provide free education for all and skills training for any age, so that workers can move up the labor-market value chain; social security for the unemployed, so that a temporary loss of work does not become a personally catastrophic event; and highly developed systems of care for children, the elderly, and vulnerable members of society, so that workers do not have to choose between employment and caring for loved ones.
Lidegaard acknowledges that welfare economies "are not immune to populism, nationalism, or nativism". Nonetheless, "with higher employment and lower inequality" promoting a sense of fairness, and with strong social safety nets boosting, rather than impeding, labor-market flexibility, "challenges to the social contract itself are far more rare than they are elsewhere – particularly the US".
The US may never be Denmark, as Clinton pointedly observed in an early debate with her Democratic rival Bernie Sanders. But now she faces an election that, as with the Brexit referendum, has come to revolve around the legitimacy of the "establishment" that she represents. And no issue has fueled that challenge more powerfully than trade. Unless Clinton -and political leaders elsewhere- embrace what has been shown to work, the challenge will grow stronger, and probably uglier as well.
(Simon Tilford examines how Barry Eichengreen, Joseph Stiglitz, Laura Tyson, and other Project Syndicate contributors address the anti-trade sentiment roiling advanced economies)
– La globalización y sus nuevos malestares (Project Syndicate – 5/8/16)
Nueva York.- Hace quince años escribí un pequeño libro titulado El malestar en la globalización, este libro describía la creciente oposición en el mundo en desarrollo a las reformas globalizadoras. Era algo muy misterioso: a las personas en los países en desarrollo se les había dicho que la globalización aumentaría el bienestar general. Si ese era el caso, ¿por qué tantas personas se tornaron hostiles a la globalización?
En la actualidad, a dichos opositores a la globalización en los mercados emergentes y los países en desarrollo se les han unido decenas de millones de personas en los países avanzados. Las encuestas de opinión, incluyendo un cuidadoso estudio realizado por Stanley Greenberg y sus asociados para el Instituto Roosevelt, muestran que el comercio es una de las principales fuentes de malestar para un gran porcentaje de estadounidenses. Puntos de vista similares se hacen también patentes en Europa.
¿Cómo puede ser tan vilipendiado algo que nuestros líderes políticos -y muchos economistas- dijeron haría que todos estemos mejor?
Una de las respuestas que ocasionalmente se escucha emitir a los economistas neoliberales que abogaron por dichas políticas es que las personas están mejor. Simplemente, ellas no lo saben. Su malestar es un tema a ser tratado por psiquiatras, no por economistas.
Sin embargo, los datos de ingresos sugieren que son los economistas neoliberales son quienes podrían beneficiarse de la terapia psiquiátrica. Grandes segmentos de la población en los países avanzados no están bien: en EEUU, el 90% inferior en la distribución de ingresos ha sufrido de estancamiento de ingresos durante un tercio de siglo. El promedio de los ingresos entre trabajadores a tiempo completo es en realidad más bajo en términos reales (ajustados a la inflación) del que se tuvo hace 42 años. Y, en la parte más baja de dicha distribución de ingresos, los salarios reales se asemejan a los niveles salariales que se tenían hace 60 años.
Los efectos del dolor y la dislocación económica que muchos estadounidenses están experimentando incluso se muestra en las estadísticas de salud. Por ejemplo, los economistas Anne Case y Angus Deaton, ganadores del premio Nobel de este año, han demostrado que la esperanza de vida entre los segmentos de estadounidenses de raza blanca está disminuyendo.
Las cosas están un poco mejor en Europa – pero sólo un poco mejor.
El nuevo libro de Branko Milanovic Global Inequality: A New Approach for the Age of Globalization proporciona algunas perspectivas vitales al mirar a los grandes ganadores y perdedores en términos de ingresos durante dos décadas, desde el año 1988 al 2008. Entre los grandes ganadores estuvieron el 1% global, los plutócratas del mundo, pero también estuvo la clase media de las economías emergentes. Entre los grandes perdedores -los que ganaron poco o nada- estuvieron aquellos que forman parte de las clases baja, media y trabajadora en los países avanzados. La globalización no es la única razón, pero es una de las razones.
Bajo el supuesto de mercados perfectos (que subyace a la mayoría de los análisis económicos neoliberales), el libre comercio iguala los salarios de los trabajadores no cualificados en todo el mundo. El comercio de mercancías es un sustituto para el desplazamiento de personas. La importación de mercancías procedentes de China – mercancías que para producirse requieren de una gran cantidad de trabajadores no cualificados- reduce la demanda de trabajadores no cualificados en Europa y EEUU.
Esta fuerza es tan poderosa que si no existieran los costos de transporte, y si EEUU y Europa no tuvieran otra fuente de ventaja competitiva, como lo es, por ejemplo, la tecnología, con el transcurso del tiempo la situación se haría semejante a una en la que los trabajadores chinos habrían emigrado a EEUU y Europa, hasta eliminar por completo las diferencias salariales. No es sorprendente que los neoliberales nunca publicitaron esta consecuencia de la liberalización del comercio, tal como afirmaron -se podría decir mintieron- sobre que todos iban a beneficiarse.
El fracaso de la globalización en cuanto a cumplir con las promesas emitidas por los políticos convencionales, sin duda, ha socavado la confianza en la "élite". Y, las ofertas hechas por los gobiernos con relación a rescates generosos para los bancos causantes de la crisis financiera del año 2008 -dejando simultáneamente a los ciudadanos comunes para que ellos, en gran medida, se valgan por sí solos- reforzaron la opinión de que el mencionado fracaso de la globalización no era simplemente un asunto de juicios erróneos económicos.
En EEUU, los republicanos del Congreso incluso se opusieron a prestar ayuda a aquellos que se vieron directamente lastimados por la globalización. De manera más general, los neoliberales, al parecer preocupados por los efectos de los incentivos adversos, se han opuesto a las medidas de bienestar que habrían protegido a los perdedores.
Pero, no se puede tener ambas cosas: si la globalización no va a beneficiar a la mayoría de los miembros de la sociedad, se deben establecer fuertes medidas de protección social. Los escandinavos se dieron cuenta de esto mucho tiempo atrás; esto fue parte del contrato social que mantuvo a una sociedad abierta – abierta a la globalización y a los cambios en la tecnología. Los neoliberales en el resto del mundo no se dieron cuenta de ello – y ahora, en procesos eleccionarios en EEUU y Europa, están recibiendo su merecido castigo.
La globalización es, por supuesto, sólo una parte de lo que está pasando; la innovación tecnológica es otra parte. Pero, se suponía que toda esa apertura y disturbios iban a hacernos a todos más ricos y que los países avanzados iban a poder introducir políticas para garantizar que las ganancias sean ampliamente compartidas.
Pero ocurrió todo lo contrario, se impulsaron políticas que reestructuraron los mercados en una forma que se incrementó la desigualdad y se socavó el rendimiento económico en general; en los hechos, el crecimiento se desaceleró en la medida que se reescribieron las reglas del juego con el propósito de hacer avanzar los intereses de los bancos y las empresas -es decir de los ricos y poderosos- a expensas de todos los demás. El poder de negociación de los trabajadores se debilitó; en EEUU, al menos, las leyes de la competencia no se mantuvieron al día con los tiempos; y, las leyes existentes se aplican de forma inadecuada. La financiarización continuó a buen ritmo y el gobierno corporativo empeoró.
Ahora, como señalo en mi reciente libro Rewriting the Rules of the American Economy, se deben cambiar nuevamente las reglas del juego – y estas deben incluir medidas para sosegar la globalización. Los dos nuevos grandes acuerdos que el presidente Barack Obama ha estado impulsando -la Asociación Trans-Pacífico entre los EEUU y 11 países de la costa del Pacífico, y la Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión entre la UE y EEUU- son pasos en la dirección equivocada.
