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La tercera ola (Toffler, Alvin) (página 7)

Enviado por ramon notario arias


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Una semana antes, en Columbia (Ohio), yo había visitado el sistema "Qube" de la Warner Cable Corporation. "Qube" ofrece al abonado treinta canales de televisión (frente a cuatro emisoras regulares) y presenta programas especializados para todo el mundo, desde niños en edad preescolar hasta médicos, abogados o el público de "sólo adultos". "Qube" es el sistema de cable en dos direcciones mejor desarrollado y más eficaz comercialmente del mundo. Proporcionando a cada abonado lo que parece una calculadora de bolsillo, le permite comunicarse con la emisora con sólo oprimir un botón. Un espectador que utilice determinados botones puede comunicar con el estudio "Qube" y con su computador. Al describir el sistema, Time adopta un tono poético y entusiasmado, observando que el abonado puede "expresar sus opiniones en debates políticos locales, dirigir ventas y pujar por objetos de arte en una subasta benéfica… Pulsando un botón, Juan o Juana Columbus pueden interrogar a un político o votar a favor o en contra de los participantes en un concurso de aficionados locales". Los consumidores pueden "comparar precios de los supermercados locales" o reservar una mesa en un restaurante oriental. Pero el cable no es el único motivo de preocupación para las redes de emisoras comerciales.

Los video-games se han convertido en un gran éxito de venta. Millones de "americanos han descubierto una auténtica pasión por artilugios que convierten una pantalla de televisión en una mesa de ping pong, un campo de hockey o una pista de tenis. Puede que esto parezca irrelevante a los analistas políticos sociales ortodoxos. Sin embargo, representa una oleada de aprendizaje social, un premonitorio entrenamiento, por así decirlo, para la vida en el entorno electrónico del mañana. Estos juegos no sólo desmasifican más a la audiencia y reducen el número de quienes contemplan los programas emitidos en un momento dado, sino que, por medio de ingenios aparentemente tan inocentes, millones de personas están aprendiendo a jugar con el aparato de televisión, responderle y a interactuar con él. Y durante el proceso están cambiando de ser meros receptores pasivos, a ser también transmisores de mensajes. Están manipulando el aparato, en vez de dejar que el aparato les manipule a ellos.

Servicios de información, suministrados a través de la pantalla de televisión, son ya utilizables en Gran Bretaña, donde un espectador provisto de una unidad adaptadora puede pulsar un botón y seleccionar cuál de una docena de datos o servicios es el que desea… noticias, información meteorológica, financiera, deportiva, etc. Estos datos se mueven después por la pantalla de televisión como por la cinta de teletipo. Antes de que pase mucho tiempo, los usuarios podrán, sin duda, insertar un copiador en la televisión para capturar sobre el papel Cualquier imagen que deseen retener. También aquí se da una amplia posibilidad de elección donde antes existía muy poca.

Las grabadoras y reproductoras de video-cassette se están extendiendo también rápidamente. Los vendedores esperan que para 1981 se estén utilizando en los Estados Unidos un millón de unidades. Estos no sólo permiten a los espectadores grabar el partido de rugby del lunes para reproducirlo, por ejemplo, el sábado (destruyendo así la sincronización de imágenes que promueven las redes de televisión), sino que sientan la base para la venta de películas y acontecimientos deportivos en cinta. (Los árabes no se han dormido en la proverbial zanja: la película El Mensajero, sobre la vida de Mahoma, puede adquirirse en cassettes ofrecidas en estuches con letras arábigas doradas en el exterior.) Las grabadoras y reproductoras en video hacen posible también la venta de cartuchos altamente especializados conteniendo, por ejemplo, instrucciones médicas para personal de hospitales, o cintas que enseñen a los consumidores a recomponer muebles rotos o a reparar un tostador eléctrico. Más fundamentalmente, las grabadoras en video hacen posible que cualquier consumidor se convierta, además, en productor de su propia imaginería. Una vez más, el público se desmasifica.

Finalmente, los satélites nacionales hacen posible que emisoras individuales de televisión formen minirredes temporales para programas especiales haciendo rebotar señales de cualquier parte a cualquier otra parte, con un coste mínimo y superando así a las redes existentes. Para finales de la década de los 80, los operadores de televisión por cable tendrán mil emisoras terrestres para recoger las señales de satélite. "En ese momento -dice Televisión/Radio Age-, un distribuidor de programas no necesita más que comprar tiempo en un satélite y, al instante, tiene una red de dimensiones nacionales de televisión por cable… puede aprovisionar selectivamente cualquier grupo de sistema que elija." El satélite -declara William J. Donnelly, vicepresidente de medios de comunicación electrónicos en la gigantesca agencia de publicidad Young & Rubicam-"significa públicos más pequeños y una mayor multiplicidad de programas distribuidos nacionalmente".

Todas estas diferentes aplicaciones tienen una sola cosa en común: dividen en segmentos el público de la televisión de masas, y cada sector no sólo aumenta nuestra diversidad cultural, sino que reduce en gran medida el poder de las redes que tan completamente han dominado hasta ahora nuestra imaginería. John O'Connor, el perceptivo crítico del New York Times, lo resume en una simple frase. "Una cosa es segura -escribe-: la televisión comercial no podrá ya imponer ni lo que se ve ni cuándo se ve."

Lo que, en la superficie, parece ser un conjunto de acontecimientos carentes de relación entre sí, resulta ser una ola de cambios estrechamente interrelacionados que barren el horizonte de los medios de comunicación, desde los periódicos y la radio, en un extremo, hasta las revistas y la televisión, en el otro. Los medios de comunicación de masas se hallan sometidos a intenso ataque. Nuevos y desmasificados medios de comunicación están proliferando, desafiando -y, a veces, incluso remplazando- a los medios de comunicación de masas que ocuparon una posición tan dominante en todas las sociedades de la segunda ola.

La tercera ola inicia así una Era verdaderamente nueva, la Era de los medios de comunicación desmasificados. Una nueva infosfera está emergiendo a lo largo de la nueva tecnosfera. Y esto ejercerá un impacto más transcendental sobre la esfera más importante de todas, la que se alberga en el interior de nuestros cráneos. Pues, tomados en su conjunto, estos cambios revolucionan nuestra imagen del mundo y nuestra capacidad para entenderlo.

Cultura destellar

La desmasificación de los medios de comunicación desmasifica también nuestras mentes. Durante la Era de la segunda ola, el continuo martilleo de imágenes uniformizadas efectuado por los medios de comunicación creó lo que los críticos llamaban una "mente-masa". En la actualidad, en lugar de masas de personas que reciben todas los mismos mensajes, grupos desmasificados más pequeños reciben y se envían entre sí grandes cantidades de sus propias imágenes. A medida que la sociedad entera se desplaza hacia la diversidad de la tercera ola, los nuevos medios de comunicación reflejan y aceleran el proceso. Esto explica en parte por qué las opiniones sobre todas las cosas, desde la música pop hasta la política, se están volviendo menos uniformes. El consenso salta en pedazos. A un nivel personal, estamos asediados y bombardeados por fragmentos de imágenes, contradictorias o inconexas, que conmueven nuestras viejas ideas y nos asaltan en forma de "destellos" quebrados o dispersos. De hecho, vivimos en una "cultura destellar".

"La ficción acota trozos cada vez más pequeños de territorio", se lamenta el Crítico Geoffrey Wolff, añadiendo que cada novelista "capta cada vez menos de cualquier gran escena". En la no ficción -escribe Daniel Laskin, comentando obras de consulta tan extraordinariamente populares como The People's Almanac y The Book of Lists-, "parece insostenible la idea de cualquier síntesis exhaustiva. La alternativa es reunir el mundo al azar, especialmente sus fragmentos más divertidos". Pero la ruptura en destellos de nuestras imágenes no se limita a los libros o a la literatura. Resulta más acusada aún en la Prensa y en los medios de comunicación electrónicos.

En esta nueva clase de cultura, con sus imágenes fraccionadas, transitorias, podemos empezar a discernir una cada vez más ancha separación entre usuarios de medios de comunicación de la segunda ola y de la tercera.

Las gentes de la segunda ola anhelan la moral ya confeccionada y las "Certidumbres ideológicas del pasado y se sienten molestas y desorientadas por el bombardeo de información. Experimentan nostalgia de los programas de radio de los años 30 o de las películas de los 40. Se sienten apartadas del nuevo entorno lee medios de comunicación, no sólo porque mucho de lo que oyen es Amenazador o turbador, sino porque les resultan desconocidos los envases mismos en que les llega la información.

En vez de recibir largas "ristras" relacionadas de ideas, organizadas o sintetizadas para nosotros, nos hallamos crecientemente expuestos a breves destellos modulares de información, anuncios, órdenes, teorías, jirones de noticias, pedazos truncados y burbujas que se resisten a encajar en nuestros preexistentes archivos mentales. La nueva imaginería se resiste a la clasificación, en parte porque con frecuencia cae fuera de nuestras viejas categorías conceptuales, pero también porque llega presentada en envases de forma demasiado extraña, transitorios e inconexos. Asaltadas por lo que perciben como el caótico desbarajuste de la cultura destellar, las gentes de la segunda ola sienten una "contenida rabia contra los medios de comunicación.

Por el contrario, las gentes de la tercera ola se encuentran más a gusto en medio de este bombardeo de destellos, el noticiario de noventa segundos interrumpido por un anuncio de treinta segundos, un fragmento de canción, un titular, una caricatura, un collage, un artículo de periódico, una hoja de computador.

