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Longevidad (página 2)

Enviado por Jesús Castro


Partes: 1, 2, 3
ransmutación de las especies”. Añadió: “Hay otra dificultad, relacionada con ésta, que es mucho más seria. Aludo a la manera como especies que pertenecen a varias de las principales divisiones del reino animal aparecen de súbito en las rocas fosilíferas más bajas que se conocen. […] En la actualidad el caso tiene que permanecer inexplicable, y verdaderamente se puede presentar como argumento válido contra los puntos de vista [evolucionistas] que aquí se expresan”. Ahora, después de más de un siglo de extenso cavar, se han desenterrado grandes cantidades de fósiles. ¿Es todavía tan ‘imperfecto’ como antes el registro? El libro “Processes of organic evolution” (Procesos de la evolución orgánica) comenta: “Ahora el registro de las formas de vida pasadas es extenso, y constantemente aumenta en riqueza a medida que los paleontólogos hallan, describen y comparan nuevos fósiles”. Y el científico Porter Kier, de la Institución Smithsoniana, añade: “En museos de todo el mundo hay cien millones de fósi les, todos catalogados e identificados”. Por tanto, “A guide to Earth history (Guía a la historia de la Tierra) declara: “Con la ayuda de los fósiles los paleontólogos pueden darnos ahora un cuadro excelente de la vida de las edades pasadas”. Después de todo este tiempo, y de haberse ensamblado millones de fósiles, ¿qué dice el registro ahora? El evolucionista Steven Stanley declara que estos fósiles “revelan cosas nuevas y sorprendentes acerca de nuestros orígenes biológicos”. El libro “A view of life” (Una vista de la vida), escrito por tres evolucionistas, añade: “El registro fósil está lleno de tendencias que los paleontólogos no han podido explicar”. ¿Qué es esto que ha sido tan ‘sorprendente’ para estos científicos evolucionistas, y que ellos ‘no pueden explicar’? Lo que ha confundido a estos científicos es el hecho de que la gran cantidad de prueba fósil que ahora está disponible revela precisamente lo mismo que revelaba en los días de Darwin: Las clases fundamentales de organismos vivos aparecieron de súbito y no cambiaron en grado apreciable durante largos espacios de tiempo. Nunca se han hallado eslabones de transición entre una de las clases principales de organismos vivos y otra. Por eso, lo que el registro fósil dice es precisamente lo opuesto de lo que se esperaba. El botanista sueco Heribert Nilsson describe la situación de este modo, después de 40 años de llevar a cabo sus propias investigaciones: “No es posible siquiera hacer una caricatura de una evolución mediante los hechos paleobiológicos. El material fósil ahora está tan completo que […] la falta de series de transición no puede ser explicada como cosa que se deba a escasez de material. Las deficiencias son reales, y nunca serán llenadas”». Este estado de cosas paleontológico arremete brutalmente contra la idea de que el hombre provenga del simio y de que la bipedestación humana sea el final de un proceso evolucionario que condujera a nuestros primitivos ancestros desde la copa de los árboles hasta la sabana. El Cac-7 carece de credibilidad y de fundamentos. Cac-8. Los candidatos para el puesto de primeros antepasados humanos separados ya de los simios corresponden a un grupo de fósiles encontrados en África datados entre 3'75 y 3'65 crones (un Cron equivale a 106 años; Brunet et al., 1995). Estos restos óseos se atribuyeron y asignaron a un simio que ya presentaba algunas características que lo separaban de los otros simios coetáneos y lo aproximaban a la especie humana. Por esto se denominó “Australopithecus afarensis”, que significa “simio del sur”. Tres características importantes presentaban los A. afarensis que los incluían en la línea de la evolución humana: la bipedestación, la utilización de elementos naturales (ramas, piedras, etc.) como herramientas, y la disminución de la proyección de los dientes caninos al haber iniciado una alimentación basada, fundamentalmente, en la recolección de vegetales. Los australopitecos habitaban áreas de la actual Etiopía y la zona del Valle del Rift (Tanzania) en África. Los australopitecos, se ha sugerido, que habitaron estas zonas en un periodo comprendido entre los 4-2 millones de años y fue un grupo concreto de ellos el que dio un salto evolutivo al denominado Homo habilis. De esta manera debemos tener presente que los australopitecos y los habilis compartieron tiempo y espacio en la evolución. Los restos fósiles más famosos de un A. afarensis, debido a

edu.red 11. su abundancia y buen estado de conservación, pertenecen a una hembra que se denominó “Lucy” y que han sido datados con una antigüedad de 3'2 millones de años (Wolpoff, 1983). Las características anatómicas más importantes de los australopitecos adultos, que se infieren del análisis de los fósiles encontrados son: la estructura de la pelvis y las extremidades sugiere que eran bípedos y tenían una capacidad de deambulación tipo humana. Esta anatomía adaptada al bipedismo ha sido considerada por los investigadores el rasgo fundamental para considerar a los afarensis como el inicio de la evolución de los homínidos (Wolpoff, 1983). El inicio de la marcha bípeda supuso un cambio en el centro de gravedad del cuerpo que produjo modificaciones en las curvaturas de la columna vertebral. La nueva distribución del peso corporal sobre los pies hizo que se desarrollase el arco plantar. La bipedestación también tuvo una repercusión fundamental sobre las extremidades superiores donde, en la mano, se desarrolló y perfeccionó la oposición del pulgar con los restantes dedos (base del inicio de las habilidades manuales). Los australopitecos machos más altos tenían una talla de unos 1'20 m, y pesaban alrededor de 50 kg, mientras que las hembras alcanzaban los 0'8 m, y pesan alrededor de 30 kg. Como se puede apreciar, estas cifras hablan de un gran dimorfismo sexual en cuanto a valores antropométricos. Los australopitecos poseían una facies (cara o rostro) prognata (que presenta mandíbulas salientes) y la presencia de un hueso frontal muy huidizo que determinaba la apariencia de una frente aplanada. Respecto al tamaño cerebral, los análisis de los volúmenes craneales sugieren que tenían una capacidad craneal con un rango de 350-500 cm3. Las capacidades más pequeñas corresponden a los australopitecos más antiguos y las más próximas a 500 cm3 corresponden a los A. afarensis más tardíos ya en transición hacia el primitivo Homo. Sirva como referencia que la media de la capacidad craneal de los chimpancés actuales tiene un rango de 300-485 cm3. Se ha sugerido que el progresivo incremento del volumen cerebral a lo largo de la evolución de los homínidos guarda una estrecha relación con los cambios en el esqueleto óseo, previamente comentados, y de forma particular con el desarrollo de las habilidades manuales fundamentadas en la oposición del pulgar que permitió a los australopitecos manejar objetos con cierta destreza y de esta manera actuar sobre las áreas corticales sensorio-motrices y determinar su desarrollo y maduración (Strait y Grine, 2004). El australopiteco y el hombre moderno comparten algunos rasgos con los primates antropoides, nuestros parientes evolutivos más cercanos. Desde el punto de vista de la longevidad nos interesa destacar: 1) embarazos prolongados (humanos 260-280 días, chimpancés 240-260, y gorilas 260-280 días), 2) una cría por parto y muy raramente partos múltiples, 3) un largo periodo de dependencia infantil, 4) intensa vida social y, 5) grandes cerebros en relación con la masa corporal (Bercovitch y Harding, 1993). Se ha sugerido que, al igual que sucede en la actualidad con los primates, los australopitecos tenían una relación de 4 hembras por cada varón que nacía. Esto determinaba, junto con la más precoz maduración sexual de las hembras, la posibilidad de que siempre hubiera más hembras disponibles para incrementar la capacidad reproductiva de la especie (darwinismo). Éste es un rasgo que se ha perdido con la evolución humana, donde, en la actualidad, la ratio (razón o cociente) de alumbramientos hembras/varones es casi 1. El estudio de los fósiles de los Australopithecus ha revelado que presentaban un ciclo vital similar al de los simios coetáneos, particularmente en lo que se refiere a las primeras etapas del desarrollo postnatal. Ambos compartían un rápido desarrollo de las fases postnatales tempranas para alcanzar, las hembras, la etapa adulta a los 5-7 años, mientras que los machos la alcanzaban más tarde, en torno a los 8-10 años. Es decir, tenían un desarrollo físico postnatal de tipo precocial (Bogin, 1999). Se entiende por tipo precocial (precoz) un rápido crecimiento para que en pocos años pudieran alimentarse, defenderse, cooperar, alcanzar su autonomía funcional, y en última instancia comenzar la reproducción. Una vez alcanzada la etapa reproductiva, las hembras podían pasar por una serie de ciclos embarazo-parto-lactancia habiéndose calcu

