- Introducción (el rescate y enriquecimiento de la superclase)
- Examen forense de la bancarrota: (Año 2007) aquellos años de vino y rosas
- "Cheek to cheek" (ambigüedades que matan)
- Examen forense de la bancarrota: (Año 2008) ¿las crisis financieras son "hechos de la naturaleza"? (una derrota huérfana)
- Informe sobre la estabilidad financiera mundial (Informe GFSR), Abril de 2008
- Examen forense de la bancarrota: (Año 2009) Invocación a la resiliencia macroprudencial del Estado para salvar la micro-imprudencia de la banca
- El traspaso de los riesgos financieros del sector privado al sector público (R.I.P.)
- Examen forense de la bancarrota: (Año 2010) el "testamento en vida" de la crisis
- Anexo: La "colusión" de los mercados y la política
- El Tesoro limpia los "activos heredados" (antes "tóxicos"): otro billón, y van?
- La crisis podría haberse evitado (según el Congreso de los Estados Unidos)
- Conclusiones de la Comisión de Investigación de la Crisis Financiera
Introducción (el rescate y enriquecimiento de la superclase)
Agosto 2014: en vísperas, tal vez, de la Segunda Fase de la Gran Recesión (2014-2016), puede vislumbrarse con auténtica preocupación (hasta donde la vista alcanza) el estallido de la actual burbuja financiera, que pondrá de nuevo encima de la mesa el origen y causa de la crisis, un brutal volumen de deuda impagable, la insolvencia del sistema bancario occidental, y la concentración de riqueza en unas pocas manos.
La política económica implementada en la mayoría de las democracias occidentales desde el inicio de la actual crisis sistémica se diseñó, y continúa dibujándose, al margen de la defensa de los intereses de la ciudadanía. Se empeña en reconstituir el sistema existente con el objetivo último de favorecer de manera permanente a la clase dominante, los más ricos, los intereses corporativos, mientras que dejan a los ciudadanos, especialmente a los más pobres, con una sensación de impotencia y desesperación política.
Para ello el "establishment" propuso dos líneas básicas de política económica que constituyen una cínica perversión de las mismas. Por un lado, una política monetaria expansiva al servicio exclusivo de las élites, especialmente la bancaria. Se trata de una nueva droga de diseño de consecuencias tremendamente dañinas. Da una sensación de tranquilidad y protección cuando en realidad lo único que genera es un estado de nirvana, una mera ilusión óptica, vía inflación de activos. En esas estamos ahora.
Por otro lado se está produciendo una brutal expansión de la deuda pública en la práctica totalidad de las democracias occidentales. Detrás de ello no se pretende sostener el empleo, los ingresos, las pensiones, la seguridad de una vivienda, tener unos estándares salariales mínimos, o el derecho a una educación digna como elemento de mejora social. Sólo se está incrementando la deuda pública para financiar a terceros, sanear sus desaguisados, pero no a todos, sólo a la élite.
La actual política monetaria sólo genera burbujas financieras e inmobiliarias sin afectar a la economía real. Implícitamente se deduce que detrás de la huida hacia delante de la ruta establecida por las elites bancarias y sus apéndices políticos se encuentran los Bancos Centrales. Continúan inyectado liquidez masiva para que sigan manteniendo el statu quo del sistema bancario actual, en vez de intervenirlos de una vez por todas. Con esa liquidez sólo se originan burbujas e inflaciones de activos, y ya vamos por la tercera.
Transcurridos 7 años desde el inicio de la crisis financiera, lo primero que se debería constatar es que el dinero es endógeno, es decir, por mucho que se multiplique el tamaño del banco central si no circula el dinero dicha expansión no afectará a la economía real, como así continúa siendo. Segundo, la actual política monetaria aumenta las desigualdades. En definitiva, el olor nauseabundo de una política monetaria que genera burbujas y aumenta las desigualdades, representa el caldo de cultivo para el desarrollo de la Segunda Fase de la Gran Recesión (2014-2016), que puedo atisbar.
Los gobiernos, bancos y grandes empresas han aprovechado la extraordinaria bonanza de los mercados financieros internacionales, en los que la aversión al riesgo está en mínimos por la confianza absurda en la omnipotencia de los bancos centrales, para financiarse a tipos ridículamente bajos. Pero dado que no se ha hecho apenas reforma alguna de calado -y aquí probablemente las opiniones de cuáles habrían de ser esas reformas diverjan entre unos y otros-, lo que se está haciendo para estabilizar la situación económica es lo de siempre, impulsar la demanda a base de deuda para que así el electorado viva la ficción de una recuperación. Hasta que llegue el siguiente crash de los mercados financieros mundiales, que no duden que llegará. Y entonces el pulmón de familias y empresas, casi agotado tras siete años de crisis, hará que ese crash azote con inusitada violencia a los sufridos ciudadanos de los países (antes) avanzados.