Insaciables lectores de libros de bolsillo y revistas de interés especial, engullen a pequeñas cantidades volúmenes enormes de información. Pero mantienen también su atención en esos nuevos conceptos o metáforas que resumen u organizan los destellos en conjuntos más amplios. En lugar de intentar embutir los nuevos datos modulares en las habituales categorías o marcos de la segunda ola, aprenden a confeccionar los suyos propios, a formar sus propias "ristras" con el material fragmentado que les lanzan los nuevos medios de comunicación.

En vez de limitarnos a recibir nuestro modelo mental de la realidad, ahora nos vemos obligados a inventarlo y reinventarlo continuamente. Eso coloca una enorme carga sobre nosotros. Pero conduce también hacia una mayor individualidad, hacia una desmasificación de la personalidad, así como de la cultura. Algunos de nosotros se derrumban bajo la nueva presión o se refugian en la apatía o la ira. Otros emergen como individuos competentes, bien formados y en continuo desarrollo, capaces de funcionar, por así decirlo, en un nivel más elevado. (En cualquiera de ambos casos, resulte o no demasiado grande la tensión, la consecuencia es un lejano eco de los robots uniformes, unificados y fácilmente regimentados, previstos por tantos sociólogos y escritores de ciencia-ficción de la Era de la segunda ola.)

Además de todo esto, la desmasificación de la civilización, que los medios de comunicación reflejan e intensifican, trae consigo un enorme incremento en la cantidad de información que todos intercambiamos unos con otros. Y este aumento es lo que explica por qué nos estamos convirtiendo en una "sociedad de información".

Pues cuanto más diversa es la civilización -cuanto más diferenciadas son su tecnología, sus formas de energía, sus personas-, más información debe circular entre sus partes constitutivas si ha de mantenerse unido el todo, especialmente bajo la tensión de un cambio extremo. Una organización, por ejemplo, debe poder predecir (más o menos) cómo responderán al cambio otras organizaciones, si ha de planear juiciosamente su actuación. Y otro tanto puede afirmarse respecto de los individuos. Cuanto más uniformes somos, menos necesitamos saber los unos acerca de los otros para predecir la conducta de los demás. A medida que la gente que nos rodea se va haciendo más individualizada o desmasificada, necesitamos más información -señales y pistas- para predecir, aun aproximadamente, cómo van a comportarse los demás respecto a nosotros. Y, salvo que podamos realizar tales predicciones, no podemos trabajar ni aun vivir juntos.

Como consecuencia, personas y organizaciones anhelan continuamente más información, y el sistema entero empieza a vibrar con una transmisión cada vez más intensa de datos. Al aumentar el total de información necesaria para la coherencia del sistema social, y la velocidad a que debe ser intercambiada, la tercera ola hace saltar en pedazos el entramado de la anticuada y sobrecargada infosfera de la segunda ola y construye otra nueva que ocupe su puesto.

XIV

El entorno inteligente

Muchos pueblos creían -y algunos siguen creyendo- que, tras la inmediata realidad física de las cosas, existen espíritus, que incluso objetos Carentemente desprovistos de vida tienen en su interior una fuerza viviente: tnana. Los indios sioux la llamaban wakan. Los algonquinos, manitú. Los fcoqueses, orenda. Para esos pueblos, todo el entorno está vivo.

En la actualidad, al tiempo que construimos una nueva infosfera para una civilización de tercera ola, estamos impartiendo no vida, sino inteligencia, al "muerto" entorno en que nos hallamos inmersos.

La clave de este avance evolutivo es, naturalmente, el computador. Combinación de memoria electrónica con programas que le dicen a la máquina cómo procesar los datos almacenados, los computadores eran todavía una curiosidad identifica a principios de la década de 1950. Pero entre 1955 y 1965, la década en que la tercera ola inició su avance en los Estados Unidos, empezaron a introducirse lentamente en el mundo de los negocios. Al principio eran instalaciones aisladas, de modesta capacidad, empleadas, fundamentalmente, con fines financieros. Antes de que transcurriera mucho tiempo, máquinas de enorme capacidad comenzaron a entrar en sedes de grandes empresas y fueron aplicadas a diversas tareas. Desde 1965 hasta 1977 -dice Harvey Poppel, vicepresidente de Booz Alien & Hamilton-, asesores de dirección estuvimos en la "Era del gran computador central… Representa el epítome, la manifestación final del pensamiento de la Edad maquinista. Es el logro culminante, un gran supercomputador enterrado a centenares de pies bajo el centro en un… medio ambiente antiséptico… a prueba de bomba… dirigido por un puñado de supertecnócratas".

Eran tan impresionantes estos gigantes centralizados, que no tardaron en constituir parte característica de la mitología social. Productores de películas, humoristas y escritores de ciencia-ficción, utilizándolos para simbolizar el futuro, representaban rutinariamente al computador como un cerebro omnipotente, una masiva concentración de inteligencia sobrehumana.

Pero durante los años 70, la realidad superó a la ficción, dejando atrás una anticuada imaginería. Al progresar la miniaturización con la rapidez del rayo, al aumentar la capacidad del computador y descender en vertical los precios por función, empezaron a brotar por todas partes pequeños minicomputadores, baratos y eficaces. Cada sucursal de fábrica, oficina de ventas o departamento de ingeniería reclamaba el suyo. De hecho, así aparecieron tantos computadores, que las Compañías perdían a veces la cuenta de los que tenían. La "potencia cerebral" del computador no se hallaba ya concentrada en un único punto: estaba "distribuida".

Esta dispersión de la inteligencia del computador está progresando ahora con gran rapidez. En 1977, los gastos dedicados a lo que ahora se denomina "procesamiento de datos distribuidos", o PDD, se elevaron, en los Estados Unidos, a trescientos millones de dólares. Según la International Data Corporation, destacada firma de investigación en este campo, la cifra pasará a ser de tres mil millones para 1982. Máquinas pequeñas y baratas, que no requieran ya especial adiestramiento en computadores, serán pronto tan omnipresentes como la máquina de escribir. Estamos "inyectando inteligencia" en nuestro entorno laboral.

Además, fuera de los confines de la industria y el Gobierno se está desarrollando un proceso paralelo, basado en ese artilugio que no tardará en hacerse ubicuo: el computador casero. Hace cinco años, era despreciable el número de computadores caseros o personales. Hoy se estima que 300.000 computadores zumban y susurran en salas de estar, cocinas y estudios de un extremo a otro de América. Y esto, antes de que grandes fabricantes, como IBM y Texas Instruments, lancen sus campañas de ventas.

Los computadores caseros no tardarán en venderse por poco más que un aparato de televisión.

Estas máquinas inteligentes están ya siendo usadas para todo: desde calcular los impuestos de la familia, hasta controlar la utilización de energía en el hogar, practicar juegos, llevar un archivo de recetas, recordar a sus dueños citas próximas y servir como "máquinas de escribir pensantes". Pero esto no ofrece más que un leve atisbo de todas sus potencialidades.

Telecomputing Corporation of América ofrece un servicio llamado simplemente The Source, que, por un coste minúsculo, proporciona al usuario del computador acceso instantáneo a la agencia de noticias United Press International; una gran variedad de datos del mercado; programas educativos para enseñar a los niños aritmética, ortografía, francés, alemán o italiano; la pertenencia a un club de descuentos computadorizados o compradores; reservas instantáneas de hoteles o pasajes y más.

The Source posibilita también que cualquier persona que disponga de una barata terminal de computador se comunique con cualquier otra persona integrada en el sistema; jugadores de bridge, ajedrez o chaquete que lo deseen, puedan jugar partidas con alguien que esté a miles de millas de distancia. Los usuarios pueden enviarse mensajes privados unos a otros a gran número de personas simultáneamente, y almacenar toda la correspondencia en la memoria electrónica. The Source facilitará incluso la creación de lo que podría denominarle "comunidades electrónicas", grupos de personas con intereses comunes. Una docena de aficionados a la fotografía de una docena de ciudades distintas, reunidos electrónicamente por The Source, pueden conversar a placer sobre cámaras, material, técnicas de revelado, iluminación o película en color. Meses después, pueden recuperar sus comentarios de la memoria electrónica de The Source, por temas, fechas u otra categoría.

La dispersión de computadores en el hogar, por no hablar de su interconexión en redes ramificadas, representa otro avance en la construcción de un entorno inteligente. Pero ni siquiera eso es todo.

La difusión de inteligencia mecánica alcanza otro nivel completamente distinto con la aparición de microprocesadores y microcomputadores, esas diminutas briznas de inteligencia congelada que están a punto de llegar a convertirse en parte integrante, al parecer, de casi todas las cosas que hacemos y usamos.

Aparte sus aplicaciones en procesos de fabricación y comerciales en general, se hallan incorporados, o no tardarán en estarlo, a toda clase de objetos, desde acondicionadores de aire y automóviles, hasta máquinas de coser y balanzas. ." Vigilarán y reducirán al mínimo la pérdida de energía en el hogar. Ajustarán la cantidad de detergente y la temperatura del agua necesarias para cada carga de lavadora automática. Acomodarán también el sistema de combustible del automóvil. Nos avisarán cuando algo necesita reparación. Nos encenderán por la mañana el radiodespertador, la tostadora, la cafetera y la ducha. Calentarán el garaje, cerrarán las puertas y realizarán una vertiginosa variedad de otras muchas tareas, humildes y no tan humildes.

