Terrenos o sitios comuneros, cinco siglos de evolución (Quisqueya, Borinquen y Cuba) (página 3)
Enviado por Yunior Andrés Castillo S.
El momento no puede ser más oportuno y rápidamente engarza con la agitación revolucionaria de Praslin. El movimiento de LA REFORMA, que en Haití propugna la eliminación del régimen de Boyer, en Santo Domingo se proyecta, bajo la dirección de LA TRINITARIA, hacia la eliminación del régimen haitiano en su totalidad, como premisa para la creación de una República nueva en el seno de la comunidad latino-americana y mundial. El desenlace se produce en 1843. Increíblemente, este año de 1843 es la repetición de 1820. LA TRINITARIA es el equivalente del PARTIDO DEL PUEBLO. Significa, ahora como entonces, la emergencia del pueblo en un plano histórico determinante. En ambas situaciones la ocasión es un proceso electoral que, como la Historia no se repite sino en un grado superior de complejidades y desarrollos, se da más de una vez. Igual que en 1820, tan pronto como LA TRINITARIA se manifiesta como una fuerza histórica orientada hacia la independencia pura y simple en manos del pueblo, y no sólo como un movimiento separatista respecto a Haití, empiezan a perfilarse aquellos sectores hostiles a esta tendencia popular. Y, así como entonces cundió el desconcierto entre los sectores más o menos responsabilizados con la anexión a España, ahora se desencadena una desaforada carrera entre estos sectores, más o menos responsabilizados con la anexión a Haití. Uno de sus caudillos confesará después que prefería en último caso, ya que era necesario sacudir el yugo de Haití, ser colono de una potencia cualquiera Evidentemente, lo que era fundamental para ellos era impedir que el poder llegara a manos del pueblo. Pero el problema no se reducía simplemente a convertir este país en colonia de una potencia cualquiera. Era preciso establecer con anterioridad cuál potencia quería y cuál podía y además, que el querer y el poder se dieran en una sola. Las opciones, en 1843 como en 1820, resultaron ser las mismas, con las ligeras variantes que introducían las complejidades de un desarrollo superior: Haití, si llegado el caso no era necesario sacudir el yugo, Francia, ahora como entonces, la más favorecida; desde luego, España; y, aunque parezca inverosímil, porque no lo era menos en 1820, también Colombia. Hay una novedad que brota en el cañamazo de perspectivas que ofrece la nueva situación: Inglaterra. La introducción del elemento subjetivo en el proceso que han conducido sordamente los terrenos comunes, se produce en ese año de 1838, como se ha dicho, con la fundación de LA TRINITARIA. Para que este acontecimiento se produzca tendrán que conjugarse una serie de circunstancias, porque el advenimiento del régimen de Boyer fue enormemente favorecido por el debilitamiento externo que había sufrido la conciencia pública, ya de por sí débil en un país económicamente atrasado, en una época difícil, destruido por devastaciones sucesivas y sistemáticas, aislado del contexto latinoamericano y mundial, y drenado por las emigraciones masivas del elemento más culto y esclarecido. Por encima de todo esto, el elemento calificado que permaneció en el país no se inhibió frente al régimen de Boyer sino que le prestó su inapreciable concurso. Es Bobadilla quien sirve a Boyer a la hora de las argumentaciones de alto nivel que necesita para rebatir las trasnochadas reclamaciones españolas de 1830.
Una vez más quedó evidenciado que el Gobierno de Boyer no era el producto de una invasión sino de una ANEXIÓN con todas las de la ley. La descomposición moral y la inercia-opina Patte- se habían adueñado de muchos ánimos, prevaleciendo un estado de pesimismo que no veía la utilidad de ningún esfuerzo para sacudir el yugo, por repugnante que fuese a sus sentimientos nacionales. Naciones infinitamente mayores en población y de más larga historia han sido víctimas de una parálisis colectiva en momentos de profunda depresión y han sufrido de igual incapacidad de ver con claridad meridiana la naturaleza de sus destinos. Se necesitó un hombre de visión y de talento para despertar al país de su letargo. Este hombre providencial fue Juan Pablo Duarte. He aquí una personalidad difícil para el biógrafo aunque apasionante y rica para el historiador. Duarte carece de biografía. Es, y no podía ser de otra manera, la condensación más coherente de las esencias de un pueblo devastado, atrasado, mil veces frenado en su desarrollo natural. La vida de Duarte es sólo Historia.La independencia dominicana es un largo y laborioso proceso que se inaugura, no en Santo Domingo, sino en Estados Unidos en 1776 a nivel continental. Las premisas dominicanas con la gran Revolución haitiana que al mismo tiempo emancipa a los esclavos y a los siervos y a la Nación. Y a cesión que, a consecuencia de ella, hace España a Francia de la parte que posee en la Isla. Este proceso revela sus primeros signos en 1804, luego en 1808, más tarde en 1820, brota a la superficie jurídicamente en 1821, se sumerge nuevamente a la Anexión para reaparecer mucho más acentuados en 1843, emerge de nuevo en 1844 para sufrir las más aparatosas peripecias antes de sumergirse de nuevo en 1861, para reaparecer en 1865 y todavía tendrá que prolongar sus esfuerzos para cuajar, por fin, en 1874. Setenta años justos consume en manifestarse de manera definitiva. Lo demás es el Siglo XX con su propio estilo. Pero toda esta larga y agitada trayectoria no es más que la lucha de una clase social histórica, aquella que encarna y transporta el ideal de la independencia, aquí y en todas partes: la burguesía, y que pugna por alcanzar el poder y dirigir los destinos del proceso histórico nacional, contra aquellas clases sociales vinculadas a una modalidad peculiar de la tenencia de la tierra que denominamos los TERRENOS COMUNEROS. Duarte es el personaje singular, prácticamente solitario, que entre todos los que participan en el recorrido histórico, descubre que este ideal burgués es la causa del pueblo, que el pueblo es capaz y que además sólo el pueblo es capaz, como lo deja establecido en su proyecto de Constitución, en su testamento político tal vez en el juramento mismo de LA TRINITARIA (El Artículo 6º dice: Siendo la Independencia Nacional la fuente y garantía de las libertades patrias, la Ley Suprema del Pueblo Dominicano es y será siempre su existencia política como Nación libre e independiente de toda dominación e influencia extranjera, cual la concibieron los Fundadores de nuestra asociación política al decir (el 16 de julio de 1838) Dios, Patria y Libertad, República Dominicana, y fue proclamada el 27 de febrero de 1844, siendo desde luego, así entendida por todos los pueblos cuyos pronunciamientos confirmamos y ratificamos hoy, declarando además que todo gobernante o gobernado que la contraríe, de cualquier modo que sea, se coloca ipso facto y por sí mismo fuera de la Ley. Este artículo fue escrito, según el Dr. Alcides García Lluberes entre abril y junio), de llevar a cabo la independencia y sostenerla con sus propias manos. Duarte es además el personaje singular que en las nieblas de aquel período difunde, encamina, organiza y dirige la materialización de esa concepción con las armas en la mano. Y, por lo mismo que sostiene que el destino de nuestro país reside en el pueblo, es la estrella, no polar sino popular, que marca los senderos del futuro. En eso consiste su grandeza.
Pero volvamos a los acontecimientos. Al despertar el año de 1843, la agitación pública en Santo Domingo, era tan inquietante como esa que en ciertos animales anuncia la proximidad de un terremoto. El 27 de enero había tenido lugar el llamado Alzamiento de Praslin en Haití, y la simple noticia era suficiente para perturbar a cualquier espíritu sensible. También las autoridades suelen ser sensibles, y el general Carrié, a quien correspondía la responsabilidad del orden en Santo Domingo, consideró prudente tomar medidas preventivas. Una comisión capaz de olfatear todo indicio perturbador fue nombrada al efecto. Como era de rigor, la selección se hizo entre elementos profundamente vinculados al medio, conocedores de las costumbres y por tanto capaces de detectar, como los detectives, cualquier brecha por la que pudiera colarse la subversión. Resultaron nombrados unos individuos que, desde largo tiempo atrás, ejercían profesionalmente ante su clientela haitiana, su condición de nativos de esta parte: don Tomás de Bobadilla y el Dr. José María Caminero. Este último ejercía esa profesión con gracia, puesto que no era nativo del país, sino de Santiago de Cuba. Bobadilla en cambio era de Neiba y llevaba ese punto de ventaja a su profesionalidad. El 13 de marzo materializó el triunfo de Praslin. Boyer fue embarcado con toda su familia en la goleta Scilla de bandera británica con rumbo a Jamaica y como destino final, a Europa. Aquello era el fin de una larga dictadura -25 años- y, como históricamente 20 años son menos que nada, también de una breve Anexión. Es claro que, si en lugar de una Anexión, se hubiera tratado de una incorporación forzosa, como con cierta irreverencia sometía a la discusión una encuesta del INSTITUTO DE INVESTIGACIONES HISTÓRICAS en 1937, después de haber cuestionado con no menor irreverencia a Juan Sánchez Ramírez; o de una invasión haitiana, como sostenía Dn. Ml. de Js. Troncoso de la Concha en su contestación oficial a ella en su calidad de Presidente de la Academia de la Historia;8 el hecho de 1822 se habría convertido ya en 1843, a raíz de la caída de Boyer, en una explosión revolucionaria incontenible que habría sacudido a aquella parte de la Isla que había sufrido la invasión haitiana y de inmediato la incorporación forzosa. En ambos casos se habría cumplido el esquema común, el estallido volcánico de la insurrección y desbordamiento de las masas populares en estado de incandescencia. Pero los hechos no correspondieron a ese esquema. La Segunda República llegó en 1844 sin epopeya, casi como un arreglo político.
