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La Barbarie Doctrinal de Gobierno (página 3)

Enviado por Alberto JIMÉNEZ URE


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Insólitamente, salvo muy pocas excepciones, quienes ejercen funciones de mando político viven tentados a violar todos los derechos fundamentales de las personas. Recordemos a ciertos «canallas de Ultimomundano», esos que tienen el atrevimiento, la desfachatez y crueldad de impedir que dineros de situados constitucionales lleguen a las administraciones de hospitales adscritos a sectores donde disienten de sus atrocidades. Sólo menciono uno de los numerosos «abusos de autoridad» que estigmatizan a esos demoníacos engendros, que, sin demarcaciones territoriales, padecemos millones de habitantes del planeta. Los «Derechos Humanos» son el «Magma» de la Humanidad. Prueban mi afirmación algunas máximas que a los lectores transcribiré:

«Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento y de expresión. Este derecho comprende la libertad de buscar, recibir y difundir informaciones e ideas de toda índole, sin consideración de fronteras, ya sea oralmente, por escrito o en forma impresa o artística, o por cualquier otro procedimiento de su elección (…) El ejercicio de tales derechos no puede estar sujeto a previa censura sino a responsabilidades ulteriores, las que deben fijarse por la ley y ser necesarias para asegurar: A) el respeto a los derechos o a la reputación de los demás.- B) La protección de la seguridad nacional, el orden público o la salud o la moral públicas» (Párrafos Primero y Segundo de la Convención Americana sobre Derechos Humanos, San José, Costa Rica 7 al 22 de noviembre de 1969)

En las repúblicas por ellos gobernadas, los tiranosaurios de Ultimomundano plagan cada resquicio de ciudad o monte con propaganda donde la instigación al odio, exterminio, segregación, exclusión, aporreamiento e irrespeto hacia los disidentes son «Mandamientos de Perversa Catequesis Inconstitucional». Sin empachos, circunloquios o arrepentimientos, los degenerados dictan y sus cómplices en Crímenes de «Lesa Humanidad» acatan y hacen cumplir en perjuicio de indefensos. Empero, mea sententia, los «Derechos Humanos» son el «Magma» de la Humanidad. Si miento, que el lector me juzgue ulterior a conocer lo que hombres venerables redactaron en defensa de la Humanidad:

«Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición. Además, no se hará distinción alguna fundada en la condición política, jurídica o internacional del país o territorio de cuya jurisdicción dependa una persona, tanto si se trata de un país independiente, como de un territorio bajo administración fiduciaria, no autónomo o sometido a cualquier otra limitación de soberanía (…) Todos son iguales ante la ley y tienen, sin distinción, derecho a igual protección de la ley. Todos tienen derecho a igual protección contra toda discriminación que infrinja esta Declaración y contra toda provocación a tal discriminación» (Artículos II-VII de la Declaración Universal de Los Derechos Humanos, de la Asamblea General de las Naciones Unidas, 10 de diciembre de 1948).

(XXVI)

El codiciado (billeverde) «prócerimpreso imperial»

«¿A qué huele un billetardo con el rostro de George Washington? ¿Qué gobierno se sostiene en pie sin el prócerimpreso de origen imperial? ¿Por qué un pedazo de papel verduzco luce tan hermoso ante la mirada de los mandatarios, malvivientes y miembros de la Insurgencia de Ultimomundano? Es, o no, la corrupción, el público sonido del billeverde»

Ulterior a las «falsadas» contiendas dieciochescas por la «independencia» [16] el billetardo Norteamericano con el rostro de George Washington (1732-1799) ha sido el más codiciado en conciliábulos de canallas que buscan el «poder del (mundo) mando» a partir del Siglo XX: cuando, la «fatalidad» lo dicta [17], se consolidó la enorme influencia internacional que logró la United Satates of America (USA) hasta ¿merecer? el calificativo de «imperio».

Lo insólito es que, en la parte del planeta que habito, y donde muchos afirman detestar al «Imperio Yanquee», nada place más a los jerarcas civiles, a militares, capos del narcotráfico, paramilitares y grupos de guerrilleros de ultimomundano que llenar sus alforjas de próceres impresos estadounidenses, empero ya no escapan al galope como lo hacían los forajidos de los westerns. Custodiados, viajan en costosos aviones oficiales con maletines llenos de «billeverdes» que exhiben el rostro de Washington.

El prócerimpreso imperial ha enriquecido a casi todos los «dignatarios» de ultimomundano en ejercicio, a quienes ya son ex, a las «corteinsanias», a hombres y mujeres de parlamentos, al «mercenariado» letalmente armado y al otro, «de civil», empero con envidiadas remuneraciones. Afamados «líderes» de «carteliazgos» (de sustancias de toda índole y «depuración de dineros» provenientes del delito), aspirantes a significativos cargos de poder y hasta sectores de intelectuales y académicos se vuelven babiecos ante la posibilidad de poseer el billetardo «ese»: que compra la «Vida Buena», ordena la «Muerte Indigna», edifica palacios e inventa «doctrinas políticas» para vindicar a los que jamás lo serán (ni «vindicados» ni «adinerados» en el curso los gobiernos «de lastre revolucionario» o «democrático»)

En las selvas ultimomundanas y los inhóspitos territorios del Talibán, los dolarfagozoarios compran cualquier pertrecho de guerra: «fusiles», «lanzagranadas», misiles «tierra-tierra» y «antiaéreos», diversidad de municiones (…) Y en las ciudades irguen bustos de fallecidos maleantes, financian a los expertos en fomentar turbas de agresivos y partidos políticos de curiosa insurgencia. Las riquezas bien o mal habidas del «Imperio Norteamericano» sirvieron para el nacimiento de fortunas personales entre sujetos a los cuales se les llamó «dignatarios». Ahora con mayor desparpajo, el prócerimpreso estadounidense es utilizado para cruentos (e irrevelables) propósitos que están en curso.

A raíz de la pandemia del «prócerimpreso imperial», durante el Siglo XX casi nadie que hubiese ejercido funciones de mando político se mantuvo moralmente impoluto. Y el Siglo XXI, todavía en fase de alba, anuncia que, durante muchos años, el billeverde con el rostro de George Washington proseguirá como el favorito de los corruptos y quienes conspiran para cometer fechorías: en nuestra realidad y tiempo postmoderno, y tras hipócritamente blandir la tesis de la «soberanía de las naciones», devenidos en «azotes sin fronteras».

(XXVII)

La «Soberanía» no tiene residencia

«Tan fachuda y obcecadamente timan los pretensiosos con mandos ilegitimados, esos que impunes se apropian de la riqueza pública y caminan flanqueados por guardaespaldas, misma gente que afirma defender una sin residencia posible y De Imaginario Soberanía»

Cuando comencé a transitar por (tinieblas) ambientes de intelectuales y universitarios, una de las primeras expresiones «de comics» que escuché fue «que la soberanía de los países reside en sus pueblos». Respecto a la temática filosófica-política, las discusiones solían ser acaloradas y lapidarias.

Casi ningún «cabezahirviente» escuchaba razones contrarias al imaginario de la Insepulta y Momificada Revolución, algunos ya vejetes y temerosos del «Comunismo». Se rendía «culto a la personalidad» de fusileros ya extintos, como el afamado «Checaca»: legendario médico asesino que, por estar habituado a «pasar por las armas» a detractores de la Perrería Comunista de Instauración, fue ajusticiado conforme al desenfado de leguleyo (Lat: «leguleius») que caracteriza a los profesos de la Canallesca Doctrina de Ultimomundano. Quizá por ello la Thorá (Hebr. «Torah»), el Corán y la Biblia advierten de castigos equiparados a los daños que los malnacidos infligían a los benévolos.

