En algo menos de media hora llegaron a la sinagoga Nozyk, donde el Gran Rabino Cohen les aguardaba en el saloncito adjunto al despacho que éste tenía en el mismo edificio. Saludó con bastante ceremonia a Georges, ofreciéndole asiento al mismo tiempo que con cortesía le dijo si le apetecía tomar té. El francés se excusó de tomarlo, diciendo que hacía poco que acaba de desayunar, en realidad es que no se sentía cómodo en el lugar ni con el té.
El rabino Cohen era un hombre corpulento, mediría algo más de un metro y ochenta centímetros, a pesar de la curvatura de su espalda. Llevaba una poblada barba, preceptiva de su ministerio y, sujetaba sus pantalones negros con unos gruesos tirantes del mismo color, estaba en mangas de camisa y sin corbata, que dicho de paso ni falta que le hacía, llevaba puesta la kipá como símbolo de humildad a Yavé. Tendría poco más de los ochenta años, pero se mantenía todavía con aspecto muy vivaz, en especial sus ojos que eran de gran viveza, recordaban a los del halcón, a pesar de su avanzada edad no se servía de artilugios ópticos.
Se sirvió una taza de humeante té, como si de un ritual religioso se tratase, y levantando la cabeza miró a Georges con fijeza para iniciar la conversación. Su hijo Jacob se quedó de pié en segundo termino.
Deseo que reciba la bienvenida a nuestra casa señor Pradel, Jacob me ha hablado mucho de usted y de sus otros compañeros de la Sorbona, fueron tiempos de juventud que difícilmente se olvidan.
-Si, ciertamente, fue una época muy bonita, además de difícil, pero que reforzó la amistad de todos nosotros, Jacob también nos hablaba mucho de usted, le ponía siempre como ejemplo a seguir-.
Sin más preámbulos el rabino entró en materia:. –Según me ha informado Jacob ha venido usted a visitarnos por que tiene algunas dudas respecto la interpretación del contenido de un escrito en un documento hallado en un libro escrito en hebreo-.-Si, verá, hace algunos días, mi compañero el profesor Felipe Frutos, catedrático de la universidad de Granada, también compañero de Jacob, gran experto en lenguas semíticas, me visitó en mi domicilio de Montpelier portando un libro muy antiguo que había adquirido algunas semanas antes, en una vieja librería de la ciudad de Córdoba, cual sería su sorpresa cuando al llegar a su casa y al proceder a la limpieza y examen de éste halló muy bien camuflado en la contraportada un papel doblado, que contenía una extraña escritura de caracteres totalmente desconocidos por nosotros. Ambos hemos efectuado cientos de consultas a antiguos tratados y pergaminos, pero no hallamos correspondencia alguna con las lenguas habladas o escritas en el pasado en el planeta, o al menos que se tengan noticias de ella.
-Estimula usted mi curiosidad e interés con su relato, ¿por casualidad lleva usted este extraño y misterioso documento consigo?-. El Rabino Cohen dijo esto utilizando un tono natural y mirando con franqueza a los ojos de su interlocutor.
Georges captó la mirada, a lo que repuso:. –Sr. Cohen, ¿puedo hablarle con total franqueza?-.
-Se lo ruego-.
-Si, llevo conmigo parte de este documento, pero ayer después de reunirme con Jacob, salí del hotel para ir a cenar a un restaurante no muy lejos de éste, un par de horas después regresé, al ir a acostarme, antes fui a lavarme los dientes, abrí el neceser de viaje y lo halle completamente revuelto, lo que me sorprendió grandemente, y máxime cuando yo personalmente, había colocado antes de partir cada objeto en su alojamiento correspondiente, cerrando luego el estuche perfectamente, metiéndole luego en el maletín de viaje-.
-Puede que se salieran de sitio durante el viaje, por el movimiento-, significó Jacob.
-No pudo ser, por varios motivos, verá, en primer lugar no facturé el maletín, por su poco peso y volumen lo llevé yo todo el tiempo conmigo como equipaje de mano, con lo cual pocos movimientos bruscos recibió, le diría que ninguno. Pero a pesar de ello, al darme cuenta del estado en que lo halle al abrirle, procedí a recolocar cada uno de los objetos de nuevo en su alojamiento correspondiente, cerré el neceser lo agité varias veces bruscamente y luego lo arrojé por los aires de un lado al otro de la habitación. Después de todas estas pruebas lo abrí y todas las piezas seguían en su sitio, inalteradas, en su posición. De ello deduje que mi habitación había sido registrada por alguien-.
-Me deja usted de una pieza, no se que decirle, es extrañísimo lo que me ha contado, a no ser que…-.
-A no ser ¿qué?-, preguntó intrigado Georges.
-Ayer, cuando Jacob me informó de su visita y del motivo de la misma, yo llamé a un gran amigo mío, cuya amistad nos viene de cuando estuvimos ambos internados en unos de los más terribles campos de exterminio nazi en 1938, Mauthausen, ¿supongo que habrá usted oído hablar de Simón Wiesenthal, conocido también como el cazador de nazis?. Georges asintió con la cabeza. -Le llamé, por que en cierta ocasión, de esto hace muchos años, quizás más de cuarenta, me contó una historia respecto un grupo de familias judeo-polacas y de algunos otros países de Europa, de gran poder financiero, que en previsión a una posible persecución nazi que intuían se avecinarse, habían reagrupado todas sus joyas y valores, y secretamente las habían sacado del país, escondiéndolas nadie sabe donde, otros le confesaron en un campo de concentración pertenecer o ser miembros de una de estas familias y que habían creado un documento secreto en el que se decía el lugar dónde ocultarían este tesoro. Al intentar contarle por teléfono a Simón el motivo de su visita, éste repentinamente interrumpió mi explicación recomendándome no seguir y sin embargo sugiriéndome desplazarme a Viena para hablar de ello personalmente. Eso es todo señor Pradel, más no puedo decirle-.
Georges se quedó unos momentos pensativo mesándose la barbilla y el cabello, mientras meditaba ¿qué decisión tomar?. –Entonces, ¿cree usted que guarda alguna relación lo que acaba de relatarme y el eventual registro de mis pertenencias personales?.
-Cabe la posibilidad, piense señor Pradel, que la organización nazi no ha dejado de existir, cuando vieron que iban a perder la guerra, tuvieron tiempo de cambiar sus documentos personales y la identidad, por lo tanto pudieron transformar fácilmente la personalidad y todavía hoy se halla una gran parte de ellos como funcionarios con cargos de cierta responsabilidad en la administración del Estado, en el cuerpo de policía, en los archivos generales, en las comunicaciones, allí están y en todo caso sus hijos con la misma ideología. Los de alta graduación y con crímenes a sus espaldas, se exiliaron a países de Sudamérica llevándose verdaderas fortunas que habían robado en los países ocupados, pero desde allí siguen dirigiendo el movimiento del Nazismo mundial, creo que alguien descubrió que se amparan en una organización que bautizó como Odessa. Probablemente mi amigo Wiesenthal se siente sin duda alguna espiado por la organización y éste fuera el motivo de la brusca interrupción telefónica a mi conferencia-.
-Insinúa usted que ¿alguien de la organización nazi pudiera haber entrado en mi habitación buscando el documento, por tener "pinchado" el teléfono de su amigo?-.Es una posibilidad, que me atrevería a definir como de muy probable-.
Georges, metió la mano en uno de los bolsillos interiores de la chaqueta y sacó el pedazo de fotocopia del documento, cuya otra parte había dejado oculto en la habitación del hotel, debajo de una de las patas de la cama.
Lo desdobló e hizo entrega al Rabino Cohen. Este lo cogió y se lo acercó, al tiempo que hacía un gesto con la cabeza a Jacob para que se acercara, este último se puso unas lentes para ver de cerca, después de mirarle un buen rato con atención ambos se miraron con gesto extrañado, pero sin hacer por el momento comentario alguno.
Un par de minutos después el rabino Cohen rompió el silencio, -Verdaderamente incomprensible, no veo que guarde relación alguna las lenguas más antiguas de las conocida hasta hoy en la cuenca mediterránea y me remonto a quizás a mas de cinco mil años a.C.. Me inclino más a pensar que es un código desarrollado especialmente sin guardar relación alguna con ningún lenguaje conocido, de todos modos no es fácil poder emitir una opinión o someterlo a estudio sin contar con todo el documento completo-.
Aquí el señor Cohen se quedó silencioso mirando a su interlocutor, aguardaba a que este manifestara alguna opinión al respecto.
-La teoría del señor Wiesenthal parece correcta, pero de todas maneras debería conocerse con mayor certeza, posiblemente su visita a Viena pueda ser muy esclarecedora, mi compañero en España, estará investigando el origen del libro portador del documento, en realidad él es el propietario del libro y consecuentemente del documento-.
-Tengo personal interés en descifrar el contenido de este papel, algo me dice que tal vez podría tratarse del documento que guarda relación con la leyenda relativa a aquel grupo de acaudaladas familias judías, secreto tan codiciado por la organización nazi, y que por este motivo algunas de ellas perdieran cruelmente la vida-.
El catedrático francés, se quedó un buen rato pensativo, por su mente pasaron muchos y varios pensamientos, pero uno de ellos fue el que más mella hizo entre todos; la prudencia. Decidió no tomar en aquel momento ninguna decisión, sabía bastante más que cuando había llegado a Varsovia.
