Felipe efectuó las presentaciones de sus acompañantes, correspondiendo el funcionario con afectada ceremonia, éste les invitó a visitar la casa consistorial, edificada durante el primer tercio del siglo XVII en el más puro y sobrio estilo castellano. Luego más tarde les acompañó hasta el hotel acordando la visita a la Casa del Greco para el día siguiente por la mañana.
Cenaron todos ellos en el restaurante del hotel en que se alojaban. En el transcurso de la cena, el doctor Matloub, que estaba sentado a la izquierda de Felipe, preguntó muy discretamente a éste, quién era la señorita que le había presentado y que tenía que ver en todo el desarrollo del asunto que les había conducido hasta allí.
Felipe estaba preparado por si le hacían alguna pregunta al respecto, pues sabía que el Mossad se informaba de todo cuanto le rodeaba o pudiera incidir en la seguridad del pueblo israelí.
-Es una buena amiga que está de visita en España y se aloja en mi casa-, respondió Felipe.
-Disculpe profesor, quizás mi pregunta pueda parecerle a usted una impertinencia, ¿pero tiene usted plena confianza en la señorita?.-
A Felipe le sorprendió la segunda pregunta que su interlocutor le había lanzado, pero por sus adentros pensó que quizás fuera conveniente contarle algo sobre Ingelod.
Le contó como él y Georges la habían conocido en Viena y a grandes rasgos el motivo de la primera visita a Granada de ella, y de su posterior remordimiento y huída de la compañía en la que trabajaba.
El doctor Matloub no mostró sorpresa alguna a la exposición que Felipe le había hecho, todo lo contrario, le dijo que estaban al corriente de las actividades de la sociedad en que la señorita había trabajado, y también le dijo saber que estaba buscada por toda Austria y Alemania.
Felipe se quedó de una pieza, nunca hubiese podido imaginar que aquella organización pudiera llegar tan lejos e hilar tan fino. Se quedó mirando a su interlocutor y no sabía que responder, finalmente le contó a éste el sincero arrepentimiento que ella le había mostrado y al que el dio credulidad, hasta el punto de darle refugio en la casa de un amigo suyo con el fin de que no pudieran dar con ella.
-¿Pero como es posible señor Matloub que pueda saber usted todo eso sobre la señorita?-, preguntó Felipe.
-Verá amigo, el Mossad no deja nunca nada al azar, desde que ustedes estuvieron en Viena, visitando al señor Wiesenthal, han estado todos ustedes bajo una discreta vigilancia de nuestros agentes. Así como también las casas donde ustedes viven. Supimos de la primera visita de la señorita a Granada, y de sus paseos mostrándole la ciudad, que por cierto le diré que uno de nuestros agentes tuvo que eliminar al "turista" que les estuvo siguiendo a todas partes-.
Felipe no salía de su estupor, ahora estaba comprobando en primera persona cuan cierto era todo lo que del Mossad le habían contado y leído.
Desde el lado opuesto de la mesa, Ingelor observaba la conversación que Felipe mantenía con aquel mandatario de una de las organizaciones de espionaje y contraespionaje de más prestigio del mundo. Intuía que hablaban de ella y se sintió inquieta, hasta que Felipe le hizo un guiño y una sonrisa, que la tranquilizó.
Finalizada la cena acordaron encontrarse a la hora del desayuno.
Flipe acababa de darse una ducha cuando le pareció que habían llamado ligeramente en la puerta de su habitación, se puso el batín de toalla y fue a ver quién había llamado. Entreabrió la puerta y vio que al otro lado estaba Ingelor que vestía también un batín de baño. Abrió del todo e invitó a pasar a la muchacha.
A Felipe el corazón se le aceleró, notaba que la sangre le bullía en las venas, le vino a la mente la noche que en su casa de Granada había estado con Ingelod, llegando a culminar largamente con ella a satisfacer el deseo carnal, fue una noche inolvidable, todo esto le vino a su mente en fracciones de segundo.
Cerró la puerta y al darse la vuelta vio como la vienesa se había despojado completamente del batín y se arrebujaba con una sonrisa entre las sábanas.
CAPÍTULO XXXIIº
La mañana en Toledo amaneció fresca y adornada con un cielo azul intenso, las primeras golondrinas de la temporada comenzaban a tener presencia y frente a la habitación de Felipe a través de la ventana podía apreciarse sobre la chimenea de una tejado cercano, un voluminoso nido de cigüeñas con sus habitantes.
Felipe fue al baño para asearse después de una noche bastante ajetreada, había casi perdido el hábito de tener encuentros amorosos. Sobre la cama Ingelod retozaba todavía con las sábanas mientras se desperezaba.
