1. Introducción 2. Marco Cronológico 3. Rosas Y Los Historiadores 4. Las Bases Económicas Del Régimen Rosista 5. Las Ideas Políticas De Rosas 6. Las Intervenciones Extranjeras8. Conclusión
Este trabajo persigue la finalidad de conocer uno de los períodos más controvertidos de la historia argentina: aquel que se extiende desde la asunción del gobierno bonaerense por Juan Manuel de Rosas hasta su caída.
Cuando Rosas asume el poder, la provincia había perdido su hegemonía por la caída del régimen unitario rivadaviano. Cuando Rosas cae, Buenos Aires vuelve a perder momentáneamente la hegemonía sobre el país. Entre ambos sucesos, se consolidó en el país el orden social heredado de la colonia: de las premisas de mayo de 1810 sólo había quedado en pie la independencia del poder colonial español. En un período en el cual se consolidaba el capitalismo en Europa y tendía sus redes a todo el mundo, estas tierras se debatían entre revolucionarios, reformadores y reaccionarios. Aquí se intentarán dar algunas pautas para conocer por qué no pudo la patria evolucionar al capitalismo desde sus propias entrañas. Conocer el porqué del fracaso de unitarios y federales en constituir una nación desarrollada y unificada. Y cómo, desde el seno de esta sociedad puede nacer un personaje como Don Juan Manuel, símbolo de un momento particular de nuestra historia.
Antecedentes de Juan Manuel de Rosas
Juan Manuel de Rosas nació en Buenos Aires el 30 de marzo de 1793, de padres pertenecientes a familias de ricos y poderosos terratenientes. Permaneció en su estancia de Rincón de López durante los sucesos de la revolución de mayo. En 1820 se casó con Encarnación Ezcurra, con quien formaría luego un compacto equipo político. Se asoció con Juan Terrero para establecer un saladero (Las Higueritas) cerca de Quilmes; cuando el gobierno lo clausuró, compraron una estancia y comenzaron uno nuevo. Luego fundaron Los Cerrillos sobre el Río Salado. Se unió al ejército de Martín Rodríguez en Buenos Aires para luchar en la campaña contra José Miguel Carrera, Carlos de Alvear y Estanislao López. En noviembre de 1820 se estableció la paz entre Buenos Aires y Santa Fe con una donación de 25.000 cabezas de ganado que Rosas aportó (Tratado de Benegas). En 1821 renunció al ejército, regresó a Los Cerrillos, instaló fuertes a lo largo de la frontera e hizo acuerdos con los indios.
Se convirtió en enemigo de Rivadavia y pasó a ser comandante de la milicia (los "Colorados del Monte"). En 1828, cuando Lavalle, instigado por los unitarios, destituyó y fusiló a Dorrego, gobernador de Buenos Aires, Rosas dirigió sus hombres contra aquel, lo venció en Puente de Márquez el 26 de abril de 1829 y en junio negoció una tregua con su vencido, en Cañuelas, por el que ambos rivales se comprometían a concurrir a las elecciones bonaerenses con una lista conjunta conciliadora. Sin embargo, los unitarios presentaron una lista propia y vencieron en unas elecciones violentas. Lavalle las anuló y pactó en Barracas la designación de Viamonte como gobernador provisorio. El 1ro. de diciembre de 1829 se reunió la Legislatura y eligió gobernador a Juan Manuel de Rosas.
Rosas gobernador de Buenos Aires (1829-1852)
El primer gobierno de Rosas (1829-32) se caracterizó por el orden administrativo, la exaltación del partido federal porteño y la represión a los unitarios golpistas (aunque no a Lavalle, con quien Rosas había acordado). En líneas generales, respondió bien a los intereses de terratenientes y comerciantes bonaerenses, que integraron su gabinete. Por este desenvolvimiento se lo declaró "Restaurador de las leyes" (que habían sido quebradas por el golpe unitario).
En otro aspecto, el gobierno bonaerense debió luchar contra el poder creciente que se había constituido en el Interior al mando de José María Paz, que había combatido, como Lavalle, en la guerra contra el Imperio brasileño y había retornado al país con su división veterana, enarbolando las banderas del unitarismo, aunque con talante provinciano. En 1829 Paz ocupó Córdoba y venció a Bustos, su gobernador, en San Roque. Luego se enfrentó con Facundo Quiroga, caudillo federal-localista de La Rioja y lo venció en La Tablada y Oncativo (1830). Paz tenía dominado el Interior del país: los unitarios ocuparon Catamarca y Santiago del Estero (J. López); San Juan y La Rioja (Lamadrid); Mendoza y San Luis (Videla). El 5 de julio se conformó la Liga del Interior y el 31 de agosto todas las provincias excepto las del Litoral le concedieron a Paz el Supremo Poder Militar, con plenas facultades para dirigir la guerra.