-Sr. Cohen, ¿Cuándo piensa usted ir a visitar al señor Simón Wiesenthal?-.
-Debo consultar mi agenda de compromisos, pero no antes de una semana-.
-Dado a que nuestro compañero y verdadero propietario del documento, estará en estos momentos efectuando averiguaciones respecto a la trayectoria histórica del libro y por las manos que pasó, sugeriría hablar a mi regreso con él para ver a que consecuencias ha logrado obtener y luego si lo estima oportuno, viajar con usted a Viena para entrevistarnos con el doctor Wiesenthal-.
-Creo profesor Pradel, que su proposición es sensata, por parte nuestra no hay inconveniente alguno, simplemente me reservo la posibilidad que el doctor Wiesenthal consienta que me acompañen a la visita unos desconocidos para el, como usted comprenderá, le han tendido en varias ocasiones encerronas y atentados convirtiéndole en hombre sumamente receloso con quien no conoce, no obstante viniendo ustedes con nosotros no creo que vaya a poner objeción alguna. Cuando usted y yo hayamos decidido efectuar este viaje, un par de días antes, Jacob se desplazará a la casa de Simón para ponerle al corriente de quienes son ustedes y a lo que vamos, intentaremos hablar lo menos posible por teléfono-.
-Me parece muy acertado-.
En este punto, Georges miró su reloj y se dirigió a su amigo Jacob, para decirle si podía llamar un taxi que le acompañara al hotel a recoger el equipaje y luego al aeropuerto, su vuelo salía en unas tres horas. Éste se negó rotundamente, le acompañó con su Lada y le dejó en la puerta de la Terminal de los vuelos de salidas internacionales. Se despidieron con un simple. –Hasta pronto-.
CAPÍTULO VIIº
Eugenio Manrique Beckmann recibió una tempranera llamada desde Hamburgo. El tal Manrique, apellido adoptado para ocultar su verdadero nombre de pila, era en realidad, un antiguo teniente coronel de las SS huido de las persecuciones de la post guerra, se había hecho con una vasta extensión de terreno en una la pequeña población de Capiatá, cercana a la capital Asunción, Paraguay, financió su adquisición con parte del botín que había amasado durante la ocupación germana en distintos países europeos, principalmente a los judíos. Algunos nazis fugitivos de los tribunales de justicias de la post guerra, eligieron refugiarse en este país, por que podían sentirse a cubierto de persecuciones dado al tributo que pagaban secretamente al presidente del gobierno dictatorial paraguayo de Alfredo Stroessner.
Quien le llamaba era un viejo camarada que como otros muchos, se hallaba infiltrado con un cargo de cierta relevancia en la policía de Hamburgo, ambos se expresaban en idioma alemán.
-Amigo Beckmann, parece que el asunto Rothschild, por fin, da señales de haber despertado, estate alerta con toda tu organización y advierte a los demás-.
-¿Es que alguien ha soltado la lengua?-.
-No, todavía no, pero uno de los nuestros en Austria, ha interferido una conversación entre Simón Wiesenthal y un Rabino de Varsovia, que nos induce a pensar que puede haber algún atisbo de posibilidad al respecto-.
-Me hago eco y agradezco tu información, aquí vamos a mantener las orejas muy atentas por si sucede cualquier cosa. El último "conejo" francés que cayó en mis manos en febrero de 1944 por este tema, solo pudo decirme en su delirio, que se trataba de un gran secreto y un papel, lo del papel lo repitió varias veces, luego no pudo soportar por más tiempo las medicinas suministradas y falleció, si alguna vez pudiéramos encontrar este papel que el desgraciado me repitió tantas veces, creo que aquí debe estar la clave de todo-.
-¿Y quién era este conejo?-.
-En el campo en el que estaba confinado, los agentes especiales descubrieron que el individuo tenía cierto parentesco con los Rothschild franceses, lo separaron del grupo y le dieron un tratamiento especial, sabíamos que estas ricas familias judías eran poseedores de grandes fortunas en obras de arte, lingotes de oro, joyas, y acciones de grandes corporaciones mundiales, se trataba de saber donde lo guardaban todo para hacernos con ello, pero el muy desagradecido lamentablemente no resistió los cuidados dispensados-, aquí soltó una sonora carcajada.
-Bien, quizás ahora después de tantos años nos venga a visitar la fortuna, vale la pena prestar atención al asunto, estemos todos muy atentos, Heil-.
-Heil-. Sin mediar otra palabra más, interrumpieron la conversación.
Eugenio Manrique, mandó llamar a su primogénito Hans, o Hansito como le llamaban familiarmente desde que tenía uso de razón, en aquellos momentos estaba en la vasta hacienda inspeccionando las nuevas reses que habían adquirido el día anterior para la "Santa Rosa".
-Dime padre, Carmelo me avisó de que querías verme-, Hansito, estaba algo sudoroso, llevaba casi toda la mañana cabalgando a pleno sol por la hacienda familiar, se quitó el sombrero de cuero trabajado que le protegía del fuerte sol y se secó el sudor con el pañuelo que llevaba anudado al cuello.
Llamó a uno de los mozos para que le sirviera un zumo de lima con hielo picado.
Al nacer, a Hans Manrique Beckmann le habían puesto el mismo apellido que había adoptado su padre al nacionalizarse paraguayo, tomó el de su difunta esposa Maria Teresa Manrique de Los Cerros, perteneciente a una rancia y aposentada familia de orígenes españoles, arraigados en el país desde el siglo XVIII.
-Necesito que vayas a la ciudad y pongas un telegrama a Munich, y prepárate por que en unos días quizás debas viajar a Europa por algún tiempo, no pases cuidado por la hacienda, tus hermanos cuidarán de ella-. La Santa Rosa, no era más que una tapadera para los negocios de la familia. En Buenos Aires participaban en una sociedad de import-export cuya actividad central era la venta de armas de fabricación alemana, que vendían por todo el mundo, con documentación paraguaya.
-¿Hay algún motivo en particular para ello?-, preguntó Hans.
-Puede que le haya, pero todavía es prematuro, hasta que no me den aviso no podemos actuar, todavía no puedo explicarte el motivo, viene de muy antiguo y es muy largo de contar, pero a su debido momento si fuera necesario te pondría al corriente de ello-. Beckmann era muy parco en sus explicaciones, estaba habituado a dar órdenes, Hans su hijo, lo sabía, por eso no insistió.
-¿Eso es todo?-.
-Si-, respondió su padre lacónicamente.
-Cuando tu quieras me das el redactado y la dirección donde tengo que enviarle y en un momento me acerco a la capital para enviarlo-.
-Después del almuerzo te le doy-.
-O.K.-, Hansito, se levantó de la butaca en que se había sentado, bajó el par de escalones del porche y montó con gran agilidad el caballo que Carmelo le estaba guardando cogido del ronzal, incorporándose de nuevo al quehacer en el que estaba metido.
La Santa Rosa, tenía una superficie de más de tres mil quinientas hectáreas totalmente llanas, de extensos pastos naturales, tierra roja sumamente fértil, una buena parte de ella la cruzaba un afluente del río Paraguay, infestado de pirañas y algún que otro jacaré, en ciertos períodos del año las lluvias torrenciales lo hacían crecer hasta inundar una buena parte de la llanura aportándole gran fertilidad a los pastos para el ganado y las cosechas de cereales, era un proceso natural parecido al que ocurre en Egipto con el Nilo.
Por la tarde después de la siesta, Hansito sacó del garaje el Pick-up de la hacienda y se encaminó a la ciudad de Asunción con una lista de direcciones en Alemania a las que debía enviar un texto común para todas ellas.
En algo más de media hora sobrepasó el aeropuerto internacional Strossner y poco después entraba en la ciudad. Se dirigió directamente a la central de telégrafos, rellenó siete impresos con el mismo texto: "último conejo se activa, alerta organización", no firmó ninguno de ellos, quienes lo iban a recibir de sobra sabían quién era el remitente. Munich, Dresden, Viena, Strassburg, Sarbrüken, Zurich y Hamburgo fueron los destinos.
Al otro lado del océano, en Granada, el catedrático Felipe Frutos aguardaba ansioso la llamada de su amigo francés, deseoso de conocer el resultado de sus averiguaciones en Varsovia.
CAPÍTULO VIIIº
Jackeline Pradel aguardaba a su esposo en la sala de llegadas nacionales del aeropuerto de Montpellier, una hora antes éste la había llamado desde Orly advirtiéndola de la salida de su vuelo doméstico.
Tan pronto llegaron a casa Georges, llamó a su compañero Felipe que aguardaba ansioso sus noticias.
-Felipe, acabo de llegar ahora mismo, no he querido demorar ni un minuto más mi llamada para informarte de mi gestión en Varsovia-.
-Dime, dime, estoy intrigado-, dijo Felipe, no exento de ansiedad en su voz.
-Verás, ya te dije que hallé algo cambiado a Jacob, no es el que conocimos en París-
-Todos hemos cambiado, Georges-, repuso Felipe.
-Si, de acuerdo, pero Jacob de un modo distinto a nosotros, no se como explicarme, pero bien, no quisiera entrar en este análisis que a mi entender no es básico para nuestros intereses. Mantuve una entrevista altamente interesante con su padre, actualmente es el Gran Rabino de Varsovia, un hombre verdaderamente inteligente, superviviente de los campos de exterminio nazi, muy influyente en la comunidad judía del país y en la propia Israel, saqué una favorable impresión de su persona.
