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Democracia, autoritarismo y liberación (página 2)


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(Prometo que estas políticas serán problematizadas por otros artículos míos en breve.)

Lo que importa ahora es abrirnos a la discusión del autoritarismo que se encuentra detrás de problemáticas sociales – clasistas, sexuales, raciales, etcétera– presentes en la sociedad cubana, cuyos puntos de conexión sería difíciles de advertir. Las prácticas académicas han socializado una visión dogmática sobre la historia y constitución de la sociedad cubana. El diseño autoritario de nación obstruye el libre juego político de los actores sociales llamados a decidir el destino del país. La fuerza del poder constituyente del pueblo es reconducida por un poder constituido en Estado opuesto al reconocimiento de una mayor autonomía de la comunidad. Esta será la cuestión de fondo que discutimos en este artículo.

 El origen anarquista del marxismo cubano

 Las políticas del Estado cubano son informadas por una ideología apócrifa surgida de una cultura autoritaria. En tal sentido la ortodoxia en Cuba considera un accidente histórico el origen anarquista del marxismo cubano. Esto niega lo ocurrido en el siglo XX.

Considerar el silencio que la ortodoxia marxista hace de Julio Antonio Mella, por ejemplo, revela las intenciones de la misma[3]. Escuchamos cosas absurdas al respecto: El origen bastardo de Mella sería suficiente para explicar cierto comportamiento ácrata del joven marxista. Ocultan así el influjo anarquista de Alfredo López. Entonces la figura de Julio Antonio Mella será manipulada para facilitar una línea de consecuencia entre las guerras por la independencia de la nación y las luchas por el socialismo. de Estado.

En la década de 1960 la clase dirigente de la Revolución cubana había establecido un hecho histórico: Éramos actores políticos dentro de una tradición centenaria de luchas sociales por la independencia y la justicia que constituían la historia de la nación cubana[4].

Antes que oponerse a tal discurso, halló la ortodoxia motivos para reconducir su lógica política.

Incluso dicho registro histórico también afectará a José Martí. En una discusión José Martí le dice a los anarquistas: "Patria es humanidad". Este es un punto de encuentro de Martí con los ácratas. Ocultando el origen anarquista del marxismo cubano, la ortodoxia logra descontextualizar esa frase martiana. Descalifican así las lecturas martianas de Mella en clave anarquista –que venía de López–, para ubicar a Carlos Baliño en su lugar[5]. Lo que antes fue un encuentro político en la lucha revolucionaria de Mella y Baliño, ahora se presenta como identificación absoluta de ideales entre ambos. El marxismo de Baliño resultará menos problemático para la ortodoxia que el anarquismo de López. La discusión de este último con otros anarquistas en su época lo acercaba a un marxismo que la ortodoxia no estará dispuesta a reconocer como auténtico.

Esto es un contrasentido en todo.

Lo que hemos de considerar como algo espurio en la historia del marxismo cubano sería la propia presencia de esa ortodoxia. El espíritu libertario dentro del marxismo cubano: arranca en Alfredo López, pasa por Julio Antonio Mella, y culmina en Raúl Roa.

Las batallas por la libertad y contra toda forma de autoritarismo se hallan integradas en una tradición de izquierda en la Isla –según el artículo: "Izquierda y marxismo en Cuba", de Fernando Martínez Heredia; donde las posturas de izquierdas son identificadas por actitudes de rebeldía[6]–; tradición que, además, comienza a finales del siglo XIX y aún continúa. Sobre la historia de la izquierda en la Revolución cubana hemos discutido en otro artículo: "Izquierda y revolución"[7].

En la actualidad los libertarios en Cuba se identifican con corrientes ideológicas diversas: liberales, comunitarios o socialistas. Lo cual explica sus actitudes ante diferentes hechos en la política nacional. Consideremos, acaso, la actual militarización del Estado cubano.

La alternativa a la militarización del Estado será una democratización de la sociedad

 Empecemos antes por decir que, dentro del modelo socialista cubano, la función política de las Fuerzas Armadas ha resultado ser una garantía para la estabilidad y la continuidad de aquel régimen social que se estableció en Cuba después de 1959. Durante tres décadas tales funciones han sido variables. El MINFAR creaba infraestructuras físicas, forjaba cuadros de dirección para el Estado, etcétera. Constituyó un laboratorio de políticas: desde la constitución del Ejercito Juvenil del Trabajo hasta la iniciativa del Proceso de Perfeccionamiento Empresarial. Detrás de cada momento fallido en las aventuras desarrollistas o megalómanas –siempre industrialistas– de la dirección de la Revolución, estaba el MINFAR; pero, en particular, nunca respondían por nada. Incluso en política exterior. Como también las misiones diplomáticas cubanas se hallaban integradas por los attachés militares. (Fantasmas en la nómina.) Siempre estuvo este organismo en la sombra. Ahora se hallan en primer plano. Piensan que pueden dirigir a la sociedad como a un cuartel. Distorsionan la anterior experiencia económica del MINFAR, además. Entienden ésta como superior a la ejecutoria de otros órganos de la administración central del Estado. 

Ahora bien, lo que no entienden los "leales históricos" que hoy asaltan las estructuras de poder en Cuba, en tal caso, sería que esta carta escondida en la manga –que fuera antes alternativa y ahora oficialista– debe responder por la totalidad y el destino del proceso. En un contexto así la posibilidad de hallar muestras de actitudes autoritarias será aún mayor. Sobraría un inventario de hechos. Subrayo, en cambio, tres noticias del 2009:

?         Los actuales ministros de Informática e Interior se encontraron en la CUJAE para homenajear a un ex ministro de Educación Superior. Todos son militares –en activo o no–. El acto se realizó sin la presencia del titular del sector. Siguiendo a Jean Baudrillard –y su "teoría de la conjura"– diría: Conspiran. ¿Contra quién? Contra los sectores críticos de la sociedad.

?         Un cuadro de dirección del Ministerio de Informática se presentó en la Mesa Redonda de la televisión nacional para informar sobre el proceso de informatización de la sociedad cubana. Entonces habla del veneno enemigo contenido en la Internet y del empeño por construir una sociedad cerrada. (Comete un lapsus mental: su hijo accede a la Red desde su casa.) Significa esto que insisten en mantener el modelo de dominación política que nos condujo a la situación actual.

?         Después de hacer diplomacia en América Latina, y ante la inminente caída del "embargo"  de Estados Unidos contra Cuba, regresa al país el compañero Raúl Castro para –en su primer acto público en Cuba– presidir un Consejo Nacional de Defensa ampliado. Esto es: ni Consejo de Estado, ni Buró Político, ni Asamblea Nacional. 

