Movimiento obrero, populismo y sindicalismo
Durante la lucha contra Calles en 1935 se habían registrado numerosas huelgas y una movilización significativa del movimiento obrero. Ambas cosas continuaron después de la caída del jefe máximo. Las huelgas afectaron a todas las industrias básicas de México (minas, compañías petroleras, ferrocarriles, fábricas textiles), así como a los servicios del gobierno y la agricultura comercial. Si los empresarios eran incapaces de evitar la parálisis industrial, el Estado intervendría. Los conflictos laborales proporcionaron un instrumento contra los enclaves extranjeros. Mientras tanto, la organización sindical hizo progresos que culminaron con la formación de la nueva central, la Confederación de Trabajadores de México (CTM); y la militancia de los trabajadores contribuyó a la tendencia alcista de los salarios reales. Esto no hubiera sucedido sin el respaldo oficial. El gobierno adoptó una actitud intervencionista ante las relaciones laborales; el arbitraje pasó a ser sistemático y generalmente era favorable a los trabajadores. El significado de la intervención, el arbitraje y la política de masas fue diferente según la época. Y bajo Cárdenas, en especial antes de 1938, llevaba aparejado el apoyo activo a los sindicatos contra las empresas, tanto como el apaciguamiento del conflicto industrial, y rumbos nuevos y radicales en el campo del control obrero.
El régimen nunca perdió de vista las realidades económicas. Combatió lo que consideraba sindicalismo irresponsable, por ejemplo, el de los petroleros. Se dio cuenta de que subir los salarios profundizaría el mercado nacional en beneficio de algunos sectores de la industria. Algunos hombres de negocios y banqueros inteligentes compartían este punto de vista, pero la empresa privada era abrumadoramente hostil al cardenismo y nuca dejó de criticarlo. En 1940 portavoces del mundo empresarial todavía criticaban al gobierno por su fantástica política de mejora unilateral en cumplimiento de promesas hechas al proletariado.
La CTM
La política laboral de Cárdenas, al igual que su agrarismo, incluía un aspecto educativo y tutelar; una faceta del llamado "Estado papá". El presidente contaba con la maduración gradual de la clase trabajadora como entidad organizada, con el fin de que su importancia numérica constase; unificada, para que su fuerza no se disipase en luchas fraticidas; y responsable, para que no exigiese demasiado a una economía subdesarrollada que acababa de salir de la recesión. El tema constante de Cárdenas fue "organizar", igual que el de Lenin. La organización requería el apoyo activo del Estado. En realidad Cárdenas concebía los bloques y clases organizados en el campo económico como las bases de la política. Así, la mejor garantía de la continuación de su proyecto radical era una clase trabajadora poderosa, organizada. La formación de la CTM, los experimentos con el control obrero y la educación socialista y la exhortación constante servían a una visión lejana y optimista: una democracia obrera que diese cuerpo a las virtudes cardenistas del trabajo arduo, el igualitarismo, la sobriedad, la responsabilidad y el patriotismo. Esta era grosso modo la meta "socialista" a largo plazo de Cárdenas.
Cierto grado de tutela estatal era necesario porque la creación de una confederación laboral unida representaba una tarea formidable y era improbable que se produjera espontáneamente. Tras el ocaso de la CROM el proletariado se mostraba combativo pero fragmentado. La coincidencia de la campaña contra Calles con una rápida recuperación económica brindó la oportunidad de reagruparse. El Comité Nacional para la Defensa del Proletariado y la CROM, hizo de núcleo de la naciente CTM, que, al fundarse en febrero de 1936, reunió a varios sindicatos industriales clave que se habían destacado durante las huelgas recientes, así como a las antiguas confederaciones rivales de la CROM, la CGOCM de Lombardo y la CSUM comunista; empequeñecía tanto a la residual Confederación General de Trabajadores (CGT), de sigo anarcosindicalista, como a la CROM, aunque ésta sobrevivió. Otras dos barreras que impidieron la hegemonía de la CTM las erigió el Estado: el sindicato de funcionarios m la Federación de Sindicatos de Trabajadores en el Servicio del Estado. Se protegió al campesino del abrazo de la CTM, a pesar de que ya se había efectuado una significativa labor de captación. La organización de los campesinos siguió siendo prerrogativa del PNR.