Debo decirte que con anterioridad a la entrevista, el señor Cohen había informado de mi visita y del motivo de la misma, a su famoso amigo Simón Wiesenthal. Curiosamente durante la conversación telefónica que mantenían, al llegar al punto en que Cohen iba a citar tu documento, éste le interrumpió bruscamente la conversación, indicándole que para hablar de ello, fuera a verle personalmente a Viena, dado a que él por su edad ya no le era posible viajar.
-Caramba-.
-Si, pero aquí no acaba todo, verás. Le conté la adquisición casual que hiciste del libro, le di el título del mismo, como hallaste el documento camuflado en el, me pidió si podía facilitarle una copia del mismo, por un suceso ocurrido el día anterior y que luego te contaré, le mostré la mitad de la fotocopia que me había llevado, Jacob y su padre se quedaron francamente sorprendidos ante los extraños guarismos que éste contenía.
La tarde anterior, después de mi encuentro con Jacob, salí a dar un paseo por la ciudad y a cenar, a mi regreso al hotel, halle mi neceser de viaje como si hubiese sido registrado, estaba todo revuelto, comprobé si hubiese podido ocurrir durante el viaje, imposible, alguien lo manipuló, seguro, no se con que fin, pero no le hallo explicación.
Quizás andaban buscando el documento, me pregunté. Después cuando estuve reunido con los Cohen, al contarme lo de la conversación telefónica con Wiesenthal, y en ella mencionar mi presencia en Varsovia, además del hotel en que me hospedaba, llegué a pensar, y en este punto los Cohen coincidieron conmigo, que las líneas telefónicas pudieran estar intervenidas y alguien hubiera entrado en la habitación del hotel durante mi ausencia para registrarla. Afortunadamente el documento lo llevaba en aquel momento en mi bolsillo y nada pudieron hallar.
-El documento sin duda alguna debe contener algo sumamente importante, algo muy codiciado, que al parecer interesa a mucha gente. Isaac Cohen tiene una teoría al respecto; podría ser que unas familias judías europeas intuyendo el estallido de la segunda guerra mundial, reunieran sus valores para ocultarlos . Por conocer el paradero de lo que vamos a llamar; tesoro, los nazis torturaron a miles de personas, sin resultados positivos y es probable que todavía anden tras ello desde la sombra-.
-Si esta teoría fuese cierta, amigo Georges, ¿crees que podamos correr algún riesgo personal?-, apuntó el prudente Felipe.
-No habría que descartar esta remota posibilidad Felipe, pero por otra parte siento en mi el afán y la excitación del investigador por esclarecer el misterio que ello entraña. El señor Cohen me ha invitado a visitar a Simón Wiesenthal en Viena, quizás el pueda ayudarnos mucho con todos sus conocimientos y contactos que tiene esparcidos por todo el mundo, me agradaría que me acompañaras, ardo en deseos de conocer a este hombre que marcará un hito histórico dentro de lo que significó el holocausto de la segunda guerra mundial, como el hombre que lo pudo sobrevivir y que tuvo el coraje y la inteligencia para hacer prender a sus torturadores y asesinos-.
-¿Para cuando sería ello?-.
-Podría ser la próxima semana, pero antes deberé informarle a Cohen para que tome cita con Wiesenthal-.
-Como te dije, estuve en la librería de Córdoba, averigüé que el libro fue adquirido en un lote procedente de una subasta por un librero parisino, me facilitó la dirección de éste al que le compró todo el lote, me contó que procedía de una subasta de una antigua familia de banqueros semitas parisinos. He decidido ir cuanto antes a París para ver que puedo averiguar–¿Deseas que te acompañe?-.
-Te lo iba a sugerir, pero no quisiera abusar de tu amabilidad y de tu tiempo-.
-En absoluto, necesitaba esta dosis de emociones amigo Felipe, ya sabes que hay en mi una pizca de aventurero. ¿Cuándo piensas viajar a París?-.
-Podríamos combinar París y luego Viena, ¿Cómo lo ves?-.
-Permíteme que llame a Isaac Cohen y luego te confirmo, hasta luego-.
-Hasta luego-.
Georges contactó con el rabino Cohen, acordaron encontrarse en Viena para el Viernes de la semana siguiente.
En el entretanto en varias ciudades de Alemania se recibían sendos telegramas emitidos desde Paraguay, activándose así automáticamente, la puesta en marcha de un sistema de alerta y escucha a determinados sectores y personas.
Una hora más tarde, Felipe y Georges planeaban el encuentro en París para luego desplazarse ambos a Viena.
A la mañana siguiente ambos amigos se encontraron en la cafetería del aeropuerto de Orly, tomaron uno de los autobuses de Air France y se apearon en La Place de l´Etoile. Por el camino hablaron poco, desde que Felipe obtuvo su licenciatura en la Sorbona, no había regresado nunca más a la ciudad de la Luz. Estaba sorprendido con la grandeza y la evolución urbanística que los alrededores de la gran urbe había experimentado en todos aquellos años, ahora era una metrópoli de dimensiones gigantescas, pero dentro, en el corazón de la Cité seguía siendo aquella belleza artística y majestuosa que la distinguía del resto de ciudades del mundo.
En un portafolios, llevaban consigo el libro y varias fotocopias del documento, del que habían efectuado dos particiones, portando una parte Felipe y otra Georges, el original, se había quedado en Granada en una pequeña caja fuerte que el primero tenía dentro de un armario de su casa.
Dado a lo temprano de la hora, se sentaron en la terraza de una cafetería de los campos Elíseos para tomar un reconfortante café con leche y unos croisants. El tráfico aquellas horas de la mañana era intenso, por no decir que frenético, en especial en aquel nudo urbano que cientos de vehículos convergían en aquella plaza circular de extraordinarias dimensiones, una perceptible niebla impedía la clara visión de los suntuosos edificios que rodeaban el Arco de Triunfo y la tumba al soldado desconocido cuya perenne llama indicaba la viveza del espíritu de los héroes anónimos caídos por la libertad de la patria.
Georges echó un vistazo a su reloj de pulsera y vio que eran ya algo más de las diez, – ¿vamos a ver que nos cuentan en la librería Sottery?-.
-Vamos allá-.
Cruzaron al lado opuesto de los Campos Elíseos y enfilaron la bocacalle de la rue Beaujon, hasta llegar al número diez y seis. Se encontraron frente a la librería Sottery, lugar de donde había salido el libro que Felipe Frutos había adquirido en la librería del barrio de la judería cordobesa. Ocupaba la planta baja de un viejo edificio de cuatro pisos, tenía un escaparate acristalado bastante generoso que permitía ver en buena parte el interior de la misma. Toda la fachada había sido decorada en su día con plafones de madera y pintada de un color rojo Burdeos que recordaba el color de las cabinas telefónicas londinenses, un plafón plano en la parte superior con el nombre de Sottery rotulado en dorado y fileteado finamente el perfil de las letras en verde oscuro, era todo el elemento publicitario del establecimiento. En la puerta, un pequeño cartel colgado de un cordelito sujeto a una ventosa rezaba : Ouvert.
Empujaron la puerta y sonó una campanilla, bajaron un escalón y oyeron el rechinar del entarimado de madera del piso que les reconfirmó la antigüedad de la edificación.
Se trataba de un local rectangular, bastante alargado, de unos casi quince metros de profundidad por unos ocho de ancho, las paredes estaban totalmente cubiertas de estanterías de madera, hasta llegar al techo, pintadas con el mismo color que la fachada, en el centro unas largas mesas que iban de un extremo al otro a lo largo del local, dejando unos pasillos en ambos lados de las mismas, todo ello estaba abarrotado de libros, perfectamente clasificados por materias. Al fondo una abertura en que la puerta era substituida por una cortina con horribles y sobados estampados.
Del fondo apareció un joven de unos treinta y cinco años que se desplazaba en una silla de ruedas, se dirigió con cierta hosquedad a los visitantes :. -¿Qué desean?-.
Georges tomó la iniciativa, -somos los profesores Pradel y Frutos-, le dijo mientras le hacía entrega de su tarjeta de rector de la universidad de Montpellier, cosa que pareció suavizar el primitivo gesto del joven.
-¿Y en que puedo serles útil?-.
-Verá señor ….-
-Me llamo Thierry-, señaló éste.
-Verá señor Thierry, mi compañero, el doctor Frutos, adquirió hace algunas semanas un antiguo libro en una librería de la ciudad de Córdoba, y que dada a la antigüedad de éste, es motivo de estudio histórico en nuestras universidades, especialmente por que roza el período en que fue inventada la imprenta por Gutemberg, necesitamos en primer lugar cerciorarnos de la evidencia de ésta. Estamos entonces retrocediendo en el tiempo y siguiendo la pista y la andadura de este ejemplar hasta poder acercarnos al máximo en su origen y, así tener la evidencia sustancial de la veracidad de su antigüedad-.
-Pero todavía señores, no entiendo el motivo de la presencia de ustedes en mi establecimiento-, repuso con curiosidad el librero.
-Entiendo su extrañeza, verá; por la averiguación efectuada en la librería donde fue comprado el libro, nos confirmaron que éste fue adquirido en un lote procedente de una subasta en la librería Sottery, en el año 1986, según factura que tiene en sus archivos quien vendió el libro al profesor Frutos en Córdoba-.