edu.red 12. lado que este ciclo se podía repetir cuatro veces, y la hembra llegaba al final de su etapa fértil en torno a los 20 años. Alcanzada esta edad, tanto en machos como hembras, se iniciaba un rápido proceso de envejecimiento (edentulismo, pérdida de fuerza, etc.), que determinaba su muerte por inanición o bajo la acción de un predador. De esta forma la longevidad máxima de los australopitecos se ha establecido en 25 años. Pero debemos señalar que eran muy pocos los que alcanzaban esta edad, pues la mayoría moría joven como consecuencia de infecciones, traumatismos y acción de los predadores. La esperanza de vida de los A. afareafarensis debido a la alta tasa de mortalidad infantil no superaba los 10 años (Crews y Gerber, 2003). NOTA: El libro “La vida… ¿cómo se presentó aquí? ¿Por evolución, o por creación?”, citado en la nota anterior, páginas 28-32, explica, con relación a los Australopitecos: «Hay otra laguna de enormes proporciones entre [el Ramapiteco] y la siguiente [criatura] que había sido puesta en la lista como antepasado de tipo “hombre-mono”. A esta última se llama australopiteco (Australopithecus… simio del sur). Fósiles de éste se encontraron originalmente en el sur de África en los años [de 1920]. Tenía un cráneo pequeño como de antropoide y una quijada pesada, y lo representaron caminando sobre dos extremidades, encorvado, cubierto de pelo y con apariencia de antropoide. Se decía que había vivido unos tres o cuatro millones de años atrás. Con el tiempo llegó a ser aceptado por casi todos los evolucionistas como el antepasado del hombre. Por ejemplo, el libro “The Social Contract” (El contrato social) señaló: “Con una o dos excepciones, todos los investigadores competentes en este campo concuerdan ahora en que los australopitecinos […] son verdaderos antecesores del hombre”. El periódico “The New York Times” declaró: “Fue australopiteco […] el que con el tiempo evolucionó hasta Homo sapiens, o el hombre moderno”. Y en “Man, Time, and Fossils” (El hombre, el tiempo y los fósiles) Ruth Moore dijo: “Toda la prueba indicaba que los hombres al fin habían encontrado a sus antecesores primitivos, que por mucho tiempo les habían sido desconocidos”. Declaró ella con énfasis: “La prueba era arrolladora […] al fin se había encontrado el eslabón perdido”. Pero cuando en realidad la prueba para algo es débil, o no existente, o se basa en puro engaño, tarde o temprano lo que se afirma queda en nada. Así ha sucedido en el caso de muchos ejemplos pasados de presuntos “hombres-monos”. Así ha sucedido, también, con australopiteco. La investigación creciente ha revelado que su cráneo “difería del de los humanos de más maneras que solamente su menor capacidad cerebral”. El anatomista Zuckerman escribió: “El cráneo australopitecino, al compararse con el cráneo humano y el cráneo símico [de antropoide], parece arrolladoramente símico… no humano. La proposición contraria pudiera igualarse a una afirmación de que lo negro es blanco”. También dijo: “Nuestros descubrimientos dejan poca duda respecto a que […] australopiteco no se parece a Homo sapiens, sino a los monos y antropoides vivientes”. Donald Johanson también dijo: “Los australopitecinos […] no eran hombres”. Richard Leakey también llamó “poco probable el que nuestros antecesores directos sean descendientes evolutivos de los australopitecinos”. Si hoy hubiera de hallarse vivos a algunos australopitecinos, serían puestos en los jardines zoológicos con los demás antropoides. Nadie los llamaría “hombres-monos”. Lo mismo es cierto de otros “primos” fósiles semejantes, como un tipo de australopitecino más pequeño llamado “Lucy”. De este espécimen Robert Jastrow dice: “Este cerebro no era grande en tamaño absoluto; tenía la tercera parte del tamaño de un cerebro humano”. Es obvio que este australopitecino era también sencillamente un “antropoide”. De hecho, la revista New Scientist dijo que “Lucy” tenía un cráneo “muy parecido al de un chimpancé”». Estos datos fidedignos hacen totalmente cuestionable las afirmaciones de Cac-8, no sólo ya en materia de antropología evolutiva sino también en asuntos de gerontología arcaica. La teoría gerontológica de la evolución de la longevidad humana queda bastante desacreditada y expuesta a ser tenida como fábula contemporánea, especialmente por el hecho de haberse excedido fantasiosamente en detalles y pormenores acerca de la vida del

edu.red 13. supuesto antecesor humano llamado Australopiteco y no haber tenido en cuenta la fragilidad de sus fundamentos. También, este fiasco mueve al investigador honesto a cuestionar, desconfiar y mirar con mucho cuidado las afirmaciones gerontológicas de los Cacs 1 a 6 citados anteriormente, ya que existe una ilación más o menos acusada entre éstos y los Cacs 7 y 8 considerados posteriormente. Cac-9. Los A. afarensis que evolucionaron hacia la línea Homo fueron desarrollando durante varios millones de años sus habilidades manuales y unos cuerpos más robustos, además de incrementar el tamaño del cráneo. De esta manera, hace 1'9 crones, se originó el denominado Homo habilis que ya constituye la emergencia definitiva del género Homo (Leakey, 1996). El nombre de Homo habilis (hombre hábil) se le otorgó en reconocimiento de la presumible asociación entre el H. habilis y el inicio de la fabricación de algunos instrumentos de piedra. Homo habilis habitó las mismas zonas que los australopitecos y la etapa evolutiva de los habilis comprende un periodo de tiempo entre 2'5-1 millones de años. Lo cual nuevamente nos señala la coexistencia de grupos de australopitecos y hábiles. Los habilis, como consecuencia de la estimulación de las áreas corticales motoras y sensitivas, iniciaron un proceso de incremento de la talla, peso cerebral y, tal y como revelan los estudios de endovaciados poseían una capacidad craneal entre 500-750 cm3. La talla de las hembras era de unos 100 cm, y pesaban en torno a 35 kg y la de los varones alcanzaba los 140 cm y tenían un peso de poco más de 55 kg. Esto nos muestra el inicio de la longinización de nuestra especie. Además se ha propuesto que ya habilis era capaz de manejar el fuego que se ocasionaba de forma natural, aunque era incapaz de producirlo (Robinson, 1966). Las características anatómicas más típicas de los habilis fueron: su progresiva estilización, el inicio del desarrollo de la bóveda craneal, la disminución del prognatismo y la reducción aún mayor que en la etapa anterior del tamaño de las piezas dentarias. Este aspecto de la reducción del tamaño de las piezas dentarias, fundamentalmente el tamaño de los caninos, determinó que su facies comenzara a tener rasgos del hombre moderno y, tal vez más importante, justificó una forma especial de alimentación que pasó a ser de tipo recolector (de alimentos estacionales); y los aportes de proteínas animales procedían fundamentalmente de pequeños animales cazados en grupo y de los restos de otros animales muertos. Se ha sugerido que este inicio de una alimentación de tipo omnívoro dio un nuevo impulso al proceso de incremento del tamaño cerebral. Respecto del ciclo vital de los habilis, éste no presenta grandes variaciones con respecto a lo señalado para los australopitecos. Se produce un pequeño incremento en la etapa reproductiva lo que permite a las hembras tener más descendencia. Estos hechos coinciden con lo que se denomina una selección-r. La selección-r es característica de los seres vivos que para alcanzar el éxito reproductivo, y concretamente la propagación de esa especie, alcanzan de forma temprana la edad fértil, tienen altas tasas de reproducción (más descendencia) e invierten poco tiempo y esfuerzo en los cuidados a las crías. A esto se une el hecho de la cooperación social intra e inter grupos de habilis, lo que determina que disminuya la presión de los depredadores (acciones de defensa colectiva). Asimismo se cree que comenzaron a utilizarse remedios naturales para ciertas enfermedades (ingesta de ciertos vegetales). Esto determinó que aunque la longevidad máxima, con respecto a los australopitecos no se incrementó, sí se produjo un aumento en la esperanza de vida que se ha calculado próxima a los 15 años (Wood, 1996). NOTA: La obra “Atlas de la creación”, volumen 1, de Harun Yahya, edición y traducción al español de junio de 2007, página 676, informa: «Homo Habilis [es] el mono que fue presentado como ser humano. La gran similitud entre las estructuras del cráneo y del esqueleto de los australopitecinos y los chimpancés, y la refutación de la pretensión de que los primeros caminaban erguidos, provocó grandes inconvenientes a los paleoantropólogos evolucionistas. La razón de ello está en que de acuerdo al esquema evolucionista imaginario el Homo erectus viene a aparecer a continuación

