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Argentina en la época de rosas (1829-1852) (página 2)

Enviado por hpr1974


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5. Las Ideas Políticas De Rosas

El hombre del orden y el Restaurador de las Leyes.

"¡Odio eterno a los tumultos! ¡Amor al orden! ¡Obediencia a las autoridades constituidas!"

Sus últimas palabras en la proclama que hiciera en octubre de 1820 resumen claramente el pensamiento de Don Juan Manuel. Por esto Andrés Carretero lo categorizaría como "el hombre del orden". Había llegado al gobierno de Buenos Aires en 1829 y 1835 como el "defensor del orden", como el "restaurador de las leyes", como el garante de la paz y la tranquilidad que había que imponer fuera como fuere. Tanto si se trataba de una revolución nacional de independencia (como la de 1810) como de un golpe de estado como el de Lavalle en 1828, toda alteración del orden social y económico normal podían afectar la "estabilidad necesaria" para los negocios. En ambos casos, la movilización del campesinado (a través de la leva forzosa, o de la sublevación contra un gobierno como el de los unitarios) podía amenazar las "naturales" jerarquías sobre las que se asentaba la dominación terrateniente en el campo.

En este aspecto también fue fiel a su clase: había que ordenarlo todo, supervisarlo todo para que los intereses de los estancieros no se vieran perjudicados por la "anarquía", por el desorden. Carretero afirma:

"Rosas concebía un ordenamiento social dividido por estamentos, con mucho de raíz feudal, donde estaban los muy ricos, los menos ricos y los pobres; los poseedores y los desposeídos; los que mandaban y los que obedecían; los nacidos para progresar y los que estaban destinados a vegetar. No era un orden cerrado o arbitrario, pero sí muy difícil de violar."

En sus "Instrucciones a los mayordomos de estancia" se puede ver la organización minuciosa de todas las tareas del campo. No se admite allí la improvisación.

Y es acertado allí Rosa cuando habla de que si Rivadavia es sinónimo de reforma, Rosas es sinónimo de restauración. Restauración de las leyes, restauración y consolidación de las estructuras del viejo orden colonial del cual era heredero. Detrás de la demagógica consigna "dorreguista", que pretendía restaurar el gobierno legítimo de los federales porteños contra la usurpación unitaria, se esconde la gran verdad: para él la revolución de mayo no fue más que un "motín de porteños afrancesados", y extrañaba "aquellos tiempos en los cuales el orden reinaba en las campañas". Él sería el encargado de consolidar aquella tendencia inaugurada por el saavedrismo en 1810: romper los vínculos políticos con las metrópolis coloniales pero mantener intacto el orden socioeconómico feudal preexistente.

El federalismo y la Constitución

En 1829, Rosas le escribía a Guido, Díaz Vélez y Braulio Costa para informarles que "el General Rosas es unitario por principio, pero que la experiencia le ha hecho conocer que es imposible adoptar en el día tal sistema porque las provincias lo contradicen, y las masas en general lo detestan, pues al fin sólo es mudar de nombre." Y en 1832, en carta a Quiroga, dice que "siendo federal por íntimo convencimiento, me subordinaría a ser unitario si el voto de los pueblos fuese por la unidad."

Verdaderamente, los lineamientos teóricos del federalismo o del unitarismo le importaban a Juan Manuel, como afirma Barba, "un bledo". Así, adoptó la denominación federal para imponer, sin la reacción que motivaron los proyectos unitarios en 1819 y 1826, su modelo porteñista. Y además, favoreció el localismo provincialista, dividiéndolo y restándole así la potencialidad de un poder conjunto opositor.

Es básico distinguir entre localismo y federalismo, ya que mientras que el primero sólo mira por los intereses regionales sin tener en cuenta al conjunto del país, el federalismo propone una inserción igualitaria de cada región en una unidad mayor: la nación.

"Para mejor mantener su preeminencia, la oligarquía bonaerense estimuló el localismo y separatismo, una pieza de los cuales eran las aduanas interprovinciales. El rosismo tenía así al interior bajo su dependencia, mientras él comerciaba con los ingleses e introducía sus manufacturas."

Era este el objetivo fundamental de la política rosista: tener la suficiente libertad de acción para manejar el negocio del saladero y la importación y exportación. Y con ese fin se opondría tanto a las potencias extranjeras que intentaron "copar" sus privilegios como a aquellos líderes provinciales que pugnaron por un federalismo más coherente, e incluso a la oposición porteña. De esta manera, "el federalismo fue convertido en un instrumento de preservación de las bases de la dispersión feudal del país, del latifundio y la opresión feudal de las masas."

Mientras que el federalismo fue un instrumento político adecuado para facilitar la unión nacional, de la mano con el ascenso del capitalismo (por ejemplo, en Estados Unidos), el localismo rosista (que tuvo su equivalente en otros caudillos latinoamericanos) sólo mantuvo la dispersión territorial, de la mano de las relaciones feudales de producción.

Otro punto que es considerado a veces como punta del pensamiento federal rosista es el Pacto del –Litoral de 1831, también conocido como "Pacto Federal". Como vimos, este pacto se había forjado como una alianza de las provincias del litoral contra la amenaza de la Liga del Interior. En síntesis, consistía en lo siguiente:

  • Ligaba a las provincias firmantes a una alianza ofensivo-defensiva contra cualquier ataque, interno o externo (obviamente se tiene en mente a la Liga Unitaria).
  • Se comprometían a no firmar tratados por separado ni dar asilo a un criminal huido.
  • Los habitantes de las provincias firmantes gozaban de la franqueza y seguridad de entrar y transitar con sus buques y cargas en todos los puertos, ríos y territorios.
  • Cualquier provincia podía entrar en la Liga.
  • Se conformaría una Comisión Representativa compuesta por un diputado por provincia, y cuyas atribuciones serían declarar la guerra y firmar la paz e invitar a las demás provincias a unirse y organizar un Congreso "cuando estén en plena paz y tranquilidad".