En respuesta a la amenaza del interior, Rosas negoció con las provincias litorales y finalmente acordó con Santa Fe y Entre Ríos un tratado ofensivo-defensivo el 4 de enero de 1831 (Pacto Federal). Ese mismo año se reanudaron las hostilidades. El rosista Pacheco venció a Pedernera en Fraile Muerto; Quiroga tomó Río Cuarto y luego avanzó sobre Mendoza derrotando a Videla (su gobernador) en Rodeo del Chacón. Las victorias de los federales (apoyados por los gobernadores depuestos del Interior) complicaron a Paz, quien fue apresado en el campo de El Tío por una partida federal. Pronto la Liga del Interior se disolvió y los caudillos triunfantes volvieron a tomar las riendas de las administraciones provinciales. López, Rosas y Quiroga quedarían como los tres más importantes señores del país.
En 1832, Rosas renunció al cargo de gobernador debido a que no se le renovarían las facultades extraordinarias que había disfrutado en sus tres años de gobierno. Balcarce ocupó el cargo. Inmediatamente, Rosas organizó una campaña contra los indios de la frontera sur, nombrando a Quiroga comandante supremo. Partieron tres columnas desde Cuyo, Córdoba y Buenos Aires, llegando esta última hasta el Río Negro, sometiendo a los indígenas y obteniendo tierras para los ganaderos bonaerenses.
Mientras tanto, en Buenos Aires estalló el conflicto entre los partidarios de Rosas o "Apostólicos" y los federales doctrinarios o "Cismáticos", acaudillados por Balcarce y Martínez. En 1833, instigada y preparada por la mujer de Rosas, Encarnación, se produce una sublevación de tono popular conocida como "Revolución de los Restauradores", después de la cual Viamonte, un moderado, es elegido gobernador.
Finalmente, el 30 de junio de 1834 la Legislatura eligió a Rosas, quien se negó a ocupar el cargo. Maza fue designado provisoriamente. En ese momento (febrero de 1835), Quiroga, quien había mediado en un conflicto entre caudillos federales del interior, era asesinado en Barranca Yaco. Se adjudicó el crimen a los hermanos Reinafé y a López, a tal punto que los primeros fueron condenados y ejecutados por orden del gobernador porteño. Frente a la incertidumbre política, Rosas resultará elegido gobernador porteño con poderes prácticamente discrecionales: la sume del poder público. El conjunto de la población de la provincia iba a ratificar la elección casi por unanimidad.
En 1835 se dictó la Ley de Aduanas que aumentó las tasas de algunos productos de importación. En 1836 se disolvió el Banco Nacional. Ese mismo año se alzó el gobernador de San Juan e intentó apoderarse del gobierno riojano, pero fue derrotado junto con Ángel Vicente Peñaloza y emigraron a Chile. Desde Salta, F. J. López invadió Tucumán, fue derrotado en Famaillá y fusilado. El rosista Heredia ocupó el norte.
Mientras tanto, en Uruguay, el caudillo Fructuoso Rivera, aliado de los unitarios, se enfrentaba con Oribe, futuro protegido de Rosas. Al enterarse de las conexiones entre Rivera, los franceses, los unitarios y el gobierno de Andrés de Santa Cruz de Bolivia, el gobernador bonaerense se unió con Chile y declaró la guerra a los bolivianos en 1837. No obstante, la victoria chilena fue rápida y la intervención rosista poco significativa.
Ese mismo año se publica el primer número de "La Moda", periódico literario redactado por jóvenes intelectuales que luego se recordarán como la "Generación del 37" (Juan Bautista Alberdi, José María Gutiérrez, Vicente Fidel López, Esteban Echeverría) y que con el tiempo se convertirían en acérrimos opositores al régimen rosista.
A principios de 1838, los franceses, comandados por el Almirante Le Blanc, establecen el bloqueo de Buenos Aires, que duraría casi tres años. López enviará a su ministro Cullen a interceder ante Rosas para acabar con el conflicto, mas al poco tiempo López falleció y Rosas destituyó a Cullen de su flamante puesto de gobernador (colocando en su lugar a un adicto, "Mascarilla" López) y lo fusiló en Buenos Aires.
En 1839 las posiciones de Rosas sufrieron una merma: en Salta, en donde Heredia fue asesinado; en Corrientes, donde el gobernador Berón de Astrada se sublevó; en la propia Buenos Aires, donde se urdió una conspiración en su contra y entre los hacendados del sur de la provincia. Esta gran "confabulación general" no estaba totalmente desconectada de la presencia francesa en el Plata, con ambiciones colonialistas.
