.
De hecho, con el sector financiero de Estados Unidos al borde del colapso, la Ley de Estabilización Económica de Emergencia de 2008 adelantó en tres años la fecha de entrada en vigencia del ofrecimiento de pago de intereses sobre reservas, estableciendo que la misma se iniciaría el 1 de octubre de 2008. Como resultado, el exceso de reservas que se mantiene en la Reserva Federal se disparó, pasando de un promedio $ 200 mil millones durante el período 2000-2008 a $ 1,6 millón de millones durante el período 2009-2015. Las instituciones financieras optaron por mantener su dinero en la Fed en lugar de realizar préstamos a la economía real, ganando casi $ 30 mil millones -sin correr ningún riesgo en lo absoluto- durante los pasados cinco años.
Esto equivale a una generosa -y en gran medida oculta- subvención de la Fed al sector financiero. Y, como consecuencia de la subida de tasas de interés de la Fed el mes pasado, la subvención se incrementará en $ 13 mil millones este año.
Los incentivos perjudiciales son solamente una de las razones por las que no se materializaron muchos de los beneficios que se esperaba recibir como resultado de las bajas tasas de interés. Dado que la QE logró mantener las tasas de interés cerca a cero durante casi siete años, se debería haber incentivado a que los gobiernos de los países desarrollados obtengan préstamos e inviertan en infraestructura, educación y sectores sociales. El aumento de las transferencias sociales durante el período posterior a la crisis habría impulsado la demanda agregada y suavizado en alguna medida los patrones de consumo.
Por otra parte, el informe de la ONU muestra claramente que a lo largo de todo el mundo desarrollado, la inversión privada no creció como era de esperar, tomando en consideración las extremadamente bajas tasas de interés. En 17 de las 20 mayores economías desarrolladas, el crecimiento de la inversión se mantuvo más bajo durante el periodo posterior al 2008 en comparación con el nivel alcanzado durante los años anteriores a la crisis; asimismo, cinco economías experimentaron una disminución de la inversión durante el periodo 2010-2015.
A nivel mundial, los títulos-valores emitidos por las corporaciones no financieras -mismas que se supone que realizan inversiones fijas- aumentaron significativamente durante el mismo período. De manera consistente con otra evidencia, esto implicaría que muchas corporaciones no financieras obtuvieron préstamos, aprovechando las bajas tasas de interés. Sin embargo, en lugar de invertir, estas corporaciones utilizaron el dinero prestado para volver a comprar sus propias acciones o para adquirir otros activos financieros. Por lo tanto, la QE estimuló fuertes incrementos en el apalancamiento, la capitalización de mercado y la rentabilidad del sector financiero.
Sin embargo, dígase una vez más, nada de esto fue de mucha ayuda para la economía real. De manera clara, mantener las tasas de interés en un nivel cerca de cero no conduce necesariamente a niveles más altos de crédito o inversión. Cuando a los bancos se les da la libertad de elegir, eligen ganancias libres de riesgo o incluso eligen la especulación financiera en lugar de realizar préstamos que apoyarían el objetivo más amplio de crecimiento económico.
Por el contrario, cuando el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional prestan dinero barato a los países en desarrollo, se imponen condiciones a estos países con relación a lo que ellos pueden hacer con dicho dinero. Para tener el efecto deseado, la QE debería haber estado acompañada no sólo por esfuerzos oficiales por restablecer los deteriorados canales de préstamos (especialmente aquellos que dirigen fondos a las pequeñas y medianas empresas), sino también por objetivos específicos de otorgamiento de créditos para los bancos. En vez de fomentar efectivamente a que los bancos no presten, la Fed debería haber penalizando a los bancos por mantener excesos de reservas.
Si bien las tasas de interés extremadamente bajas produjeron pocos beneficios para los países desarrollados, dichas tasas impusieron costos significativos a las economías de los mercados en desarrollo y emergentes. Una consecuencia no intencionada, pero no inesperada, de la flexibilización monetaria ha sido los fuertes aumentos en los flujos de capital transfronterizos. El total de entradas de capital a los países en desarrollo aumentó desde alrededor de $ 20 mil millones en el año 2008 a más de $ 600 mil millones en el 2010.