La carga de intensión que acompaña a las reformas que el compañero Raúl Castro echa adelante, cabría en un espectro amplísimo de variantes dado la alta ambigüedad que éstas nos muestran. Según se deduce de la retórica oficial, podría ser su interés realmente el construir una nueva sociedad. Desde luego, esto no restara importancia a las medidas adoptadas respecto al Consejo de Ministros, por cuanto aquellas rompen efectivamente el anterior equilibrio de fuerzas. Equilibrio que daba ventaja a la clase tecnocratrica frente a las clases populares en Cuba.

Imaginemos, en cambio, que estamos ante una artimaña para retener las riendas del poder. En la década de 1990 el dilema de la gobernabilidad fue resuelto remozando la "representatividad" del poder constituido, liberando de tensiones el cotidiano con la legalización de aquellas estrategias de sobrevivencias adoptadas por la población y ofreciendo a la élite tecnocrática una alternativa para mantener sus privilegios en la sociedad. Esta vez no encuentran las reformas una alternativa que acomode al gerenciado. (Omitiendo el poder efectivo de que dispone el mismo.) Un año antes había elaborado el DTI (2001-2003) un plan operativo contra los Nuevos Ricos –en particular, contra el gerenciado: grupos de negoción, compradores, etcétera–. El plan en cuestión no incluía a los "leones" –aquéllos cuyo proceso de acumulación de capitales (licitando nuestra economía por el 2% o 5% de cada contrato pactado) había ocurrido entre 1991 y 1997–, sino a los "chacales" que habían ocupado el espacio después de la emigración de aquéllos otros. Aún así, apenas si serían adoptadas por el gobierno algunas medidas indirectas contra los "chacales": sacar de circulación al dólar, cerrar zonas francas, crear fondos centralizados de divisas, etcétera.

El déficit democrático de la Revolución cubana

 Confieso que soy partidario de aquellos que apuestan por las buenas intenciones del compañero Raúl Castro en materia de reformas. Incluso pienso que el dilema que enfrenta éste compañero se refiere a la fuerte resistencia al cambio que le presentan los lebreles del status quo.

Ante la altísima complejidad de los problemas por resolver, por cantidad y urgencia, las reformas han demorado en realizarse más de lo esperado. En mi opinión, esto ha creado un aparente vacío de poder. Lo cual justifica la formación de grupos alternativos de poder en la elite política. Algo que comienza por modos vanidosos de tomar posición y acaban por constituir varias facciones dentro del Partido. (Sobre este asunto la prensa nacional nos ofreció una información críptica y ambigua[8].) En cambio, me resisto a admitir que el compañero Carlos Lage haya sido un arribista. Porque nadie mejor que Lage en la administración de la sociedad en estos últimos 20 años difíciles. Las prácticas de ninguneo afectan también a la clase política. Entonces, ¿acaso los leales históricos "le casaron la pelea"? En tal caso, para dejar caer el hacha del verdugo sólo bastaba un gesto de la víctima. Lo mismo que hicieron a principios de la década de 1980 los tecnócratas a los actuales verdugos –al adoptar un nuevo sentido común en materia de cambios: "había que renovar a los cuadros"–, hacen los leales históricos hoy contra aquél que verdaderamente podía vencer a la Nueva Clase en su propio campo. Los aliados que aprueba el compañero Raúl Castro, ahora, serán capaces de apartar del camino a quiénes sean mínimamente críticos con las formas no consensuadas (expeditas) de realizar las reformas en cuestión.

Entendemos como definitivos en un socialismo libertario ciertos elementos: diálogo, autogestión y consenso. (Ante todo, el diálogo como superación de la incomplitud de los actores sociales en la sociedad. Luego, la autogestión es: "Ecología política de una sociedad de iguales". Finalmente, como único método válido para la constitución del ser político se hallará al consenso.) El modo autoritario que adoptan las reformas en manos del compañero Raúl Castro resulta algo contrario a nuestra concepción del socialismo del siglo XXI.

Pero esta es una cuestión que se resolvería en medio de un intercambio libre, responsable y honesto de ideas que no ocurre[9]. En mi caso, ninguno de estos compañeros me ha ofrecido la oportunidad de discutir estas cuestiones como compatriotas que somos. ¿Piensan con cabeza propia? ¿Sienten miedo a hacer el ridículo o han perdido tal sentido? (Quizá eso explica sus prejuicios contra la Ciudad Letrada en bloque.) Frente al nuevo ethos emergente me atrevo a sugerir un análisis generacional de la Vieja Guardia. ¿Estamos ante una gerontocracia que se atrinchera?

En materia de adopción de políticas más pertinentes para enfrentar los problemas que implica una radical actualización del proyecto socialista cubano, pienso que lo correcto sería emprender una profunda democratización de la sociedad. Democratización que debe incrementar el protagonismo popular en la resolución de los asuntos públicos. Cada vez que apelaron antes al pueblo fue para resolver las crisis que habían propiciado aquellos que ahora exigía el concurso de las masas en su solución. La política adoptada por el compañero Raúl Castro sólo pudiera ser justificada a partir del déficit democrático que ha signado a la Revolución cubana en medio siglo.

Nunca ha sido puesta en debate la cultura autoritaria que tanto los populistas como los obreristas han venido a legitimar con sus políticas de Estado. Por una parte se busca ampliar la participación popular en la gestión de la cosa pública; mientras que, por otra parte, se confía a los elegidos la administración diaria de la sociedad. Estamos acá frente a una serpiente que se muerde la cola. Entonces resulta la democratización un simulacro. En medio de una discusión sobre el dilema que significa Cuba para la izquierda en Occidente, el sociólogo portugués Boaventura de Sousa[10] sugiere que entendamos la necesaria democratización de la sociedad como un proceso de eliminación de las jerarquías sociales que, finalmente, debe acabar en la constitución de una "autoridad compartida". Lo que implica una conversión de las "diferencias desiguales" en "diferencias iguales", según su parecer. Echadas las buenas intensiones de Sousa a un lado, entonces, subrayo la fragilidad de esta concepción de la revolución ante las estrategias de dominación desde la derecha. Porque eso hace la derecha, exactamente, para sostener su poder político. El proceso de conversión de las diferencias en desigualdades sociales –y viceversa– estaría asociado a un modelo de hegemonía que busca naturalizar –o, en cambio, desacralizar– una relación asimétrica de poder.

El análisis histórico de la estratificación de la sociedad cubana, en particular, acusa la presencia de procesos de distinción de las diferencias que invisibilizan la pluralidad de la misma. Entonces la nación no será el espacio de reconocimiento de los actores sociales en juego.

La batalla contra la burocracia será contra el autoritarismo que se encuentra detrás

 Una y otra vez se debaten tales temas en Cuba. En mi opinión se trata de una discusión que apenas si considera las apariencias de una cuestión que se encuentra de fondo. Dilema que afecta a toda la sociedad.