La «Soberanía», con mayúscula o minúscula, no podría tener inteligiblemente residencia. Porque, ¿quiénes son tan «autónomos» como para fijar «soberanías territoriales»? La «Soberanía», se sabe, es una «cualidad jurídica» fraudulenta que deviene de la «Autoridad Soberbia» de antepasados. Que se diga que «reside en el Pueblo que la consuma mediante (…), o al través (…), es ridículo». Se trata de un ejercicio de autoridad de quien se impone, mediante la amenaza letal, en sitios donde varios individuos afirman que son sus «dominios» (por «conquista» u «ocupación» violenta, nada importa frente a la posesión «de facto»)

Ni los Estados Unidos de Norteamérica, país del cual se asevera que es el más poderoso (militar, tecnológica, científica y económicamente) del mundo, es «Soberano» e infalible. Ha sido incapaz de impedir la masiva invasión de inmigrantes a sus jurisdicciones territoriales, donde hasta los «carteles de sustancias ilícitas» entran y salen a su antojo. Y en cuyas ciudades más importantes terroristas al mando de Osama Bin Laden (n. en 1957, en Riyadh, fundador de Al Qaeda, en 1988 y financista de la guerrilla afgana) logró realizar horrendos ataques contra emblemáticas instituciones (recordemos la destrucción de las torres «gemelas» del World Trade Center of New York y parte del Pentágono, en el Estado de Washington, sede de la Inteligencia y Estrategia Militar de USA)

En Ultimomundano, es obvio que el empleo del concepto de «Soberanía» representa la mayor de las prácticas de la Demagogia del Tiranocacasianismo Civil y Castrense de la gavilla: durante poco más de una centuria de conflictos políticos internacionales, incomparable por su falta de recato y ética, aparte que quienes la prodigan viven atragantados de billetardos de origen imperial.

(XXVIII)

Elige, luego tendrás peligrosos enemigos al mando

«Mi prognosis, que debería ser un preciado don: esa casi repulsiva que me atribula y abate cuando me revela que, ad infinitum, incorregiblemente los hombres estrecharán las manos de los hombres para luego (en actitud hostil y de cacería) emboscarse»

No sucede en el Primermundano. Los países «desarrollados» tienen una institucionalidad férrea que, lógicamente, no obedece a los dictados de los políticos con investiduras oficiales. Lo cual significa que a los ciudadanos de esos países si se les imparte la «Justicia», ante la cual «todos son iguales».

Ellos no «eligen» para tener peligrosos enemigos al mando, como nos ocurre a los Latinoamericanos: quienes, esperanzados pero recelosos o escépticos, acudimos a los centros de votación para escoger al «Funcionariado Mayor»: que debería administrar las riquezas de Estado con probidad, respetar y hacer cumplir las constituciones y leyes, empero jamás hostigarnos.

En la «Cultura Popular de Ultimomundano», la «arbitrariedad» y conductas delictivas suelen tener suficiente aceptación: por ello prosperan la «treta», «zancadilla», «apropiación violenta de lo ajeno», «corrupción administrativa», «hurto de oficina», «plagio de tesis académicas», el «cobro de peaje de malviviente», los méritos de «alcoba procedencia», el «chantaje», el «timo», «secuestro», «confiscación ilícita de la propiedad privada», «fraude», «crimen de contrato», la «sexualidad de trastienda» y la «puesta en escena oficiosa de hechos punibles». Los ultimomundanos nos trasladamos de una calle a otra montados en «cuerdas flojas», bajo el asedio de forajidos con credenciales policíacas o independientes: que ambos se entienden al momento de «infligir» En concierto, premeditada y alevosamente, delinquen y se reparten gananciales.

Los tipejos y mujelleras del «Funcionariado Mayor», en cuyo vértice tienen despacho los «presidentes de repúblicas», son elegidos y seleccionadas de «buena fe»: empero, no tardan en proferir amenazas contra quienes sufragaron por ellos o ellas. Aparte, sienten regusto por exhibirse soberbiamente: ejercitándose en el vituperio y difamación contra sus electores.

Gran calamidad para el ciudadano tener que elegir a un gobernante al cual estará, por instinto de supervivencia, obligado a lidiar. Difícil tarea la de buscar una explicación aceptable e inteligible a la circularidad del comportamiento delictivo de quien ejerce funciones de mando: su gratuita hostilidad en perjuicio del gobernado, su propensión a la gavilla y prevaricato.

Un paso importante para deslastrarnos de tanto codicioso, timador y estafador de la Política podría ser la moción de legislar contra el «Fraude Doctrinal y de Funcionario en Ejercicio». Pienso que nada por inercia propende a la instauración de la Justicia y Equidad. Los ciudadanos conformamos las naciones, somos los «nacionales»: y ello es «cualidad de magnánima investidura», superior a la que temporalmente conferimos a quienes suelen traicionarnos.

(XXIX)

Alteración de los sentidos mediante el «Situado»

«La Humanidad es un santuario bajo el incesante asedio de políticos enfermos de codicia, mercaderes de la muerte, apropiadores de riquezas ajenas y engendros armados que siempre están (por ilícita paga u honores) listos para oprimir a sus semejantes: empero, la Naturaleza, que no admite recusaciones ni súplicas, siempre tendrá la última palabra con las inclemencias que nos depara»

Pese a mi condición de ciudadano de un país subdesarrollado, una de las «perversidades de gobierno» que jamás sospeché experimentaría ha sido la «alteración de los sentidos» de toda una Nación mediante la inescrupulosa y anti ética manipulación del «Situado Constitucional».

En extremo, es doloroso mirar y escuchar a un «¿dignatario?» amenazar con obstaculizar el envío de recursos financieros a ciertas regiones del País que infaustamente gobierna: y sólo porque la mayoría de sus pobladores, humildes e indefensos, se habría rehusado «adherirse» a su proyecto personal (de «corte tiránico») u «ovacionarlo» porque los lastimaba con sus constantes «discursos del desquicio».

Esa conducta, violatoria de los «Derechos Humanos» e insólita en cualquier «Primer Magistrado» durante lo que yo defino Pre y Post Moderna Era, suscita lo que se conoce como una «Alteración Colectiva de los Sentidos»: comparable a la que sienten los jóvenes bajo los efectos de la Cannabis, el Peyote u otras drogas alucinógenas en los «conciertos de mass media»: donde cualquier cosa puede suceder, desde «suicidios en grupo», «orgías», «riñas tipo motín», «acciones de la piromanía», «saqueos» o «crímenes purga pasiones».

Cuando la «Instigación al Suicidio», «Conducción a la Locura» o «Negligencia Criminal», entre otros delitos, proceden del «Funcionariado Mayor de Gobierno», no resta a los habitantes algo distinto que la denuncia internacional. Para la corrección de tan aborrecibles asuntos, ya existen tribunales penales universales.

Es, realmente, insostenible que personas electas para gobernar con la promesa de «acatar y hacer cumplir la Constitución y Leyes» que rigen a determinada Nación degeneren: en infractores de los más elevados Principios y Preceptos de la Humanidad, que es un Santuario ensuciado por sus falsos feligreses. Esos descarados no pueden espetarnos con ningún pretexto. A los cuales evoco, desde la mía vejada Patria, el «Título Primero» (específicamente el Art. 2) de nuestra Constitución:

«Venezuela se constituye en un Estado democrático y social de Derecho, y de Justicia, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico y de su actuación, la vida, la libertad, la justicia, la igualdad, la solidaridad, la democracia, la responsabilidad social y, en general, la preeminencia de los Derechos Humanos, la ética y el pluralismo ideológico» (Caracas, 1999).