La ideología de la CTM experimentó una rápida mutación. Durante la lucha contra Calles había recalcado su independencia de los partidos o facciones. Del mismo modo que Calles había hecho callar a la CROM, Cárdenas se atrajo a la CTM. A medida que ésta fue obteniendo subvenciones y locales oficiales, así como puestos en las juntas de conciliación y arbitraje, sus dirigentes se percataron de las virtudes de la colaboración: necesidad de derrotar a los restos del callismo, organizar un frente común contra el imperialismo y construir un frente popular contra el fascismo.
Lombardo Toledano se erigió ahora en figura fundamental de la política del periodo; había evolucionado del idealismo filosófico del Ateneo de la Juventud al marxismo (aunque nunca se afilió al PCM). En 1930 participaba activamente de la política obrera y universitaria; y con su secesión de la CROM y la creación de la CGOCM, echó los cimientos de su futura dirección de la CTM. Lombardo carecía de una base institucional, ya fuera regional o sindical. Su poder dependía de la burocracia de la CTM y del apoyo del gobierno. Después de respaldar tácticamente a Cárdenas en 1935, ahora quería reforzar la alianza, haciendo hincapiés, en primer lugar, en un viejo tema (la responsabilidad nacional de la clase trabajadora) y, en segundo lugar, en un tema nueva: la amenaza del fascismo. La política que seguían los comunistas era importantísima. Aunque se habían opuesto a la candidatura presidencial de Cárdenas, fueron atraídos hacia la coalición contra Calles y respaldaron la CTM; en 1935 la KOMINTERN efectuó un viraje que legitimó (que requirió) la plena colaboración con las fuerzas antifascistas y progresistas. Su apoyo al frente populismo y, por ende, al PNR, al Plan Sexenal y al gobierno de Cárdenas, al que ahora se consideraba un régimen nacionalista-reformista. En 1937 el PCM y la CTM se unieron para formar un frente electoral común, en el año siguiente los comunistas apoyaron a la CTM al asumir ésta un papel central en el nuevo partido oficial corporativo, el PRM.
Era inevitable que hubiese divisiones en el seno de un conglomerado tan grande. A las diferencias históricas e ideológicas se sumó la rivalidad de sus bases institucionales: los lombardistas dependían de gran número de pequeños sindicatos y federaciones, especialmente en la capital, y su falta de fuerza industrial hacía que la colaboración con los gobiernos resultase atractiva; la fuerza de los comunistas residía en los grandes sindicatos industriales que se inclinaban hacia el sindicalismo apolítico. En 1937 se produjo un cisma importante y los comunistas, al encontrarse excluidos de puestos clave, abandonaron la CTM, llevándose entre la mitad y una cuarta parte de los sindicatos afiliados, como los ferroviarios y los electricistas, cuando la Komintern acudió en su ayuda. Earl Browder llegó a toda prisa de Estados Unidos, Moscú ejerció presión y tras dos meses de extravío, los comunistas volvieron al redil; acordaron apoyar a los candidatos del PNR en las elecciones internas del partido y acallar sus críticas, que ya eran moderadas, al régimen.
El ferrocarril y el petróleo: nacionalización de la industria
Se expropió y reorganizó de forma fundamental a empresas que eran total o parcialmente de propiedad extranjera y se encontraban agobiadas por disputas laborales; ¿eran nuevos ejemplos de Real Politik disfrazada de radicalismo, por medio del cual un régimen maquiavélico que hacía gala de su nacionalismo se quitaba de encima las industrias conflictivas pasándoselas a los trabajadores, que entonces tenían que someterse a la severa disciplina del mercado?
Los ferroviarios, que tradicionalmente eran activistas y en 1933 se organizaron en el nuevo Sindicato de Trabajadores Ferrocarrileros de la República Mexicana (STFRM). En junio de 1937 los ferrocarriles fueron nacionalizaos a la vez que la deuda en bonos se consolidaba con la deuda pública. La empresa quedó bajo el control de los trabajadores el día 1 de mayo de 1938. Se habían pasado otras empresas a los trabajadores.