-Eso es fácil de comprobar, pues el antiguo propietario, mi abuelo, tenía un riguroso cuidado en sus apuntes contables y en las fichas de cada uno de los libros que entraban y salían del establecimiento. ¿Cómo se titula el libro?-.
–Las casas de Yavé, es su título-, respondió Felipe, que hasta el momento había permanecido callado.
-Aguarden un momento por favor-, dijo el joven, mientras hacía girar con inusitada habilidad la silla de ruedas en la que estaba postrado y que sustituía sus piernas biológicas.
Tardó poco en regresar, llevaba sobre su regazo dos archivadores portátiles de distintos tamaños, en el de mayor dimensión, estaban las facturas contables que correspondían al ejercicio del año 1986 y en el menor, pequeñas fichas rellenadas a mano y colocadas por orden alfabético.
-¿Cómo se llama el librero de Córdoba?- preguntó, parecía que le estaba gustando participar en la investigación.
-Simón Pieres-, afirmó Felipe.
-Veamos-, pasó algunas páginas, hasta que exclamó: -¡aquí está la factura!, un lote de siete libros, efectivamente, vienen relacionados cada uno de ellos y está el que ustedes me dijeron, vean-. Sacó la copia de la factura del archivador mostrándola para que pudieran ojearla. A medida que fueron conversando con el joven, éste fue abandonando su actitud algo recelosa convirtiéndola en más amable y mayor disposición en colaborar, tal como si deseara ser partícipe en la investigación que estaban llevando a cabo.
-Dijo usted que su abuelo anotaba el historial de cada libro en unas fichas-.
-Si, así es, aquí está el fichero, veamos, en la factura debe haber una referencia alfa numérica, en la parte superior derecha de la hoja-, cogió ésta, la miró, y anotó en un papelito la referencia, volvió a guardar la factura en el lugar que correspondía en el archivador, luego se acercó el archivador de fichas y seleccionó la que correspondía a la referencia que había anotado en el papelito.
Ésta estaba casi toda ella totalmente rellenada en letra manuscrita bastante pequeña. Dado a que el local no gozaba de excesiva luz, invitó a sus visitantes a entrar en la trastienda donde éste tenía su oficina.
La pieza era bastante grande y contenía también estanterías con libros por todas sus paredes, y una moderna mesa de trabajo con un ordenador personal y una impresora. Apartó algunos papeles y colocó el archivador a un lado, puso la ficha sobre la mesa y acercó una lámpara de brazo articulado que iluminó directamente a ésta, logrando con ello poder efectuar una perfecta lectura del contenido.
-Aquí está, dice; " lote adquirido el 27 de marzo de 1985 procedente de la subasta de la familia Trezlez, propietaria de la banca Kuhn&Loeb de París", añadiendo: tengo entendido que este banco había pertenecido a una rama de la familia Rothschild francesa-.
-¿Y sabe usted si queda alguien de esta familia en la ciudad?-, preguntó Georges.
-Pues no sé pero quizás pueda saberlo mi abuelo Henry-.
-¿Vive todavía?-.
-Si, tiene ya más de ochenta y cinco años, pero mantiene todavía muy fresca su memoria, voy a llamarle por teléfono, vamos a ver si hay suerte-.
Felipe iba tomando notas de todo cuanto acontecía, solía ser hombre muy concienzudo en su trabajo.
El librero cogió el teléfono de la mesa y marcó un número que sabía de memoria.
–Abuelo, buenos días, soy Thierry, tengo en la librería a dos profesores universitarios que adquirieron uno de los libros que tu vendiste de un lote el año 1986 a otro librero de España, dicen estar efectuando un estudio histórico y precisan antecedentes sobre el mismo-.
-Recuerdo perfectamente al español que me compró el
lote, no era frecuente en aquel entonces venderle a un extranjero algún libro antiguo y, menos escrito en lengua hebrea, ¿has consultado mi ficha?-.
-Si-, el nieto leyó el contenido de la ficha a su abuelo.
-¿Y que desean saber, estos caballeros?-.
-Creo que desean llegar hasta a los primeros propietarios del libro-.
-Esto es casi imposible, pero aguarda, ponme con alguno de ellos-.
-Si, un momento-, se dirigió a Georges, -mi abuelo desearía hablar con alguno de ustedes-.
-Con sumo gusto-, dijo cogiendo el auricular.
-Buenos días monsieur Henry, soy el profesor Georges Pradel, de la universidad de Montpellier, como muy bien le ha dicho su nieto, estamos efectuando una investigación de tipo histórico referente a un libro adquirido por mi compañero el profesor Frutos de la universidad de Granada, este libro le fue adquirido a usted, junto con otros ejemplares y que su nieto ha podido localizar algunos antecedentes del mismo gracias a la perfecta organización, que primero usted, y ahora él, han mantenido a través del tiempo. Realmente nuestro interés se centra en conocer quienes fueron sus poseedores en los últimos cincuenta o sesenta años-.
Se hicieron unos momentos de silencio en la línea, Pradel se quedó mirando a su compañero y enarcó las cejas mostrando extrañeza, hasta que de nuevo oyó la voz del anciano librero que le decía: -recuerdo que provenía de una subasta de objetos de una importante familia, copropietaria creo, de un banco ligado a la familia Rothschild, la rama judeo-francesa que no emigró a los Estados Unido de América. Durante la ocupación de Francia por los alemanes, muchos de ellos huyeron y otros fueron capturados por la Gestapo y deportados a campos de exterminio por Europa, algunos pocos sobrevivieron y pudieron regresar pero se encontraron que sus bienes habían sido expoliados y los habían dejado en la mayor de las ruinas, lo poco que les quedó tuvieron que malvenderlo o subastarlo-.
-Pero ¿sabe usted si queda alguno de la familia que todavía estuviera en vida?-.
-Nadie sabe a ciencia cierta si quedan descendientes, en los periódicos de hace alrededor de un año, vino una noticia sobre un tal Theodore Trezlez que había sido hallado vagando por un pueblecito de los alrededores de Aix-en-Provence, en muy mal estado de salud, esta noticia se publicó por que el tal Theodore era uno de los últimos de la conocida familia a quien le habían requisado el palacio que ésta había poseído en París y que debido la multitud de deudas contraídas con el Fisco le fue embargado, precisamente era de donde procedían algunos de los libros que yo adquirí en aquella subasta y que quizás pertenecían al lote por el que ustedes se interesan-.
-Esta última frase hizo que a Georges en corazón le diera un vuelco por el posible contenido de la misma, -creo monsieur Henry que acaba de darme usted una pista donde poder orientar nuestras próximas pesquisas, le quedo sumamente reconocido, dejo mi tarjeta a su nieto por si se le ocurriera cualquier detalle más al respecto puedan ustedes contactar con nosotros, de nuevo le reitero mi agradecimiento-.
Georges colgó el auricular, agradeció al joven librero las atenciones dispensadas y cogiendo a Felipe del brazo casi le arrastró fuera de la librería. Felipe al llegar a la calle, estaba algo sorprendido por las repentinas prisas que a su amigo le habían entrado, caminaron unos pasos y al llegar a una cabina telefónica en la esquina con la Place de l´Etoile se detuvieron junto a ella.
-Felipe, creo que acabamos de dar un paso de gigante en nuestra investigación. El abuelo me ha revelado el nombre del personaje que probablemente todavía viva y que quizás fuese el último propietario de tu libro-.
-¿No me digas?-, exclamo Felipe asombrado.
Si y además, por pura casualidad, tengo el nombre del individuo y el lugar de Francia donde fue localizado hace más o menos un año. Voy hacer ahora una gestión.
Descolgó el teléfono de la cabina, insertó unas cuantas monedas y marcó el número de su casa en Montpellier-.
-Hallo-, una voz femenina y dulce sonó al otro lado de la línea.
-Jaquie, soy yo, necesito me hagas una gestión muy urgente, tómate nota-.
-Un momento Georges, voy a coger un papel y algo que escriba-, unos segundos después, -dime, dime-.
-El nombre de una persona : Theodore Trezlez, lugar : Aix-en-Provence. ¿has tomado nota?-.
-Si, si, he tomado nota-
-Bien, recuerdas a ¿Nicolás Montagnon?-.
-Si, perfectamente-.
-Es ahora concejal del ayuntamiento de Aix, localízale y dile que tengo un gran interés personal en localizar a la persona cuyo nombre acabas de anotar, no puedo explicarte ahora por que, es demasiado largo, si me es posible te vuelvo a llamar esta noche desde el hotel de Viena, veamos si para entonces has podido contactar con Montagnon, ¿d´acor?-.
–Oui, mon amour-, y colgó.
-Felipe, creo que hoy es nuestro día de suerte, vayamos al aeropuerto y veremos si hay algún vuelo a Viena anterior al nuestro y nos permiten sustituir los billetes-. A Georges la cota de entusiasmo le iba subiendo a medida que progresaban en la investigación. Felipe era algo más moderado, la combinación de ambas conductas era perfecta. Felipe era muy reflexivo, Georges tenía además la característica de ser algo más impulsivo.