Alan P. Hald, un destacado distribuidor de microcomputadoras, sugiere hasta dónde podrían llegar las cosas dentro de unas pocas décadas en una divertida obrita que titula Fred la casa.

Según Hald, "los computadores caseros pueden ya hablar, interpretar la palabra hablada y controlar aparatos. Introduzca unos cuantos sensores, un modesto vocabulario, el sistema de la Bell Telephone, y su casa podría hablar… con cualquier persona o cualquier cosa del mundo". Quedan todavía muchos obstáculos, pero la dirección del cambio está clara.

"Imagínese -escribe Hald-. Está usted en su lugar de trabajo, suena el teléfono. Es Fred, su casa. Mientras escuchaba los boletines de noticias matutinos para enterarse de robos recientemente ocurridos, Fred captó un boletín meteorológico que avisaba de la proximidad de fuertes aguaceros. Esto estimuló la memoria de Fred para realizar una rutinaria revisión del tejado. Fue descubierta una gotera en potencia. Antes de llamarle a usted, Fred telefoneó a Slim para pedirle su opinión. Slim es una casa de estilo campestre situada al final de la manzana… Fred y Slim comparten con frecuencia sus bancos de datos, y cada uno de ellos sabía que estaban programados con una eficaz técnica de búsqueda para identificar servicios domésticos. Usted ha aprendido a confiar en el criterio de Fred y dar su aprobación a las reparaciones. Lo demás es coser y cantar. Fred llama al fontanero…"

La fantasía es graciosa. Pero capta fantasmalmente la sensación de vida en un entorno inteligente. Vivir en un entorno semejante plantea escalofriantes cuestiones filosóficas. ¿Asumirán las máquinas el mando de todo? ¿Pueden unas máquinas inteligentes, especialmente si están conectadas en redes intercomunicadas, superar nuestra capacidad para comprenderlas y controlarlas? ¿Será capaz algún día el Gran Hermano de intervenir no solamente nuestros teléfonos, sino también nuestros tostadores y aparatos de televisión, observando todos nuestros movimientos y estados de ánimo? ¿Hasta qué punto debemos permitirnos depender del computador? Al inyectar cada vez más y más inteligencia en el entorno material, ¿ no atrofiaremos nuestras propias mentes ? ¿ Y qué ocurre si algo o alguien retira la clavija? ¿Seguiremos poseyendo las habilidades básicas necesarias para la supervivencia?

Por cada pregunta existen innumerables contrapreguntas. ¿Puede realmente el Gran Hermano observar todos los tostadores y aparatos de televisión, todos los motores de automóvil y utensilios de cocina? Cuando la inteligencia está distribuida profusamente por todo el entorno; cuando puede ser activada por los usuarios en mil lugares a la vez; cuando los usuarios de computadores pueden comunicarse unos con otros sin pasar por el computador central (como hacen en muchas redes distribuidas), ¿puede todavía el Gran Hermano controlar las cosas? Más que aumentar el poder del Estado totalitario, la descentralización de la inteligencia puede, de hecho, debilitarlo. Alternativamente, ¿no seremos lo bastante listos como para burlar al Gobierno? En The Shockwave Rider, brillante y compleja novela de John Brunner, el personaje central sabotea con éxito los esfuerzos del Gobierno por imponer el control del pensamiento a través de la red de computadores. ¿Deben atrofiarse las mentes? Como veremos dentro de unos momentos, la creación de un entorno inteligente podría surtir precisamente el efecto contrario. Al diseñar máquinas para que cumplan nuestras órdenes, ¿no podemos programarlas, como Robbie, en la clásica novela de Isaac Asimov Yo, Robot, para que no cause jamás daño alguno a un ser humano? No se ha pronunciado aún el veredicto, y, aunque sería irresponsable ignorar tales cuestiones, sería ingenuo presumir que las bazas están en contra de la especie humana. Poseemos inteligencia e imaginación, que no hemos empezado a usar aún.

Sin embargo, lo que resulta inequívocamente claro, sea cualquiera la postura que adoptemos, es que estamos alterando fundamentalmente nuestra infosfera. No nos estamos limitando a desmasificar los medios de comunicación de la segunda ola: estamos añadiendo nuevos estratos de comunicación al sistema social. La emergente infosfera de la tercera ola hace que la de la Era de la segunda ola -dominada por sus medios de comunicación de masas, el servicio de Correos y el teléfono- parezca, por contraste, irremediablemente primitiva.

Mejorando el cerebro

Al alterar tan profundamente la infosfera, estamos destinados a transformar también nuestras propias mentes, la forma en que pensamos sobre nuestros problemas, la forma en que sintetizamos la información, la forma en que prevemos las consecuencias de nuestras propias acciones. Es posible que cambiemos el papel del analfabetismo en nuestras vidas. Puede, incluso, que alteremos nuestra propia química cerebral.

El comentario de Hald sobre la capacidad de los computadores para conversar con nosotros no es tan disparatado como podría parecer. Terminales de "entrada tac datos orales" actualmente en existencia son ya capaces de reconocer y responder a un vocabulario de mil palabras, y muchas Compañías, desde "gigantes como IBM o Nippon Electric hasta enanos como Heuristics, Inc. o Centigram Corporation, se están esforzando por ampliar ese vocabulario, simplificar la tecnología y reducir radicalmente los costos. Las predicciones acerca de cuándo podrán funcionar los computadores a impulsos del lenguaje natural oscilan desde un máximo de veinte años hasta solamente cinco, y las implicaciones de esta evolución -tanto sobre la economía como sobre la cultura- son tremendas.

En la actualidad, millones de personas se hallan excluidas del mercado de trabajo porque son funcionalmente analfabetas. Hasta los trabajos más sencillos eligen personas capaces de leer impresos, teclas de encendido y apagado, talones de nómina, instrucciones y cosas parecidas. En el mundo de la segunda ola, la capacidad de leer era la aptitud más elemental exigida por la oficina de colocación..

Pero analfabetismo no es sinónimo de estupidez. Sabemos que gentes analfabetas a todo lo largo del mundo son capaces de dominar técnicas altamente sofisticadas en actividades tan diversas como agricultura, construcción, caza, y música. Muchos analfabetos poseen una memoria prodigiosa y hablan de corrido varios idiomas… algo de lo que son incapaces la mayoría de los norteamericanos con formación universitaria. Sin embargo, en las sociedades de la segunda ola, los analfabetos estaban condenados económicamente.

Saber leer es, naturalmente, algo más que una habilidad laboral. Es la puerta de acceso a un fantástico universo de imaginación y placer. Pero en un entorno inteligente, cuando las máquinas, aparatos e incluso las paredes estén programados para hablar, el saber leer puede pasar a estar mucho menos relacionado con el sueldo de lo que ha estado durante los últimos trescientos años. Empleados de reservas de pasajes aéreos, personal de almacenes, operadores de máquinas y mecánicos de reparaciones pueden desempeñar perfectamente su trabajo escuchando, en vez de leyendo, mientras una voz procedente de la máquina les va diciendo, paso a paso, qué deben hacer a continuación o cómo han de sustituir una pieza rota.

Los computadores no son sobrehumanos. Se estropean. Cometen errores… a veces peligrosos. No hay nada mágico en ellos, y, por supuesto, no son "espíritus" ni "almas" existentes en nuestro entorno. Pero con todas estas cualificaciones y reservas, siguen figurando entre los más sorprendentes y turbadores logros humanos, pues realzan nuestro poder mental como la tecnología de la segunda ola realzó nuestro poder muscular, y no sabemos adonde acabarán por conducirnos nuestras propias mentes.

A medida que nos vayamos familiarizando con el entorno inteligente y aprendamos a conversar con él desde el momento en que abandonamos la cuna, empezaremos a utilizar computadores con una desenvoltura y una naturalidad que hoy nos resulta difícil de imaginar. Y nos ayudarán a todos -no sólo a unos pocos "supertecnócratas"- a pensar más profundamente en nosotros mismos y en el mundo.

En la actualidad, cuando surge un problema tratamos inmediatamente de descubrir sus causas. Sin embargo, hasta ahora incluso los pensadores más profundos han intentado, de ordinario, explicar las cosas con referencia a un puñado de fuerzas causales. Pues aun a la mente humana más selecta le cuesta tomar en consideración, y mucho más manipular, más de unas cuantas variables al mismo tiempo1. En consecuencia, cuando nos enfrentamos con un problema verdaderamente complicado -como por qué un niño es delincuente, o por qué la inflación devasta la economía, o cómo afecta una urbanización a la ecología de un río próximo-, tendemos a centrarnos en dos o tres factores y a pasar por alto muchos otros que, individual o colectivamente, pueden ser harto más importantes.

Peor aún: cada grupo de expertos insiste característicamente en la primordial importancia de "sus propias" causas, con exclusión de otras. Enfrentados a los desconcertantes problemas del deterioro ciudadano, el experto en alojamientos lo atribuye a la congestión y al escaso número de viviendas; el experto en transporte señala la falta de vehículos colectivos de gran capacidad; el experto en bienestar apunta a la insuficiencia de los presupuestos para centros de atención diurna u oficinas de asistencia social; el experto en delincuencia denuncia la escasez de patrullas policíacas; el experto en economía indica que los elevados impuestos producen retraimiento de la inversión, etc. Todos admiten magnánimamente que el conjunto de esos problemas se halla de alguna manera interrelacionado… que los mismos constituyen un sistema que se refuerza a sí mismo. Pero nadie puede tener presentes todas las complejidades mientras intenta hallar una solución al problema.