La expropiación inicial, en la que se dio muestra de patriotismo y de machismo político, fue bien recibida incluso por los grupos derechistas y de clase media que acostumbraban a quejarse de lo que hacía Cárdenas. Un grupo que contempló con recelo la nacionalización fue el de los propios ferroviarios. Aunque eran partidarios de ella en abstracto, temían que sus derechos sindicales y el convenio que acababan de conseguir corrieran peligro al transformarse súbitamente en empleados federales. En la decisión del sindicato de asumir la gestión de los ferrocarriles influyó mucho el deseo de conservar lo que tanto les había costado ganar.
El sindicato asumió el control de acuerdo con estas condiciones y afrontó valientemente los tremendos problemas que se le planteaban. La falta de inversiones y el tener que trabajar con unos niveles de demanda y precios en los que el sindicato no podía influir pronto hicieron que los ferrocarriles incurrieron en déficit. Cárdenas recortó tanto la nómina como la autonomía del sindicato, convirtiendo la administración de los ferrocarriles en "un simple apéndice del aparato estatal". Estas medidas anunciaron la terminación total del control de los trabajadores y la imposición de la plena administración estatal durante la presidencia de Ávila Camacho.
La industria del petróleo era de propiedad extranjera en su totalidad, más pequeña y rentable. Tenía un papel importante en la economía nacional y, como es lógico, figuraba en la estrategia desarrollista del gobierno. El Plan Sexenal preveía la ceración de una compañía petrolera estatal, Peroleros Mexicanos (PEMEX) y la explotación de nuevos campos, ya que las compañías petroleras parecían reacias a emprenderla porque estaban más interesadas en la bonanza venezolana.
Cárdenas no simpatizaba con las compañías petroleras. Expuso claramente su intención de obligarlas a ajustarse a las necesidades nacionales tal como se formulaban n el Plan Sexenal y más adelante se comprometió a elevar los derechos de explotación. Pero ninguna de estas medidas hacía pensar en una futura expropiación. Las inversiones extranjeras (en el sector petrolero y otros) todavía figuraban en los planes del gobierno; no se buscaba la expropiación per se. En ningún momento se consideró que las minas de propiedad extranjera estuvieran maduras para la nacionalización a pesar de que el sindicato minero ejercía cierta presión para que se llevara a cabo; se estimulaban activamente las inversiones extranjeras en la industria eléctrica y otras. Mientras que la política cardenista relativa a las inversiones extranjeras en general era pragmática, el petróleo era un caso especial. Era un "símbolo sagrado" de identidad e independencia de la nación; en cambio, las compañías petroleras representaban un imperialismo perverso, parasitario.
Los petroleros tenían reputación de ser independientes y combativos, reputación que se intensificó al fundarse el unificado Sindicato de Trabajadores petroleros de la república Mexicana (STPRM) en 1935. Las reivindicaciones de los obreros incluían la rápida mexicanización del personal, la sustitución de empleados de confianza (no sindicados) por miembros del sindicato en todos los puestos excepto un puñado, una gran mejora de los salarios y de los beneficios sociales y una semana laboral de cuarenta horas. Según las compañías, tales demandas amenazaban tato las prerrogativas gerenciales como la viabilidad económica. Las contrapropuestas de las compañías sirvieron sólo para revelar el enorme abismo que había entre las dos partes y que la profusa propaganda de las compañías (denunciando la codicia de los petroleros .los niños mimados de la industria mexicana) no contribuyó a acortar. El arbitraje gozaba del favor tanto de la CTM como del gobierno, que ejercieron presión para que se llegase a un acuerdo y se evitaran más trastornos económicos (la idea de que el gobierno incitó el conflicto con el fin de justificar la expropiación que penaba llevar a cabo no es conveniente.)
Las compañías persistieron en su actitud intransigente, impugnaron la corrección del informe y se negaron a aumentar su oferta; hicieron propaganda y ejercieron presiones tanto en México como en Estados Unidos. Seguros de que su papel económico era esencial, las compañías resistieron hasta el final, rechazando una solución que era financieramente factible, temerosas de sus posibles repercusiones en otras naciones productoras de petróleo. Las opciones del gobierno eran limitadas; una rendición humillante, una intervención temporal de las propiedades de las compañías, o la expropiación pura y simple. Aunque la tercera opción fue el resultado final, no era el objetivo en que insistía el gobierno, como alegaron las compañías ante las negociaciones oficiales. Al contrario, el pragmatismo oficial se hizo evidente en la concesión de nuevas concesiones petroleras en 1937. Las compañías buscaron una solución negociada. Ya era demasiado tarde. En marzo de 1938 Cárdenas habló por radio a la nación, enumerando los pecados de las compañías y anunciando su expropiación total.