Una vez obtenida la victoria sobre los unitarios, Rosas intenta mantener en statu quo la situación de la Confederación, debido a que la Comisión le representaba una posible merma en su libertad de acción. Es así que tiempo después retiró el diputado bonaerense de dicha Constitución y siguió manejando las relaciones exteriores de la flamante Confederación. A su vez, las otras provincias, una vez derrotada la intentona unitaria, accedieron a adherirse al Pacto, que todavía en la letra ponía preeminencia en la organización de un congreso, y en que las relaciones exteriores sólo serían detentadas por Rosas hasta la sanción definitiva de una constitución. Por supuesto, esta constitución no iba a dictarse nunca mientras durara el gobierno de Rosas.

En este punto, el gobernador porteño es claro: la Constitución no puede dictarse porque el país aún no está "preparado". Ibarguren afirma:

"… reunir un Congreso Constituyente significaba crear autoridades superiores a Buenos Aires (…) Manteniendo a los estados sólo en unión de hecho o vinculados por pactos o alianzas, la influencia del gobierno porteño gravitaría siempre sobre ellos en forma decisiva."

Y Rosas afirma en la famosa "Carta de la Hacienda de Figueroa" de 1834 (tantas veces presentada como fuente teórica del federalismo):

"Si en la actualidad apenas se encuentran hombres para el gobierno particular de cada provincia, ¿de dónde se sacarán los que hayan de dirigir toda la República? ¿Habremos de entregar la administración general a ignorantes, aspirantes, unitarios y a toda clase de bichos?"

Su objetivo era claro. Mientras las provincias siguieran siendo "inmaduras" y sin posibilidades de tener "dirigentes aptos", la constitución era imposible, y él y su grupo continuarían manejando las relaciones exteriores, la Aduana y el puerto, el comercio exterior y el poder de discreción en intervenir en cualquier provincia basado en su poder económico hegemónico sobre todo el país. Estas deficiencias en el pacto fueron las que motivaron la oposición de Corrientes, dirigida en ese momento por Pedro Ferré.

La política del terror

La imposición del régimen rosista se logra entre los sectores disidentes por medio del terror. Cualquier opositor al régimen pasaba a ser clasificado como "salvaje unitario" y era pasible de las medidas represivas de la "Santa Federación". El aparato represivo consistía en dos instituciones fundamentales (que conformaban una unidad de acción): una era la Sociedad Popular Restauradora, agrupación de casi dos centenares de hacendados, "gente decente", que digitaba y decidía acerca de las víctimas y de los castigos o torturas; y la otra era la Mazorca, brazo ejecutor de los hacendados, constituido más bien por matones de las clases más humildes (gauchos, etc.) relacionados con sus patrones por el vínculo feudal del peonaje. De esta manera, las decisiones eran de la Sociedad, y los asesinatos, de la Mazorca.

En general, el terror se utilizó contra aquel sector "ilustrado" de las clases dominantes, que se conocía como el de los "doctores", intelectuales urbanos de levita. Y en muchos casos, la política de intimidación o asesinato de opositores contó con la simpatía de los sectores humildes, ya que se destinaba contra un sector culturalmente muy alejado de su forma de vivir, de actuar y de pensar. Este hecho fue el utilizado por el rosismo para crear una identificación entre hacendados-"gauchos" federales y las masas rurales, en contra de los unitarios. Con el tiempo, serían calificados de unitarios todos aquellos que expresaran la crítica hacia el gobernador, incluso aquellos que se autodefinían como federales. Se nota también, como forma de imponer la "divisa federal", el uso obligatorio de la divisa punzó o roja y la fobia oficial hacia todo lo que tuviera color celeste. (También a través de la sensación visual el rosismo intentó disciplinar a terratenientes y peones "federales".)

¿Es, como afirma Vivian Trías, una dictadura de las masas a través del caudillo, o es una política de represión sistemática contra la mayoría del pueblo?

Cabe destacar que hubo en la práctica sólo dos momentos en los cuales la clase de los terratenientes porteños se "distancia" del gobernador: la crisis que finaliza con la "revolución de los restauradores", en donde Encarnación se queja del poco compromiso de la "gente decente" y alaba a la peonada; y en la resistencia a los bloqueos internacionales, ya que afectaban los negocios de muchos importadores y exportadores. Pero durante toda su gobernación, los terratenientes "federales" se mantuvieron leales y demostrando que el gobierno rosista servía a su causa.

Además, no debemos olvidar otros "detalles":

"Un detalle esmeradamente olvidado por la historia es que la dictadura de Rosas fue todavía menos cortés con los gauchos que con los unitarios. (…) En la página más dramática de Far away and long ago cuenta Hudson cómo ni los ruegos de la madre ni la intervención fervorosa de sus patrones pudieron salvar a un chico de catorce años de la leva ordenada por Rosas. Otro día, un payador (…) inicia su balada con una alusión al año cuarenta, cuando es interrumpido por un gaucho –al que se le suman los demás- que le prohíbe la evocación de aquel año que fue como una plaga para los gauchos bonaerenses."

También cabe mencionar, como un atenuante de la utilización del terror, tal como opina Juan Pablo Oliver, que las justas pretensiones de las provincias y los ideales de los opositores demócratas se mezclaron con las ambiciones de las potencias extranjeras, fundamentalmente de Francia, que estuvo detrás de más de una sublevación y que intentó transformar la resistencia y la caída de Rosas en una palanca para fortalecer su dominación en estas zonas de América del Sur. Es por eso que el terror se multiplicó en la época de las grandes confabulaciones de 1839. Aun así, el problema es que el terror no representó más que a las aspiraciones de una exigua minoría oligárquica, que no retrocedió en sus conexiones con las potencias extranjeras, de las que eran intermediarios comerciales o socios accionistas, y a las que permitieron penetrar profundamente en el mercado argentino (aun habiéndolas resistido en su intento de agresión militar).