La disidencia correntina fue aplastada en Pago Largo el 31 de marzo, la conspiración fue desbaratada con el fusilamiento de Ramón Maza y la rebelión del sur fue destruida en Chascomús el 7 de noviembre. Entretanto, Lavalle iniciaría una campaña apoyado por los franceses. Se dirigió a la Mesopotamia y fue derrotado por Echagüe en Sauce Grande, en 1840. Luego pasó a San Pedro y se disponía avanzar sobre Buenos Aires cuando los franceses pactaron con el gobierno de Rosas, dejándolo a la deriva. Rápidamente se reunió en Córdoba con Lamadrid.
En el norte los gobernadores de Tucumán, La Rioja, Catamarca y Salta habían formado la "Liga del Norte". Los enfrentamientos entre los rosistas Oribe, Pacheco y Benavídez y los coligados Lavalle, Lamadrid y Acha fueron favorables a los primeros (Quebracho Herrado, Rodeo del Medio). A fines de 1841 sólo quedaban en pie dos enemigos para Rosas: los correntinos y los uruguayos de Rivera. En Corrientes, Ferré le encomendó a Paz la organización del Ejército.
Paz comenzó venciendo a Echagüe en Caaguazú (28/11/1841). Pero las diferencias entre "Mascarilla" López (pasado al bando opositor a Rosas), Paz, Ferré y Rivera terminaron favoreciendo a las tropas rosistas que vencieron ampliamente a los disidentes en Arroyo Grande (1842).
Con esta victoria, Oribe inició el sitio a Montevideo, que duraría más de ocho años. A su vez, el rosista Urquiza persiguió y venció a Rivera en India Muerta en 1845. El unitario se refugió entonces en Brasil. Sin embargo, la "pacificación" de la Mesopotamia no había sido aún lograda. En Corrientes, los hermanos Madariaga nombraron a Paz "Director de la guerra en nombre de la provincia de Corrientes y de la revolución argentina".
El 23 de setiembre de 1845, Francia e Inglaterra, conjuntamente, declaran el bloqueo de todos los puertos argentinos y uruguayos. En noviembre, la flota anglo-francesa remontó el Paraná y tras un largo combate en la Vuelta de Obligado, lograron forzar el paso y adentrarse río arriba, para regresar con innumerables dificultades debido a la resistencia.
El 4 de diciembre el gobierno de Paraguay, en alianza con el de Corrientes, declaró la guerra a Rosas, nombrándose a Paz jefe de las fuerzas conjuntas. En enero de 1846 Urquiza invadió Corrientes y logró apresar al hermano del gobernador Madariaga. Pero, perseguido por Paz, regresó a Entre Ríos e intentó negociar con los correntinos, firmando los pactos de Alcaraz, por los que Corrientes se comprometía a reintegrarse al Pacto Federal de 1831.
Finalmente Rosas negoció con Inglaterra y Francia en 1849 y 1850 respectivamente, y consiguió la paz interna y externa. Sin embargo, el dominio exclusivo de los ríos despertó la oposición de las provincias del Litoral, especialmente de Urquiza, que en 1851 lanzaría su pronunciamiento y el 3 de febrero de 1852 lo vencería definitivamente en Caseros. Rosas se exilió en Inglaterra hasta su muerte en Southampton en 1877.
Concepciones historiográficas argentinas.
Hay que destacar tres tendencias diferentes en cuanto al tema del período rosista y de la historia argentina en general.
La primera, conocida como liberal, ha sido la más difundida incluso hasta hoy. Nace en el momento de la conformación del Estado oligárquico liberal-conservador a fines del siglo XIX y destaca la labor organizativa y modernizadora del nuevo estado, execrando a Rosas como tirano, dictador, ultracentralista y déspota, enemigo de la patria y derrocado con justicia para dar origen a una nueva nación federal y democrática, que contrastaría con el absolutismo rosista. Es por lo general una historia de las instituciones, que desembocan brillantemente en la organización constitucional de 1853. También se la suele conocer como defensora de la línea Mayo-Caseros, haciendo alusión a los dos grandes movimientos que esta línea pondera y defiende desde una perspectiva aristocratizante.
La segunda, llamada revisionista, que comienza ya antes de la muerte de Rosas y que va cobrando vigor recién promediando el siglo XX. (Hará eclosión con la llegada al poder por el peronismo, y cristalizará en la línea San Martín-Rosas-Perón). Esta corriente insiste en que la historiografía liberal ha falsificado la verdadera historia y presenta a Rosas como un adalid de la causa nacional y popular, destacando la acción contra las potencias colonialistas como antiimperialista, su apego a la tierra y su respeto por las costumbres autóctonas y por las instituciones hispánicas y católicas que han forjado durante el período español a la "nación" argentina.