La erupción épica que debía seguir el atropello cósmico tan dramáticamente descrito por Troncoso de la Concha y otros muchos autores, no se produjo. Parece como si aquellas concepciones que Santana compartía con Bobadilla, y a las que se refiere en su famosa carta del 14 de abril cuando le dice que si como hemos convenido y hablado tantas veces, no nos procuramos un socorro de Ultramar y coloca estos tremendos puntos suspensivos cuyo contenido suple con las palabras inmediatamente siguientes, V. tiene la capacidad necesaria para juzgar todo lo que le quiero decir y para no hacerse ilusiones y conocer que debemos agitar esas negociaciones con que al juicio de todo hombre sensato sólo podremos asegurar la victoria En fin, que el pensamiento de Duarte pareció inscribirse bruscamente en el mundo redundante de las ilusiones Pero debemos rechazar, una vez más, la tendencia a reducir la esencia de la vida histórica a las instancias individuales, al idealismo del uno y el realismo del otro. La confrontación de Duarte y de Santana en Azua, no fue el choque de Don Quijote con Sancho Panza. Fue la expresión de un proceso histórico inevitable cuya marcha no podía ser determinada sino por la confrontación constante de las fuerzas que dominaban el período y les imprimían su sello a los hombres y a las cosas. Duarte era el poder ascendente de la burguesía a nivel mundial en vías de establecer su hegemonía a nivel continental y todavía en la búsqueda de su camino natural en la República Dominicana. El año de 1838 es un año clave, entre otras razones porque evidencia el éxito en dirección burguesa de la política haitiana de la fragmentación de las tierras en Santo Domingo, en aquellos puntos en que pudo ser implantada. Y por eso en ese año se funda LA TRINITARIA con éxito, como respuesta a una necesidad histórica porque su proyección a la independencia «pura y simple» tiende a hacer que el rendimiento de las tierras en manos privadas se revierta en favor de los dominicanos. Duarte, en cuanto encarnación individual de ese proceso, es lo porvenir. SANTANA era el presente. O más bien el punto en que el pasado perdura en el presente. Es la fuerza militante y concreta de aquella porción de la sociedad que todavía gira en torno a las formas comunitarias de la propiedad que conocemos como los TERRENOS COMUNEROS, esencialmente hostiles al desarrollo de la propiedad privada, como fuerza total y predominante de la sociedad, decidida a perdurar eternamente. Santana es el rostro duro y beligerante de una sociedad que se resiste a morir. No tiene que ser necesariamente consciente de ello. Le basta con ser un verdadero señor feudal en el Seibo como lo califica el Cónsul francés a falta de un calificativo más exacto.
La verdad es que no es la sociedad a la que se dirigen sus ojos sin saberlo cuando miran hacia España, sino ese sistema peculiar que ha impregnado la vida histórica de este país y que, con la misma abnegación que lo haría la caballería andante en Don Quijote, encarna en él la libertad de cortar caoba en cualquier terreno y montear el ganado donde se encuentre. Y sobre todo, la resistencia feroz al alambre de púas que representa de manera odiosa a la propiedad privada estropeando el paisaje. Por eso, tan enemigo resulta para Santana el régimen haitiano, caracterizado por su afición a la definición capitalista de la propiedad territorial, como puede serlo el anarquista Duarte, de acuerdo con su propia calificación. Y tal vez todavía más, por ser más próximo. La cuestión, empero, no es si lo es o no lo es, sino si puede serlo. Y, en efecto, lo será en la medida en que los TERRENOS COMUNEROS dominen todavía la economía nacional y hagan girar en su torno los acontecimientos políticos. Por su parte, en la misma medida en que los sectores de naturaleza burguesa de esta sociedad sean todavía incapaces, por la debilidad de su desarrollo y por el peso que tienen en la sociedad, Duarte será derrotado. No será Santana quien derrote a Duarte, sino MADAME LA TERRE quien envolverá en sus maleficios a MONSIEUR LE CAPITAL. Y en el marco de este destino, cada cual representará su papel de espíritu angelical para los unos y de espíritu diabólico para los otros. El historiador canadiense Patte lo ha comprendido así con ejemplar lucidez: Con el establecimiento de la república en 1844 -dice- notamos que el estilo de vida en Santo Domingo no se modifica sensiblemente. No sería exagerado afirmar que la República independiente continuó siendo una sociedad de ganaderos y pastores. País de jinetes y de hábitos de pastoreo. Santo Domingo, a mediados del Siglo xix, se asemeja en algo, aunque en pequeña escala, a la Argentina de la misma época. Un Sarmiento dominicano hubiera podido escribir sobre el drama de civilización y barbarie que representaba la vida pública de la nación antillana. Es posible que la inestabilidad característica de la vida dominicana haya tenido sus orígenes en este modo de vivir; en las extensas sabanas por donde deambulaban estos hombres a caballo, desdeñosos de la existencia plácida y fija de los agricultores. Pattee ha tratado de encontrar la explicación de este fenómeno, según nos parece, en algunas fuentes acreditadas y ha venido a dar en una que, desgraciadamente, ha comenzado y terminado por deplorar su incompetencia para proporcionarle alguna ayuda: Como dice el historiador español José M. Ots Capdequi, todo el conjunto de estos preceptos sitúa el problema para Santo Domingo en condiciones diferentes de aquellas en las cuales se sitúa este mismo problema para otros territorios de América En una palabra, la base jurídica del régimen de tierras en Santo Domingo tuvo un carácter muy especial, que lo diferenciaba notablemente del de otros territorios españoles de Indias.
De aquí arranca la naturaleza de la vida económica dominicana durante la época colonial, con proyecciones importantes en los Siglos XIX y XX. Este régimen de tierras abundantes y comunes contribuyó al fomento de la ganadería y, sobre todo, desarrolló en el campesino algunas características que perduran a través de los siglos: cierto despego a la tierra, un sentimiento de nomadismo y escasa vinculación con la tierra misma Si se comprende que esta es la imagen que encarna Santana y que la visión de Duarte trae al país en 1838 es la ruptura en miles y miles de pedazos de esta imagen ancestral, la confrontación de ambos en el episodio de Baní alcanzará sus verdaderas dimensiones. Entonces no será difícil admitir que cuando era vitoreado al regresar de Venezuela, por cuanto aquella sociedad a la que consagraba sus pensamientos y su vida carecía todavía de la madurez que exigía este compromiso, Duarte era ya un vencido, aunque a la larga era un vencedor Y es que mientras a Duarte todo le resulta difícil y le sale mal, a Santana todo le resulta fácil y le sale bien. Es indudable que las fuerzas que apoyan a aquél no están maduras aún para sus sueños, mientras que las que apoyan a éste cuentan todavía con el peso de su hegemonía en la economía nacional. Para cumplir sus fines no tenía Santana que ser el hombre idóneo y capaz que difícilmente podía encontrarse en su medio. En una fuente española ya mencionada se informa que por abril el hombre del día es Pedro Santana, hombre del campo y todo lo que esto puede significar se descubre en la siguiente esquela que le envía a Bobadilla cuando este le informa de cierta conspiración a consecuencia de lo cual María Trinidad Sánchez, tía de Francisco del Rosario, y los hermanos Puello, son ejecutados, el mismo día en que se cumple el primer aniversario de la Independencia: Muy apreciado Don Tomás: me ha sorprendido su esquela en cuanto alo que u medice de la asonada para tumbar el ministerio yo creo que esto puede ser falso y esto fuere así sería un atentado yo procurare in formarme y esbitar cualquier desorden hasiesque no lo creo repito lo que yo es sabido es que algunos ofíciales han dado su dimisión como se me dice. Su afectísimo servidor y amigo, Santana.