edu.red 14. del Australopiteco. Como el prefijo "homo" significa "hombre", ello implica que el Homo erectus es una especie humana y por lo tanto su esqueleto debe ser erguido. El volumen craneal de éste es dos veces más grande que el de los Australopitecos. Una transición de éstos –que se asemejan a los chimpancés– al Homo erectus, que posee un esqueleto sin ninguna diferencia con el ser humano actual, es algo imposible y fuera de discusión, incluso para la teoría de la evolución. Por lo tanto hacen falta los “vínculos” o “formas transitorias”. El concepto de Homo habilis surge de dicha necesidad. La clasificación de Homo habilis fue presentada en el decenio de 1960 por toda la familia Leakey, “cazadora de fósiles”. De acuerdo a los Leakey, esta nueva especie que clasificaron como Homo habilis, tenía una capacidad craneal relativamente grande así como la disposición para caminar erguida y usar herramientas de madera y de piedra. Por lo tanto podía haber sido el ancestro del hombre. Nuevos fósiles de la misma especie desenterrados a finales del decenio de 1980 hizo cambiar la perspectiva anterior. Algunos investigadores como Bernard Wood y C. Loring Brace, quienes se basaron en los fósiles recién hallados, dijeron que el Homo habilis, que significa “hombre hábil, es decir, hombre capaz de usar herramientas”, debería ser clasificado como Australopiteco habilis, que significa “mono hábil del sur”, porque el Homo habilis tenía un montón de características en común con los monos llamados australopitecinos. Tenían brazos largos, piernas cortas y una estructura del esqueleto parecida a la de los Australopitecos. Los dedos de las manos y de los pies eran apropiados para trepar. Su mandíbula resultaba muy similar a la de los monos actuales. Los 600 cc de volumen craneal promedio es el mejor indicio de que se trataba de monos. En resumen, el Homo habilis, que fue presentado como una especie distinta por algunos evolucionistas, en realidad era una especie de mono igual a todos los otros australopitecinos. Investigaciones realizadas durante años después del trabajo de Brace, demostraron que el Homo habilis no tenía ninguna diferencia con los australopitecinos. El cráneo y el esqueleto fósiles OH62 encontrados por Tim White, mostraban que esta especie tenía un volumen craneal pequeño, brazos largos y piernas cortas que le permitían trepar a los árboles igual que los monos actuales. El análisis detallado conducido por la antropóloga norteamericana Holly Smith en 1994, indicó que el Homo habilis no era “homo” o, dicho con otras palabras, no era “humano” sino un tipo inequívoco de “mono”. Smith dijo lo siguiente acerca del análisis realizado sobre los dientes de los Australopitecos, de los Homo habilis, de los Homo erectus y de los Homo neandertalensis: “Análisis circunscriptos de ejemplares de fósiles que satisfacen estos criterios, exhiben en los gráciles Australopitecos y Homo habilis pautas de desarrollo dental que los coloca en la clasificación de los monos africanos. Los mismos análisis en los Homo erectus y Neandertales clasifica a éstos con los humanos”. Ese mismo año, Fred Spoor, Bernard Wood y Frans Zooneveld, todos especialistas en anatomía, llegaron a las mismas conclusiones a través de un método totalmente distinto que se basaba en el análisis comparativo de los canales semicirculares del oído interno de los humanos y de los monos. Dichos canales permiten el equilibrio. Y concluyeron que: “Entre los fósiles homínidos, la primera especie que demuestra la morfología humana moderna es el Homo erectus. En contraste, las dimensiones del canal semicircular atribuido a un Australopiteco del sur de África, se asemejan a la de los grandes monos vivientes”. Esta misma gente también estudió un ejemplar de Homo STW 53 y encontró que tenía un comportamiento menos bípedo que los australopitecinos, lo cual significa que el Homo habilis era más parecido a un mono que la especie Australopiteco. Por lo tanto, concluyó que resultaba imposible que el STW 53 represente algo intermedio entre las morfologías vistas de los australopitecinos y los Homos erectus. Este descubrimiento conlleva dos conclusiones importantes: 1.Los fósiles del Homo habilis no pertenecían, en realidad, al género "Homo", es decir, a los humanos, sino a los australopitecinos, o sea, al de los monos. 2.Tanto los Homo habilis como los Australopitecos fueron criaturas que caminaban inclinados hacia adelante,

edu.red 15. es decir, poseían esqueletos de mono. No tenían relación de ningún tipo con el ser humano». El 28 de septiembre de 2008, el turco Harun Yahya anunció públicamente una millonaria recompensa a quien lograra demostrar la existencia de un fósil intermedio o de transición entre una especie y otra, con la que se pudiera probar la veracidad del darwinismo. Adnan Oktar (que usa el pseudónimo de Harun Yahya) ha lanzado, pues, un desafío a los evolucionistas, al ofrecer un premio de diez billones de liras turcas (6'2 billones de euros) a aquel científico que le presente un fósil de una etapa intermedia en el proceso evolucionario. Oktar se ha hecho famoso a raíz de la distribución mundial y con carácter gratuito de su lujoso libro “Atlas de la Creación”, dos volúmenes de 800 páginas cada uno en los que afirma que las formas de los organismos vivos no han evolucionado. El biólogo y conocido ateo británico Richard Dawkins calificó el volumen 1 de “ridículo” y su contenido de “inane”, pero el turco le respondió que éste no había logrado presentarle ningún fósil en apoyo del darwinismo y por lo tanto sus descalificaciones eran meras palabras sin valor. Dawkins ha afirmado considerarse ateo. También se declara humanista y escéptico. Es miembro del movimiento “bright” y uno de los intelectuales públicos contemporáneos más influyentes en lengua inglesa. Por analogía con el epíteto de “bulldog de Darwin” que se le daba a Thomas Huxley (1825-1895), Dawkins es también conocido como el “rottweiler de Darwin” por sus posicionamientos evolucionistas radicalistas. Cac-10. Los restos fósiles de H. habilis y los objetos encontrados en su entorno, sugieren que vivía en grupos o cuadrillas semejantes a los grupos de bandas de cazadores-recolectores de la actualidad; y como resultado de, entre otras influencias, la progresiva organización social y el incremento de sus destrezas, continuaron evolucionando y hace unos 1'8 millones de años se originó una especie llamada Homo erectus (Hombre erguido). Los erectus, en conjunto, vivieron desde la fecha señalada hasta hace unos 300.000 años (Antón, 2003). Los primeros erectus fueron coetáneos de los últimos habilis, aunque parece que sólo fue un compartir tiempo evolutivo pero no de hábitat. H. erectus, durante su evolución sufrió transformaciones físicas importantes; se produjo un incremento de la talla por, fundamentalmente, el alargamiento de las extremidades inferiores. Además se hizo más longilíneo, pues al incremento en talla (160 cm para los varones y 130 cm para las hembras), le acompañó un discreto incremento de peso similar para ambos sexos, así los varones alcanzaban los 65 kg y las hembras alcanzaban los 45 kg (Crews y Gerber, 2003). A estas variaciones antropométricas se asociaban mejoras en la anatomía de la mano lo que a su vez seguía teniendo su influencia sobre el desarrollo cerebral, fundamentalmente el córtex. Estos cambios morfo-funcionales se tradujeron en un crecimiento de la capacidad craneana que albergaba un cerebro cada vez mayor y con el inicio de las circunvoluciones. El estudio de los ya numerosos restos fósiles de los erectus ha mostrado que poseía una capacidad craneal entre 800-1000 cm3, aunque su morfología seguía siendo de acusado prognatismo y las tablas de los huesos del cráneo eran muy gruesas. Plenamente adaptado al caminar erguido y dotado de un sistema músculo-esquelético robusto, el erectus era fuerte y vigoroso. El “erguido” desarrolló una gran capacidad de bipedestación y desplazamiento y, algunos grupos comenzaron a desplazarse de forma importante, desde su hábitat inicial, realizando la primera “salida de África” dirigiéndose hacia Eurasia (desde España a China e Indonesia). Estas migraciones supusieron un nuevo peldaño en la evolución de los homínidos, pues, representaron una nueva adaptación de esta especie del clima cálido en África a los climas más fríos de Eurasia. Se ha propuesto que esta adaptación al frío está en la base de dos aspectos fundamentales de la civilización: en primer lugar el dominio del uso del fuego para calentarse, defenderse y preparar alimentos y, en segundo lugar, el inicio de la cultura asociada a la protección del frío ambiental (habitar cavernas y abrigarse con pieles). Los erguidos se asociaban en bandas de cazadores-recolectores donde ya había una clara distribución de las funciones sociales basadas en la dicotomía macho-hembra (los varones cazaban y las mujeres recolectaban). La cooperación necesaria para la caza, junto con las habilidades que su éxito implica, se ha propuesto como un nuevo impulso en el proceso de “cerebrización”, pues se cree que el desarrollo de