Y finalmente, el materialismo histórico ha aportado una interpretación basada en los intereses de clase que se mueven detrás de las opiniones políticas en pugna, que identifican a Rosas como líder indiscutido de la clase terrateniente porteña, que se opondrá a las ambiciones de las oligarquías del interior, a los "doctores" unitarios, no menos aristocráticos, y a las potencias capitalistas europeas, en lo que constituye su mayor mérito histórico.
Cabe destacar las diferencias que presentan internamente estas corrientes, a veces muy dispares, pero en líneas generales este es el debate sobre la cuestión.
4. Las Bases Económicas Del Régimen Rosista
El circuito económico: latifundio-saladero-comercio de exportación
"¿Quién era Rosas? Un propietario de tierras.
¿Qué acumuló? Tierras.
¿Qué dio a sus sostenedores? Tierras.
¿Qué quitó a confiscó a sus adversarios? Tierras."
Con estas frases podemos comenzar con el análisis de la sustentación económica del gobierno de Rosas. Don Juan Manuel, como afirma Paso, está emparentado "con el más aristocrático abolengo español", beneficiario de los repartos de tierras en la conquista y base de la clase de ganaderos latifundistas que ya era fuerte en 1810. Además, habrá que tener en cuenta que le fue siempre fiel a su clase, y esta actitud marca todo su accionar en el campo de la política externa y externa mientras duró su dominio en Buenos Aires.
El circuito principal que se desarrolló en Buenos Aires, fomentado por terratenientes y comerciantes nativos e ingleses, fue el que tenía como unidad de producción a la estancia, gran propiedad territorial, en donde se criaba el ganado vacuno. Este circuito se completaba con los saladeros (grandes establecimientos en donde se mataba a las bestias, se extraía el sebo, se salaba y secaba la carne y se preparaban los cueros crudos para la exportación) y finalmente con la conexión de los grandes comerciantes, intermediarios de la demanda inglesa devoradora de materias primas y exportadora de productos manufacturados (principalmente telas). Además, el negocio se completaba con el dominio total de los ingresos de la Aduana de Buenos Aires, que monopolizaba el comercio exterior y cuyos dividendos formaron el grueso de las ganancias de la provincia porteña.
De esta manera estaba planteada la situación de los hacendados latifundistas de la campaña bonaerense, que crecieron no sólo en su poder sobre el resto de la población sino también hegemonizando la economía del país, que solo podía conectarse con el exterior por medio de Buenos Aires y dependía de sus decisiones en materia económica. Como afirma Gastiazoro:
"El accionar de los terratenientes y comerciantes bonaerenses, asegurándose por la fuerza la exclusividad de su puerto y el manejo de las rentas nacionales, fue modelando todo el desarrollo del país de acuerdo con sus intereses particulares"
Entre los nombres más salientes y poderosos de esta clase destacan los Anchorena, los Álzaga, García Zúñiga, Unzué, Martínez de Hoz, Vela, Arana, Díaz Vélez, Rojas Aguirre y Miller como terratenientes, y fuertes comerciantes extranjeros, como Dickson, Grogan y Morgan, Lumb , Growland, Thompson, etc.
Durante su acción pública, Rosas dio muestras evidentes de la importancia de las tierras:
En 1833, la expedición que dirigió contra los indígenas y que logró conseguir dos mil novecientas leguas cuadradas tenía por finalidad principal la consecución de tierras explotables por los ganaderos que necesitan expandirse y fomentar la base económica de su negocio.
En 1836, Rosas dicta una ley que permite vender las tierras hasta entonces arrendadas en enfiteusis, y que ya acaparaban grandes latifundistas. Así, la acumulación de tierras que acentuó la enfiteusis de Rivadavia se vio confirmada con las medidas del Restaurador, que colocó en el mercado vastas extensiones de tierras a precios bajos, fácilmente accesibles a la oligarquía ganadera, contra quien no se podía competir.
Y finalmente, como premio por servicios prestados frente a unitarios y otros opositores, Rosas emprendió un sistema de reparto de certificados de tierras por cuestiones militares, vieja costumbre feudal, que ponía de manifiesto el carácter de la tierra como prácticamente único bien económico de categoría. De cualquier manera, no serían los soldados los beneficiarios finales de estas concesiones, debido a la imposibilidad de acercarse a la capital para reclamar los títulos o al propio servicio militar que cumplían. Al final, los certificados terminaban o acumulados o vendidos a bajo precio. John Lynch afirma:
"La tierra se convirtió casi en moneda o en fondo de salarios y pensiones"
El segundo elemento a tener en cuenta es el saladero. Y bien vale la descripción de Alcides D’Orbigny:
"De una cuchillada le abren la piel a todo el largo del vientre, (…) desuellan al animal y, sobre la misma piel, comienzan a carnearlo. Los cuatro cuartos son sacados con una asombrosa destreza y transportados al tinglado, donde son colgados en ganchos destinados a recibirlos. (…) Una vez que todos los animales muertos son así carneados, los peones llevan los cueros al tinglado y sacan la carne de arriba de los cuartos, siempre con la misma destreza, arrojando, a medida que lo hacen, las carnes de un lado sobre los cueros y los huesos del otro (…) Una vez terminada dicha operación, se extienden los cueros en tierra y se los cubre con una gruesa capa de sal (…) se expone diariamente la carne al aire, sobre las cuerdas, hasta que quede seca del todo, lo que la hace menos pesada y fácil de transportar."