1. Si bien podemos tratar simultáneamente con muchos factores a un nivel subconsciente o intuitivo, el pensamiento consciente, sistemático, acerca de muchas variables es condenadamente difícil, como sabe cualquiera que lo haya intentado.

El deterioro ciudadano es sólo uno de los que, con expresión afortunada, Peter Ritner denominó, en The Society of Space "problemas entretejidos". Advertía que, cada vez con más frecuencia, habríamos de enfrentarnos con crisis "no susceptibles de "análisis de causa y efecto", sino precisadas de "análisis de dependencia mutua"; no compuestas de elementos fácilmente separables, sino de cientos de influencias cooperadoras procedentes de docenas de fuentes independientes y superpuestas".

Debido a que puede recordar e interrelacionar gran número de fuerzas causales, el computador puede ayudarnos a abordar tales problemas a un nivel más profundo que el habitual. Puede cribar grandes masas de datos para encontrar sutiles pautas. Puede reunir "destellos" y congregarlos en unidades más amplias y significativas. Dado un conjunto de suposiciones o un modelo, puede detectar las consecuencias de decisiones alternativas, y hacerlo más sistemática y completamente de lo que, en circunstancias normales, podría conseguir cualquier persona sola. Puede incluso sugerir imaginativas soluciones a ciertos problemas mediante la identificación de relaciones nuevas o hasta entonces inadvertidas entre personas y recursos.

La inteligencia, la imaginación y la intuición humanas seguirán siendo en las décadas previsibles mucho más importantes que la máquina. No obstante, cabe esperar que los computadores profundicen toda la concepción cultural de la causalidad, perfeccionando nuestra comprensión del carácter interrelacionado de las cosas y ayudándonos a sintetizar "todos" provistos de significado a partir de los datos inconexos arremolinados a nuestro alrededor. El computador es un antídoto de la cultura destellar.

Al mismo tiempo, el entorno inteligente puede, en último término, empezar a cambiar no sólo la forma en que analizamos los problemas e integramos la información, sino incluso la química de nuestros cerebros. Experimentos realizados por David Krech, Marian Diamond, Mark Rosenzweig y Edward Bennett, entre otros, han determinado que los animales expuestos a un entorno "enriquecido" tienen cortezas cerebrales mayores, más células gliales, neuronas más grandes, neurotransmisores más activos y riegos sanguíneos cerebrales mayores que los animales de un grupo de control. ¿Es posible que, a medida que introducimos una mayor complejidad en el entorno y lo hacemos más inteligente, vayamos haciéndonos más inteligentes también nosotros mismos?

El doctor Donald F. Klein, director de investigación en el New York Psychiatric Institute y uno de los más destacados neuropsiquiatras del mundo, especula:

"Los trabajos de Krech sugieren que entre las variables que afectan a la inteligencia figura la riqueza y susceptibilidad de respuesta del entorno temprano. Niños criados en lo que podríamos denominar un entorno "estúpido" -de bajo estímulo, pobre, escaso en respuestas- aprenden pronto a no correr riesgos. Hay poco margen para el error, y lo verdaderamente rentable es ser cauto, conservador, poco curioso o totalmente pasivo, nada de lo cual obra maravillas en el cerebro.

"Por el contrario, niños criados en un entorno inteligente y reactivo, que es complejo y estimulante, pueden desarrollar un diferente conjunto de cualidades. Si los niños pueden recurrir al entorno para que haga las cosas por ellos, se tornan menos dependientes de los padres a una edad más temprana. Pueden adquirir una sensación de dominio o competencia. Y pueden permitirse ser inquisitivos, exploratorios, imaginativos y adoptar ante la vida una actitud de disposición a resolver los problemas. Por ahora no podemos hacer sino conjeturar. Pero no es imposible que un entorno inteligente nos haga desarrollar nuevas sinapsis y una corteza cerebral más grande. Un entorno inteligente podría hacer personas más inteligentes."

Sin embargo, todo esto es sólo un primer indicio del significado, más amplio, de los cambios que la nueva infosfera trae consigo. Pues la desmasificación de los medios de comunicación y el concomitante auge del computador cambian nuestra memoria social.

La memoria social

Los recuerdos pueden dividirse en puramente personales, o privados, y compartidos, o sociales. Los recuerdos privados no compartidos mueren con el individuo. El recuerdo social, la memoria social, en definitiva, continúa viviendo. Nuestra extraordinaria habilidad para archivar y recuperar recuerdos compartidos es el secreto del éxito evolutivo de nuestra especie. Y todo lo que altere de forma importante el modo en que construimos, almacenamos o utilizamos la memoria social afecta, por tanto, a las fuentes mismas de nuestro destino.

Dos veces a lo largo de la Historia ha evolucionado la Humanidad su memoria social. Hoy, al construir una nueva infosfera, nos hallamos posados en el borde de otra transformación semejante.

Al principio, los grupos humanos se veían obligados a almacenar sus recuerdos compartidos en el mismo lugar en que guardaban sus recuerdos privados, es decir, en las mentes de los individuos. Ancianos de la tribu, hombres sabios y otros llevaban consigo estos recuerdos en forma de historia, mito, tradiciones y leyendas, y los transmitían a sus hijos a través de conversaciones, cantos y ejemplos. Cómo encender una hoguera, la mejor forma de atrapar un pájaro, cómo fabricar una balsa o moler taro, cómo afilar la reja del arado o cuidar los bueyes… toda la experiencia acumulada del grupo estaba almacenada en las neuronas, glías y sinapsis de los seres humanos.

Mientras esto se mantuvo así, las dimensiones de la memoria social eran muy limitadas. Por buenas que fuesen las memorias de los ancianos, por memorables que fuesen los cantos o las lecciones, el espacio de almacenamiento se reducía a los cráneos de cualquier población.

La civilización de la segunda ola destruyó la barrera de la memoria. Difundió la instrucción de las masas. Mantuvo registros comerciales sistemáticos. Construyó miles de bibliotecas y museos. Inventó el archivador. En resumen, desplazó la memoria social fuera del cráneo, encontró nuevas formas de almacenarla y la expandió, así, más allá de sus límites anteriores. Al aumentar la provisión de conocimiento acumulativo, aceleró todos los procesos de innovación y cambio social, dando a la civilización de la segunda ola la cultura de cambio y evolución más rápidos que el mundo había conocido hasta entonces.

En la actualidad nos hallamos próximos a saltar a todo un nuevo estadio de la memoria social. La radical desmasificación de los medios de comunicación, la invención de nuevos de estos medios, la elaboración de mapas de la Tierra por los satélites, el control de pacientes de hospital por medio de sensores electrónicos, la computadorización de los archivos de las Compañías… todo ello significa que estamos registrando con esmerado detalle las actividades de la civilización. A menos que incineremos el Planeta, y nuestra memoria social con él, no tardaremos en tener lo más parecido a una civilización con memoria total. La civilización de la tercera ola tendrá a su disposición más información, e información más exquisitamente organizada, sobre ella misma que lo que habría sido imposible imaginar hace sólo un cuarto de siglo.

Pero el cambio a una memoria social de tercera ola no es meramente cuantitativo. Estamos también infundiendo vida, como si dijéramos a nuestra memoria.

Cuando la memoria social se hallaba almacenada en los cerebros humanos, estaba siendo continuamente erosionada, refrescada, excitada, combinada y recombinada de nuevas maneras. Era activa, o dinámica. Era, en el sentido más literal, viva.

Cuando la civilización industrial desplazó fuera del cráneo gran parte de la memoria social, esa memoria quedó objetivada, incrustada en objetos físicos, libros, hojas de nóminas, periódicos, fotografías y películas. Pero un símbolo, una vez inscrito en una página; una foto, una vez capturada en una película, y un periódico, una vez impreso, permanecían pasivos o estáticos. Sólo cuando esos símbolos eran llevados de nuevo a un cerebro humano, adquirían vida para ser manipulados o recombinados de nuevas maneras. Si bien la civilización de la segunda ola amplió radicalmente la memoria social, también la inmovilizó.

Lo que hace tan excitante históricamente el paso a una infosfera de tercera ola es que no sólo difunde ampliamente de nuevo la memoria social, sino que la resucita de entre los muertos. El computador, debido a que procesa los datos que almacena, crea una situación históricamente sin precedentes: hace a la memoria social extensiva y activa a la vez. Y esta combinación resultará ser propulsiva.

Activar esta memoria recientemente expandida liberará nuevas energías culturales. Pues el computador no sólo nos ayuda a organizar o sintetizar "destellos" en modelos coherentes de realidad, extiende también los lejanos límites de lo posible. Ninguna biblioteca ni archivo podría pensar, y mucho menos pensar de manera no ortodoxa. En cambio, al computador podemos pedirle que "piense lo impensable" y lo anteriormente impensado. Hace posible una corriente de nuevas teorías, ideas, ideologías, concepciones artísticas, progresos técnicos, innovaciones políticas y económicas que eran, en el sentido más literal, impensables e inimaginables hasta ahora. De esta forma acelera el cambio histórico y estimula el avance hacia la diversidad social de tercera ola.