La expropiación del petróleo fue el apogeo del periodo de Cárdenas. Desde los obispos hasta los estudiantes de la Universidad Nacional, los mexicanos acudieron en defensa de la causa nacional, aprobando la postura patriótica del presidente y admirando, probablemente por primera vez, su machismo personal. Hubo grandes manifestaciones. Durante un breve periodo el frente populismo de la CTM pareció abarcara toda la población. El PNR se reunió para celebrar su tercera asamblea nacional y se convirtió en el nuevo Partido de la Revolución Mexicana (PRM), estructurado corporativamente.
Los petroleros dieron muestra de gran energía e ingenio al hacerse con el control de una industria descapitalizada. Cuando los gobiernos norteamericano y británico presentaron sus protestas oficiales, las compañías pasaron inmediatamente al ataque y sacaron fondos de México, boicotearon las ventas del petróleo mexicano, presionaron a terceros para que secundasen el boicot y se negaron a vender maquinaria, Al coincidir con otros problemas económicos, estas medidas tuvieron consecuencias serias. La confianza del mundo empresarial vaciló, se agotaron los créditos y bajó el peso, puesto que Estados unidos suspendió temporalmente las compras de plata mexicana. En lo que se refiere a la industria petrolera misma, las exportaciones quedaron reducidas a la mitad y la producción descendió en alrededor de un tercio. El estallido de la segunda guerra mundial agravó los problemas. Los petroleros (que tradicionalmente eran sindicalistas y estaban convencidos de la viabilidad de la industria) se mostraban favorables a una administración a cargo de ellos mismos, aunque también, como los ferroviarios, recelaban en lo que se refería a asumir la condición de trabajadores "federales". Sin embrago, el gobierno no quería renunciar al control de un recurso tan valioso y se constituyó la PEMEX basándose en la colaboración conjunta del gobierno y del sindicato. Esto dio un considerable poder y autonomía a secciones locales del sindicato, mientras el gobierno conservaba en sus manos el control final de la gestión y las finanzas. Los líderes sindicales, entre la espada y la pared, se encontraban ante un dilema recurrente; traicionarían a su país si obstruían la buena marcha del nuevo activo nacional, y a su clase si seguían escrupulosamente la dirección el gobierno. La expropiación no resolvió nada y, en cambio, exacerbó muchas cosas. La industria era sana en potencia pero el boicot y la guerra anulaban los pronósticos optimistas que se habían hecho anteriormente. Ahora se instó a los petroleros a apretarse el cinturón por el bien de la nación y (según recalcó la CTM) de su propia clase. Cárdenas pasó gran parte de su último año en la presidencia ocupado en la reorganización de esta nueva empresa nacionalizada. Respaldó el plan de austeridad de la dirección, recomendando reducciones salariales y de puestos de trabajo, mayor esfuerzo y mayor disciplina, en todo lo que fue secundado fielmente por la CTM.
Con la expropiación del petróleo, el furor diplomático y las repercusiones económicas que provocó y el comienzo de la guerra, por primera vez las relaciones exteriores adquirieron importancia central para el régimen. Hasta entonces su política exterior (aunque llevada con un fervor moral y una coherencia poco comunes) siguió las consabidas tradiciones "revolucionarias": respeto por la soberanía nacional, no intervención, autodeterminación. Estos principios fueron sustentados vigorosamente en la Sociedad de las Naciones.
Guerra Civil Española
Fue la que atrajo más atención, tanto oficial como popular. Al principio Cárdenas accedió a suministrar a los republicanos las armas que le pidieron y el suministro continuó durante la contienda. La condena oficial de los nacionalistas fe secundada por la CTM; y, al fracasar la causa republicana, México se convirtió en u asilo para refugiados españoles. Al igual que la llegada fortuita a México de León Trotski, la guerra afectó directamente a la política nacional, No fue extraño que la opinión mexicana se polarice y que los grupos derechistas, católicos y fascistas fuesen partidarios de Franco. Algunos de ellos esperaban con ansia la aparición de algún generalísimo mexicano; condenaban al gobierno por apoyar al comunismo ateo, y deploraban la llegada a México de sus derrotados agentes. La guerra civil española ayudó a definir las alineaciones políticas durante el periodo anterior a la elecciones de 1940.
