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La maldición de Yavé (página 2)


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Algunas semanas antes, deambulando por el barrio de la judería cordobesa, entró en una vieja librería, de una de las muchas callejuelas empedradas del viejo tejido urbano que la expulsada sociedad sefardí había construido cientos de años atrás. Le agradaba husmear entre los viejos libracos y polvorientos legajos de las librerías de aquel histórico barrio del que fuera el Califato.

Si el visitante no tenía prisa y examinaba a conciencia los desordenados libros que estaban en las estanterías, cabía todavía la posibilidad de hallar algunos originales de cierto valor histórico, a pesar de que los más valiosos, habían sido ya adquiridos por algunos judíos, descendientes de los antiguos sefardíes que habitaron el país y, que algunos de ellos ahora son opulentos hombres de negocios esparcidos por el mundo.

Estuvo viendo y revisando y leyendo libros en escritura hebrea casi toda la mañana, finalmente se decidió por uno cuya impresión, según rezaba en la primera página, haber sido efectuada a mediados del siglo XV. Estaba escrito en idioma hebreo, trataba sobre el templo ordenado edificar por el rey Salomón y otros templos o casas de Yavé. Para el profesor Frutos, el idioma hebreo y algunas otras lenguas de raíz semita no significaban obstáculo de comprensión, a pesar de los varios significados que una misma palabra hebrea pueda tener, llevaba más de veinte años dedicado a su estudio. El volumen que tenía en sus manos era bastante grueso, y tenía más de la mitad de las páginas ya algo deterioradas y amarillentas, posiblemente por haber estado soportando algo de humedad desprendía un ligero olor a moho.

Discutió el precio con el librero, un viejecito que aparentaba tener unos ochenta años, de caminar cansino y chaqueta de codos gastados y lustrosos. Usaba unas gafas de fina montura dorada, que posiblemente habría heredado de su padre o abuelo, que las llevaba apoyadas en la punta de su prominente nariz. Simón Pieres, que así se llamaba, en cuanto vio el creciente interés del cliente, fijó un precio que fue ya inamovible.

Felipe Frutos finalmente sacó la billetera y pagó el libro por el que había estado negociado con el tal Simón, éste se lo entregó metido dentro de una bolsa de papel y salió con ella a la calle.

En Córdoba aquel sábado de la ya avanzada primavera, invitaba a pasear por las históricas y estrechas callejas que olían a flores y a la humeante chimenea de alguna panadería que todavía elaboraba el pan por el método tradicional utilizando trocos de leña de viejas encinas o retorcidos olivos talados.

Tomó asiento en la terraza de un popular restaurante, eran ya algo más de las dos y media y su estómago le advertía que deseaba ser complacido. Pidió salmorejo y unas rodajas de merluza a la plancha que acompañó con un vinito de la tierra, pagó la cuenta y fue a por su automóvil, por el camino le asaltaron unas gitanas insistiendo en leerle la buenaventura de una de sus manos, se las quitó de encima dándoles una propinilla. El auto lo había dejado estacionado en un pequeño solar utilizado como aparcamiento provisional junto a la famosa mezquita, estaba éste cuidado por un hombrecillo con una disminución física al que le dio una propina y tomó camino de regreso a su ciudad, Granada.

La carretera aquellas horas no andaba demasiado concurrida, era todavía la hora sagrada del almuerzo al que le seguía la reconfortante y tradicional siesta, atravesó vastas extensiones de campos repletos de bien alineados olivos, demorando menos de lo habitual para llegar a su destino. Aparcó el automóvil frente a su casa y entró en ella.

Felipe Frutos vivía en una bonita y singular casa, la había adquirido cuando se casó con Carlota, de esto hacía algo más de veinte años, era una casa de dos plantas con un patio central ajardinado, a este tipo de viviendas se las conocía como "cármenes", en esta parte de la ciudad era frecuente hallar viviendas de este tipo, cuya construcción desde hacía algunos años había caído ya en desuso.

Felipe llamó a Lola, la asistenta que tenía en la casa desde que Carlota, su esposa, que dos años después de la boda una enfermedad incurable se la llevó, acudió de inmediato.

-¿Ya llegó señorito?-.

-Si Lola, toma, llévate mi chaqueta y prepárame un café con hielo picado-.

-Ahorita mismo se lo traigo a usted señorito-.

Felipe se sentó en el butacón de mimbre que tenía en una de las esquinas del patio junto a unas macetas de flores que desprendían un agradable y suave aroma, de entre éstas, una se distinguía de las demás por que era de cerámica barnizada en color verde y contenía una voluminosa mata de Albahaca que desprendía un refrescante olor a la vez que útil para ahuyentar los insectos voladores, esta especie vegetal fue dada a conocer en la península Ibérica por los árabes que la trajeron de la India donde es muy venerada, y no había jardín en Granada que no tuviera plantada una de ellas, ya Bocaccio en uno de los cien cuentos del Decamerón la cita confiriéndole un papel prominente en su trágica trama. El silencio del lugar era solo interrumpido por el chorrillo de agua que manaba de la fuentecilla del centro del patio, que jugueteando con el mosaico de la pileta al caer asustaba los pececillos de colores que habitaban en ella, poniendo belleza y dando armonía al plácido lugar.

Sacó de la bolsa el libro recién comprado y comenzó por hojearlo sin apenas todavía aplicarse en su lectura, pasaba las páginas una a una con sumo y delicado cuidado, había tenido la oportunidad de adquirir una pequeña joya y como tal debía ser tratada. Le pidió a Lola que le trajera un pequeño aspirador de bolsillo de la cocina utilizado para aspirar las migas de pan que caían por la mesa y en el suelo, lo pasó cuidadosamente por todo el contorno del libro para liberarle del polvo y posibles ácaros, cuidando de que no se tragara algún pedazo de las amarillentas páginas de éste. Abrió la contraportada para proceder a la limpieza interior de la misma, por la que también pasó suavemente el aspirador, desafortunadamente éste aspiraba más de lo que Felipe esperaba y casi le arrancó el forro de finísima piel de cabritilla de la contracubierta, detuvo inmediatamente la infernal máquina y con la palma de la mano Intentó aplanar la piel levantada y restaurarla a su primitiva posición. Al efectuarlo, notó un resalte que a simple vista no había observado. Levantó suavemente con sumo cuidado el forro de piel para poder ver el motivo que provocaba aquel resalte que había palpado con la mano. A medida que iba levantando éste, iba apareciendo una especie de papel del tipo llamado vegetal doblado bien extendido y aplanado por toda la superficie que ocupaba la rígida contracubierta del libro.

Intentó sacar éste con la ayuda de unas pinzas pero estaba bastante adherido a la parte rígida de la cubierta y temía dañar a ambos, pudiera ser que hubiese sido pegado por el encuadernador con algún tipo de cola y, por otra parte dudaba en si terminar de desnudar el resto que le quedaba de la contraportada, ya que corría el peligro de que se le rasgara la fina piel con que ésta había sido forrada, motivo por el cual el ejemplar perdería parte de su valor.

Su espíritu de investigador pudo más que la prudencia y al fin decidió seguir adelante. Mandó a Lola calentar agua en la cocina hasta que esta llegara al punto de ebullición. Cuidadosamente expuso esa parte del libro en contacto con el vapor que desprendía el agua al hervir, dejó durante unos pocos segundos que algo de este rozara una parte de la piel de la contraportada, con el fin de que si hubiesen sido utilizadas colas naturales, posiblemente con el vapor podrían ablandarse. La fortuna le acompañó, la maniobra le dio el resultado deseado. Pudo acabar de separar con cierta facilidad el resto de la piel sin casi impedimento y a salvo de roturas.

Ahora tocaba separar el papel doblado. También el éxito se alió con él y pudo separarle con las pinzas sin casi obtener resistencia.

Lo desdobló con suma delicadeza, dándose cuenta que la naturaleza del mismo no era precisamente un papel vulgar, la primera impresión que tuvo al tacto del mismo fue de extremadamente fino y casi transparente, estaba toda la superficie de una de sus caras con un tipo de escritura manuscrita, que desconocía y, que a simple vista, guardaba cierto parecido a los caracteres de alguna de las escrituras de lenguas de origen semita. Solo al final del documento se distinguía con cierta dificultad lo que quería parecer el dibujo del candelabro de los siete brazos menorá , y unos caracteres que quizás podría traducirse por : Yavé.

Durante el resto de la tarde, hasta que comenzó anochecer estuvo centrando toda su atención en este documento de evidente escritura manual, abandonó el patio y se sentó tras la mesa de trabajo que tenía en una de las piezas de la casa. Se armó de una potente lupa para seguir examinando el misterioso documento, gracias a la potencia de ésta pudo ver mejor los guarismos pero nada le aclaró, el papel conservaba todavía una asombrosa flexibilidad, a pesar de haber estado tantos años doblado, únicamente estaban marcados los surcos de las dobleces.

Consultó varios libros de su biblioteca privada para ver si daba con alguna pista que le llevara hasta aquella extraña escritura que le permitiera poder descifrar su contenido, nada halló que le facilitara alguna pista con la que ir siguiendo el hilo de una investigación. Así, enfrascado en ello, le volaron las horas abstraído en el extraño documento. Lola, la sirvienta, sabía que cuando el señorito se encerraba en su estudio, no podía ser interrumpido bajo ningún concepto, por lo que llegadas las diez de la noche, dejó algo de cena dispuesta en la cocina y se marchó a su casa. No era la primera vez que esta situación sucedía.