En dicho momento, muchos mercados emergentes tuvieron dificultades para manejar el aumento repentino de flujos de capital. Muy poco de ese flujo se dirigió a la inversión fija. De hecho, el crecimiento de la inversión en los países en desarrollo se redujo significativamente durante el período posterior a la crisis. En este año se espera que los países en desarrollo, en su conjunto, registren su primera salida neta de capital desde el año 2006 – misma que se prevé que alcance un total de $ 615 mil millones.
Ni la política monetaria, ni el sector financiero, están haciendo lo que tiene que hacer. Parece ser que la inundación de liquidez se ha dirigido de manera desproporcionada hacia crear riqueza financiera e inflar burbujas de activos, en lugar de ir a fortalecer la economía real. A pesar de las fuertes caídas de los precios de las acciones, la capitalización de mercado como porcentaje del PIB mundial sigue siendo alta. El riesgo de una nueva crisis financiera no puede ser ignorado.
Hay otras políticas que mantienen la promesa de restaurar el crecimiento sostenible e integrador. Estas políticas comienzan con la reinvención de reglas para la economía de mercado con el propósito de garantizar una mayor igualdad, más pensamiento a largo plazo y la aplicación de controles al mercado financiero mediante una regulación eficaz y estructuras de incentivos que sean apropiadas.
Pero también se necesitará un gran aumento de la inversión pública en infraestructura, educación y tecnología. Estos incrementos tendrán que ser financiados, al menos en parte, por la imposición de impuestos ambientales, incluyendo impuestos al carbono y al monopolio, así como impuestos a otras rentas, mismas que se han tornado en omnipresentes en la economía de mercado – y que contribuyen enormemente a la desigualdad y al crecimiento lento.
Las opiniones expresadas aquí no reflejan los puntos de vista de las Naciones Unidas o de sus Estados miembros.
(Joseph E. Stiglitz, recipient of the Nobel Memorial Prize in Economic Sciences in 2001 and the John Bates Clark Medal in 1979, is University Professor at Columbia University, Co-Chair of the High-Level Expert Group on the Measurement of Economic Performance and Social Progress at the OECD )
– Se acerca una recesión global; ¿qué hacen los bancos centrales? (Expansión – FT – 9/2/16)
(Por Martin Wolf, Financial Times)
Es muy probable que los bancos centrales tengan que tomar medidas muy poco convencionales ante la situación financiera global. Deberían estar preparados ya.
¿Qué podrían hacer los bancos centrales si llegara una nueva recesión y los tipos de interés fueran mucho menores que los de antes de 2008? Según un informe realizado por la Resolution Foundation de Londres, es muy probable que suceda esto, y los bancos centrales necesitan estar preparados ante esta eventualidad. La parte más importante de esta preparación consiste en convencer a la opinión pública de que saben qué harían si ocurriera.
Actualmente, ocho años y medio después de que aparecieran los primeros signos de la crisis financiera, el tipo de interés a corto plazo más alto que aplican los principales bancos centrales del mundo -la Reserva Federal, el Banco Central Europeo (BCE), el Banco de Japón y el Banco de Inglaterra– es del 0,5%, del Banco de Inglaterra, que lleva en vigor desde marzo de 2009 y sin perspectivas de que aumente. El BCE y el Banco de Japón tienen incluso tipos negativos, el segundo después de más de 20 años con los tipos de interés a corto plazo en el 0,5% o menos. La situación en el Reino Unido podría no ser tan grave, pero a pesar de ello, según las últimas previsiones de mercado, el tipo básico será de aproximadamente el 1,6% en 2021 y de alrededor del 2,5% en 2025, menos de la mitad que en 2007.
La probabilidad de que se produzca una recesión importante en el Reino Unido antes de 2025 es muy alta, y seguramente también lo es para Estados Unidos, la eurozona y Japón. De hecho, actualmente ya hay riesgo de que llegue una recesión debido a los desequilibrios con la economía china y a las dificultades de muchas economías emergentes. Es probable que las economías de renta alta entren en recesión teniendo mucho menos margen de actuación en términos de medidas monetarias convencionales que antes de recesiones anteriores.