Todavía le quedarían algunos alientos a la tendencia francesa, pero sus días estaban contados y llegaría el momento en que apuraría el trago de la frustración más amarga. La derrota de Duarte, a quien el cónsul Saint-Denis consagró sus más refinados odios y sus más cordiales insultos, joven sin mérito, envidioso de los triunfos de Santana, alborotador y otras lindezas, no favoreció en lo más mínimo sus pretensiones. Aunque sin dejar de serlo, el obstáculo más severo que pudieron encontrar el cónsul Levasseur y su colega de Santo Domingo, Saint-Denis no estaba aquí sino en Francia: la deuda contraída por Boyer en 1826 y ratificada en 1839. Después de un prolongado silencio y por fin debido a una severa exigencia de Saint-Denis, el ministro Guizot se ve obligado a decir la última palabra. La última palabra es NO. A Francia no le interesa que se rompa la unidad del territorio haitiano y que dé origen a una independencia separada en la antigua parte española. Si de todos modos esta ruptura es un hecho cumplido, Francia no está dispuesta a echar sobre sus hombros la responsabilidad de un protectorado formal. A lo sumo estaría dispuesta, le dice Guizot a Saint-Denis, a otorgarle una cierta protección que no sería en ningún caso un protectorado aunque podría ser un lazo tan estrecho como aquel si la nueva República Dominicana está dispuesta a ¡hacerse cargo de la parte de la deuda contraída por Boyer! Santana no tiene inconveniente alguno pero encuentra una inesperada e importante resistencia: Bobadilla. Este oportunista formidable y agudo, se percató en algún instante y por algún signo sutil de que la tentativa de anexión a Francia, estaba liquidada y le puso el frente, convirtiéndose de la noche a la mañana en el solo defensor de los intereses y derechos del país contra lo que llamaba pretensiones injustas e incalificables de la Francia, según informó Saint-Denis a su Ministerio. Y él mismo explica la causa de ese brusco viraje: Bobadilla, cuya impopularidad aumenta todos los días, prevé una caída próxima. Tomando la defensa de los derechos e intereses de España, espera poder darse por víctima de su devoción y de su fidelidad a la antigua metrópoli y granjearse la buena voluntad y el favor del gobernador de Puerto Rico en donde ya una parte de su familia está ventajosamente establecida. Se hace notar, en efecto, que ese camino coincide con la llegada a Santo Domingo del Padre Bobadilla, su hermano, quien desde muchos años atrás reside en San Juan de Puerto Rico Santana rompe con Bobadilla y hace algunos avances por iniciativa propia con Levasseur, pero nosotros dejamos estos aspectos episódicos a los historiadores ya que, decididamente, la Anexión a Francia se ha hundido en el fracaso sin pasar de tentativa y entre tanto, truena ante esta página la Anexión a España.
LA ANEXIÓN A ESPAÑA: Una vez disipada la Anexión a Francia como una posibilidad inmediata y concreta, y sólidamente afincada Inglaterra en su política de oposición rotunda a apropiarse de Santo Domingo, quedaron libres las manos de otras dos potencias muy fuertemente calificadas para esta acción: la una, España, por sus vínculos históricos con su antigua colonia primogénita; la otra, Estados Unidos, por su vinculación continental a través de the sea of ourdestiny. Santana resultó ser el hombre de los Estados Unidos. El hecho de haber sido el Presidente de la República en 1844, le otorga prioridad a Estados Unidos sobre España en estos avances y ya en diciembre de ese año se encuentra investido el Dr. José María Caminero con el cargo de Ministro Plenipotenciario de la flamante República Dominicana, sin duda por elección del Ministro de Relaciones Exteriores, don Tomás Bobadilla, de quien como sabemos era un aliado incondicional, para gestionar en Washington el reconocimiento oficial de aquel Gobierno. La marcha de estas gestiones va a alinear a Santana estrechamente con la política norteamericana. Como contrapartida, Buenaventura Báez resultó ser el hombre de España. Su pelo revuelto, sus penetrantes ojos verdes, sus abundantes patillas a la moda, a los que había que sumar la vestimenta elegante y los modales desenvueltos, hacían de él no solamente un dandy, sino una pequeña flor europea en los jardines antillanos. Frente al rústico Santana americano, Báez era la cultura y el refinamiento de Europa. Y debían mirarse mutuamente por encima del hombro
La contradicción de estos dos personajes desde el poder, que va a llenar el período más turbulento de la lucha de los dominicanos por consolidar la independencia de su país y proporcionarle sus genuinos fundamentos populares, no es casual. Aunque no dejan de componer su parte del cuadro, no son las faltas de ortografía de Santana ni las corbatas de seda de Báez las que les llevan a presentarse de manera tan destacada en nuestra historia. Tampoco lo son la sagacidad e inclusive brillantez de los agentes de las potencias en conflicto. Con todo lo deslumbradora que puede haber sido la gestión de un agente norteamericano como Cazneau o de un agente español como Segovia, el verdadero protagonista de esta lucha es el pueblo dominicano, trabajando sordamente, presionando con todos los recursos a su alcance, moviéndose en un mar de oscuras contradicciones y lanzándose continuamente a la arena para certificar con su sangre y su sacrificio la justeza de su misión. Y ésta es una de esas ocasiones donde súbitamente brotan a la superficie las reservas metodológicas. El historiador nacional, don José Gabriel García, ceñido estrechamente a una concepción romántica que no pocas veces obnubiló la pureza de sus intenciones y la limpidez de juicios no puede librarse de los destellos de la personalidad individual. Para él todo este largo proceso de luchas por la independencia nacional se caracteriza, no por el papel del pueblo sino por la aparición providencial de cuatro gigantes: Entre todos los personajes esclarecidos que sirven de adorno a la diadema de las glorias patrias, asoman más de relieve que los otros, cuatro figuras culminantes, cuatro caudillos afortunados que, por el asombroso ascendiente que tuvieron sobre las masas populares, no menos que por la influencia y soberanía que ejercieron sobre los destinos del país, pueden ser considerados como los astros más resplandecientes que hasta hoy han relucido en el cielo siempre esplendoroso de Quisqueya: estos varones singulares son, el brigadier Juan Sánchez Ramírez, el licenciado don José Núñez de Cáceres, el general Pedro Santana y el ilustre prócer don Juan Pablo Duarte
Salta a la vista que en esa secuencia histórica claramente discernible, sobran tres o sobra uno. Y evidentemente falta otro. Si en lugar de considerar los atributos individuales como motor de la Historia, el historiador García hubiera considerado en su lugar a las fuerzas materiales que se agitan en su seno, se habría percatado de que tres de esos personajes encarnaban fuerzas anti-históricas y por consiguiente, no actuaron como motor sino como freno en la materialización de los destinos nacionales. Las fuerzas que impulsaban ese destino se conjugaban y actuaban históricamente en el seno del pueblo, que es el personaje que falta, y encarnaban en Juan Pablo Duarte, que es el personaje que sobra, si no, como declara el propio García por la superioridad de sus dotes materiales e intelectuales, a lo menos por la mayor importancia de su obra. Claro: Porque no se trata de esas dotes materiales e intelectuales que sirven de adorno a la diadema de las glorias patrias, sino de las fuerzas materiales y espirituales, ya que las intelectuales se deterioraron rápidamente, que subyacen en las entrañas de las grandes luchas del pueblo. De esos cuatro personajes sólo uno, Duarte, respondió al llamado de las fuerzas históricas y, en buena lid, debería compartir el anonimato con el pueblo. En esa virtud podemos afirmar con toda suficiencia que, en el fondo, la contradicción que se plantea tan enconadamente en los personajes antes mencionados, Santana y Báez, se remonta a una época tan distante como las Devastaciones de 1605 y 1606 en que ninguno de los dos, ni siquiera los padres de Juan Sánchez Ramírez, estaban por nacer. De manera que el encuentro no es casual. Lo que sí resulta casual es el alineamiento de Santana con los Estados Unidos y el alineamiento de Báez con España. Volviendo siempre al fondo de la cuestión, Santana no puede coincidir con la política norteamericana ni Báez con la española. Sólo las veleidades de la política del momento y la corrupción que el uso o la ambición del poder pudieron introducir en el corazón de estos hombres, explica que en un momento dado se encuentren en esas posiciones. Pero, más tarde o más temprano, el imperio de las leyes históricas se impondrá configurando el desenlace Santana es el representante más puro del antiguo hatero y por consiguiente el enemigo más acerbo de la propiedad privada como fundamento y resultado de sus vinculaciones agrarias. De ese nudo intrínseco se desprenden todas sus concepciones sociales, políticas, históricas e inclusive religiosas, sin descartar el pañuelo que se amarraba a la cabeza. De modo que es un enemigo sustancial de los Estados Unidos, por cuanto esta nación encarna como ninguna la proyección histórica de la propiedad privada y la acentuación del poder de las clases burguesas, precisamente duartianas, de toda sociedad. Si se toma en consideración que Juan Sánchez Ramírez, el padre de la tradición españolizante en el país, identifica equivocadamente a España con la filosofía de los terrenos comuneros, su modelo entrañable no puede ser otro que España.