Hace 43 años que el presidente de los EEUU, Richard Nixon, liquidó los acuerdos de Bretton Woods (impulsado por el "padre" del monetarismo, Milton Friedman) y con ello abrió la puerta al período más largo de la historia sin un patrón monetario de reserva de valor. Nunca jamás, en 3.500 años de moneda, se había producido una situación tan larga como esta. Como señala Manuel López Zafra en su libro: "Retorno al Patrón Oro" (Ed. Deusto), el cierre de la ventanilla del oro en 1971 ha producido la mayor expansión del crédito de la historia. Entre 1949 y 1969, por ejemplo, las reservas mundiales de divisas (excluido el oro) crecieron un 55%; pero entre ese último año y el año 2000 lo hicieron en un 2.000%. Y si ese año el total de reservas de divisas en el mundo era de dos billones de dólares, en el primer cuatrimestre de 2013 alcanzaron los 11 billones.
En el período 2000-2010 la deuda global se duplicó, pasando de los 57 billones de dólares a los 109; pero si para doblarse había necesitado diez años, ahora ya sólo han sido necesarios apenas tres, pues en 2013 se alcanzaron los 233 billones, el 313% del PIB mundial.
La ausencia de tipos de cambio fijos y la utilización torticera de los flexibles y de los instrumentos de política monetaria (como las expansiones de la oferta basadas en la manida "independencia" monetaria, que no hacen sino desvirtuar el crecimiento real y apalancar la economía en unos réditos futuros que, de no alcanzarse, provocan el colapso definitivo del sistema) son los que nos han traído hasta aquí, acompañados por los deseos de grandeza de unos políticos que no han escatimado nuestro ahorro, el de nuestros hijos y hasta el de nuestros nietos (siempre el ahorro del bolsillo ajeno, nunca del propio) en la aplicación de políticas de protección "sistémica" que colapsan cada vez en menos tiempo. Es el momento de desterrar definitivamente una forma de hacer economía que sólo ha atacado los síntomas, nunca la enfermedad que ella misma ha supuesto.
El éxito del modelo neoliberal era haber convencido al "contribuyente" que no existía otra alternativa ("el fin de la historia"), pero cuando llegó la crisis, los (mismos) "Apóstoles del Mercado", vienen y le dicen al (mismo) "contribuyente", que no le toca porque ha estado viviendo por encima de sus posibilidades ("el fin del cuento").
El mayor "fracaso del mercado" demostrado a lo largo de 7 años de crisis es haber necesitado del dinero público para solventar las pérdidas privadas. El mayor "fracaso del mercado" es haberse hecho "adicto" de la expansión monetaria (droga suministrada por los bancos centrales) para mantener cotizaciones bursátiles ficticias (saltando de burbuja en burbuja). El mayor "fracaso del mercado" es haber "abolido" las posibilidades de quiebra de las entidades sistémicas (riesgo moral). Los "auténticos" liberales han (hemos) sido los únicos derrotados en el bando de los vencedores.
En el Paper: El día que Smith "lloró" (Economía de intoxicación), publicado en mayo de 2004, decía:-5-20046-5-2004
Al cielo del establishment no vamos todos. Aunque el ilusionario liberal sostenga que la globalización económica uniforma, los resultados alcanzados demuestran que sólo unifica.
Al margen de la globalización están el ser humano, el medio ambiente, la democracia, la cultura, la verdad.
Una economía entrenada para matar, actúa como si fuéramos los últimos.
El mito global sólo nos empuja a la era de la melancolía.
El modelo de la codicia se balancea entre la ira y la avaricia, mientras la aldea global es sólo una esperanza ingenua.
Los "cínicos" modelos económicos nos establecen en una confortable irrealidad. En esas "fábulas" económicas nos dicen que dejando "obrar" al mercado se aplican más efectivamente los recursos, se incrementan los beneficios, y se distribuyen mejor las riquezas. Un mercado sin ley, abandonado a su capricho especulativo y superior a toda normativa nacional o internacional.
Nada se dice de la generación de inestabilidad, de las crisis internacionales y de las desigualdades crecientes. Nada se dice sobre la distancia creciente entre espacio económico y control político.
Los "puristas" del librecambio nos aplastan con el "rodillo" económico y nos imponen un "darwinismo" económico cainita y fatal.
La liberalización, la financierización, la desregulación y la privatización castigan a la sociedad, avasallan la dignidad humana, amenazan el hábitat, debilitan progresivamente la autoridad gubernamental, y provocan el crepúsculo de la piedad.
Esta economía de casino, este dinero que se ha vuelto loco, en el que la gran mayoría somos jugadores involuntarios incluyen en su "modelo" más volatilidad, más incertidumbre, y más inquietud.
El mercado no puede calibrar el futuro porque es corto de vista por naturaleza. No sólo en razón de que su mirada se extiende hacia horizontes necesariamente cortos, sino porque carece de aptitudes y de la lógica para incorporar problemas distintos a los de su propia naturaleza y para moderar sus excesos.