Más allá de la media noche, al profesor Felipe Frutos el sueño comenzó a vencerle, el día había dado mucho de si, y la emoción del libro con el documento hallado en su interior le había estimulado de nuevo su vena de investigador y algo aventurera, bastante olvidada últimamente. Dobló las patillas de las gafas y las metió en la funda, apagó la luz de la mesa de trabajo, y se marchó a la cama con el vivo deseo de que llegara pronto el lunes para poder ir a la biblioteca de la universidad y consultar algunos de los valiosísimos libros que allí celosamente se custodian y, que fueron expoliados a los judíos durante su absurda persecución y posterior expulsión de la península. Quizás alguno de ellos pudiera facilitarle alguna luz a la misteriosa escritura que contenía el extraño documento.

Precisamente aquella noche a Felipe Frutos no le fue sencillo conciliar el sueño. Tal era la excitación que le había deparado el intrigante hallazgo.

CAPÍTULO IIº

La universidad de Granada…

El bedel abrió al doctor Frutos la puerta de la cámara reservada a libros y documentos de gran valor de la biblioteca universitaria granadina, a la que solo muy contadas personas tenían acceso, en especial la sala de incunables, en la que se custodiaban verdaderas joyas de la literatura árabe y judía, manuscritos originales, traídos muchos de ellos por caballeros Cruzados venidos de Tierra Santa, de la Orden del Temple y donaciones de coleccionistas, todas ellas piezas altamente codiciadas por estudiosos y coleccionistas.

Llevaba en una carpeta unas cuantas hojas manuscritas que la noche anterior había rellenado de su propia mano, a modo de apuntes. En ellas había desarrollado esquemáticamente y cronológicamente el origen de algunas lenguas semíticas de las que se tenían noticias, y a las que había dividido en tres grandes grupos :

Las lenguas semíticas Orientales de Mesopotamia, Occidentales o nordoccidentales (Oriente próximo) y Meridionales o sudoccidentales (Península Arábiga y Cuerno de África).

Las lenguas semíticas del grupo oriental están actualmente extinguidas. A esta rama pertenece la lengua semítica más antigua conocida, el acadio, que se hablaba en la zona del actual Iraq. Las más antiguas inscripciones en acadio datan de la primera mitad del tercer milenio antes de Cristo, utilizaban la escritura cuneiforme tomada de los sumerios. Hacia el 2000 a.C. el acadio se fragmentó en dos lenguas diferentes: el babilonio, hablado en el sur de Mesopotamia, y el asirio, hablado en el norte.

Se discute si el eblaíta, lengua hablada en la ciudad de Ebla, en Siria, en el tercer milenio a.C., recientemente descubierta, pertenece a este grupo o al de las lenguas occidentales, puesto que parece tener similitudes con ambas ramas.

Las lenguas semíticas occidentales o noroccidentales, la mayor parte de ellas también están extinguidas, sobreviven únicamente dos : el hebreo y el arameo, este último con tendencia a desaparecer del todo. Otras como la moabita, fenicia, púnica y ammonita existen inscripciones desde el año 1000 a.C. y del fenicio se derivó al púnico, la lengua de los cartagineses que aún era hablada en el siglo V, según el testimonio de San Agustín. Varias otras lenguas se hablaron a lo largo de las orillas del río Jordán, de estas lenguas solo existen unas pocas inscripciones residuales del primer milenio a. C.

El Profesor Frutos se pasó el día leyendo, revisando y traduciendo con minuciosidad, un sinfín de libros y manuscritos logrando que llegara a olvidarse de todo cuanto le rodeaba, pero no logró atisbar ninguna luz que le ayudara a poder descifrar el contenido del misterioso documento que el azar le había puesto en las manos en su visita a aquella librería de antigüedades de Córdoba.

Con un gesto casi automático, sacó su cachimba del bolsillo de la chaqueta y la rellenó de la aromática picadura holandesa que habitualmente fumaba, no la prensó en exceso con el pulgar con el fin de facilitar el tiraje de la misma, prendiéndola a continuación para efectuar la primera "calada".

El ritual de prender la pipa, era para Felipe Frutos un socorrido modo de ayuda adoptado para concentrarse en el trabajo que en aquel momento tenía entre manos y, que a la vez hacía que su imaginación volara sobre el tema en el que estaba trabajando. Esta actitud le había dado en algunas ocasiones excelentes resultados.

Sabía que era prohibido fumar en el interior de aquella cámara, pero estaba tan absorto en lo suyo que no recordó tal prohibición. Se acercó al final de la larga mesa de madera lacada que había en el centro de la sala, descolgó un teléfono que había sobre la misma, y marcó un número que antes había consultado en su sobada agenda de bolsillo.

Aguardó unos instantes hasta que al otro extremo descolgaron el aparato :

Oui?- oyó.

-Georges, ¿Georges Pradel?- preguntó.

Oui monsieur, se moi-, le respondió una voz masculina en francés.

-Georges, soy Felipe Frutos, ¿cómo estás viejo camarada?-.

-Felipe, mon ami, mon Dieu, que sorpresa oírte, ¿estás bien?, yo algo más viejo, pero sigo en la brecha, y dime ¿qué es de tu vida últimamente?-.

Georges Pradel era su gran amigo francés con el que había trabado una sincera y sólida amistad durante su estancia en la Sorbona parisina, con él había compartido honores en su premiado estudio sobre los orígenes del pueblo judío. Formaron una société intellectuel, como la vinieron a llamar ellos, junto con otros colegas de diversas nacionalidades que coincidieron con ellos en la prestigiosa e histórica universidad, trabajo en el que cada uno aportó su saber y dedicación. Fueron tiempos bastante difíciles y revueltos, se respiraban nuevos aires y un nuevo estilo

social de hacer las cosas, se gestaba otra nueva mini revolución a la francesa, que posteriormente, en la perspectiva del tiempo, fue casi tan importante para la sociedad como la anterior. Lo que iniciaron unos anarquistas en la universidad de Nanterre a principios del mes de mayo del 68, se extendió como la pólvora al Quartiere Latin y la Sorbonne. Estuvieron bloqueados por la policía durante algunas semanas, subsistieron como pudieron, compartiendo mendrugos de pan seco y algún que otro pitillo con todos los camaradas atrincherados en l´université, pero finalmente salieron reforzados y vencedores, significando un aire nuevo para la juventud del país y de toda Europa, la Europa democrática, se entiende. Esta y otras situaciones parecidas crearon un nexo indisoluble que unió a aquellos hombres de por vida.

-Si, ya se que te debía mi llamada desde hace tiempo, pero no quiero que te suene a excusa, he tenido unos meses de frenética actividad en la universidad, además de viajes, he dado conferencias en Madrid, Barcelona, Lisboa y Santiago de Compostela, añádele las clases en la universidad , espero que sabrás excusarme-.

-No debes hacerlo, entre amigos es innecesario, se muy bien de tus trabajos, acostumbro recibir prensa española y algunas revistas especializadas, es para mi un orgullo comprobar a través de ellas, como tu prestigio profesional va acrecentándose y reafirmándose con tus conferencias y artículos-.

-También yo se de ti y de tu labor al frente de la universidad de Montpellier y también del Instituto de Estudios de Lenguas Mediterráneas y de la medalla de Caballero de la Legión de Honor con la que el Presidente de la República te distinguió recientemente-.

Et bien, mon cher ami, después de todos los elogios con los que nos hemos saludado, ¿en que puedo serte útil?-, le dijo Georges con toda la franqueza que suele distinguir a los naturales de la región de la Camargue francesa.

-Verás, como tu sabes, soy aficionado a adquirir y coleccionar libros antiguos, el pasado domingo paseando por una de las callejuelas del viejo barrio judío de Córdoba, adquirí un ejemplar impreso ya sobre papel en Soncino, Italia, a finales el siglo quince, es un libro escrito en lengua hebrea, de autor muy poco conocido, trata sobre arquitectura religiosa, hasta aquí, nada trascendente por lo poco que llevo leído de el, pero cual sería mi sorpresa cuando al proceder a efectuar una primera limpieza y examen del mismo, hallé en la contraportada, muy bien oculto y, por pura casualidad, un extraño documento escrito en caracteres desconocidos para mi. Llevo muchísimas horas dedicadas al estudio de tan misterioso documento y del contenido del mismo, la única consecuencia que he podido descifrar es un diminuto dibujo manual en una de las esquinas que parece querer representar el candelabro de siete brazos o Menorá, y la palabra hebrea: Yave-.

-¿Y dices que fue impreso en…. ?-, preguntó Georges.

-Si, en Italia, al Norte, en la población de Soncino, eso reza en una de las primeras páginas-.

-Felipe, si te parece, te sugiero hagas una fotocopia del misterioso documento y me lo envías al fax de mi casa, no utilices el de la universidad, vamos a darle por el momento a ello, un carácter estrictamente privado y confidencial-.

-Te lo iba a pedir, necesito de tu ayuda, creo que quizás debamos en algún momento volver a juntar el equipo de la Sorbona, para ver si podemos descifrar el contenido de ese enigmático documento-, dijo jovialmente Felipe Frutos, no exento de entusiasmo.