El principal mensaje del Malestar en la globalización fue que el problema no era de la globalización, sino cómo se gestionaba el proceso de la misma. Lamentablemente, la forma de gestión no cambió. Quince años más tarde, los nuevos malestares han hecho que ese mensaje llegue a las economías avanzadas.
(Joseph E. Stiglitz, recipient of the Nobel Memorial Prize in Economic Sciences in 2001 and the John Bates Clark Medal in 1979, is University Professor at Columbia University, Co-Chair of the High-Level Expert Group on the Measurement of Economic Performance and Social Progress at the OECD )
Can the open global economy be saved from populist challengers – and from itself? Justin Yifu Lin, Ngaire Woods, Robert Shiller, and other Project Syndicate commentators examine why globalization is in such distress and disrepute.
Introducing Editors" Insight: a fortnightly review of the best thinking on current events and key trends.
– Globalization RIP? (Project Syndicate – 6/8/16)
Why is the goal of an open and increasingly integrated global economy coming under such fierce attack – and why now? If the ideal world of economists seems more distant than ever, blame the management of that process.
Beyond the rancor and taunts heard at last month"s Republican National Convention, something even more ominous could be heard: the last rites for globalization. To adoring hoots, Donald Trump, the party"s presidential nominee, denounced US participation in international trade deals, and the foreign policy he sketched would pull the plug on the entire US-led liberal international order within which globalization has flourished. Should Trump enter the White House, globalization would not undergo a retreat; it would suffer a rout.
Half a world away, G20 finance ministers met almost simultaneously in Chengdu, China, where they made revitalizing globalization a priority for 2016/2017. The fact that all of the major advanced and emerging economies fear for the future of global openness suggests the degree to which surging support for populist challengers has imperiled existing rules and structures.
For many Project Syndicate commentators, globalization seems trapped in a pincer movement: assailed from one direction by those who claim that it has created a reserve army of economic losers lorded over by a small cadre of winners, the infamous 1%; and besieged from the opposite direction by unscrupulous politicians who, feeding on economic resentment, attack it in the once discredited language of nationalism, of blood and soil, of herrenvolk.
More Pain than Gain
For most middle-class people in most developed economies, the last four decades of economic globalization pale in comparison with les trente glorieuses, the 30 post-war years of ever-rising living standards. According to University of California, Berkeley"s Laura Tyson and Lenny Mendonca of the Presidio Institute, the root cause of disappointment with globalization is clear: "From 2005 to 2014, the real income of two-thirds of households in 25 developed economies was flat or fell. Only after very aggressive government intervention in taxes and transfers have some countries been able to hold families at least even".
Nobel laureate Joseph Stiglitz paints an even grimmer picture. "Median income for full-time male workers" in the US, he points out, "is actually lower in real (inflation-adjusted) terms than it was 42 years ago. At the bottom, real wages are comparable to their level 60 years ago". And it"s not just incomes that are moving in the wrong direction. "The effects of the economic pain and dislocation," Stiglitz continues, "are even showing up in health statistics" – specifically, declining life expectancy among some non-Hispanic whites. For the United Nations" Jomo Kwame Sundaram and Vladimir Popov of the Russian Academy of Sciences, the unvarnished truth is that "developed countries should not expect further gains from the process of globalization".
Income stagnation in many developed countries is a direct result of what Yale"s Stephen Roach calls "the globalization disconnect". While "seemingly elegant in theory", Roach says, "the lesson of Brexit and of the rise of Donald Trump" is that "globalization suffers in practice. In fact, the theory of globalization itself hasn"t advanced much since the early 1800s".
The Anatomy of Anti-Globalization
For former Costa Rican trade minister Anabel González, globalization"s political vulnerability stems from the difficulty of implementing "policies which will ensure that all people -in developed and developing countries- reap the benefits". But Andrés Velasco, Chile"s former finance minister, asks a fundamental question: given that US wages have been stagnating since the 1970s and unemployment in Europe was persistently high for long periods in the 1980s and 1990s, why is globalization coming under assault now?
The reason, he argues, "has everything to do with politics":
Elites in Western countries discredited themselves by permitting the financial excesses that helped trigger the Great Recession and by being slow -particularly in Europe- to deal with the social consequences. Next they underestimated the effect that unfettered migration and the perceived weakening of the nation-state would have on the sense of "us" – the people with whom we share a destiny and of whom we ask sacrifices (one of which is paying taxes).
Former Greek finance minister Yanis Varoufakis agrees. "What we are experiencing", he says, "is the natural repercussion of the implosion of centrist politics, owing to a crisis of global capitalism in which a financial crash led to a Great Recession and then to today"s Great Deflation". In "drawing upon the righteous anger and frustrated aspirations of the victims to advance its own repugnant agenda," the populist right has formed "a nationalist international -a classic creature of a deflationary period- united by contempt for liberal democracy and the ability to mobilize those who would crush it."
Harvard"s Ricardo Hausmann adds a crucial dimension, arguing that populist forces – whether in the US, Venezuela, or Europe- succeed only when they anchor their programs in an alternative mental universe. Citing the example of the seventeenth-century Salem witch trials, he notes that, "Whether policies sound crazy or sensible depends on the conceptual paradigm, or belief system, that we use to interpret the nature of the world we inhabit". Thus, just as "Venezuela"s chavismo blamed inflation and recession on devious business behavior", Trump"s supporters inhabit a mental universe where "the US is led by weaklings who are being exploited by savvy foreign powers, masquerading as allies. Free trade is a Mexican invention to take away American jobs. Global warming is a hoax invented by China to destroy American industry".
It is also a mental universe in which globalization is equated with terror. "If people feel that their leaders are failing to protect them", the French geo-strategist Dominique Moisi argues, "they may turn to more radical alternatives" and "may even decide to take the law into their own hands." The specter of vigilantism underscores a fundamental point made by Ngaire Woods, dean of Oxford"s Blavatnik School of Government, about rising support for populist parties and candidates. "The message to the establishment is clear: we don"t trust you anymore" – not to secure our economic wellbeing; not even to protect us.
And, as Jean Pisani-Ferry, Commissioner-General of France Stratégie, would add, "We don"t trust your experts, either". Indeed, suspicion of those with specialized knowledge is not limited to economic policy. Pisani-Ferry reports a remarkable finding by the French sociologist Gerald Bronner: "education neither increases trust in science nor diminishes the attraction of beliefs or theories that scientists regard as utter nonsense". This, Pisani-Ferry argues, is obviously "a cause for deep concern", and not only because dysfunctional beliefs can lead to economic disaster: "Representative democracy is based not only on universal suffrage, but also on reason".
The Price of Mud
Irrationality and fear mongering are not cost-free. Nobel laureate economist Robert Shiller suggests that some of the "stories circulating today -related to growing nationalism or fear of challenges by immigrants to traditional cultural values- might underpin greater hesitation" to invest. Whether that could "bring on another worldwide recession" remains uncertain; but the very possibility of such an outcome implies that "we should not shrink from considering how such fears are affecting economic decision-making".
Consider Britain and Europe in the aftermath of the fear-induced Brexit vote-– the populists" lone triumph so far. Although the immediate impact has been less severe than anticipated, NYU"s Nouriel Roubini sees "plenty of reason to worry about Europe and the Eurozone". Perhaps most important, an "ugly divorce" could roil markets and "lead Scotland and Northern Ireland to leave the UK", fueling secession movements elsewhere. And the other non-eurozone EU members, Denmark and Sweden, could "fear that they will become second-class members of the EU, thus leading them to consider leaving as well".
Britain"s choice about what sort of Brexit to pursue will also have a profound impact. "A "hard" Brexit," says Princeton"s Harold James, "would entail the severing of all existing links between the UK and the EU: no more contributions to the common budget and an end to free labor mobility". By contrast, "a "soft" Brexit would reflect the view that the UK is still a part of Europe, and that Britain still has much to gain from close EU ties". The latter course, in James"s view, "is the UK"s better option", reflecting "the triumph of a realistic worldview over a self-defeating perspective underpinned by an implausible notion of sovereignty".