Los países occidentales mantienen Estados poderosos con un alto nivel de intervencionismo. Casi cualquier componente dinámico de sus economías, incluida la (ex) famosa Nueva Economía, viene del sector estatal (Internet MIT Pentágono ). Mire donde se mire hay un enorme sector estatal que obliga al público a asumir los riesgos y a pagar el costo y que, si funciona, se lo entrega al poder privado. Esa es la razón fundamental para entender porque el Primer y el Tercer mundo se han distanciado tanto.
¿Puede la competencia gobernar el planeta? ¿Es la competencia el mejor instrumento para enfrentarse a escala mundial a los cada vez más grandes problemas ambientales, demográficos, económicos y sociales?
En nombre de la flexibilización y la competitividad se somete al hombre al drama individual de la pérdida de trabajo, de la precariedad, de la baja de salarios y al drama cotidiano de la pérdida del estado del bienestar.
La globalización aumenta el temor a un posible conflicto mundial entre el decreciente número de los "poseedores", "los ricos", o "los dominadores", y la creciente masa de "los desposeídos", "los miserables" y "los marginados".
Resulta chocante la divergencia entre el fuerte proceso de globalización económica en el plano de las finanzas y la empresa, y el carácter explosivo de la mayoría de los problemas sociales, económicos, medioambientales, y políticos, que conocen los países y regiones del mundo.
¿Qué tan lejos puede llegar la desigualdad antes que el sistema se derrumbe?
El presente trabajo intenta (veremos si lo logra) someter ciertos principios económicos a la prueba de la realidad. Discutir a quienes, en nombre del pragmatismo, defienden la incoherencia, las contradicciones y, en general, la ausencia de un sistema de valores.
El pragmatismo no es la negación del pensamiento o la ética. No se trata de "matar los principios", tal vez -en todo caso- hacer del pragmatismo una "teoría de la verdad". Un método para identificar la veracidad de cada principio: analizar -antes que su bondad en abstracto- los efectos que produce en la práctica.
Comenzamos citando algunos párrafos significativos del libro "Investigación sobre la naturaleza y causa de la riqueza de las naciones", publicado por Adam Smith en 1776:
– Durante un período de progreso -o sea mientras la sociedad avanza hacia ulteriores incrementos de riqueza- más bien que en el otro en que la sociedad alcanzó el máximo de las asequibles, es cuando la situación del obrero pobre -es decir, de la gran masa de la población– se revela como más feliz y confortable. Por el contrario la situación de ese obrero es dura en el estado estacionario y miserable en el decadente. El progresivo es, en realidad, un estado feliz y lisonjero para todas las clases de la sociedad: el estacionario, triste y el decadente melancólico.
– Los principales inconvenientes de la sociedad económica en que vivimos son su incapacidad para procurar la ocupación plena y su arbitraria y desigual distribución de riqueza y de ingresos.
– El empleo más conveniente para cualquier capital de una nación es aquel que mantiene dentro del país a que pertenece mayor cantidad de trabajo productivo, y que más aumenta el producto de la tierra y del trabajo del país.
– El hombre ha de vivir de su trabajo y los salarios han de ser, por lo menos, lo suficientemente elevados para mantenerlo (a él y a su familia) La demanda de quienes viven de su salario no se puede aumentar sino en proporción al incremento de los capitales que se destinan al pago de dichas remuneraciones. En consecuencia, la demanda de mano de obra asalariada aumenta necesariamente con el incremento del ingreso y del capital de las naciones y no puede aumentar sino en ese caso.
– Ninguna sociedad puede ser floreciente y feliz si la mayor parte de sus miembros son pobres y miserables.
– Los pobres para conseguir el alimento, se afanan por satisfacer esos caprichos de los ricos, y en el afán de garantizarles tales satisfacciones, rivalizan en la baratura y perfección de su labor.
– Los intereses de quienes trafican en ciertos ramos del comercio o de las manufacturas, en algunos respectos, no sólo son diferentes, sino por completo opuestos al bien público.
– Todo para mí y nada para los demás: tal parece haber sido, en todas las edades, la máxima vil del poderoso.
– La subsistencia del trabajador, o el precio real del trabajo, cambia mucho según las diversas circunstancias: es más abundante en la sociedad progresiva que en otra estacionaria, y en ésta que en un pueblo decadente.
– Los beneficios elevados tienden a aumentar mucho más el precio de la obra que los salarios altos. En el aumento del precio de las mercancías el alza de los salarios opera del mismo modo que el interés simple en el acumulado de las deudas, mientras la elevación del beneficio actúa como el interés simple.
– Parece, pues, que la proporción entre capital y renta es la que regula en todas partes la relación que existe entre ociosidad e industria. Donde predomina el capital, prevalece la actividad económica; donde prevalece la renta, predomina la ociosidad. Los capitales aumentan con la sobriedad y la parsimonia, y disminuyen con la prodigalidad y la disipación.
– Cuando el hombre goza seguro los frutos de su trabajo, se esfuerza naturalmente en mejorar su condición y adquirir, no sólo lo necesario, sino las comodidades y refinamientos de la vida.