No podrá admitirse, nunca, que los que cometen desacato convoquen concilios de supuestos «sabios jueces» para que diserten respecto a la «inconstitucionalidad» o «legalidad» de actos indiscutiblemente delictivos.

Todo gobernante que persiga, hostigue, criminalice, excluya, segregue o extermine a quienes se resistan a convertirse en «militantes» de sus creencias políticas es imputable. Es axiomático que, en todas las capitales o provincias de Estado, todos los ciudadanos somos iguales ante las leyes y debemos recibir los recursos necesarios para satisfacer nuestras necesidades fundamentales: «Salud», «Alimentación», «Trabajo», «Vivienda», «Producción», «Educación», «Cultura», Recreación, «Deportes», «Protección» y «Justicia».

(XXX)

Institucionalidad Universitaria sin «majadería revolucionaria»

«En estos aciagos tiempos para los latinoamericanos, es inocultable que las universidades públicas están degenerándose a causa de la discordia política instigada por jerarcas del Funcionariado Mayor Revolucionario»

Formalmente, las corporaciones son organismos compuestos por personas que laboran en pro de un mismo fin. En el caso de las universidades gratuitas, que están todavía distantes de la posibilidad de ser calificadas como tales, abundan grupúsculos con disímiles intereses: lo cual las convierte en instituciones atomizadas.

En nuestras públicas universidades, todos piensan, desean y actúan como se les antoja. No existen concretos y corporativos proyectos. Sectores de estudiantes violentos, por ejemplo, destruyen sus instalaciones sin reflexionar respecto al daño que ocasionan al País y a quienes están por venir. Y ciertos profesores, con su inconcebible apoyo a la Insurgencia Juvenil, igual la socavan. Los recursos financieros, que podrían destinarse a distintas y serias investigaciones, a editar libros científicos o humanísticos, suelen dispersarse en asuntos frívolos u ostentación.

Quienes se adhieran a la tesis según la cual las universidades nacionales deben convertirse en corporaciones son, de inmediato, execrados. Acto reflejo del subdesarrollo intelectual, lo relevante para los trabajadores de la Educación Superior (docentes, empleados, obreros) es proseguir con absurdas y vacuas consignas: y, por supuesto, las tradicionales «pugnas políticas» por la consecución de mandos. En realidad, durante décadas, quienes han representado jurídicamente al Estado no han favorecido, con presupuestos dignos, a las universidades «autónomas»: pero, si las han infectado de vandalismo y resentimientos.

[¿Qué promover para mejorar la «institucionalidad universitaria»?]

En primer lugar, es menester descartar la nefasta idea de insistir en la errática postura según el cual el Estado debe (sempiternamente) financiar universidades gratuitas o públicas. La mayoría descuida o desestima lo que no ha obtenido mediante el esfuerzo personal: nadie llora a muertos inidentificables ni multiplica fortunas de ilícita procedencia.

Las dos últimas constituciones de la República (¿«Bolivariana»?) de Venezuela han santificado la «educación gratuita». En la Postmodernidad y dada las circunstancias en las cuales nuestro país ha sido económicamente depredado, resultan insostenibles para el Estado las megaerogaciones. Además, el modus educativo «socialista» ha fracasado en el mundo: porque no instruye, fomenta adhesiones ridículas, «ideas mohosas» y «comportamientos parasitarios». Es fundamental invertir en la «enseñanza básica», lo admito, pero no en esa especie de «títulos nobiliarios» representados en licencias académicas.

Los habitantes de Latinoamérica deberíamos rechazar el nefasto «populismo». Necesitamos comprender y admitir que es impostergable pagar por la instrucción superior, como lo hacemos por los lujos. La «Educación Básica» no lo es: pero, sí la «Superior». La mayoría de quienes se la procuran lo hacen con el propósito de merecer un «status de existencia» privilegiado: en una sociedad uniformada en la miseria, escasez o austeridad, jamás en la riqueza. Un gran porcentaje de estudiantes universitarios proviene de la Clase Media y Clase Media Alta. Los de «bajísimos recursos» conforman menos de la mitad de los adscritos a las instituciones públicas para la Educación Superior.

En Mérida, por ejemplo, muchos estudiantes provienen de distantes ciudades. Es imposible para padres de modestas remuneraciones (Clase Media Baja o simplemente Baja) enviar a sus hijos a cursar en una universidad situada en otro lugar. Los gastos son elevados: transporte, alquiler de habitación, higiene personal, libros (…). Podemos deducir que no son de «miserable» procedencia.

La Educación Superior no tendría por qué tergiversarse y podría estar destinada exclusivamente para quien tenga vocación. En una sociedad de valores distorsionados, como la venezolana, obtener una licenciatura o doctorado es suficiente requisito para exigir distinguidos puestos en la «Burocracia Parasitaria» (a los jerarcas del «Funcionariado Mayor de Estado» no les importan los méritos del ciudadano ni su propensión al trabajo honesto y arduo, sólo su adhesión incondicional al sistema que impere). Sostengo que no se requiere vivamos regidos por un «Sistema Comunista» para que fomentemos transformaciones en materia de «Igualdad», «Fraternidad» y «Justicia». El Comunismo es una chatarra filosófica-política.

Pienso que el «abismo remunerativo» entre la «Casta del Clientelismo Revolucionario» y el resto de los ciudadanos es doloroso, inmoral, mezquino y explosivo. No es de la Justicia que los jerarcas del «Funcionariado Mayor de Estado» exhiban, soberbios, un dispendioso estilo de vida mientras los obreros o empleados de organismos públicos experimenten penurias.

No es tampoco inteligente difundir, en los medios de comunicación nacionales, ideas que denigren a la persona por su condición laboral o social. Un artesano, zapatero, obrero de la construcción o aseador de calles es un ser humano: tan respetable como cualquier profesional universitario, intelectual, asambleísta, alcalde, gobernador o ministro. El día cuando ello sea entendido mejorará, sin necesidad de imponer «doctrinas políticas de factura criminal», la calidad de vida de los habitantes. Ya nadie buscará, con avidez, un título universitario ni se obsesionará por ejercer una carrera para la cual (en realidad) no sirve e intentará aprender un oficio sintiéndose apto para ello.

Para aproximarse a lo que son las corporaciones, las universidades públicas necesitan depurarse de la «majadería revolucionaria»: deshacerse de los agitadores que convierten las instituciones académicas en «centros de convenciones» para la plática o discusión repetitiva, estéril y fatua alrededor de temas que suelen empantanarla.

[Selección de personal con aptitudes]

La «selección de personal con aptitudes» debe realizarse sin influencias políticas o de otra índole (condición social o raza, entre otras) Quien ingrese debería someterse a «despojamientos psíquicos» (liberación de absurdos prejuicios, supersticiones, odios de clase, resentimientos, banalidades ideológicas) Las universidades corporativas exigen hombres y mujeres que la amen, cuiden y protejan de los parásitos. Requieren gente inagotable, proba, racional, disparada hacia el futuro. Los sindicados, asociaciones de profesionales y federaciones de trabajadores de la Educación Superior desaparecerían: porque, sin presiones, todos lograrían sueldos ajustados a la realidad. Lucharíamos por una patria autosuficiente: cuyos habitantes pudieran competir humanística, científica y tecnológicamente con la oferta foránea. La institucionalidad universitaria necesita experimentar acelerados cambios: auténticas transformaciones. Sus autoridades no deberían verla como un objeto para su disfrute personal o figuración pública. Tienen la obligación moral de fortalecerla, pujar para convertirla, final y felizmente, en una infalible corporación: y no en una cada vez más gigantesca «casa de vecindad» o «albergue de malvivientes».