Ante esta situación habría varias opciones. Una sería no hacer nada. Muchos dirían que eso sería positivo porque daría lugar a la depresión limpiadora que necesita el mundo. Pero personalmente creo que esta idea es una locura, dado el daño que haría al tejido social.
Una segunda posibilidad sería cambiar de objetivos y pasar a tener, por ejemplo, objetivos de crecimiento, objetivos de PIB nominal o un objetivo de inflación más alto. Probablemente hubiera sido aconsejable haber tenido un objetivo de inflación más alto que el actual. Pero cambiarlo cuando los bancos centrales son incapaces de cumplir el objetivo más bajo de ahora podría desestabilizar las expectativas sin mejorar los resultados. Además, al no disponer de instrumentos eficaces, un objetivo más ambicioso simplemente podría parecer grandilocuencia vacía. Así que la tercera posibilidad consistiría en cambiar de instrumentos o utilizar los ya existentes con más fuerza.
Un instrumento no muy debatido sería organizar un proceso de desapalancamiento de las economías. Para ello podría ser necesario convertir deuda en capital. Pero aunque esta medida es deseable en circunstancias extremas, sería difícil de aplicar en la práctica.
Otro sería incrementar la escala de la expansión cuantitativa. Al final del tercer trimestre del año pasado, el balance del Banco de Japón era del 70% del PIB, mientras que los de la Reserva Federal, el BCE y el Banco de Inglaterra eran de menos del 30%. Estos tres bancos centrales podrían seguir el ejemplo de Japón. También podrían comprar otros tipos de activos, como bonos en divisas extranjeras. Pero eso sería provocador e innecesario. Las medidas del Banco de Japón y el BCE han dado lugar a grandes depreciaciones de sus monedas sin que sea tan evidente.
Otro instrumento serían los tipos de interés negativos, que aplican actualmente el BCE, el Banco de Japón y los bancos centrales de Dinamarca, Suecia y Suiza. Haciendo uso de trucos inteligentes es posible imponer tipos de interés negativos a las reservas bancarias en el margen, generando con ello tipos de interés negativos en los mercados sin imponer tipos negativos a los depositantes. No está claro hasta qué punto se puede hacer esto, teniendo en cuenta que el dinero en efectivo sigue siendo una alternativa.
Pasado un cierto punto, las personas se decantan por los recibos de propiedad avalados por dinero en efectivo, a menos que se imponga un impuesto de penalización a la retirada por parte de los bancos o se abola por completo el dinero en efectivo. Por otra parte, no está claro lo económicamente eficaz que serían los tipos negativos, aparte de que provocarían la depreciación de monedas.
Un último instrumento sería el "dinero helicóptero": la emisión permanente de dinero con el propósito de promover la adquisición de bienes y servicios, ya sea por el gobierno o por los ciudadanos. Desde un punto de vista monetario esto equivale a una expansión cuantitativa intencionalmente permanente. Por supuesto, la expansión cuantitativa propiamente dicha podría llegar a ser permanente después: eso es lo que probablemente suceda ahora en Japón. Pero por otra parte la emisión de dinero supuestamente permanente podría resultar ser temporal. No obstante, si el dinero se destinara directamente a aumentar el gasto del gobierno, diera lugar a una reducción de impuestos o pasara a las cuentas bancarias de la gente, sin duda tendría un efecto. El punto crucial es que los bancos centrales controlen la cantidad de dinero a emitir como parte de su labor.
Personalmente, yo preferiría el último instrumento. Pero en este momento es esencial reconocer que existe una gran probabilidad de que la próxima vez haya que recurrir a medidas aún menos convencionales. Así que hay que preparar el terreno de antemano. Los bancos centrales deberían llenar estos espacios en blanco ahora, no después de que llegue la próxima recesión.