– Los comerciantes ingleses se quejan frecuentemente del alto precio de los salarios del trabajo en su país, suponiendo que ese elevado precio es la causa de que no puedan venderse sus manufacturas tan baratas como las venden otras naciones en países extranjeros; pero guardan silencio acerca de los elevados beneficios que arrojan sus capitales. Se quejan de las extraordinarias ganancias ajenas, pero rodean de silencio las propias. En muchos casos los elevados beneficios del capital británico pueden contribuir tanto a encarecer el precio de las mercancías, como el precio exorbitante de los salarios y aún mucho más.
– La recompensa liberal del trabajo, al facilitar a los trabajadores una mejor manera de atender a sus hijos, subdividiendo a la crianza, de un mayor número, de ellos, tiende de una manera natural a extender y ampliar aquellos límites (se refiere a la riqueza de un país).
– El monopolio hace que sean menos abundantes de lo que serían, de no existir, todas las fuentes originarias de renta: los salarios del trabajo, la renta de la tierra y los beneficios del capital. Al fomentar el interés de cierta clase de personas, perjudica los intereses de todos los demás habitantes del país y de todos los ciudadanos de otras naciones.
– En los diferentes empleos de capital la tasa ordinaria del beneficio varía según la certeza o la incertidumbre de la ganancia Rara vez se acumulan grandes fortunas, ni aún en las ciudades populosas en un determinado ramo de la industria conocido y admirado de una manera regular, como no sea a fuerza de una larga y laboriosa vida de frugalidad y de atención. A veces se hacen fortunas rápidas en estos lugares en lo que se llama negocios de especulación. Mas el comerciante de esta condición no ejerce una actividad determinada, regular y estable. Si el patrono es recatado y sobrio, los operarios que emplea, naturalmente lo serán también; pero si el dueño es gastador y pródigo, el criado, que norma su conducta por el modelo del amo, no podrá menos que seguir el ejemplo de él.
– Fundar un gran imperio con el único fin de crear un pueblo inmenso de clientes parece, a primera vista, un ideal sólo adecuado a una nación de tenderos.
– Nunca resultaría la atención del gobierno tan innecesaria como cuando se empeñase en velar sobre el aumento y la disminución de la cantidad de moneda del país.
– En definitiva, no se desea el dinero por el dinero mismo, sino por lo que con él se puede comprar.
– El capital que se emplea en el comercio interior de cualquier país dará regularmente más estímulo y sustento al trabajo productivo de la nación, aumentando también el valor del producto anual de la nación, mucho más que otro igual empleado en el comercio extranjero con artículos para el consumo doméstico, y el capital empleado en este último traerá ambos respectos más ventajas que otro de igual cuantía empleado en el comercio de tránsito.
– El beneficio principal del comercio exterior no radica en la importación de oro y plata, sino en la traslación del producto excedente para el cual no existe demanda, trayendo en cambio hasta el propio país artículos para los cuales esa demanda existe.
– Cuando un país extranjero nos puede ofrecer una mercancía en condiciones más baratas que nosotros podemos hacerla, será mejor comprarla que producirla, dando por ella parte del producto de nuestra propia actividad económica, y dejando a esta emplearse en aquellos ramos en que saque ventaja al extranjero… Pero hay dos casos principales en los cuales puede ser ventajoso, por regla general, establecer algún gravamen sobre los géneros extranjeros para fomentar la industria de un país. El primero, cuando cierto ramo de la industria es necesario para la defensa del territorio. El segundo se presenta cuando en el interior del reino existe algún impuesto sobre los productos indígenas (manufactura doméstica).
– Un comercio que se fuerza con primas y monopolios puede ser, y es por lo común, perjudicial para el país que lo establece.
– Ningún país se ha arruinado por una balanza mercantil desfavorable y los que negocian en su comercio con la mayor libertad han sido los que más se han enriquecido con el comercio exterior. La prosperidad y la decadencia dependen de la balanza o equilibrio entre producción y consumo, que es muy diferente de la balanza mercantil, y puede estar constantemente a favor de una nación aunque su balanza comercial sea desfavorable.
– Si una manufactura se considera necesaria para la defensa de la sociedad, no es arbitrio prudente dejar que dependa de los extranjeros, y si no pudiera sostenerse de otro modo como empresa del país, no sería contrario a la razón el establecimiento de un gravamen sobre todas las demás manufacturas, para sostenerla.
– La riqueza de una nación vecina, aunque suele ser peligrosa en la guerra y en la política, es ciertamente ventajosa para el comercio. Si todas las naciones siguiesen el sistema liberal de una libre importación y exportación, los distintos estados en que está dividido un gran continente se asemejarían a las diversas provincias de un imperio.
– Una libertad ilimitada en materia de exportación de granos puede ser muy peligroso, pero nunca lo es tanto en los grandes estados como en los pequeños, porque siendo en los primeros mucho mayores las cosechas, raras veces el abasto puede verse afectado de una manera apreciable por algunas cantidades de grano que puedan ser exportadas.
– Los tratados de comercio son ventajosos para la nación favorecida, pero desventajosos para el país que favorece.
– Perjudicar los intereses de cierta clase particular de ciudadanos con el sólo objeto de fomentar los de otra, es una norma contraria a la justicia y a la equidad, que todo gobierno debe tener en cuenta.