Podemos observar cuál es el grado de "industrialización" que tenían nuestras pampas en este momento. El predominio aplastante y absoluto de la actividad ganadera frenaría incluso a todas las producciones que pudiesen diversificar en algo el sistema económico: la agricultura era el hombre olvidado de la historia, ya que los labradores debieron sufrir la intromisión omnipotente de los grandes latifundistas.
Y el último eslabón, el comercio de exportación, fue favorecido en todo momento por Rosas apoyado por la oligarquía terrateniente, y se mantuvo incluso en grandes picos hasta en 1849, incluso durante los bloqueos. Veremos que las medidas "proteccionistas" de Juan Manuel no contradirían sus estrechas relaciones con el comercio inglés ni sus prerrogativas de gran señor feudal.
Finalmente, la política financiera de Rosas tuvo como principal aporte las divisas de la Aduana, pero en esos momentos de bloqueo llegó a recurrir a contribuciones directas a los propietarios (por cierto ínfimas); o simplemente a la emisión desenfrenada de bonos y de papel moneda (lo que provocó una desvalorización del papel y una redistribución de los ingresos desfavorable a los sectores pobres), o al recorte de gastos en materia de educación y obras públicas.
La ley de Aduana: más que proteccionismo, "librecambismo mitigado"
En 1835, el gobierno provincial de Rosas dicta una ley de Aduana que marcará un cambio en la ultraliberal política comercial exterior de esta región del globo.
Esta ley dispondrá de un considerable aumento en los derechos de importación o la prohibición de introducirlos para variados artículos que entraran por el puerto de Buenos Aires: manufacturas de hierro y hojalata, coches y ruedas para los mismos, zapatos, ponchos, ceñidores, fajas, ropas hechas, frazadas, velas, peines, sillas de montar, legumbres, maíz, papas, harina y trigo, azúcar, alcoholes, sidra, cerveza… (los aforos van del 25 al 50%). Evidentemente, estas medidas serían bien recibidas por algunas provincias del interior, que veían languidecer sus incipientes artesanías bajo la arremetida de la producción masiva de ingleses y franceses. José María Rosa interpretaría esto como una prueba más de la voluntad de Rosas de constituir la unidad nacional y de promover a la industria en su conjunto para construir una nación independiente, golpeando al "imperialismo" dominante. Sin embargo, la aplicación de esta ley no tendrá los efectos que algunos imaginaron por las siguientes causas:
- Permite a los extranjeros (fundamentalmente ingleses) mantener sus posiciones en el mercado interior y exterior del país, lo que no facilita la independencia.
- Mantiene el exclusivismo del puerto y de la Aduana en manos de Buenos Aires, generando un reparto desigual entre las provincias de la Confederación y cerrándole el paso a las provincias litoraleñas.
- No aplica ningún plan de fomento industrial interno, manteniendo a las artesanías en un nivel primitivo.
- Como ley provincial, también demuestra estrechez de miras cuando impone aforos a la producción de yerba mate de Corrientes.
- Su aplicación sería errática, y con el tiempo el mismo gobierno rosista iría mitigando sus estipulaciones, hasta que en 1847 el comercio exterior estaría funcionando casi como en 1835.
En definitiva, si bien esta ley pudo haber dado el puntapié inicial a la industrialización, el mantenimiento del aislacionismo provincial, el predominio de los terratenientes y la estrechez localista de sus miras impedirían un verdadero salto cualitativo que pudiera haber creado, en un proceso, una industria nacional fuerte, punto clave para la independencia económica de la nación.
Como vimos, la economía bonaerense crece al ritmo de la expansión y explotación de tierras dedicadas a la cría y comercialización del ganado vacuno.
Las actividades económicas del Interior, ya sin conexión con el mercado de mulas altoperuano, pasan a estar conectadas con el renacer minero y agrícola chileno, motivado por el descubrimiento de un nuevo yacimiento de plata y por la creciente demanda del mercado surgido en derredor del ciclo californiano. Así crecen producciones ganaderas y agrícolas (alfalfares especialmente) que tienen como destino abastecer al mercado chileno y llegan incluso a despojar a pobladores rurales.