6. Las Intervenciones Extranjeras

El conflicto con Francia

Observando las relaciones íntimas entre el comercio extranjero (fundamentalmente inglés, en menor medida francés) con el gobierno de los hacendados bonaerenses, puede parecer paradójico que durante el período tratado se hayan enzarzado tanto Inglaterra como Francia en luchas contra la "Confederación".

José María Rosa interpreta estos conflictos como una agresión imperialista de las potencias europeas, motivada por el carácter nacional del gobierno rosista, que había dictado la Ley de Aduanas para beneficio de la industria nacional y que no permitía a los capitalistas franceses e ingleses un libre accionar en todo el Plata. No le falta razón en parte, pero su interpretación no deja de ser simplista y unilateral, porque sólo ve algunos aspectos, y descuida las relaciones íntimas entre el rosismo y muchos comerciantes ingleses, por ejemplo.

Si bien la etapa del imperialismo moderno comienza recién en el último cuarto del siglo diecinueve, con una masiva exportación de capitales y la conquista del mundo por las grandes potencias, la política de Inglaterra y Francia en la década de 1840 no dejaba de ser colonialista e imperialista en un sentido más general, y no era desinteresada ya que su objetivo era conseguir mercados y fuentes de materias primas que fuesen útiles a sus economías capitalistas en ascenso. La competencia entre ambas será muy importante en la política del Plata.

En realidad, el comercio rioplatense estaba dividido entre la influencia inglesa (muy fuerte en Buenos Aires) y la francesa (creciente en especial en Montevideo). Alfredo de Brossard es claro:

"Así, mientras nosotros enviamos al Plata nuestros productos de lujo, nuestras telas de Lyon, nuestras joyas, nuestros relojes, nuestros artículos de París y mercadería sobrante, como los vinos de Burdeos y otros, productos todos extraños a la industria y producción inglesa, Inglaterra por su parte exporta productos manufacturados de buena clase, cuchillos, tejidos de Manchester y Birmingham y carbón."

Finalmente Francia se decide a acometer para conseguir desplazar a Inglaterra en el dominio comercial del Plata. Así, Leblanc, quien ordena el bloqueo de Buenos Aires y todo el litoral, dice:

"Es probable que con los aliados que los agentes franceses se han procurado y los recursos puestos a su disposición, triunfaremos sobre Rosas; pero sería más seguro, más digno de la Francia, enviar fuerzas de tierra que, unidas a las de don Frutos [Rivera] y de Lavalle concluirían pronto con el monstruo y establecerían de una manera permanente en el Río de la Plata la influencia de la Francia…"

Era imprescindible desplazar a Rosas y al comercio inglés del Plata para ocupar su lugar. Y esta declaración del francés pone claramente de manifiesto el error de los unitarios de Montevideo y de Lavalle, que para derrocar al gobernador porteño buscaron un apoyo exterior tan peligroso como el que tenía Rosas. Hubiese sido cambiar a los ingleses por los franceses.

Y el conflicto se desata por una cuestión nimia: el pedido de liberación del detenido francés Hipólito Bacle. El gobierno francés pide una equiparación con la situación de los ingleses, que habían firmado en la época de Rivadavia un tratado de comercio y navegación que otorgaba a la rubia Albión el trato de nación más favorecida. La negativa de Rosas tuvo como contrarrespuesta el bloqueo del puerto de Buenos Aires por la escuadra francesa. Bloqueo que se mantendría desde 1838 hasta 1840, o que motivó una preocupante disminución de las rentas aduaneras. La carestía movió a Rosas a decretar cesantías de empleados, rebajas de sueldos, reducción del presupuesto universitario, etc.

Y también rechazó al enviado santafesino Domingo Cullen, quien buscó la paz con los franceses en negociaciones con potencias extranjeras, ya que entendía que el conflicto con los franceses era meramente local con Buenos Aires, y que la resistencia de Rosas afectaba al Litoral.

Mientras tanto, la intervención francesa movió a los unitarios de la Banda Oriental y a las fuerzas del interior comandadas por Lavalle a buscar la alianza con los franceses. Pero todas las expectativas de la expedición de Lavalle finalizaron cuando, en 1840, a los franceses los complican otros problemas en la pugna en la zona del Cercano Oriente y deciden hacer la paz con Rosas. El gobierno francés envía al barón de Mackau a negociar. El tratado estipuló que el gobierno bonaerense reconocía y sometía a arbitraje los reclamos que habían desencadenado la guerra, que Francia levantaba el bloqueo, que se proyectaría un nuevo tratado entre Argentina y Francia y que se otorgaría a los súbditos franceses la cláusula de nación favorecida. La altiva Francia debía reconocer que estaba negociando en pie de igualdad con un país supuestamente débil y el prestigio de Rosas trepó hasta las alturas. Solucionado el conflicto externo, Rosas tendría tiempo de ocuparse de la disidencia del interior.

La intervención anglo-francesa

Sometida ya la Liga del Norte y la oposición litoral en Arroyo Grande, Oribe, siguiendo órdenes de Rosas, inicia las acciones contra Montevideo, que tenía coligados a unitarios, riveristas y franceses. El 22 de enero de 1841, además, Rosas va a dictar un decreto declarando cerrados los ríos Uruguay y Paraná a la navegación de todo buque que no sea patentado por el gobierno de la Confederación Argentina bajo pabellón nacional. Montevideo quedaba aislado del Litoral. La actitud de Rosas y la nueva política de apertura fluvial que propugnaba Paraguay desde la muerte de Gaspar Francia en 1840, además de la creciente influencia que había alcanzado la comunidad británica en Montevideo en los últimos años, hicieron que Inglaterra se colocara momentáneamente del lado de los montevideanos, reclamando junto con Francia en una misión conjunta la necesidad de "arreglar el asunto" y solucionar el conflicto de la navegación de los ríos.