La vida cotidiana en Cuba está ordenada de manera funcional a un modelo de dominación política que tiende a reducir las incertidumbres que produce dicho artificio por sí mismo. La clase política se enfrenta al dilema de cómo negociar con una creciente complejización de la sociedad, mientras intenta mantener unas estructuras de poder que la confirme en una condición liderazgo sólo ejercida por decreto. Éstas adoptan dos caminos: Primero buscan homogenizar a los actores sociales. Después tratan de disciplinar a toda la sociedad.

Las políticas de Estado no modifican los "rezagos del pasado". Desde luego, será así mientras éstos resulten funcionales dentro de una estrategia de dominación política que, paradójicamente, anuncia la construcción de la nueva sociedad reproduciendo lo peor de la sociedad anterior.

¿El empleo de métodos fascistas es pertinente para la realización del proyecto socialista?

Las reformas que ha planteado el compañero Raúl Castro se sostienen sobre una visión horizontal del poder. Esta visión estructural podría propiciar una absurda confirmación del modelo de dominación política, o, en cambio, podría implicar la subversión radical del status quo. Para que ocurra lo segundo debemos antes romper el círculo vicioso constituido por las actitudes defensivistas que identifican a la práctica política en Cuba. Lo cual fomenta cierto despotismo entre la élite política. Conformando un estado despótico al final –según Guy Debord– "donde el poder nunca arregla sus cuentas más que consigo mismo en la inaccesible oscuridad de su punto más concentrado: por la revolución de palacio, cuyo triunfo o fracaso ponen fuera de discusión"[11]. Lo que Cuba hoy necesita es otra cosa.

Entonces la batalla contra el autoritarismo será decisiva.  

La cultura autoritaria se manifiesta como régimen social fragmentado de la sociedad, como proceso de ritualización de la política, como alienación del simbolismo de las identidades, etcétera. Un dios difícil de localizar en algún punto. Presente en todas partes; pero sin mostrar su rostro.

Quizá no halla nada más elocuente que la figura de un maestro sobre el pedestal que lo distingue en el espacio escolar. Una clase que resulta la antípoda de un taller. Pero el modo de ordenar la vida laboral no es menos. Las formas de actuación del dirigente son pautadas por esquemas que niegan toda posibilidad de participación del trabajador bajo criterios de cogestión. Funcionarios que no funcionan. Políticos que asisten a cursos de capacitación, por ejemplo, donde una discusión sobre la homofobia les resulta vedada. Mientras su desempeño es sexista. Etcétera, etcétera.

Como las marchas multitudinarias en la Plaza, la sociedad ha sido sobrepolitizada para poder despolitizar a sus miembros. Un estado de diglosia que aumenta el nivel de impunidad de que disfruta la clase política en Cuba.

Las políticas de Estado que tienden a reproducir las viejas estructuras de opresión

 El análisis de los procesos la estratificación social de la sociedad y de distinción de las diferencias sociales en Cuba, en particular, durante las últimas dos décadas,  revela marcas culturales –jinetera, gay, palestino, etcétera– que indican actitudes discriminatorias contra actores sociales en desventaja, dado los cambios que ocurrieron en ese período histórico convulso. Estamos en un estudio sobre la conversión de las diferencias en desigualdades sociales en ciudades pequeñas cubanas (de 20 a 30 mil habitantes), en ese período, que nos remitió a una cuestión de fondo: La quiebra del modelo de hegemonía política que invisibilizaba ciertas desigualdades sociales creadas por el mismo. Valdría la pena discutir ese modelo. Sobre ese modelo son realizadas las políticas del Estado cubano.  

El poder de enunciar realidades sociales –desde el Estado– se hallará por encima de los procesos de distinción que estudiamos en este instante.

En el artículo que publicamos en Kaos-Cuba en noviembre de 2007[12] decíamos que la sociedad cubana de las décadas de 1970 y 1980 será una sociedad fracturada en una multitud de ghettos sin visión de totalidad. Esta era una sociedad donde la sensación de prosperidad colectiva y el control policíaco sobre la misma elevaban la eficacia del modelo de hegemonía que fracasa junto al socialismo real en la URSS. La sociedad de la década de 1990 no es más desigualitaria que la sociedad de la década de 1980. Lo que sucede es que la sociedad de los años 90 se descubre a sí misma de cuerpo entero, –por ejemplo, como lo haría la sociedad cubana de los años 60– mientras se produce el desmontaje de aquel estado policial. Desde luego, halla unas realidades que resultaban de una revolución socialista igualitarista y no del capitalismo neocolonial anterior. Las nuevas jerarquías surgidas de la rearticulación sobre el mercado de otros entramados sociales, alterando los términos, pueden ser equiparadas con las producidas en la década de 1960. Era una sociedad en una situación límite. (Entonces sugiero desacralizar al Estado-padre de familia.) Las cosas no andaban bien antes del período especial (años 90). Lo que ocurre en ese período tendría muchísimo que ver con políticas de Estado cumplidas en etapas anteriores. Sugerimos que las formas de dominación política que aseguraban su ejecución deben ser discutidas.

La historia debe ser reconstruida sobre las realidades que la justifican. En tal sentido, la historia del modelo de dominación política que discutimos acá fue estructurándose sobre matrices políticas, económicas y culturales en particular. Las clases políticas sólo hallaran en la nomenclatura la única forma de adscripción al proceso histórico en curso. (Proceso de profesionalización de la política.) El proceso de estatización de la propiedad resultó en la constitución de una economía de enclaves. La batalla por la educación popular acabó produciendo una cultura de masas. (Campaña de aculturación etnocida.) Sobre estas bases se articuló el modelo en cuestión. Este modelo de dominación política resultó un instrumento de poder al servicio del Estado obrerista (1971-1989) dada su eficacia.

En otro artículo mío revelaba el dilema de Cuba desde el titulo mismo: "La mala palabra en Cuba no es centralización sino exclusión"[13]. Porque toda exclusión descalifica al socialismo por sí misma. En cambio, aún persisten las viejas estructuras de exclusión social en la sociedad cubana. Las políticas del Estado han sido homofóbicas por acción (caso: UMAP) y por omisión (siendo asexuadas éstas). Las políticas de Estado estarían obligadas a reconocer la presencia de ciertas diferencias sexuales en la sociedad. Pienso que no tienen los políticos mucho interés en provocar un cambio en ese sentido. Los políticos han sido tolerantes con una colonialidad literaria que excluye a las clases subalternas de la cultura nacional. (Por ejemplo, los estudios filológicos en Cuba han adoptado un concepto eurocéntrico de literatura que sepulta a las poéticas y la narrativa oral afrocubana del siglo XIX[14].) Entonces, haya sido omitiendo aquellas diferencias sociales o tolerando esta colonialidad cultural, las políticas del Estado cubano son responsables de esas prácticas de exclusión. La mala fe se confirma cuando nos enfrentamos a la presencia de una economía estadística y el empleo de criterios economicistas en la política de inversión. La mitad de las inversiones del país se ejecutan donde apenas vive el 20% de los cubanos: Ciudad de La Habana. Pinar del Río era la Cenicienta del capitalismo periférico. El estatuto de "pariente pobre" de Granma sería un resultado del modelo de hegemonía política que ahora ofrecemos a debate en este artículo.