– El consumo es la finalidad exclusiva de la producción, y únicamente se deberá fomentar el interés de los productores cuando ello coadyuve a promover el del consumidor.
– No es difícil averiguar quiénes han sido los inventores de todo el sistema mercantil. No fueron los consumidores, cuyos intereses se olvidaron por completo, sino los productores, cuyos intereses se favorecieron con tanta diligencia. Y entre estos, nuestros comerciantes y manufactureros han sido los principales artífices de ese invento.
– La elevación del cambio extranjero produce los mismos efectos que el establecimiento de un impuesto y, al elevar el precio de los géneros extranjeros, disminuye su consumo.
– Un cambio favorable con un país particular, no prueba la existencia de una balanza favorable con dicho país.
– El alza en la denominación de la moneda ha sido un expediente muy frecuente y común para disfrazar la bancarrota del estado con el nombre de un pretendido pago.
– La bancarrota es siempre el resultado final de una gran acumulación de deudas. La elevación de la moneda ha sido el método usual para disfrazar la bancarrota, aunque tal expediente tiene consecuencias peores que en la bancarrota abierta.
– El interés del comerciante consiste siempre en ampliar el mercado y restringir la competencia. Toda proposición de una ley nueva o de un reglamento de comercio, que proceda de esta clase de personas, deberá analizarse siempre con la mayor desconfianza y nunca deberá adoptarse como no sea después de un largo y minucioso examen, llevado a cabo con la atención más escrupulosa a la par de desconfiada.
– La economía política, considerada como uno de los ramos de la ciencia del legislador o del estadista, se propone dos objetivos distintos: el primero, suministrar al pueblo un abundante ingreso o subsistencia, o, hablando con más propiedad, habilitar a sus individuos y ponerlos en condiciones de lograr por sí mismos las cosas; el segundo proveer al estado o república de rentas suficientes para los servicios públicos. Procura realizar pues ambos fines, o sea enriquecer al soberano y al pueblo.
– El gobernante que intentase dirigir a los particulares respecto de la forma de emplear sus respectivos capitales, tomaría a su cargo una empresa imposible, y se arrogaría una autoridad que no puede confiarse ni a una persona, ni a un senado o consejo, y nunca sería más peligroso ese empeño que en manos de una persona lo suficientemente presuntuosa e insensata como para considerarse capaz de realizar tal cometido.
– El gobierno civil, en cuanto instituido para asegurar la propiedad, se estableció para defender al rico del pobre, o a quienes tienen alguna propiedad contra los que no tienen ninguna.
– Cuando el poder judicial y el ejecutivo se mantienen unidos, es casi imposible que la justicia no se sacrifique con frecuencia a eso que vulgarmente se llamó política. Las personas encargadas de los grandes intereses del estado, aun cuando no estén corrompidas, imaginan, a veces que es necesario sacrificar los derechos de los particulares a aquellos otros de que se acaba de hacer mención.
– Nunca se hallan mejor administrados los servicios públicos que cuando la recompensa sigue al desempeño efectivo y se halla ajustada a la diligencia empleada en el cumplimiento.
– Obras públicas e instituciones públicas que facilitan el comercio de la sociedad –carreteras, puentes, puertos, etc.-, no es necesario que se costeen con cargo a las rentas de la nación, sino atendido mediante impuestos de tránsito y otros gravámenes particulares. Su costo, grandeza y magnificencia han de guardar proporción con lo que el comercio esté en condiciones de pagar; por lo tanto, deberían construirse con arreglo a las necesidades.
– La educación de las clases bajas requiere acaso más atención del estado que la de las personas de jerarquía y fortuna, cuyos padres pueden atender a sus intereses y dedican sus vidas a diversas ocupaciones, principalmente intelectuales, a diferencia de lo que ocurre con los hijos de los pobres.
– Un pueblo instruido será siempre más ordenado y decente que uno ignorante y estúpido.
– No existen caracteres más incompatibles que el del Soberano y el del comerciante. La naturaleza inestable y perecedera del capital y del crédito hace que sea un medio poco seguro para cimentar sobre el los principales ingresos de aquella renta segura, permanente y estable sobre la cual descansa la dignidad y permanencia del gobierno.
– Hemos de tener siempre presente que los impuestos deben recaer sobre los artículos de lujo, y no sobre los gastos necesarios de las capas inferiores del pueblo.
– El comercio y la manufactura sólo pueden florecer en un estado en que exista cierto grado de confianza en la justicia del gobierno.
– No existe ni ha existido país alguno de consideración en el mundo que pueda o haya podido subsistir sin haberse empleado en una u otra clase de manufactura.
– En el sistema de leyes que se ha establecido para la administración de nuestras colonias de América y de las Indias Occidentales, el interés del consumidor nacional se ha sacrificado al del productor Se ha creado un gran imperio con el exclusivo objeto de hacer surgir una nación de clientes, que tienen la obligación de adquirir en las tiendas de nuestros diversos productores todas las mercancías que estos les pueden proporcionar.