Pero sin embargo Rosas desoye a la embajada y el 16 de febrero de 1843 Oribe pone sitio a Montevideo. Este sitio se prolongaría hasta la claudicación de Oribe frente a la acción de Urquiza en 1851.

Entretanto, Montevideo decidió designar cónsul en Londres al general O’Brien, que comenzó a hacer en Inglaterra una campaña de adhesiones en repudio de la política de Rosas, incitando incluso a sectores religiosos por la intolerancia del gobierno de Buenos Aires. Estaban ya jugadas las cartas para que Inglaterra se decidiera a imponer por la fuerza la apertura de los ríos. Y finalmente se le uniría Francia, a quien también perjudicaba el sitio, aunque hubo un fuerte debate interno en el gobierno galo. No debemos dejar de lado la rivalidad vigente entre las dos grandes potencias, que sólo se unieron en pos de un objetivo puntual: liberar los ríos e intentar doblegar a Rosas y a sus restricciones comerciales. Incluso Brasil, decidido a incrementar su influencia en el Plata, vio con simpatías la intervención anglo-francesa y Paraguay, que también estaba interesado por la apertura fluvial, se sumó a la lista. Entonces, el cuadro de situación es un rompecabezas en el cual cada país buscaba asegurar su predominio sobre la cuenca del Plata: Inglaterra y Francia, efímeramente unidas, tenían cada una sus propios objetivos. Informa Cady: "Inglaterra preferiría llegar a un arreglo directo con el gobierno de Buenos Aires y estaba lista a oponerse tanto a los planes de Francia como de Brasil."

En 1845 el gobierno inglés y el francés enviaron una nueva misión (Ouseley-Deffaudis) que exigió el levantamiento del sitio, pero fue desoída por Rosas. Inmediatamente, las potencias europeas, interviniendo prepotentemente en conflictos internos de naciones soberanas, declararon el contrabloqueo a Buenos Aires. Cady nos cuenta:

"Los representantes europeos recurrieron por último con gran desgano a la medida extrema de bloquear Buenos Aires. Los numerosos súbditos británicos y franceses que vivían en la capital argentina se oponían a ello en forma unánime."

Frente a la agresión extranjera, Rosas defendió la soberanía argentina con uñas y dientes. Y el repudio contra la intervención europea aglutinó al pueblo argentino. Así, es necesario destacar la actitud de Rosas:

"Fue indudablemente una actitud de defensa de la soberanía nacional que concitó el apoyo popular, aunque estuviera mediatizada por la condición de clase de Rosas y la estrechez provincial de sus miras. Por ejemplo, por su defensa del cierre a la navegación de los ríos y el puerto único, no podía lograr la adhesión de las provincias del Litoral, lo que explica, no justifica, la intención de los gobiernos de estas de lograr un acuerdo por separado con las potencias agresoras."

El episodio más heroico de la defensa contra la intervención fue el combate de la Vuelta de Obligado, que finalizó en derrota y permitió a la escuadra conjunta comerciar con el Paraguay. Sin embargo, la feroz resistencia de los patriotas le hizo muy difícil el viaje, y disminuyó la fuerza y la confianza de las potencias invasoras. Finalmente, luego de cinco años, las presiones de las casas de comercio inglesas y francesas, más la intransigencia de Rosas, llevaron a las potencias a negociar. En 1849 la situación se normalizó con Inglaterra (tratado Arana-Southern) y algo más tarde, en 1850, con Francia (tratado Arana-Leprèdour). Afirma Paso:

"Las convenciones (…) muestran que nada de fondo se modificó en las relaciones entre la oligarquía latifundista y sus socios ingleses y franceses."

Esto no puede menoscabar el valor de la resistencia y el éxito final en evitar la imposición extranjera por la fuerza. La defensa de la soberanía debió haberse colocado por encima de las disputas internas para evitar que las potencias agresoras usaran esas contradicciones para avanzar. Por lo tanto, no se puede justificar la alianza de los propios argentinos con ingleses y franceses. San Martín escribía en 1839:

"Pero lo que no puedo concebir es el que haya americanos que por un indigno espíritu de partido se unan al extranjero para humillar a su patria y reducirla a una condición peor que la que sufríamos en tiempos de la dominación española. Una tal felonía ni el sepulcro la puede hacer desaparecer."

En reconocimiento por la defensa contra la agresión extranjera, San Martín legaría a Rosas su sable con el que había luchado, años antes, en la guerra de la independencia.

7. La Oposición

Unitarios y federales; rosistas y doctrinarios

Las fuerzas políticas existentes en la época en la que Rosas llega al poder son, básicamente, dos: la de los unitarios y la de los federales. Gastiazoro nos informa de sus características generales:

"El primero [los unitarios] (…) expresaba fundamentalmente a los grandes comerciantes porteños y a sus socios del interior. Sostenía al librecambio y mantenía la política del puerto único, debido a que la fuente principal de sus ingresos como clase estaba en la intermediación de importaciones y exportaciones.

Por su parte, el partido federal presentaba una extraordinaria heterogeneidad de ideas, llegando a predominar en él las tendencias a la disgregación provincial (…) en función de los enfrentamientos entre caudillos locales (…). Si bien muchos de sus líderes pugnaban por formar una confederación, al estilo de (…) Norteamérica, siendo el caso más notorio el de Artigas (y con mayores limitaciones Manuel Dorrego y Pedro Ferré), esta idea siempre chocó con la oposición de la mayoría de los terratenientes bonaerenses, cuyo ‘federalismo’ se caracterizaba por tratar de mantener para sí la exclusividad del puerto y la aduana."