Tomaron el primer bus de Air France que les llevaría a Orly. Alrededor del mediodía pudieron tomar un vuelo de la compañía Lufthansa a Viena. En hora y media sobrevolaban la grandiosa capital del que fuera el antiguo imperio austrohúngaro y paraíso de la música de cámara.
Cogieron un taxi desde el aeropuerto hasta el Hotel Stefanie, de la Taborstrasse, en el que se alojaron. Se trataba de un céntrico hotel, bien comunicado, próximo al Prater y al romántico Danubio. Dado a que llegaron con mucha antelación, Georges llamó desde la habitación a Jacob Cohen para informarle donde se alojaban.
-Jacob, hemos llegado antes de lo previsto a Viena, nos hospedamos en el Stefanie Hotel, ¿a que hora tenéis prevista vuestra llegada?-.
-Salimos de Varsovia en un vuelo de las seis de la tarde, creo que sobre las ocho estaremos en Viena, nos hospedaremos en casa del rabino León Wiess, desde allí os llamaremos para vernos, tenemos cita con Wiesenthal para mañana a las diez-.
-Bien, has de saber que hemos hecho importantes progresos en París, pudimos localizar el nombre y el lugar de donde se halla en la actualidad al que creemos pudiera haber sido el último propietario del libro de Felipe-.
-Esa es una buena noticia-.
-Evidentemente lo es y nos llena de esperanzas para el desarrollo de la investigación-.
-Creo que la reunión de mañana con Wiesenthal puede llegar a ser bastante esclarecedora, este hombre tiene miles de informes procedentes de todas partes del mundo-.
-Bien, entonces hasta mañana, ya nos llamarás-.
Después de colgar el auricular, Georges propuso a Felipe ir a dar un paseo por la ciudad de Viena.
Desde cierto lugar de Varsovia había sido escuchada y registrada la conversación entre ambos. Esta conversación fue transmitida simultáneamente a diversos lugares, generando una serie de acciones y movimientos.
Antes de salir a dar un paseo, Felipe tuvo la precaución de encargar la custodia del libro y las fotocopias del documento a la caja fuerte del hotel, entregándolo envuelto en una bolsa de fino papel plastificado que selló con cinta autoadhesiva al resguardo de humedades.
Salieron a la calle para dar un paseo por el cercano Prater para luego seguir por la orilla del Donau.
CAPÍTULO IXº
-Que alguien se encargue personalmente de seguir y vigilar todos los movimientos de estos dos profesores extranjeros durante su estancia en Viena, ordenad también que averigüen dónde viven y que sus domicilio y teléfonos también sean vigilados y controlados-.
-Lo están desde que salieron del hotel en que se hospedan, tenemos a Kurt Wiel, a cargo de ello señor-.
-Bien, pero no dejen de informarme de todos sus movimientos, en especial a partir de que entren en contacto con esta víbora judía de Wiesenthal-.
-Será informado puntualmente mi coronel-.
Kurt Wiel había pertenecido a las juventudes hitlerianas, al finalizar la guerra, se refugió en Austria cambiando su identidad, siendo más tarde captado por la organización nazi en la clandestinidad. Contaba ahora unos sesenta y cuatro años, era el prototipo clásico del ario, de cabello muy rubio, ojos azules, alto y enjuto de cuerpo. En la actualidad prestaba sus servicios como director, en la agencia de seguridad Kreiski & Kreiski Gmbh, especializada en la custodia y protección de personajes políticos importantes.
Felipe Frutos y Georges Pradel se sentaron en un soleado banco en los jardines del Prater, la temperatura era algo fresca, nada comparable con la que hubiesen podido gozar en la Provenza o Granada. Hablaban sobre sus familias, Georges le contaba a su compañero cuanto significaban sus dos nietas. Felipe escuchaba con atención e interés a su amigo. Ambos eran inconscientes que desde un automóvil les estaban observando. A los pocos minutos se sentó en el mismo banco donde se hallaban, una señorita que se puso a leer el Neue Kronen Zeitung vienés, que llevaba doblado bajo el brazo, Felipe la miró un poco de soslayo al igual que Georges, éste último con la natural vehemencia francesa musitó al oído de su compañero –bonita vienesa, ¿no te parece Felipe?-.
-Ciertamente si- afirmó éste, mirándola ahora con algo más de atención.
La dama había notado que ambos caballeros la observaban, al mismo tiempo que ya había apercibido que sus vecinos de banco, hablaban a veces en francés y en algunas ocasiones en español, lo cual había despertado en ella cierta curiosidad. Giró un poco la cabeza y al ver que seguían mirándola les obsequió una sonrisa, Georges tomó la iniciativa e inició una conversación.
-¿Es usted vienesa señorita?- preguntó en francés.
-No, no lo soy, vivo en Graz, pero por mi trabajo vengo con frecuencia a la capital, y ustedes ¿de dónde son?, sin proponérmelo, les he oído hablar en dos idiomas.
-Somos profesores universitarios en visita cultural, uno es español, y el otro francés-, dijo Georges mientras se ponía de pie y se acercaba al lugar donde se hallaba sentada la muchacha.
-¿Es su primera visita a Viena?- preguntó ésta.
-Si, no conocemos la ciudad, si no fuera por el plano que compramos en el aeropuerto tendríamos dificultades para movernos por ella, ya que ninguno de los dos hablamos alemán-.
-Habla usted un buen francés señorita-, dijo Felipe, que hasta el momento había permanecido en un segundo término observando al decidido de su amigo Georges.
-Agradezco el cumplido, lo aprendí en el instituto La Fontaine-.
Felipe se levantó y se situó al lado de su compañero, poco después, ambos se despedían amablemente de la señorita, siguieron con su paseo hasta llegar a la orilla del famoso y romántico río Danubio, el segundo más largo de Europa, que atravesando la Selva Negra seguía deslizándose desde hacía siglos, lento y majestuoso en busca del lejano Mar Negro en Rumania, tenía un constante trasiego de embarcaciones, muchas de ellas transportando pesadas cargas, era un medio económico y a la vez sumamente útil para trasladar mercancías de un lado al otro del país.
El mismo automóvil continuaba el seguimiento silencioso y discreto de ambos visitantes, lo efectuaba a una distancia prudencial, procurando pasar del todo desapercibido.
Después de cenar en un restaurante cercano, recibieron la llamada de Jacob Cohen, se hallaban en aquel momento en la cafetería del hotel, éste les confirmó que a la mañana siguiente les pasaría a recoger para acompañarles a la entrevista con Simón Wiesenthal.
Casualmente en una de las mesitas de la cafetería, vieron sentada a la señorita que por la tarde habían conversado breves momentos en los jardines del Prater, ésta también pareció verles, les hizo un gesto con la mano a modo de saludo, correspondido por ambos con la cabeza. Georges se permitió una pequeña chanza con Felipe: -Vamos Felipe, que al parecer le has gustado a la muchacha, observa como te mira-.
-Georges, no te rías de mi, a mi edad las muchachas jóvenes ya ni se fijan en mi-
-Pues mira por donde, juraría que viene hacia acá-.
Efectivamente, la señorita se había levantado llevando en la mano la taza del café con leche que estaba tomando, al llegar a la altura de la mesa de los dos amigos, se detuvo para decirles: -¿puedo acompañarles mientras me tomo mi café? -.
-Cómo no, siéntese por favor, encantados de que nos acompañe-, dijo Felipe mientras se ponía en pie y le acercaba una silla-.
-Discúlpenos señorita, no nos hemos presentado, éste es Felipe Frutos, de Granada, España y un servidor es Georges Pradel, de Montpellier, Francia-.
-Mi nombre es Ingelor Krauss, de Graz, Austria-, dijo esto último con una graciosa sonrisa al haber imitado la fórmula de presentación utilizada por Georges. Los dos amigos habían captado la fina ironía de la muchacha y se echaron a reír al unísono.
Les confesó tener treinta y siete años, y era secretaria de alta dirección en una sociedad de import-export, era rubia natural y llevaba el pelo suelto sujeto con una cinta elástica por encima de la frente cayéndole el resto por la espalda, vestía pantalón de terciopelo negro algo ajustado que hacía resaltar unas bien torneadas piernas y caderas, además de un suéter de lana fina con cuello alto de color gris perla. Era realmente bella además de atractiva.
Charlaron durante un buen rato de mil cosas, de sus trabajos, de la familia, hasta que Ingelor les preguntó por el motivo de su visita a la ciudad de Viena.
-Hemos venido por asuntos profesionales-, dijo Felipe.
-¿A dar alguna conferencia?-, preguntó la muchacha.
-No, estamos desarrollando una teoría sobre unos hechos acaecidos hace muchísimos años-, repuso Georges.
-Que interesante, y ¿sobre qué tema trata?-.
Ambos amigos se miraron entre si, -trata sobre algunos episodios del Imperio Austro Húngaro- añadió Felipe evitando así hablar de la verdadera razón que les había llevado hasta Viena.
Repentinamente la señorita Ingelor detuvo la conversación, se levantó excusándose con cierta precipitación, manifestando que el día siguiente debía madrugar, desapareciendo a continuación por la puerta de la cafetería que enlazaba con el hall del hotel, no sin antes ver que un hombre rubio y muy alto la había cogido del brazo tirando de ella.
Georges y Felipe, se quedaron algo sorprendidos por la repentina actitud de la muchacha, encogieron los hombros mientras Georges decía, -nunca comprenderemos del todo a las mujeres Felipe-.