-Ah, sería fantástico rememorar viejos tiempos mi querido amigo, han pasado tantos años-, añadió Pradel con aire de añoranza. –Acércate por aquí el próximo fin de semana, me sentiré muy honrado en tenerte en mi casa, vamos a estudiarlo juntos y veremos que decisiones tomar al respecto, como decís vosotros los españoles, muy acertadamente; "ven más cuatro que dos ojos", y si lo consideramos necesario podríamos convocar de nuevo la "société intellectuel", los viejos camaradas estarían encantados en colaborar-.

-Te voy a enviar este documento ahora mismo, cuando llegues a tu casa te lo vas a encontrar en máquina, te llamaré más tarde para confirmarte la fecha, consultaré mi agenda de compromisos, hasta luego-.

Ciao, Felipe-.

El granadino se acercó ligero por los pasillos hasta su gabinete universitario para consultar la agenda oficial, al tiempo que personalmente fotocopiaba con exquisito cuidado el documento que luego envió vía fax al domicilio de su amigo en la Camargue.

Se fijó en las fechas libres de su agenda y comprobó que el primero de Mayo caía en martes, lo cual le permitiría poder ausentarse cuatro días de la facultad sin tener que solicitar favores a nadie, se guardaba ello si era preciso para mejor ocasión, a pesar de que le adeudaban un sin fin de días del pasado verano al que dedicó sus días de vacaciones para dar unos cursos a estudiantes extranjeros becados.

Por la noche, ya en su casa, llamó de nuevo a Pradel a su domicilio particular.

-Georges, ¿has recibido el documento que te envié esta mañana?-.

-Si, si, como imaginé que quién estaba llamando al teléfono eras tú, lo he cogido y lo tengo en la mano-.

-¿ Y que te parece el contenido?-, preguntó Felipe, algo ansioso por conocer la primera impresión de una autoridad como la de su amigo Pradel.

-No quiero hacer un juicio excesivamente frívolo sin haberlo estudiado más a fondo, apenas hace media hora que llegué a casa y casi no he podido verlo con la atención que merece, pero lo encuentro a la vez que rarísimo apasionante y enigmático, jamás tuve nada igual en las manos-.

-Yo tengo la misma impresión, a pesar de que he dispuesto de más tiempo que tu para estudiarlo, y sin embargo no he hallado el hilo que me conduzca a pista alguna-.

-¿Me das tu permiso para enviarle una copia del documento a Yacob Cohen, de Varsovia?, recordarás que su padre es el Rabino de la comunidad de la capital de Polonia y, una autoridad mundial en filología hebrea. Durante la pasada guerra mundial estuvo internado en uno de los campos de concentración Nazi del que tuvo la fortuna de poder fugarse, yendo a parar a Rusia donde fue acogido por la comunidad judía, luego una vez finalizada la guerra y con la persecución de Stalin regresó a Polonia logrando la cátedra de Filología-.

-¿Y tu crees que….?-.

-Es hombre altamente considerado en la Universidad de Tel Aviv, ¿vas siguiéndome?-.

-Aja, ya veo por donde quieres ir, es una buena posibilidad, allá podríamos tener acceso a abundante documentación de consulta. Adelante-

-Dime qué días podrás venir a verme-.

-Con toda seguridad estaré contigo los días del veintiocho de abril al uno de mayo, ambos inclusive, ¿Qué tal te va a ti Georges?-.

Parfait, hasta entonces, que lo pases bien Felipe-.

Después de colgar el teléfono, se quedó unos instantes meditando en el silencio del lugar con la pipa apagada todavía en la mano, y la fotocopia del misterioso documento sobre la mesa de trabajo. Miraba pero no veía, tenía la mirada perdida, sin fijación alguna, su mente casi sin desearlo, le había trasladado a algún lugar del valle del Jordán, en un punto que el Nuevo Testamento cita como el Rey David envió al monte Moria a mucha gente para efectuar prospecciones y tratar de construir un templo en el que quería cobijar el Arca de la Alianza.

Le sacó de su abstracción, la sirvienta, poniéndole sobra la mesa de trabajo una bandeja con un plato de ensalada y un pescaito a la romana.

-Ah, disculpa Lola, estaba distraído, pensando en otras cosas, ¿qué desea?-.

-Le dejo aquí su cena, me marcho son ya más de las nueve señorito-.

-Naturalmente, gracias por advertírmelo, pero se me había ido el santo al cielo-.

CAPÍTULO IIIº

El viaje a la Camargue…

El avión procedente de Granada tomó tierra en el aeropuerto del Prat de Barcelona alrededor de las tres de la tarde, Felipe recogió su pequeño maletín y tomó el automóvil que previamente había alquilado el día anterior por teléfono para trasladarse hasta Montpellier, capital del Laguedoc-Rousillon.

Un par de horas más tarde cruzaba la frontera por la aduana de la Jonquera, sintió una extraña sensación, una especie de escalofrío que le recorrió el espinazo. En la primera área de servicio que encontró, detuvo su andadura para tomar un café bien calentito, el día andaba nublado y húmedo, estaba a algo más de mil doscientos kilómetros al norte de Granada y la temperatura era algunos grados inferior a la que el estaba habituado.

Repuso carburante y siguió por la autopista hasta Montpellier. Pasó por delante de la prestigiosa universidad de la que era rector su amigo Georges, doblo la primera avenida que encontró a la izquierda hasta llegar al final de la misma, allí detuvo en una esquina el automóvil para consultar el plano de la ciudad que había adquirido en la gasolinera. La rue de Monbert quedaba muy cerca de donde el se hallaba, era una calle bastante corta que subía zigzagueante por una suave cuesta, cerraba el final de la misma un coquetón chalet de cuidado jardín, ésta era la casa de Georges Pradel.

No había acabado de estacionar el auto, cuando vio a su amigo de pié en el umbral de la verja del jardín, aguardándole con los brazos extendidos y con la misma franca sonrisa con la que se habían despedido la última vez que se vieron en un congreso de Lieja, de esto hacía ya algo más de cinco años.

Se fundieron en un fuerte abrazo, el de Georges equivalía casi al de un oso, por la fuerza y corpulencia de éste. Se separaron unos centímetros para examinarse y leer el paso del tiempo en sus rostros. –Felipe, estás más delgado y se te blanquea el pelo-, dijo el francés entre expresivas carcajadas.

-Tú por el contrario estás más joven, condenado gabacho-, respondió riéndose el granadino. –Aunque algo barrigón-.

-Pero, ¿qué estamos haciendo aquí afuera?, vamos entra, ha refrescado y vamos a pillar un resfriado, no está el día demasiado fino, diría yo-.

Entraron en la casa, Georges le mostró a Felipe su habitación, en la que dejó su maleta, luego fueron a sentarse en la glorieta acristalada de la parte trasera para charlar. Desde este lugar, se divisaba a cierta distancia, una bella vista de las marismas de la Camargue, algunos atrevidos rayos de un sol ya cansino lograban atravesar los plomizos cúmulos del cielo que se reflejaban rielando oblicuamente sobre las aguas produciendo mil reflejos cegadores.

Se sentaron ambos en unas ligeras y cómodas butaquitas de mimbres acolchadas, Felipe llevaba consigo el libro y la fotocopia del famoso y misterioso documento que había hallado camuflado en el interior del mismo.

Felipe alargó el libro y el documento a su amigo, -toma, aquí tienes los originales, analízalos tranquilamente-.

Georges tomó el libro con el documento que estaba doblado exactamente igual que Felipe lo había hallado en el libro. Este se proveyó de una potente lupa e inició en primer lugar un minucioso examen del libro. Dedicó su atención a las cubiertas, revisó ambas varias veces, comparando la portada con la contraportada en varias ocasiones.

-Felipe, me atrevería a aseverar que el libro y el documento no pertenecen a la misma época, perdón, quizás no me haya expresado correctamente, quería decir que primero fue impreso y encuadernado, y posteriormente alguien manipuló la contracubierta de éste para ocultar, no se con que objetivo, el documento-. –Si esto es así, dobla el misterio-.

-¿Y en que te basas para tal aseveración?-.

-Verás, observando atentamente el perfil de la cubierta, parece ésta estar mucho mejor acabada de encuadernación que la contracubierta, la que contenía el documento, lo que podría ser indicio de que pudiera haber habido alguna manipulación posterior a la encuadernación primaria, esta sospecha mía nos la verificaría cualquier profesional encuadernador, conozco a uno y muy bueno, iremos a verle esta misma tarde, no vive lejos de aquí, además es hijo de un paisano tuyo refugiado de la guerra civil española-.

-Si ello es así, pienso que deberíamos centrar todos nuestros esfuerzos en descifrar el contenido del documento, ya que el libro tiene trazas de haber sido simplemente el medio para ocultar, guardar y o transportar a éste, que alguien se haya tomado tales precauciones bien pudiera significar que el tal, contenga u oculte revelaciones que para alguien pudieran ser muy importantes-.

-Si, si, estoy de acuerdo con tu teoría amigo Georges, creo que pudiera ser el inicio de un camino a seguir-, apuntó Felipe.