– Los bancos centrales en la negativa (Project Syndicate – 18/2/16)
New Haven.- En lo que bien podría ser un acto final de desesperación, los bancos centrales están renunciando al control efectivo de las economías cuya gestión se les encomendó. Primero fue el tipo de interés cero, después la flexibilización cuantitativa, y ahora las tasas negativas: un intento inútil detrás de otro. Así como los dos primeros gambitos no lograron un impacto económico significativo en recuperaciones crónicamente débiles, el paso a la tasa negativa no hará más que agravar los riesgos de inestabilidad financiera y sentar las bases de otra crisis.
La adopción de tasas negativas (iniciada en 2014 en Europa, a la que ahora se suma Japón) representa un importante punto de inflexión en el manejo de los bancos centrales. Antes, el acento estaba puesto en estimular la demanda agregada, sobre todo mediante la reducción del costo de endeudamiento, pero también alentando efectos riqueza derivados de la apreciación de los activos financieros. Pero ahora, al imponer un costo a las reservas excedentes dejadas en depósito en los bancos centrales, las tasas negativas buscan generar un estímulo a través del lado de la oferta en la ecuación crediticia; en la práctica, se presiona a los bancos para que otorguen nuevos préstamos independientemente de la demanda de fondos.
Pero esto es no entender la esencia del malestar que aqueja a un mundo poscrisis. Como sostiene (en el caso de Japón) Richard Koo, economista de Nomura, el énfasis debería estar puesto en el lado de la demanda, en unas economías sacudidas por la crisis cuyo crecimiento se ve debilitado por el síndrome de rechazo al endeudamiento que invariablemente cobra terreno tras una "recesión de balances".
Este obstáculo se da en todo el mundo. No solo en Japón, donde el supuestamente poderoso ímpetu de la Abenomics no consiguió poner fin a 24 años de 0,8% de crecimiento del PIB ajustado por inflación. También en Estados Unidos, donde la demanda de los consumidores (epicentro de la Gran Recesión estadounidense) lleva ocho años atenazada por un crecimiento real promedio de apenas el 1,5%. Incluso peor en la eurozona, donde el crecimiento real promedio del PIB a lo largo del período que va de 2008 a 2015 fue solo 0,1%.
Todo esto señala la impotencia de los bancos centrales para movilizar la demanda agregada en economías sujetas a restricciones de balance, que han caído en "trampas de liquidez" al estilo de los años treinta. Como advirtió Paul Krugman hace casi 20 años, Japón ejemplifica la encarnación actual de este dilema. Cuando a principios de los noventa estallaron sus burbujas bursátil e inmobiliaria, el sistema keiretsu (grupos de empresas vinculadas estrechamente a través de un banco que oficia de nodo central) se vino abajo por el peso muerto del exceso de apalancamiento.
Pero lo mismo puede decirse de los consumidores estadounidenses, sobrecargados de deudas y escasos de ahorro; y ni hablar de una eurozona que básicamente fue una apuesta apalancada dependiente de expectativas de crecimiento exageradas respecto de sus economías periféricas: Portugal, Italia, Irlanda, Grecia y España. En todos estos casos, la necesidad de reparar los balances impidió el resurgimiento de la demanda agregada, y el estímulo monetario fue mayormente ineficaz para alentar una recuperación cíclica al modo clásico.
Tal vez sea el mayor fracaso de los bancos centrales modernos. Pero la negación es poderosa. Un buen ejemplo es el discurso de "misión cumplida" del expresidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, a principios de 2004. Greenspan se felicitó por haber usado una política monetaria ultraflexible para arreglar el lío dejado por el estallido de la burbuja de las puntocom en 2000, e insistió en que al final quedó demostrado que la Reserva Federal tuvo razón al no tratar de impedir la locura especulativa de fines de los noventa.
Eso dejó al sucesor de Greenspan en una situación muy complicada. Agotadas en poco tiempo sus municiones, cuando se declaró la Gran Crisis a fines de 2008, el expresidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, adoptó la nueva cura milagrosa (la flexibilización cuantitativa), un poderoso antídoto para mercados en problemas que resultó ineficaz como herramienta para borrar el rojo de las cuentas de los consumidores y dar un verdadero estímulo a la demanda agregada.