Estados Unidos y el New Deal
Con la expropiación del petróleo, empeoraron las relaciones de México con Estados Unidos. El acercamiento Calles-Morrow se había visto reforzado por la supuesta correspondencia entre el cardenismo y el New Deal, por la "política del buen vecino" de Roosevelt y por la feliz elección de Josephus Daniels para el cargo de embajador de Estados Unidos. Era claro que Estados Unidos no querría tener nada que ver con las rebeliones, decisión que, por supuesto, favorecía al ocupante legal de la presidencia. Daniels prestó apoyo incondicional al régimen a despecho del Departamento de Estado y de la opinión de los católicos estadounidenses. Con la formulación de la política del buen vecino los delegados mexicanos y estadounidenses en sucesivas conferencias panamericanas se encontraban con que estaban de acuerdo, insólitamente.
Acontecimientos nacionales pronto empezaron a enfriar esta relación. La expropiación de las tierras de propiedad estadounidense y la nacionalización de la industria petrolera. El gobierno estadounidense respaldo el boicot de las compañías, exigió un indemnización, interrumpió las conversaciones relativas a un tratado comercial y suspendió las compras de plata. La opinión oficial norteamericana estaba dividida e intereses económicos antagónicos se mostraban favorables a la conciliación antes que al enfrentamiento. Roosevelt, alentado por Daniels, estaba dispuesto a hacer caso omiso de los concejos bélicos de las compañías petroleras, del Departamento de Estado y de la prensa financiera. Reconoció que México tenía derecho a expropiar, descartó el recurso a la fuerza y procuró mitigar el daño que habían sufrido las relaciones entre Estados unidos y México. Se reanudaron las compras de plata y se entablaron conversaciones sobre la indemnización de las compañías. Sin embargo, estas, que andaban ocupadas ejerciendo presiones en Europa y Estados Unidos, insistían en la total devolución de sus propiedades y, al ver los efectos del boicot y los apuros de la industria petrolera y de la economía mexicanas, estaban completamente convencidos de que lograrían sus propósitos.
Factor importantísimo en la formulación de la política estadounidense fueron las percepciones de la creciente amenaza del Eje. El boicot obligó a México a firmar acuerdos de venta con las potencias del Eje, lo cual exacerbó los temores norteamericanos ante una posible penetración política y económica de los alemanes en México. La Sinclair Co. se desmarcó de las demás compañías y llegó a un acuerdo unilateral, a la vez que las presiones de la guerra obligaron a resolver otras diferencias pendientes entre Estados Unidos y México. Se formó un acuerdo general para indemnizar a los norteamericanos que habían perdido sus propiedades a causa de la Revolución; a cambio de ello, Estados Unidos accedió a incrementar las compras de plata, a facilitar créditos apara apoyar el peso y a empezar conversaciones con vistas a la firma de un tratado comercial.
A medida que iba acercándose la guerra, Estados Unidos estrechó sus relaciones con América Latina y, en sucesivas conferencias panamericanas, firmaron acuerdos prometiendo defender la seguridad del hemisferio y advirtiendo a las potencias beligerantes que permanecieran alejadas del Nuevo Mundo. Brasil y México se erigieron en los actores clave de esta alineación hemisférica. El decidido antifascismo de Cárdenas aportó ahora las bases para un acercamiento a Estados Unidos que su sucesor incrementaría. El presidente condenó con energía la agresión nazi y expresó resueltamente su apoyo a las democracias; prometió la plena cooperación contra cualquier ataque del Eje dirigido al continente americano. Se empezó una reorganización de las fuerzas armadas. Una Nueva Ley de Servicio Militar decretó que todos los jóvenes de dieciocho años sirvieran durante un año, con lo cual se esperaba, no sólo preparar a los mexicanos para que cooperasen en la defensa del continente, sino también inculcar una educación disciplinada que beneficiaría a la juventud del país en todas las tareas de la vida. Síntomas de los tiempos, y de que ahora la retórica nacional tenía prioridad frente a la clasista, fue el hecho de que la escuela rural (ahora amenazada) se viese suplantada por el otro instrumento clásico de integración nacional, el cuartel.