Les devolvió de nuevo a la realidad, el ruido de una puerta y el murmullo de unas voces al otro lado de la casa. Eran Jacqueline la esposa de Georges, con Nöel una de sus nietas de siete años, que regresaban de la compra. Ambos se levantaron para saludarlas, Felipe besó a Jaquie, como así la llamaba su esposo familiarmente, y luego a la pequeña que se había quedado algo rezagada detrás de su abuela al ver a un extraño que no conocía.

-¿Qué tal viaje has tenido Felipe?-. Jacqueline, tenía un tono de voz sumamente dulce, parecía un canto cuando la ejercitaba. Sobrepasaba escasamente los cincuenta, pero se mantenía todavía de buen ver, era una rubia francesa del norte, nacida en la región de Bretaña, conoció a su esposo en la universidad, al terminar ambos su licenciatura se casaron, y fueron a vivir a la casa de sus suegros en la Provenza, donde el sol les bendice casi todos los días.

-Muy bien gracias, el vuelo hasta Barcelona fue excelente y luego en el automóvil por la autopista, l´autoroute, como vosotros le llamáis, un agradable paseo-.

-Georges, ¿has preguntado a Felipe si le apetece tomar un café o algún refresco?-, preguntó la esposa de éste.

-Pues la verdad es que no, nos hemos enzarzado en hablar de nuestros asuntos y hemos olvidado cuanto nos rodea.

-Os voy hacer un buen café, ahora mismo-.

Jacqueline les preparó un excelente café al que" con un chorrito de coñac, un café "bautizaron corretto, como le llaman los italianos.

Poco después del pequeño refrigerio, Georges colocó dentro de una bolsa de plástico el libro que había traído su amigo Felipe y salieron para ir a visitar al amigo encuadernador. Enfilaron calle abajo hasta llegar a la avenida Auguste Comte por la que Felipe unas horas antes había circulado, cruzaron la misma y justo en la acera opuesta formando esquina con una calle secundaria, en la planta baja había un negocio de encuadernación artesanal. Georges llamó al timbre y se oyó el chasquido eléctrico de apertura de la cerradura, empujaron para entrar al vestíbulo, acudió a atenderles una señorita de la oficina.

-Venimos a visitar al señor Palomino, ¿sabe si puede atendernos?-.

-Voy a ver, aguarden, ¿quién le digo…?-.

-El profesor Pradel-.

No tardó ni un minuto en aparecer. –Antré, antré, si vous plait-, les dijo mientras les estrechaba la mano a ambos.

-Le presento al catedrático, Doctor, Felipe Frutos que está de visita en mi casa para un estudio que hemos iniciado conjuntamente. Si le parece amigo Palomino, hablaremos español, nos servirá a ambos para practicar el idioma, que dicho sea de paso, al menos por mi parte, tengo algo oxidado-.

-Sea usted bien venido profesor-, dijo el modesto empresario encuadernador con un todavía aceptable castellano, no exento de marcado acento francés. –Tomen asiento por favor-.

Felipe sacó de la bolsa el libro y se lo entregó al encuadernador. Georges le significó el interés que ambos tenían en que efectuara una minuciosa peritación del estado y antigüedad del ejemplar que le entregaban, y en particular de su encuadernación.

-Tenemos algunas dudas sobre la verdadera antigüedad de la encuadernación del libro, no así de la impresión del mismo. No viene a cuento el motivo del por qué, es algo relacionado con la historia, ya que el valor del mismo decrece o aumenta según el tiempo de su encuadernación-, añadió Felipe con el fin de darle al hombre una explicación algo satisfactoria.

Este lo agarró con manos de experto, tenía dedos largos y nervudos, parecidos a los que suelen tener los violinistas. –No entiendo nada de los caracteres de su escritura-, manifestó con una ligera sonrisa.

-Está escrito en hebreo y trata sobre normas de construcción de edificios para cultos religiosos-, le explicó Georges.

-Era simplemente curiosidad-, dijo eso mientras iba observando el libro con detenimiento por todo su alrededor. Al llegar a la contraportada señaló la parte interior de la misma levantando ligeramente con una de las uñas del dedo meñique la parte de la piel que Felipe Frutos había despegado para sacar el misterioso documento. Se quedó con mirada interrogante mirando a ambos visitantes.

-Eso lo hice yo, tratando de sacar un papel doblado que había debajo-, aclaró Felipe.

Palomino asintió con la cabeza y siguió con su inspección, detuvo su atención en el lomo de la cubierta, echó mano a una potente lupa con luz infrarroja incorporada que sacó de un cajón de la mesa, iniciando una minuciosa inspección milimétrica de éste. Unos minutos después dejó el libro sobre la mesa de trabajo, se quitó las gafas y dejó la lente.

-Señores-, dijo con cierta solemnidad, -en mi opinión, este libro ha tenido una manipulación posterior a su encuadernación primaria. Me explico; la portada mantiene la original, pero el lomo y la contraportada, fueron manipulados con posterioridad, se efectuó utilizado un material muy parecido al de la primera ocasión, pero con ligeras diferencias que no podría precisar, pero por los materiales empleados me atrevería a decir que fue efectuado dentro de este mismo siglo, lo confirma la luz infrarroja que distingue los pigmentos utilizados para teñir la piel usada en la portada, y los utilizados en la contraportada que pertenecen probablemente a nuestro tiempo no siendo así en los utilizados en la primera. La imitación de tonalidad es casi perfecta y el paso del tiempo cuida de igualarlo, el ojo humano no es capaz de distinguirlo, pero si la luz infrarroja , en la época en que fue editado el libro todavía estaban por inventarse los colorantes de anilinas, estos pertenecen al siglo veinte, aparecen en el primer tercio del siglo. A partir de aquí, poco más puedo añadir, simplemente que la manipulación sufrida ha sido efectuada por un artista, y quizás pudo haberse realizado en la década de los años treinta al cuarenta-.

-Amigo Palomino, nos ha sido usted de gran utilidad, ha esclarecido alguna duda que teníamos al respecto, le decía a mi compañero por el camino que íbamos a estar en manos de una autoridad en la materia, y acaba de confirmarlo, estoy en deuda con usted-, le dijo Georges mientras le estrechaba la mano al noble burgalés que las circunstancias de la vida le habían llevado a la Camargue.

-Le deseo tenga usted una feliz estancia en nuestra ciudad- le dijo a Felipe al despedirse.

-Gracias y le quedo yo también muy reconocido por su valiosa y eficaz ayuda-.

Ambos amigos echaron andar calle arriba, comenzaba a anochecer y amenazaba lluvia, desde las marismas entraba una brisa algo intensa y húmeda, ambos permanecían en silencio y meditabundos.

Al llegar a casa, Jacqueline estaba acabando de preparar un humeante y aromático café, que acompañaba con una bandeja de dorados bollitos recién elaborados por ella misma.

-Ummm, que aroma tan agradable, ¡¿no nos vas a invitar Jacquie?!-, dijo Georges al entrar en la casa y percibir el grato y reconfortante aroma de la infusión.

-¡Si os acercáis por la cocina lo haré con sumo placer!-, respondió esta desde allí.

Entraron ambos en ella, Jacquie se quitó el delantal que llevaba puesto y después de servir los cafés se sentaron alrededor de la mesa de la espaciosa y acogedora cocina. Hablaron de los viejos tiempos, de cuanto tuvieron que luchar para sacar adelante sus carreras y situarse en el mundo de la docencia, de sus alumnos, de sus matrimonios, de sus hijos y de sus nietos. En este último tramo de la conversación, Felipe casi no pudo participar.

-Yo tuve la desgracia que mi Carlota me tuvo que dejar muy pronto, la llamó Dios a que le acompañara, apenas dos años después de nuestro matrimonio, no tuvimos la oportunidad de poder edificar el hogar que tanto habíamos soñado cuando ya en el Instituto nos hicimos novios, y que tantas veces juntos, cogidos de la mano paseando lo imaginábamos-, en este punto Felipe se detuvo, le embargaba la emoción.

Jacqueline se levantó y rodeó a Felipe con sus brazos por los hombros dándole un suave beso en una de las mejillas para reconfortarle.

-Disculpadme, me he puesto algo tierno-, les dijo con una sonrisa y dando unas amables palmaditas en la mano de Jacquie.

-¡Ahora nos vamos a ir los tres a cenar!-, casi gritó Georges, para romper el momento y cambiar de tema.

Georges les llevó a un coquetón restaurante de cocina provenzal a las afueras de la ciudad. Se trataba de un lugar de decoración cálida y familiar, de construcción y estilo propio de la Provenza, al entrar en el establecimiento, dominaba el aroma a romero y espliego, plantas frecuentes y abundantes en la comarca.

Después de una excelente "soupe a l´oignon", y conejo al "all- i- olí", adobado con un joven bojolais, en la sobremesa llegó la tradicional degustación de la variedad de los excelentes quesos franceses, se habló de mil futilezas familiares, Felipe en determinado momento comenzó a explicar con todo detalle como halló y adquirió el libro que les ocupaba su atención.