La historia de estas políticas de exclusión tiene un abultado expediente de felonías que fueron cumplidas en medio siglo de ejercicio del poder. En un artículo mío publicado en Kaos-Cuba en octubre de 2007[15] califico de "gran estafa" a la política del Estado cubano respecto de la vivienda en los últimos 5 lustros. Lo que indigna es el cinismo institucional que adoptan los políticos ante ese dilema. Pero hay más. Los servicios públicos ofrecidos por el Estado –transporte, acueducto, comercio, electricidad, etcétera– tienen por fundamento legal contratos de adhesión donde la voluntad del ciudadano no cuenta. Lo mismo sucede cuando el incumplidor resulta ser el Estado mismo. En tal sentido, hablar de "protección al consumidor" es un gesto patético. Estamos ante un Estado-menor de edad. cuando así conviene al Estado mismo.

Las actitudes de disenso son reducidas por un modelo hegemónico bien dotado de cartelitos que resultan sumamente eficaces para neutralizar tales posturas.  

Insisto, la crítica a estas políticas de exclusión debe trascender de la discusión del modelo hegemónico que las fomenta para enfrentarse a la ideología fascista que la justifica. Los debates sobre la burocracia, por ejemplo, nos están dejando en estado de desamparo cuando terminan por ofrecernos como alternativa la reducción del aparato burocrático del Estado cubano. Los medios de regulación estatales han demostrado ser menos eficaces que las formas de autorregulación (endógena) creadas en la sociedad por sí misma. En cambio, operan de fondo unas estructuras de poder que manipulan los "rezagos del pasado" a su antojo. (Lo mismo hace con el mercado según los tiempos cambian: para bien y para mal.) Incluso, no dudan en estimular los prejuicios racistas, homofóbicos y clasistas "cuando la situación lo requiere".

La cultura autoritaria y sus capas geológicas

 Cuando apenas las reformas logran eliminar las "capas políticas" de un tejido autoritario que tiende a regenerarse por sí mismo –es decir, sólo afectando la superficie del mismo–, éstas corren el riesgo de convertirse en un simulacro de cambios que nos regresan al punto de partida. La cuestión se estaría planteando de la siguiente manera: La adopción de un enfoque cultural de los cambios políticos nos llevara a otorgarle al proceso etnocultural cubano la máxima prioridad en la agenda de debates.

Este análisis busca deconstruir una cultura autoritaria en el tiempo. Una cultura autoritaria que se estableció en Cuba con la sociedad esclavista (siglo XIX).

Desde luego, existe un desarrollo anterior. La tradición autoritaria nacional halla en los imperios mesiánicos salvacionistas ibéricos la matriz sociocultural de sí misma. (Matriz que apenas con el mercantilismo decimonónico logra ser reciclada.) La vida cotidiana de la Colonia sería estructurada sobre un poder despótico. Entre 1870 y 1930, más o menos, la sociedad nacional sufrió un proceso de "incorporación histórica" –según la terminología de Darcy Ribeiro[16]– al sistema-mundo emergente bajo los métodos autoritarios de nuevos imperios mundiales. Le faltó a la sociedad cubana la autonomía que disfrutó con la clase dirigente nativa entre los siglos XVIII y XIX. El modo directo de imposición de la condición neocolonial a la Isla por Estados Unidos así lo confirma. Los cambios acaecidos como resultado de la revolución de 1933 fueron posibles dada la vitalidad de ciertos mecanismos endógenos que resultaban orgánicos con tal condición colonial. Entonces el sujeto político popular fue reconducido a un modelo de democracia burguesa. En las etapas de transición que enfrentó Cuba en el siglo XX –estas son: 1898-1909, 1930-1940 y 1959-1971–, nunca fue posible lograr consensuar el proceso de cambios. Y una muestra de ello la hallaríamos en la década de 1960. Quizá se ofrezca como un buen pretexto el diferendo con el Imperio. Pero la verdad es otra. Entonces la tradición de autoritarismo se actualizaba. Luego los cubanos nos enfrentaríamos a otro imperio: la Unión Soviética. Pero ¿acaso sería correcto culpar a los hermanos caídos de nuestros males? Creamos un denso entramado de relaciones de poder. Las cuales acabaron por reducir la soberanía popular en un simulacro político de carácter regresivo. Durante el período de hegemonía política –en exclusiva– del obrerismo (1971-1989), todos los sistemas de significación de la realidad fueron sobresaturados por un discurso apologético que resultó tautológico o no-referencial, cuya explicites denotaba una ausencia: el diálogo. 

La relación entre amo y esclavo, entre patrón y trabajador, entre burócrata y pueblo son arquetípicas cuando se intenta identificar el dilema en cuestión.

Las prácticas de solidaridad entre las clases subalternas en Cuba  –por ejemplo, de tipo familiar, mutualista o corporativa–, han sido ante las prácticas de exclusión de las clases dominantes un valladar y un espacio de recreación de la justicia. La nación diseñada y sostenida por los opresores ha cerrado puertas a estas prácticas de fraternidad de los oprimidos. Cuando no, entonces, las ha convertido en recurso amortiguador de sus déficits sociales o espacio de subyugación del pueblo. En todas las décadas críticas –años 20, 50 y 90– han tenido estas prácticas su etapa de clímax en la sociedad cubana. La clase dominante en Cuba también ha ido conformando sus mecanismos de defensa ante tales situaciones límites, hasta articular un modelo de negociación de las crisis (regresivo) del cual se han estado sirviendo todas ellas

Socialismo estatista: modelo de hegemonía política (autoritario)

 La falta de sentido de pertinencia entre los cubanos se debe a la mediación estatista que afecta al modelo de participación política en la sociedad cubana. Este sería el principio y el fin de una discusión sobre la producción de sentido en la sociedad cubana en las últimas 5 décadas. En el fondo se encuentran ciertas estructuras de poder que tiende a reproducirse sobre sí mismas. Luego, estas últimas se sostienen dada una hegemonía política que ha logrado institucionalizarse para rehacer así el espacio político de la soberanía popular. En tal sentido, la visión horizontal del poder que identifica a las reformas en curso nos estaría obligando a problematizar la espacialidad de tales estructuras de poder político. Sobre todo, en el sentido en que planteábamos esta cuestión de inicio.