En todas las sociedades anteriores, la infosfera proporcionaba los medios para una comunicación entre humanos. La tercera ola multiplica esos medios. Pero también permite, por primera vez en la Historia, la comunicación de máquina a máquina y, más sorprendente aún, la conversación entre seres humanos y el entorno inteligente en que se hallan inmersos. Cuando nos volvemos a mirarlas cosas con una más amplia perspectiva, resulta claro que la revolución operada en la infosfera es por lo menos tan dramática como la sucedida en la tecnosfera, en el sistema energético y en la base tecnológica de la sociedad.

El trabajo de construir una nueva civilización está avanzando aceleradamente en muchos niveles a la vez.

XV

Mas allá de la producción en serie

Un día, no hace mucho, conduje un coche alquilado desde las nevadas cumbres de las montañas Rocosas, a lo largo de tortuosas carreteras y, luego, por las altiplanicies, hasta llegar en mi descenso a las faldas orientales de la majestuosa cordillera. Allí, en Colorado Springs, bajo un brillante cielo, me dirigí a un alargado y bajo complejo de edificios acurrucado a lo largo de la carretera, empequeñecido por las cumbres que se alzaban tras de mí.

Al entrar en el edificio volví a recordar las fábricas en que había trabajado en otro tiempo, con todo su estruendo, su suciedad, su humo y su contenida ira. Durante años, desde que abandonamos nuestros oficios manuales, mi mujer y yo hemos sido "voyeurs de fábricas". En todos nuestros viajes alrededor del mundo, en vez de recorrer catedrales ruinosas y lugares turísticos, nos hemos dedicado a ver cómo trabaja la gente. Pues nada nos informa mejor de su cultura. Y ahora, en Colorado Springs, me encontraba de nuevo visitando una fábrica. Me habían dicho que figuraba entre las instalaciones fabriles más avanzadas del mundo.

Pronto quedó claro por qué. Pues en instalaciones como ésta, uno contempla la tecnología más moderna, los sistemas de información más avanzados… y los efectos prácticos de su convergencia.

Esta fábrica de Hewlett-Packard produce aparatos electrónicos por valor de cien millones de dólares al año… tubos de rayos catódicos para su utilización en monitores de televisión y equipos médicos, osciloscopios, "analizadores lógicos" para análisis y aparatos más arcanos aún. De las 1.700 personas empleadas aquí, el 40% son ingenieros, programadores, técnicos, personal administrativo o directivo. Trabajan en un enorme espacio abierto de elevado techo. Una pared es una gigantesca ventana que enmarca una impresionante vista de Pikes Peak. Las otras paredes están pintadas en brillantes colores amarillo y blanco. Los suelos, de vinilo de colores claros, relucen con una limpieza de hospital.

Los trabajadores de H-P, desde empleados administrativos hasta especialistas en computadores, desde el director de la fábrica hasta montadores e inspectores, no se hallan separados especialmente, sino que trabajan juntos en naves abiertas. En vez de gritarse unos a otros por encima del estruendo de las máquinas, hablan en tono normal de conversación. Como todo el mundo lleva ropas normales de calle, no existen distinciones visibles de categoría ni trabajo. Los empleados de producción se sientan en sus propios bancos o pupitres; muchos de éstos están decorados con hiedra, flores y otras plantas, de tal modo que, desde determinados ángulos, se tiene la fugaz ilusión de estar en un jardín.

Al recorrer estas instalaciones, pensé en lo conmovedor que resultaría si, por arte de magia, pudiera sacar de la fundición y de la cadena de montaje, del estruendo, la suciedad, el duro trabajo manual y la disciplina rígidamente autoritaria que lo acompaña, a algunos de mis viejos compañeros y transplantarlos a este ambiente laboral de nuevo estilo.

Maravillados, contemplarían lo que veían. Dudo mucho que H-P sea un paraíso del trabajador, y mis amigos no se dejarían engañar con facilidad. Pedirían conocer, con todo detalle, las tablas de salarios, los beneficios marginales, los procedimientos de reclamación, si es que existen. Preguntarían si los exóticos y nuevos materiales que se manipulan en esta fábrica son realmente seguros o si existen peligros ambientales para la salud. Supondrían, con razón, que, incluso bajo las relaciones aparentemente carentes de formalismos, unas personas dan órdenes y otras las reciben.

Sin embargo, los astutos ojos de mis viejos amigos percibirían muchas cosas nuevas y profundamente distintas de las fábricas clásicas que ellos conocían. Advertirían, por ejemplo, que los empleados de la H-P, en vez de llegar todos al mismo tiempo, fichar y precipitarse a sus puestos de trabajo, pueden, dentro de ciertos límites, elegir sus propias horas de trabajo individuales. En vez de hallarse obligados a permanecer en un lugar concreto de trabajo, pueden moverse a su antojo. Mis viejos amigos se maravillarían de la libertad de que disfrutan los empleados de la H-P, también dentro de ciertos límites, para fijar su propio ritmo de trabajo. Para hablar con los ingenieros o directivos sin preocuparse por el rango ni la jerarquía. Para vestir como se les antoje. Para ser individuos, en suma. La verdad es que yo creo que a mis viejos compañeros, con sus pesados zapatones claveteados, sucios monos y gorras de obrero, les resultaría difícil considerar el lugar como una fábrica.

Y si consideramos la fábrica como la sede de la producción en serie, tendrían razón. Pues estas instalaciones no se dedican a la producción en serie. Hemos avanzado más allá de la producción en serie.

Leche de ratón y camisetas

Es ya de conocimiento común que el porcentaje de trabajadores empleados en las naciones "avanzadas" en procesos de fabricación ha descendido durante los últimos veinte años. (Actualmente, en los Estados Unidos sólo el 9% de la población total -veinte millones de trabajadores- fabrica objetos para unos 220 millones de personas. Los 65 millones de trabajadores restantes suministran servicios y manipulan símbolos.) Y al irse acelerando esta reducción de la fabricación en el mundo industrial, se ha ido exportando cada vez más fabricación rutinaria a los llamados países en vías de desarrollo, desde Argelia hasta México y Tailandia. Como herrumbrosos automóviles usados, las industrias más atrasadas van siendo desplazadas de las naciones ricas a las pobres.

Por razones estratégicas, además de económicas, las naciones ricas no pueden permitirse el lujo de renunciar por completo a la fabricación, y no se convertirán en ejemplos de "sociedades de servicios" o "economías de información". La imagen del mundo rico viviendo de una producción no material mientras el resto del mundo se dedica a la obtención de bienes materiales, adolece de excesiva simplificación. En lugar de ello, veremos que las naciones ricas continúan fabricando artículos clave… pero necesitando menos trabajadores para ello. Pues estamos transformando la forma misma en que se fabrican los bienes.

La esencia de la fabricación de la segunda ola era la larga "serie" de millones de productos uniformizados idénticos. Por el contrario, la esencia de la fabricación de la tercera ola es la corta serie de productos parcial o totalmente personalizados.

El público tiende todavía a pensar en la fabricación en términos de largas series de producción, y, desde luego, seguimos produciendo cigarrillos a miles de millones, tejidos a millones de metros, bombillas, fósforos, ladrillos o bujías en cantidades astronómicas. Y no hay duda de que continuaremos haciéndolo durante algún tiempo. Pero éstos son productos precisamente de las industrias más atrasadas, no de las más avanzadas, y en la actualidad constituyen sólo aproximadamente el 5% de todos nuestros artículos fabricados.

Un analista de Critique, publicación de estudios soviéticos, hace notar que mientras "los países menos desarrollados -[los que] tienen un PNB de entre 1.000 y 2.000 dólares americanos per capita al año- se concentran en la fabricación masiva de productos", los "países más desarrollados… se concentran en la exportación de productos fabricados en series cortas que dependen de una mano de obra muy especializada… y de costes de investigación elevados: computadores, maquinaria especializada, aviones, sistemas de producción automatizada, pinturas de alta tecnología, productos farmacéuticos, polímeros y plásticos de alta tecnología".

En Japón, Alemania Occidental, Estados Unidos e incluso en la Unión Soviética, encontramos muy desarrollada la tendencia a la desmasificación en campos tales como la fabricación eléctrica, productos químicos, técnica aerospacial, electrónica, vehículos especializados, comunicaciones y otros semejantes. En la superavanzada planta de la Western Electric, en la parte norte de Illinois, por ejemplo, los obreros hacen más de cuatrocientos "bloques de circuitos" diferentes en series que van desde un máximo de dos mil al mes, hasta sólo dos al mes. En Hewlett-Packard, en Colorado Springs, son comunes series de producción tan pequeñas como cincuenta o cien unidades.

En IBM, Polaroid, McDonnell Douglas, Westinghouse y General Electric, en los Estados Unidos; en Plessey e ITT, en Gran Bretaña; en Siemens, en Alemania, o Ericsson, en Suecia, se advierte el mismo desplazamiento hacia productos individualizados y de series cortas. En Noruega, el Grupo Aker, que en otro tiempo corría con el 45% de la construcción naval de ese país, ha cambiado a la fabricación de equipos petrolíferos de alta mar. El resultado: un desplazamiento de la "producción en serie" de barcos a productos navales "a medida".