-Captó mi atención la fecha de impresión del libro, calculé que apenas hacía unos veinticinco años que Johannes Gutemberg de Maguncia, había construido la primera máquina de imprimir cuando esta obra fue impresa, eso era en 1475. Se percibía de que había sido encuadernado primorosamente, los caracteres hebreos de la cubierta son una obra maestra, mantenían todo su perfil en relieve y fueron recubiertos en pan de oro, sin casi haber perdido todavía hoy, quinientos años después, su brillo y belleza, ello fue motivo principal para que me inclinara a su adquisición, fue como una atracción a primera vista, no se como explicarlo-.

-El eficiente dictamen del encuadernador Palomino, ha sido bastante esclarecedor, en cuanto al libro en si se refiere-, dijo.

-Llevas razón Felipe, creo que la información de mi amigo encuadernador, añade una porción más de misterio al asunto-, dijo Georges, para a continuación seguir :.

-Cuando descubriste el documento oculto en la contraportada, sin duda pensarías que habría sido efectuado en el mismo acto de la encuadernación, ¿es así?-.

-Cierto-.

-Pero el hecho de que nos hayan afirmado de que la encuadernación de la contraportada ha sido efectuado con posterioridad y quizás se remonte solo a unos cincuenta o sesenta años atrás, cambia sustancialmente la cuestión, ¿no te parece?-.

-Efectivamente, sigue, sigue, Georges, creo que vas bien encaminado en tu reflexión-, le animó su compañero.

-Eso hace dividir la investigación en varias direcciones, de las que me hago las siguientes preguntas :

Primero : -El documento ocultado en el libro debe contener algo de suma importancia para alguien o para alguna comunidad o país.

Segundo : –Si fue escondido tan cuidadosamente sería para poder transportar su contenido con cierta seguridad de no ser descubierto.

Tercero : –La siguiente pregunta es ¿transportado de donde a donde?.

Cuarto : – O entregado ¿de quién a quién?.

-Georges, las razones expuestas corresponde a una lógica razonada, pero para ello deberíamos seguir la pista al libro a la inversa, tratando de averiguar su andadura en los últimos cincuenta o sesenta años. Yo podría ocuparme de ello, e iniciaría las pesquisas por el librero cordobés-.

-Perfecto, si te parece yo puedo seguir trabajando sobre el documento para tratar de descifrar su contenido. Viajaría a Varsovia para entrevistarme con Jacob Cohen, recordarás que es un experto en lenguas muertas y la óptima relación de su familia con la comunidad judía de Polonia e Israel -.

Un camarero les interrumpió con la cuenta, eran más de las once de la noche. Al salir del restaurante lloviznaba, entraron rápidamente en el Renault Clio de Jacqueline y regresaron a casa.

CAPÍTULO IVº

Unos días después de la reunión con Felipe Frutos, Georges Pradel volaba a Varsovia donde le aguardaba Jacob Cohen, en el pequeño y coquetón aeropuerto Friderik Chopin. El día precedente, éste había llamado a su compañero de la Sorbona, la conversación se había prolongado por algo más de media hora para ponerle al corriente a grandes rasgos del motivo de su visita.

Ambos subieron al automóvil Lada rojo que Jacob tenía en la zona de estacionamiento de la Terminal del aeropuerto, cruzaron buena parte de la bella y artística ciudad de Varsovia hasta llegar a la casita que el polaco tenía a las afueras de la ciudad, un tranquilo barrio residencial conocido por Aleksandrow, en el que se alojaba una buena parte de la colonia judeo-polaca que pudo sobrevivir a la persecución nazi en la década de 1935 a 1945, unos pocos lograron evadirse con mil penalidades de los campos de concentración, otros emigraron a tiempo a otros países donde las garras asesinas de la Gestapo no pudieran alcanzarles.

Por el camino rememoraron los viejos tiempos universitarios. Jacob había orientado su vida al estudio de la religión hebrea y a las lenguas relacionadas históricamente con la misma.

Se detuvieron el la plaza Artura Zawiszy, para reservar habitación en el hotel Jan III Sobieski, luego siguieron camino hasta llegar al domicilio de Jacob, este metió el auto en el garaje y subieron a la primera planta por la escalera que le intercomunicaba con el resto de la vivienda.

De los camaradas de la Sorbona, Jacob Cohen era el que había envejecido más de aspecto, había engordado ostensiblemente, en la cabeza casi no le quedaba nada de cabello, sin embargo llevaba unas ostentosas y rizadas barbas, ahora ya grisáceas, que no agraciaban demasiado su estampa, todo lo contrario, lograba con ello exteriorizar más su condición de judío.

Georges después de más de diez años que no le veía, le encontró bastante cambiado, no solamente de físico, si no también en su modo de comportarse y expresarse. Jacob había sido siempre un muchacho reflexivo, algo tristón e introvertido de carácter, sus compañeros de la universidad siempre bromeaban con el y hacían chistes por su condición de judío, pero Georges no le dio excesiva importancia, todos cambiamos un poco, pensó para sus adentros.

La casa era amplia, bien amueblada y confortable, estaba bien preparada para los crudos y prolongados inviernos polacos. En el salón de estar, predominaba el Menoráh, candelabro de siete brazos, junto a una caja cerrada, en olorosa madera de cedro que probablemente contenía la Torá o también llamado Jumash, en rollos de pergamino, el libro sagrado de los judíos, conocido por los cristianos como el Pentateuco, el Bereshit, Sehemot, Vayikrá, Bemidbar y Devarim, junto a una larga librería atestada de libros y rollos de documentos antiguos, buena parte de estos descansaban por el suelo apilados en un rincón de la pieza en espera de poder ser alojados en algún nuevo estante pendiente todavía de construcción.

La estancia, era un lugar tranquilo en el que reinaba principalmente la luz del día filtrada a través de los visillos de dos grandes ventanales, el silencio era solo perturbado en ocasiones por algún ave que cantaba subida en la rama de los árboles del bosquecillo que rodeaba la casa. También en aquella latitud la primavera comenzaba a manifestarse, quizás con menor exuberancia que en la luminosa Provenza francesa y Andalucía.

Se acomodaron en un sofá junto a uno de los ventanales, Jacob acercó un par de vasos y una botella grande de Cola que puso sobre la mesita próxima a ellos tomando asiento a poca distancia de Georges.

-Y bien querido Georges, cuéntame con más detalle, sobre el misterioso documento que Felipe halló casualmente en ese libro antiguo.

-Verás, como tu sabes, Felipe Frutos es hombre dado a coleccionar libros antiguos, de los que a través de los años ha ido atesorando una estimable colección. Hace algunas semanas adquirió por pura casualidad un libro editado en Italia en el siglo quince, era un libro de contenido aparentemente sin importancia, solo su antigüedad lo respaldaba, fue escrito en hebreo y su estado de conservación era bastante aceptable. El tema de su contenido, era también intrascendente para Felipe-.

En este punto Georges efectuó una pausa, dio un sorbo al refresco y miró de soslayo a su compañero, le pareció su actitud algo cambiada, más distante, no sabía como definir esa sensación que le asaltaba, pero siguió en su exposición.

Le relató a Jacob todo cuanto del documento hallado sabía, y la tan especial disposición de éste en la contracubierta del libro y, la extraña escritura que éste contenía, que tanto Felipe Frutos como él mismo, habían sido incapaces de interpretar, a pesar de ser doctos en lenguas semíticas.

-¿No tenéis indicios, ni pistas de los caracteres de la escritura de tal documento?-

-No, a pesar de que ambos hemos dedicado horas en estudiarlo y en consultar cientos de libros y documentos, no hallamos similitud alguna con nada hasta el momento conocido-.

-¿Podrías relacionarlo someramente y de algún modo con la escritura cuneiforme?-.

En este punto Georges, se quedó algo pensativo, y se hizo la siguiente reflexión : ¿cómo puede Jacob hacerme esta pregunta tan específica, sin haber visto todavía el documento y ni tan siquiera habérselo yo descrito?. A partir de este momento, decidió proceder con algo más de cautela.

-¿Por qué me haces esta pregunta Jacob?-

-No se, verás, he tenido un lejano presentimiento, pero no me hagas demasiado caso-, dijo esto y levantándose se fue hasta el ventanal que tenían detrás de donde se hallaban sentados, apartó con la mano el ligero visillo blanco y se puso a mirar el jardín de la casa. Se hizo unos segundos de tenso silencio.

-¿Llevas contigo este documento?-, preguntó Jacob sin moverse del lugar donde se hallaba mientras seguía mirando al exterior.

-Si, he traído conmigo una fotocopia del original, pero lo tengo en el maletín que deje en el hotel-, Georges mintió, llevaba una clara fotocopia doblada en el bolsillo de su chaqueta, pero no sabía por que motivo no confesó llevarla encima y mostrarla a su compañero.

-Me gustaría que lo viera también mi padre, el sabe mucho sobre escrituras semíticas, si te parece, mañana podríamos ir a visitarle a la Sinagoga-.

-Será un placer saludar y conocer a tu padre, recuerdo

que nos habías hablado mucho de el durante nuestro tiempo de estudiantes en París-, añadió Georges.

Éste evitó volver a hablar del tema central por el que se había desplazado hasta Varsovia, no sabía porque no se sentía cómodo tenía un especie de presentimiento, derivó la conversación a los tiempos de juventud, a la familia y a la situación política polaca, ahora en profunda transformación de su etapa post-comunista, muy delicada y activa en aquellos momentos. Estuvieron hablando algo más de cuatro horas, luego Jacob le acompañó hasta el hotel y quedaron para recogerle al día siguiente alrededor de las diez de la mañana.