The presence of leading Brexiteers in Prime Minister Theresa May"s new cabinet would seem to make the "better option" unlikely. But Anatole Kaletsky of Gavekal Dragonomics goes even further. Instead "of rushing Brexit", he argues, "Europe"s leaders should be trying to avert it, by persuading British voters to change their minds".
With opinion polls showing overwhelming public support for a "soft" approach, and with the new government holding only a "slender parliamentary majority" that "depends on disgruntled "Remain" rivals," Kaletsky thinks "the EU could advance this strategy by calling May"s bluff on "Brexit means Brexit"". That means "telling her that only two outcomes are possible: either Britain loses all single-market access and interacts with Europe solely under World Trade Organization rules, or it remains an EU member, after negotiating reforms that could persuade voters to reconsider Brexit in a general election or a second referendum".
Some Call It Treason
Populists like Trump and Boris Johnson, a leader of the UK"s "Leave" campaign and now the British foreign secretary, portray themselves as national saviors. But, given the high costs that populists can impose on countries -even threatening their survival, as in the UK, or plunging them into a humanitarian crisis, as in Venezuela- are such leaders actually "traitors"? French philosopher Bernard-Henri Lévy isn"t afraid to say so. If Trump were to win in November, "(t)he problem would not only be his vulgarity, sexism, racism, and defiant ignorance. It would be his possible infidelity to America itself".
To be sure, Trump"s infidelity may not technically constitute "treason", which the US Constitution explicitly delimits. But Lévy is surely right that Trump is a leader "who betrays not only his country"s ideals, but also its fundamental national interest".
The primary source of concern is what the New School"s Nina Khrushcheva calls Trump"s "international bromance" with Russian President Vladimir Putin. Trump, she points out, "has complimented Putin"s leadership frequently", and has said "he would consider accepting Russia"s annexation of Crimea and lifting the sanctions that were imposed in response – all without asking for anything in return from Putin". Even more shocking, "Trump has called into question America"s automatic defense of NATO allies such as the ex-Soviet Baltic states, whose independence Putin has questioned".
Like Khrushcheva, Christopher Smart, US President Barack Obama"s former special assistant for international economics, believes that Putin has no serious interest in a Trump presidency. "It may be fun to watch the US body politic squirm, and to gloat as America"s allies wring their hands, but a President Trump would make Putin"s life far more difficult". Long-term growth "requires a global economy that is stable and predictable. A Trump presidency would mean the opposite".
Whose Truth?
When belief systems based on lies make inroads into countries" politics, is there a way back? Peter Sutherland, a former EU commissioner and the UN"s Special Envoy for Migration, believes that it "is now up to rational political leaders and mass media to reintroduce facts" into debates hijacked by populists, in particular debates about migration. The Brexit vote, he says "was driven by a distorted picture -eagerly painted by tabloid newspapers and populist politicians- of a country overflowing with migrants". And the UK is hardly alone: "In Eastern European countries, Muslim migrants are perceived as being up to 70 times more numerous than they are".
But it is not only the populists who have misled the public. Hans-Werner Sinn of Munich University and the IFO Institute thinks that free labor mobility in the EU does indeed pose a threat, which is precisely why Brexiteers were able to capitalize on it. Unless changed, Sinn argues, the current "rules of access to national welfare systems will erode the EU"s welfare states". This can be prevented only "by restricting either freedom of movement or the inclusion principle". If Europe"s populists are to be defeated, "the EU must acknowledge the trade-off between the welfare state"s quality, freedom of movement, and inclusion, and it must decide which can be sacrificed".
Likewise, Stiglitz argues that much of the blame for today"s populist revolt should be laid at the feet of globalization"s boosters. Rather than acknowledging the widespread pain and dislocation reflected in income and health data, many "neoliberal economists who advocated for these policies" have remained in denial, claiming "that people are better off. They just don"t know it. Their discontent is a matter for psychiatrists, not economists".
That dismissive response, together with "governments" offers of generous bailouts for the banks that had brought on the 2008 financial crisis, while leaving ordinary citizens largely to fend for themselves", Stiglitz continues, convinced many people that their pain "was not merely a matter of economic misjudgments".
China to the Rescue?
Where does the incipient anti-globalization agenda in the advanced countries leave developing and emerging economies? Nobel laureate Michael Spence suggests that, "developing countries, particularly those in the earlier stages of economic development, must find new external markets for their goods, by maximizing trade opportunities with their counterparts in the developing world, many of which have considerable purchasing power". Although "such demand will surely not offset the drop in advanced-country demand completely", he says, "it can help to soften the blow".
If so, what Roach calls "the increasingly virulent China-bashing now sweeping the world" won"t help. As Claremont McKenna College"s Minxin Pei argues, "Regardless of how Brexit or the US election plays out, it is very likely that governments in Western democracies will respond to voter angst and take measures that imply a return to some degree of protectionism". At a time when China, the world"s second largest economy, is attempting to manage a complicated structural transition to consumption-led growth, any threat to its economic performance would harm developing countries" prospects.
And Peking University"s Justin Yifu Lin shows that China"s importance to developing countries reflects not only the size of its market, but also its role as a source of much-needed foreign direct investment. As Lin points out, "in 2013 China became the third largest source of other countries" FDI and is expected to become a net capital exporter for the first time in 2016."
So far, say Andrew Sheng and Xiao Geng of Hong Kong University, "China"s supply-side rebalancing is moving in the right direction". But a new direction means new challenges: "unless China"s leaders also tackle the challenges posed by market and bureaucratic inefficiencies, the objective of strong and sustainable growth will remain out of reach".
Joseph Jimenez, the CEO of Novartis, is optimistic. He thinks that China is on the verge of becoming an innovation powerhouse: "In science and engineering alone, China generates nearly 30.000 PhDs annually," he points out, while McKinsey estimates that expenditure on innovation will "reach $ 1 trillion by 2020." In particular, Jimenez believes that, "China has a real opportunity to become a major force in global pharmaceuticals research, and that there will soon come a time when breakthrough innovation occurs in China on a regular basis".
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Korea University"s Lee Jong-Wha is less sanguine. "To avert a crisis", he says, "China"s leaders must act now to address the weaknesses in the corporate and financial sectors and to improve macroeconomic- and financial-policy frameworks". And if they are to ensure that living standards continue to rise -a political imperative for China"s ruling Communist Party- "they must continue to implement structural reforms that support labor-market flexibility and the development of human capital, while privatizing SOEs and liberalizing the financial sector".
For the London School of Economics"s Keyu Jin, the biggest threat to China"s prosperity and stability lies elsewhere. As a result of decentralization, "subnational governments accounted for an average of 71% of total public expenditure in 2000-2014 – a far larger share than in the world"s largest federal countries". And while decentralization has spurred growth, "three decades of lax governance" have enabled corruption to flourish. Defending President Xi Jinping"s anti-corruption drive, she argues that "(e)mbezzlement and misappropriation of astronomical sums of public funds would have been impossible without accomplices who helped one another ascend the political ladder". And now, Xi, whose crackdown has led to the detention of officials throughout China in the last two years, has "stopped turning a blind eye".
The Open Economy and Its Enemies
If only in that respect, democratic leaders should take a lesson from Xi. After all, turning a blind eye to populists" lies -and, equally important, to the grievances that make those lies seem credible- will only make the problem worse.
But so will doubling down on the status quo. For the last generation, Stiglitz argues, the problem "was not globalization, but how the process was being managed". Redeeming the promise of an open global economy demands bold initiatives to ameliorate the plight of those left behind. "The Scandinavians", Stiglitz points out, "figured this out long ago". As Bo Lidegaard, a former editor-in-chief of Politiken argues, the Scandinavians have succeeded where others have failed because they have been "successful in expanding the scope of work, and of the labor market, to make jobs available to segments of the population that otherwise would have lacked access to well-paid employment".