La modestia de sus recursos intelectuales le impiden a Santana ir más allá de la identificación de una ideología con un personaje y este personaje no puede ser otro que Juan Sánchez Ramírez, a cuyo lado combatió su padre, Pedro Santana, de quien recibió nombre, pensamiento y fortuna tanto como su sistema de vida personal. Esta base fundamental de su vida, que solo de manera epidérmica puede asociarlo con los Estados Unidos, pero que le asocia de manera vertebral a España, le llevará pronto a romper con Bobadilla, que representa otras fuerzas, y más tarde a apurar hasta la última gota el acíbar de la decepción, aunque no sería necesariamente acíbar, envuelto en la tragedia más escalofriante y conmovedora de la historia nacional. Báez es también un producto de los terrenos comuneros, tanto en su filosofía como en su vida privada. Pero hay una diferencia esencial. Báez es un gran señor, mucho más en el sentido feudal del señorío que Santana, en la región azucarera del Sur. Azua, la ciudad que figura como centro de esa región, fue una zona azucarera desde el Siglo XVI. Allí fundó Gorjón su emporio, de allí salió su famoso Colegio con rango universitario y hasta allí llegaron las llamas de las Devastaciones de Osorio. Cuando se restableció la industria azucarera había perdido la opulencia original pero conservó la duplicidad antagónica de su fisonomía: la vocación hacia la propiedad privada de índole capitalista y el aprovechamiento del sistema comunero a falta de uno más apropiado y moderno. La visión conciliadora que insufla ese sistema peculiar de la industria azucarera del Sur, le viene a Báez de su padre, Pablo Altagracia Báez, quien no fue renuente a colaborar con la anexión española de Sánchez Ramírez después de haber colaborado con los franceses de Ferrand, lo cual no le impidió colaborar con los haitianos en tiempos de Boyer. Pero inclusive pudo haberle venido de su propia sangre, porque era hijo de una antigua esclava de quien nunca renegó ni tuvo necesidad de hacerlo, y llevaba por tanto en sus venas fuertemente ligados en un vínculo amoroso al esclavista, ciertamente moderado, y a la Esclavitud. De modo que en Santana y en Báez se enfrentaban, con tanto mayor encono cuanto más fuerte fuera su dominio del poder público, estas dos grandes fuerzas irreconciliables. Y claro está, ellos podían subjetivamente tomar las posiciones que en un momento dado les aconsejara su almohada, pero detrás estaban los núcleos sociales que los respaldaban y que, a fin de cuentas, los amarraban a un desenlace inevitable. Para completar el cuadro clásico del alineamiento de las fuerzas históricas en el proceso nacional, faltaría aquí la toma de posiciones por parte de los sectores del país tradicionalmente ligados a la producción tabacalera y, por esa circunstancia, más ligados que cualquiera de estos dos a la tendencia capitalista. Pero la experiencia frustratoria de la Anexión a Haití, les impuso una especie de marginación del poder en los primeros años de la República, que abrió el camino para el despliegue de esta otra contradicción entre azucareros y hateros. Y es natural que los Estados Unidos representaran para ellos un modelo ideal. Veían en la gran nación americana los frutos del sistema burgués y la prodigiosa encarnación de la independencia y de la democracia.
En Santiago se encontraba la gente más culta del país, mejor informada de los acontecimientos y de las corrientes intelectuales predominantes en Europa y América y, en consecuencia, su admiración hacia el sistema americano obedecía a muy razonadas y profundas concepciones. En el país se conocía esta inclinación amable de los Cibaeños hacia la gran democracia del Norte y no dejó de ser utilizada por los sectores que les eran adversos para propiciar sus maquinaciones en favor de Francia. En los archivos de Washington se encuentra una carta muy singular en la que un grupo de familias Cibaeñas se dirige al General Santana conminándole a llevar a cabo la anexión a los Estados Unidos. Según García, la tal carta no fue otra cosa que un chantaje que le hicieron los anexionistas inclinados a Francia al cónsul francés para forzarlo a tomar una decisión. La carta viene fechada a 22 de septiembre de 1849, en los momentos en que el General Santana venía de los campos de batalla con una nueva aureola de capitán victorioso y omnipotente después de batir a Soulouque. Por lo mismo que se trata de una farsa, el lector si quiere puede saltarla, a menos que se interese por las ideas y los argumentos que en ella se esgrimen y que no dejarían de reflejar el pensamiento de algunos sectores, no necesariamente Cibaeños. La carta, aquí de nuevo vertida al español de la traducción inglesa, dice así, GENERAL: Los infrascritos, persuadidos de su desinteresado amor a la patria, y al mismo tiempo convencidos de que un igual amor a nuestra nacionalidad (que usted ha defendido tan dignamente) le obliga a aceptar cualquier cosa antes que verla destruida por los bárbaros haitianos, si el azar de la guerra se vuelve contra nosotros; conociendo además nuestros escasos recursos y lo que es peor los inmensos daños que el presente estado de incertidumbre ocasionan al país; deteniendo la civilización y el progreso, interrumpiendo su tranquilidad y exponiéndola diariamente a los más pesados sacrificios; por estas y otras razones nos dirigimos a usted con el propósito de expresarle en confianza y con sinceridad nuestra opinión acerca de los verdaderos intereses de nuestra patria. Los objetivos del Gobierno de Washington al declarar el principio de que ninguna potencia europea deberá interferir en los asuntos internos de América, han sido los de proteger los intereses del nuevo mundo, e indudablemente este es el acto más excelso y magnánimo de una grande y elevada política. Ha llegado el momento de llevar este principio a la práctica, recordándole al Gobierno de los Estados Unidos, que también nosotros pertenecemos a la gran familia americana y que no solamente por el carácter americano común sino también por la firmeza con la cual hemos sostenido nuestra independencia, merecemos las ventajas que los 27 Estados disfrutan en la Unión. Sería superfluo abundar sobre las ventajas de esta idea.
La similitud de las instituciones, la proximidad de las dos naciones, los intercambios de su comercio, la inmigración que ellas pueden promover y que sería la fuente de nuestro bienestar y nuestra prosperidad; hacen mil veces preferible ser (norte) americanos a ser arruinados por los azares de una guerra sin fin. Esta es la única vía posible para hacernos respetables y mantener nuestra independencia, formando un Estado independiente como aquellos de la Unión; porque el calificativo de americanos es el único que cabe en el Nuevo Mundo y el cual, con el devenir del tiempo, se convertirá en el mismo Gobierno y la misma Nación. Así pues, nosotros le suplicamos, General, que tome en consideración esta prueba de nuestro patriotismo y el hecho de que nuestro único objetivo es la estabilidad y el progreso de nuestra patria, que solo podemos encontrar vinculada a esa gran Nación. Confiamos, General, en que si usted está animado de los mismos sentimientos, favorecerá nuestra demanda con nuestro Gobierno, haciendo uso de la influencia que usted posee en los asuntos de la patria. Tenemos el honor, etc (Esta carta es traducción del texto inglés que aparece en William R. Manning: Diplomatic correspondence of the United States (1831-1860), Vol. VI, Washington, 1935, página 53. La traducción es nuestra. Al enviársela al Secretario de Estado norteamericano, John M. Clayton, el Agente Especial Benjamín E. Green, le informa acerca de ella lo siguiente: Le envió copia de una petición dirigida por las principales familias del distrito de Santiago al General Santana en favor de la anexión a los Estados Unidos. Tengo entendido que otras similares se preparan aquí y en Puerto Plata. Hasta que este documento me fue remitido por un viejo conocido mío, Don Nicolás Julia, no he tenido conocimiento alguno de este movimiento (que es sin duda resultado de mi llegada a este país) ni se me ha propuesto ningún patrocinio hasta ahora Este último detalle es significativo pues parece indicar que no era ese su propósito y parece abonar la opinión de García en el sentido de la patraña que él denuncia). Esta carta fue dirigida a Santana, según el historiador García, por algunos adeptos a su política, a quienes el caudillo contestó diciéndoles que el programa que había publicado el Presidente de la República probaba hasta la evidencia que no tendría predilección por otra nación, sino por aquella que les ofreciera más ventajas, y en el más breve término posible, por lo que debían esperar que la solicitud que hacían tendría buena acogida; que él no había considerado oportuno someterla en los actuales momentos al gobierno porque estando persuadido de que el comisionado americano que se encontraba en Santo Domingo, había escrito a su gobierno solicitando poderes e instrucciones para entenderse con ellos, esperaba que le llegaran, para entonces, con conocimiento de sus facultades, saber cómo se debía obrar, a fin de no dar un paso infructuoso. García encuentra la confirmación de que estos documentos eran el resultado de combinaciones en una nota que el Gobierno le envió al gerente del Consulado francés en la cual le invitaba a que diera lo más pronto posible una solución definitiva al importante negocio del protectorado; y que si por desgracia la decisión de la Francia era negativa, que tuviera a lo menos el mérito de no ser tan dilatada que les impidiera dirigirse al agente especial de los Estados Unidos que acababa de llegar
Este importante documento -dice García- que publicó Britannicus en 1852 y que nadie ha desmentido, viene a corroborar la opinión que sustentamos, por estar tan claras como la luz, de que todas las cuestiones de la anexión o protectorado extranjeros nacieron en el país y fueron alimentadas por los mismos hombres, sin que el fracaso de un plan los desanimara para pensar en otro El hecho mismo de que fuera posible tejer intrigas de esta naturaleza a costa de la burguesía santiaguera, muestra hasta qué punto se encontraba ella en una etapa todavía balbuceante. Y desde luego explica su aparente marginación del poder. Faltaban todavía algunos años y el giro de ciertos procesos económicos para dejar constancia de su presencia histórica y de su capacidad de acción. Entonces se conocerían sus pensamientos y se podrían cotejar con los términos de la presente carta, para comprobar que ésta expresaba el pensamiento clásico de los hateros del Este. El de los tabacaleros del Norte, tenía su propio estilo.