Tan pronto Georges llegó a su habitación cogió el teléfono y solicitó a la centralita una conferencia con el número de Felipe en Granada.

-¿Dígame?- dijo una voz femenina.

-Póngame con el señor Felipe Frutos, por favor-.

-Aguarde voy a avisar al señorito- respondió una voz algo chillona.

-¡Señorito, le llama al teléfono un señor con acento extranjero!-.

Felipe estaba con la regadera en las manos cuidando de las flores y plantas de su "patio", dejó ésta en el suelo y fue presuroso a atender a la llamada, figurándose de quién procedía.

-Georges, ¿desde donde me llamas?-

-Estoy en un hotel de Varsovia, he llegado hace algunas horas, y he preferido llamarte después de haberme entrevistado con Jacob Cohen para así poder contarte algo más-.

-¿Cómo está el viejo compañero?- preguntó Felipe.

-Verás Felipe, he salido algo sorprendido del primer contacto que hemos tenido. No se como explicarte, pero tengo una extraña e indefinida sensación que no se como explicar-.

-Ahora si que me dejas perplejo, explícate algo más, me tienes en ascuas-.

-Jacob, no es ya el que conocimos y trabamos amistad en París, es mucho más frío, se ha vuelto más religioso, más judío diría, se dedica plenamente a su Fe y al estudio de la misma, posiblemente influenciado por su padre, el Gran Rabino de Varsovia, precisamente mañana tenemos cita con él, pero lo más sorprendente de todo es que durante la conversación que hemos mantenido respecto al documento, de sopetón y sin todavía haber visto la fotocopia que llevaba, me preguntó si los extraños caracteres del documento guardaban algún remoto parecido con la escritura cuneiforme-.

-¿No me digas?-.

-Pues si, tal como te explico, luego también me preguntó si lo llevaba encima. No me preguntes por qué, pero le dije que lo había dejado en el hotel, a pesar de que llevaba la fotocopia doblada en el bolsillo interior de mi chaqueta. Algo hizo que me pusiera en guardia, algún presentimiento que no me explico. No se, veremos mañana como me va con la entrevista con su padre, es un hombre importante en la comunidad judía de la ciudad y quizás diría del país-.

-Bien, pero me dejas bastante intrigado y preocupado, infórmame mañana del resultado de la entrevista, por el cariz que están tomando las cosas, creo que haces muy bien en ser cauto, ah y gracias por tu llamada, hasta mañana-.

A demá-.

Georges salió a dar un paseo por la ciudad, era la primera vez que visitaba la capital de este bello y sacrificado país centroeuropeo, tantas veces invadido y ocupado a través de la historia por gentes procedentes del Este y del Oeste del continente. En él vivió la mayor colonia judía de Europa antes del holocausto Nazi.

Salió a la calle y notó que la temperatura había bajado notablemente, entró de nuevo en el gran hall del hotel y compró una larga bufanda de lana en la boutique de complementos de caballero que había. Se envolvió con ella la garganta y volvió a salir a la calle, se puso las manos en el bolsillo del pantalón y comenzó a caminar por la avenida que partía desde la plaza Artua Zawiszy en el centro histórico de la ciudad.

El sol comenzaba a esconderse por detrás de los tejados de zinc de las iglesias, y de los suntuosos edificios públicos, que los había en gran número, bien reconstruidos después de la pavorosa destrucción sufrida durante la segunda guerra mundial, y que hablaban por si solo del glorioso e importante pasado del país.

Después de algo más de una hora estaba fatigado y ligeramente hambriento, cruzó al otro lado del río Vístula, que desde donde el se hallaba parecía que la ciudad disfrutaba de mayor animación en un sábado por la noche.

Detuvo su andadura frente a la puerta de un restaurante llamado Don Polski, en la calle Ulica Francuska, le causó una buena impresión, estaba casi lleno, había un ambiente alegre y algo bullicioso, pero por fortuna le

pudieron aposentar en una mesa cercana a una de las ventanas que daban al jardín que rodeaba el edificio. La carta estaba escrita en varios idiomas que demostraba la internacionalidad de la cocina del lugar, el ambiente que se respiraba era sumamente acogedor.

Desde otro lugar de la ciudad Jacob Cohen hablaba por teléfono con su padre Isaac, le informaba de la visita de su antiguo compañero de estudios en París y del asunto que a éste le había traído a Varsovia. Quedaron en recibirle el día siguiente en el despacho que el Gran Rabino tenía adjunto a la sinagoga Nozyk, la única en la ciudad, después de las casi cuatrocientas que hubo y que fueron demolidas por los nazis alemanes. Hasta 1939, el treinta por ciento de los habitantes de Varsovia eran judíos, de los que solo sobrevivieron algo menos de un 10%.

La sinagoga Nozyk no fue demolida por la sencilla razón de que los nazis la habilitaron como caballerizas y almacenaje del alimento y forraje para las bestias del ejército, así reza en la actualidad una placa en el interior de la misma.

Después de la conversación mantenida entre padre e hijo, el primero decidió marcar un número telefónico de Viena, Austria.

-¿Hallo?- dijo una voz femenina con marcado acento alemán al otro lado.

-¿Señorita puede usted pasarme con el señor Simón Wiesenthal?-.

-¿Quién le digo que le llama?-.

-Dígale que está al aparato el Rabino Isaac Cohen, de Varsovia-.

-Aguarde un momento por favor-, se oyó el ruido del auricular al dejarlo reposar sobre una mesa y el de unos tacones femeninos a paso algo apresurado.

Pasaron casi treinta segundos y se oyeron de nuevo los pasos femeninos, -aguarde por favor unos instantes señor Cohen, el señor Wiesenthal está viniendo para atenderle-.

Poco después, se oyó una entrecortada respiración y la voz ronca del propio Simón Wiesenthal, conocido como el cazador de nazis, que ya contaba ahora ochenta y seis años.

Shalom Isaac, viejo amigo, cuanto tiempo sin saber de ti, ¿cómo estás tu y tu familia?-.

Shalom Simón, estoy muy feliz de oírte de nuevo, estamos todos bien gracias-.

-¿En que puedo serte útil?- preguntó el anciano cazador de nazis, el hombre que había logrado sobrevivir a doce campos de concentración durante cuatro años, que escapó milagrosamente en varias ocasiones de ser ejecutado. Durante todo este tiempo fue memorizando los nombres de cada uno de los criminales nazis que participaban en el genocidio y una vez liberado por las tropas de los EE.UU. dedicó su vida exclusivamente a seguir su rastro hasta hallarles y hacerlos prender. Se dice que unos ochenta miembros de su familia fueron asesinados por la Gestapo.

En uno de estos campos coincidió con Isaac Cohen, en Mauthausen, allí estuvieron juntos unos cinco meses , de éste Isaac pudo evadirse y huir hasta alcanzar la frontera con Suiza, pero antes habían ya forjado una férrea amistad junto con otros compañeros que corrieron peor suerte.

-Verás Simón, esta tarde ha venido a visitar a mi hijo un antiguo camarada de estudios de cuando estuvo en París, es ahora el rector de la universidad de Montpellier, una eminencia en lenguas semíticas, hombre querido y respetado en su país, no hace mucho fue condecorado por el propio Presidente de la República con la Legión de Honor, en el grado de Caballero. Otro profesor de otra nacionalidad, también compañero de estudios y así mismo experto en lenguas semíticas, tiene como afición, adquirir libros antiguos y en particular ejemplares únicos-. Aquí el Rabino Cohen se detuvo para tomar un respiro y pensar en la siguiente frase que explicaría el real motivo de la llamada, de sobra sabía que Wiesenthal era hombre pragmático y no se andaba con rodeos, debía mantener todo su interés en la conversación.

-Sigue, sigue- le animó Simón, al tiempo que tomaba asiento en una silla cercana, últimamente para él era una tortura permanecer de pié demasiado tiempo.

-El motivo principal de la visita, es un documento hallado muy bien escondido dentro de un libro anti…..

-¡¡Detente!! no sigas- le interrumpió Simón súbitamente, casi gritando y en hebreo.

-Lo que intentas contarme por teléfono no lo hagas, a pesar de los años transcurridos, esta gentuza tiene todavía las redes echadas por todas partes. Intuyo que deseas explicarme algo importante, por eso he cortado tan radicalmente, ven a verme tan pronto te sea posible, pero no hables a nadie de ello, quizás no sea nada de lo que estoy imaginando, pero te aconsejo que a partir de ahora seas sumamente prudente-.

-Bien, intentaré venir a visitarte cuanto antes, te avisaré tan pronto tenga la seguridad y la evidencia de ello, mañana he de tener una entrevista con el personaje que antes te he citado, mi hijo Jacob irá a recogerle al Jan III Sobiesky donde se hospeda. Tendrás noticias mías en breve. Shalom-.

Shalom-.

Isaac Cohen colgó y se quedó un buen rato de pie junto al teléfono meditando sobre las últimas palabras de su viejo amigo Wiesenthal. Quedó algo sorprendido por la forma tan brusca con que éste le había interrumpido la conversación, pero comprendía la reacción.