– Cuando se establecen derechos de importación para estimular las actividades económicas del país, debe preverse por cuanto tiempo y hasta qué grado se otorgará tal protección y de qué modo deberá ser reestablecida la libertad de importación, una vez logrados los objetivos de su restricción. Pero una vez impuesto un arancel, se plantea un caso discutible cuando ciertas manufacturas particulares han tomado tal incremento (como consecuencia de las prohibiciones y derechos establecidos) que el número de obreros ocupados en esas fábricas asciende a una cifra importante. La razón exige que entonces la libertad de comercio sea gradualmente restablecida, pero con mucha reserva y circunspección. Si se suprimieran de golpe impuestos y prohibiciones, podría ocurrir que invadiesen el mercado tal cantidad de géneros extranjeros de aquella especie, más baratos que los nacionales, que muchos miles de gentes se vieran privadas de sus ganancias y de su modo de subsistir.
– Conviene meditar hasta qué punto habrá de continuar importándose libremente un género extranjero cuando algunas de las naciones extranjeras restringen con derechos elevados la entrada de muchas de nuestras manufacturas. En este caso, un ánimo vindicativo recomienda naturalmente que se establezcan medidas de retorsión, y se impongan iguales derechos y prohibiciones sobre la importación de algunas o todas sus mercancías
Grupos económicos muy reducidos (¿menos de 500 familias en el mundo?, ¿menos de 500 empresas en el mundo?) tienen el mayor poder jamás alcanzado. Y no asumen ningún tipo de responsabilidad económica, social y ecológica, que vaya más allá de la optimización de sus propios intereses.
Dice Paul Krugman (De vuelta a la economía de la Gran Depresión – 1999): "Por primera vez desde 1917, vivimos en un mundo en que los derechos de propiedad y los mercados libres se ven como principios fundamentales, no como expedientes mezquinos, donde los aspectos desagradables del sistema de mercado, la desigualdad, el desempleo, la injusticia, se aceptan como parte de la vida. Como en la era victoriana el capitalismo está seguro, no sólo debido a sus éxitos que han sido muy reales, sino porque nadie tiene una alternativa verosímil"
La otra cara de la moneda son las enormes masas de población -incluso en los llamados "países ricos"- alienadas, desasistidas, desesperanzadas, desidealizadas, despolitizadas, sumergidas (o en vías de serlo), analfabetizadas, ilotizadas, para llegar en las naciones pobres del mundo al hambre, la miseria, las plagas, éxodos y luchas tribales.
Se ha roto la esperanza de progreso económico. El proceso de globalización, competitividad y rentabilidad -especulativa- de corto plazo ha quebrado la secuencia lógica de la evolución capitalista. Hoy crecen los beneficios empresariales pero no se transfieren a los trabajadores. Las mejoras de productividad han concluido en menores remuneraciones y empleo, aunque en mayores dividendos y honorarios de directores.
El dinero se mueve, pero sólo para producir más dinero y no bienes.
La economía de especulación ha reemplazado a la de producción. El juego se ha reducido a unos pocos, ya no se necesita el mercado masivo, y tampoco demasiadas manufacturas. Estamos viviendo una economía "virtual", sin fábricas, sin bienes, y sin trabajadores. La economía financiera global deja al margen -excluye, ignora, anula, o se libera de toda responsabilidad- al hombre, al medioambiente, a la democracia, a la cultura, y a la verdad
(Agosto 2014) Han pasado 10 años desde la publicación de aquel Paper, y 7 años desde el inició de la crisis financiera (la era de los excesos) y solo puedo volver a constatar algunas de "mis viejas y queridas causas perdidas o la amargura de la victoria". Los grandes problemas globales y las soluciones pendientes (dramaturgias y olvidos). Los daños ocultos del librecambio (la doble vida de la economía global). La economía de los hipócritas (el germen de la autodestrucción). La confiscación del poder y la corrupción de la economía). La codicia de los mercados (el virus mutante). De la crisis de crédito a la crisis del descrédito (las víctimas son incontables ¿pero los victimarios son inimputables?). Economías Fallidas (variaciones sobre la "danza macabra" entre los "cándidos" adictos al crédito y los "pícaros" traficantes de dinero). El "fusilamiento" del Estado del Bienestar. El imperio de la explotación laboral. El Contrato de Precariedad Eterna (la teoría de la "flexiseguridad"). El desempleo juvenil (de la inactividad al desaliento). La clase media y su proceso de movilidad social descendente: de "clase media" a "nuevos pobres" (el fin de la era de las expectativas crecientes). Víctimas del futuro: de plan de rescate en plan del rescate hacia la derrota final o el regreso del proteccionismo (en busca de la confianza perdida). La casta de los banqueros: ¿los mejores talentos? (historias de los "cienmanos"). El "rostro inaceptable" del capitalismo (de la "relajación cuantitativa" a la "relajación cualitativa"). El descubrimiento de la inflación "buena" (la teoría de la "deaudaflación"). La "solución final" (de la Fed) al problema de la deuda: crear inflación (el modelo argentino tantas veces fracasado: peligro de una inflación descomunal).