La CTM, sirena de la izquierda oficial, sonó en apoyo de la cruzada democrática contra el fascismo, previendo que México acabaría participando en ella, con lo que la corrección ideológica se combinaría con las ventajas económicas. Al empezar la "guerra de mentira", las consignas de la CTM se hicieron eco de las del PCM: la contienda era una guerra imperialista en pos de mercados y México debía permanecer estrictamente neutral. En 1940, la CTM volvió a adoptar su anterior postura a favor de la guerra y contra el fascismo, prometía ayuda material y moral para ello y expresaba su esperanza de que los estadounidenses participaran. Al producirse el ataque nazi contra la Unión Soviética, el PCM se unió al frente democrático patriótico, cuyo número de miembros se completó gracias a Peral Harbor. La derecha, naturalmente, disintió. Grupos conservadores y fascistas, tales como la Acción Nacional y la Unión Nacional Sinarquista (UNS), se decantaron por la causa del Eje y criticaron la colaboración militar con Estados Unidos. Con ello se adhirieron a una causa popular. Para la mayoría de los mexicanos la guerra era un conflicto que nada tenía que ver con ellos, que se desarrollaba en tierras remotas, y muy pocas personas se interesaban realmente por su marcha. En la medida en que la guerra despertó simpatías populares, éstas se inclinaron hacia Alemania, que para algunos había sido una víctima internacional en 1918, mientras otros la veían como la antítesis del comunismo o la fuente del antisemitismo, que a la sazón crecía en México. Haría falta el estímulo activo del gobierno para que México se comprometiera en la causa aliada.
Política internacional: caída de Cárdenas
El PRM
Se alcanzó un objetivo básico del cardenismo: la reestructuración del partido oficial (ahora se llamaba PRM) siguiendo patrones corporativos. Cárdenas albergaba la esperanza de que con ello se garantizara la continuación de la reforma y se superase el faccionalismo porque la izquierda se peleaba con el "centro", capitaneado de forma extraoficial por Portes Gil. Éste, al que se había nombrado presidente del partido por la ayuda que prestara para desplazar a Calles, se propuso "purificar" el PNR (eliminar todo vestigio de callismo) y hacerlo más atractivo por medio del uso frecuente del cine, la radio, la prensa y las conferencias. Se instó a los comités de los estados a propiciar la afiliación y la participación de la clase trabajadora; el PNR (y no la CTM) emprendió la organización del campesinado a escala nacional. Portes Gil chocó con su propia campaña de purificación y fue sustituido por el cardenista radical Barba González. Continuó el proceso del organización del partido y de integración de los sectores; con la unión del PNR, la CTM, la CCM el PCM en un pacto electoral; con la génesis, al cabo de un año, del PRM, que agrupaba a los militares, los trabajadores (CTM), los campesinos (representados al principio por la CCM, a la que ponto suplantaría la CNC, que lo abarcaba todo), y el sector "popular", cajón de sastre en el que había cooperativas, funcionarios y elementos n organizados. El partido emprendería la preparación del pueblo para la creación de una democracia obrera y a consecución de un régimen socialista.
Si hubo un termidor cardenista (un momento en que la Revolución interrumpió su avance y echó a andar en dirección contraria), fue en 1938 y no en 1940. Los críticos izquierdistas ven el cardenismo como un termidor prolongado; mientras que para los partidarios leales no hubo ninguna retirada, sólo repliegues tácticos. Pero las cosas que tales partidarios citan como pruebas de que el radicalismo continuó existiendo después de 1938 apenas pueden compararse con las amplias reformas de años anteriores. Si no hubo ninguna retirada en gran escala, no puede negarse que hubo un notable cambio de dirección, el cual, sin embrago, fue fruto de las circunstancias más que de una decisión autónoma. Las rencillas en el seno del PRM y, finalmente, el desastre electoral de 1940 revelaron esta erosión del poder, que a su vez socavó la totalidad de la coalición cardenista y afectó principalmente a la CTM. El clima ideológico experimentó un cambio repentino; en 1940 los conservadores ya decían con confianza que la gran mayoría de las personas que piensan ya están hartas de socialismo.