-¿Te parece que nos retiremos a nuestras habitaciones?-
-Es una buena idea, mañana nos espera un día muy interesante, ardo en deseos de conocer a este hombre mundialmente famoso por sus conocimientos sobre el holocausto-.
-Igual te digo, veremos si puede darnos una luz a nuestra investigación, algo me dice que tendremos suerte, estoy esperanzado- dijo Felipe.
Ambos tomaron el ascensor para dirigirse a sus habitaciones.
CAPÍTULO Xº
Alrededor de las nueve de la mañana, Felipe y su compañero, se encontraron en el salón de desayunos de la primera planta del Hotel Stephanie , eligieron una mesa junto a una ventana que daba a la calle Taborstrasse.
Casi habían finalizado la primera colación del día, cuando Felipe observó a través del ventanal, que en la acera de enfrente estaba de pie la señorita Ingelod que habían conocido el día anterior. Le llamó la atención especialmente que llevara un portafolios y vistiera con un traje sastre oscuro, iba con la indumentaria clásica de ejecutiva.
Estaba en una posición como si aguardara a alguien, en breve espacio de tiempo consultó en un par de ocasiones el reloj de pulsera, algunos minutos después un Mercedes color plateado paró a su lado, se abrió la puerta del acompañante del conductor descendiendo un individuo de edad algo avanzada que se apoyaba en un bastón y llevaba un monóculo en el ojo izquierdo, y pelo cortado al cepillo, al que ésta saludó con cierto aire de respeto, luego la muchacha abrió la puerta trasera para que el hombre volviera a entrar en el vehículo, haciéndolo también ella a continuación.
Felipe comentó con Georges haber visto a la muchacha a través de la ventana por puro azar. –Es desde luego una casualidad las veces que hemos coincidido con esa señorita-.
Caminaron hasta el lobby del hotel, Felipe se dirigió al mostrador de recepción para solicitar que le entregaran el paquete que había depositado el día anterior en la caja fuerte, lo recogió, comprobando que el precinto de cinta adhesiva estaba inalterado y lo metió en el interior del maletín de mano.
Regresó al saloncito donde había dejado su compañero, estaba hablando con Jacob, éste acababa de llegar, al verle, saludó a Felipe con moderada efusión, hacía muchos años que ambos no se veían.
Subieron al automóvil de Jacob para dirigirse al número siete de la Rudolfsplatz, santuario en el que vivía Simón Wiesenthal, también conocido entre los judíos del mundo por el sobrenombre de el; vengador. Durante el trayecto ninguno de los tres se apercibió de que fueran seguidos a discreta distancia por un automóvil.
En la puerta de la residencia había un cartel metálico que rezaba : DOKUMENTATIONSZENTRUM, y debajo las iniciales B.J.V.N. (Federación de Víctimas Judías del Régimen Nazi).
Jacob llamó al timbre de la puerta, se oyeron en el interior algunas ruidosas pisadas acercarse a la misma, se pudo oír el ruido de apertura de algún cerrojo y como si retiraran alguna cadena, la puerta se entreabrió apareciendo en el dintel de la misma un hombre alto y fornido vestido de negro. Sin dejarlos entrar del todo, los sometió a los tres a una minuciosa inspección, al igual que haría un guarda de seguridad en una instalación de alto secreto.
Se acercó otro ayudante igualmente vestido e igual de fornido que el primero, a un movimiento de cabeza de su compañero, les invitó a seguirle para conducirles a través de un largo pasillo de paredes de cemento enlucido, desnudo de todo tipo de elementos decorativos. Les condujo hasta una doble sala, desprovista casi de mobiliario y moquetas, solo contenía algunos archivadores metálicos con cajones para expedientes y unas pocas sillas. Por una de las ventanas, se veía la pared trasera de otra casa, era un lugar sombrío y algo oscuro.
Otro estrecho corredor les llevó hasta a un despacho particular, donde se encontraban Simón Wiesenthal y el rabino Cohen.
Al verlos se levantaron de sus asientos, el señor Wiesenthal con alguna dificultad debido a lo avanzado de su edad, se ayudaba con un viejo bastón. Era un hombre que mediría aproximadamente un metro y ochenta centímetros, andaba ya ligeramente encorvado, tenía una cara amable y acogedora(*), pisaba el suelo como balanceándose y parecía que sostuviera una pesada carga sobre sus hombros. Este hombre que ahora pesaría algo más de noventa kilos, cuando fue liberado por los aliados del campo de concentración nazi, no pesaba más de cuarenta y dos kilos, era piel y huesos, según confesó él mismo durante la extensa e interesante conversación que mantuvieron.
El despacho del cazador de nazis se respiraba el ambiente espartano que ya habían observado por todo el recorrido realizado por la oficina. Contaba con una larga mesa llena de papeles y libros y un par de ficheros de cajones de madera bastante sobados por el tacto de las manos, abarrotados de pequeñas fichas también sobadas, cuatro sillas muy sencillas y un inelegante sofá en la pared opuesta, la pared frontal a ésta, tenía una larga fila de estanterías plagada de expedientes y libros. La mayoría de los documentos que la mesa contenía, pertenecían a expedientes cargados de dramatismo.
Wiesenthal, era de cabeza grande y calva, cara alargada y frente despejada, tenía ojos reflexivos, que sin embargo llegaban a ser penetrantes, lucía un bigotito que junto a la barriguita le daban apariencia de tendero. Más adelante descubrieron que sabía ser oyente silencioso, pero cuando hablaba solía dejarse llevar por la emoción gesticulando con ligera vehemencia(**).
Tomaron asiento y el rabino Cohen efectuó las presentaciones, Felipe dejó su maletín de mano en el que llevaba el libro y las fotocopias del documento, en el suelo junto a la silla que ocupaba.
-Para nosotros señor Wiesental es un honor que nos haya permitido tener la oportunidad de conocerle personalmente-, dijo Georges, -Era algo que anhelábamos desde hacía años-.
El aludido asintió con un movimiento de cabeza como agradeciendo el cumplido que el francés le había expresado.
–Nos ha llevado hasta usted, la casualidad-.
A través de Cohen, Wiesenthal estaba al corriente de la personalidad de ambos visitantes, no era fácil llegar a él, en especial por motivos de seguridad, había sufrido más de un intento de atentado a su persona y a sus instalaciones.
-Amigo Simón, el motivo de venir a visitarle a usted, como ya le expliqué antes de que estos señores llegaran, es para poder contar con su consejo y colaboración en el intento desentrañar el contenido de un raro documento que el doctor Frutos halló casualmente en un antiguo libro adquirido recientemente-, inició así la conversación el rabino Cohen.
Wiesenthal, se quedó unos segundos con la mirada que reflejaba concentración, se frotó con el dorso de la mano una de sus mejillas, como si deseara comprobar el rasurado de ésta. Respiró profundamente y dirigiéndose a Felipe le dijo:.
-Podría ser de gran utilidad profesor, que me contara con detalle todo, desde que adquirió el libro hasta que han llegado ustedes a la puerta de esta oficina-. Dijo esto con cierta parsimonia mirando a su interlocutor a los ojos. –No omita detalles, por superfluos que puedan parecerle-.
Felipe, carraspeó un poco para aclararse la voz, estaba algo nervioso, se hallaba frente a un personaje histórico, admirado por unos y odiado hasta la muerte por otros.
-Verá señor Wiesenthal, todo comienza un día que me desplacé, como tantos otros, a Córdoba para curiosear entre las estanterías de algunas antiguas librerías del barrio de la judería, es una vieja costumbre mía que vengo practicando desde hace bastantes años. El anciano librero, propietario de una de las que visito con cierta frecuencia, ya me conoce y me tiene dada toda libertad para poder fisgonear y manejar los libros antiguos con que cuenta en sus estanterías, sabe que soy un buen cliente y, que además les doy un trato sumamente cuidadoso cuando los manejo.
Después de haber ojeado varios, uno me llamó particularmente mi atención por varios motivos, las cubierta anterior, había sido forrada en fina piel de color rojo, y las letras del título habían sido impresas en relieve y doradas, extrañamente a pesar de la antigüedad del mismo, mantenían éstas una nitidez que le daba un sello distinto y distinguido de todos los demás, estaba escrito en hebreo y el tema trataba sobre la construcción de templos dedicados a Yavé, me interesó y por eso le adquirí, después de discutir largo tiempo su precio con el librero.
Mas tarde al llegar a mi casa, me puse a hojearle y……………………….
Felipe siguió contando con todo detalle, tal y como Wiesenthal le había solicitado, dado a que ninguno de los dos hablaba alemán, la conversación se efectuó en hebreo, lengua que ambos visitantes dominaban. Relató cuanto habían averiguado respecto al libro hasta el momento. Casi una hora estuvo explicando, con intervenciones puntuales de Georges, que ampliaba detalles de algún pasaje que Felipe había omitido, o matizaba el mismo. Los Cohen estuvieron en silencio todo el tiempo, pero sumamente atentos.
Al finalizar Felipe la exposición, Wiesenthal se quedó un buen rato silencioso y meditabundo con la mirada perdida en el infinito de la habitación y las manos entrecruzadas en su regazo. Se levantó con cierta dificultad de la silla que ocupaba acercándose a uno de los varios archivadores metálicos que habían arrimados a la pared opuesta de la habitación. Los presentes no le quitaban ojo de encima, estaban algo intrigados por el silencio con que estuvo todo el tiempo escuchando mientras Felipe le informaba.