(XXXI)

Compendio Latinoamericano de Iniquidades

«La Dignidad conferida a la figura de una Primera Majestad, y que procede del sacrilegio de la ciudadanía cuando obcecada e inexplicablemente yerra, con frecuencia deviene en oprobio y mofa en perjuicio de la Nación: contra su Compendio de Equivocaciones y memorable Libre Albedrío. En reparo de su mala testa, no podrá argüir el recurso de la desobediencia civil para esquivar los interdictos inconstitucionales de quien, flanqueado por asesinos del Mercenariazgo con Charreteras, se ufana de sus inmerecidas atribuciones y autoritarismo»

La enseñanza institucional del Vuduismo [18], que no, por desgracia para nosotros, de una religión auténtica como el Budismo [19], por ejemplo, es una intencionalidad propia del Compendio Latinoamericano de Iniquidades. A quienes promueven, abierta o subliminalmente, la inmersión del Vulgo en el nada sublime Sincretismo-Político-Religioso representado en el Vudú, sólo les importa mantenerlo dopado o presa del estupor.

A la sacrosanta entidad política que yo denomino «Despacho de Regimiento», en boga en el Ecuatorial-Centro-Sur de la América Hispana, urde mantener bajo hipnosis e ignorancia a sus gobernados: ello con el remunerado apoyo de hombres y mujeres docto[a]s en las artes de la manipulación, «personalizada» o «multimediática», de la psiquis de los individuos y del «resentimiento proletárico de masas»

Esas aberraciones de la Argucia Castrense que suelen difundirse con expresiones como «el pueblo en armas para la defensa de la patria», u otras más atractivas para el iletrado, como esa según la cual «el poder ahora lo ejerce directamente el pueblo», añadidas a las profanaciones de la «Proceresca Independentista», son peligrosos indicadores de la Cultura de Sicotrópico que paradojalmente sirvió a los siniestros para denigrar al «Capitalismo» durante la Centuria XX.

Lo son: señales y mandatos en la «Catequesis de la Sincrética», que infunde odio e incita a desahogarlo contra prefabricados enemigos a causa de una penalizada «desigualdad social». Cada vez que de la escabrosa Justicia Social discierno con alguien, siempre culmino por sentenciar que más se alejan los hombres de la Tesis de la «Necesaria Igualdad» cuanto más poder hostilmente acumulan.

Previo recibir mendrugos y promesas, hombres, mujeres e infantes son conducidos a «danzar su ira» en improvisados y de la impiedad terraplenes: donde, al término de la turba-tambores, quienes los instigan «ofrendarán por sacrificio» a criminados ausentes del motín. Aun cuando sólo sujetos de evocaciones en ritos oficiales de «puesta en escena», pudieran ser realmente lastimados en cualquier momento y lugar. Eso es iniquidad.También lo es, una «iniquidad», que el «Funcionariado Mayor de Gobierno Adventicio» insista en segregar y excluir a los que se resisten a perder sus Derechos Civiles y Políticos en una república de ciudadanos emancipados: por cultura y tradición, adeptos de la Libertad (individual y colectiva).

Al alba del Siglo XXI e insospechadamente, la «Praxis Doctrinal de la Iniquidad» se apropió de importantes jurisdicciones territoriales y de websites en Latinoamérica. Imprescindible en todas las ideologías que transitan sobre el redil del «Nacionalsocialismo», como la del padre del Holocausto Adolfo Hitler, que hasta fingió detestar a Marxfalso pareciéndosele. Leámoslo: «Necesitamos destruir el Marxismo para que el Nacional Socialismo sea el amo de la calle, así ahora como en lo porvenir…» (Mi Lucha. Tengo una edición clandestina, sin fecha ni lugar de impresión, traducida por Alberto Saldivar, p. 199)

Cuando estuvieron tras la consecución del poder político, en el mundo los más notables «déspotas de relevo» lucieron ecuánimes y patrióticos. Hitler, el mayor engendro demoníaco del milenio precedente, cuando no gobernaba Alemania escribió párrafos increíbles como este: «Si el Estado adopta, tal y como lo hace, el sistema de las bandas adiestradas de defensa, semejante sistema no se podrá aplicar jamás para resguardar los intereses nacionales fuera del país; servirá tan sólo para proteger a los opresores de éste contra la ira de la Nación vendida y traicionada, ira que podría estallar alguna vez» (supra, p. 198)

La «iniquidad» en los seres inhumanos empieza con el íntimo deseo de «dominación y preponderancia individualista», en perjuicio de «los otros»: temporalmente oculta en la simulación de fraternidad y defensa de los intereses de una Nación, pero no tarda en ser expresa y en desatar el vandalismo.

(XXXII)

Cuando la «Razón Inmutable» oficia en las postrimerías de la existencia

«Metáfora que adhiero a mi Juicio, Dios o Pater Supremus es la Razón Inmutable representada en la Inteligencia jamás interrota que a cada degenerado alcanzará para obligarlo a sucumbir ante ella»

Cuando quienes somos la Humanidad preconcibamos lo que significa la «Escisión hacia lo Reverso», durante ese postrero momento donde no habrá concilio o disputa sino partida, estaremos aptos para encarar a la Razón Inmutable que presenciará la capitulación de cada cual y oficiará que se haya consumado su silencio en este mundo.

Todo individuo «en tránsito» tiene la opción de preconcebir lo que significará ese confín. Si lo hiciere, y si hubiere sido una criatura aborrecible, podría corregir y reorientar su conducta en vez de hipócritamente inculparse: asumiría la expiación tras renunciar a la codicia, conspiración y crimen para volverse profeso de la «Inexpugnable Fraternidad»: la sempiterna, esa por cuya preeminencia han bogado desde siempre los «iluminados» y filósofos no ateos.

Los «Crímenes contra la Humanidad» sí pueden abolirse: los hombres y mujeres que habitamos el mundo tenemos jurisdicción «para cometerlos o no», para «castigar» a quienes han infligido e instruirlos en el conocimiento de la «Escisión hacia lo Reverso». Lo he sucesivamente afirmado: La Humanidad es un Santuario «en Proceso de Edificación», y será beatificada por quienes sobrevivan a las catástrofes que procrean los impíos y ambiciosos.

Aun cuando las guerras, de «exterminio» por la consecución de mandos «políticos-castrenses», «de ocupación», «conquista», «expansión de dominios», «demarcaciones territoriales» o «independentistas» sistemáticamente nos aflijan, y parecieran abatirnos a quienes somos adhesos de la Razón Inmutable, me persuade mi persistente «capnomancia»: tras escrutar la densa humareda de los campos de batalla, sin supersticiones percibo que La Humanidad será un Santuario. Quizá los atrincherados que adoctrinan para la comisión de genocidios rían, empero, en sus enseñanzas La Gnosis nos advierte que no debemos «identificarnos» con ellos jamás: mediante la «Venganza», «Vindicta» o «Pena Capital», una vez que sean sometidos o no puedan sostenerse en pie para seguir su absurda contienda.

Casi al instante, todos nos informamos del nacimiento de nuevos enfrentamientos bélicos en los cuales los asesinatos de miles de personas deshonran nuestra especie frente a la Razón Inmutable. E igual de súbito, habrá armisticios que serán las treguas que los combatientes (ninguno «triunfante») requieren para meditar encima de las sepulturas.

La «Violencia», que se ha autoproclamado «Emperadora» durante milenios, no abona para la fertilidad: su «gloriosa presencia» se circunscribe a «ceremonias de sepelio». Postrimería donde la Razón Inmutable aguarda para oficiar la consumación del silencio de quienes «Escindieron hacia lo Reverso».

(XXXIII)

¿Es el «Estado» de la «Nación»?