Bajaron al comedor del hotel para desayunar, vieron en una mesa a Georges, Jacob y a los dos israelitas, que habían madrugado algo más que ellos. Una vez finalizado éste, fueron al salón de recepción donde ya les aguardaba el funcionario municipal que les acompañaría hasta la Casa del Greco, la que fuera la sinagoga más importante de la ciudad imperial.
Se desplazaron a pie hasta el lugar, por el camino el funcionario les iba explicando algunas particularidades de determinadas edificaciones del casco histórico toledano. En el grupo se notaba cierta tensión, en pocos minutos tendrían la oportunidad de enfrentarse con el misterioso tesoro que de modo tan casual se les había presentado.
Un cuarto de hora más tarde estaban frente la fachada principal de la antigua sinagoga-palacio de Samuel Ha-Levi. Era una edificación sobria en la que se adivinaba la mano de arquitectos judíos y castellanos de la época. La construcción era de ladrillo revestido de piedra y el marco de la puerta principal en granito de la zona, en el friso de la misma había esculpido " Museo del Greco". Tal y como el amigo de Felipe les había dicho, estaban en plena restauración del histórico edificio, que en algunas zonas amenazaba ya ruina.
En previsión, el día anterior Georges había comprado un par de linternas en una ferretería, dado a que iban a visitar un edificio construido hacía más de seiscientos años, pensó que quizás el sótano no tuviera iluminación eléctrica.
El funcionario sacó una gruesa y antigua llave abriendo con ella el pesado portalón principal del palacio.
La emoción se hacía latente en los visitantes, quizás el que aparentaba mayor tranquilidad era el doctor Matloub, Ingelod iba cogida del brazo de Felipe y Georges, el pavimento era bastante irregular y corría peligro de torcerse un tobillo. Tras ellos seguían Jacob, Yashin y el doctor Matloub, precedía el grupo el funcionario municipal, este les fue mostrando todas las dependencias del edificio, a falta del sótano, Felipe quizás era el que más exteriorizaba sus nervios, casi no prestaba atención a lo que el guía les iba explicando de cada una de ellas, que dicho sea de paso, casi todas tenían historias o leyendas sumamente interesantes, en especial cuando llegaron a las que habían sido habitadas por el valorado pintor conocido como El Greco, en cuyas salas pintaba, dormía y tenía sus más variados y extraños amores.
Georges notó la ansiedad que a Felipe le comía los nervios, e intentó tranquilizarle, pero todo fue inútil, solo cuando el guía un par de horas después les dijo que se había finalizado el recorrido, éste le pidió al funcionario que les mostrara los sótanos del palacio, algo que a éste le extrañó, pero sin rechistar les llevó hasta la dependencia en la que había una vieja puerta que accedía a la escalinata que descendía a los sótanos.
A medida que bajaban, la ansiedad se aceleraba.
El último peldaño finalizaba en un amplio rellano pavimentado con polvorientas baldosas de barro cocido.
Ante la creciente obscuridad del lugar, Georges sacó el par de linternas que había comprado el día anterior. Al encenderlas se les presentó un largo y amplio pasillo con grandes arcos de ladrillo a ambos lados, que probablemente debía soportar una buena parte de la edificación que tenía por encima, el suelo era bastante irregular y lleno de polvo que durante decenios fue depositándose, Georges y Felipe empuñaron ambas linternas, lentamente caminaron por el centro del corredor que formaban los arcos laterales del sótano, e iban iluminando en todas las direcciones, no era fácil pues habían algunas dependencias detrás de las columnas que partían desde algunos de los arcos, el funcionario municipal no les acompañó, se había quedado arriba sentado en una desvencijada silla, lo que facilitó que los visitante pudieran efectuar el registro con mayor minuciosidad y a sus anchas sin llamar excesivamente la atención de éste.
Nada anormal observaban, solo una gran cantidad de polvo en el suelo y algunos murciélagos colgados cabeza abajo en los techos que a la luz de las linternas se marcharon a toda prisa emitiendo agudos chillidos . Al entrar en una de las pequeñas dependencia laterales, a Georges le pareció ver un bulto que asomaba por detrás de una de las gruesas columnas, no sabía a ciencia cierta que podía ser pero el corazón le dio un vuelco, tiró del brazo a Felipe a la vez que avisaba a Jacob de que algo había visto en aquella dirección, dirigieron sus pasos hacia allí acompañados de los demás, a medida que se acercaban crecía el misterio.
Doblaron la esquina que formaba uno de los pilares de los arcos, y centraron los haces luminosos al rincón que formaban las dos paredes. ¡¡ Sorprendente !!, tres cajas de madera de un volumen aproximado a un metro cúbico cada una estaban alineadas y adosadas a una de las paredes.
Se miraron entre ellos, como si quisieran decirse, -lo hemos hallado-. Felipe se frotó los ojos, no podía creer que tuviera ante si aquel tesoro, se abrazó a Georges y también con Ingelor que se había avanzado a los otros tres acompañantes, que quedaron en segundo término.