"Tiempos modernos" ("realidades cercanas" de un capitalismo sin control). Las lecciones de la crisis: ¿y ahora, qué hacemos con Wall Street? Vivimos un tiempo de requiebros, mitos y mentiras: ¿a quién le interesa conocer la realidad?
El "análisis crítico" de algunos Informes del FMI y el BPI, pueden ayudar a destaparla.
Examen forense de la bancarrota: (Año 2007) aquellos años de vino y rosas
"El excesivo crédito que la Fed inyectó en la economía se desbordó en el mercado inmobiliario, provocando un fantástico boom especulativo. Más tarde, los oficiales de la Reserva Federal intentaron absorber el exceso de reservas y finalmente tuvieron éxito en frenar el boom. Pero ya era demasiado tarde".
Esta radiografía de la crisis, bastante atinada, fue escrita en 1966 por Alan Greenspan y pretendía ser una síntesis de las causas de la Gran Depresión de 1929. El único cambio ha sido escribir "mercado inmobiliario" donde antes ponía "mercado de valores".
Lástima que Greenspan no haya recordado estas sabias palabras a la hora de analizar su actuación durante la gestación del boom inmobiliario ante el Congreso de Estados Unidos (7/4/10). Se proclama inocente, como cabría esperar de alguien que no tenga una marcada pulsión suicida. Su actitud es comprensible, no excusable. Al menos no desde el rigor intelectual.
Es cierto que concentrar todas las responsabilidades en un solo nombre peca de simplista. No hay un único culpable de la crisis, sino muchos, cada uno desde esfera de responsabilidades: los bancos comerciales por conceder hipotecas a 30 años mediante depósitos a muy corto plazo; los bancos de inversión por mantener merced a operaciones repo intradía carteras de negociación repletas de activos ilíquidos; la Administración republicana por gastar sin freno y engendrar unos déficits que sólo Obama ha conseguido que parezcan pequeños; las aseguradoras por olvidarse de todo principio de prudencia actuarial y emitir CDS que de ningún modo podían cumplir con sus niveles de capitalización; los reguladores por favorecer aún más el apalancamiento de la banca, por promover normativas desastrosas destinadas a inflar el precio de las viviendas y por incentivar el régimen de vivienda en propiedad entre las clases menos solventes; las agencias de rating por carecer de una teoría económica fiable que les permitiera anticipar la contracción crediticia; el Banco Central de China no por mantener tipos de cambio fijos con el dólar, como se le suele acusar, sino por respaldar sus emisiones de yuanes con activos a largo plazo nominados en dólares (otro descalce de plazos); y sí, como acusa Greenspan, Freddie Mac y Fannie Mae por aprovecharse de las garantías implícitas del Gobierno para endeudarse contra toda lógica en adquirir activos hipotecarios de altísimo riesgo
Estos procesos devastadores para la economía se desarrollan en medio de una orgía crediticia que tiene su causa original en financiación que la Reserva Federal presidida por Greenspan otorgó a los mercados financieros. En 2001 y 2002 la economía estadounidense se abocaba hacia una sana liquidación de las malas inversiones acumuladas en los años precedentes. Pero Greenspan rebajó enérgicamente los tipos de interés (más allá incluso de lo que él mismo consideraba necesario, según admitió en sus memorias) y consiguió que los bancos estadounidenses volvieran a endeudarse a corto plazo para invertir a largo.
Sería absurdo sostener que la Fed es capaz de estabilizar el sistema financiero e incluso promover la creación de empleo mediante su intervención continuada en los mercados de crédito a corto plazo -como sostienen muchos economistas- y al mismo tiempo exculpar a la Fed de haber tenido una muy poderosa influencia a la hora de empujar a un colosal endeudamiento a corto plazo entre los agentes. Fue la Fed quien colocó los tipos al 1%, fue la Fed la que hizo posible que los bancos encontraran rentable volver a arbitrar la curva de rendimientos (endeudarse a corto e invertir a largo), fue la Fed quien logró que reafloraran demandantes de crédito. Es decir, fue Greenspan.
Que luego el banco central no obligara a ningún banco privado a endeudarse imprudentemente a corto plazo o a prestar a deudores de alto riesgo o a acrecentar sus fondos de maniobra negativos o a mantenerse infracapitalizados o a sumarse a la especulación inmobiliaria, no quita que fuera él quien sentó las bases para que todo esto sucediera.
Si la Fed hubiese mantenido unos tipos de interés a corto plazo mucho más altos (por ejemplo del 5% o 6%) ni los bancos hubiesen podido incrementar tanto la oferta de crédito hipotecario, ni los estadounidenses menos solventes hubiesen podido demandar tanto crédito hipotecario, ni los bancos de inversión habrían estado interesados en concertar caras operaciones a corto plazo para invertir en activos de bajo rendimiento, ni el déficit comercial estadounidense hubiese sido tan cuantioso y por tanto el Banco Central de China no hubiese tenido opción a monetizar tanta deuda en dólares (el famoso ahorro asiático que no era en realidad ahorro), ni la burbuja inmobiliaria hubiese alcanzado magnitudes tales como para arramblar a las agencias de seguros, ni las agencias de rating habrían tenido opción a equivocarse tanto y tantas veces, ni Freddie Mac y Fannie Mae hubiesen podido adquirir enormes cantidades de unas titulizaciones hipotecarias de alto riesgo que simplemente no habrían existido.