«Será culpable el convicto al que se le ha irracionalmente conferido la Responsabilidad del Timón: pero, la Institucionalidad de la Justicia imputará a quienes, previa ceremonia de secreto sufragio, lo indultaron y le confirieron el rango de Capitán para que suicidamente los condujese al naufragio»

Aun cuando la Postmodernidad esté «en curso de colisión» frente al muro que separa la «Ignorancia» del «Discernimiento Crítico», como categoría filosófica, hay que admitir la condición «lega» (Lat. «laicus»: popular, iletrada) de la mayoría de los habitantes en Latinoamérica: que yo, sin ser fanático de la inmodestia, acertadamente defino Ultimomundano. En esta infamada parte del planeta, donde los «comandantes de tropas» y los «líderes» de una sin pausa «agitación política» pronuncian los destinos de los ciudadanos, cualquier «de la ventisca mandón» afirma que «Él» es el «Estado».

Ese «tiranocaca adventicio», que se sabe falto de coeficiente intelectual, presume que estuvo predestinado para capitanear un codiciado barco cargado de tesoros. En mar agitado y plagado de predadores, lo conduce «dopado y ebrio». Prefiere que zozobre, con los atemorizados pasajeros y tripulación, porque anclarlo implica su inmediato arresto: es un prófugo de la Razón Inmutable, un náufrago por cobardía, y la Humanidad está solicitándolo para aperturarle un juicio.

Sabe, el «tiranocaca», y su neo-vasallo, ¿qué es el Estado? (Lat. «status»: condición situacional). Alguna vez, las clases sociales adineradas tuvieron que organizarse políticamente: para la defensa de sus bienes, su confort y «lo ya establecido». Quienes dominaban y explotaban a los trabajadores, los ricos, por supuesto, tenían la urgencia de fundar la Institucionalidad Civil de la Justicia y Milicia que la blindaría. Eran los dueños de los «medios de producción» y mal pagaban a la «fuerza laboral», lo cual suscitaría «conflictos de intereses»: entre quienes conformaban las sociedades en proceso de constitución de la figura del Estado, mismo que hoy conocemos, pese a que algunos le añadan expresiones como «Socialista» o «Democrático» (que fijan preferencias en el ámbito del Maniqueísmo de Doctrina Política)

«Estado Socialista» o «Estado Proletario», que ambos, idénticos al originario concepto de «Estado»: con sus virtudes e innumerables aberraciones, el que cobija o execra, que, en última instancia, se trata de abstracciones manipuladas por castas dominantes. Que ciertos grupos se «apropien violentamente del Mando del Estado», o que se les conceda bajo normas, nada novedoso anuncia. Antes fue «franquicia para explotación» que se dieron los poderosos, y hoy «franquicia de explotadores» jurídicamente sustanciados.

El «Estado», el que se irgue bajo un «gobierno» que se afianza como «dictadura del proletariado», está igual en manos de una clase social privilegiada, tanto como el otro: el tradicional, el «Estado Democrático», que propugna la «propiedad privada» para todo sujeto que sea capaz de lícitamente acumular bienes inmuebles o divisas.

¿Qué es un «País»? (Fr. «pays»: región, territorio). Empero, ¿cuándo lo es? Un «País» lo es siempre que se haya consagrado como «Nación» (Lat. «natio»: conjunto de seres humanos). Y, entonces, ¿qué es una «República»? (Lat. «respublica»: organización de «Estado», donde los ciudadanos tienen la atribución de elegir a sus gobernantes) Finalmente, lo que debería ser una «Dignidad» y nos tiraniza: «Gobierno» (empleo de «ministros», de «individuos dignos» para ejercer mandos»).

En la panorámica del «proceso evolutivo de la organización social del Estado», que inició con los griegos (1400 a. C), es inadmisible que la personalidad demencial del o la «tiranocaca» pretenda obligarnos a mirarl[a]o como a un hombre o mujer que fue investid[a]o de la «Dignidad de Gobernant[a]e», de «Ministro», «Mandatari[a]o», etc., mientras trata sin respeto y ofensivamente a los ciudadanos: aparte de obrar, en materia administrativa, sin probidad. En centenares de años, a causa de los déspotas, la Humanidad ha tenido que sufrir el exterminio de millones de personas inocentes.

La «Nación» es, la Historia mediante, una fortaleza constitucional jurídicamente organizada: donde todos hablan un mismo idioma y se someten a las leyes en igualdad de condiciones, es la única propietaria del «Estado». La que, legalmente, puede arrogarse la atribución de elegir, que es un estilo Postmoderno de «contratación de servicios», a ministros: a quienes rendirán cuentas por la utilización de las riquezas, naturales o no, de todos los ciudadanos. El Estado siempre será, irrecusablemente, de la Nación: de los «nacionales» de una «República». La Nación, aun cuando sea diezmada por «genocidas adventicios con mando», no transigirá. No capitulará jamás.

(XXXIV)

Una «Carta Democrática» para su premeditada violación

«Los ciudadanos del mundo no lo somos de espantapájaros, sino actores con deberes y fundamentalmente derechos frente a los cuales los representantes jurídicos de naciones están obligados a declinar su codicia y criminalidad en funciones de gobierno»

Cuando estudio documentos que son «tratados internacionales», como la Declaración Universal de Derechos Humanos y la Carta de la Organización de los Estados Americanos, tanto más abatimiento me producen las explícitas y premeditadas agresiones jurídicas de algunos «jefaturales mayores» de naciones de Ultimomundano (me resisto a llamarlos «dignatarios», porque nada de «ilustres» tienen). La realidad, que contrasta escandalosamente con el contenido de los textos de marras, evidencia que hay un abismo entre gobernados que anhelan vivir con apego al «Estado de Derecho» y mandatarios sujetos de imputaciones por «desacato» de las normas universales.

Qué hermosa carta para, infortunadamente, su premeditada violación: esa que debió blindar la «Democracia» en territorios habitados por oprimidos en incesante resistencia. «Jefaturales mayores» de países que tuvieron participación en la firma de «magnánimos» documentos para la promoción, defensa y preservación de la vida feliz en Ultimomundano, ahora marcialmente imponen el culto a las embalsamadas momias del terror: «vejetes», que no «venerables ancianos», que nadie sabe si pronuncian palabras en virtud de los avances científicos en materia de tecnología médica. Mi lector examine los siguientes párrafos de la Carta de la Organización de los Estados Americanos, ulterior a lo cual ruego juzgue mis razonamientos con imparcialidad:

(…) Artículo 3.- «Son elementos esenciales de la Democracia Representativa, entre otros, el respeto a los Derechos Humanos y las libertades fundamentales; el acceso al poder y su ejercicio con sujeción al Estado de Derecho; la celebración de elecciones periódicas, libres, justas y basadas en el sufragio universal y secreto como expresión de la soberanía del pueblo; el régimen plural de partidos y organizaciones políticas; y la separación e independencia de los poderes públicos»

(…) Artículo 4.- «Son componentes fundamentales del ejercicio de la Democracia la transparencia de las actividades gubernamentales, la probidad, la responsabilidad de los gobiernos en la gestión pública, el respeto por los Derechos Sociales y la Libertad de Expresión y de Prensa. La subordinación constitucional de todas las instituciones del Estado a la autoridad civil legalmente constituida y el respeto al Estado de Derecho de todas las entidades y sectores de la sociedad son igualmente fundamentales para la democracia»

(…) Artículo 9.- «La eliminación de toda forma de discriminación, especialmente la discriminación de género, étnica y racial, y de las diversas formas de intolerancia, así como la promoción y protección de los Derechos Humanos de los pueblos indígenas y los emigrantes y el respeto a la diversidad étnica, cultural y religiosa en Las Américas, contribuyen al fortalecimiento de la Democracia y la participación ciudadana».