Abrió uno de los cajones y sacó una carpeta, luego pasó al archivador inmediato y sacó otras dos más. Se los puso bajo el brazo y regresó a su lugar.
Entiendo señores, por lo que me han informado respecto a este libro y al famoso y extraño documento que contenía oculto, que puede guardar cierta relación con los tres expedientes que aquí traigo y que los mantenía en el lugar que corresponde a la clasificación que yo le denomino como : "casos sin resolver".
-En el supuesto que diéramos por acertado el dictamen que el experto que ustedes consultaron y certificó que la encuadernación de la contracubierta del libro no correspondía a la original de la época en que éste fue editado, y a la que llamaría ; segunda encuadernación, asegurando a que ésta estaría entre los cincuenta o sesenta últimos años, eso hace que debamos remontarnos a la etapa de la segunda guerra mundial.
Por la experiencia que adquirí en los distintos campos de exterminio en los que tuve el "honor" de ser "invitado" por los nazis, me permitió conocer a cientos de personas de toda índole y condición con los que pude entablar largas conversaciones, teníamos tiempo para ello mientras aguardábamos a que nos aniquilaran como corderos, entre ellos al rabino Cohen, con quien he mantenido desde entonces una excelente y amistosa relación-.
-He sacado estos tres expedientes por que creo que de algún modo guardan alguna relación con el relato que acabo de oír de ustedes-. Se le notaba algo excitado, respiró profundamente un par de veces para proseguir hablando.
-Estos tres individuos-, dijo blandiendo los expedientes en una de sus manos. –A pesar de no conocerse y estar en campos distintos y muy distantes, coincidieron los tres en contarme la misma historia-. Volvió hacer un alto y a tomar aire, tosió un par de veces y prosiguió:. –Los tres coinciden en explicarme por separado, y con gran secreto, que determinadas familias judías, muy influyentes y financieramente poderosas, con las que guardaban parentesco, viendo que la situación judía en la Europa central se estaba poniendo fea por momentos, por las constantes amenazas antisemitas y serias insinuaciones del partido nazi entonces en el poder, acordaron reunir y guardar un incalculable tesoro en joyas, piedras preciosas, lingotes de metales preciosos, acciones de grandes compañías, escrituras de propiedades, etc., estas familias judías las había de francesas, polacas, austriacas y holandesas y no se si alguna otra más, pero al parecer depositaron estos tesoros en varias cajas que fueron trasladadas secretamente, no se sabe donde, hasta aguardar mejores tiempos.
Tengo el convencimiento de que esta historia contada por esos tres individuos, que además es coincidente en muchos puntos, por sentido común debiera haber sido de algún modo reflejado en algún documento, señalando el paradero final del escondite del que bautizaría como: "El tesoro del Rey David", para poder ser recuperado en el momento que hubiera seguridad para el pueblo judío.
Por eso no sería de extrañar, que ese libro de usted fuera el portador secreto del documento que hipotéticamente estos tres desgraciados citaban en sus confesiones-.
-¿Confesiones?, dice usted-, preguntó Georges.
-Si, eso dije. Entre los reclusos de los campos, hubieron espías situados por los nazis, a pesar que éstos eran también judíos, informaban a los guardianes de cuanto oían y acontecía entre los reclusos, con esa conducta, obtenían cierto trato de favor de sus verdugos. Los desgraciados de estos expedientes, se les ocurrió probablemente insinuar algún comentario sobre este secreto familiar, éste llegaría al conocimiento del jefe de campo, que inmediatamente mandaría efectuarles un interrogatorio en toda regla, en cuanto a intensidad y dureza. Probablemente estos tres desgraciados no sabrían mucho del secreto familiar, pero confesarían lo suficiente como para que alertaran al servicio de información interno de la GESTAPO y las SS, y estos mantuvieran una alerta que con toda probabilidad todavía hoy después de tantos años, mantenga actualidad-.
-Su exposición es, yo diría que sorprendente a la vez que aterradora, pero pone una pieza más al puzzle que la casualidad nos ha hecho caer en las manos, encaja bastante con la averiguación efectuada ayer en París-, apuntó Felipe.
El rabino Cohen carraspeó como si tuviera intención de tomar la palabra. -¿Cómo les fue por París?-, preguntó.
Georges tomó la palabra; -Tuvimos la fortuna de poder hablar con el hombre que había adquirido en una subasta, un lote de libros entre los que estaba el que el profesor Frutos adquirió en Córdoba-.
Felipe, en el entretanto hablaba su compañero, sacó de su maletín el libro y las fotocopias del documento. Entregó este al rabino que lo miró con gran atención por todas sus partes, miró a Felipe cuando llegó al interior de la contraportada y, vio que la piel del forro de la misma estaba algo levantada.
-Aquí es donde estaba oculto el documento-, significó el granadino.
A continuación el señor Cohen entregó el libro a Wiesenthal, este también estuvo observándolo minuciosamente, seguidamente preguntó si llevaban el ya famoso documento que venía oculto en el libro.
Felipe sacó las fotocopias y entregó una de ellas a cada asistente.
Wiesenthal y los Cohen, estuvieron mirándolo con gran atención bastantes minutos, en el entretanto Felipe y Georges se dirigían de vez en cuanto, miradas interrogativas. El silencio era casi palpable.
Unos minutos después Wiesenthal manifestaba: -Tengo en Tel Aviv un gran amigo e íntimo colaborador en mis investigaciones, está actualmente al frente de una de las ramas del Mossad, disponen un departamento que investigan claves cifradas y otros tipos de escrituras ideadas por la mente humana, quizás ellos puedan ser capaces de descifrar el misterio que este documento contiene-, Wiesenthal se quedó mirando a sus dos visitantes observando su reacción.
-¿Sugiere usted enviar este documento a Tel-Aviv para su estudio?-, preguntó Georges.
-Si, pero solo si ustedes están de acuerdo en ello, naturalmente-.
Georges miró a Felipe interrogante, este tomó la palabra.
-Parece una buena idea, hemos llegado a un punto que me puede más el misterio del continente que el contenido y la dramática historia que pueda haber tras el, por que si al final, si se lograra la interpretación y ésta coincidiera con la teoría que se baraja, el contenido, dicho de otra manera, el tesoro, no es nuestro y de encontrarle debería ser restituido a sus verdaderos propietarios o sus herederos, si los hay-.
-Muy razonable por su parte profesor-, añadió el rabino Cohen con semblante de satisfacción.
-Entonces, ¿asienten ustedes que este documento sea transmitido a Tel Aviv?-, insistió Wiesenthal.
-Si, no hay inconveniente alguno, en el entretanto nosotros continuaremos las pesquisas iniciadas en Francia-, afirmó Georges.
-Si les parece podría llevarlo mi propio hijo Jacob, si usted no tiene inconveniente Simón-, señaló el rabino Cohen.
-Inmejorable correo-, afirmó este.
Estuvieron todavía algo más de dos horas hablando sobre el tema que les ocupaba. Alrededor del medio día, a Felipe se le ocurrió invitar a los Cohen y al señor Wiesenthal a almorzar en algún restaurante de la ciudad. El cazador de nazis agradeció la invitación pero declinó la misma alegando que por su seguridad personal, hacía años que había dejado de frecuentar lugares públicos, temía por su vida, era consciente de que sus enemigos no bajaban la guardia y le tenían en el punto de mira, como ya en más de una ocasión le habían demostrado. Los Cohen se solidarizaron con el y se quedaron en la casa por un buen rato.
Wiesenthal mandó pedir un taxi por teléfono para regresar a sus visitantes a su hotel.
-No olvidaré nunca esta entrevista señor Wiesenthal, ha sido para mi un gran honor haberle conocido y haber sido acogido en su casa-, dijo Felipe.
-Siempre que usted me necesite estaré a su disposición, profesor-.
Georges también se despidió de todos, en unos minutos estaba en la puerta el taxi solicitado por teléfono.
-Seguiremos en contacto, con las novedades que se produzcan, que tengan ustedes un buen viaje-, dijo Wiesenthal, mientras les acompañaba excepcionalmente hasta casi llegar al umbral de la puerta de su oficina flanqueado por los Cohen.
(*) (**) Fuente ; Joseph Wechsberg.
CAPÍTULO XIº
Todas las conversaciones telefónicas entre los Cohen, Wiesenthal, Felipe y Georges, habían sido registradas, y posteriormente efectuadas copias que se distribuyeron a diversos puntos geográficos para su estudio y análisis.
Sobre la mesa del jefe de la policía de Hamburgo, un correo especial depositó un sobre caqui acolchado conteniendo un informe escrito y una pequeña cinta magnética con grabaciones de conversaciones telefónicas, con una etiqueta adherida que decía, "Personal".
Georges y Felipe despidieron el taxi en la puerta del hotel, pagaron la factura del mismo y después de retirar su ligero equipaje de mano, tomaron otro taxi que estaba en la parada de una de las esquinas de la Taborstrasse.
-Al aeropuerto bitte-, dijo Felipe al conductor.