Según el criterio adoptado en el Censo del 2002[17], existen en Cuba una multitud de asentamientos humanos que se clasifican entre ciudades, pueblos, poblados y caseríos o bateyes –más un décimo de población dispersa–. El patrón poblacional de la sociedad cubana fue invertido –de rural a urbano– en apenas tres décadas. La ciudad hoy alberga al 75% de los cubanos. Constituye ella misma un espacio político donde se reproducen las viejas estructuras de exclusión. Las formas de colonialismo interno están establecidas al interior –como segregación urbana– de las ciudades cubanas y también en el conjunto de las mismas. Ciudades en donde los espacios lumínicos y oscuros que las identifican cada vez resultan más intensos. Las prácticas del poder hegemónico se estructuran por circuitos urbanos. Estos circuitos se estructuran siguiendo la clasificación adoptada por un Censo de Población –ésta es: ciudades grandes, medianas y pequeñas–. (Clasificación que resulta una muestra ella misma del dilema en cuestión). Lo que ocurrió de 1959 acá fue apenas una descentralización de las prácticas de exclusión que existían antes de esa fecha. Entonces el radical cambio civilizatorio que el socialismo debió producir se quedaría a medio camino.

Esto no afecta la distribución de poder entre las grandes ciudades, que continúa siendo favorable a la capital del país. En tal sentido, las prácticas de exclusión más hirientes se presentan en la adopción de métodos administrativos para el manejo de los flujos migratorios internos que el modelo de dominación induce con el desanclaje de las personas de las regiones de origen. El efecto regresivo de las políticas migratorias del Estado obrerista (1971-1989) –libre contratación, etcétera–  puede ser constatada por la cantidad de cubanos que abandonaron sus lugares de orígenes en ese período (2/3 del total). Las grandes ciudades serían los escenarios más afectados. Ciudades donde se encuentran las mayores oportunidades de éxito personal, sin duda, dado los patrones de prestigio y de bienestar que instituyó el Estado obrerista.

El destino de las ciudades medianas ha variado según la estrategia de desarrollo adoptada por el poder central ubicado en la ciudad-capital, pero en juego de fuerzas con las ciudades que integran el circuito nacional. La vida política en estas ciudades, dado que el tiempo de bonanza es efímero en ellas, obliga al poder local a articularse a través de la yuxtaposición de dos modelos institucionales opuestos: uno que responde a las exigencias del poder central (simulado), y otro que es expresión de una lucha (mutante) de intereses locales opuestos. En cambio, la situación de las ciudades medianas a pequeñas –de 30 a 50 mil habitantes– es precaria; pues éstas resultan ser rehenes de un Estado asistencialista que redistribuye el ingreso y de una nueva economía cuyos criterios economicistas las rechazan por no rentables. En este tercer circuito halla el modelo de dominación política en Cuba las actitudes más abyectas. Ahora bien, donde este dilema hegemónico resulta  más evidente será en las ciudades pequeñas de 20 a 30 mil habitantes. Ciudades que, aisladas, albergan al 4,3% de la población del país. (Índice que podría elevarse al 23% cuando son integradas dichas ciudades en espacios urbanos más amplios.) Las luchas sociales en Cuba están teniendo su momento más fecundo en estas ciudades. En ellas las relaciones interpersonales son más fuertes y las formas de exclusión resultan más indignantes y explosivas.

El análisis del drama histórico y social que enfrentaron estas sociedades locales en las últimas dos décadas las define como una sociedad en transición de cuerpo entero: unas colapsaron, otras fueron actualizadas y otras más recicladas. En verdad resulta algo fascinante constatar la capacidad antropofágica de estas comunidades frente a momentos tan difíciles. Las reformas que el compañero Raúl Castro echa adelante, entonces, haya en dichas ciudades su prueba de fuego. Cuando se analiza desde esta perspectiva el último proceso electoral, por ejemplo, resulta obvio que las actitudes cívicas –frente a la abierta convocatoria por un "voto unido"– han funcionado como voto-castigo en Cienfuegos, como voto-disenso en Pinar del Río y como voto-crítico en Isla de la Juventud. Estas luchas se refieren a la autoridad que decide sus destinos.

Historia reciente de la cultura autoritaria en la sociedad cubana

 Intentemos ahora esbozar un mapa al respecto. Un mapa que facilite situar la discusión al centro del dilema actual de Cuba. Discutiremos la falta de legitimidad de una autoridad espuria.

Distinguimos tres momentos del proceso. Es decir, en el tiempo el drama del autoritarismo estaría planteado así: En la década de 1960 las formas de legitimación de la autoridad se apoyan en la imagen carismática que proyecta el liderazgo político. Pero esta forma de poder político exige el involucramiento cada vez mayor de los actores sociales. Cuando la onda expansiva del proceso llegó a afectar a multitudes, entonces, resultó para la revolución una necesidad modificar la institucionalidad que se había otorgado en aquella etapa inicial. Entonces parecía que todo ejercicio de autoridad se había disuelto en un denso entramado de instituciones sociales que, a su vez, fueron adscritas a un Estado burocrático policial. Este estado político de la sociedad civil fue regentado por la tecnocracia de las décadas de 1970 y 1980. Lo que sucedió en la década de 1990 nos demuestra que el dilema autoritario adopta una modalidad más orgánica, con respecto a un modelo institucional estatista que pierde toda capacidad de regulación sobre las relaciones sociales. La sociedad se encuentra entonces centrada en la constitución de nuevos mecanismos (endógenos) para la regulación social de sí misma.

En tal sentido, un análisis diacrónico nos revelaría una espacialidad sostenida por prácticas autoritarias de constitución política, así como se evidencia en la temporalidad que el diagnóstico anterior –de tipo sincrónico– nos ofrece.

Luego, este resulta ser el régimen más cuidadoso en Cuba al articular una protección legal (casi obsesiva) contra los excesos de autoridad y que menos ha logrado en tal sentido. La sociedad cubana del capitalismo neocolonial periférico había confiado a la "moralidad ciudadana" el manejo de tales desafueros en la política nacional, para sólo intervenir cuando estuviese en peligro el "Estado democrático burgués". En el barrio eran la policía y la escuela las que se hacían cargo de cuidar del orden social. Durante la primera mitad del siglo XX las clases dominantes en Cuba hacían un uso excepcional de los recursos autoritarios que fueron heredados de la Colonia. (Presumían de demócratas.) Quizá le faltaban otros atributos más sofisticados para asegurar la dominación política sobre la sociedad –como, por ejemplo, el poder socializador del mercado–.  Sin duda en la década de 1950 tales técnicas de dominación fueron reducidas a una caricatura con el batistato. Pero aún así el estado entrópico que resultaba de aquel modelo de dominación política libraba de toda responsabilidad ante aquella calamitosa situación a las instituciones oficiales del gobierno.