Parece que como resultado de esta amistad entre D. Juan Abril y Buenaventura Báez con el Conde de Mirasol, éste fue madurando hasta dirigirse concretamente al Ministerio de Estado en Madrid en demanda de autorización para intentar volver a la dominación española de la República Dominicana. El ministro de Estado respondió trazando con toda claridad los lineamientos de la política española respecto de Santo Domingo y sus fundamentos filosóficos: El Capitán General de Puerto Rico, llevado de un laudable celo en favor de los intereses de la España ha examinado solo las probabilidades de la empresa; y encontrándola posible, y aún fácil, desea con ardor aumentarla, porque carece sin duda de datos necesarios para pesar las ventajas o los inconvenientes que nos producirá el llevarla a cabo, y las complicaciones que de aquí podrían seguirse al Gobierno de S. M. en sus relaciones con las demás potencias. Desde luego saltan a la vista los peligros que producirían para la seguridad y el orden de Puerto Rico las estrechas y frecuentes relaciones que no podrán menos de existir entre esta Isla y la de Santo Domingo, una vez vuelta a dominio español. En Santo Domingo es preponderante la raza de color y sería muy de temer que poniéndose en contacto con la de Puerto Rico se rompiese el equilibrio entre la población blanca y la de color, en que estriba la paz de la colonia. Por otra parte, los hábitos de desorden e indisciplina que debe haber creado en Santo Domingo la anarquía que aflige al país, podrían ser muy funestas para la seguridad de los habitantes de aquella pacífica Antillas. Pero el inconveniente más grave que encuentra este Ministerio en el proyecto del Capitán General son las complicaciones que produciría en las relaciones del Gobierno de S. M. con la Inglaterra y los Estados Unidos. El Conde de Reus cree que nada hay que recelar por este concepto toda vez que no habiendo reconocido la España la independencia de la República Dominicana, conserva su derecho a la posesión de aquel territorio; pero no podrá ocultarse a la ilustración del Sr. Conde que la legitimidad del derecho no es bastante para intentar una empresa de esta magnitud sin recelo de encontrar oposición en los intereses que se crean lastimados, y que sería cuando menos imprudente provocar esta oposición cuando ninguna ventaja podemos esperar para compensarla. En efecto, el estado de decadencia o más bien de completa ruina a que las convulsiones políticas ha reducido la isla de Santo Domingo, alejan toda esperanza de coger algún fruto de los gastos que su reconquista y conservación causarían al Gobierno de S. M. Por estos documentos, y por lo que ya sabemos, el mercado anexionista se encontraba completamente en baja por los años de 1840 y tantos. Las posibilidades en Francia eran sumamente remotas y todavía lo eran más en Inglaterra. La política española era totalmente renuente a embarcarse en una empresa que, como ellos lo entendían, aleja toda esperanza de coger algún fruto, que compensara los gastos de su reconquista y conservación, debido al estado de decadencia o más bien de completa ruina en que se encontraba Santo Domingo.
Para los Estados Unidos la realidad era otra. Cual que fuera el estado ruinoso en que se encontraran las finanzas del país, había una gran Bahía con minas de carbón en sus inmediaciones. Había además oro, plata, cobre y otros metales en sus minas. No había en el mundo planta alguna que no pudiera crecer en el valle de La Vega. Lo único que se necesitaba era una inversión capaz de hacer rendir esta Isla y de enriquecer a los inversionistas avispados. Al menos esto decían los informes reiterados de los agentes norteamericanos. El primero fue John Hogan, caballero de Nueva York, quien fue designado agente del Gobierno de los Estados Unidos para investigar los recursos naturales del país y la capacidad de los dominicanos para sostener su independencia. La visita de Hogan fue motivada por las gestiones que el Gobierno de Santana hizo en Washington para obtener el reconocimiento de la Independencia dominicana e instrumentar un tratado de amistad, comercio, etcétera entre ambos países. El Secretario de Estado Calhoun le comunicó al enviado dominicano, el Dr. Caminero, que el uso de su Gobierno era enviar un comisionado antes de reconocer la independencia de un país recientemente establecido, a fin de obtener conocimiento de los hechos y circunstancias que se consideren necesarios para llegar a una decisión. Hogan visitó el país a principios de 1845 y quedó encantado. Todos los frutos de las zonas tropicales y templadas podían crecer en su suelo. Las riquezas minerales no le iban en zaga. Esta magnífica Isla sobre la cual la naturaleza ha derramado sus más escogidos tesoros, con mano generosa-decía en su informe del 4 de octubre de 1845- ha sido sin embargo víctima de toda la miseria que el hombre puede infligir a sus semejantes (Upon a brotherman, literalmente Sobre un hombre hermano suyo).
A Hogan siguieron otros. David D. Porter, un joven teniente que llegaría a ser andando el tiempo Almirante de la Flota de Estados Unidos y que volvería al país ya con el grado de Vice-Almirante, recorrió la Isla a lomo de mula, en 1846. Entre observaciones sumamente pintorescas rindió un informe que influyó mucho en la decisión del Departamento de Estado. Contaba él que, después que su barco saludó la plaza de Santo Domingo sin que obtuviera la respuesta de rigor, se les acercó una lancha en la que venía un individuo que al subir a bordo, pidió prestado un poco de pólvora para corresponder al saludo, ya que no tenían en existencia Porter visitó a Santana a quien le impresionó mucho pues, aunque le pareció un mulato como de 40 años, con un pañuelo bendana amarrado a la cabeza, no afectó ningún embarazo, ni se sintió amilanado o encogido ante el riguroso uniforme del oficial americano, de alegres ojos azules El informe fue decididamente favorable a la aspiración de la República. Pero a Santana se le fue aireando la paciencia. La República Dominicana no era una finca tan fácil de gobernar como El Prado. Los problemas financieros comenzaron a acumularse y a alimentar una oposición de la cual no sabía cómo desembarazarse. La Iglesia lo mortificaba. En 1846 había dispuesto el envío de una Comisión al frente de la cual iba Buenaventura Báez, acompañado de José María Medrano y Juan Esteban Aybar, con destino a Europa, a fin de gestionar el reconocimiento de la República por parte de España, Francia e Inglaterra, sin aparente resultado. En julio de 1847, Báez le escribía a su amigo: Va nuestro compañero Medrano a referir a vuestro Gobierno, después de una espera en España de más de ocho meses, y ojalá tuviésemos la posición que manteníamos bajo el de Soto Mayor, la de ahora es estacionaria. Caído Soto Mayor, Pacheco no ha pensado sino ganar tiempo, y nada más. Nuestro amigo de P. R. tiene mucha razón, yo estoy desesperado, y si en septiembre no ha determinado algo la España, me marcho. Esta misiva fue probablemente enviada a D. Juan Abril quien, a su vez, se la envió al Conde Mirasol, el Capitán General de Puerto Rico, y éste a Madrid. Abril presentaba una imagen deplorable de la situación en Santo Domingo: Ínterin los haitianos mantengan la política de estarse en sus fortificaciones y no atacarnos, se conservará el país, pero el día que vamos a atacar estamos en el caso de poder hacer muy poca resistencia, porque el desaliento y descontento son grandes. Generalmente por este tiempo con la cosecha del tabaco las onzas bajaban pero hoy está a $200 y escazas; así es que todo vale un sentido en moneda del país; en fin yo no sé en qué pararemos. Las Cámaras lo dejaron todo como estaba, solo una Ley para los ladrones, de pena de la vida; son tantos que no hay nada seguro, veremos con esta Ley si los extingue o si los hará asesinos. Y agregaba conclusivamente: Sr. Conde estamos mal, mal.
No aguantó Santana y renunció el 4 de agosto de 1848. Le sucedió Manuel Jiménez a quien le tocó la desgracia de que, como resultado de las gestiones de la Comisión de Báez, Francia se decidiera a reconocer a la República y firmar con ella un tratado de paz, amistad, comercio y navegación. Automáticamente, Haití entró en campaña. Soulouque, el nuevo Presidente, vio una turba de fantasmas esclavistas que le hacían señales amenazadoras desde Santo Domingo. Arrancó de Haití con un Ejército arrollador ante el cual Jiménez no supo qué hacer y hubo que llamar desesperadamente a Santana. Y de inmediato la situación cambió. Los dominicanos se sintieron envalentonados y los haitianos aterrorizados. La campaña haitiana de 1849 se disipó en un suspiro. Desde luego, cayó el Gobierno de Jiménez. Santana lo echó del poder de un manotazo después de intercambiar insultos y le designó un sustituto. Resultó electo don Santiago Espaillat. Este don Santiago debió ser altamente estimado por el caudillo triunfante para merecer esa distinción. Lo que sabemos de él nos indica que era un conservador de cepa puesto que lo vimos en Santiago de los Caballeros, cuando se discutía en la municipalidad la adhesión a la República recién proclamada, alegar que la República independiente no era posible sin el auxilio de otra Nación. Los despachos americanos a Washington lo presentan como un español de sangre pura y de gran reputación de probidad. Don Santiago, a pesar de esas calificaciones tan envidiables, declinó la elección y obligó a Santana a proponer otro sustituto. Esta vez parece que primó el éxito de las gestiones europeas y la designación de sustituto se combinó con la voluntad de los electores para que llegara al poder por primera vez don Buenaventura Báez. No mucho después llegó un nuevo comisionado americano, Benjamín Green, quien se enteró de que el nuevo Presidente era un hombre de considerable talento y cautivadora palabra, elevados ingresos y fortuna privada 14 aunque fuertemente inclinado hacia la tendencia francesa. Sus instrucciones revelaban una disposición amable por parte de Estados Unidos hacia la joven y preocupada República: Usted ha leído los informes del Sr. Hogan a este Departamento (State Department) y del Teniente Porter a la Marina acerca de las condiciones y perspectivas de la República Dominicana. Estos contienen las últimas informaciones auténticas acerca del tema. Sin embargo, los dominicanos han dado al mundo recientemente otra prueba indicativa de su capacidad para mantener la independencia, rechazando victoriosamente al Ejército haitiano enviado otra vez para subyugarlos. Si sus observaciones confirman los despachos de los Sres. Hogan y Porter, el Presidente (de los Estados Unidos) podría sentirse inclinado ahora a hacer un reconocimiento público de esto por parte de su Gobierno. Trate, por consiguiente, de cerciorarse de si la raza española tiene o no la ascendencia en ese gobierno, si se inclina a mantenerla y si en cuestión de números esta raza tiene una proporción tan favorable respecto de las otras como ocurre en otros Estados de la América española. Dirija particularmente su atención a la administración de la justicia, tanto en materia civil como criminal, e investigue si los litigios entre nuestros ciudadanos dominicanos son y seguirán siendo en el futuro correcta e imparcialmente resueltos por los Tribunales. Cuando un país se considera capaz de rechazar los intentos de otro para conquistarlo e invocar su jurisdicción sobre él, la cuestión inmediata que debe tomarse en cuenta para decidir la conveniencia del reconocimiento es la capacidad y la disposición de un Gobierno para administrar justicia Báez ejerció la Jefatura del Estado con gran desenvoltura y no menor independencia. No cortejó al Comisionado Green ni al mismo General Santana. Por el contrario, celebró un Concordato con la Iglesia, que irritó extremadamente a Santana, quien creyó ver en aquel paso una medida dirigida contra él. Y desde ese momento le enfiló los cañones, de modo que cuando Báez cumplió su período en 1853, Santana se hizo elegir como el nuevo Presidente y no tardó en hacerle frente al Arzobispo y al ex presidente Báez. A uno le expulsó tres sacerdotes. Al otro le declaró traidor y otras lindezas, expulsándolo también del país. Y, dándole gusto a una vieja vocación de mandonismo, apretó las tuercas al país y desató una persecución brutal contra los elementos vinculados al pasado Gobierno. Esta violenta ruptura iba a costarle sangre y sacrificios inmensos al país. El retorno de Santana al poder significó, entre tanto, una atmósfera más favorable para un tratado con Estados Unidos que sirviera de base al reconocimiento.