Mientras tanto, en el campo de la química, según el ejecutivo R. E. Lee, Exxon está "pasando a series cortas de productos fabricados… polipropileno y polietileno en plásticos tratados por extrusión para tuberías, revestimientos, etc. En Paramins estamos haciendo cada vez más trabajos sobre pedido individual". Algunas de las series de producción son tan pequeñas -añade Lee-, que "las llamamos series de "leche de ratón".

En el terreno de la producción militar, la mayoría de la gente sigue pensando en términos de cantidades masivas, pero la realidad es otra. Pensamos en millones de uniformes, cascos y rifles idénticos. De hecho, el grueso de lo que una moderna organización militar necesita no es en absoluto producido en masa. Se pueden fabricar cazas a reacción en series tan pequeñas como diez o quince a la vez. Cada uno de ellos puede ser ligeramente diferente, según su finalidad y el servicio a que van destinados. Y con pedidos tan pequeños, muchos de los componentes que intervienen en los aviones suelen ser producidos también en series cortas.

Así, un esclarecedor análisis de los gastos del Pentágono en relación con los productos finales adquiridos llegó a la conclusión de que de los 9.100 millones de dólares gastados en artículos cuyo número de unidades era identificable, el 78% (7.100 millones de dólares) se destinaba a artículos producidos en lotes de menos de cien unidades.

Incluso en campos en los que los componentes son todavía producidos en cantidades muy grandes -y en algunas industrias altamente avanzadas, éste sigue siendo el caso-, los componentes se configuran de ordinario de modo que formen muchos y diferentes productos finales, cada uno de los cuales es, a su vez, producido en series cortas.

Basta contemplar los vehículos, increíblemente diversos, que surcan la autopista de Arizona para advertir cómo se ha fragmentado en segmentos el otrora relativamente uniforme mercado del automóvil, obligando incluso a esos tiranosaurios tecnológicos, los fabricantes de automóviles, a retornar a regañadientes a una parcial individualización. Los fabricantes de coches de Europa, Estados Unidos y Japón, fabrican ahora en masa componentes y piezas, que Juego combinan de mil maneras distintas.

A otro nivel, volvamos la vista hacia la humilde camiseta. Las camisetas se fabrican en serie. Pero nuevas y baratas prensas de fijación indeleble hacen rentable imprimir dibujos o eslóganes en tiradas muy pequeñas. El resultado es un extraordinario florecimiento de camisetas que identifican a quien las lleva tomo un admirador de Beethoven, un bebedor de cerveza o una estrella pornográfica. Automóviles, camisetas y muchos otros productos representan un estadio intermedio entre la fabricación masificada y la desmasificada.

El siguiente paso es, naturalmente, la completa individualización, la fabricación de productos singulares. Y ésta es, a todas luces, la dirección que estamos siguiendo: productos diseñados para usuarios individuales. Según Robert H. Anderson, jefe del Departamento de Servicios de información de la Rand Corporation y experto en fabricación avanzada: "En un próximo futuro, producir algo individualmente no será más difícil… de lo que es hoy producirlo en serie… Hemos superado el estadio de modularización, en que se fabrican gran número de módulos y luego se ensamblan… y estamos llegando al estadio de producción en base al pedido individual. Como los trajes."

Este desplazamiento a la individualización encuentra quizá su mejor simbolización en el cañón de rayos láser basado en un computador que hace unos años fue introducido en la industria del vestido. Antes de que la segunda ola trajese la producción en serie, si un hombre quería un traje acudía a un sastre o una modista, o se lo cosía su mujer. En cualquier caso, se hacía sobre una base artesanal, a su medida individual. Toda confección era esencialmente a la medida.

Tras la llegada de la segunda ola empezamos a fabricar ropas idénticas sobre una base de producción en serie. Conforme a este sistema, el trabajador colocaba una pieza de tela encima de otra; trazaba un patrón en la superior; luego, con una cortadora eléctrica, seguía el contorno del patrón y producía piezas múltiples e idénticas. Estas eran luego sometidas a una manipulación idéntica, y se obtenían prendas idénticas en forma, tamaño, color, etc.

La nueva máquina de rayos láser funciona sobre un principio radicalmente distinto. No corta diez, cincuenta, cien ni quinientas chaquetas a la vez. Corta una sola. Pero lo hace con más rapidez y menos costo que los métodos de producción en serie empleados hasta ahora. Reduce desechos y elimina la necesidad de inventario. Por estas razones, según el presidente de Genesco -una de las mayores empresas de confección de los Estados Unidos-, "las máquinas de rayos láser pueden ser programadas para servir económicamente el pedido de una sola prenda". Lo cual sugiere que algún día pueden incluso desaparecer las tallas standard. Puede llegar la posibilidad de leer las propias medidas por teléfono, o enfocarse uno mismo una cámara de video, introduciendo así directamente los datos en un computador, el cual, a su vez, instruirá a la máquina para que produzca una sola prenda, cortada exactamente conforme a las dimensiones personales e individualizadas del cliente.

En efecto, lo que estamos presenciando es la confección a medida sobre una base de alta tecnología. Es la reinstauración de un sistema de producción que floreció antes de la revolución industrial, pero construido ahora sobre la base de la tecnología más avanzada y sofisticada. Así como estamos desmasificando los medios de comunicación, estamos desmasificando también la fabricación.

El efecto de prestidigitación

Varios otros avances totalmente extraordinarios están transformando la forma en que fabricamos cosas.

Mientras unas industrias pasan de la producción en serie a la producción en pequeñas cantidades, otras están yendo ya más allá de eso, hacia la plena individualización sobre una base de funcionamiento continuo. En vez de poner en marcha y detener la producción al comienzo y al final de cada serie corta, están progresando hasta el punto en que las máquinas pueden ponerse de nuevo en funcionamiento continuamente, de tal modo que las unidades producidas -cada una distinta de la siguiente- brotan de las máquinas en flujo ininterrumpido. Nos estamos dirigiendo, en suma, hacia la individualización de los productos de la máquina sobre una base continua, permanente.

Otro cambio importante, como veremos en seguida, introduce al cliente, más directamente que nunca, en el proceso de fabricación. En algunas industrias estamos sólo a un paso de una situación en la que una compañía de clientes comunique sus condiciones directamente a los computadores del fabricante, los cuales controlarán, a su vez, la línea de producción. A medida que se extienda esta práctica, el cliente quedará tan integrado en el proceso de producción, que nos resultará cada vez más difícil distinguir quién es realmente el consumidor y quién el productor.

Finalmente, mientras que la fabricación de segunda ola era cartesiana, en el sentido de que los productos estaban fragmentados en piezas y eran luego laboriosamente ensamblados, la fabricación de tercera ola es poscartesiana o "totalista". Esto queda ilustrado por lo que les ha sucedido a productos manufacturados corrientes como el reloj de pulsera. Mientras que antaño los relojes tenían centenares de partes móviles, ahora podemos fabricar relojes compactos que son más exactos y fiables, sin ninguna parte móvil. De forma similar, el aparato de televisión "Panasonic" tiene la mitad de piezas que los aparatos de hace diez años. A medida que los microprocesadores -de nuevo esas milagrosas criaturas- van produciendo cada vez más productos, reemplazan cantidades impresionantes de componentes convencionales. Exxon presenta la "Qyx", una máquina de escribir con sólo un puñado de piezas móviles, frente 8 los centenares que tiene la "IBM Selectric". Similarmente, una conocida cámara de 35 milímetros, la "Canon AE-1" se fabrica ahora con trescientas piezas menos que el modelo al que sustituyó. Nada menos que 175 de ellas fueron remplazadas por una sola miniatura de Texas Instruments.

Interviniendo al nivel molecular, utilizando diseños ayudados por computadores u otras avanzadas herramientas de fabricación, vamos integrando cada vez más funciones en cada vez menos piezas, sustituyendo muchos componentes distintos por "todos" unitarios. Lo que está ocurriendo puede compararse con el auge de la fotografía en las artes visuales. En vez de hacer un cuadro poniendo innumerables manchas de pintura sobre un lienzo, el fotógrafo "hace" toda la imagen en un instante con sólo oprimir un botón. Estamos empezando a ver este "efecto de prestidigitación" en la fabricación.

Por tanto, la pauta queda clara. Grandes cambios operados en la tecnosfera y en la infosfera han convergido para cambiar la forma en que producimos mercancías. Estamos avanzando rápidamente más allá de la tradicional producción en masa hasta una sofisticada mezcla de productos masificados y desmasificados. La meta final de este esfuerzo se aprecia ahora con claridad: artículos completamente individualizados, hechos con procesos totalísticos y de flujo Continuo, sometidos cada vez en mayor medida al control directo del consumidor.

En breves palabras, estamos revolucionando la estructura profunda de la producción, enviando corrientes de cambio a través de todas las capas de la sociedad. Sin embargo, esta transformación, que afectará al estudiante que proyecta una carrera, a la empresa que proyecta una inversión, o a la nación que proyecta una estrategia de desarrollo, no se puede comprender considerada aisladamente. Hay que verla en relación directa con otra revolución más, ésta, en la oficina.

¿La muerte de la secretaria?

A medida que en las naciones ricas se han ido dedicando cada vez menos trabajadores a la producción física, se han ido necesitando más para producir ideas, patentes, fórmulas científicas, proyectos, facturas, planes de reorganización, archivos, informes, investigación de mercados, presentaciones de ventas, cartas, gráficos, compendios legales, instrucciones de ingeniería, programas de computadores y mil otras formas de datos o rendimiento simbólico. Este aumento de la actividad técnica y administrativa ha sido tan ampliamente documentada en tantos países, que no necesitamos aquí de estadísticas para demostrarla.