Sucedió otro tanto con el socialismo (estatista) que ha seguido detrás. Pero al revés. Las anteriores prácticas de exclusión fueron suprimidas dada la carga de infamia que portaban las mismas[18]. 

Serían pues destruidos esos métodos de "regulación social" de la sociedad, para ser después sustituidos por una absurda mediación estatista de las relaciones sociales bajo el nuevo gobierno. Las marcas culturales del proceso de reconversión de los métodos convencionales resultan bastante evidentes. Por ejemplo, "socio" era la palabra-llave que se estableció en la década de 1960 para "abrir puertas" a los amigos. La política de cuadros del Estado fue articulada bajo criterios de confiabilidad y de méritos obtenidos por la clase dirigente de la sociedad. Menos por resultados de trabajo. La creación de un ejercito de informantes capaces de calumniar hasta su propia familia, y libres de toda responsabilidad penal por ello, estimuló la emergencia de formas conocidas (chivatos) de corrupción política del régimen neocolonial cubano. Las políticas que obstruyen al derecho de asociación han contribuido a elevar la impunidad de una clase política que se considera por encima de la soberanía popular. La cosa más aberrante que aún ocurre sería la existencia de aquella obligación legal de reclamar a la autoridad inmediata superior del dirigente que atropella los derechos de un ciudadano la corrección de tal injusticia. Lo cual convierte a la responsabilidad civil del Estado en una ficción jurídica.

La dialéctica del poder constituyente en una sociedad en transición (1989-2012)

 Significa esto que, con algo de tiempo por medio, tales prácticas de exclusión van a resultar más sutiles. Fue creado un gobierno invisible que se podría fácilmente constatar pero casi imposible denunciar. En tal sentido, las políticas públicas del Estado cubano fueron calificando un amplio espectro de prácticas y atributos socioculturales que integraban nuestra identidad como "rezagos del pasado". Suprimiendo de la realidad cotidiana de la sociedad estos elementos de identidad, estas políticas etnocidas han reducido al mínimo la creatividad popular en materia de acción política. Combatiendo una eclosión del espíritu asociativo en la sociedad cubana en la década de 1990, por ejemplo, los burócratas han logrado criminalizar a un mutualismo de raíz popular. Esto puede explicar porqué el poder constituyente del pueblo se ha trasvasado en formas contraculturales anti-Estado: así como en cierto desorden social que, siendo el mismo confundido con estados de esquizofrenia generados por un Estado de excepción infinito, amplían el margen de impunidad de las políticas disciplinarias aplicadas por la burocracia estatal. (Las manos de estos señores están repletas de premios y castigos.) Las actitudes defensivas resultan ser el contenido de una etapa de repliegue que se extiende de 1989 a 1994. Entonces el modelo de conscripción anterior se agotará; para, en cambio, ser suplido por un precario equilibrio entre Estado y mercado. Una etapa en donde se articula el actual status quo. Equilibrio que será conformado por el maridaje regresivo entre una nueva economía que genera el ingreso nacional y un Estado asistencialista que distribuye éste, a cambio de conservar para sí una legitimidad que antes se fundaba en la autenticidad del proyecto libertario de la Revolución cubana. En tal sentido, todo en Cuba parecía ser confiado al sentido común. Un sentido común enfermo que la ineficiencia del Estado alentaba y que el poder persuasivo del mercado reducía al mundo cosificado del valor. El poder se convirtió en algo grosero, que sólo merecía el desplante de una generación reggae –y su actitud hedonista– ante un tiempo adverso.

Un amor difícil que los cubanos han tenido que penar.

Desde luego, las clases populares han mantenido una relación instrumental con el poder constituido en el Estado-nación. Esta relación fue –según lugares, tiempos y asuntos–: crítica, indolente o abyecta. Lo que emerge junto a la batalla por el rescate de Elián a inicios del siglo XXI –niño que había sido secuestrado por las hordas pro-yanquis de Miami–, sería aquel sentimiento de patria que permitió al pueblo antes establecer la medida del repliegue del socialismo cubano  en la anterior década. Esta actitud fue recibida como mensaje por la dirección de la Revolución cubana, que desata lo que conocemos como Batalla de Ideas. La misma no implicó una modificación sustancial de la relación de tipo instrumental que las clases populares han sostenido ante las políticas públicas del Estado cubano. El estudio de diagnóstico que antecedió a los programas sociales que fueron adoptados con el tiempo hacía visible la situación verdaderamente dramática que afectaba a la sociedad cubana. Esta política de emergencia se fue enfrentando a problemas que eran consecuencia de insuficiencias del proceso iniciado en 1959. Es decir, no sólo los creados en los años 90. Cuando esta ofensiva estaba administrativamente a punto de fracasar, dada la cantidad y complejidad de sus tareas, entonces, la marcha de los programas va por el futuro. Estamos ante un momento de inflexión del proceso. Esto hace que la discusión sobre el proyecto de nueva sociedad entre con urgencia en la agenda nacional. El dilema societal tiene una dimensión personal que no podemos obviar. Debemos hacer las apuestas de futuro con un juego de cartas ya vencidas. ¿Lograr un empleo en el turismo? ¿Emigrar al extranjero? ¿Continuar una vida freelance? Etcétera, etcétera. Asistimos ahora al proceso de emergencia de una conciencia crítica que progresivamente se viene convirtiendo en conciencia política. Justo ahora cuando se interponen los "cuadros históricos leales" con una militarización del Estado cubano, para alentar así aquel autoritarismo de la tradición y agudizar el déficit democrático de la sociedad cubana.  

Lo opuesto a un déspota no será un demócrata sino un libertario

 Entonces, tal cuestión se ha convertido en un dilema personal que debemos discutir. En este plano se planteaba Che Guevara el período de transición hacia la nueva sociedad[19]. (Es decir, entendía ese proceso histórico como una exigencia de autoeducación que cada persona debía resolver por sí mismo.) Período de altísima creatividad histórica donde las formas económicas debían ser conjugadas con actos de conciencia que facilitarán dicho proceso. Economía y conciencia. En un punto más allá estaría la discusión sobre las prácticas culturales más pertinentes para tal proceso de cambios. Es decir, ¿cuáles serían las condiciones culturales sobre las que se produciría el proceso de reproducción ampliada de la nueva sociedad en camino? Esto nos lleva al análisis de la condición de sujeto portador de cultura de los actores políticos que ahora se enfrentan a los desafíos históricos y sociales del proceso en cuestión.