(…) Artículo 10.- «La promoción y el fortalecimiento de la Democracia requieren el ejercicio pleno y eficaz de los derechos de los trabajadores y la aplicación de normas laborales básicas, tal como están consagradas en la Declaración de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) relativa a los Principios y Derechos Fundamentales en el Trabajo y su Seguimiento, adoptada en 1998, así como en otras convenciones básicas afines de la OIT. La Democracia se fortalece con el mejoramiento de las condiciones laborales y la calidad de vida de los trabajadores del Hemisferio» (Aprobada en la primera sesión plenaria, celebrada el 11 de Septiembre de 2001).

Tendría que ser lo que defino eufemísticamente «falaciega» cualquier persona que no advierta cuánto, de forma alevosa e ininterrumpida, en Latinoamérica la Organización de Estados Americanos (OEA) legitima con su silencio e inoperatividad ante las descaradas violaciones de nuestros Derechos Humanos que protagonizan los «petropredadores» y «dolarfagozoarios». En no menos de cinco países, corrompidos legisladores sancionan leyes inconstitucionales y contrarios a los tratados internacionales con el maléfico propósito de mantener sumisos y temerosos a los individuos y sus familias. Hasta el extremo insólito de pretender imponer «doctrinas políticas» que son antítesis de la Democracia, como el «Comunismo» y «Fascismo Nacionalsocialista» que fueron extraídos entre los utensilios hallados en sarcófagos de momificados terroristas decimonónicos y de la Veintiúncenturia.

(XXXV)

El portentoso y premonitorio «pensamiento rangeliano»

«Soy, para siempre, proclive al (Fauves) Fauvismo Embrionario: es decir, a la Tesis de la Solvencia de la Vida Civil, Apacible y Redentora de las Artes Libres por encima de las ruidosas detonaciones de la Canalla Insurreccional: esa que siempre culmina en dominación capitalista de atestados y dementes»

Durante el alba de 1988, la muerte del escritor e internacionalista Carlos Rangel me produjo un doloroso impacto: primero porque nos dejaba en momentos cuando su (anti) Vulgaris Thesis empezaba a ser reconocida cual verdad insustituible hasta por quienes lo adversaron en vida y, segundo, por cuanto siempre vi en él (así como en Sofía Ímber, su esposa) a un gran maestro del «no demagógico» Pensamiento Político Hispanoamericano.

Alguna vez escribí y publiqué un extenso ensayo sobre sus libros Del Buen Salvaje, al Buen Revolucionario y El Tercermundismo [20]. Con admiración, advertí entonces (ya hace tanto tiempo) el genio de Carlos: quien -con erudita documentación– me presentaba un novísimo y riguroso panorama de la «pueril» o «tercermundista» (que yo elijo llamar «ultimomundista») conducta de nuestra aciaga «Intelectualidad Latinoamericana».

En Del Buen Salvaje al Buen Revolucionario, Carlos Rangel empieza por ilustrarnos docta y profusamente respecto a los orígenes de esa reprochable actitud política según la cual la corrupción y la desidia -propias de numerosos dirigentes del llamado Tercer Mundo- sobrevienen como incurables y fortuitas (herencias) dolencias:

(…) «Algunos cristianos primitivos tuvieron la convicción de que, tras su segundo advenimiento, Cristo establecería en la Tierra un reino perfecto, de mil años. Desde entonces, el milenarismo ha sido una fiebre recurrente de la Humanidad y, en un tiempo de degradación y superficialización de los grandes mitos profundos y eternos, ese milenarismo se ha hecho revolucionismo secular. La caída habría sido el establecimiento de la propiedad privada. Antes de existir esa institución antinatural, los hombres habrían sido todos iguales y dichosos, y volverán a serlo automáticamente, al quedar ella abolida…»

Es interesante el método empleado por Rangel para enfrentarnos con la «realidad», que, al cabo de varias décadas, hoy muestra sus fauces a millones de intimidados en el hemisferio. Al tiempo que nos (transfería) transportaba hacia los confines de la «superstición» y el «primitivismo» de nuestros «procedimientos reflexivos», nos fustigaba con sus lucubraciones en redor de «la herencia» (La Cultura: una herencia cerrada a la inteligencia superior de Occidente), para finalmente mostrarnos la inequívoca «detonación racionalista» de los norteamericanos.

Para quien se ha formado en las ideas «marxfalazianas», por ejemplo, la «punción intelectual» de Carlos escandalizaba a los fabladores de claustrofalaz: ¿de qué forma podrían comulgar con la demoledora fuerza de argumentos tan lícitos como perfectamente imperecederos, exentos de las («de mofetas») manipulaciones populistas?

Sucesivas veces y con avidez, leí las luminosas advertencias implícitas en el pensamiento rangeliano; en tanto me ilustraba sobre lo hereje de una «cultura» que debió destinarnos a la sublevación auténtica, basada en la «productividad» y el «ingenio», igual me recreaba un universo de acaecimientos (infaustamente «en curso») «trágicos». Carlos Rangel fue genial porque halló la veta para su emancipación intelectual del «nacionalismo barato», «fatuo» y «hostil». Estudió, meditó, dedujo y ulteriormente prodigó ideas. No claudicó ante lo que se promueve «conducta revolucionaria para el progreso», cual axioma infalible y de fácil digestión cerebral. El análisis y la indagatoria permanente estigmatizaron su monástica praxis intelectual. Es -realmente- prodigiosa la creencia rangeliana que resta relevancia a la (superstición) moción de algunos mediante la cual exaltan el resentimiento de los preteridos o marginados:

(…) «Así como –sentenciaría Carlos Rangel- el Buen Salvaje tiene en la psique de los norteamericanos un sitio tan reducido como en la historia de ese país, en donde el último de los mohicanos es noble y otro, los colonizadores anglosajones buscaron tierras y libertad, mas no precisamente oro». Y, añadió mi extinto amigo:

(…) «Los latinoamericanos somos a la vez descendientes de los conquistadores y del pueblo conquistado, de los amos y de los esclavos, de los raptores y de las mujeres violadas. El mito del Buen Salvaje nos concierne personalmente, es a la vez nuestro orgullo y nuestra vergüenza»

La explícita y prolija exposición que Carlos Rangel nos ofreció en sus ensayos dilucidan todo lo vinculado a las perversiones (la pereza, exaltación heroica, sumisión, servilismo, etc.) que se «adoctrinan» a los pobladores de Ultimomundano: las rebeliones de los descendientes de españoles contra los abusos de los criollos, mitificadas y convertidas en tabúes; los motines de pardos o negros furiosos, históricamente mal registrados, y la deificación de absurdas fábulas que han entrampado a los latinoamericanos en lo que defino Filosofía de Orillerismo. Se fue y no pude platicar más con él, mirándole a los ojos. Soy un hombre que, pese a mi condición de latinoamericano, está ganado para las causas contrarias al «Comunismo». En ello, lo expreso con orgullo, comulgamos Rangel y yo.

(XXXVI)

Imaginemos un mundo sin «ira» ni «armas letales»

«Porque en el Sacro Claustro de la Humanidad eres una persona con numerada butaca, un Individuo de Número Correspondiente, nunca abatirás a quienes urden cómo exterminarte: sólo espera que se corroan por la inclemencia de la Naturaleza y, sin flores de la margarita, preséntate con epitafios ante sus lápidas»

«Aparta la ira de ti, que no tardarán los vándalos en ahogarse en sus pútridas ciénagas»

No es novísimo en el mundo. Miremos a los combatientes afganos y a los talibanes con harapientos manteos, en zonas desérticas: pero armados con «fusiles», «bazucas», «cañones» y «cohetes tierra-aire intercontinentales». La «Perrería de la Guerra» es apátrida y adora el billeverde con la figura de Washington y el Capitolio. Más cerca de casa, observemos a los vándalos del «paramilitarismo de mercenariazgo político»: con pistolas automáticas, escopetas y a los funcionarios policiales con otras de menor potencia reverenciándolos. Escrutemos cómo, rápido, en algunas repúblicas latinoamericanas los nacionales viven presas de penurias mientras sus gobiernos abultan sus «parques (de armas)».