Por eso Greenspan causó la crisis. No porque sea, ni mucho menos, responsabilidad exclusiva suya, sino porque fue un cooperador necesario, imprescindible, y causa eficiente de todo el proceso. Que el propio Greenspan sea un experto en teoría monetaria y de los ciclos económicos sólo reafirma esta posición. Difícilmente podría haberse hecho todo tan bien para que terminara tan mal. Bernanke muy probablemente no hubiese sido capaz sostener la burbuja tantos años y, de hecho, a las primeras de cambio le reventó. Greenspan la aguantó dos décadas. Tiene mérito, aunque sea un mérito de siniestras consecuencias.
La receta, sin embargo, ya la prescribió el propio Greenspan en 1966 y al menos en parte la reafirmó en sus declaraciones ante la comisión del Congreso que estudia las causas de la crisis. Las regulaciones en el fondo no sirven, lo que falla es el sistema: "El oro se interpone en este insidioso proceso como protector de los derechos de propiedad. Si uno entiende esto, no debería tener dificultad en comprender la causa del antagonismo frente al oro de los estatistas". Lo sabía y lo sigue sabiendo. De hecho, probablemente pasará a la historia como la persona que más hizo en la práctica por mostrar lo catastrófico del sistema monetario actual basado en un dinero fiduciario de curso forzoso emitido monopolísticamente por un banco central. Aunque él no lo quiera, aunque él lo niegue.
¿Confiaría usted en una persona que ha fallado estrepitosa y repetidamente en las predicciones y análisis sobre la economía? El sentido común dice que no. Si usted es una persona coherente, tampoco debería confiar en absoluto en Ben Bernanke, siguiente presidente de la Reserva Federal norteamericana, institución que se encarga, teórica e idealmente, de velar por el buen funcionamiento de la economía (producción alta y bajo desempleo), el mantenimiento de tasas de inflación bajas (pero positivas) y la buena salud del sistema financiero. En definitiva, de planificar la economía desde la manipulación del dinero.
A continuación, algunas de las sombras de luz con las que Bernanke nos ha ido iluminando en estos años.
En octubre de 2005, en un momento en que el sector de la construcción estaba en su apogeo en EEUU, afirmó con solemnidad que en realidad no existía ninguna burbuja inmobiliaria, y por tanto, las preocupaciones sobre esta cuestión estaban infundadas.
En esa misma ocasión achacó el incremento del 25% en los precios de la vivienda a factores reales, como el crecimiento de empleos, de ingresos y de nuevas familias.
Añadió, además, que "un enfriamiento moderado en el mercado inmobiliario, en el caso de que esto ocurriera, no sería incompatible con el mantenimiento del crecimiento económico cercano a su nivel potencial en el año que viene".
Por si esto no fuera poco, agregó que los efectos económicos de una caída en los precios de los activos "no depende tanto de la gravedad de la caída misma como de la respuesta de los encargados de la política económica, en particular, los bancos centrales". Si fuera esto cierto, ahora estaríamos creciendo a tasas estratosféricas. Sin embargo, las políticas de los bancos centrales no están funcionando, e incluso podemos estar en un escenario deflacionista, la peor pesadilla de Bernanke. Ahora no podrán decir que no lo han intentado.
En el año siguiente, Bernanke ignoró totalmente los riesgos de las hipotecas subprime. Por ejemplo, cuando habló acerca de la situación de la economía ante el Congreso estadounidense en el verano de 2006, no hizo ninguna mención a posibles tensiones futuras ni desequilibrios presentes. Conviene recordar que en este mismo verano se produjo el pico de la burbuja inmobiliaria. Los precios de la vivienda no hicieron más que bajar desde entonces.
En el verano de 2007 empezaron a florecer las primeras semillas que alertaban de problemas. Sin embargo, Bernanke permaneció impasible: "Parece improbable que los problemas del sector subprime se trasladen seriamente a la economía agregada o al sistema financiero", declaró el 5 de junio de este año ante la International Monetary Conference. A estas atinadas predicciones podríamos agregar su estimación, en febrero de 2008, de que la recuperación en el sector inmobiliario tendría lugar a fines de ese año.
"Decíamos ayer"
Crisis de las hipotecas "subprime": burbujas y algo más (Malas prácticas) – Diciembre 2007
Orígenes de la crisis
"El Boom de la vivienda"
La política monetaria expansiva impulsada por la FED desde el 2000, recortando las tasas de interés desde 6,25% (Diciembre de 2000) hasta 1% (Junio de 2003), incentivó el crecimiento de la demanda y oferta de vivienda, que ya venía en ascenso desde la década de los noventa.
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