Hemos visto que las artesanías del interior solo recibieron un muy leve impulso, con las leyes aduaneras de Rosas, pero siguieron el rumbo que habían comenzado con la apertura comercial con la Europa industrial. La economía retrogradaría desde incipientes industrias domésticas a una producción agrícola y ganadera más primitiva como hinterland chileno.
La economía del Litoral crecería en la misma producción que Buenos Aires: la hacienda y el saladero comienzan a producir cuero, sebo y tasajo, que se trasladan, por ejemplo, desde los puertos entrerrianos hasta Montevideo por el río Uruguay (menos controlado por Rosas). Será Entre Ríos el más beneficiado por la falta de control previa a los acuerdos con Inglaterra y Francia, y la vuelta a "tomar las riendas" con el cierre de los ríos por parte del gobierno porteño motivaría la ruptura con el entrerriano Urquiza, que se pronunciaría contra Rosas en 1852.
En definitiva, las economías regionales se vinculan con economías limítrofes extranjeras, manteniendo en todo el país el atraso de la producción, basada tan solo en la tierra y el ganado.
Las relaciones sociales en la época de Rosas
Relaciones feudales de producción y paternalismo
En principio, quiero recordar lo que entiendo por relaciones de producción feudales, siguiendo la famosa definición de Maurice Dobb: "…una obligación impuesta al productor por la fuerza, e independientemente de su voluntad, de cumplir ciertas exigencias de un señor, ya cobren estas la forma de servicios a prestar o de obligaciones a pagar en dinero o en especie (…) Esta fuerza coercitiva puede ser el poder militar del superior feudal, la costumbre respaldada en algún tipo de procedimiento jurídico o la fuerza de la ley." De esta manera, el feudalismo es una formación económico-social dominada por el modo de producción feudal, de la misma manera que el esclavismo es una formación dominada por la esclavitud, tal como existió en Grecia y Roma.
Entendemos por feudales a aquellas sociedades en las que la clase dominante extrae el plustrabajo de los productores directos mediante una coacción extraeconómica, porque los trabajadores tienen algún grado de control (posesión) de los medios de producción necesarios para su tarea. De esta manera, la explotación se materializa fundamentalmente, en estas sociedades agrarias, en una renta (en especie, trabajo o dinero, según el caso).
En estas sociedades, los productores directos tienen, en general, el control sobre sus instrumentos de trabajo, algún derecho práctico sobre el pedazo de tierra que cultiva (como miembro de la aldea, de la antigua comunidad, como pequeño propietario o arrendatario), etc. Y, al mismo tiempo, deben pagar al jefe de estado o al propietario de la tierra un fuerte tributo (que podrá variar entre sacos de grano y trabajos "públicos" obligatorios) reconociéndole el carácter de "propietario eminente" de la tierra.
Para introducirnos en el mundo de las relaciones de producción y sociales en nuestras tierras en los tiempos del rosismo, es ilustrativo el relato que presenta Lucio Mansilla, que narra un suceso visto por el señor Mariano Miró. Un día, en la estancia "del Pino", Rosas conversaba con Miró cuando descubrió a un cuatrero, lo capturó, lo estaqueó y lo mandó azotar. En la cena lo invitó a la mesa y le ofreció ser padrino de su primer hijo, y darle unas vacas y unas ovejas y un pequeño lugar en su campo, para que su "nuevo socio" estableciera un rancho. El gaucho asiente y Juan Manuel agrega: "Pero aquí hay que andar derecho, ¿no?". Y Mansilla añade:
"Y don Mariano Miró, encontrando aquella escena del terruño propia de los fueros de un señor feudal de horca y cuchillo, muy natural, muy argentina, muy americana, nada vio…"
Aquí tenemos un claro ejemplo que nos demuestra que las relaciones entre los propietarios y los productores directos eran de carácter feudal, basadas en la coerción extraeconómica y en el paternalismo como suavizante para mantener al peón sujeto a la estancia. Allí es donde aparece el "populismo" de Rosas, similar al de otros caudillos federales del interior y del litoral: él tuvo que "hacerse gaucho como ellos" para conseguir "una influencia grande sobre esa gente para contenerla o para dirigirla" siempre en interés de los terratenientes latifundistas. Rosas utiliza una identificación cultural entre el peón campesino y el patrón "rural", que comparten ciertas tradiciones, formas de vestirse y de hablar, oponiéndolas a las costumbres y a la cultura del otro sector de la élite: los unitarios, los "doctores" de galera y de ciudad, que siempre habían despreciado al pueblo campesino.