As Woods notes, however, innovative policy must be accompanied by credible leadership. "Voters need to see candidates who show purpose, impartiality, and competence. If they don"t, they will continue to vote against the establishment that they believe has failed them – even if it means voting for turmoil in Europe or a reckless narcissist in the US".
– La verdad sobre la financiación monetaria (Project Syndicate – 10/8/16)
Londres.- Ocho años después de la crisis de 2008, gobiernos y bancos centrales (tras probar con infinidad de políticas y estrategias) no han logrado un estímulo de la demanda suficiente para producir un crecimiento sostenido e importante. En Japón, la denominada Abenomics prometía una inflación del 2% en 2015; pero el Banco de Japón prevé una cifra cercana a cero en 2016, con un crecimiento del PIB inferior a 1%. El crecimiento de la eurozona se redujo a la mitad en el segundo trimestre de 2016 y depende peligrosamente de la demanda externa de exportaciones. Incluso la recuperación de Estados Unidos parece incierta.
Esto llevó a que se hablara reiteradamente de la idea de "arrojar dinero desde el helicóptero", esto es, la inyección directa de efectivo en las manos de los consumidores o la monetización permanente de la deuda pública. En principio, los argumentos en favor de esta idea son claros.
Si el gobierno reduce impuestos, incrementa el gasto público o distribuye dinero directamente a los hogares, y si el banco central aumenta en forma permanente la masa monetaria para financiar este estímulo, crecerá la riqueza nominal de los ciudadanos; y a diferencia del déficit financiado con deuda, no se enfrentarán en el futuro a un aumento de los impuestos para devolverla. Habrá inevitablemente cierto incremento de la demanda nominal agregada; el nivel de estímulo será a grandes rasgos proporcional a la cantidad de dinero creada.
Pero el debate sobre la financiación monetaria está oscurecido por profundos temores y confusiones innecesarias. Algunos temen que la lluvia de dinero produzca hiperinflación; otros sostienen que en cuanto a aumentar la demanda y la inflación, no será más eficaz que las políticas actuales. Ambas posturas se contradicen.
Uno de los argumentos para la posible ineficacia de esta estrategia se relaciona con el espectro de un futuro "impuesto inflacionario". En una economía con pleno empleo y producción al máximo de su potencial, un estímulo monetario no puede sino generar una aceleración del alza de precios, al no ser posible un aumento de la producción real. Todo incremento del patrimonio neto nominal del sector privado será contrarrestado por la inflación futura.
Todo esto es obvio – e irrelevante. Como explico en mayor detalle en un artículo reciente, no puede haber un "impuesto inflacionario" si no hay incremento de la inflación, algo que sólo es posible con un aumento de la demanda nominal. La idea de que la financiación monetaria pueda perder poder de estimular la demanda nominal agregada por causa de un futuro "impuesto inflacionario" es un contrasentido.
Los análisis de esta propuesta suelen llevar implícito el supuesto de un mundo sencillo, donde todo el dinero lo crea la autoridad monetaria. Pero en el mundo real, los bancos comerciales pueden crear dinero en la forma de depósitos privados, y conservar sólo una pequeña parte como reservas en el banco central. En este mundo, es otra forma de impuesto futuro la que se vuelve relevante.
Para comprender el porqué, es importante señalar que en esencia, la financiación monetaria es diferente de la financiación con deuda sólo en la medida en que el dinero creado por el banco central esté impedido de generar intereses. De modo que para que una política de financiación monetaria sea eficaz, es necesario que los bancos centrales impongan requisitos de reservas con interés nulo.
Esto no impide subir las tasas de referencia según sea necesario, porque el banco central puede no pagar intereses por las reservas obligatorias y pagar la tasa de referencia por las reservas adicionales. Pero si los bancos comerciales están obligados a mantener reservas que no generan intereses incluso cuando las tasas del mercado ya no son cero, en la práctica esto supone un impuesto a la intermediación crediticia bancaria, matemáticamente equivalente a la carga impositiva futura que derivaría de un estímulo financiado con deuda. Un artículo reciente de Claudio Borio, Piti Disyatat y Anna Zabai sostiene que en consecuencia, la financiación monetaria no puede ser un estímulo más efectivo que la financiación con deuda.
Pero aunque la matemática está clara, la conclusión está errada. El impuesto futuro sólo puede surgir en la medida en que los tipos de interés y la inflación hayan aumentado, y los bancos estén creando nuevo crédito y dinero en forma de depósitos, lo que multiplicaría el efecto estimulador inicial del recorte de impuestos o el gasto financiados con emisión monetaria. Hay un impuesto futuro, pero es uno que los bancos centrales deben imponer para garantizar que el estímulo no supere el objetivo original.
De modo que los argumentos que señalan la ineficacia de la financiación monetaria no son convincentes. Si fueran correctos, deberían implicar lógicamente que ninguna cantidad de financiación monetaria, por grande que sea, puede estimular jamás la demanda nominal. Pero el sentido común, la lógica y la historia nos enseñan que si los gobiernos y los bancos centrales crean y gastan dinero a gran escala, es inevitable una hiperinflación. El único riesgo de la propuesta no es que tenga poco efecto, sino que tenga demasiado.
Para determinar si la financiación monetaria es una política deseable hay que responder dos preguntas. La primera es si hace falta más demanda nominal. Pero hoy casi todo el mundo coincide en que sí. Algunos dirán que es mejor que no haya inflación a tener 2%, y que el obstáculo al crecimiento no es la falta de demanda nominal suficiente sino otros factores que operan del lado de la oferta. Pero si así fuera, entonces sería mejor no tratar de estimular la demanda nominal por ningún medio; deberíamos oponernos no sólo a la financiación monetaria sino también a las tasas de interés negativas, a la flexibilización cuantitativa y al estímulo fiscal financiado con deuda. Si la falta de demanda nominal es un problema (y si un aumento de la inflación es deseable y una aceleración del crecimiento real es posible), la financiación monetaria debería ser una opción.
Pero tal vez no sea una opción deseable (y esta es la segunda pregunta) si los riesgos políticos derivados son demasiado grandes. Porque el argumento contra la financiación monetaria que realmente importa no depende de tecnicismos acerca de futuros impuestos implícitos, sino del peligro de que si violamos el tabú y la tratamos como una opción aceptable, los políticos querrán usarla una y otra vez.
Puede que sea por el gran temor a que eso ocurra que algunos economistas buscan razones técnicas para demostrar su ineficacia. Pero es un ejercicio inconcluyente que sólo logra distraer la atención de la pregunta crucial: ¿podemos diseñar reglas y responsabilidades institucionales que garanticen un uso prudente de la financiación monetaria? Si no podemos, tal vez nos aguarden muchos años de escaso crecimiento con herramientas insuficientes para resolverlo.
(Adair Turner, a former chairman of the United Kingdom's Financial Services Authority and former member of the UK's Financial Policy Committee, is Chairman of the Institute for New Economic Thinking. His latest book is Between Debt and the Devil)
– El peligro oculto de los grandes volúmenes de datos (Project Syndicate – 16/8/16)
Cambridge.- En la teoría del juego, el "precio de la anarquía" describe cómo la conducta egoísta de los individuos dentro de un sistema mayor tiende a reducir la eficiencia de ese sistema. Es un fenómeno ubicuo al que casi todos nos enfrentamos, en cierta forma, de manera regular.
Por ejemplo, si usted es un urbanista a cargo de la gestión del tránsito, existen dos maneras en las que puede ocuparse de los flujos de tránsito de su ciudad. Por lo general, una estrategia centralizada y vertical -que abarque a todo el sistema, identifique cuellos de botella y haga cambios para eliminarlos- será más eficiente que simplemente dejar que los conductores individuales tomen sus propias decisiones sobre la marcha, con la presunción de que estas elecciones, además, conducirán a un resultado aceptable. La primera estrategia reduce el costo de la anarquía y hace un mejor uso de toda la información disponible.