La famosa promesa formulada en 2012 por el presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi de hacer "lo que fuera necesario" para defender al euro llevó al BCE por el mismo camino: primero tipo de interés cero, después flexibilización cuantitativa y ahora tasas de referencia negativas. Del mismo modo, el director del Banco de Japón, Haruhiko Kuroda insiste en que la denominada FCC (flexibilización cuantitativa y cualitativa) puso fin a una deflación destructiva; pero ahora decidió adoptar las tasas negativas y postergó para mediados de 2017 la meta de 2% de inflación del Banco de Japón.
Está por verse que la Reserva Federal sea capaz de resistir la tentación de las tasas negativas. Pero la mayoría de los bancos centrales importantes hoy se aferran a la falsa creencia de que no hay diferencias entre la eficacia de las tácticas convencionales de la política monetaria (que dependen de ajustes de las tasas de referencia por encima del límite de cero) y la de herramientas no convencionales como la flexibilización cuantitativa y las tasas negativas.
Ahí está el problema. En la era de la política monetaria convencional, los canales de transmisión principales eran los costos de endeudamiento y los consiguientes efectos en los sectores de la economía real más supeditados al crédito, como la construcción residencial, la industria automotriz y la inversión en capital de las empresas.
Conforme esos sectores subían y bajaban en respuesta a cambios de las tasas de referencia, ocurría a menudo que las repercusiones sistémicas (los denominados efectos multiplicador) fueran reforzadas por ganancias reales y psicológicas en los mercados de activos (efectos riqueza). Eso era entonces. En el nuevo mundo de la política monetaria no convencional, el canal de transmisión principal son los efectos riqueza en los mercados de activos.
Esta metodología produjo dos importantes complicaciones. La primera es que los bancos centrales desestimaron los riesgos de inestabilidad financiera. Excesivamente confiados por la baja inflación, aplicaron políticas monetarias demasiado flexibles que llevaron a la formación de inmensas burbujas en los mercados de crédito y activos, lo que dio lugar a enormes distorsiones en las economías reales. Cuando las burbujas estallaron, y las desequilibradas economías cayeron en recesiones de balance, los bancos centrales (que debían cumplir metas de inflación) ya estaban escasos de municiones, lo que en poco tiempo los llevó al terreno incierto del tipo de interés cero y las inyecciones de liquidez de la flexibilización cuantitativa.
En segundo lugar, los políticos, excesivamente confiados por la efervescencia de los mercados de activos, evitaron el uso de estímulos fiscales, lo que en la práctica anuló la única forma realmente efectiva de salir de una trampa de liquidez. Ante la falta de estímulo fiscal, los bancos centrales siguieron subiendo la apuesta mediante la inyección de más liquidez en mercados financieros propensos a la formación de burbujas, sin darse cuenta de que no hacían más que tratar de "empujar una cuerda", como en los años treinta.
Las tasas negativas son todavía más problemáticas. En tiempos de persistente escasez de demanda agregada a escala mundial, introducen un nuevo conjunto de riesgos, al castigar a los bancos que no sigan prestando. Esto es el equivalente funcional de promover otra ola de "crédito zombi": los préstamos sin racionalidad económica otorgados a deudores japoneses insolventes en los noventa. Los bancos centrales perdieron el rumbo y están en crisis. ¿Cuánto puede tardar la economía mundial en ir tras sus pasos?
(Stephen S. Roach, former Chairman of Morgan Stanley Asia and the firm's chief economist, is a senior fellow at Yale University's Jackson Institute of Global Affairs and a senior lecturer at Yale's School of Management. He is the author of Unbalanced: The Codependency of America and China)
– El rompecabezas de la desigualdad (Project Syndicate – 18/2/16)
Nueva York.- Durante la última década, la desigualdad del ingreso fue equiparada con el terrorismo, el cambio climático, las pandemias y el estancamiento económico como uno de los temas más urgentes en la agenda de la política internacional. Sin embargo, a pesar de toda la atención que recibe, han sido pocas las propuestas de soluciones potencialmente eficaces. La identificación de las mejores políticas para reducir la desigualdad continúa siendo un rompecabezas.