El peonaje rural como relación de producción es muy controvertido, debido a su complejidad y contradicciones internas. Ha llegado a ser definido como "esclavitud por deudas de jornaleros rurales", expresando así toda la riqueza conceptual del término "peón". La gran discusión aparece centrada en su caracterización como relación feudal o capitalista. Así que decidimos pesar aquellas características propias de la producción feudal y aquellas propias del régimen burgués. Entre las primeras aparecen: a) la dependencia personal, es decir, la dependencia de un hombre atado a otro por vínculos sociales, afectivos, militares, etc. y b) la sujeción a la tierra, que ata al productor a un lugar, una estancia, una parcela de la que se alimenta, etc. Entre las segundas, sólo descubrimos la existencia de pagos o jornales.
Respecto de la dependencia personal y la sujeción a la tierra, las hallamos en forma muy clara:
- Aplicación sistemática de penas y torturas (cepo, estaqueamiento, castigos corporales, etc.) a los gauchos que hubiesen cometido "faltas" a juicio del patrón.
- Derechos medievales, como el de pernada: "Era la servidumbre, ¡y qué servidumbre! El patrón o sus representantes podían cohabitar con las hijas y hasta con la mujer del desdichado…"
- Compulsión legal, teniendo en cuenta que la ley que promulga Oliden, gobernador porteño, en 1815, es confirmada por el gobierno rosista. Esta establecía el control riguroso de la mano de obra rural, exigiendo la "papeleta de conchabo" (o contrato) a todo gaucho. Este sistema preveía penas severas (como el traslado a la frontera a servir en los fortines) a todo aquel que fuera de "la clase de sirviente" y que no estuviera bajo la dependencia "contractual" con ningún estanciero. El capítulo IV del reglamento de Rosas para el gremio de los abastecedores se refiere al peón de la siguiente manera: "el peón vendedor no tendrá derecho a dejar a su patrón sin un justo motivo, del cual entenderá exclusivamente el juez nombrado". De más está decir que los juzgados de paz, creados en 1821 en reemplazo del viejo aparato estatal colonial, eran cómplices o instrumentos de los estancieros. A esta particular relación de peonaje Eduardo Azcuy Ameghino la ha denominado peonaje obligatorio.
- Es muy frecuente el endeudamiento, típico en la hacienda latinoamericana, por el cual e peón compra en la pulpería o almacén de la estancia a cuenta, y luego las deudas se van sumando. Así, el patrón tiene un poderoso mecanismo usurario para mantener al peón por la fuerza en su estancia. Es lo que se llama peonaje por deudas.
- La presencia psicológica del paternalismo creaba entre el "padre-patrón" y la peonada un vínculo muy fuerte y duradero, que ataba a los dependientes, incluso bajo la relación de padrinazgo, común en la época entre patrones y primogénitos. El vínculo de fidelidad entre señor y vasallo se asienta tanto en la "dominación tradicional" (porque siempre había sido así) como en la "dominación carismática" (por admiración al "caudillo-héroe").
- La inseguridad propia de la frontera y la precariedad de la vida movieron a muchos a subordinarse o "encomendarse" a un vecino poderoso. Como afirma John Lynch:
"Por lo tanto, el estanciero era un protector, dueño de suficiente poder como para defender a sus dependientes de las bandas merodeadoras, sargentos reclutadores y hordas rivales. Era también un proveedor, que desarrollaba y defendía los recursos locales, y podía dar empleo, comida y abrigo. De esta manera, el patrón reclutaba una peonada. Y estas alianzas individuales se extendían para formar una pirámide social ya que, a su vez, los patrones se convertían en clientes de hombres más poderosos, hasta que alcanzaba la cumbre del poder, y todos pasaban a ser clientes de un superpatrón, el caudillo."
Además, si a esta relación patrón/cliente le sumamos la entrega de tierras por acciones militares, podemos ver claramente conformada una relación muy similar a la "feudo-vasallática" europea medieval.
Otra atadura básica es la fuerza de la costumbre, el "derecho consuetudinario", que crea en el peón un sentimiento de arraigo a esa tierra que lo vio nacer y crecer y que le ofrece "todo", ya que el abastecimiento lo consigue dentro de la hacienda que, aunque "abierta" al mercado mundial, está "cerrada" para la peonada.
Hay también, en muchos casos, un acceso estable a medios de producción (pequeñas parcelas, algún ganado) y a medios de subsistencia (carne, yerba) dentro de la estancia. Así, puede interpretarse a la jornada del gaucho como una renta en trabajo, que realiza además del trabajo en su pequeña actividad "propia".