Durante siglos, la «Intencionalidad Pendenciera» del «Hombre Codicioso» se ha mantenido inalterable. E, igual, los impunes que representan jurídicamente a los estados (con o sin charreteras, con o sin toallas sanitarias, empero idénticos hábitos) destinan enormes recursos financieros para «armarse» sin mejorar las condiciones de existencia de los ciudadanos. No sólo los jefaturales de regímenes despóticos gastan dispendiosamente los dineros de sus repúblicas: pareciera que hay que mantener fortalecido y en primer plano el «Culto al Odio y Crimen», en la hipócrita «puesta en escena» de la «emancipación» y «redención».

De hecho, las hambrunas y enfermedades diezman a poblaciones internacionalmente rezagadas: desposeídas de alimentos o medicinas para enfrentar epidemias. Pese a lo cual, absortos, advertimos cómo los gobernantes no cesan de apertrecharse: porque, cuando millones de seres humanos imaginamos un mundo sin «ira» ni «armas letales», la «Perrería de la Guerra» deja bien claro que la paz le estorba y que es ella quien da instrucciones a los histriónicos en los camerinos.

Cual si no hartase que veamos sucumbir a familiares y amigos frente a incurables enfermedades, tenemos que escuchar a «¿líderes?» de naciones informar respecto a la compra de «armas letales»: como si el fomento de la calamidad u holocaustos se tratasen de golosinas para niños. Mientras son ruidosamente exhibidas en eso que llaman «paradas militares», la indigencia y miseria extrema de ranchería se multiplican en los países subdesarrollados.

A la Humanidad la fracturan la codicia e irresponsabilidad de los «¿líderes?» de naciones que, ya investidos de poder, rápido negocian la adquisición de toneladas de «chatarra bélica» o equipamiento de «última generación» (proporcional al billetardo de empréstito que curiosamente reciben de la «Perrería de la Guerra»).

Con o sin razón, muchos sostienen que no debemos permanecer pasivos ante los vandálicos que sienten regusto por infundirnos pánico. A los cuales digo que la resistencia violenta es contraria a los preceptos del Humanismo: es decir, es enemiga del Ser Racional.

(XXXVII)

Notificación de «Fallecimiento del Mundo»

«La moción de solicitarle a la Providencia la Declaratoria de Cesación del Mundo se convierte, explícitamente, en un Recurso de Amparo a favor de la desahuciada Humanidad»

En «horas para despacho», ante la venerable Jueza y Providencia de la Humanidad, acudo para expresarle los siguientes hechos: A) Visto que durante centurias los «seres racionales» se han querellado a causa de la codicia, conquista y dominación territorial, riquezas naturales, dogmas, desquicia y ambiciones febriles B) Visto que el desarrollo de las Letras, las Artes, la Ciencia y Tecnología no han corregido el «instinto salvaje» de la mayoría. C) Visto que las pretensiones de los «seres pensantes» por conciliar ideas e intenciones en pro de nuestra especie fracasaron, y que jamás se percibieron «propósitos de enmienda» entre quienes tuvieron la responsabilidad de conducir los destinos del Mundo. Expuesto lo escrito, en «horas para despacho», prosigo:

A la Jueza y Providencia de la Humanidad, solicito: PRIMERO.- Que exhorte a los «críticos y médicos forenses» del Mundo a, rigurosamente, examinar sus despojos y presentar un informe al respecto.- SEGUNDO.- Conforme al Protocolo internacional de los «Primeros Auxilios», y en presencia de los escritores de obituarios, los doctos de la infausta tomen el «pulso» y luego le practiquen «respiración artificial» al Mundo. Ulterior a lo cual masajes de resucitación.- TERCERO.- Que en ausencia de «señales de movilidad», «respiración» y «exhalación», una calificada Junta de Médicos Forenses notifique el «fallecimiento» del Mundo («Maior sumquam quimancipium Providence»)

(XXXVIII)

El «Ser Reaccionario»

«Procura no servir con lisonjas a los propósitos de quien, cuando hipotética o potencialmente tu habitad y Ser Físico sean presas del odio de los ofuscados u ofendidos, no estará cerca de ti para luchar a tu lado y preservar tu existencia»

Siempre que navego por el agitadísimo Mar de las Ideas Políticas, intercambio miradas y discursos con los mismos náufragos: esas mujelleras y hombrelleros que, unos impulsados por su «buena» y otros por su «mala» fe, quieren divisar un «pensamiento firme» para anclar. Y experimento esa náusea existencialista tan prolijamente descripta por Sartre (1905-1980, París) en una memorable novela [21] que leí durante mi pubertad.

Además, siento idéntica desesperanza que ellos frente a un mundo en el cual impera lo inexcusable: porque, donde las abominaciones quiebran o doblegan a la virtud, donde las riquezas se destinan más a la adquisición de pertrechos bélicos que a la producción de alimentos o medicinas, desestimando la formación, creatividad e inventiva, cada día seremos menos «humanos». Nada legaremos a quienes están por venir y nada de nuestra cultura y modo de vida trascenderá [22]

El «Ser Reaccionario» es una cualidad absolutamente inteligible. ¿Por qué? Formularé un ejemplo: ¿quién no «reacciona» frente a hechos, situaciones e interdictos que lo lastiman, menoscaban o corroen su integridad física y mental?

Si a causa de su condición de «reaccionaria» puede ser juzgada toda persona que pretenda se le respeten o restablezcan sus «Derechos Humanos» y «bienes», el concepto de la «inmutabilidad» de la «Justicia» se vuelve absurdo: no sería, explícitamente, uno de sus «telos» u objetivos para dirimir conflictos en la Civilización.

Todos somos «reaccionarios». Cuando les destruyen sus templos y les prohíben sus cultos, son «reaccionarios» los que visten manteos y se hacen llamar sacerdotes o monjes profesos de sus respectivas congregaciones religiosas; Lo son, «reaccionarios», los (déspotas) «comunistas» a los cuales sus gobernados quieren derrocar por sentirse intimidados y oprimidos; los «demócratas», crédulos de una frágil representatividad constitucional, en su fáunica diversidad; también, por supuesto, los «latifundistas», «oligarcas» y «millonarios» que, aun ahogándose en una inmensa e innecesaria riqueza, cuando son emplazados a compartirla se enfadan y harán lo que puedan para impedir que alguien disfrute un poco de lo que les sobra y desperdician; igual lo es, «reaccionario», el «funcionariado» de exigua o codiciable remuneración, ello cada vez que le amenacen su estabilidad laboral y financiera.

Intentar darle una connotación peyorativa a la cualidad de «ser una persona reaccionaria», emparentada con la «contestataria», es inoperante e inadmisible: porque, nada tiene que ver con alguien que se resiste al «cambio» y «progreso». Quién, siendo feliz, ¿aceptaría dejar de serlo? ¿Quién, que viva en paz, armonía y quietud, querrá su existencia inmersa en la violencia o caos?

La «injusticia» es tangible: erosiona lo que está bien formulado y que procura bienestar. La praxis de la «injusticia» genera la ruina de las sociedades, de las comunidades organizadas. Aun cuando los individuos esclarecidos logren frenarla, sus secuelas permanecerán por mucho tiempo y son difíciles de sanar en naciones donde la han sistemáticamente padecido.