De hecho, algunos sociólogos han utilizado la creciente abstracción de la producción como prueba de que la sociedad ha pasado a un "estadio postindustrial".

Los hechos son más complicados. Pues el crecimiento de la fuerza de trabajo no manual ha de entenderse más como una extensión del industrialismo -nueva y última manifestación de la segunda ola-, que como un paso a un nuevo sistema. Si bien es cierto que el trabajo se ha tornado más abstracto y menos concreto, las oficinas reales en que se desarrolla ese trabajo están configuradas directamente conformes al modelo de las fábricas de la segunda ola, con un trabajo fragmentado, repetitivo, monótono y deshumanizador. Aún hoy, muchas reorganizaciones de oficinas apenas sí son más que un intento de hacer que la oficina se parezca más a una fábrica.

En esta "fábrica de símbolos", la civilización de la segunda ola creó también un sistema de castas fabril. La fuerza de trabajo fabril está dividida en trabajadores manuales y no manuales. La oficina se halla similarmente dividida en trabajadores de "alta abstracción" y de "baja abstracción". En un nivel encontramos los altos abstractores, las élites tecnocráticas: científicos, ingenieros y directores, gran parte de cuyo tiempo se dedica a reuniones, conferencias, almuerzos de negocios, o a dictar, redactar memorándums, hacer llamadas telefónicas y a otros intercambios de información. Un reciente estudio realizado sobre el tema estimó que el 80% del tiempo del personal directivo se invierte en la realización de entre 150 y 300 "transacciones de información" diarias.

En el otro nivel encontramos los bajos abstractores, proletarios no manuales como si dijéramos que, como los obreros fabriles de todo el período de la segunda ola, realizan interminablemente un trabajo rutinario y aburrido. Compuesto en su mayor parte por mujeres, y no integrado en sindicatos, este grupo puede justificablemente sonreír irónicamente ante las expresiones de "postindustrialismo" de los sociólogos. Ellos son la fuerza de trabajo industrial de la oficina.

En la actualidad, también la oficina está empezando a rebasar la segunda ola y a entrar en la tercera, y este sistema de castas industrial se halla próximo a ser desafiado. Todas las viejas jerarquías y estructuras de la oficina no tardarán igualmente en ser reorganizadas.

La revolución de la tercera ola en la oficina es el resultado de varias fuerzas encontradas. La necesidad de información ha proliferado tan ampliamente que, por muy intensa o prolongadamente que trabaje, ningún ejército de empleados, mecanógrafas y secretarias, puede darle satisfacción. Además, el costo del trabajo burocrático se ha elevado tan calamitosamente, que se están desarrollando frenéticos esfuerzos para controlarlo. (En muchas Compañías, los costos de oficina se han elevado hasta constituir un 40 o 50% de todos los costos. Y algunos expertos estiman que el gasto necesario para preparar una simple carta comercial puede ascender hasta entre 14 y 18 dólares, si se toman en cuenta todos los factores ocultos.) Además, mientras el trabajador fabril medio en los Estados Unidos se halla mantenido actualmente por un valor estimado de 25.000 dólares en tecnología, el trabajador de oficina, como dice un vendedor de Xerox, "trabaja con el valor de entre 500 o 1.000 máquinas de escribir y calculadoras y, probablemente, figura entre los trabajadores menos productivos del mundo". La productividad de oficina se ha elevado apenas un 4% durante la última década, y en otros países la situación es, probablemente, más acusada incluso.

Contrasta esto con el extraordinario descenso en el coste de los computadores, medido en relación con el número de funciones realizadas. Se ha estimado que el rendimiento del computador ha aumentado diez mil veces en los quince últimos años, y que el costo por función actual ha bajado cien mil veces. Resulta irresistible la combinación del aumento de costes y el estancamiento de la productividad por una parte, y los avances del computador, por otra. El resultado será, probablemente, algo así como un "terremoto de palabras".

El símbolo principal de este cataclismo es un artilugio electrónico denominado procesador de palabras, unos 250.000 de los cuales funcionan ya en oficinas de los Estados Unidos. Los fabricantes de estas máquinas, incluyendo titanes como IBM y Exxon, se esfuerzan por competir en lo que creen que no tardará en ser un mercado de diez mil millones de dólares anuales. Llamado a veces "máquina de escribir inteligente", o "editor de textos", este artilugio altera fundamentalmente el flujo de información en la oficina, y con él, la estructura del trabajo. Sin embargo, éste es sólo un miembro de una gran familia de nuevas tecnologías que están a punto de inundar el mundo burocrático.

En junio de 1979, en la convención de la International Word Processing Association, unos veinte mil sudorosos visitantes recorrieron una sala de exposiciones para examinar o probar también un desconcertante despliegue de otras máquinas… Exploradores ópticos, impresores de alta velocidad, equipo micrográfico, máquinas de facsímil, terminales de computadores y otras semejantes. Estaban mirando el comienzo de lo que algunos denominan la "oficina sin papeles" del mañana.

De hecho, en Washington, una firma de asesoramiento de empresas conocida como Micronet, Inc., ha reunido el equipo de diecisiete fabricantes distintos en una oficina integrada en la que el papel está prohibido. Cualquier documento que llega a esta oficina es instantáneamente microfilmado y almacenado para su recuperación posterior por medio de computador. Esta oficina demostrativa y de adiestramiento integra material de dictado, microfilm, escrutadores ópticos y terminales de televisión en un sistema armónico que funciona a la perfección.

El objetivo -dice Larry Stockett, presidente de Micronet- es una oficina del futuro en la que "no hay errores de archivo; los datos referentes a mercados, ventas, contabilidad e investigación están siempre actualizados al minuto; la información se distribuye a razón de cientos de miles de páginas por hora y por una fracción de centavo por página; y… la información es convertida a voluntad de medios impresos a digitales y fotográficos".

La clave de semejante oficina del futuro es la correspondencia ordinaria. En una oficina convencional de segunda ola, cuando un ejecutivo quiere expedir una carta o un memorándum, se recurre a un intermediario, la secretaria. La primera tarea de esta persona es recoger las palabras del ejecutivo sobre un papel, en un cuaderno de notas o un borrador mecanografiado. Después se corrige el mensaje para eliminar errores y, en ocasiones, se vuelve a mecanografiar varias veces. Se obtiene entonces el ejemplar mecanográfico definitivo. Se hace una copia con papel carbón, o bien una xerocopia. Se cursa el original a su destino a través de los servicios postales. Se archiva la copia. Sin contar la fase inicial de redactar el mensaje, se precisan cinco fases sucesivas distintas.

Las máquinas actuales comprimen en una sola esas cinco fases, imprimiéndoles un carácter de simultaneidad.

Para aprender cómo se realiza esto -y para acelerar mi propio trabajo-, yo compré un computador sencillo, lo utilicé como procesador de palabras y escribí con él la segunda mitad de este libro. Para mi satisfacción, fui capaz de dominar el manejo de la máquina en una sola y breve sesión. A las pocas horas lo estaba ya usando con toda soltura. Después de más de un año ante su teclado, aún me siento sorprendido de su rapidez y su capacidad.

Actualmente, en vez de mecanografiar sobre papel el borrador de un capítulo, lo tecleo sobre una consola, que lo almacena de forma electrónica en lo que se conoce con el nombre de "disco oscilante". Veo mis palabras desplegadas ame mí en una pantalla semejante a la de televisión. Pulsando unas cuantas teclas, puedo revisar o reordenar instantáneamente lo que he escrito, intercambiando párrafos, borrando, intercalando, subrayando, hasta obtener una versión que me guste. Esto elimina borrar, raspar, cortar, pegar, multicopiar o mecanografiar borradores sucesivos. Una vez que he corregido mi borrador, oprimo un botón, y una impresora situada a mi lado realiza una copia final perfecta a velocidad de vértigo.

Pero sacar copias en papel de algo es un uso primitivo para estas máquinas y viola su mismo espíritu. Pues la belleza final de la oficina electrónica no radica simplemente en las fases ahorradas por una secretaria en la mecanografía y corrección de cartas. La oficina automatizada puede archivarlas en forma de impulsos electrónicos en una cinta o un disco. Puede pasarlas (o no tardará en poder hacerlo) a través de un diccionario electrónico, que corregirá automáticamente sus errores ortográficos. Con las máquinas conectadas entre sí y con las líneas telefónicas, la secretaria puede transmitir instantáneamente la carta a la impresora o a la pantalla de su destinatario. El equipo puede así recoger un original, corregirlo, copiarlo, enviarlo y archivarlo en lo que virtualmente es un solo proceso. La rapidez aumenta. Los costos disminuyen. Y las cinco fases quedan comprimidas en una.

Las implicaciones de esta comprensión se extienden mucho más allá de la oficina. Pues, entre otras cosas, este equipo, conectado con satélites, microondas y otras instalaciones de telecomunicación, permite una reorganización de esta clásica institución de la segunda ola, recargada de trabajo y de funcionamiento defectuoso, que es la central de Correos. En efecto, la extensión de la automatización de oficinas, de la que el procesado de palabras constituye sólo un pequeño aspecto, se halla integralmente enlazada a la creación de sistemas de "correo electrónico" que reemplacen al cartero y a su pesada cartera.