Las observaciones de Green se tradujeron en el envío de un agente norteamericano, William L. Cazneau, debidamente autorizado para la instrumentación de ese tratado. Una de sus cláusulas incluía el arrendamiento de la Bahía de Samaná. Sus instrucciones rezaban: El más poderoso motivo para el reconocimiento de la República Dominicana e instrumentar un Tratado con ella, es la adquisición de las ventajas que los Estados Unidos esperan derivar de la posesión y control de la porción de territorio de la Bahía de Samaná y agregaba: El propósito no es que el territorio cedido sea muy grande: una sola milla cuadrada probablemente proporcione todas las conveniencias que los Estados Unidos tratan de obtener
La Restauración fue, quizás, el episodio más brillante de la lucha del pueblo dominicano por su independencia. Solo quizás, porque fue un episodio, si se quiere breve, de una lucha mucho más compleja, difícil y prolongada, de la cual no fue más que un estallido fulgurante y victorioso. Ni siquiera durante su transcurso y en medio de los acontecimientos más absorbentes y apremiantes, tuvo respiro la otra lucha, la lucha titánica entre esas dos fuerzas que en nombre del destino burgués se batían contra aquellas que obstaculizaban su marcha. Esta lucha, como ha ocurrido en todas partes, tenía una expresión nacional y otra internacional. Las naciones imperiales se entrelazaban con las fuerzas criollas en una complicadísima malla de maquinaciones, rejuegos y acciones insurreccionales, para lograr mutuamente, las unas apoyándose en las otras, sus objetivos históricos, decididamente en contra de los intereses populares. Por su parte, el pueblo, en la medida de sus recursos y oportunidades, conducía la marcha histórica. La Guerra de la Restauración fue su propia victoria. Pero, aunque esta victoria constituyó uno de los puntos más altos de su proceso histórico, no significó todavía una victoria final. La guerra nacional, a pesar de la eliminación de España, continuaba vigente. La guerra civil, a pesar de la eliminación de Santana, continuaba igualmente vigente. Echemos una mirada a estos dos grandes aspectos de la lucha del pueblo dominicano en esta etapa:
I) En cuanto a la guerra nacional. Un fenómeno singular que amerita estudio, efectivamente llevado a cabo ya por un funcionario del Departamento de Estado norteamericano, pero que todavía contiene infinitas posibilidades de desarrollo, consiste en la inhibición de las fuerzas internacionales, que durante un largo período se disputaban la posesión de la Isla o cuando menos de la Bahía de Samaná, durante el período de la guerra restauradora. Cada una con sus motivaciones propias, permaneció al margen de la guerra y abandonó a los grupos que servían sus intereses en el interior del país. Ni Estados Unidos, ni Francia, ni Inglaterra, ni siquiera Haití, que en los primeros momentos ayudó a Sánchez y a Cabral y luego los abandonó a su propia suerte, participaron de una manera o de la otra en esta guerra. El pueblo dominicano tuvo que enfrentarse absolutamente solo contra una nación europea poderosa y que tenía dos posesiones, Cuba y Puerto Rico, a ambos lados de la Isla. Como nos explica el mencionado funcionario del Departamento de Estado, Mr. Hauch. Para abril de 1865, sin embargo, España tenía decidido desde mucho antes, apartarse de la "equivocada política de 1861". Su decisión a este respecto no fue dictada en primera línea por el temor de lo que otras potencias podían hacer. Inglaterra había seguido un curso de estricta neutralidad; Francia, si algo hacía, era simpatizar con España, y ni Haití ni los Estados Unidos, aunque básicamente favorables a la causa dominicana, estaban en condiciones, en el momento en que la decisión española fue adoptada, ni siquiera de indicarles que tal concurso podría serle prestado en el futuro inmediato. El crédito mayor de la victoria dominicana debe acreditársele, por consiguiente, al pueblo dominicano, que virtualmente solo, con la única ayuda de la topografía y el clima de su país y de su aliado el mosquito de la fiebre amarilla, representó el papel principal en la retirada completa de España en julio de 1865. No hay episodio más bravío en toda su Historia (Charles C. Hauch: Attitude of Foreign Governments Towardsthe Spanish Reopcupation of the Dominican Republic (Actitud de los gobiernos extranjeros ante la reocupación española de la República Dominicana) Hispano-American Review, mayo de 1947, Volumen XXVII, página 268 (la traducción es nuestra; hay versión española en Clío que no hemos podido consultar. En lo que se refiere particularmente al papel de los Estados Unidos, aparentemente frenado por la Guerra de la Secesión debe verse el trabajo de Jerónimo Becker publicado por Eme-Eme (Estudios Dominicanos), Número 14, Volumen III, septiembre-octubre de 1974, en el cual se da una visión española del problema y se presenta, aunque no de manera muy clara, una actitud distinta según que se trate del norte o del sur. España se lanzó a la aventura de la Reanexión contando con una eventual victoria de los esclavistas del sur y prestó a éstos cierta ayuda, con lo cual provocó alguna actitud por parte del norte aparentemente destinado a favorecer a los dominicanos, pero de todos modos, intrascendente. Se refiere a una queja española porque los barcos americanos permanecieron indiferentes ante un trasiego de armas a los dominicanos). Estas consideraciones son hermosas. Y autorizadas. Y no deberían ser olvidadas.
II) Pero Hauch no destaca, aunque apunta, puesto que se sitúa fuera del marco de su interés temático, un fenómeno paralelo y que permite comprender hasta qué punto esa victoria merece ser acreditada al pueblo dominicano. Y es que, simultáneamente con la guerra contra España, el pueblo libraba, como lo hemos señalado reiteradas veces, una furiosa e implacable guerra civil en sus propias entrañas. Aquellos sectores de las clases dominantes que se proyectaban históricamente hacia la hegemonía del sistema burgués y que habían enarbolado la bandera de la Revolución el 7 de julio en Santiago de los Caballeros, se batían contra otros sectores que permanecían vinculados a la hegemonía de los terrenos comuneros y, por consiguiente, en mayor o menor grado, consciente o inconscientemente, de manera certera o equivocada, a la propia España pero que eran, no obstante, enemigos a muerte del General Santana. Estos sectores, y particularmente el elemento cibaeño sin excluir a un considerable sector ubicado en la Capital, se aglutinaban en el Gobierno provisional de Santiago, organismo civil encargado de la dirección de la guerra, en el cual figuraron los ideólogos principales de la revolución del 7 de julio y de la Constitución de Moca. La evidencia de estas pugnas de clase se hicieron evidentes cuando culminaron con el fusilamiento del Presidente de ese mismo Gobierno provisional, el General Pepillo Salcedo, español de nacimiento y dominicano de nacionalidad, vinculado a la facción baecista de la reacción comunera. En una cronología de la Embajada norteamericana en este país, de la cual ya se ha hecho mención en otra parte, se consigna en noviembre de 1863 los desacuerdos entre los generales patriotas Pimentel, Luperón, Monción, Florentino y otros que operan sin respetar las órdenes de la Junta. El propio Salcedo, presidente de la Junta, disputa con sus colegas de Santiago. Anarquía y masacres por Florentino y otros y atribuye éxitos a la expedición española enviada al oeste de la costa sur debido a que los patriotas están desmoralizados por las disensiones. Sin embargo, las victorias más fulgurantes de la guerra tuvieron lugar en 1864. El triunfo de Polanco en Monte Cristy al impedir que las fuerzas navales enviadas por La Gándara pudieran salir de esa población después de haberla ocupado a fines de diciembre de ese año y la ocupación de Higüey, cuatro días antes, la una en el norte y la otra en el este de la República, fueron las dos acciones militares con que concluyó la Guerra porque los españoles no intentaron ya ninguna otra operación y decidieron permanecer en actitud defensiva hasta que las Cortes españolas ordenaron la evacuación. Pero es también un hecho la existencia de tales disensiones como quedó comprobado una vez más tan pronto se hizo efectiva la recuperación de la soberanía. Por otra parte, estos sectores sustentaban una contradicción esencial con su propio pueblo. Recelaban continuamente de la elevación de su desarrollo político y de su capacidad cada vez más notoria de ejercer a manos llenas su propia soberanía. Para encubrir este recelo enarbolaban el clásico argumento favorito de Santana y de Bobadilla de la imposibilidad de la independencia sin el concurso de otra nación. Toda la literatura de la época está llena de manifestaciones en ese sentido.