Cuando se cambia la «inmutabilidad» de la «Justicia» por una alevosa «alienabilidad», cuando ya nadie es salvo de la maledicencia, vaivenes o vicisitudes que irrumpen en las comunidades, las culturas se extinguen. No es de la «Justicia» aseverar que los «reaccionarios» lo somos por propensión a resistirnos al bienestar de la Humanidad: que, personalmente, percibo como un profanado santuario.

En la Realidad y Tiempo Cosmogónico donde el «Azar» me ubicó, y que asumo como desafío, me declaro «reaccionario»: no me siento representado por un gobierno «civil», de funcionarios públicos «civilizados». Aparte, porque no adhiero (ni lo haré) a ninguna «doctrina política» fundamentada en el fraude filosófico.

(XXXIX)

Confeso de escribir sin «sacramentos»

«Soy de la Literatura una especie de dipsomaníaco, porque no ceso de embriagarme practicándola: ella es, simultáneamente, ofensiva y redentora de la existencia»

Sostengo que la praxis de la Literatura, similar a su siamés el Arte, implica la materialización de todo lo que necesitamos desahogar emocional e intelectualmente quienes propendemos a su avocamiento. Desde mi pubertad, así lo he experimentado: «disfrutado» y «padecido». Cuando deviene «esputo de la psique», la Literatura se sufre ejecutándose y capturándose. Empero, tiene una antítesis representada en los «protocolos» de la seducción que irrumpe encantadora.

La Literatura enamora tanto, tan infinitamente a veces; en ocasiones similar a un antídoto, fortalece y sana; igual ad perpetuum hiere (como la mía, ex sacramenta). La Literatura no se «excede» concediéndose, podría perturbar pero cataliza la comunión entre seres pensantes. Que sea «moralista», «erótica», «modosa», «aleccionadora» o «didáctica» no tiene que indignar a nadie.

Aun cuando entiendo que el prolongado ejercicio de una disciplina tiente a su ejecutor a decir de sí mismo «que él simbióticamente la encarna», yo no usurpo su esencialismo. Soy un hacedor, cierto: alguien que redacta ficciones. Los personajes de mis novelas o cuentos no me retratan. Que ciertos ignorantes y pusilánimes todavía propaguen que soy «Aquél», el «Otro» o «Éste» determinado sujeto de mis tramas, es puro infundio y hasta difamación. Lo Admito: más que enfadarme se diga que las abominaciones explícitas en mis argumentos son las mías, ofende la omnisciente inteligencia humana. Las obras literarias son «puestas en escena», simulaciones de la «realidad».

En oportunidades, los lectores nos fuerzan a bogar por nuestra integridad moral: pero, por lapsos nos imprecan cuando no somos lo que escribimos. En mi trayectoria literaria, hubo quienes ridículamente se arrodillaron ante mí llamándome «príncipe de legión de demonios». En la ciudad de Mérida, donde he residido durante más de tres décadas, alguna vez germinó el «satanismo». Previo a lo cual, en algunos de mis libros desarrollé herejías anhelando la vida del (asceta) anacoreta: en Aberraciones (1987), Luxfero (cántico del ceremonial demoníaco, 1991), Dionisia (novela, 1993) y Revelaciones (presagios diabólicos, 1997). Sin embargo, en un texto que titulé Deus veneré al «Pater Ocultus» (no lo mencioné en vano, 2004).

Cuando redacté libros en los cuales vertí mis reflexiones filosóficas, mi «crítica política-social», la irrupción de enemigos fortuitos e ignorantes (porque no me refutaban en el Territorio de la Escritura, sino en corredores para el «chisme» y «vilipendio» donde transita el Sector de Cobardes de la Academia y en Conciliábulos de Militantes de la Canalla Revolucionaria) pretendió mi extrañamiento: mi exclusión forzosa de la Intelectualidad. Fallido intento por «sepultarme vivo». Tendré mi muerte, pero no será la que ellos anhelan.

A cuál entidad desconocida debemos nuestra transitoria presencia en este mundo. A cuántos lectores afecta negativa o positivamente la Literatura. Qué sentido tiene la persistencia de la infamia en la percepción errática de la intencionalidad de los escritores, finalmente «tetrarcas» de la infusión de conocimientos: invenciones e importantes sucesos de la Humanidad. Por cuál entidad desconocida seremos convocados a callar u ocultar lo que procede a la percepción de nuestros sentidos.

(XL)

Los de tez menos oscura en la mira de la «Inquisición Revolucionaria»

«Frente a quienes fomentan el odio racial (y demás formas de la iniquidad en el mundo) nunca se podrá hallar actos defensivos que suplan a la violencia para eficiente y ad perpetum abolirla: y ello no es humanismo, sino irremediable y Universal Vindicta que abate la espiritualidad entre los individuos»

Tengo que admitir que me indignan e inquietan, ad infinitum, las incesantes y fascistas aseveraciones del Petroemperador del Siglo XXI. Una vez más, para honrar su persistencia cometiendo los delitos de Instigación al Odio y Segregación entre los ciudadanos venezolanos y Latinoamericanos en general, el Jefatural Supremo de la Corporación Transnacional para la Infamia Revolucionaria ha inferido que los blancos somos «culpables de todas las penurias que padecieron y todavía sufren millones de personas de tez oscura o menos clara»

En la Era de la Informática y Física Cuántica, luce oprobioso ver al gobernante de una República obcecarse con la idea de reinstaurar el Racismo: ese aborrecible «dogma» (inspirado en la cruenta y pueril dominación bélica de unos hacia otros) que creímos ya abolido, que precipitó numerosas guerras y provocó la muerte de millones de inocentes en el curso de los pasados siglos.

Meses atrás, a propósito de otras afirmaciones irresponsables del Petroemperador, consideré necesario platicar y advertir a quienes conozco de tez menos oscura que deben cuidarse de potenciales agresores sólo por el color que sus cuerpos exhiben. Tarde o temprano, si llegasen a prosperar las ideas de los desquiciados que hoy nos gobiernan sin respeto por los «Derechos Humanos», todos los que seamos mestizos o blancos nos convertiríamos en «objetivos de guerra» para los «milicianos de la Revolución» a los cuales pretendieron legitimar mediante una inconstitucionalmente promulgada y espuria ley. Que es írrita, como la «Revolución del Siglo XXI».

En este impenitente mundo y a causa del inimaginado resurgimiento de las ideas racistas, los menos oscuros o blancos están, absurdamente, en peligro: porque nadie sospecha cuándo podrían germinar esas inconcebibles propuestas, las de un «hombre» (o mejor digo «bestia» «nazi-fascista», siempre la misma y abominable que resucita frente la Historia) cuyo creciente resentimiento y desprecio hacia tanta gente indefensa e inocente fue imposible de justificar durante pasadas centurias y mucho menos lo será en el curso del Siglo XXI.

(XLI)

La «muerte» es el único legado de los «magnates»

«El pertinaz desconfía del advenedizo magnate que arenga a otros para que arriesguen sus vidas por la patria que tiraniza, mientras Él, en cuyos obsesivos discursos repite que la encarna bajo una pervertida y de gavilla fórmula jurídica, se resguarda lejos de la conflagración»

En el mundo, nunca vimos mayor ostentación de impunidad y dispendio entre «tiranocacas» que la protagonizada por afamados (y con tesoros públicos) «magnates»: inimputables por su condición de jefaturales principales, con férreo e inmoral control de los poderes públicos, con licencia para empobrecer a las poblaciones y someterlas a la esclavitud y el oprobio mientras ellos llevan una existencia escandalosamente privilegiada junto a sus (lacayos) «neo-cortesanos» o «comendadores».

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