Aspecto económico
Cárdenas había heredado una economía que iba recuperándose de la depresión y en la que la industria manufacturera y ciertas exportaciones aparecían boyantes. Incluso sin efectuar cambios radicales en la estructura fiscal, los ingresos del gobierno aumentaron. Pero lo mismo hizo el gasto público. El gasto creció, en términos reales. Las exportaciones, sin embargo, alcanzaron un punto máximo. La financiación mediante déficit se había convertido en un instrumento efectivo por medio del cual el gobierno (que poseía una voluntad política y unos poderes de intervención monetaria igualmente sin precedentes) contrarrestaba los efectos de la renovada recesión, transmitida desde Estados Unidos en 1937-1938. Comparado con un decenio antes, México se encontraba ahora mejor situado para soportar estas sacudidas externas.
Pero las presiones inflacionarias que ello engendró se vieron agravadas por el crecimiento de los costes tanto de las importaciones como de los alimentos. El suministro de alimentos a las ciudades se vio limitado y los precios empezaron a subir poco a poco. México tenía experiencia reciente de la hiperinflación y la opinión era sensible a este amenazador (aunque modesto) aumento de los precios. Los análisis apocalípticos que proponen una caída sostenida de los salarios reales durante la depresión, los inflacionarios años a fines de los treinta y los todavía más inflacionarios años cuarenta son poco convincentes. Bajo Cárdenas el salario mínimo superó a la inflación y el poder adquisitivo total de los salarios fue en aumento, lo cual benefició al mercado nacional. Los principales beneficiarios fueron los ejidatarios, las organizaciones obreras y los trabajadores que aprovecharon los cambios que se produjeron en la estructura de la ocupación a medida que los puestos de trabajo agrícola dieron paso a los industriales. Los proletarios rurales fueron menos afortunados, mientras que fue la clase media urbana (la que más criticaba a Cárdenas) el sector relativamente más perjudicado por la inflación.
La inflación hizo peligrar conquistas recientes de la clase obrera y, con ello, el apoyo de ésta al régimen. También frenó la inversión privada y estimuló la fuga de capitales. Se hizo un intento serio de regular los precios de los alimentos. Buscando soluciones más fundamentales el gobierno elevó los aranceles, cobró nuevos impuestos a las exportaciones y recortó los proyectos de inversión. Al disminuir también los créditos agrícolas que concedía el gobierno, los ejidatarios pasaron estrecheces y acudieron a fuentes privadas. El ritmo de la reforma agraria se hizo más lento. El gobierno albergaba la esperanza de obtener un préstamo norteamericano y el gobierno de Estados Unidos, aunque prefería un programa de ayuda económica más amplio, no era del todo contrario a ello. Pero la expropiación del petróleo descartó todo acuerdo en este sentido.
Aspecto político
Al producirse fisuras en la coalición cardenista, antiguos partidarios de ella desertaron; por otra, los adversarios conservadores y católicos, que tenían batiéndose en retirada desde la caída de Calles, cuando no desde la derrota de la Cristiada, experimentaron una recuperación decisiva. Los conflictos industriales de facto crecieron y hubo importantes huelgas de panaderos, maestros, electricistas, mineros y trabajadores del azúcar. En 1940 ya abundaban los indicios de apoyo obrero al candidato presidencial de la oposición. Tampocoel mundo empresarial sintió crecer su amor al régimen a causa de la nueva moderación que éste desplegaba: regulación de precios, aumento de los impuestos, ataques contra los sindicatos activistas. El mundo empresarial demostraba ahora una mayor organización corporativa, y lo mismo pude decirse de la oposición conservadora y fascista.
– Unión Nacional Sinarquista (UNS, 1937): movimiento (contrario al concepto de partido) integrista católico de masas; rechazaba rotundamente la Revolución, el liberalismo, el socialismo, la lucha de clases y el materialismo gringo; los valores: la religión, la familia, la propiedad privada, la jerarquía y la solidaridad social. Posiblemente recibían ayuda económica de las empresas, aunque dependían sobre todo del apoyo sincero de los campesinos en las antiguas regiones cristeras del oeste y del centro de México, crecieron con rapidez desde el punto de vista numérico y organizaron manifestaciones masivas de resurgimiento religioso en las poblaciones del Bajío.