En una carta dirigida por el Gobierno Provisional al general Florentino en 2 de noviembre de 1863, se le dice amargamente: Al Gobierno no se le ha ofrecido hasta ahora más protección que la de la Divina Providencia, ni Inglaterra ni la América del Norte han dado hasta ahora síntomas de vida, sin embargo de haber sido el primer cuidado que tuvo el Gobierno, de solicitar su intervención y protección Hauch y otras fuentes recogen abundantemente las gestiones que se hicieron en Estados Unidos. Dos misiones partieron para aquel país con ese propósito, las llamadas misiones de Pujol y Clark. Este Clark (William) era un norteamericano residente en Santiago. Dice Hauch que el 24 de noviembre de 1863, el encargado de Relaciones Exteriores de la Junta, Ulises Espaillat, una figura destacada en la vida nacional por su proverbial honestidad, su reconocida cultura y la naturaleza progresista y liberal de su pensamiento, le escribió a Seward, uno de los más activos promotores del proyecto de tratado de la Bahía de Samaná, desde su posición de Secretario de Estado, invitándolo directamente a llevar a cabo una intervención americana en interés de ambas naciones. Expresaba que el Gobierno provisional no había enviado representación alguna a Europa por respeto a Estados Unidos y en previsión de su apoyo. Y añadía que el común interés de rechazar la intervención europea, hacía posible el establecimiento de un protectorado americano en la República Dominicana. Al mismo tiempo, Benigno Filomeno de Rojas, Vice-Presidente del Gobierno provisional, escribía a Lincoln, solicitando theinterposition of a timely and protectinghand (la interposición de una ayuda oportuna y protectora). Otros dos miembros del gobierno provisional, siempre según Hauch, fueron a Puerto Príncipe para entrevistarse con el Ministro americano B. F. Whidden. Pedían el reconocimiento de Estados Unidos pero en el despacho que el Embajador envió a Washington, afirmaba que Estados Unidos podía adquirir la Bahía y la Península de Samaná con este Gobierno no amigo. Las misiones de Pujol y Clark no fueron recibidas en Washington. El Secretario Seward dio instrucciones al Gustavus Koerner, Ministro americano en Madrid, para asegurarle al Gabinete español que Estados Unidos no había recibido las misiones de Clark y de Pujol ni siquiera en términos informales, ni mucho menos había aceptado sus demandas. Tansill (página 267) nos refiere que el ultimo en entrar a desempeñar la presidencia (José María Cabral) fue un "entusiasta amigo de Norteamérica" y el agente comercial norteamericano Paul T. Jones, confesó a Seward que le tenía a Cabral un alto aprecio personal. En vista de la actual situación, Jones creyó muy pronto iniciar negociaciones para obtener la bahía de Samaná para destinarla a una base naval. Si el Secretario Seward deseaba una base de ese tipo, Jones estaba seguro de que "se podría obtener fácilmente", pero Jones no estaba destinado a llegar a la fama negociando un tratado para la cesión de la Bahía de Samaná a los Estados Unidos
Contrariamente al espíritu de estas gestiones, el pueblo dominicano, y poco queda fuera del pueblo dominicano, después de estas y otras gestiones, supo sacudirse la opresión y el poderío de una nación tan respetable como lo era todavía España. Fue su propia obra. Y es a la vista de esos documentos que Hauch llega a la conclusión, para nosotros muy justa y para el acaso muy deprimente, de que solo al pueblo dominicano debe acreditarse la victoria restauradora. Desde aquí enviamos a Mr. Hauch nuestra consideración más elevada. El Gobierno provisional de Santiago ha debido tener muy justos motivos para considerar que actuaba en nombre del pueblo dominicano y con el más elocuente aplauso, así como el más profundo respaldo de toda la Nación, cuando inesperadamente se le apareció un fantasma cuya sola presencia amenazó con desmantelar toda esta linda tramoya. Son increíbles las sorpresas que se reservan la historia y las jugadas en que se complace enredar a sus personajes favoritos. Cuando nadie podía tener la menor idea de su existencia física misma, puesto que hacía años que se le daba por muerto, se presentó en escena nada menos que el mismísimo Juan Pablo Duarte. Este sí era un lío. Duarte traía sobre sus hombros dos grandes problemas. Era la figura histórica más profundamente venerada por las más grandes masas del pueblo dominicano. Ese era ya un grandísimo problema.
El otro es que era un intransigente y tenaz adversario de toda tendencia, concepción o manejo encaminado a enajenar el territorio nacional. Y era difícil negarle a aquel apóstol un lugar en los momentos en que, como en 1844, se libraba la gran lucha por la consagración de una independencia de la cual él era el forjador más ilustre y consecuente. ¡Qué hacer! La solución era triste pero fácil. Más de veinte años de prédica anexionista constante había logrado endurecer y aún contaminar a los espíritus más puros y Duarte no cabía en aquel escenario. Su destino era el de los fantasmas, disiparse en las sombras. Por eso debe haber producido consternación en el seno del Gobierno provisional, primero la noticia de que Duarte había reencarnado y se encontraba de regreso al país, y después la carta que dirigía al Gobierno desde Guayubín, ya en tierra dominicana y en plan de lucha, demandando un lugar en la dirección de la faena revolucionaria. Arrojado de mi suelo natal por ese bando parricida que empezando por proscribir a perpetuidad a los fundadores de la República ha concluido por vender al extranjero la Patria, cuya independencia jurara defender a todo trance; he arrastrado durante veinte años la vida nómada del proscrito, sin que la Providencia tuviese a bien realizar la esperanza, que siempre se albergó en mi alma, de volver un día al seno de mis conciudadanos y consagrar a la defensa de sus derechos políticos cuanto aún me restase de fuerza y de vida Sus conciudadanos leyeron estas palabras cono si fueran amenaza y más aún cuando continuó la lectura, pero sonó la hora de la gran traición en que el Iscariote creyó consumada su obra, y sonó para mí también la hora de la vuelta a la Patria. Creo, no sin fundamento que el Gobierno Provisorio no dejará de apreciar luego que me comunique con él personalmente lo que he podido hacer en obsequio de nuestra justa causa. La carta, firmada en Guayubín, el 28 de marzo de 1854, tenía el tono de un fundador de la Patria que se reintegra al corazón de sus compatriotas, con un látigo en las manos. El Gobierno se apresuró a dejarle entender sin muchos tapujos y no poca grandilocuencia que no descubría muchas diferencias entre él y cualquier otro ciudadano: Señor General: El Gobierno Provisorio de la República ve hoy con indecible júbilo la vuelta de Ud. y demás dominicanos al seno de su Patria. Nada más satisfactorio para el pueblo dominicano que la prontitud con que los verdaderos dominicanos responden al llamamiento de la Patria; de esa Patria sostenida con el heroísmo y la sangre de sus hijos. Por un momento llegó a desaparecer nuestra Independencia, y el pabellón de nuestra gloria se vio sumido en el olvido, mas quedaba fijado en el corazón de todos los dominicanos
ANEXION A ESTADOS UNIDOS: Tan pronto como se firmó el tratado, Babcock entregó al Gobierno la suma de $150,000 dólares y partió acompañado de Sacket el 4 de diciembre de 1869 para Samaná con el propósito de izar allí la bandera norteamericana y echar la bandera dominicana en el safety can. Cuenta un emocionado testigo que aquello fue un verdadero acontecimiento espiritual. El domingo siguiente, después de haberse izado la bandera americana, estuve presente en los servicios de la Capilla americana wesleyana. Todo el local estaba lleno de personas bien vestidas, reposadas, constituyendo una congregación devota, que había venido a dar gracias a Dios por las bendiciones que en breve recibirían por el establecimiento de un buen Gobierno. El Capellán, Reverendo Jacob James, pronunció un sermón vigoroso y bien razonado sobre el carácter del gran cambio político que en breve ocurriría La escena fue conmovedora, pues toda la congregación, compuesta por varios centenares de personas, recibió sus palabras con lágrimas y sollozos de alegría y gratitud. El conmovido testigo que así informaba al Secretario de Estado Hamilton Fish era nada menos que el Coronel Fabens. Y si la congregación era wesleyana y su ilustre reverendo era Mr. James, difícilmente podía manifestarse allí la más microscópica vibración de la espiritualidad dominicana. Esa espiritualidad se estaba depurando a cañonazos en San Juan donde el General Cabral, después de suscribir una protesta pública por aquella ignominia, había desatado una ofensiva con éxito, derrotando a las tropas gobiernistas después de sendos combates que duraron tres horas y derramaron ríos de sangre en Viajama y el Túbano.