Todas estas características hacen del pago del jornal o "salario" un dato totalmente subordinado a la coacción extraeconómica: el peón no va a trabajar por el salario, sino que es forzado a trabajar y a mantenerse bajo la égida de un patrón. Frente a esta situación, la influencia de la ley de la oferta y la demanda en la fijación del precio de la fuerza de trabajo es irrisoria, porque si el gaucho no quiere trabajar por un salario bajo, es forzado a hacerlo, haya mucha o poca gente dispuesta a trabajar. Recién los terratenientes podrán transformar al gaucho-peón en asalariado común cuando hubieren podido apropiarse de toda la tierra, someter a los aborígenes y terminar con la frontera que permitía al viejo gauchaje apropiarse de ganado libre o "cimarrón" o cazar por su cuenta.
Se observará que detrás del paternalismo no existió ningún sentido "democrático", ya que no hay ningún reparto de tierras entre los peones ni ningún intento de concederles mayores libertades cívicas: el dudoso derecho al voto oral controlado por los patrones es la máxima libertad otorgada. No debemos olvidar que la rebelión campesina e indígena de 1829 fue utilizada por Rosas para acceder al poder, transformarse en heredero político del dorreguismo y luego eliminarla para restaurar la "disciplina del trabajo".
También merece un párrafo la esclavitud, que siguió manteniéndose, aunque crecieron en cantidad los esclavos libertos, que permanecían en la mayoría de los casos también sometidos a la dependencia personal con aquellos que habían sido sus amos. Frente a ellos también Rosas desplegará la misma estrategia que con sus peones, al identificarse con sus bailes y sus fiestas, dándole a la ciudad porteña un tinte popular al que no se habrían atrevido los doctores unitarios.
"La campaña de 1833 constituye el primer eslabón del proceso de exterminio de las comunidades indígenas libres de la llanura, cuya culminación, la llamada "conquista del desierto", no fue más que el mazazo definitivo sobre culturas agotadas y diezmadas después de más de medio siglo de permanentes conflictos armados. Fue una campaña que hizo escuela: ‘A mi juicio, el mejor sistema para concluir con los indios, ya sea extinguiéndolos o arrojándolos al otro lado del Río Negro, es el de la guerra ofensiva que fue seguida por Rosas, que casi concluyó con ellos.’."
Este comentario sintetiza la acción de Rosas en la campaña de 1833, que tenía como fin la obtención de tierras para alimentar las necesidades de la oligarquía ganadera.
Aun así, autores como José María Rosa reivindican la política de "acuerdos" que realizó el Restaurador, con una gran visión política, entre los indígenas, para garantizar, aunque fuera en forma momentánea, a la "tranquilidad" en las fronteras. En este contexto se explica la oposición entre Rosas y Martín Rodríguez en la anterior campaña de la década del veinte. Mientras que Rodríguez propugnaba la conquista lisa y llana, Rosas alentaba los "tratados" para pacificar la frontera y tal vez poder incorporar a los indígenas como mano de obra en las crecientes estancias de la campaña. Sin embargo, la imposibilidad de la sumisión pronto alentó en Rosas el deseo de una campaña militar, y en 1833 la llevó a cabo. Los objetivos de Don Juan Manuel eran claros:
"Pasan de mil los [indios] que han fallecido en sólo el año de 1836, según consta de las partes y hechos públicos, un esfuerzo más y se acabarán de llenar los grandes objetos e inapreciables bienes de esa campaña feliz".
Es decir, lo principal era ampliar y "limpiar" su fuente de riqueza, la tierra, de cualquier "intruso", pero a la vez intentar mantener en las tierras todavía no conquistadas una tranquilidad que permita el afianzamiento de la riqueza pecuaria. Lynch aprecia esta situación:
"Era imposible expandir las tierras desplazando la frontera y mantenerse en paz con los indios. ¿Cómo se podía ocupar sus territorios y esperar que ellos quedaran satisfechos parlamentando?"
La famosa paz entre Rosas y Calfucurá de 1835 fue tensa y muchas veces rota. Incluso en 1836 Rosas cae con sus fuerzas sobre las comunidades ranqueles que no querían "negociar" con el gobernador, a cuyo frente estaba el cacique Yanquetruz.
Además, cabe tener en cuenta el rol disociador de Buenos Aires dentro de las comunidades aborígenes y la influencia de las luchas políticas nacionales en la política indígena interna; vemos que en 1835 Rosas apoya la creación de la Confederación de Salineros contra los ranqueles; que logra una alianza con los tehuelches contra los vorogas y araucanos; o que los propios ranqueles atacan las ciudades gobernadas por federales en alianza con los unitarios.
En definitiva, el indígena pasaba a ser un engranaje más en las luchas políticas y en las ambiciones económicas, tanto de unitarios como de "federales". Este comportamiento dejaría a las comunidades indígenas en una situación de subordinación, marginación e indefensión cuando fueran "incorporadas" al Estado centralizado en la última parte del siglo XIX.
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