En definitiva, ambos partidos diferían en la forma, no en el contenido. Lucharían por imponer su método particular para conseguir la inserción de la Argentina en el comercio mundial. Afirma Floria:

"El federalismo porteño (…) coincidiría con el unitarismo en imponer la hegemonía porteña a las demás provincias. La diferencia consistió básicamente en el medio elegido para lograr ese resultado. Para los unitarios (…) era una estructura legal, una constitución. Para los federales era una cuestión de política práctica, un asunto de alianzas que se ejecutaría según las necesidades concretas del momento."

Además de las diferencias políticas, cabe anotar las profundas diferencias culturales existentes entre ambos bandos. El sector unitario estaba mayoritariamente compuesto por los llamados "doctores", un sector de la oligarquía que se identificaba mucho más con la ciudad, con los modales cuidados de las "tertulias" y reuniones privadas. Un sector que estaba en contacto con las últimas ideas europeas y admiraba a su intelectualidad. Muchos intelectuales de las ciudades adscribieron al unitarismo. Su cultura aristocrática y urbana se reflejó en un profundo desprecio por las clases populares y el campo. Según las propias confesiones de algunos de sus representantes, como el José María Paz, el conjunto del pueblo no estaba junto a ellos. Si bien algunos sectores pudieron expresar corrientes más democráticas y progresistas, nunca compartieron las pautas culturales de gauchos y campesinos. Su proyecto de unificar al país sin respetar las autonomías provinciales y su marcado espíritu antipopular los condenaron al fracaso, y volcaron al conjunto de las masas populares al bando federalista. Sus intentos de dotar al país de una legalidad constitucional terminarían en rotundas derrotas, porque nunca tuvieron en cuenta la opinión de los pueblos.

Sin embargo, sus inmediatos rivales, del lado "federal", no serían tampoco la gran solución para los pobres del campo y la ciudad. Entre sus filas contaron auténticos federalistas, como Artigas, hasta acérrimos localistas, como Rosas. Bajo su ropaje rojo y populista existieron varias líneas políticas:

  • aquellos que verdaderamente pretendían una unificación nacional que tuviera como premisa el respeto por las autonomías de las provincias (incluso con posiciones proteccionistas de las industrias locales como la del correntino Ferré);
  • aquellos que sólo querían defender el aislamiento de sus provincias, confundiendo el federalismo (que implica una unión nacional) con el localismo, que solo piensa en la estrechez de su provincia;
  • aquellos que, gobernando en la provincia de Buenos Aires, tan solo pretendían mantener su predominio económico y dieron la espalda al país interior. En esta última categoría encontramos a la política de Rosas.

Los líderes del federalismo siempre fueron de la clase terrateniente, y por lo tanto sus puntos de vista, a veces muy lúcidos en cuanto a la organización nacional, siempre estuvieron teñidos de su particular punto de vista de clase. Es por eso que muchos de ellos escogieron el camino del localismo y la defensa del particularismo regional antes que la organización nacional.

Sus figuras fueron los caudillos, los "hombres fuertes", aquellos que carismáticamente se transformaron en "directores" de amplias masas populares, que los seguían por haberse identificado con la cultura del campo, de lo autóctono, de la religión y las costumbres vernáculas. El caudillo federal aparecía como un "gaucho", amante de las tradiciones del campo, y con esa imagen cautivó a aquellas masas rurales que, movilizadas con la guerra de la independencia, buscaban un lugar en la lucha política posrevolucionaria. No obstante, los caudillos no dejaron nunca de ser grandes terratenientes, y lo que en rigor hicieron fue utilizar el apoyo popular para afianzar su poder pero sin poner nunca en entredicho su dominación de clase y sus privilegios políticos y sociales. Desviaron el odio popular hacia la élite unitaria pero afianzaron las relaciones de producción feudales y el sistema económico heredado de la colonia.

En este espectro político, Rosas es el caudillo federal por excelencia, el que aparece como el "gran padre" para gauchos y peones, el que "se hace gaucho como ellos", para dominarlos y dirigirlos por senderos que no estorben a la aristocracia terrateniente. Y su maniobra política fundamental es crear una división entre todos aquellos que lo apoyan (los partidarios de la "Santa Federación") y todos los que se le oponen (que, en adelante, pasarán a ser, independientemente de su pensamiento político, los "salvajes unitarios"). Así, el descontento popular es descargado en los "enemigos" de la federación y atacados como tales. A esto contribuiría el desprecio de la élite unitaria para con el pueblo llano.

Un ejemplo característico de esta participación popular en la oposición a los antirrosistas es el caso de la "Revolución de los Restauradores", en la que es el gauchaje y el pueblo llano el que participa en el derrocamiento de los federales "lomos negros", que si bien parecían proponer medidas progresistas como la redacción de una constitución y se quejaban contra el personalismo de Rosas, estaban socialmente más cerca de los "doctores" que de los gauchos rosistas. Así, una lucha interna entre dos sectores de las clases dominantes, que comenzó siendo un conflicto en el seno de las instituciones (como la Legislatura), pasó a ser un debate en la opinión pública a través de los periódicos y terminó siendo una rebelión popular que estableció definitivamente la hegemonía de Rosas en el escenario político de la provincia y su proyección en el país.

Las disidencias del Interior y del Litoral

En el momento de la lucha entre unitarios y federales en Buenos Aires, que terminaría con los pactos de Cañuelas y Barracas, en el interior se estaba conformando un bloque de provincias cuyo objetivo principal era la lucha contra los porteños. A la cabeza de este bloque se hallaba el General Paz, liderando su Liga Unitaria, lo que comprueba que el unitarismo no fue solo un fenómeno porteño sino nacional, aunque siempre minoritario. El objetivo declarado por Paz, el de "constituir la nación", fracasó por la escasez de apoyo popular que sufrieron los unitarios. Es por eso que esta Liga, gestada a partir de cuerpos militares que volvían de la guerra con el Brasil, caería pronto al caer su jefe, y serían reconquistadas todas las posiciones por los caudillos federales, entre los que se destacaría Quiroga. El apoyo de Quiroga a la solución rosista refleja la miopía de miras de algunos caudillos federales, y determinaría el resurgimiento del poder porteño que, forjando alianzas con los "hombres fuertes" federales del interior y del litoral, llegaría a ser el jefe indiscutido de la laxa unión que supuso la Confederación Argentina. Sin embargo, la política de puerto único y su rechazo por la unión constitucional pronto despertaron en las provincias movimientos opositores que, en general, cometerían el error de confiar en fuerzas extranjeras para conseguir sus objetivos.