edu.red 16. la caza está en la base del inicio del lenguaje en los homínidos (protolenguaje). En el Homo erectus se alargó la duración de las fases tempranas (infancia), lo que contribuyó a un crecimiento más lento hasta alcanzar el estado adulto. Es decir, se incrementó la duración de la etapa prereproductiva. De esta manera, lo que era un rápido tránsito entre infancia y estado adulto pasó a tener un ciclo de tres fases (infancia-pubertad-adulto). Esto supuso un incremento en la duración del ciclo vital de varios años, pero las fases de adulto (reproductora) y envejecimiento se mantuvieron constantes en cuanto a su duración (Crews y Gerber, 2003). El tener más tiempo postnatal para alcanzar la maduración sexual (infancia-adolescencia), permitió a los H. erectus comenzaran a tener crías más inmaduras en cuanto al desarrollo de su soma y destinar los esfuerzos del desarrollo prenatal a la maduración del cerebro. Este aspecto en la mejora en la maduración cerebral intrauterina se ha considerado fundamental en el proceso de hominización. Así, el cerebro comenzó a incrementar sus circunvoluciones y de esta manera se produjo un importante aumento en la extensión de la superficie de este órgano (córtex cerebral). De esta manera se originó una dualidad en cuanto al estado de madurez de los H. erectus al nacer. Tenían un cerebro precocial (muy desarrollado y receptivo a la estimulación) y un soma altricial, menos maduro, que necesitaba más atenciones postnatales. A medida que se produjo una extensión en la etapa pre-reproductora para que el soma alcanzara su madurez, se incrementó el tiempo necesario para completar los procesos de la vida (crecimiento, desarrollo, maduración, reproducción y cría de los hijos). Esto originó un ligero aumento de la etapa post-reproductiva y en consecuencia un incremento de la longevidad, aunque la fase de envejecimiento seguía siendo breve. Los estudios predictivos y de análisis de fósiles establecen que estos H. erectus podían alcanzar los 25-30 años de vida (Crews y Gerber, 2003). NOTA: La revista DESPERTAD de abril-2008, página 30, publicada por la Sociedad Watch Tower Bible And Tract, comenta: «Los científicos suelen representar las “etapas” finales de “la evolución humana” como una progresión que va del Homo habilis, pasando por el Homo erectus, hasta llegar al “hombre moderno”, el Homo sapiens. Sin embargo, ahora se cree que dos fósiles encontrados en Kenia a unos pasos de distancia entre sí demuestran que las especies Homo habilis y Homo erectus, consideradas antecesoras del ser humano, vivieron al mismo tiempo. “Su coexistencia hace muy improbable que el Homo erectus evolucionara del Homo habilis”, asegura Meave Leakey, coautora de un artículo sobre el tema». El libro “La vida… ¿cómo se presentó aquí? ¿Por evolución, o por creación?”, citado anteriormente, página 95, explica: «Otro tipo fósil recibe el nombre de Homo erectus… hombre erguido. El tamaño y la forma de su cerebro sí caen dentro del alcance de las medidas inferiores del cerebro del hombre moderno. Además, la Encyclopædia Britannica declaró que “los huesos de las extremidades descubiertos hasta ahora no se han podido distinguir de los de H[omo] sapiens”. Sin embargo, no está claro si era humano o no. Si lo era, entonces era simplemente una rama de la familia humana, y desapareció». El “Atlas de la creación”, volumen 1, páginas 679-682, expone: «El término "erectus" en "Homo erectus" significa "hombre que camina erguido". Los evolucionistas han tenido que separar estos fósiles de los primeros agregándoles la cualidad de "erectos", porque todos los fósiles Homo erectus disponibles están erguidos en un grado no observado en ninguna de las especies australopitecinos u Homo habilis. No hay ninguna diferencia entre el esqueleto postcraneal del ser humano actual y el del Homo erectus. La razón primaria para que los evolucionistas definan al Homo erectus como "primitivo" es el volumen del cráneo (900-1100 cc) –más pequeño que el promedio de los seres humanos actuales– y la saliente del arco superciliar. Sin embargo, mucha gente que vive hoy día tiene el mismo volumen craneal que el Homo erectus (por ejemplo, los pigmeos), y otras el arco superciliar saliente (por ejemplo, los aborígenes o nativos australianos). Hay un acuerdo general en que las diferencias en los volúmenes craneales no denota necesariamente diferencias en la inteligencia o en las capacidades. La inteli

edu.red 17. gencia depende de la organización interna del cerebro antes que de su volumen. Los fósiles que han hecho conocido en el mundo al Homo erectus son los del Hombre de Pekín y Hombre de Java, encontrados en Asia. De todos modos, se comprendió con el tiempo que ambos fósiles no eran dignos de confianza. El Hombre de Pekín consistía en algunos elementos hechos de yeso, cuyos originales se perdieron. El Hombre de Java está "compuesto" de un fragmento de cráneo y un hueso de la pelvis encontrado a unos metros de distancia del primero, sin ningún indicio que perteneciesen al mismo ser viviente. A eso se debe que los fósiles de Homo erectus encontrados en África ganaron una importancia creciente (Debería tenerse en cuenta que ciertos fósiles, que se dijo eran Homo erectus, algunos evolucionistas los incluyeron bajo una segunda especie llamada "Homo ergaster". Entre ellos hay desacuerdos al respecto. Nosotros trataremos a todos estos fósiles bajo la clasificación de Homo erectus). La clase más conocida de Homo erectus encontrada en Africa es el fósil "Narikotome Homo erectus" o "Muchacho de Turkana", que fue encontrado cerca del Lago Turkana en Kenya. Se confirmó que este fósil era de un muchacho de 12 años que habría tenido una altura de 1'83 metros en la adolescencia. La estructura vertical del esqueleto fósil no se diferencia en nada de la del hombre moderno. Respecto al cráneo, Walker escribió que se rió cuando lo vio porque “se lo apreciaba muy parecido a un Neandertal”. Los Neandertales son una raza humana. Por lo tanto el Homo erectus también es una raza humana. Incluso el evolucionista Richard Leakey dice que las diferencias entre el Homo erectus y el hombre contemporáeno no son más que variaciones raciales: “Uno debería ver también las diferencias en las formas del cráneo, en el grado de protrusión del rostro, en el vigor de las cejas, etc. Estas diferencias probablemente no son más pronunciadas que las que vemos hoy día entre las razas humanas alejadas geográficamente. Tales variaciones biológicas surgen cuando las poblaciones están apartadas geográficamente por una cantidad de tiempo significativa”. El Profesor William Laughlin, de la Universidad de Connecticut, realizó extensos exámenes anatómicos de los esquimales y de la gente que vive en las Islas Aleutianas y advirtió que eran extraordinariamente similares al Homo erectus. Laughlin concluyó que todas esas razas, en realidad, eran distintas variedades de Homo sapiens (hombre de hoy día). “Cuando consideramos las vastas diferencias que existen entre grupos muy alejados, como los esquimales y los bosquimanos, que pertenecen a la misma especie de Homo sapiens, parece justificable concluir que el sinantropo (un espécimen erectus) se incluye en esa misma variedad” (Marvin Lubenow, “Huesos de Contención”, Grand Rapids, Baker, 1992, página 136). Hoy día se ve más pronunciadamente en la comunidad científica que el Homo erectus es un grupo taxonómico superfluo y que los fósiles que se le adscriben, en verdad, no se diferencian del Homo sapiens como para ser considerado una especie distinta. En American Scientist esta discusión y la conferencia tenida en la materia en el 2000 fueron resumidas así: “La mayoría de los participantes en la conferencia de Senckenberg se sumergieron en un acalorado debate sobre la verdad del grupo taxonómico del Homo erectus, debido a las intervenciones de Milford Wolpoff de la Universidad de Michigan, Alan Thorne de la Universidad de Canberra y sus colegas. Argumentaron que el Homo erectus no era para nada una especie y que debía ser eliminado de esa categoría. Di

edu.red 18. jeron que todos los miembros del género Homo, desde hace unos 2 millones de años hasta la actualidad, eran especies muy variables y ampliamente esparcidas de Homo sapiens, sin ninguna subdivisión. El tema de la conferencia, es decir, el Homo erectus, no se trató para nada” (Pat Shipman, “Dmanisi Incierto”, American Scientist, NoviembreDiciembre de 2000, página 491). La conclusión alcanzada por los científicos, al defender la tesis antes mencionada, se puede resumir de la siguiente manera: “La especie Homo erectus no es distinta de la Homo sapiens, sino más bien una raza dentro de Homo sapiens”. Por otra parte, hay un gran vacío entre el Homo erectus, una raza humana, y los monos que le antecedieron en el escenario de la "evolución humana" (Australopiteco, Homo habilis, Homo rudolfensis). Esto significa que los primeros hombres aparecieron en los registros fósiles de modo repentino, sin ninguna historia evolutiva. No puede haber ningún indicio más claro de que fueron creados. No obstante, admitir este hecho va totalmente contra la filosofía dogmática y la ideología de los evolucionistas. En consecuencia, intentan retratar al Homo erectus, verdaderamente una raza humana, como una raza medio simiesca. En sus reconstrucciones del Homo erectus lo dibujaron porfiadamente con rasgos simiescos. Por otra parte, con métodos similares de dibujo, humanizaron a monos como el Australopiteco o el Homo habilis. Con ese procedimiento buscan "aproximar" los monos y los seres humanos y cerrar el hueco entre esas dos clases distintas de vivientes». Cac-11. El siguiente peldaño en la escalera de la evolución del Homo erectus tomó una bifurcación de extraordinaria importancia para la especie humana (Antón, 2003). Una línea evolucionó en las poblaciones que quedaron en África y otra en las que habían emigrado a Eurasia. Esta evolución originó en África los primeros Homo sapiens arcaicos hace unos 400-300.000 años. Estos sapiens arcaicos presentaban un cerebro más grande (una media de capacidad craneal de 1.200 cm 3, aunque todavía tenían una frente pequeña y huesos de gran grosor. La “otra línea” de Homo erectus (la que colonizó Eurasia), siguió evolucionando para finalmente originar, hace aproximadamente 100.000 años, una subespecie de homínidos muy robusta, sin barbilla y frente muy inclinada, conocida como Homo sapiens neanderthalensis (Wood, 1996). La variedad Homo sapiens neanderthalensis (europea), tenía una apariencia robusta (talla de 170 cm para varones y 140 cm para las hembras, y un peso que superaba los 70 kg y los 60 kg respectivamente). Además, los neandertales tenían una capacidad craneal de 1.600 cm3 (superior a la media de los humanos actuales). Pero este incremento en la capacidad craneal no se correlacionaba con un incremento en la superficie del córtex cerebral, que seguía siendo pobre en circunvoluciones, como muestran los análisis de las huellas cerebrales en los huesos de la bóveda craneal (ver Nota, a continuación). Se cree que muchos de los