El mundo hoy está inundado de datos. En 2015, la humanidad produjo tanta información como la que se había generado en todos los años previos de la civilización humana. Cada vez que enviamos un mensaje, hacemos una llamada o realizamos una transacción, dejamos rastros digitales. Nos estamos acercando aceleradamente a lo que el escritor italiano Italo Calvino proféticamente llamó la "memoria del mundo": una copia digital completa de nuestro universo físico.
En la medida que Internet vaya expandiéndose a nuevos ámbitos del espacio físico a través de la Internet de las cosas, el precio de la anarquía se convertirá en una métrica crucial en nuestra sociedad, y la tentación de eliminarlo con el poder del análisis de grandes volúmenes de datos se volverá más fuerte.
Abundan los ejemplos. Consideremos la acción familiar de comprar un libro online a través de Amazon. Amazon tiene una montaña de información sobre todos sus usuarios -desde sus perfiles y sus historiales de búsqueda hasta las oraciones que resaltan en sus libros electrónicos- que utiliza para predecir lo que ellos podrían querer comprar la próxima vez. Como en todas las formas de inteligencia artificial centralizada, los patrones anteriores se usan para predecir patrones futuros. Amazon puede ver los diez últimos libros que compramos y, cada vez con más precisión, sugerir lo que podríamos querer leer a continuación.
Pero aquí deberíamos considerar qué es lo que se pierde cuando reducimos el nivel de anarquía. El libro que resultaría la mejor lectura después de los diez anteriores no es un libro que encaja prolijamente en un patrón establecido, sino más bien un libro que sorprende o nos desafía a ver el mundo de una manera diferente.
A diferencia del escenario del flujo de tránsito que se describe más arriba, las sugerencias optimizadas -que suelen representar una profecía auto-cumplida de nuestra próxima compra- tal vez no sean el mejor paradigma para la búsqueda de libros online. El gran volumen de datos puede multiplicar nuestras opciones a la vez que deja afuera cosas que no queremos ver, pero descubrir ese onceavo libro por pura casualidad puede tener sus ventajas.
Lo que es válido para la compra de libros también es válido para muchos otros sistemas que se están digitalizando, como nuestras ciudades y sociedades. Los sistemas municipales centralizados hoy utilizan algoritmos para monitorear la infraestructura urbana, desde los semáforos y el uso del subterráneo hasta la eliminación de residuos y el suministro de energía. Muchos alcaldes en el mundo están fascinados con la idea de una sala de control central, como el centro de operaciones diseñado por IBM en Río de Janeiro, donde las autoridades de la ciudad pueden responder a información fresca en tiempo real.
Pero cuando los algoritmos centralizados llegan a controlar cada faceta de la sociedad, la tecnocracia impulsada por los datos amenaza con imponerse a la innovación y la democracia. Esto debería evitarse a toda costa. La toma de decisiones descentralizada es crucial para el enriquecimiento de la sociedad. La optimización impulsada por los datos, por el contrario, extrae soluciones a partir de un paradigma predeterminado que, en su forma actual, suele excluir las ideas transformacionales o contradictorias que hacen avanzar a la humanidad.
Una cierta dosis de aleatoriedad en nuestra vida permite que surjan nuevas ideas o modos de pensar que, de otra manera, nunca aparecerían. Y, en una escala macro, esto es necesario para la vida misma. Si la naturaleza hubiera utilizado algoritmos predictivos que impidieran la mutación aleatoria en la replicación del ADN, probablemente nuestro planeta todavía estaría en la etapa de un organismo unicelular muy optimizado.
La toma de decisiones descentralizada puede crear sinergias entre la inteligencia humana y la inteligencia artificial mediante procesos de co-evolución natural y artificial. La inteligencia distribuida a veces podría reducir la eficiencia en el corto plazo, pero en definitiva conducirá a una sociedad más creativa, diversa y resiliente. El precio de la anarquía es un precio que vale la pena pagar si queremos preservar la innovación a través del hallazgo fortuito.
(Carlo Ratti directs the Senseable City Laboratory at the Massachusetts Institute of Technology and heads the World Economic Forum"s Global Agenda Council on Future Cities. Dirk Helbing is Professor of Computational Social Science at the Swiss Federal Institute of Technology (ETH) in Zurich and heads the FuturICT and Nervousnet initiatives)
– Reducir la desigualdad y la pobreza en Estados Unidos (Project Syndicate – 23/8/16)
Cambridge.- Con la asunción de un nuevo presidente y un nuevo Congreso en Estados Unidos en apenas seis meses, llegó la hora de repensar los programas del gobierno destinados a ayudar a los pobres. La temporada electoral actual ha reflejado una preocupación generalizada por la cuestión de la desigualdad. El foco correcto para lidiar con este problema es reducir la pobreza, no penalizar el éxito merecido.
El gobierno de Estados Unidos hoy invierte más de 600.000 millones de dólares al año en programas para ayudar a los pobres. Eso representa aproximadamente el 4% del PIB total de Estados Unidos. La mitad de esos desembolsos van a parar a programas de salud, incluidos Medicaid y los subsidios de seguro de salud bajo la Ley de Atención Médica Asequible de 2010 (conocida como Obamacare). La otra mitad están destinados a un rango complejo de programas que incluyen estampillas para alimentos, subsidios para la vivienda, el Crédito Fiscal por Ingreso Ganado y ayuda en efectivo.
Para poner ese 4% del PIB en perspectiva, el ingreso total del gobierno federal generado por el impuesto a la renta personal es inferior al 9% del PIB, lo que implica que casi la mitad se gasta en esos programas sujetos a condiciones de recursos. El gasto en esos programas también excede el gasto en defensa (3,3% del PIB) y el 3,3% del PIB que se invierte en todos los demás programas discrecionales no vinculados a la defensa.
Sin embargo, a pesar de esta gran inversión, se estima oficialmente que el porcentaje de la población que vive en la pobreza es del 15%, más o menos igual que hace 50 años. No obstante, los expertos coinciden en que la medición de pobreza del gobierno no refleja correctamente el progreso que se ha hecho, ya que las estadísticas oficiales se centran solamente en el ingreso en efectivo e ignoran casi todas las transferencias del gobierno.
Muchos de los que son pobres, o que serían pobres si no recibieran ayuda, también se ven favorecidos por los beneficios de Seguridad Social para jubilados y sobrevivientes, y por Medicare para discapacitados y mayores de 65 años. Como la elegibilidad para los beneficios bajo estos programas no depende del ingreso o la riqueza, los montos que se gastan en esos programas no están incluidos en los desembolsos destinados a los pobres.
La estrategia existente para ayudar a los pobres necesita de una reforma. Los múltiples programas superpuestos con diferentes reglas de elegibilidad no les hacen las cosas fáciles a los pobres, crean malos incentivos laborales y son innecesariamente costosos para los contribuyentes.
El mayor de los diez principales programas sujetos a condiciones de recursos es el programa de subsidio a los alimentos, hoy llamado SNAP (Programa de Asistencia Nutricional Suplementaria). Unos 46 millones de personas, alrededor de una séptima parte de la población de Estados Unidos, reciben beneficios mensuales por un total de 75.000 millones de dólares al año. A pesar de su uso generalizado, el gobierno calcula que apenas el 70% aproximadamente de quienes son elegibles reciben beneficios.
La elegibilidad para recibir los beneficios del programa SNAP se limita a hogares con ingresos por debajo del 130% del nivel de pobreza, aproximadamente 1.700 dólares por mes para una familia de tres integrantes. Como la decisión de un segundo adulto de trabajar podría eliminar la elegibilidad, el programa desalienta el empleo y reduce los ingresos ganados.
Si bien se describe a SNAP como un programa de nutrición, el beneficio promedio de 130 dólares por mes es mucho menos de lo que estos hogares de ingresos bajos gastan en alimentos. En consecuencia, el programa realmente equivale a una transferencia de efectivo. Como tal, domina el programa lanzado por el presidente Bill Clinton para ofrecer asistencia en efectivo con restricciones significativas.