Siendo un corolario de la presión educativa directa y del cambio de circunstancias que suceden (propias de una revolución en curso), y dada la justeza del hecho, decía Che Guevara, llega a advertir el individuo que no se encuentra aún preparado para el cambio que ocurre. Entonces se lanza en una batalla fiera contra sí mismo. En esta lucha angustiosa contra sí el individuo no logra problematizar la cultura de la cual es portador y se culpa. Muchas de las actitudes políticas que adoptan los sujetos sociales involucrados en la transición socialista serían una expresión de la mala conciencia que genera esa batalla fiera de cada persona contra sí mismo.

Planteémonos tres preguntas al respecto.

Pregunta 1: ¿Usted es un déspota?

Desde luego, déspota es su vecino. Sucede que las actitudes autoritarias casi espontáneamente se reproducen en la vida cotidiana de la sociedad. Discutamos, por caso, hechos de violencia infantil. El análisis de este dilema se reduce al castigo. En verdad, valdría la pena debatir el asunto; sobre todo, porque en el drama infantil se resumiría el dilema de toda una sociedad. En tal sentido me atrevo a sintetizar tal asunto: Empecemos por decir que los hijos serán rehenes de sus padres. Luego, los niños son reducidos a un mundo construido por los adultos, (que éstos adjetivan al suyo). Situado este mundo infantil, además, al final de la cadena de agresiones sociales. (Esto explica que Che Guevara exigiera evitar que las confusiones de la actual generación no afectaran a las futuras[20].) La mala conciencia de los adultos les obliga tercamente a hablar del asunto ¡con mucha sinceridad y ternura!

Pregunta 2: ¿Acaso bastará con convertirnos en demócratas para desbancar a los autoritarios?

El joven Marx halla en la democracia la verdad de toda constitución política de una sociedad[21]. Lo dice cuando antes había afirmado que cada individuo es una constitución política que mantiene una relación orgánica (como de género a especie) con la sociedad. No obstante, el joven Marx no olvida que la demo-cracia sigue siendo política. Esto es, la sociedad política que adopta formas democráticas en su realización práctica no deja de ser política. Por tanto, resulta un modo de legitimar cierta jerarquización de las prácticas y estructuras sociales. Ejercicio nada inocente. La crítica de Guy Debord contra el autoritarismo de Bakunin y Lenin aún mantiene toda su vigencia. Los cambios en la sociedad eran confiados a una élite de elegidos. Los métodos que emplearon los anarquistas y bolcheviques fueron diferentes, pero ambos coincidían en la necesidad de una acción autoritaria contra la sociedad existente vista de conjunto. Entonces no bastaría con ser un auténtico demócrata para triunfar sobre los despotismos actuales y futuros.

Pregunta 3: ¿Qué es ser libertario en Cuba hoy?

Estamos ante un espíritu disconforme en Cuba que expresa su malestar cotidianamente de una manera ostensible en espacios públicos. Una actitud que con dificultad será traducida por las instituciones estatales, políticas y sociales en programas de transformación de la realidad cotidiana de los cubanos. La clase política en Cuba, cada cierto número de años, debe encarar el resultado de una "consulta popular" que revelará los problemas que habían logrado ocultar por algún tiempo. Todo un ejército de burócratas ocupados en esa misión. Unas clases populares que con su heroísmo cotidiano hacen que ciertas estructuras de poder se perpetúen usurpando la condición de sujeto histórico y político de la revolución propia de las clases subalternas en el país. La misión no consiste en solidarizarnos con los oprimidos y hacer del malestar popular una bandera de lucha sin antes discutir la colonialidad implícita en estos desafueros de la multitud.

La utopía del socialismo libertario en Cuba

 Este artículo tiene por objetivo la apertura al diálogo entre los libertarios cubanos.

Un editorial reciente de "Cuba libertaria"[22] confiesa la ideología anticapitalista, antiestatista y antiautoritaria del Movimiento Libertario Cubano (MLC) en el exilio. Ideales que abrazamos sin reparos. Pero. Vayamos por partes. Primero, los soviéticos antes construyeron una sociedad poscapitalista –"no socialista", según Adolfo Sánchez Vásquez[23]–, para ser después reconducidos al capitalismo salvaje. Luego, no creemos que la presencia de una actitud anti-Estado sea garantía de la negación dialéctica de la sociedad capitalista. Existe hoy un sentimiento así en Cuba. Pero el mismo es ambivalente en su expresión. El modelo de sociedad que emerge de tal sentimiento se justifica con una integración ilusoria entre Estado y mercado. Lo que podría mejorar la situación sería el último extremo de esa ideología trinitaria. Ahora bien, existen mil obstáculos por vencer.  Cuba ha sobrevivido tres imperios. Ante todo, somos los cubanos portadores de una cultura oprimida. (Una cultura que describe muy bien Paulo Freire[24].) La misma resulta ser una expresión de la condición colonial de nuestra sociedad. Sin duda esto le resta posibilidad a la causa del MLC. Quizá sería más sencillo que las actitudes ácratas de los cubanos sean convertidas en un acto liberador, a lo menos, si todos los libertarios cubanos nos enfrascáramos en una discusión sobre los temas que abordamos en este artículo. Porque hay libertarios en Cuba cuyas confesiones ideológicas y militancias políticas les impedirían venir a compartir estas trincheras. Entonces no haríamos más que reproducir lo peor de la izquierda cubana: su sectarismo. Las fuerzas del enemigo son superiores a las nuestras. Sobre todo, mientras las debilidades son mayores. Las actuales luchas en Palacio han enfrentado a cuadros históricos leales y lebreles del status quo. En Cuba las banderas del socialismo autocrático son sostenidas hoy por la derecha.

Creemos que plantear la exclusión a priori del Estado-nación, dentro de una estrategia de emancipación social y liberación política –sobre todo, entre los socialistas libertarios cubanos— nos traería más disgustos que alegrías. Sin estos hermanos no habría posibilidad de lograr una verdadera "desconexión sistémica" de la hegemonía capitalista.

Luego, podrían los liberales libertarios cubanos significar una contribución de inestimable valor en el enfrentamiento de ese ninguneo humillante que aún sigue produciendo un socialismo igualitarista que perdura entre estructuras de poder autoritarias. La cuestión sería no dejarnos desbordar por el proceso histórico de individuación que sigue Occidente bajo fórmulas egoístas.

El dilema que atosiga a los libertarios comunitarios cubanos (civilismo vs. estatismo), –que, además, resulta de la difícil coyuntura que los cubanos debimos enfrentar en la década de 1990–, podría recortar la contribución de aquéllos a la liberación. Ahora bien, sólo ellos serían capaces de sacar provecho de esa visión horizontal del poder adoptada por las reformas en curso.