edu.red 19. rasgos anatómicos de los neandertales representaban los efectos de la selección para la vida en climas extremadamente fríos (glaciaciones). Los restos encontrados han revelado que vivían en abrigos naturales que adaptaban y eran grandes cazadores. Una característica cultural importante de los neandertales es que comenzaron a enterrar a los muertos e incluir algo de su ajuar en el enterramiento. Homo sapiens neanderthalensis vivió hasta hace unos 35.000 años, tiempo en el que desapareció constituyendo las causas de su eliminación uno de los enigmas más importantes en los orígenes del hombre actual. Entre las diversas hipótesis que se han propuesto para justificar su desaparición figura la dificultad que tenían las hembras para parir fetos de gran tamaño y cráneos muy osificados (sus fetos experimentaban un crecimiento corporal precocial) que dificultaba, sobremanera, los mecanismos del parto muriendo la madre y el hijo. NOTA: El “Atlas de la creación”, volumen 1, páginas 682-684, habla acerca del Hombre de Neanderthal, en parte de la siguiente forma: «[Se dice que] los Neandertales fueron seres humanos que aparecieron repentinamente hace 100 mil años en Europa y fueron asimilados, mezclándose con otras razas, o desaparecieron silenciosa pero rápidamente hace 35 mil años. La única diferencia que tenían con el ser humano de hoy día estaba en el esqueleto, pues el de ellos era más vigoroso, con un volumen craneal levemente más grande. Los Neandertales eran una raza humana, hecho que es admitido hoy día prácticamente por todos. Los evolucionistas se esforzaron al máximo por presentarlos como "una especie primitiva", aunque todos los descubrimientos indican que no diferían en nada de un ser humano "robusto" que camine por la calle actualmente. Una autoridad prominente en la materia, Erik Trinkaus, paleoantropólogo de la Universidad de Nuevo Méjico, escribe: “Comparaciones detalladas de los esqueletos del Neandertal y del ser humano moderno han expuesto que no hay nada en la anatomía del primero que indique de manera concluyente capacidades locomotoras, de manipulación, intelectual o lingüística inferiores que la del segundo”. Muchos investigadores contemporáneos definen al hombre de Neandertal como una subespecie del ser humano actual y lo llaman "Homo sapiens neandertalensis". Los descubrimientos testifican que enterraban a sus muertos, modelaban instrumentos musicales y tenían afinidad cultural con los Homo sapiens sapiens que vivían en el mismo período. Para expresarlo con precisión, los Neandertales son una raza humana "vigorosa" que, simplemente, desapareció con el tiempo». El libro “La vida… ¿cómo se presentó aquí? ¿Por evolución, o por creación?”, página 95, párrafo 34, corrobora lo anterior: «El hombre de Neandertal (llamado así por el distrito de Neander, en Alemania, donde se halló el primer fósil) era indudablemente humano. Al principio se le pintó encorvado, con apariencia de estúpido, peludo y simiesco. Ahora se sabe que esta reconstrucción equivocada se basó en un esqueleto fósil que había sido malamente deformado por una enfermedad. Desde entonces se han hallado muchos fósiles de Neandertal, y éstos confirman que no difería mucho de los humanos modernos. En su libro “Ice” (Hielo), Fred Hoyle declaró: “No hay prueba de que el hombre de Neandertal fuera de manera alguna inferior a nosotros”. El resultado ha sido que dibujos recientes de los neandertaloides han adquirido una apariencia más moderna». La revista DESPERTAD del 8-11-1981, páginas 14-15, añade al tema: «El Hombre de Neanderthal también es una de las partes más conocidas de la llamada cadena evolucionista. Cuando se descubrió la primera porción del cráneo, un científico la llamó la coronilla de un idiota. Las interpretaciones fueron cambiando gradualmente a medida que se iban descubriendo más huesos. Las primeras reconstrucciones representaban a los neandertalenses agachados y parecidos a monos, con brazos largos que colgaban flojamente, pero ahora tenemos libros que dicen que “Neandertal probablemente no se veía muy diferente de algunas personas de hoy día”. Una enciclopedia ahora dice que los neandertalenses eran “completamente humanos, plenamente erectos”. ¡Qué cambio! Al comparar las ilustraciones en varios libros se nota los ajustes que se han hecho en la apariencia que se ha atribuido al hombre de Neandertal. ¡Y, más bien que ser idiota, ahora se reconoce que el hombre de Neandertal te

edu.red 20. nía un cerebro más grande que el de la mayoría de los hombres modernos! Una de las razones por la cual algunos científicos creyeron que el hombre de Neandertal era rechoncho y doblado es muy interesante. Un esqueleto primitivo que hallaron tenía las piernas arqueadas y una forma doblada. Por supuesto, ya que estaban buscando una criatura parecida a mono que cuadrara con su teoría, ¡qué fácil fue cometer un error! ¡Más tarde, un examen más detenido reveló que el esqueleto estaba deformado debido a artritis! Y eso no es todo. Puesto que los evolucionistas se esfuerzan por hacer que sus hallazgos se parezcan al eslabón entre el mono y el hombre, cuando reconstruyeron por primera vez los huesos de los pies del hombre de Neandertal, un libro dice que “hicieron que se parecieran a los de un mono”. Pero el mismo libro dice que los pies realmente ‘se parecen mucho a los del hombre moderno y funcionaban de modo muy parecido’». La prestigiosa revista “Investigación y Ciencia”, número 425, de febrero 2012, Prensa Científica (SA), páginas 68 a 76, contiene un artículo titulado “La evolución cerebral de los homínidos”, redactado por Emiliano Bruner (doctor en biología animal que lidera un grupo de investigación en Paleoneurología del Centro Nacional Español de Investigación sobre la Evolución Humana, CENIEH, de Burgos). El artículo habla de técnicas digitales que permiten reconstruir el molde de la cavidad craneal (superficie cerebral virtual) de especies fósiles, las cuales supuestamente arrojan nueva luz sobre la evolución anatómica del cerebro humano y su relación con los cambios cognitivos. El artículo dice, en parte (salvo los comentarios en gris y entre paréntesis, los cuales son ajenos al texto del citado artículo): «Aunque los primeros fósiles humanos fueron hallados a mediados del siglo XIX (HOMO NEANDERTHALENSIS, en Europa, seguidos por los primeros restos de HOMO ERECTUS, en Asia), la paleoantropología no se desarrollaría como ciencia reconocida hasta los años treinta del siglo XX. En 1924, el neuroanatomista Raymond Dart encontró en África el primer cráneo de AUSTRALOPITHECUS AFRICANUS, un individuo infantil conocido como Niño de Taung. En el hallazgo de aquel australopiteco concurrieron dos características muy peculiares: no sólo fue descubierto por un especialista en anatomía cerebral, sino que, por una rarísima situación de fosilización, el sedimento geológico había penetrado en el cráneo y se había compactado. Los huesos de la bóveda craneal habían desaparecido y lo que quedaba era un molde fósil de su cerebro. Por esta sugestiva coincidencia, podemos afirmar que la paleoantropología humana (el estudio de las estructuras cerebrales de los homínidos fósiles) nació a la vez que la paleoantropología misma. Durante largo tiempo, la evolución humana se entendió desde una perspectiva lineal, gradual y progresiva. Hoy en día, sin embargo, no creemos que esa SCALA NATURAE (“escala natural, o cadena de los seres”, pensamiento recurrente en la historia de la biología según el cual todos los organismos pueden ser ordenados de manera lineal, continua y progresiva, comenzando por el más simple hasta alcanzar el más complejo, que normalmente se identifica con el hombre; estas ideas arrancan desde Aristóteles y se perpetúan hasta casi finales del siglo XX, cuando se impone la n-ésima especulación evolucionaria llamada Teoría Sintética Neodarwinista Revisada) refleje el verdadero proceso de evolución biológica. En primer lugar, ésta no es siempre lineal, sino que a menudo sigue caminos discontinuos y complejos (es decir, ahora existe evidencia clara de que el simplismo original con el que la teoría evolucionista comenzó su andadura es un completo error, por lo que se adopta un nuevo enfoque complejista. Un examen profundo, reflexivo y multidisciplinar, que no descarte el aporte bíblico que ofrece la visión histórica del Génesis, permite comprender que el simplismo teórico, aunado al materialismo filosófico, fueron la cuna del evolucionismo, de la teoría de la generación espontánea y del transformismo. Por otra parte, el prisma creativista, que toma como eje el relato del Génesis, no pudiera partir de un esquema simplista para abordar el estudio de la naturaleza y de la biosfera, puesto que una premisa fundamental del mismo descansa en la creencia en un Sumo Hacedor o Diseñador Inteligente, artífice y causa primordial del mundo y de los seres que en él habitan. Por consiguiente, el punto de vista del creativista ha de ser complejista, esto es, el de esperar encontrar enormes dificultades teóricas a la hora de estudiar y tratar de entender la creación material u obra terrestre de superlativa ingeniería divina. Además, el sólo hecho de que actualmente la teoría evolucionista esté adoptando obligatorias ópticas complejistas hace sospechar que tal vez se va aproximando hacia una visión científica más acorde con las viejas premisas creativistas que con las evolucionistas tradicionales, aunque, sin embargo, por supuesto, todo indica que seguirá manteniendo su terquedad materialista). Tampoco obedece siempre a un proceso gradual, pues a veces puede presentar largos periodos de ausencia de cambio junto a otros en los que las transformaciones se suceden con gran rapidez (esta nueva visión, amparada evidentemente en el registro fósil ya que no hay evidencia experimental que la apoye, constituye un gran alejamiento del darwinismo