El taxista del Opel Omega gris grafito, puso rumbo al coqueto aeropuerto vienés de Schwechat. En menos de treinta minutos el taxista salvó los 18 kilómetros existentes desde la ciudad y se detuvo frente a la Terminal de salidas internacionales. El mostrador de facturación de Lufthansa tenía bastantes clientes aguardando turno para facturar el equipaje y hacerse con la carta de embarque, se pusieron en la cola aguardando a ser atendidos por la empleada. Pocos minutos después vieron que al final de la fila en que se hallaban, se encontraba la señorita Ingelor que habían conocido en los jardines del Prater vienés, coincidiendo con ella más tarde en la cafetería de su hotel.
Felipe le hizo una señal de saludo con la mano que ésta apercibió correspondiendo con una sonrisa, Georges se acercó al final de la fila para invitarla a que se posicionara con ellos, a lo que ésta asintió gustosamente.
-Qué coincidencia señorita Ingelor, parece que andemos persiguiéndonos-, le dijo en tono simpático Felipe, dicho de paso sentía cierto no se qué por aquella misteriosa y atractiva dama.
-Ciertamente, es una coincidencia fortuita, voy en viaje de trabajo a París, y luego a Sevilla-, dijo la muchacha.
-¿Es la primera vez que visita usted mi país?- preguntó Felipe.
-Si, estoy muy interesada por conocerle, he leído mucho sobre el y sobre su literatura e historia, pero no había tenido la oportunidad de visitarlo, ahora será el momento de poder ver una pequeña parte, ya que solo dispondré de tres días de estancia en Sevilla, y uno de ellos debo invertirlo en mi trabajo-.
-Entonces haremos una buena parte del viaje en compañía suya- añadió Felipe. –Volamos a París, luego mi compañero tomará un vuelo doméstico a Montpellier y, yo sigo a Madrid para luego desplazarme hasta Granada, mi ciudad de residencia habitual-.
Ingelor, tenía un encanto especial, era sumamente femenina y algo coqueta, vestía con cierta austeridad sin alejarse de la corriente moderna del momento, llevaba un libro bajo el brazo, un maletín de viaje y una gabardina doblada sobre el antebrazo, en la otra mano blandía el pasaporte y el billete de avión.
-¿Qué lee usted?-, preguntó con cierta curiosidad Georges.
– Una novela intrascendente de un autor británico, Frederic Forsyth, he leído casi todo lo que de el se ha publicado en alemán, me gusta mucho su narrativa y como plantea la trama de sus novelas, suele estar siempre muy bien documentado-.
– En su momento leí de este autor "Chacal"-, repuso Georges –y le aseguro que me impresionó en gran manera lo bien que describe algunas de las escenas parisinas y la trama de la novela, años después se supo que realmente hubo un intento de atentado fallido al general Degaulle por un terrorista internacional al que le llamaban Carlos cuya verdadera nacionalidad siempre fue un misterio-.
Cogieron la carta de embarque y anduvieron juntos acercándose al punto de control de pasaportes y equipajes de mano.
El control de seguridad era bastante estricto, Felipe al pasar su portafolios por la máquina de rayos X, un agente de seguridad con uniforme verde oliva, cogió el portafolios y conminó a éste a que le siguiera hasta una mesa cercana, después de depositarlo sobre la misma, le indicó a que procediera a abrirlo, Felipe sorprendido abrió el maletín, en el entretanto Georges y la señorita Ingelor pasaban el control de seguridad vecino, intentaron acercarse a Felipe pero les fue impedido el paso con cierta rudeza.
El agente se puso unos guantes blancos de algodón y fue directo a coger el libro que Felipe llevaba todavía envuelto en el papel plastificado.
Lo miró con inusitada atención, ojeándolo con cuidado, se diría que solo le interesaba del maletín ese objeto determinado, Felipe comenzó a impacientarse, no comprendía el motivo de aquella especie de registro, sin explicación alguna.
El agente le hablaba en alemán, pero Felipe tenía dificultad entenderle, había adquirido en su juventud solo unas vagas nociones del idioma, no hablaba alemán con suficiente fluidez como para mantener una conversación, se dio la vuelta para pedir ayuda a sus dos compañeros, en especial a Ingelor, estos acababan de cruzar el control de equipajes de mano y al verle se acercaron a la zona en la que se hallaba el granadino.
-¿Qué ocurre, le preguntó Georges?-.
-No se, solo que después de pasar el control de seguridad, el agente me ha indicado que le siguiera, me ha ordenado abrir el maletín y ha cogido directamente el libro que ahora está ojeando con tanta atención y me está diciendo algo que no entiendo. Ingelod, ¿sería tan amable de preguntarle al agente que desea?-.
La muchacha preguntó al agente el motivo del registro, excusando a Felipe por no entenderle. El agente respondió con sequedad.
-Dice que este libro es una antigüedad y debe confiscarlo, a no ser que le muestre la factura de compra a nombre de usted-.
-Pero, este libro es mío, yo entré ayer en el país con el, lo compré en España hace unas semanas y efectivamente tengo la factura de compra, pero no suelo viajar con las facturas en el bolsillo de los objetos que adquiero, nadie que yo conozca suele hacerlo-.
Ingelor transmitió al agente lo manifestado por Felipe. Éste insistió en la confiscación del libro, entregando al mismo tiempo un impreso para que fuera rellenado por el propietario de éste.
Felipe insistió en el argumento de la propiedad del libro, explicando al agente a través de su improvisada intérprete, el modo en que fue adquirido, del estudio histórico que efectuaban sobre el mismo, etcétera, pero el agente seguía impertérrito a las argumentaciones de Felipe, únicamente le señalaba el impreso para que lo cumplimentara.
Llegado a un punto en que la situación se puso realmente tensa, Georges se dirigió en inglés al agente con talante bastante molesto y en voz alta -¡¡ Esto es un atropello, voy a llamar ahora mismo a mi embajada y a la prensa, se va crear un conflicto internacional que se acordará usted toda su vida!!-.
Los pasajeros que en aquellos momentos estaban cerca del lugar, se detuvieron con curiosidad para ver que era lo que ocurría, unos extranjeros alzaban la voz indignados a un agente de seguridad de aduana. El agente, con el libro todavía en la mano, dio media vuelta y entró en un despacho de cristales opacos que había a pocos metros de distancia, tardó unos cuatro minutos en regresar acompañado de un oficial, un hombretón de unos sesenta años, muy erguido con una larga cicatriz en una de sus mejillas que le deformaban ostentosamente el rostro.
-Les ruego señores disculpen el exceso de celo del funcionario, no ha hecho otra cosa que cumplir con su deber, pero deben ustedes saber que cuando se viaja con objetos de cierta antigüedad, y no se lleva la factura de compra, es necesario declarar su entrada en el país, con lo cual, de haberlo usted efectuado ahora nos hubiésemos evitado esta situación. No obstante y con el fin de no causarle inconvenientes de tipo diplomático, les devolvemos el objeto confiscado y pueden ustedes seguir su viaje-.
Le obsequió con saludo castrense y dando media vuelta regresó a la oficina de la que había salido.
Felipe se apresuró en meter de nuevo dentro del maletín el libro y poner tierra por en medio del lugar, junto con sus dos compañeros.
-Tu intervención ha sido muy oportuna Georges, fundamental, creí que se quedaban con el libro-.
Aprovechando un momento en que Ingelor les había abandonado para ir a los aseos, Georges le dijo a Felipe; -¿No te parece muy coincidente que solo a ti, te apartara para mirar tu maletín y se fijara únicamente en el libro que llevabas envuelto, menospreciando los demás objetos que éste contenía?-.
-Si, ya lo había pensado, estoy seguro que lo que nos explicó el rabino y después confirmó Wiesenthal, sobre las escuchas telefónicas por parte de la todavía existente "organización", ha tenido algo que ver en este acto, lo afirmaría sobre una Biblia-.
-Ni lo dudes, a partir de ahora deberemos ser todavía más cautos, no confiar en nada ni en nadie, y no hablar por teléfono de nada que concierna al documento, mejor será comunicarnos por Internet o por carta-.
-Estoy de acuerdo, así lo haremos-.
Ingelor estaba de regreso, había adquirido algunas revistas en una de las Duty Free y un frasco de perfume francés. –Huele usted muy bien-, le dijo Felipe mientras olfateaba ostentosamente y bromeando a su alrededor.
-Acabo de probar el perfume que compré en una de las tiendas, ¿le gusta a usted?-.
-Es muy suave, a la vez que penetrante y sugestivo-, respondió el profesor granadino, con tintes galantes.
Georges observaba la escena esbozando una ligera sonrisa de complicidad, cogió a su compañero del brazo y casi arrastrándole le llevó a la puerta de embarque, acababan de anunciar el vuelo LF-1007 a París.
-Vamos galán, anuncian nuestro vuelo-.
Una hora y media después el vuelo procedente de Viena tomaba tierra en el aeropuerto de Orly. Georges aprovechó para llamar a Montpellier y avisar a Jaquie que en unos cuarenta minutos salía su vuelo, una hora y quince minutos más tarde podría recogerle en el aeropuerto.
Felipe y Georges al despedirse acordaron contactarse por Internet o vía fax, advirtiendo por teléfono previamente su emisión, utilizando para ello la palabra clave; Eureka, ésta significaría el envío inmediato de un mensaje por mediación de fax y si la respuesta del interlocutor era la misma, significaba que podía ser emitido ya que su receptor se hallaría junto al aparato para poder recoger el mensaje inmediatamente.
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