Cuando Clinton declaró en 1996 que "pondría fin a los beneficios sociales tal como los conocemos", trabajó con el Congreso para crear el programa de Asistencia Temporal para Familias Necesitadas (TANF por su sigla en inglés), que requiere que los beneficiarios trabajen y limita su período de elegibilidad a 60 meses. Como resultado de estas condiciones, el programa de 17.000 millones de dólares se ha reducido en escala y tiene una tasa de participación de menos del 50% de los hogares elegibles.
¿Cómo deberían reformularse los programas para los pobres a fin de aumentar la participación y evitar los efectos adversos en los incentivos laborales? Una mala idea que está recibiendo una cuota sorprendente de atención favorable es el llamado Beneficio de Ingreso Universal: ofrecer suficiente dinero a todos los hogares (por debajo de los 65 años) para mantenerlos por encima de la línea de pobreza, aún si no tuvieran ningún otro ingreso. El monto asignado a cada hogar dependería de la cantidad de adultos y niños, y no del ingreso o patrimonio del hogar.
Esta transferencia incondicional resolvería el problema de sacar a todos los norteamericanos de la pobreza, pero resultaría imposiblemente costosa. Aún si reemplazara todos los programas sujetos a condiciones de recursos para los pobres sin contar los programas de salud, su costo neto superaría 1,5 billón de dólares por año, o más del 9% del PIB. Hacer ese desembolso sin aumentar el déficit exigiría duplicar el impuesto a la renta personal. De manera que el Beneficio de Ingreso Universal es, decididamente, una idea impracticable.
La mejor manera de ayudar a los pobres es el plan del impuesto negativo a la renta propuesto tanto por Milton Friedman (el economista conservador de la Universidad de Chicago) como por James Tobin (el economista liberal de la Universidad de Yale). Todos los hogares por debajo de 65 años recibirían una cantidad de dinero que los mantendría fuera de la pobreza si no tuvieran ningún otro ingreso; pero la cantidad de la transferencia bajaría gradualmente en tanto fuera aumentando el ingreso del hogar. Sobre un determinado umbral, el hogar pagaría un impuesto a la renta como lo hace hoy; por debajo de ese nivel, el "impuesto" sería negativo.
Se fijaría la tasa a la cual comienza a bajar la transferencia a fin de limitar los incentivos adversos y proteger a la vez el nivel de vida del hogar. Los programas de atención médica para los pobres continuarían.
Si bien no existe ninguna solución perfecta para el difícil problema de lidiar con la pobreza, algunas soluciones son mejores -a veces mucho mejores- que otras. El impuesto negativo a la renta puede ser la mejor manera posible de lograr simplicidad, inclusión y un costo moderado para los contribuyentes.
(Martin Feldstein, Professor of Economics at Harvard University and President Emeritus of the National Bureau of Economic Research, chaired President Ronald Reagan"s Council of Economic Advisers from 1982 to 1984. In 2006, he was appointed to President Bush's Foreign Intelligence Advisory Board )
– Cómo combatir el estancamiento secular (Project Syndicate – 30/8/16)
Milán.- En los últimos años, gran parte del mundo, especialmente las economías avanzadas, ha estado atascado en un patrón de crecimiento del PIB lento y en baja, lo que llevó a muchos a preguntarse si esto se está convirtiendo en una condición semipermanente -el llamado "estancamiento secular"-. La respuesta probablemente sea que sí, pero la pregunta carece de precisión y, por ende, tiene una utilidad limitada. Después de todo, existen diferentes tipos de fuerzas que podrían estar moderando el crecimiento y no todas ellas están fuera de nuestro control.
Sin duda, es preciso destacar que sería difícil, si no imposible, contrarrestar en el corto plazo muchos de los vientos de frente que destruyen el crecimiento y que hoy enfrentamos, sin poner en peligro el crecimiento y la estabilidad futuros. El resultado de estas condiciones persistentes se puede llamar "estancamiento secular uno" (SS1 por su sigla en inglés).
El primer indicio de que estamos experimentando una situación de SS1 se relaciona con la tecnología. Si como dice el economista Robert Gordon experimentamos una desaceleración de la innovación tecnológica que mejora la productividad, el crecimiento potencial a largo plazo se vería limitado. Pero aún si la innovación no cayera demasiado, o si se volviera a recuperar pronto, la adaptación estructural y los cambios actitudinales necesarios para sacar ventaja de las alzas de productividad concomitante llevarán tiempo.
Una segunda condición detrás de un SS1 está arraigada en el impacto que tiene la incertidumbre acentuada -respecto del crecimiento, la seguridad laboral, las políticas y regulaciones y los muchos desenlaces que podrían afectar alguno de estos factores -en la inversión y el consumo. La gente sencillamente no sabe si sus gobiernos van a empezar a hacer progresos en cuanto a combatir la presión deflacionaria, contrarrestar la creciente desigualdad, ocuparse de la fragmentación social y política y restablecer el crecimiento económico y el empleo.
Frente a una demanda futura lejos de estar garantizada, la inversión privada se ha venido reduciendo en muchos países, inclusive, más recientemente, en China. Lo mismo es válido para el consumo de los hogares, particularmente en las economías avanzadas, donde un porcentaje mayor del consumo es opcional (por ejemplo, sustituyendo bienes de consumo duraderos, viajes y salidas a restaurantes). Si consideramos el tiempo que le llevó a la economía estadounidense, por ejemplo, recuperarse por completo de la Gran Depresión -hasta la Segunda Guerra Mundial, cuando el gobierno asumió gran parte del lado de la demanda de la economía-, pareciera que estas tendencias no se revertirán en lo inmediato.
El tercer indicio de que estamos atascados en un SS1 es la deuda. Los hogares, las corporaciones, las instituciones financieras y los gobiernos enfrentan restricciones de balances, algo factible de suponer, están recortando el gasto y la inversión, aumentando los ahorros y contribuyendo a un entorno ampliamente deflacionario.
Las acciones destinadas a respaldar un desapalancamiento y un ajuste de los balances -como reconocer pérdidas, sanear activos y recapitalizar bancos- conllevan beneficios a más largo plazo pero costos en el corto plazo. Por cierto, el ajuste de los balances lleva tiempo, especialmente en el sector de los hogares, y genera una rémora inevitable para el crecimiento.
El panorama es un tanto sombrío. Pero la cosa no termina ahí y de ello da cuenta otro interrogante más preciso: ¿existe un conjunto de respuestas políticas que podría, con el tiempo, incrementar el nivel y la calidad del crecimiento? Aquí, la respuesta también parece ser sí, lo que sugiere que también enfrentamos otro tipo de estancamiento secular -llamado "estancamiento secular dos" (SS2 por su sigla en inglés)- que está dictaminado por nuestra falta de voluntad o incapacidad para implementar la combinación de políticas correcta.
Un elemento clave de esa combinación de políticas se centraría en enfrentar la creciente desigualdad. Si bien las fuerzas que alimentan esta tendencia -en particular, la globalización y el progreso en tecnología digital- serán difíciles de contrarrestar plenamente, sus efectos adversos se pueden mitigar mediante la redistribución a través de los sistemas tributarios y de seguridad social. Mientras las economías sufren transformaciones estructurales prolongadas, los individuos y las familias necesitan los recursos para invertir en nuevas capacidades.
Es más, deber repensarse la política monetaria, que ha venido asumiendo gran parte de la carga de la recuperación desde la crisis económica de 2008. El hecho es que años de tasas de interés ultra bajas y de una flexibilización cuantitativa masiva no han incrementado lo suficiente la demanda agregada, y mucho menos reducido de manera adecuada las fuerzas deflacionarias.