edu.red 21. fundamental a la vez que se aproxima a la expectativa paleontológica creativista). Y quizá tampoco recorra siempre un sendero de mejora absoluta, ya que numerosos rasgos que pueden resultar útiles para ciertas funciones quizá no lo sean para otras (esto, de asumirse como nueva premisa evolucionista, supone un duro golpe para las teorías materialistas acerca del origen de la vida, las cuales, al igual que el evolucionismo darwiniano y postdarwiniano, se basan en fenómenos aleatorios en los que el cálculo de probabilidades les resulta muy poco favorable, aunque ellos han seguido intentando acomodar la teoría para que esto no se haga evidente. Por lo tanto si ahora, obligados por postreros descubrimientos, adoptan posturas que implícitamente conllevan más resultados negativos en dicho cálculo probabilístico, en realidad lo que están haciendo es aproximarse subterráneamente a la criteriología de base que caracteriza a la teoría del Diseño Inteligente de la vida). Las necesidades de las especies cambian continuamente, por lo que una trayectoria evolutiva que procediese siempre en la misma dirección carecería de sentido (lo cual es sinónimo de complejismo). Hoy, esta nueva interpretación de la teoría evolutiva ha permeado (penetrado en) todos los sectores de la biología, incluida la paleontología humana. A la luz de gran cantidad de fósiles hallados durante el desarrollo de la disciplina, la historia de la evolución del hombre ha pasado de verse como una línea para convertirse en un “árbol” y, finalmente, en un “arbusto”, donde las relaciones completas entre sus numerosas ramas están aún por descubrir (es decir, hay en el horizonte un panorama de complejismo todavía mayor a lo esperado). La paleoneurología investiga la (hipotética) evolución del sis tema cerebral de las especies extintas. Sin embargo, dado que el encéfalo no fosiliza, la reconstrucción de las estructuras cerebrales debe realizarse a partir de las huellas que éstas han dejado en los huesos del cráneo. Para ello resulta necesario entender, en primer lugar, las relaciones anatómicas existentes entre ambos: cerebro y cráneo guardan relaciones estructurales (los dos se tocan, por lo que deben respetar equilibrios físicos y mecánicos) y funcionales (comparten recursos fisiológicos), vínculos que hoy se investigan sobre todo en individuos vivos. El estudio paleoneurológico se centra, por tanto, en la anatomía de la cavidad craneal, o “endocráneo”. Ésta nos aporta información sobre el tamaño del cerebro, su geometría, la proporción que guardan sus áreas (lóbulos y circunvoluciones) e incluso sobre su sistema vascular superficial, ya que también las venas y arterias dejan huellas sobre la pared interna del cráneo. A partir de esos datos, la paleoneurología trata de descifrar la manera en que estas características se han ido modificando a lo largo de la (supuesta) evolución, con un interés particular por su relación con (hipotéticos y) posibles cambios cognitivos. En el pasado, una vez que se hallaba un cráneo fósil, el método tradicional para proceder al estudio del endocráneo consistía en la elaboración de un molde físico, un “positivo” de la cavidad craneal que reflejase la apariencia exterior del cerebro. Sin embargo, todo fósil constituye un objeto único y muy delicado, por lo que esta técnica no podía permitirse emplear procesos físicos o químicos demasiado agresivos. Sólo si un fósil se encontraba muy fragmentado resultaba sencillo elaborar el molde, pero entonces éste no aportaba demasiada información. Y, ante un cráneo completo, fabricar un molde y extraerlo sin dañar el primero ni deformar el segundo era un proceso que revestía grandes dificultades. Con todo, durante el siglo XX se desarrollaron técnicas cada vez mejores. En un principio se emplearon moldes de yeso; después, se introdujeron resinas y compuestos plásticos. Sin embargo, la investigación con moldes físicos siempre había limitado de manera considerable el grado de desarrollo de la disciplina. En este sentido, la paleoneurología vivió una verdadera revolución a mediados de los años noventa [del siglo XX]. Ésta llegó de la mano del alto grado de desarrollo que, durante esos años, experimentaron los métodos de obtención de imágenes digitales biomédicas. La tomografía computarizada y las técnicas de resonancia magnética alcanzaron un nivel de difusión que trascendió el ámbito de la medicina; de repente, estas técnicas se encontraban al alcance de cualquier laboratorio anatómico y paleontológico. La elaboración de moldes endocraneales experimentó un progreso sin precedentes: por primera vez, podían construirse moldes digitales sin tocar el fósil. Hoy en día, el proceso de obtención de moldes es rápido y versátil, y la correspondencia entre la anatomía original y la geometría del molde alcanza las décimas de milímetro. Cuando los fósiles se encuentran incompletos o fragmentados, resulta posible emplear aplicaciones estadísticas

edu.red jo. 22. a fin de minimizar la componente subjetiva de la reconstrucción. A su vez, los moldes digitales pueden copiarse y enviarse con gran facilidad, con las ventajas que ello supone para la colaboración entre laboratorios. Al mismo tiempo que las técnicas de imagen digital proporcionaban nuevas herramientas para la obtención de datos paleontológicos, los avances informáticos revolucionaron también la morfometría, la disciplina que, a través de la estadística, cuantifica y compara las formas anatómicas. En lugar de medir físicamente las distancias entre los puntos de un sistema anatómico (anchuras, longitudes, etcétera), como se ha venido haciendo durante siglos de estudios antropométricos, hoy se trabaja con modelos geométricos digitales. Éstos se analizan luego con métodos de estadística multivariante (un tipo de estadística que analiza las correlaciones entre todos los elementos a la vez) a fin de identificar los patrones de estructura y función que se esconden tras un modelo biológico. Este tipo de análisis espacial, denominado morfometría geométrica, constituye en la actualidad el método principal para el estudio de morfología en biología evolutiva. Hoy, un laboratorio de paleoneurología es un laboratorio de anatomía digital: un conjunto de ordenadores aplicados a la reconstrucción virtual de cráneos y cerebros de especies extintas, que analizan su variabilidad y que investigan los patrones (supuestamente) evolutivos que han caracterizado los cambios neurales, con especial interés por aquéllos con implicaciones cognitivas. Los conocimientos necesarios son los de la biología, la paleontología, la bioestadística y las técnicas digitales de reconstrucción anatómica. Todo ello forma parte de lo que ha dado en llamarse “biología in silico”, que, en lugar de emplear modelos animales (in vivo) o fisicoquímicos (in vitro), lleva a cabo sus experimentos en un ordenador. De todos los datos que pueden extraerse a partir de un molde endocraneal, uno de los que más atención ha recibido en el pasado ha sido el volumen. En parte, ello se debe a las grandes diferencias observadas en el volumen cerebral de los mamíferos y, muy en particular, en el de los primates. De hecho, nuestra especie destaca en este sentido: un humano moderno posee en torno al triple de masa neural que un primate de peso corporal pare Con todo, no podemos ignorar que otro de los factores que han contribuido a aumentar la importancia que tradicionalmente se ha asignado al tamaño cerebral: en términos estadísticos, se trata de un dato aparentemente fácil de calcular. Durante décadas, se han llenado cráneos con semillas o se han introducido los moldes correspondientes en agua para medir el volumen de la cavidad endocraneal. Aunque hoy en día se emplean métodos digitales, a menudo éstos tampoco se encuentran exentos de ambigüedades. La mayoría de los restos fósiles se componen de fragmentos aislados de cráneo, en cuyo caso el volumen cerebral sólo puede calcularse de manera aproximada. Y si bien existen varios métodos empíricos para extrapolar su valor, el resultado final varía mucho de una estimación a otra, una circunstancia que ha generado encendidos debates sobre la validez de las reconstrucciones. […] Por lo general, en zoología suele calcularse el volumen cerebral con relación al tamaño del animal. Pero los estudios paleontológicos adolecen de la limitación usual: no disponemos del cuerpo completo, sino sólo de fragmentos de esqueleto. Los métodos empíricos (experimentales) para estimar el peso corporal a partir del esque