En los Estados Unidos, el 35% de todo el volumen postal interior se compone de informes de transacción: facturas, recibos, órdenes de compra, extractos de cuenta, relación de operaciones bancarias, cheques, etc. Sin embargo, una gran cantidad de correo circula, no entre individuos, sino entre organizaciones. Al intensificarse la crisis postal, ha ido aumentando el número de Compañías que han buscado una alternativa al sistema postal de la segunda ola y empezado a construir en su lugar piezas de un sistema de tercera ola.

Basado en teleimpresoras, máquinas de reproducción en facsímil, equipo procesador de palabras y terminales de computadores, este sistema postal electrónico se está extendiendo muy rápidamente, en especial en las industrias avanzadas, al tiempo que recibe un tremendo impulso merced a los nuevos sistemas de satélites.

IBM, Aetna Casualty and Surety y Comsat (la semigubernamental agencia de satélites de comunicaciones) han creado conjuntamente una compañía llamada Satellite Business Systems para suministrar servicios de información integrada en otras compañías. SBS proyecta reservar satélites para firmas clientes como General Motors, por ejemplo, o Hoechst, o Toshiba. Juntamente con baratas estaciones terrestres emplazadas en las instalaciones de cada Compañía, el satélite de SBS permite que cada Compañía tenga su propio sistema postal electrónico, superando en buena medida a los servicios postales públicos.

En lugar de transportar papel, el nuevo sistema mueve impulsos electrónicos. Aún hoy -hace notar Vincent Giuliano, de la organización de investigaciones Arthur D. Little – la electrónica es el medio fundamental en muchos campos; es el impulso electrónico lo que efectúa una transacción, y con posterioridad una factura, recibo o nota de papel sirven, simplemente, para validarla. Durante cuánto tiempo seguirá siendo necesario el papel, es asunto sujeto a discusión.

Mensajes y memorándums se mueven silenciosa e instantáneamente. En todas las mesas, los terminales -miles de ellos en cualquier gran organización- parpadean en silencio mientras la información circula a través del sistema, rebotando en un satélite y yendo a parar a una oficina situada en el otro extremo del mundo o a una terminal instalada en casa de un ejecutivo. Varios computadores enlazan los archivos de la Compañía con los de otras compañías donde sea necesario, y los directores pueden obtener información almacenada en centenares de bancos de datos exteriores, como el Banco de Información del New York Times.

Falta por ver hasta qué punto se mueven los acontecimientos en esta dirección. La imagen de la oficina del futuro es demasiado pulcra, demasiado ordenada, demasiado abstracta para ser real. La realidad es siempre embrollada. Pero resulta evidente que estamos avanzando rápidamente en ese sentido, y un desplazamiento, aún parcial, hacia la oficina electrónica, será suficiente para provocar una erupción de consecuencias sociales, psicológicas y económicas. El futuro terremoto del mundo de la palabra significa algo más que la puesta en funcionamiento de máquinas nuevas. Promete reestructurar también todas las relaciones humanas y funciones de la oficina.

En primer lugar, eliminará muchas de las funciones de la secretaria. Incluso la mecanografía se convertirá en una habilidad anticuada en la oficina cuando llegue la tecnología de reconocimiento a la palabra. Al principio seguirá siendo necesario mecanografiar para recoger los mensajes y ponerlos en forma transmisible. Pero antes de que pase mucho tiempo, un equipo de dictado sintonizado con los acentos distintivos de cada usuario convertirá los sonidos en palabras escritas, dejando así a un lado por completo la operación de mecanografiar.

"La vieja tecnología -dice el doctor Giuliano- utilizaba una mecanógrafa porque era deficiente. Cuando uno tenía una tablilla de barro, necesitaba un escribano que supiese cocer el barro y cincelar marcas en él. Escribir no era para las masas. Hoy tenemos escribanos llamados mecanógrafas. Pero tan pronto como la nueva tecnología haga más fácil captar el mensaje, corregirlo, almacenarlo, recuperarlo, enviarlo y copiarlo, haremos todas estas cosas nosotros mismos, igual que escribir y hablar. Una vez eliminado el factor de insuficiencia, no necesitaremos a la mecanógrafa."

De hecho, una de las esperanzas más acariciadas por muchos expertos en procesado de palabras es que la secretaria sea ascendida y el ejecutivo asuma su parte en la labor de mecanografía, al menos hasta que quede totalmente eliminada. Cuando yo pronuncié una conferencia en la convención de la International Word Processing, por ejemplo, se me preguntó si mi secretaria utilizaba la máquina para mí. Cuando respondí que yo tecleaba mis propios borradores y que la verdad era que mi secretaria apenas podía acercarse a mi computador procesador de palabras, los asistentes prorrumpieron en aplausos. Ellos sueñan con el día en que la sección de anuncios clasificados de un periódico pueda incluir alguno como éste:

Se necesita Vicepresidente de grupo

Entre sus responsabilidades figuran la coordinación financiera, exploración de mercados y desarrollo de la línea productiva en varias divisiones. Imprescindible experiencia demostrada en control de gestión. Escribir a Ejec. VP, compañía internacional de actividad múltiple. SE EXIGE MECANOGRAFÍA

Por el contrario, es probable que los ejecutivos se resistan a mancharse las yemas de los dedos, del mismo modo que se resisten a ir a buscar sus propias tazas de café. Y, sabiendo que el equipo de reconocimiento de la palabra está ya a la vuelta de la esquina, con lo que ellos podrán limitarse a dictar y la máquina hará el resto, se resistirán tanto más a aprender a manejar un teclado.

Lo hagan o no, subsiste el inesquivable hecho de que la producción de la tercera ola en la oficina, al colisionar con los viejos sistemas de la segunda ola, originará ansiedad y conflicto, así como reorganización, reestructuración y -para algunos- un renacimiento a nuevas profesiones y oportunidades. Los nuevos sistemas plantearán un reto a todas las viejas clases de ejecutivos, las jerarquías, las divisiones sexuales de función y las barreras departamentales del pasado.

Todo esto ha suscitado muchos temores. La opinión se halla dividida entre quienes insisten en que desaparecerán millones de puestos de trabajo (o que las secretarias actuales quedarán reducidas a esclavas mecánicas) y un punto de vista más esperanzado, muy generalizado en la industria de procesado de palabras y expresado por Randy Goldfield, uno de los directores de la empresa consultora Booz Alien & Hamilton. Según Mr. Goldfield, las secretarias, lejos de quedar reducidas a procesadores estúpidos y repetitivos, se convertirán en "paradirectores", participando en el trabajo profesional y de toma de decisiones del que hasta ahora se han visto excluidas de forma general. Más probablemente, presenciaremos una nítida separación entre empleados que ascienden a puestos de más responsabilidad, y empleados que van descendiendo… y son finalmente despedidos.

¿Cuál es, entonces, el efecto sobre estas personas y sobre la economía en general? Durante finales de la década de los 50 y comienzos de la de los 60, cuando la automación comenzó a hacer su aparición en escena, economistas y sindicalistas de muchos países predijeron un desempleo masivo. En lugar de ello, aumentó el empleo en las naciones de alta tecnología. Al reducirse el sector de fabricación, se ampliaron los sectores de trabajos administrativos y de servicios. Pero si la fabricación continúa reduciéndose y, al mismo tiempo, el trabajo de oficina va necesitando menos personal, ¿de dónde llegarán los puestos de trabajo del mañana?

Nadie lo sabe. Pese a innumerables estudios y a vehementes afirmaciones, las predicciones y las pruebas son contradictorias. Intentos realizados para relacionar la inversión en mecanización y automación con los niveles de empleo fabril muestran lo que el Financial Times de Londres llama "una casi completa falta de correlación". Según un estudio realizado sobre siete naciones, entre 1963 y 1973 Japón tuvo la más elevada tasa de inversión en nueva tecnología, como porcentaje de valor añadido. Tuvo también el más elevado aumento de empleo. Gran Bretaña, cuya inversión en maquinaria fue la más baja, mostró la mayor pérdida de puestos de trabajo. La experiencia norteamericana corrió parejas con la del Japón – tecnología y nuevos puestos de trabajo en aumento-, mientras que Suecia, Francia, Alemania Occidental e Italia mostraron pautas acusadamente individuales.

Está claro que el nivel de empleo no es un mero reflejo del avance tecnológico. No aumenta y disminuye cuando automatizamos o dejamos de hacerlo. El empleo es el resultado final de muchas políticas convergentes.

Puede que las presiones sobre el mercado de trabajo se incrementen dramáticamente en los años próximos. Pero es una ingenuidad singularizar como causa de ello al computador.

De lo que no cabe duda es de que tanto la oficina como la fábrica están llamadas a experimentar una revolución en las décadas próximas. Las dos revoluciones del sector administrativo y del fabril dan lugar a un modo de producción enteramente nuevo para la sociedad, un paso gigantesco para la especie humana. Este paso lleva consigo implicaciones indescriptiblemente complejas. Afectará no sólo a cosas tales como el nivel de empleo y la estructura de la industria, sino también a la distribución de poder político y económico, a las dimensiones de nuestras unidades de trabajo, a la división internacional del trabajo, al papel de las mujeres en la economía, a la naturaleza de trabajo y al divorcio entre productor y consumidor; alterará incluso un hecho aparentemente tan simple como el "dónde" del trabajo.

XVI

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