Pero aumentar las tasas de interés de forma unilateral conlleva serios riesgos, porque en un contexto de demanda restringida, las tasas de interés más elevadas atraen ingresos de capital, haciendo subir así el tipo de cambio y minando el crecimiento en la parte negociable de la economía. Dada esta situación, los responsables de las políticas en los países avanzados deberían considerar imponer algunos controles a sus cuentas de capital (como hacen las economías emergentes exitosas) -una medida que facilitaría estrategias más independientes y a medida para salir de la opresión financiera.
Una tercera prioridad debería ser la de fortalecer las respuestas fiscales, especialmente con respecto a la inversión del sector privado. Europa, en particular, está pagando un precio alto por subutilizar su capacidad fiscal -una decisión que ha sido motivada por la impopularidad política de la deuda y las transferencias fiscales-. En las condiciones correctas, también se podría recurrir a los balances de los fondos de pensión y riqueza soberana para financiar la inversión.
Existen muchas más áreas en las que los países tal vez necesiten considerar reformas. Estas incluyen la política tributaria, el uso ineficiente o inapropiado de los fondos públicos, impedimentos para un cambio estructural en los mercados de productos y factores, y disparidades entre el alcance de las instituciones financieras globales y la capacidad de los balances soberanos de intervenir en caso de una crisis financiera.
El SS1 hará que resolver el SS2 resulte más difícil. Por cierto, parece que ni siquiera la implementación de respuestas políticas robustas, tanto domésticas como internacionales, bastaría para eliminar el riesgo de que la demanda y el crecimiento se mantengan amortiguados durante un período prolongado. Pero ése no es motivo para demorar la acción en aquellas áreas donde la política puede marcar una diferencia. De la misma manera que las elecciones de políticas pasadas ayudaron a generar el SS1 que enfrentamos hoy, la no implementación de políticas destinadas a enfrentar el SS2 podría crear una situación mucho más intrincada y potencialmente inestable mañana.
(Michael Spence, a Nobel laureate in economics, is Professor of Economics at NYU"s Stern School of Business, Distinguished Visiting Fellow at the Council on Foreign Relations, Senior Fellow at the Hoover Institution at Stanford University, Academic Board Chairman of the Asia Global Institute in Hong )
– Los inevitables costes del helicóptero monetario (Project Syndicate – 2/9/16)
Múnich.- El prolongado debate sobre la conveniencia del llamado helicóptero monetario ha ido cambiando a medida que aparecen nuevas ideas sobre qué forma tendría y se pregunta si ya se está utilizando en algunas economías. En todo caso, no ha cambiado la noción de que sería muy mala idea adoptarlo.
Se trata de un recurso por el que los bancos centrales insuflan dinero recién impreso a la economía sin registrar activos o pasivos en sus balances como contrapeso. Puede ser a través de transferencias de efectivo al público o monetización de la deuda pública; en ambos casos resulta ser una pérdida permanente para el banco central.
En la práctica puede parecerse mucho a la facilitación cuantitativa, es decir, la compra por parte de los bancos centrales de bonos públicos en los mercados monetarios para inyectar liquidez al sistema bancario. La versión del helicóptero monetario sería la adquisición de bonos públicos sin tasa de interés y que nunca se pagarán, ya sea por ser bonos a perpetuidad o porque se renuevan cada vez que caduquen.
Se supone que eso es lo que está haciendo el Banco de Japón, cuyo gobernador Haruhiko Kuroda ha señalado que no es una opción suscribir directamente el déficit presupuestario. No obstante, ha impulsado una política de sustituir los bonos públicos en el balance del BDJ una vez que venzan, al tiempo que aumenta constantemente el volumen de la deuda pública en los libros del banco central.
Esto ocurre tras años de declaraciones de importantes economistas, como Brad DeLong de la Universidad de Berkeley y Ben Bernanke, ex presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, de que el helicóptero monetario es una manera de superar la deflación (contra la que Japón ha luchado por décadas). La idea es que al monetizar el déficit fiscal, el banco central ayude al gobierno a financiar inversiones que fomenten el crecimiento en, por ejemplo, el sector de la infraestructura, al tiempo que proporciona la liquidez necesaria para contrarrestar las fuerzas deflacionarias.
Si suena demasiado bueno para ser cierto, es que así es. Como solía decir Milton Friedman, en economía no hay nada parecido a una comida gratis.
De hecho, el helicóptero monetario tiene importantes desventajas. La mayor es que, al permitir la monetización de cantidades ilimitadas de deuda pública, puede afectar la credibilidad de las metas de las autoridades en cuanto a la estabilidad de los precios y del sistema financiero. No es tanto un riesgo como una certeza, como lo demuestra con claridad la historia en lo referente a la economía de guerra (de hecho, Japón ha sido un ejemplo histórico).
A principios de los años 30, Japón impulsó un gasto deficitario a través de la emisión de dinero (bajo el ministro de finanzas Takahashi Korekiyo) para lograr que su economía saliera de la deflación, pero funcionó tal vez demasiado bien, generando una ola inflacionaria. Fallaron sus intentos subsiguientes de controlar los déficits públicos recortando el gasto militar; las fuerzas armadas acabaron por rebelarse y Korekiyo fue asesinado en 1936.
El colapso monetario de Alemania tras la Primera Guerra Mundial también tuvo su origen en la emisión de bonos de guerra al público alemán. En Estados Unidos, el exceso de impresión de dólares para financiar la Guerra Civil fue un factor que contribuyó a la alta inflación. La lista suma y sigue.
Algunos de quienes proponen el helicóptero monetario, como Adair Turner, ex presidente de la Autoridad de Servicios Financieros del Reino Unido, argumentan que este riesgo se puede neutralizar con reglas claras que limiten el uso del estímulo monetario y fiscal. En teoría, tienen razón, ¿pero son limitaciones políticamente realistas?
La verdad es que el banco central tendría que esforzarse por defender su independencia una vez que se haya violado el tabú de la financiación monetaria con deuda pública. Las autoridades lo presionarían para que siguiera utilizando este impulso gratuito al crecimiento, especialmente en los periodos preelectorales.
Incluso si los bancos centrales conservaran su independencia, es dudoso que pudieran avanzar gradualmente a un objetivo inflacionario, por ejemplo de un 2%, y quedarse allí. Dispensar liquidez para impulsar la inflación es mucho más fácil que limitarla para evitar que los precios inicien una espiral sin control.
El problema, identificado por Friedman en 1969, es que si bien el helicóptero monetario genera más demanda en la economía, no crea más oferta. Por ello, si se sigue recurriendo a él una vez que la economía haya regresado al uso normal de su capacidad (el punto de equilibrio entre oferta y demanda), comenzará a haber inflación.
Las economías desarrolladas todavía no llegan a este punto, ya que las consecuencias de la crisis financiera de 2008 siguen afectando la demanda. Pero una vez se haya completado el desapalancamiento y cambie el ciclo del crédito, es probable que vuelva a haber presiones inflacionarias. Y, tal como ocurrió en los años 80 y 90, las medidas de los bancos centrales para limitarla conllevarán costes importantes en términos de empleo y crecimiento.
Pero incluso si, por ejemplo, China mantuviera el crecimiento de la oferta, evitando con ello el aumento de los precios de los bienes transables, el helicóptero monetario conllevaría costes importantes porque la deuda seguiría creciendo por sobre el PIB nominal. En el largo plazo, esto afectaría la confianza en el banco central, agobiado por los cobros a un gobierno sobreendeudado, y pondría en riesgo el sistema de dinero fiduciario. Una vez que los inversionistas comenzaran a hacer que sus bienes se expresaran en monedas más estables, la moneda local se depreciaría y los precios de los bonos colapsarían.
Todas las formas de estímulo monetario (desde la facilitación cuantitativa a las tasas de interés negativas) conllevan riesgos, pero el helicóptero monetario es especialmente peligroso; de hecho, no hay ningún escenario realista en que acabe bien.
Es hora de reconocer de una vez por todas que los gobiernos, no los bancos centrales, tienen la responsabilidad de generar empleo y crecimiento en el largo plazo mediante condiciones más favorables para la inversión, un sistema educativo de alta calidad y mercados abiertos y competitivos. Las autoridades monetarias deben defender esta línea roja, lo que implica dejar los helicópteros en tierra.