edu.red 23. leto han desembocado, a su vez, en nuevas controversias […]. […] El proceso de encefalización (el aumento relativo del volumen cerebral) ha ocurrido en diferentes momentos y, con toda probabilidad, en (hipotéticas) líneas evolutivas independientes. Algunas especies sólo han experimentado (aparentemente) un aumento del valor absoluto del tamaño cerebral, acompañado de un incremento proporcional del volumen del cuerpo. En otras, por el contrario, sólo ha variado el tamaño del encéfalo, sin cambios corporales. Los australopitecos contaban con un volumen cerebral similar o poco mayor al de los simios antropomorfos actuales, con un promedio de entre 400 y 500 cc. […] Homo habilis [alcanzaba] entre 600 y 800 cc. […] Homo erectus [llegó] a poseer cerebros de entre 1000 y 2000 cc. Los humanos modernos y los neanderthales presentaban los valores más altos, entre 1300 1500 cc. Es más, el promedio de Homo neanderthalensis era algo más elevado que el de nuestra especie. Mención aparte merece el caso del Hombre de Flores (Homo floresiensis), un individuo fósil descubierto en 2003 en la isla de Flores, en Indonesia, y datado en unos 20000 años de antigüedad. Con un metro de altura, su capacidad craneal no llegaba a los 400 cc. Su pequeño tamaño y sus particulares rasgos anatómicos, junto a una datación tan reciente y una industria lítica compleja, han planteado una infinidad de preguntas relativas a nuestra compresión de los procesos evolutivos. Sobre todo, ha quedado en evidencia una vez más lo poco que sabemos sobre la anatomía craneal y cerebral de nuestra propia especie. A pesar de una atención desproporcionada por parte de los medios de comunicación y de un encendido debate académico -a menudo, en un tono innecesariamente conflictivo-, aún no sabemos si el Hombre de Flores constituye un ejemplar de una especie extinta, ajena por completo a los (supuestos) esquemas evolutivos que conocemos, o si no era más bien un individuo patológico […]. Hoy en día, el tamaño cerebral recibe menos atención que antaño. No cabe duda de que se trata de un dato relevante, pero otros factores más sutiles bien podrían haber resultado más determinantes […]. Y aunque algunos autores han hallado cierta correlación entre tamaño cerebral (absoluto y relativo) e “inteligencia”, otros sugieren cautela en este sentido. Muchos de tales estudios se basan en la comparación de nuestra especie con otros simios antropomorfos actuales, un enfoque que requiere cierta precaución. […] Por ello, quizá suponga un error dar por sentadas demasiadas similitudes entre un simio actual y un estado biológico (supuestamente) primitivo de nuestra especie. También las circunvoluciones cerebrales dejan sus huellas en la pared endocraneal. Estas trazas pueden ser muy débiles, por lo que a menudo se requiere cierta experiencia para interpretarlas. En el pasado se les ha concedido gran importancia, sobre todo al dar por sentado que a cada región cerebral debía corresponderle un aspecto cognitivo. Hoy sabemos que, aunque existan áreas cerebrales especializadas en funciones concretas, los procesos cognitivos se basan en la integración de varias redes neurales, por lo que no resulta aconsejable asociar de forma demasiado rígida funciones cognitivas a zonas cerebrales específicas. (Además, no debería suponerse que las actuales técnicas de elaboración de moldes de la cavidad endocraneal son absolutamente fidedignas a la verdadera imagen superficial del cerebro que en su día fue alojado en dicha cavidad, puesto que hay que contar con las deformaciones y erosiones acaecidas en la superficie craneana interna del propio fósil a lo largo del tiempo que ha permanecido en el yacimiento. En la página 119 del libro “Arqueología de la mente”, de Steven Mithen, publicado en español en 1998 por la editorial Crítica de Barcelona, España, se menciona estas posibles eventualidades diciendo, en parte: “Nos tendremos que contentar con analizar los moldes del interior de sus cráneos fosilizados, confiando en que las protuberancias e improntas de esos moldes reflejen las protuberancias e improntas del cerebro de Homo habilis [lo cual aplica evidentemente a cualquier tipo de cráneo fósil antropo

edu.red 24. mórfico]. Cuando menos se trata de un asunto arriesgado, Recordemos que estos fósiles han permanecido bajo tierra durante 2 millones de años [según las hipótesis paleontológicas], y que con frecuencia se han fosilizado bajo el peso de los sedimentos que se han ido acumulando sobre ellos, Por lo tanto, es probable que las protuberancias e improntas de estos moldes reflejen la estructura del cerebro, pero también las contusiones y deformaciones producidas a lo largo de todo el proceso de fosilización”. Por otra parte, el Instituto Argentino de Buceo conserva un artículo a fecha de hoy [26-11-2012] en su sitio de Internet, que dice parcialmente lo siguiente: “Muchos cetáceos tienen cerebros relativamente grandes y complejos pero ¿son por ello inteligentes? Incluso en los seres humanos 'inteligencia' es un término muy confuso. Se la suele relacionar con la capacidad de aprender, de conocer y de analizar utilizando la razón y el juicio. Para contestar esa pregunta no sólo se han examinado pruebas de comportamiento sino también las estructuras del sistema nervioso. La simple comparación del cerebro de un delfín y un humano nos hace sospechar del elevado nivel intelectual del cetáceo. No sólo el cerebro de éste es superior, en proporción al tamaño corporal, que el del hombre, sino que también presenta una mayor complejidad. Así el córtex, capa cerebral donde residen las más altas facultades intelectuales, parece ser más extenso y con mayor complicación de circunvoluciones, siendo su número al menos el doble. Además la cantidad de neuronas es al menos un cincuenta por ciento mayor en el delfín. Algunos especialistas opinan que estos animales podrían poseer un intelecto mayor al del humano pero definitivamente distinto”). […] El cerebro del hombre moderno posee una forma particularmente esférica, debida, sobre todo, a la geometría de sus áreas parietales. Esta diferencia con las especies extintas no obedece a un proceso gradual, sino que resulta exclusiva de nuestra especie. Tampoco puede explicarse a partir del proceso de encefalización, ya que los neandertales poseían un cerebro incluso más grande que el nuestro, sin embargo, no exhibía dicha geometría globular. […] El cerebro es el órgano más complejo que conocemos. […] Sin embargo, aún desconocemos su biología. Pero, sobre todo, ignoramos los procesos cerebrales a partir de los cuales emerge la mente. Los términos “cognición” e “inteligencia” siguen resultando difíciles de definir, y los intentos por cuantificar y describir sus variaciones se han mostrado tan necesarios y útiles como poco resolutivos. En el estudio de la (supuesta) evolución del cerebro, sólo un enfoque multidisciplinar puede ofrecer hipótesis completas e interesantes (No cabe duda de que el complejismo superlativo es lo que se cierne sobre las expectativas investigadoras de los teóricos evolucionistas y, a diferencia de antaño, hoy aceptan perfectamente ese nuevo enfoque criteriológico no reduccionista. La pregunta pertinente es: ¿Cuánta dosis de complejismo les hará falta admitir, pues, para que de una vez por todas se inclinen ante la evidencia del diseño inteligente?)». Cac-12. Mientras que el neandertal europeo se adaptaba a las condiciones frías de Europa y alcanzó su fatídica desaparición, sus contemporáneos en África (los H. erectus), que vivían en un ambiente cálido, se hacían aún más longilíneos y comenzaron a evolucionar en la dirección del Homo sapiens moderno cuyos primeros miembros aparecieron hace 100-70.000 años. Esta evolución implicó entre otras características la reducción de las diferencias antropométricas morfo-sexuales con respecto a la talla y el peso (varones 170 cm y 65 kg, y hembras 150 cm y 50 kg). Con la evolución de los homínidos se va produciendo una paulatina reducción del dimorfismo sexual gracias a un incremento de los valores antropométricos de las hembras. Los Homo sapiens arcaicos se caracterizaron por seguir incrementando la duración temporal de las etapas postnatales tempranas (pre-reproductiva) hasta la madurez sexual. Esto ha hecho que los humanos mostremos una fase fetal final (tres últimos meses) destinados fundamentalmente al desarrollo del cerebro y otras estructuras neurales en detrimento del desarrollo somático. Además, se calcula que durante los 5 primeros años de la vida postnatal se produce un desarrollo diferencial entre las partes neurales y las somáticas de nuestro organismo, de tal manera que al finalizar este periodo el sistema nervioso ha alcanzado un desarrollo morfológico que asegura el posterior desarrollo funcional.