Para entender por qué el problema confunde a los responsables de las políticas, resulta útil comparar las dos mayores economías del mundo. Estados Unidos es una democracia liberal con una economía basada en el mercado, en la cual los factores de la producción son de propiedad privada. China, por el contrario, está gobernada por una clase política que desprecia la democracia. Su economía -a pesar de décadas de reformas favorables al mercado- continúa definida por una fuerte intervención estatal.
Pero a pesar de contar con sistemas políticos y económicos radicalmente diferentes, ambos países exhiben aproximadamente el mismo nivel de desigualdad en el ingreso. El coeficiente de Gini -la medida más frecuentemente usada de la desigualdad en el ingreso- de ambos países es aproximadamente 0,47.
Sin embargo, hay una gran diferencia entre ambas situaciones: en EEUU la desigualdad está empeorando rápidamente. En 1978, el 1 % con mayores ingresos de la población era 10 veces más rico que el resto del país; actualmente, el ingreso promedio del 1 % en la cima es aproximadamente 30 veces el de la persona promedio en el 99 % restante. Durante ese mismo período, la desigualdad en China se ha reducido.
Esto plantea un desafío para los responsables de las políticas. El capitalismo de libre mercado ha demostrado ser el mejor sistema para impulsar el crecimiento del ingreso y crear un gran excedente económico, sin embargo, su desempeño no es tan bueno cuando a la hora de distribuir el ingreso.
La mayoría de las sociedades democráticas han intentado ocuparse del problema a través de políticas redistributivas de izquierda o enfoques de derecha a través de la oferta. Pero ninguno de esos intentos parece especialmente eficaz. En EEUU la desigualdad del ingreso ha aumentado sostenidamente tanto con gobiernos democráticos como republicanos. El éxito chino en esta cuestión resalta las posibles ventajas de la falta de miramientos de su sistema, una conclusión que incomoda a muchos responsables de las políticas occidentales.
Uno de los aspectos de la discusión, sin embargo, no genera tanta controversia. A los desafíos que plantea el debate sobre las políticas se suman quienes afirman que la desigualdad no es importante. Si la marea sube y eleva todos los botes, postulan, no importa que algunos lo hagan más lentamente que otros.
Quienes están a favor de quitar énfasis a la desigualdad del ingreso sostienen que las políticas públicas debieran procurar que todos los ciudadanos disfruten de un nivel de vida básico -alimentos nutritivos, refugio adecuado, atención sanitaria de calidad e infraestructura moderna- más que intentar reducir la brecha entre los ricos y los pobres. De hecho, hay quienes sostienen que la desigualdad del ingreso impulsa el crecimiento económico y que las transferencias retributivas debilitan los incentivos para trabajar, lo que a su vez deprime la productividad, reduce la inversión y, en última instancia, perjudica a la comunidad en su conjunto.
Pero las sociedades no prosperan solo gracias al crecimiento económico, sino que sufren cuando los pobres son incapaces de encontrar la forma de mejorar. La movilidad social en EEUU (y otros sitios) ha disminuido, socavando la fe en el «sueño americano» (que incluye la idea de que si uno trabaja duro, le irá mejor que a sus padres). Durante los últimos 30 años, la probabilidad de que un estadounidense nacido en el último cuartil de la distribución del ingreso termine su vida en el primero se ha reducido más de la mitad.
Ciertamente, se han logrado muchos avances. Durante los últimos 50 años, mientras países como China e India lograron tasas de crecimiento económico de dos dígitos, el coeficiente de Gini mundial cayó de 0,65 a 0,55. Pero es improbable que se logren mayores avances, al menos en el futuro previsible.
El crecimiento económico en la mayoría de las economías emergentes ha caído por debajo del 7 %: el umbral necesario para duplicar el ingreso per cápita en una generación. En muchos países, la tasa cayó más allá del punto en que puede hacer mella en la pobreza.
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