Había oído comentar que muchos de los oficiales y suboficiales de las antiguas SS y de la Gestapo, al terminar la pasada guerra mundial, al ver que iban a perder la guerra, cambiaron de personalidad y se situaron en los cuerpos administrativos de la naciente Alemania Federal en formación, tuvieron la precaución y tiempo para cambiar sus nombres e identidades, los aliados jamás pudieron localizarles para pedirles cuenta de sus fechorías. Ocuparon y ocupan todavía, puestos claves dentro de la administración alemana y austriaca, que les permitían acceder a poder falsificar y emitir documentos, eliminar determinadas fichas personales en los archivos centrales de personas buscadas por genocidio o expolios, interferir y escuchar conversaciones telefónicas, en los mandos de la policía, etc.. Después de tantos años, todavía hoy, muchos de estos puestos clave de la administración, están ocupados por descendientes de estos asesinos sin escrúpulos, cuyos jefes de alta graduación tuvieron la oportunidad de huir, dirigiéndoles todavía desde sus haciendas en América Latina o Sudáfrica.

Llamó a su hijo. –Atiende Jacob, acabo de hablar con una persona muy importante en Viena, le he intentado explicar algo de lo que tu amigo francés ha venido a mostrarte, inmediatamente me ha cortado y me recomienda no hablar de ello por teléfono, por nuestra propia seguridad-.

-¿Cómo dices papá?-. Jacob no podía entender lo que su padre acababa de comunicarle, -pero, pero..-.

-Atiende hijo, ven ahora a casa, de inmediato, te lo voy a contar personalmente-.

Jacob, hecho un mar de dudas, cogió su Lada rojo y en un santiamén se presentó en la casa de su padre, tardó poco menos de diez minutos, aquellas horas en Varsovia la circulación había mermado ostensiblemente.

Su padre le aguardaba en el salón de estar tomando una infusión. –Padre, ¿que es todo este misterio de no poder hablar por teléfono?-.

-Acércate y siéntate. Acabo de hablar con mi amigo Simón Wiesenthal en Viena, ya sabes, el hombre que ha logrado que encarcelaran a más de 1.100 criminales de guerra, fue el que logró dar caza a Adolf Eichmann en Buenos Aires y casi lo logra con el doctor Menguele, aunque éste se le escurrió en el último momento.

Bien, como te decía, con Simón coincidimos en el campo de concentración de Mauthausen, allí hicimos una sólida amistad, hasta que yo tuve la fortuna de poder evadirme. Más tarde hemos coincidido en distintas ocasiones y nos hemos intercambiado informaciones valiosas para sus pesquisas que yo pude también ir recabando de otros campos y lugares-.

Jacob permanecía muy atento y en silencio, en la estancia no había nadie más que ellos dos, su madre se había acostado hacía algo más de una hora. Se mesó las barbas algo nervioso e intrigado por tanto misterio.

-En cuanto le inicié el asunto del libro, repentinamente ¡zas! me interrumpió la conversación y me invitó a que le visitara en Viena-.

-Cuando mi amigo Georges comenzó a explicarme todo esto del libro y el extraño documento oculto en el, me vino a la memoria como un rayo, que hace bastantes años me comentaste que había corrido la voz entre algunos prisioneros del campo de exterminio en el que estuviste, que un poderoso y acaudalado grupo de hombres de negocios judíos, habían mandado ocultar un gran tesoro en joyas, lingotes de oro, y valores, en no se sabe donde, en previsión a lo que ellos intuían que podía sucederles, ¿es así?-.

-Si, ciertamente algo de esto oí comentar y, posiblemente este sea el motivo por el que Wiesenthal desee verme personalmente-. –Mañana ve a buscar a tu amigo y vamos a que nos informe de todo cuanto sabe y, veamos de una vez este misterioso documento-.

Más allá, Georges Pradel, había cenado francamente bien, la comida polaca le había complacido, no era sofisticada como la francesa pero le agradó, había acompañado la misma con una pinta de piwo jaspe, la excelente cerveza polaca rubia, no se le ocurrió pedir vino, por varias razones, entre ellas, la escasez de estos caldos en los restaurantes por el precio del mismo que discriminaban su consumo. Pagó la cuenta y salió a la calle. Dirigió sus pasos al hotel.

Subió a su habitación y se marchó directamente al baño para tomar una ducha que le relajara. Al abrir el maletín de viaje para coger el neceser, le pareció que este no estaba en el lugar donde el lo había colocado cuando lo puso dentro del maletín, no le dio más vueltas al asunto, pensó que posiblemente estaba confundido. Sacó el pijama y se puso el neceser bajo el brazo, al abrir éste observó que los objetos de su interior, estaban revueltos, no se hallaban colocados en los alojamientos previstos para cada objeto, se quedó meditando unos segundos ahora todavía más sorprendido, salió del baño e inspeccionó la habitación, todo se hallaba correctamente, volvió a abrir el maletín de viaje, comprobando que se hallaba la camisa de recambio doblada tal y como se la había entregado su esposa Jacquie, calzoncillos, calcetines y un par de corbatas, todo en orden.

Revisó de nuevo toda la habitación, incluyendo el armario, debajo de la cama y los cajones de la consola que había en uno de los lados de la habitación. Nada que objetar y que fuera anormal, no obstante seguía extrañado por el desorden de los objetos que halló en su neceser. Volvió a colocar a cada uno de ellos en su alojamiento correspondiente, cerró el mismo y procedió a agitarlo con cierta violencia, con la intención de ver si por el movimiento alguno de ellos se salía de su lugar, incluso lo lanzó al aire para que cayera sobre la moqueta del lado opuesto de la habitación. Procedió abrirlo, y comprobó que todos los enseres permanecían pulcramente situados cada uno en sus alojamientos, a pesar de la violencia de movimientos a los que fueron sometidos.

Dudaba que determinación tomar, estaba seguro de que cuando metió el neceser en el maletín estaban todos los enseres perfectamente colocados, ya que los había puesto y cerrado la cremallera personalmente.

No le dio más vueltas al asunto y se metió en la cama, tardó bastante en conciliar el sueño, de vez en cuanto le venía a la mente la inesperada pregunta de Jacob respecto al documento y el revoltijo interno de los objetos del neceser.

Después de una noche de agitado sueño, Georges se levantó con un fuerte dolor de cabeza, pidió por teléfono que le subieran el desayuno y un par de aspirinas.

Sacó del bolsillo interior de su chaqueta la fotocopia del fascinante y misterioso documento que había traído consigo, la dobló por la mitad y lo partió en dos partes iguales, había decidido a partir de ahora ser sumamente cauto, incluyendo en ello a su viejo amigo Jacob. No mostraría el documento íntegramente, en todo caso mostraría una de las dos mitades, una de ellas la puso dentro de una carpeta de plástico y la otra la dobló varias veces hasta reducirla a una superficie de pocos centímetros, levantó una de las patas del somier de la cama y situó el papelito debajo de ésta, quedando bastante bien ocultado.

Abrió la puerta a la camarera que le traía el desayuno y las aspirinas que había pedido, a continuación se puso a desayunar. Descolgó el teléfono para llamar a Felipe Frutos.

-¿Felipe?-

-Si, soy yo. Buenos días Georges-.

-Ayer tuve una sorpresa un tanto desagradable-.

-¿Y eso?- preguntó Felipe intrigado.

-Verás, después de la entrevista que tuve con Jacob, al regresar a mi hotel, hallé el contenido del neceser de viaje todo descabalado, como si hubiese sido registrado, no se si ha sido una casualidad, pero lo que si es seguro que mi neceser ha sido registrado, no digo lo mismo del maletín de viaje, diría que todo estaba en su sitio, pero a partir de este momento voy a tomar precauciones, ya te contaré luego como me ha ido la entrevista con los Cohen. Voy a cortar, en un momento va a venir Jacob a buscarme y todavía no he terminado de desayunar y estoy todavía por vestirme. Hasta luego-.

-Hasta luego-.

Felipe Frutos se quedó pensativo un buen rato, estaba realmente sorprendido por la noticia que Georges le acababa de comentar. Era domingo, tenía pensado ir a visitar al librero de Córdoba, advirtió a la asistenta de que no llegaría para el almuerzo, y fue al garaje a por su automóvil saliendo poco después de Granada.

CAPÍTULO Vº

En el entretanto Felipe Frutos se dirigía a Córdoba, desde algún lugar de Austria cercano a la frontera con Alemania, alguien efectuaba una breve llamada al antiguo coronel de las SS, Henricks von Hessing.

-Herr coronel, le habla Hans Köller, ayer pude captar una conversación del tal Simon Wiesenthal, en un momento determinado hizo que ésta se interrumpiera bruscamente, provocando que prestáramos mayor atención-.

-Hábleme sobre ello Köller, no omita detalle, todo lo que proceda de este maldito judío usted sabe que interesa a la organización

-Ja, hablaban sobre un libro y un documento oculto, en este punto Wiesenthal interrumpió a su interlocutor a cajas destempladas, su interlocutor no era otro que el gran rabino de Varsovia, un tal Cohen. Éste le hablaba a cerca de un profesor francés que estaba alojado en un hotel de la ciudad y que venía a visitarle para lo del documento. Al fin acordaron que el rabino se desplazaría a Viena a verle para hablar sobre el tema. El viejo judío no se fía del teléfono, debe sospechar que le tienen sometido a escucha-.