Por su parte, Luperón había lanzado su propia protesta desconociendo al Gobierno de Báez. Llovieron las exposiciones al Senado dominicano y al Departamento de Estado de Estados Unidos condenando la enajenación del territorio nacional, firmadas por prestigiosos hombres públicos, José Gabriel García entre ellos. Los periódicos independientes libraron, según refiere éste mismo, una batalla impresionante. Hubo un nuevo alzamiento en Guainamosa. Otro en Puerto Plata. Y aún una trama sofocada a tiempo en la misma Capital. El Gobierno fusilaba a troche y moche. Pero la guerra continuaba. Tampoco en los Estados Unidos había terminado todo. Quedaba por delante la batalla en las Cámaras y allí el proyecto tenía que superar una montaña llamada Sumner. Charles Sumner (1811-1874) era una noble figura. Después de graduarse de abogado en 1830 y ejercer su profesión en el clima distinguido de Boston pasó tres años en Europa en la flor de su juventud y de su talento. Como fruto tal vez de esas experiencias, abrazó la causa abolicionista y se convirtió en uno de los líderes más destacados de ella, antes y después de la Guerra Civil. Sumner Welles, su hijo, piensa que este campeón de los «derechos humanos» como se dice hoy, vio en el proyecto de anexión de Santo Domingo a Estados Unidos una amenaza para la independencia de Haití. Es un hecho que durante una conversación que sostuvo Sumner con el ubicuo Coronel Fabens la preguntó si éste creía que la anexión se detendría con Santo Domingo. —¡Oh, no! – Contestó el enviado dominicano- usted debe poseer también a Haití Y no fue solo Sumner quien vio las cosas de esa manera. El representante haitiano en los Estados Unidos dirigió una protesta al Departamento de Estado alegando que el proyecto de anexión de Santo Domingo constituía una amenaza para la independencia de su país. La verdad es que en los Estados Unidos, y en la misma España, desde 1795 en que la cedió por esa razón, esta isla se consideraba perdida por la preponderancia de la raza negra. Y lo más probable es que Sumner no se detuviera en hacer distinciones metafísicas respecto de un lado y del otro. Lo importante es que para este hombre ilustre la dignidad humana estaba por encima de las configuraciones raciales y de los prejuicios que en ellas se alimentan. A esa convicción consagró el último aliento de su vida y no solamente su posición en el Senado. Pero derrotó al Presidente Grant y redujo el proyecto a un episodio más de los muchos que decoran la azarosa vida histórica de este país. El punto culminante de su propia vida fue el discurso que pronunció Sumner cuando el proyecto fue presentado ante el Senado: La resolución ante el Senado obliga al Congreso a tornar parte en una sangrienta danza macabra. Constituye ese paso una medida de violencia. Ya se han dado varios, y ahora se le pide al Congreso que de uno más.
El propósito de esta resolución, como lo demostraré es comprometer el Congreso en una política de anexión. Es un paso más en una medida de violencia que ha sido iniciada y mantenida hasta ahora por la violencia Como Senador, como patriota, no puedo ver a mi país, permitiendo que su buen nombre sufra sin hacer un esfuerzo para evitarlo. Báez es mantenido en el poder por el Gobierno de los Estados Unidos para que pueda traicionar a su país. La Isla de Santo Domingo, situada en aguas tropicales, y ocupada por otra raza, no podrá convertirse jamás en una posesión permanente de los Estados Unidos. Podréis tomarla por la fuerza de las armas o por la diplomacia, cuando un escuadrón hábilmente manejado puede más una que un ministro; más la jurisdicción impuesta por la fuerza no puede perdurar. Ya un estatuto superior ha entregado esa Isla a la raza de color. Es suya por derecho de posesión, por estar mezclado su sudor y su sangre con la tierra, por su posición tropical, por su sol reverberante y por la inalterable naturaleza de su clima. Tal es el mandato de la Naturaleza que no soy yo, por cierto, el primero en reconocer. Santo Domingo es el primero de un grupo predestinado a la independencia en el Mar Caribe, y hacia el cual nuestro deber es tan evidente como lo son los Diez Mandamientos En Sumner se escucha la imponente resonancia del discurso de Montesinos en los albores de la colonización y, unos tres siglos después, el de Correa y Cidrón pronunciado en la universidad, ambos a dos pronunciados delante de los encomenderos. Como consecuencia de esta apelación vehemente al corazón humano y al sentimiento de la justicia universal, Sumner fue separado de su cargo como líder de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado por el presidente Grant. No mucho después se le acusó injustamente de insultar a los soldados de la patria al proponer cierta resolución acerca de los nombres de las batallas de la Guerra de Secesión y, completamente amargado por la falta de nobleza de sus adversarios, asistió a los debates que su propia causa promovía en el Senado. La acusación no prosperó y pudo tener la satisfacción de oír que era absuelto entre las más cálidas manifestaciones de respeto. Sumner se retiró a su casa y aquella misma noche cayó fulminado por la angina pectori.
Murió lleno de tristezas porque su mujer, a quien amaba, se había divorciado de él no mucho antes. Tal vez no se habían apartado todavía de su pecho las amarguras que le había producido el abrazarse a una causa hermosa y justa cuando las donaciones y las concesiones andan por medio. Y por fin el presidente Grant quedó libre de un adversario de gran talla. Pero en muchos lugares y sobre todo en la memoria de las generaciones quedó para siempre la resonancia de su bello discurso: La resolución ante el Senado obliga al Congreso a tomar parte en una danza macabra. Báez no había dejado solo al presidente Grant y a sus acólitos en la lucha por el tratado.
En Santo Domingo resucitó el procedimiento de Santana convocando a un plebiscito para cuya aprobación contaba con todos los recursos habidos y por haber. El Mayor Perry, quien había sustituido a Smith por la renuencia de éste a suscribir los desafueros de Báez, firmó en su calidad de Cónsul o Agente Comercial en la República Dominicana el proyecto de tratado pero no se adhirió a los procedimientos puestos en práctica para imponer su aprobación. No cesó de reportar los abusos y los atropellos de que era testigo, denunció que las cárceles estaban llenas de opositores y que se amenazaba con el fusilamiento o la proscripción a toda persona que intentaba la más mínima protesta. Un ciudadano norteamericano que poseía concesiones en las salinas de Monte Cristy desde los tiempos de la Reanexión española, también se pronunció contra estas maquinaciones gubernamentales. Fue a parar a las cárceles baecistas, se le despojó de sus bienes y creó un tremendo embrollo en Washington que contribuyó a nublar las perspectivas del proyecto. Todavía su caso, perpetuado en un expediente de los archivos de Washington conocido por el HatchReport, pues se llamaba Davis Hatch, constituye objeto de apasionante estudio. El plebiscito se llevó a cabo el 19 de febrero de 1870 y arrojó un lindísimo resultado: 15,159 votos a favor contra 11 en contra. Se dice que estos once votos fueron emitidos por el propio Báez, a quien le pareció que la unanimidad absoluta podía no resultar convincente. Y no debe haber dejado de producir sus efectos porque el tratado no fue rechazado de plano tras el brillante discurso de Sumner. Uno de los partidarios de la mutual Grant-Báez propuso en su lugar el envío de una Comisión para investigar la situación real en Santo Domingo. La llamada proposición de Morton prosperó y la Comisión vino a Santo Domingo. Esta es la misma Comisión a que nos hemos referido mucho más atrás, al ilustrar las concepciones prevalecientes en nuestro país en torno a esa institución peculiar que denominamos terrenos comuneros. El informe resultó sumamente interesante para quien conociera a fondo el país y hoy, la altura de casi un siglo, constituye un verdadero monumento histórico. Posee el inmenso valor de estar compuesto por una serie abundante de testimonios directos que, aunque en muchos aspectos eran ajustados al propósito de favorecer la anexión, escapaban al control de los comisionados. Pero este valor inapreciable hoy, no se manifestaba como tal al Senado de 1870 en Estados Unidos y por fin el tratado fue definitivamente rechazado.
Al Presidente Grant no le quedó más remedio que resignarse y decidirse a remendar su prestigio, con lo cual demostró que no estaba construido de la misma pasta que el Presidente Báez La pasta de Báez era indudablemente de una consistencia mucho más sólida. Era un cíclope. Tenía un solo ojo rígidamente fijo en un propósito inquebrantable, como el cañón Bertha de largo alcance que bombardeaba a París en 1918. Cuando el tratado perdió interés, cambió de puntería. En vez de regalarle el país a los Estados Unidos decidió vendérselo a una compañía privada. Esta operación era mucho más cómoda puesto que si algún Congreso tenía que intervenir, era el suyo. Y por allí andaban Fabens y Cazneau.
La historia dominicana parece complacerse en mostrar que sus luchadores más tenaces, más inquebrantablemente adheridos a la directriz de su pensamiento, más hábiles en sortear los obstáculos y en perseguir sus objetivos, han sido aquellos que se han colocado exactamente en dirección opuesta a la voluntad del pueblo.
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