edu.red 25. Respecto a su longevidad, se ha postulado que la longevidad máxima de esta especie no superaba los 40 años, aunque la esperanza de vida se alargaba al irse produciendo una mejora en las condiciones de su existencia (reducción de la mortalidad infantil, mejora e incremento en la diversidad de nutrientes aportados por la alimentación, existencia de “curanderos” versados en el arte de sanar, cooperación social, etc.). Estos aspectos, o como consecuencia de ello, fueron determinando que la relación entre hembras y varones al nacer se acercara a 2. De esta manera la poligamia necesaria en las etapas anteriores (4 hembras por varón) para seguir perpetuando la especie, ahora ya se veía reducida de forma notable y paulatinamente nos vamos acercando a grupos monogámicos, pues la tendencia una-uno (hembra-varón) se siguió continuando hasta las cifras actuales. Esta reducción en la relación hembras/varones determinó la paulatina aparición de grupos monogámicos, lo que facilitó la selección de los cuidados a un solo miembro de la pareja por parte de los varones (aprovisionamiento, atenciones, etc.), lo cual se cree que socialmente llevó a un incremento de la esperanza de vida de los sapiens (Crews y Gerber, 2003). NOTA: Según la Wikipedia, el “Homo sapiens arcaico” también se llama “humano arcaico” o “pre-sapiens”, y aglutina a un cierto número de especies de Homo que aún no son considerados anatómicamente modernos por los evolucionistas. Se dice que poseen hasta 600 mil años de antigüedad y tienen un tamaño cerebral cercano al de los humanos modernos. El antropólogo Robin Dunbar cree que es en esta etapa prehistórica, perteneciente al hombre arcaico, cuando aparece el lenguaje humano. La filiación de estos individuos dentro de nuestro género resulta bastante controvertida. Entre los humanos arcaicos están considerados los siguientes especímenes: Homo heidelbergensis, Homo rhodesiensis, Homo neanderthalensis y, a veces, Homo antecessor; en 2010 se ha añadido a éstos el denominado “hombre de Denisova”, y en 2012 el denominado “hombre del ciervo rojo” en China. Ya que no son tenidos por sapiens por algunos especialistas, ciertos teóricos prefieren llamarlos simplemente “arcaicos” antes que “Homo sapiens arcaico”. El Atlas de la Creación (Harun Yahya), volumen 1, páginas 678 y 679, comenta en cuanto al “Homo Rudolfensis”: «El término Homo rudolfensis es el nombre dado a unos pocos fragmentos fósiles desenterrados en 1972. Se los llamó así porque fueron encontrados cerca del lago Rudolf en Kenya. La mayoría de los paleoantropólogos aceptan que dichos fósiles no pertenecían a una especie distinta y no se distinguían para nada del Homo habilis. Richard Leakey, quien desenterró los fragmentos, presentó el cráneo –al que se denominó "KNM-ER 1470" y se le consideró una edad de 2'8 millones de años– y dijo que era el más grande descubrimiento en la historia de la antropología. Según Leakey, esta criatura, que tenía un volumen craneal pequeño como el Australopiteco y rostro humano similar al nuestro, era el eslabón perdido entre el Australopiteco y el ser humano. Así y todo, poco tiempo después se iba a comprender que el rostro tipo humano del cráneo KNM-ER 1470, que apareció frecuentemente en la tapa de las revistas científicas, era el resultado de un ensamblado anormal de los fragmentos hallados, cosa que pudo ser deliberada. El profesor Tim Bromage hizo estudios sobre la anatomía del rostro e informó lo siguiente con la ayuda de simulación por computadora en 1992: “Cuando (el KNM-ER 1470) fue reconstruido por primera vez, la frente fue ajustada al cráneo en una posición casi vertical, de manera muy parecida a la que exhiben los rostros planos humanos modernos. Pero estudios recientes de las relaciones anatómicas muestran que en vida el rostro debe haber sobresalido considerablemente, dándole un aspecto de mono, como los rostros de los Australopitecos”. El paleoantropólogo evolucionista J.E. Cronin dice lo siguiente al respecto: “… su rostro vigoroso, la clivus nasoalveolar achatada (recordando los rostros cóncavos de los australopitecinos), la reducida amplitud craneal máxima (en los temporales), el canino pronunciado y los grandes molares (como lo indican los restos de las raíces), son todos rasgos relativamente primitivos que emparentan (coligan) el ejemplar con miembros del taxon Australopiteco africanus”. C. Loring Brace de la Universidad de Michigan llegó a la misma conclusión como resultado de los análisis que hizo sobre la estructura maxilar y los dientes del cráneo 1470 y dijo que el tamaño del paladar y

edu.red 26. la expansión del área que contenía los molares exhibían que ER 1470 tenía exactamente el rostro y los dientes del Australopiteco. El profesor Alan Walker, paleoantropólogo de la Universidad John Hopkins, quien había investigado tanto como Leakey, mantiene que esta criatura no debería ser clasificada como un miembro de "Homo", es decir, como una especie humana, sino incluida en el género Australopiteco. En resumen, las clasificaciones como Homo habilis u Homo rudolfensis, presentadas como vínculos transitorios entre los australopitecinos y el Homo erectus, son totalmente imaginarias. Muchos investigadores de la actualidad han confirmado que esas criaturas son miembros de la serie Australopiteco. Todos sus rasgos anatómicos revelan que ambas son especies de monos. Además, este hecho fue establecido por Bernard Wood y Mark Collard, antropólogos evolucionistas que publicaron una investigación en la revista Science en 1999. Explicaron que los grupos taxonómicos Homo habilis y Homo rudolfensis (cráneo 1470) son imaginarios y que los fósiles asignados a esas categorías deberían ser considerados en el género Australopiteco: “Más recientemente, sobre la base de la medida absoluta del cerebro, de inferencias sobre la capacidad idiomática y formación de la mano y la explicación o interpretación de acciones pasadas acerca de su habilidad para modelar herramientas de piedra, se han asignado a Homo algunas especies fósiles. Con muy pocas excepciones, la definición y uso del género en lo que hace a la evolución humana y a la demarcación de Homo, han sido tratados como si no hubiese ningún problema. Pero… datos recientes, nuevas interpretaciones de la evidencia existente y la limitación de los registros paleoantropológicos invalidan los criterios existentes, de atribuir un grupo taxonómico al Homo. … En la práctica, especies fósiles homínidas son asignadas a Homo sobre la base de uno o más de cuatro criterios… Sin embargo, ahora resulta evidente que ninguno de esos criterios es satisfactorio. El Rubicón (o punto de no retorno) cerebral es problemático porque la capacidad cerebral absoluta es cuestionable en lo que hace a la biología. Del mismo modo, hay evidencias que fuerzan a considerar que la función de comunicación oral (lenguaje) no puede ser inferida con precisión de la apariencia general del cerebro y que las partes de éste relacionadas con el lenguaje no están bien localizadas, como lo daban a entender estudios anteriores… En otras palabras, el género Homo no resulta bueno si se le asignan los hipodigmos de Homo habilis y Homo rudolfensis. De ese modo, Homo habilis y Homo rudolfen sis (u Homo habilis en el sentido lato para quienes no suscriben la subdivisión taxonómica de “primeros Homos”) deberían ser removidos de (la categoría) Homo. La alternativa taxonómica obvia, que es transferir uno o ambos del grupo taxonómico a uno de los primeros géneros homínidos existentes, también tiene sus problemas, pero nosotros recomendamos, por ahora, que Homo habilis y Homo rudolfensis sean transferidos al género Australopiteco”. La conclusión de Wood y Collard corrobora lo que hemos mantenido aquí: en la historia no existen “los antecesores de los humanos primitivos”. Las criaturas que, se supone, lo serían, se trata en realidad de monos que deberían ser asignados al género Australopiteco. Los restos estudiados muestran que no hay ningún vínculo entre estos monos extintos y el Homo, es decir, la especie humana, que aparece repentinamente en los registros fósiles. Según el caprichoso esquema sugerido por los evolucionistas, la evolución del género Homo es la siguiente: Primero, el Homo erectus; luego el llamado Homo sapiens arcaico y el Neandertal (Homo sapiens neandertalis); y finalmente el Hombre de Cromañón. De todos modos, ese tipo de clasificaciones son en realidad variaciones de una raza única en la familia humana. La diferencia entre ellos no es más grande que la diferencia entre un esquimal y un africano o un pigmeo y un europeo». El mismo Atlas, volumen 1, página 684, añade: «El Homo sapiens arcaico es el último paso antes del ser humano contemporáneo en el esquema evolucionista imaginario. En realidad, los evolucionistas no tienen mucho que decir acerca de esos fósiles, dado que las diferencias entre aquéllos y los seres humanos actuales son mínimas. Incluso, algunos investigadores dicen que aún viven representantes de esa raza y señalan a los nativos de Australia como un ejemplo. Éstos, igual que el Homo sapiens (arcaico), también tienen un grueso saliente en las cejas, una estructura maxilar inclinada hacia adentro y un volumen craneal levemente más pequeño. El grupo caracterizado como Homo heilderbergensis, en la literatura evolucionista, es en realidad igual que el Homo sapiens arcaico. La razón por la que se usan dos términos distintos para definir el mismo tipo racial humano reside en las diferencias entre los evolucionistas. Todos los fósiles incluidos bajo la clasificación Homo heilderbergensis sugieren que estas personas, que resultaban anatómicamente muy similares a los europeos modernos, vivieron 500 mil e incluso 740 mil años antes, primero en Inglaterra y después en España».

edu.red 27. Teniendo en cuenta, por tanto, la cuasi nula base real en la que se apoya el Cac-12, sólo podemos calificarlo de pieza literaria perteneciente a un fantasioso “culebrón evolucionista”. Cac-13. Según la hipótesis que podemos denominar “Salir de África”, los Homo sapiens modernos evolucionaron a partir de algunos Homo sapiens arcaicos que se originaron en África (130-120.000 años en el pasado) y hace unos 90.000 iniciaron la segunda emigración de África, ésta llena de éxito, como lo muestran los resultados, y la cual colonizó Asia (68.000 años atrás), Australia (50.000 años en el pasado), Europa (36.000 años atrás) y América (15.000 años atrás). De particular importancia es la colonización de Australia, pues se sabe que esta isla continente nunca estuvo unida a Asia, lo cual infiere un gran desarrollo intelectual de los sapiens, pues hizo falta la construcción de “balsas” y ciertos conocimientos de navegación de un número importante de elementos que aseguraran la procreación y reproducción de la especie. Esta hipótesis de “Salir de África”, que como hemos visto postula un origen común (para los humanos actuales) de un ancestro africano, se ha visto reforzada al aplicarse las nuevas técnicas de análisis del ADN mitocondrial (ADN mt), que se transmite de forma matrilineal. Estos estudios han mostrado que todos los miembros contemporá neos de la humanidad hemos tenido un antepasado común en África (Watson et al., 1997). En Europa, los primeros sapiens modernos llegados de África se denominaron Cromañón y fueron coetáneos de los últimos Neandertales, aunque, tal y como muestran los estudios genéticos (ADN mt), no hubo “cruces” entre ambas poblaciones (Currat y Excoffier, 2004). Otra hipótesis que trata de explicar la desaparición de

Partes: 1, 2, 3
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