Deberíamos evitar discusiones bizantinas al respecto. La unidad de los libertarios en Cuba debe sostenerse frente a los desafíos históricos que se presentan hoy como resultado de la conciencia y la decisión de dar continuidad al espíritu libertario cubano que, visto como costado positivo de la historia colonial del país, arranca en la sociedad criolla (siglo XVII) y aún continúa. Antes que una cultura autoritaria logrará hacer cuerpo político en la sociedad, se había ya establecido el espíritu libertario en Cuba. Había nacido en los cabildos criollos. Porque será el hombre de la Reconquista quién se echará sobre América. Un hombre que afinca unas costumbres rehechas en unas fronteras de fuego. Contra moro e indio. La solución de continuidad se hallará en el palenque. Quién desee calibrar la vitalidad de ese espíritu libertario debe ponderar estas variaciones históricas: un cabildo que se enfrentaba a la Corona; un palenque que desafiaba a la sacarocracia. Las actitudes anarquistas de Alfredo López podrían explicarnos cómo la capacidad de resistencia de la nación cubana pudo enfrentar, ante la ausencia de una clase dirigente que pudiera –frente a la transnacionalización del capital (1870-1930)– ofrecer un proyecto de país, las fuerzas que nos arrastraban hacia una "incorporación histórica" de la Isla –diría Darcy Ribeiro (D. Ribeiro: 1992)– en la boyante civilización industrial. Estará ese espíritu libertario en la Joven Cuba y en el Ejercito Rebelde del siglo XX cubano. Quién estudia sin prejuicio y con honestidad la respuesta del pueblo cubano ante difíciles situaciones límites (años 60 y 90) o complejas coyunturas históricas (años 70 y 80), entonces, no dudará en reconocer que ese espíritu libertario se mostraría como diálogo, autogestión y consenso. Entonces, no hacemos más que reivindicar una experiencia histórica al hablar de socialismo libertario en Cuba.

Consideraciones al final

 Desde luego, hacer una cartografía de los libertarios cubanos no resultará algo sencillo. Quizá lo mejor sería comenzar por reconocer el drama histórico que enfrentan las diversas agrupaciones que hemos identificado entre los libertarios cubanos, así como su ubicación en un punto de esta geografía ideológico-cultural dentro de la actual sociedad cubana.

En tal sentido, casi todos los liberales se han ubicado fuera del país. Ellos han debido enfrentar una circunstancia bien diferente a aquellos que estamos dentro de la Isla. Existe entre los libertarios comunitarios una tendencia "liberal", dada la matriz civilista que los identifica a todos y que, además, resulta de su confrontación con el estatismo. (La cual tuvo el punto más álgido en los años 90.) Podemos situar a los primeros alrededor del MLC en el exilio. En tanto tendrían los segundo en el Centro Martin Luther King (CMLK) una plaza fuerte. Sin embargo, estos últimos hallarán entre los planificadores físicos, por ejemplo, muchos de sus compañeros de viaje. Ahora bien, aún cuando esta cartografía facilita el análisis, resulta una localización en extremo burda. Ante todo, porque entre estas corrientes se dan momentos de transición muy difíciles de identificar. Luego, estamos ante redes institucionales sociales y prácticas de militancia política muy variables. Quizá sean las posturas más afines aquellas que sostienen los comunitarios y los socialistas; donde, incluso, puede haber momentos de identidad compartida como en los educadores populares. La matriz anarquista entre los libertarios socialistas y liberales tiene una presencia más inmediata y evidente. (Existen liberales y comunitarios no libertarios en Cuba, así como socialistas en la ortodoxia.) Dentro de los socialistas existen distancias más prolongadas que las reportadas hacia el interior de comunitarios y liberales. Esto podría explicar el bajo activismo social de los socialistas. Éstos se sienten más apegados a las academias que a los barrios.

(Advertencia: Identificar ciertos liderazgos sería peligroso. Corremos el riesgo de ofrecer una visión distorsionada de la realidad que nos alejaría de la verdad. Espero que el lector sepa distanciarse de esta lectura.)

Entre los hechos más recientes en la historia de los libertarios cubanos se hallaría un acto reflexivo sobre el 50 aniversario de la Revolución cubana que fuera organizado por estudiantes de la Universidad de La Habana (2009). Espacio en donde confiesa el compañero Alfredo Guevara el origen anarquista de su marxismo. (La historia de Guevara es conocida.) Podríamos, incluso, identificar algunos socialistas libertarios dentro de la generación de Silvio Rodríguez. Lo cual resulta muy difícil de localizar en la generación que le sucede. Los fuertes rasgos de sectarismos que hallamos en la generación que emerge a principios de la década de 1970, bajo el fuego cruzado de sus mayores, –cuando no su indolencia ante la realidad– nos hacen dudar de su adscripción plena en alguna agrupación de libertarios en específico. Quizá sea, entre los socialistas libertarios cubanos, un caso paradigmático el mismo Fernando Martínez Heredia –como lo había sido Thompson para la historiografía marxista inglesa del siglo XX–. Fernando ha sido el más tenaz y fecundo de todos nosotros. (Los miembros de la Cátedra Haydee Santamaría, que tanto le debemos a un hombre así, evidentemente, somos más anarquistas y menos trotskistas que él mismo.) El desafío que significan las nuevas hornadas de libertarios que surgen en Cuba, (siendo ellas las más sensibles acaso frente la emergencia de un nuevo ethos ético-social), dentro de las diversas corrientes y agrupaciones hoy presentes, obliga a la mayor apertura posible en los debates. Podríamos estar siendo presos de ideologías y posturas que son frutos de la vieja sociedad.

Quedarían por tratar muchísimos temas al respecto. (Los amigos sabrán suplir estas carencias.) No obstante, espero que este artículo tenga alguna utilidad. Porque los costos por expresar mis convicciones me están resultando bastante altos. Ya decía Roque Dalton: Nadie se va ha la montaña a buscar la gloria. "Nadie que no sea un imbécil" –había querido decir–[25].

 

 

 

 

Autor:

Ramón García Guerra

Santa Fe, Ciudad de La Habana, Cuba

7 de mayo de 2009.

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[1] Ernesto Che Guevara: "El socialismo y el hombre en Cuba", en Obras 1957-1967; La Habana: Editorial Casa de las Américas, 1970.

[2] Paulo Freire: Pedagogía del oprimido; México: Siglo XXI, 1978.

[3] Julio Cesar Guanche: El continente de lo posible. Un examen sobre la condición revolucionaria; Panamá: Ruth Casa Editorial, 2008.

[4] Fidel Castro Ruz: "En la velada conmemorativa de los Cien Años de Lucha, 10 de o

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