-¿Algo más?-, preguntó el ex coronel.

-Ah si, casi se me olvida, uno de nuestros hombres en Varsovia registró la habitación del hotel en que se hospeda el francés, no halló nada de particular que merezca mención. Llevaba muy poco equipaje-.

-Muy bien teniente Köller, buen trabajo, mantengan una estrecha vigilancia a toda esta gente, hable también con nuestros contactos en Francia para que nos informen del profesor francés. Llámeme en cuanto tenga usted más novedades. Heil Hitler-.

-A sus órdenes mi coronel-. A pesar de que ninguno de ellos pertenecía ya al ejército, mantenían el trato del rango de su antigua graduación al igual que si estuvieran en activo.

Antes de llegar a Córdoba, Felipe se detuvo por el camino en una venta para tomarse un café, aprovechó también para fumarse una pipa, al salir de nuevo a la carretera a por su automóvil, miró a su alrededor, el espectáculo de la primavera andaluza es único en el mundo, la variedad del colorido de las flores y la luz solar incitaban a disfrutar del día, allí la naturaleza se manifiesta con toda la exuberancia de que esta capaz.

Subió al Seat Ibiza y reemprendió la marcha, quedaban pocos kilómetros para llegar a la histórica y antigua ciudad de los Califas. Llegando al puente Romano ya divisó la esbelta torre-campanario de la Mezquita, de nuevo estacionó el auto en el pequeño solar de los alrededores de la mezquita y le dio la propina de costumbre al hombre que estaba al cuidado del mismo para que vigilara con más interés su vehículo.

Se dio un paseo por la calle del Torrijo, pasó por delante del hotel Maimónides, hasta llegar a la calle de la Judería y finalmente se metió en el Callejo Quero en el que se hallaba la librería donde había adquirido unas semanas antes el ahora ya famoso libro que contenía el misterioso documento.

Se quedó de pie unos segundos ante la puerta de la librería de Simón Pieres, pensando de cómo enfocar la conversación con el librero, debía ser muy sutil para que éste no le negara la información que precisaba, que no era otra que conocer el origen o procedencia del libro adquirido allí.

-Buenos días señor Pieres-, dijo al entrar en el establecimiento, tratando de dar una entonación alegre a su voz.

El hombrecillo, se hallaba en aquel momento en el fondo del local, clasificando unos libros que acababa de recibir, al oír el saludo, se dio la vuelta y mirando por encima de sus anteojos vio a su cliente al que reconoció de inmediato. Dejó lo que estaba haciendo y se acercó lentamente al lugar en que se hallaba Felipe mirando algunos libros que el librero había dejado sobre un mostrador, pendientes de clasificar todavía.

-Buenos días tenga usted profesor, ¿le interesa alguno de estos libros?, los adquirí la semana pasada-. El librero sabía que Felipe casi siempre salía de su establecimiento habiendo adquirido algún ejemplar.

Felipe, intentaba no dar la impresión de que quería someter al librero a un interrogatorio, por lo que abordó el asunto como si estuviera desarrollando un trabajo de historia para la universidad.

-He visto poco de ellos, pero también le digo señor Pieres que usted siempre suele tener libros interesantes, por eso soy uno de sus buenos clientes. Precisamente el último que le adquirí, ha sido motivo de un interesante debate entre mis colegas de la facultad-.

El catedrático observó que había captado la atención de su interlocutor, éste se había apoyado en el mostrador y dejó un par de libros que llevaba en la mano sobre el mismo.

-Y ¿cuál fue el motivo de tal debate?-, se atrevió a preguntar, movido por la curiosidad de que uno de los libros salido de su modesto negocio hubiera podido suscitar interés en el santuario de la cultura granadina.

-Muy sencillo, no se si recordará usted que era un libro escrito en hebreo, cuya impresión fue llevada a cabo en una población poco relevante de Italia pocos años después de haber sido inventada la imprenta. ¿lo recuerda usted?-.

-Creo que si, pero vagamente-.

-Uno de mis colegas, se atrevió a opinar que probablemente era una reproducción, o que quizás hubiese sido falsificada la fecha de su edición. Opinión que como usted comprenderá, me molestó en gran manera, por que me consta que usted selecciona y controla con rigor todo el material que entra y sale de su establecimiento y la verdad que la opinión de mi colega me dejó inquieto y me agradaría poder demostrarle su error-.

-¿Recuerda usted el título, quizás con el pueda localizarlo en mis fichas?-.

-Si, perfectamente, su título al castellano es : "LAS CASAS DE YAVÉ"-.

El librero Pieres fue con paso casino a por su archivador portátil, lo depositó sobre el mostrador, buscó entre las fichas y sacó una de ellas, -aquí está- dijo blandiéndola entre sus dedos pulgar e índice agitándola como si de un abanico se tratara.

-¿Qué desea saber sobre ese libro profesor?-.

-Todo cuanto sea posible, desde su origen, por cuantas manos ha pasado, etc., me gustaría desarrollar una pequeña historia a su alrededor-.

-Pues adelante, pregunte usted-.

-¿Dónde y cuando adquirió usted el ejemplar que merece nuestra atención?-.

El librero leyó la ficha y mirando a su interlocutor le dijo : -lo adquirí como un lote, junto con otros ejemplares en el año 1986, a un anticuario y librero de la ciudad de París, creo recordar que según me dijo éste, los había adquirido con otros objetos, en una subasta que procedía de un palacete de una rica familia de banqueros de origen semita fallecidos casi todos ellos durante la segunda guerra mundial-.

Felipe iba anotando los datos que el librero le iba leyendo de su ficha. A medida que avanzaba iba aumentando su interés y se atisbaba algo de luz al misterio.

-Hasta aquí no puedo darle más referencias sobre este libro, ya no se más-.

-¿A caso recuerda el nombre de del anticuario parisino al que le adquirió el lote?-.

-¿Le interesa también saberlo?-.

-Pues si, puestos a saber…-.

-Aguarde un momento, voy a ver si todavía conservo la factura que en su día me emitió-.

El señor Pieres fue a la trastienda regresando con un viejo y sobado archivador de cartón para facturas de la marca Centauro, lo abrió en presencia de Felipe, se quitó las gafas y con un pañuelo de bolsillo procedió a limpiar los cristales de las mismas, no sin antes empañarlos un poquito con su propio aliento.

-Veamos, aquí está-, pasó la mano por encima del papel a la vez que soplaba, para desempolvarla un poco. –Se llama "Sottery", en el 16 de la rue Beaujon, recuerdo que era una calle cercana al Arco de Triunfo, hace de ello tantos años, me parece recordar que el propietario era un tal señor Henry-.

Felipe fue tomando notas. -¿Y el subastero conocía algo de la historia familiar o el nombre de los propietarios de los libros que sacó a subasta?- preguntó.

-Pues la verdad que no me interesé por ello, no tenía interés alguno para mi-.

-Si, comprendo-. Felipe se dio cuenta que su interlocutor nada más podía decirle respecto a lo que el había venido a averiguar, no era demasiado, pero si algo más de lo que sabía antes de entrar.

-Le agradezco su información y amabilidad, que me será muy útil para lo que pretendo, ahora con su permiso voy a ver si encuentro algo interesante para llevarme-.

-Está usted en su casa-.

Felipe Frutos estuvo un buen rato todavía en la librería ojeando algunos volúmenes hasta alrededor del mediodía, luego se despidió del librero y regresó a buscar su automóvil, pensó en almorzar por el camino en alguna de las muchas ventas que había en la carretera.

Sobre las cinco de la tarde llegó a Granada y tan pronto se hubo acomodado en el estudio de trabajo de su casa, llamó al hotel en que se alojaba Georges en Varsovia.

-¿Georges?-.

-Si, Felipe, soy yo-

-Acabo de regresar de Córdoba de ver al librero al que le adquirí el libro, he hecho algunos progresos interesantes-

-Felipe, discúlpame que te interrumpa, de un momento a otro viene a por mi Jacob y no puedo hacerle esperar, luego me dejará en el aeropuerto o perderé mi vuelo, te llamaré hoy mismo desde mi casa, yo también tengo algunas noticias que darte, una vez más te pido que me disculpes-.

-Ve, no te preocupes hablamos más tarde, que tengas un feliz vuelo-.

Felipe colgó el teléfono y comenzó a pasar a su ordenador personal las notas tomadas manualmente de su entrevista con el librero.

CAPÍTULO VIº

Cuando Georges Pradel bajó al lobby del hotel, encontró a su amigo Jacob Cohen sentado en una de las butacas del la sala de espera leyendo La Gazeta Wyborcza, uno de los periódicos de más tirada de la ciudad, cuya sociedad editora estaba en manos de un pool judío.

Se saludaron con velada reserva por parte del francés, por sus adentros éste había llegado a pensar si el posible registro que había tenido en la habitación del hotel, hubiese tenido algo que ver su amigo o el padre de éste, pero rechazó de inmediato la idea. Subieron al coche casi sin hablar, cruzaron casi toda la ciudad, el día estaba gris plomizo y la baja presión existente afectaba a los biorritmos de Georges, al dolor de cabeza que sentía al despertarse por la mañana las aspirinas no le habían hecho el efecto deseado.

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