Sería el viejo unitario del golpe decembrista de 1828 el que encabezaría otra coalición desde el interior del país, y esta vez con apoyo del Litoral: Juan Lavalle, aquel que había mandado ejecutar a Dorrego, ahora enarbolaría la bandera federal al grito de: "¡Viva el gobierno republicano representativo federal!". Aquí las denominaciones (aparentemente tanto Rosas como Lavalle son "federales") no nos deben confundir: el conflicto era claramente entre las provincias y Buenos Aires. Y el propio Lavalle sirvió como instrumento de los gobernadores provinciales, que eran los que verdaderamente detentaban el poder económico. (De la misma manera que había servido como instrumento de los unitarios complotados en 1828 para derrocar al gobierno dorreguista).

La primera expedición al mando de Lavalle había sido mentada por los unitarios de Uruguay y los litoraleños argentinos; la segunda representó además a los gobiernos del interior en la "Liga del Norte". En la primera se puede observar el error de los disidentes: buscar el apoyo francés para deshacerse de la tiranía porteña sin comprender que Francia hacía su propio negocio colonialista. Error que Lavalle pagaría caro, porque los franceses lo abandonarían antes del ataque decisivo.

Sin embargo, y pese a las derrotas que Rosas propinó a las resistencias provinciales, Corrientes sería su más severo adversario. Como provincia litoral, comenzaba a competir por colocar sus productos (en gran medida los mismos que Buenos Aires) en ultramar. Así Ferré (defensor del proteccionismo y de la aceleración en dictar una Constitución en 1831) como Berón de Astrada y los hermanos Madariaga, encabezarían sucesivas rebeliones contra la política de "cerrojo" rosista. Y mucho peor fue cuando, después de haber comerciado en el momento de los bloqueos, la paz volvió a dar a Rosas un mayor "poder de vigilancia". Entonces ya ni Entre Ríos, a cuyo frente estaba su subordinado Urquiza, apoyó su política. Ya los tratados de Alcaraz, firmados entre Urquiza en representación de un "rosista" Entre Ríos y los correntinos, serían el primer punto de encuentro entre ambas provincias. El "pronunciamiento" no tardaría en llegar.

En 1851, como en otras oportunidades, Rosas renunció a la representación exterior esperando la ratificación de su mandato por las provincias. Pero la de Entre Ríos no llegó. Urquiza (encarnando la alianza entrerriano-correntina), el imperio brasileño y Uruguay (los colorados) se coligaron en la denominada Triple Alianza, lograron levantar el sitio de Montevideo y vencieron a las tropas rosistas en Caseros.

Los hacendados de la campaña sur

En 1839, estancieros de la zona sur de la provincia de Buenos Aires se rebelaron contra la autoridad del gobernador. La rebelión es una lucha entre distintos sectores de la aristocracia terrateniente por el dominio de las tierras pampeanas. Por lo general, los hacendados sublevados habían conseguido las tierras por enfiteusis y se habían convertido en propietarios por la ley rosista de 1836. Ahora, con el bloqueo francés y la disminución de las entradas comerciales, la rivalidad entre ambos grupos de terratenientes (los de la campaña norte, rosistas, y los del sur) se acentuó. Además, las conexiones que tenían algunos de los hacendados sureños con los franceses llevaron a que la contradicción dentro de la propia clase latifundista se vinculara con las rivalidades entre las grandes potencias. Los "Libres del Sud" (así autodenominados), comandados por Cranmer, Castelli y otros, detentores de tierras en Chascomús, Dolores, etc., se alinearon con Francia. Y expresaron su disconformidad con la política represiva de Rosas. Para el revisionismo, ellos actuaron por un fin "puramente materialista", en cambio Rosas operaba con un sentimiento "auténticamente nacional". Esta corriente no advierte el conflicto entre dos sectores de la misma clase social que disputaron la posesión de la tierra y se vieron envueltos en el conflicto internacional, que teñía a cualquier lucha política en cualquier parte del mundo.

La rebelión terminó con la victoria rosista, que derrotó a los insurrectos en Chascomús. Inmediatamente se dispuso de las tierras de los vencidos para concederla a los que habían participado en la contienda del lado rosista. En 1840, Rosas dicta un decreto que estipula que cualquier propiedad de unitarios debía responder por el daño causado por Lavalle. Con esta arma legal, Don Juan Manuel pudo disponer a discreción de las haciendas pertenecientes a los "salvajes unitarios". La rivalidad económica, traducida en rivalidad política, habría de avisar al gobernador porteño para reforzar su vigilancia sobre los sectores opositores. Un dato: desde 1833, la frontera con los indígenas se había ido desplazando a favor de estos últimos, que aprovecharon las disputas internas entre "huincas".

La oposición unitaria y la generación del 37

Ya hemos visto los lineamientos económicos y culturales que habían originado el conflicto unitarios-federales. Pues bien, un sector unitario, postergado con las derrotas de Rivadavia, Lavalle y la Liga de Paz, emigró a Montevideo, donde comenzó a conspirar contra Rosas. Andrés Lamas y Florencio Varela encarnarían a los "emigrados" en la vecina orilla del Plata. Afirma Puiggrós:

"Huyeron entonces a la otra orilla, y desde allí se dedicaron a conspirar contra Rosas, con la mirada puesta más en la contribución de armas, soldados y dinero que podían disponer las naciones comerciales interesadas en la apertura del mercado interior argentino, que en la insurrección del pueblo de la Patria."