Serenaron sus ánimos y se acercaron lentamente a las cajas, a medida que estaban más cerca de ellas les pareció que la parte superior o de lo que sería la tapadera, habían sido levantadas, pues los clavos con que habían sido fijadas al resto de la caja estaban salidos.
En el polvoriento suelo les pareció ver tiradas una especie de delgadas varillas de metal y un sinfín de pisadas que no procedían de ellos.
Yashin les sugirió a que se acercaran despacio procurando no borrar las huellas de calzado que allí se veían. Georges fue el primero que tocó una de las cajas, le dio su linterna a Ingelor y le pidió que iluminara la caja.
Intentó levantar la tapa, pero se extrañó que pesara tanto, finalmente pudo con ella, le dio la vuelta y pudieron apreciar que había sido forrada por una lámina metálica de un par de milímetros de espesor, por el peso y color pudiera ser que el metal fuera plomo.
Felipe colocó la tapadera a un lado, arrimada a la pared, enfocaron con una de las linternas el interior de la caja que estaba también forrada del mismo metal; – ¡¡vacía!! Exclamó Georges. No había rastro alguno de haber contenido nada.
Igual ocurrió con la segunda y la tercera. Nada de nada.
Quedaron mirándose extrañadísimos, pero era evidente que las tapaderas habían sido levantadas, y probablemente cortado el metal con algo parecido a un soplete, deducción que procedía por los pedazos de electrodos que habían tirados por el suelo.
Felipe sintió una gran decepción por tan triste final, a la vista de las cajas se había hecho algunas ilusiones.
Jacob que había cogido la linterna de Georges, iluminó el suelo del inmediato alrededor de donde se hallaban, resaltó unas huellas que formaban una especie de línea continua sobre la gruesa capa de polvo del piso, éstas seguían más allá de donde ellos estaban –vamos a seguirlas-, apuntó.
Procedieron a seguirlas, anduvieron casi unos cuarenta pasos por el amplio y húmedo pasillo que había entre los arcos, al final de este se apreciaba un punto de luz natural, tuvieron la impresión de que las huellas que andaban siguiendo, pudieran haberse producido por el arrastre de algo pesado y probablemente el envoltorio fueran sacos.
El punto de luz se convirtió en una puerta de salida no demasiado grande, que daba a pocos pasos de la orilla del Tajo. Una vieja y herrumbrosa reja que a la vez hacía de puerta, le había sido violentada la cerradura, probablemente con alguna robusta palanqueta o un escoplo. Los hierbajos de los alrededores a ésta estaban aplastados, probablemente por haber sido pisoteados por los mismos que abrieran las tres cajas y se llevaran su contenido.
Continuaron el seguimiento de las huellas, ya que las señales que quedaban sobre la abundante vegetación del lugar eran claras y formaban ya una especie de senderito cuyo final llegaba al pié de unos altísimos olmos de hoja gris plateada, en la ribera derecha del río Tajo como si formaran una gigantesca pared de protección a las avenidas fluviales.
Un pedazo de cuerda permanecía atado en el tronco de uno de los árboles, parecía haber sido cortada precipitadamente con algún objeto cortante. Ingelor se agachó para recoger un pedacito de algún objeto de porcelana que vio allí tirado. Llamó la atención de Felipe para mostrarle aquel pequeño objeto, éste se lo quedó mirando al tiempo que Georges que también había observado como la muchacha recogía algún objeto del suelo, se acerco para verlo, en el entretanto Jacob y Yashin seguían investigando los alrededores.
-¡Diantre!-, exclamó Georges al tener en su mano aquel
pedacito de porcelana. –Sin ser un experto, juraría que esta fina porcelana bien pudiera pertenecer a alguna figurita artística elaborada hace algunos siglos en Sevres. Si mi suposición fuera cierta, la pieza entera tendría un gran valor, por su calidad, antigüedad y origen.
-Esto vendría a reafirmar que las cajas halladas en el sótano contenían las riquezas materiales y que la leyenda que veníamos intentando desentrañar desde hace algunos meses, al fin es cierta-, sentenció Felipe.
Lo que era indudable es que alguien se les había anticipado, probablemente por poco tiempo de diferencia, quizás hasta de horas.
Se miraron todos un poco desconcertados por el resultado final de su aventura.
Alguien preguntó por el doctor Elías Matloub, uno de los jefes del Mossad, que no se encontraba allí con ellos, se había quedado en la penumbra del sótano junto a las tres cajas, con una sarcástica y fina sonrisa prendida en sus labios…………….
Fin
M.Batista
Autor:
Manel Batista I Farrés
Comenzó : 4 de Ocubre del 2007.
Finalizó : 8 de Marzo del 2009
Insc. Reg. de la Propiedad Intelectual : B-1509-09
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