(Michael Heise is Chief Economist of Allianz SE and the author of Emerging From the Euro Debt Crisis: Making the Single Currency Work)
– El Gran Estancamiento del Ingreso (Project Syndicate – 7/9/16)
Berkeley.- Actualmente el debate por la desigualdad suele centrarse en la acumulación desproporcionada del ingreso y la riqueza en una pequeña proporción de los hogares estadounidenses y de otras economías avanzadas. Algo que se percibe menos -pero resulta igualmente corrosivo- es la tendencia a la caída o el estancamiento del ingreso para la mayoría de los hogares.
Durante gran parte del período posterior a la Segunda Guerra Mundial y hasta la década de 2000, un sólido crecimiento del PBI y el empleo en las economías avanzadas implicó que casi todos los hogares experimentaran un aumento de sus ingresos, tanto brutos como después de impuestos y transferencias. En consecuencia, una generación tras otra crecieron esperando estar mejor que sus padres. Pero según la nueva investigación del McKinsey Global Institute, es posible que ya no haya garantías para esa expectativa.
Durante la última década, el crecimiento del ingreso se detuvo abruptamente para la mayoría de los hogares en los países desarrollados, entre los cuales se vieron más afectados los monoparentales con jefas de hogar mujeres, o con trabajadores jóvenes de menor nivel educativo. El ingreso real de los salarios y el capital para los hogares en el mismo segmento de la distribución del ingreso fue inferior en 2014 que en 2005 para aproximadamente dos tercios de los hogares en 25 economías avanzadas: más de 500 millones de personas. Entre 1993 y 2005, por el contrario, menos del 2 % de los hogares en esas economías tuvo ingresos iguales o menores.
Los aumentos en las transferencias gubernamentales y las menores tasas fiscales redujeron el efecto del estancamiento o la caída del ingreso de mercado (antes de transferencias e impuestos) sobre los ingresos disponibles. Sin embargo, entre el 20 % y el 25 % de los hogares sufrieron un estancamiento o una caída del ingreso disponible entre 2005 y 2014, mientras que en los 12 años anteriores ese porcentaje había sido del 2 %.
Entre los principales responsables de este cambio se cuentan la profunda recesión y la lenta recuperación posterior a la crisis económica de 2008 en las economías avanzadas. Entre 1993 y 2005 el crecimiento del PBI aportó aproximadamente 18 puntos porcentuales al crecimiento anual del ingreso medio de los hogares, en promedio, en EEUU y Europa; ese indicador se desplomó hasta los 4 puntos porcentuales entre 2005 y 2014.
Pero la caída poscrisis del crecimiento dista de ser el único problema. (En ese caso, la última década podría simplemente constituir una anomalía). Existen factores de largo plazo, como la débil inversión, la desaceleración del crecimiento de la fuerza de trabajo y una violenta disminución del crecimiento de la productividad, que han reducido el crecimiento del ingreso para el hogar promedio en la mayoría de los países avanzados respecto del período 1993-2005.
Los cambios demográficos -entre los que se cuentan cambios en la estructura familiar, las bajas tasas de fertilidad y el envejecimiento de la población- llevaron a reducciones tanto en el tamaño total de los hogares como en la cantidad de personas en edad de trabajar con ingresos por hogar. Y los cambios en el mercado de trabajo -impulsados por el cambio tecnológico, la globalización de los empleos con baja y media capacitación, y la creciente preponderancia del empleo temporal y a tiempo parcial- han llevado a que la participación del salario en el ingreso nacional baje y la distribución de ese ingreso entre los hogares resulte cada vez más desigual. Ninguna de esas tendencias se revertirá pronto, Por el contrario, es probable que algunas de ellas se profundicen.
La investigación de McKinsey confirma que esos factores de largo plazo socavan el ingreso en la mayoría de los hogares y Muestra que el ingreso real de mercado en la mayoría de los hogares se mantuvo estable o cayó, aun cuando el crecimiento agregado fue positivo durante el período 2005-2014.
Especialmente en EEUU, la capacidad de los trabajadores para proteger su participación en el ingreso nacional y de los hogares de ingresos bajos y medios para mantener su participación en la masa salarial, se vieron sustancialmente erosionados. Por ello, el crecimiento real del ingreso medio disponible se redujo en nueve puntos porcentuales entre 1993 y 2005, y en otros siete puntos porcentuales entre 2005 y 2014.
Suecia, donde los hogares promedio recibieron una mayor proporción de las ganancias del crecimiento del producto durante el período 2005-2014, logró revertir esta tendencia negativa. En respuesta al lento crecimiento de la última década, el gobierno sueco trabajó con los empleadores y los sindicatos para reducir la cantidad de horas de trabajo y conservar los empleos. Gracias a esas intervenciones, los ingresos de mercado cayeron o se estancaron en sólo el 20 % de los hogares y hubo generosas transferencias netas, que lograron que el ingreso disponible aumentara para casi todos los hogares.
Ciertamente, EEUU también intervino después de la crisis: implementó un paquete de estímulo fiscal en 2009 que, junto con otras transferencias, aumentó el crecimiento del ingreso medio disponible en el equivalente a cinco puntos porcentuales. Una baja de cuatro puntos en el ingreso medio de mercado se convirtió así en una ganancia del 1% del ingreso medio disponible. Pero eso no cambió el hecho de que entre 2005 y fines de 2013 los ingresos del mercado cayeron para el 81 % de los hogares estadounidenses.
De manera semejante, la reciente investigación llevada a cabo por Emmanuel Saez, de Berkeley, muestra que el ingreso real de mercado para el 99 % inferior en EEUU creció tanto en 2014 como en 2015 a tasas que no se veían desde 1999. Sin embargo, para fines de 2015, los ingresos reales de mercado para ese grupo habían recuperado sólo dos tercios de las pérdidas que sufrieron durante la recesión de 2007-2009. En otras palabras, la intervención estadounidense fue mucho menos eficaz que la de su contraparte sueca para lograr que los trabajadores recuperaran sus niveles de ingreso anteriores.
Las consecuencias de esos fracasos son de gran alcance. El estancamiento y la caída del ingreso real no sólo funcionan como un freno a la demanda de consumo y el crecimiento del PBI, sino que además alimentan el descontento social y político, ya que los ciudadanos pierden confianza en las estructuras económicas existentes.
Encuestas de MGI en Francia, el Reino Unido y EEUU han encontrado que las personas cuyos ingresos no crecen y que no prevén una mejora tienden a percibir el comercio y la inmigración de manera mucho más negativa que quienes experimentan o prevén ganancias. El voto por el brexit en el RU y la oposición bipartidaria a los acuerdos comerciales en EEUU son claras señales de esto.
El debate reciente sobre la desigualdad del ingreso en EEUU y otros países desarrollados se ha centrado en el rápido aumento de los ingresos para unos pocos, pero el estancamiento y la caída del ingreso para muchos suma una dimensión distinta al debate y exige distintos tipos de soluciones que enfaticen el crecimiento de los salarios para la mayoría en la distribución del ingreso. Frente a un continuo estancamiento y caída del ingreso de los hogares -y con las generaciones más jóvenes camino a ser más pobres que sus padres- resulta urgente encontrar ese tipo de soluciones.
(Laura Tyson, a former chair of the US President's Council of Economic Advisers, is a professor at the Haas School of Business at the University of California, Berkeley, a senior adviser at the Rock Creek Group, and a member of the World Economic Forum Global Agenda Council on Gender Parity. Anu Madgavkar is a McKinsey Global Institute partner)
No Comment (hay fotos que valen más que mil palabras)
Mientras se constata el "estancamiento secular" o la "nueva mediocridad" ¿tendremos que continuar hablando de una "década perdida" tras otra?… Juzguen ustedes mismos
Autor:
Ricardo Lomoro
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