Mientras tanto, en la ciudad-puerto argentina, crecía un movimiento de jóvenes intelectuales dispuestos a asumir un papel de cambio en la sociedad argentina. Ya en 1830, con la llegada de Esteban Echeverría al país, comenzarían reuniones en la casa de Miguel Cané y en el "Salón Literario" de Marcos Sastre, deliberando sobre letras, artes y política. Además estaban en el grupo José María Gutiérrez, Alberdi, Tejedor, Vicente Fidel López y otros. Su inspiración teórica pasaba fundamentalmente por la influencia francesa, cuyos pensadores habían servido como guía a la revolución democrático-burguesa en 1789.

En 1837 comienza a publicarse el semanario "La Moda". Allí los jóvenes llegan a elogiar a Rosas suponiendo que ellos podían aportar sus "luces" a un régimen que, según ellos, descansaba "sobre el corazón del pueblo". En el Fragmento preliminar al estudio del derecho, Alberdi llama al gobernador porteño "persona grande y poderosa". No obstante, el silencio del periódico frente al bloqueo francés y las nuevas ideas que no concordaban con los planes de Rosas llevaron al distanciamiento. El 23 de junio de 1838 se fundó la "Asociación de la Joven Generación Argentina" (remedo de las Juventudes Revolucionarias y liberales que existían por aquella época en Europa), con el lema de "Mayo, Progreso y Democracia". Se habían desilusionado del Restaurador. Echeverría afirma en su Ojeada Retrospectiva:

"Así, Rosas hubiera puesto a su país en la senda del verdadero progreso (…) No lo hizo; fue un imbécil y un malvado. Ha preferido ser el minotauro de su país, la ignominia de América y el escándalo del mundo".

Luego algunos se trasladarían al interior (Quiroga Rosas, V. López), otros emigrarían a Montevideo, donde se publicaría el Código o Declaración de los principios que constituyen la creencia social de la República Argentina; Echeverría se refugiaría en su estancia en el interior de Buenos Aires, y otros se quedarían en la ciudad conspirando (serían descubiertos en junio de 1839). Los llegados a Montevideo entrarían pronto en contacto con los unitarios como Florencio Varela, quienes no comprendían las posiciones de la nueva generación.

¿Cuáles eran las ideas sostenidas por esta joven intelectualidad? La ideología de "los del 37" será muy variada, de acuerdo con las interpretaciones de sus distintos exponentes. Sin embargo, se nutre de influencias comunes y coincide en sus rasgos más generales.

La inspiración de esta "generación" fue el pensamiento europeo:

El liberalismo clásico, que insistía en la posibilidad del progreso humano y en la representación popular (aunque con un tinte aristocratizante),

El romanticismo, que alentaba a la rebelión juvenil frente a los poderes establecidos y ensalzaba el sentimiento nacional de los pueblos,

El socialismo utópico, que proponía por aquella época una defensa inorgánica de los derechos de los trabajadores, criticando los rasgos más negativos del capitalismo, en ascenso en Europa

Así, hombres como Echeverría critican a la sociedad vigente en el Plata y pretenden hacerla entrar en un proceso de desarrollo, de modernización, que supere el atraso pastoril, emulando la transformación social de Europa. A su vez, observan los efectos negativos del crecimiento del capitalismo en Europa y creen poder hacer posible la industrialización sin el dramático costo social y la superexplotación obrera existentes en el viejo continente (y por eso habla de encontrar un punto medio entre el individuo y la sociedad).

Fueron críticos con los unitarios y con los federales, ya que argumentaban que, si los segundos habían sometido al país a la tiranía y al atraso, los primeros también habían desconocido la tradición revolucionaria y democrática de Mayo de 1810. Pretendieron adaptar las doctrinas nacidas y crecidas en Europa a la situación nacional, tomando los elementos propios de la realidad del país como referente. Alberdi afirma:

"Gobernémonos, pensemos, escribamos y procedamos en todo no a imitación de pueblo ninguno de la tierra, sea cual fuere su rango, sino exclusivamente como lo exige la combinación de las leyes generales del espíritu humano con las individuales de nuestra condición nacional."

En su Dogma Socialista, Echeverría plantea la concepción política que alienta a la Joven Argentina, y que tiene como pilares:

  • La continuidad de la revolución de mayo, que había sido detenida en sus aspectos sociales;
  • La fe en el progreso de las naciones, como ley inexorable de la humanidad;
  • La negación de las "tradiciones retrógradas" herederas de la colonia y del "Antiguo Régimen";
  • La oposición al despotismo y a la tiranía, basándose en el dogma de la igualdad republicana (adoptando el lema francés de libertad, igualdad y fraternidad);
  • La confianza en la educación como factor de transformación social;
  • La necesidad de unidad entre todas las fuerzas progresistas para completar la revolución de independencia comenzada en mayo sin divisiones partidistas

No obstante, estos pensadores, presos de su condición social de intelectualidad pequeñoburguesa, tendrían serias limitaciones en su concepción política:

  • Se unieron, deslumbrados, a las potencias colonialistas contra el dominio de Rosas, sin ver o sin querer ver la política agresiva de estas naciones que no pretendían (ni mucho menos) un desarrollo autónomo del país sino someterlo a sus intereses comerciales y geopolíticos. Alberdi sería el más acérrimo defensor del liberalismo y de la entrada de capital extranjero al país, a tal punto que sus Bases serían consideradas como base para la Constitución de 1853, base jurídica del régimen del 80.
  • Intentaron imponer la "modernización" a través de una política oportunista, que pretendió "convencer" a los sectores más "ilustrados" de la aristocracia terrateniente para que encabezaran ese proceso transformador. La experiencia demostraría que esos sectores, si bien fueron capaces de alentar alguna que otra idea progresista (principalmente en las explotaciones económicas), no iban a abandonar sus privilegios de clase para embarcarse en una revolución democrática y modernizadora, e iban a seguir el rumbo de someterse al imperialismo más cercano que les garantizara posición social y ganancias económicas. Sin embargo, los intelectuales del "37" no lograrían identificar al beneficiario principal del "Antiguo Régimen" contra el que golpeaban en la teoría, pero ante el que se agachaban en la práctica.
  • Tendrían latente un prejuicio hacia las clases bajas, a las que ellos planteaban incorporar a la vida política después de haber sido "educadas". Reivindicaron así para la intelectualidad, que ellos mismos constituían, un papel rector en el desarrollo de la futura "república", ya que las masas habían demostrado que podían apoyarse en caudillos y tiranos y acabar con el régimen representativo. "El matadero" es la expresión literaria de esta postura que, al criticar al régimen rosista, critica duramente también a las masas, que son presentadas como "vulgares" frente a los "hombres de luces". Es por eso que insisten en sus principios de "todo para el pueblo y por la razón del pueblo", distanciándose del pensamiento jacobino y rousseauniano del gobierno democrático ejercido por el pueblo.

Estas graves limitaciones le impedirían, en las circunstancias abiertas tras la caída de Rosas, transformarse en una vanguardia que liderara al pueblo hacia una política democrática y que pudiera sentar las bases para un desarrollo capitalista autónomo y multilateral. Su debilidad por las "luces" extranjeras y su lejanía cultural y política de las grandes masas, que eran las grandes perjudicadas por el sistema feudal imperante, los terminaría reduciendo a la impotencia política o a su subordinación a las nuevas reglas del juego, que terminarían conduciendo a la República Oligárquica en 1880 y a nuestra inserción en el naciente mercado mundial como país dependiente y atrasado, sometido por los grandes terratenientes y el capital extranjero.

El exilio

Ya derrotado, Rosas buscaría refugio en la casa del inglés Gore y luego partiría inmediatamente para Inglaterra. Allí se estableció en un farm cerca de Southampton, desde donde recibió las noticias de la confiscación de sus bienes, por ejemplo. En algunos escritos puede apreciarse la actitud de Don Juan Manuel para con las masas trabajadoras que estaban movilizándose en aquella época. Expresaba:

"Para mí, el ideal del gobierno feliz sería el autócrata paternal, inteligente, desinteresado e infatigable (…) He admirado siempre a los dictadores autócratas que han sido los primeros servidores de su pueblo."

"Cuando hasta en las clases vulgares desaparece cada día más el respeto al orden, a las leyes y el temor de las penas eternas, solamente los poderes extraordinarios son los únicos capaces de hacer respetar los mandamientos de Dios, las leyes, el capital y a sus poseedores."

Plenamente convencido de su forma de concebir la sociedad y la política, Juan Manuel de Rosas murió en su farm el 14 de marzo de 1877, a los ochenta y cuatro años. Un siglo después, sus restos serían trasladados a la Argentina.

8. Conclusión

A lo largo de este trabajo hemos analizado distintos aspectos de la Argentina rosista. De esto podemos concluir:

  • Que el poder de Rosas estuvo afirmado por la pertenencia a la clase de terratenientes latifundistas, clase dominante en el país desde tiempos de la colonia y usufructuaria de la Revolución de Mayo, a la que adaptó para sus propios intereses.
  • Que las relaciones de producción estaban teñidas en todas partes de las formas de coerción y sujeción feudal de las masas (peones, gauchos, campesinos…) por parte de la oligarquía terrateniente.
  • Que la política con el indígena (exterminio alternado con negociaciones de conveniencia), que las ideas constitucionales demoradas, que el terror y el paternalismo estuvieron marcados todos por el gran objetivo de Rosas: mantener en el país la dispersión con caudillos, estancieros y peones, con el predominio indiscutible de la provincia de Buenos Aires, dueña de la Aduana y de las relaciones exteriores.
  • Que la resistencia ante las agresiones extranjeras es el punto más alto y destacable de la actuación política rosista, y en esa acción demostraría el profundo divorcio entre los intereses de la nación y los de muchos de sus opositores.

Citando a John Lynch:

"La sociedad tomó su forma bajo el gobierno de Rosas y subsistió después de él. La hegemonía de los terratenientes, la degradación de los gauchos, la dependencia de los peones, todo eso fue herencia de Rosas."

Y después de Caseros, ¿cambió Argentina?. La situación revolucionaria que se abrió en 1852, ¿terminaría en una transformación sustancial de la realidad social del país?

"(…) Caseros no significó la liquidación del poder efectivo de la oligarquía bonaerense, y ello explica por qué no se resolvieron después de 1853 los graves problemas derivados de nuestra estructura latifundista y de nuestra dependencia del mercado capitalista mundial."

Puede añadir Romain Gaignard:

"En 1840, sólo 450 estancieros poseen más de 5.500 leguas cuadradas, más de un cuarto de la superficie de Francia, con cerca de quince millones de hectáreas. Y si consultamos la lista, desde ese momento, encontramos en ella todos los grandes nombres de la aristocracia de la pampa de 1979."

De 1979 y de hoy.

Categoría: Historia.

Palabras clave: Argentina – Rosas – Rosismo – Unitarismo – Federalismo – Latifundismo – Siglo XIX

Resumen:

El trabajo intenta describir los diferentes componentes de la sociedad argentina (y sobre todo bonaerense) durante la etapa de los gobiernos de Juan Manuel de Rosas. Analiza brevemente las características económicas, sociales, políticas e ideológicas del período, buscando la conexión entre ellas. Analiza la base material de la sociedad, los proyectos y las luchas políticas, los conflictos con las grandes potencias y la significación global del rosismo en la historia política argentina.

Trabajo enviado y realizado por: Hernán Riccioppo

26 años – Profesor en Historia

Partes: 1, 2
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