– La Acción Nacional (1939): con ideología parecida pero que usaba métodos más tradicionales para hacer adeptos entre la clase media. Apoyo de católicos seglares y el respaldo económico de la burguesía de Monterrey.
– Derecha "secular":
Partido Social Demócrata (PSD): atraían a la clase media anticardenista y explotaban la tradición liberal que se había manifestado en 1929; la mayoría, con su denuncia del comunismo, de la llegada de subversivos españoles y de la influencia omnipresente de los judíos, revelaba cómo un nutrido sector de la clase media se había visto empujada hacia la extrema derecha por la polarización política del decenio de 1930. Ejemplo típico de este fenómeno era José Vasconcelos.
Partido Revolucionario Anti-comunista (PRAC, 1938): lo fundó Maule Pérez Treviño, antiguo jefe del PNR y latifundista, proclamaba con nombre la razón de su existencia
En general eran organizaciones débiles y efímeras que a menudo dependían de los caprichos y la ambición de un caudillo envejecido. Pero era indicio de un cambio real en el clima ideológico: un resurgir de la derecha (una derecha liberal que iba a menos y una derecha autoritaria y agresiva que era cada vez mayor y que seguía modelos extranjeros); una nueva añoranza del Porfiriato que se hacía evidente en la afectuosa evocación de la vida ranchera en el cine, y la correspondiente pérdida de iniciativa política por parte de la izquierda.
La derecha imitaba de forma creciente los métodos de la izquierda. Formaba organizaciones de masas e incluso birlaba las de sus contrarios, con lo cual participaba en el proceso gradual de institucionalización y masificación de la política que fue característico del decenio de 1930. Incluso en regiones donde actuaban los sinarquistas, la política de finales de los años treinta fue relativamente pacífica en comparación con la tremenda violencia de la Cristiada; tanto más cuanto que la jerarquía católica se preocupó por refrenar a los fanáticos radicales del movimiento. Un veterano permanecía aferrado a las vejas costumbres, incapaz de comprender a las nuevas: Saturnino Cedillo había dirigido el estado de San Luis Potosí como gran patriarca del pueblo más que como el cacique nuevo, líder de masas organizadas que se estaban convirtiendo rápidamente en la norma. Contaba con el apoyo de sus colonos agrarios (que habían luchado por él en las guerras de la Revolución y los cristeros), con la simpatía de los católicos, a quienes protegía, y con una red de pequeños caciques municipales. Patrocinador de una extensa reforma agraria de tipo personal y popular, toleraba ahora a los terratenientes y hombres de negocios que huían del radicalismo cardenista. Sus relaciones con el movimiento obrero eran generalmente hostiles, y como secretario de Agricultura promovía el clientelismo y fomentaba la colonización con preferencia a la colectivización y se ganaba el odio de los radicales. En San Luis, donde su poder perduró, los sindicatos independientes adquirieron fuerza con el apoyo de la CTM, que aprovechó las huelgas que hubo para debilitar el control local de Cedillo. En 1937 éste se encontraba en San Luis, resentido, acariciando pensamientos de rebelión, alentado por consejeros ambiciosos y por el palpable crecimiento del descontento conservador.
Convertir el descontento general en una oposición política efectiva no fue tarea fácil, especialmente si se tiene en cuenta que las ideas de Cedillo eran primitivas y sus aliados en potencia eran tan dispares. Aunque planeaba una campaña política, puede que presidencial, también preveía, probablemente con satisfacción, la perspectiva de una revuelta armada. Sin embargo, las propuestas a posibles aliados fueron en su mayor parte un fracaso. Cedillo tuvo que apoyarse en sus recursos locales, especialmente sus quince mil veteranos agrarios. Pero también aquí se vio obligado a ponerse a la defensiva. El gobierno hizo cambios en los mandos militares, fomentó el reclutamiento de la CTM e San Luis y, la más espectacular de todas las medidas, puso en marcha una importante reforma agraria que repartió hasta un millón de hectáreas de tierra potosina, creando con ello una clientela rival, agrarista, en casa del propio Cedillo. Cárdenas ofreció a su viejo aliado una salida honorable nombrándole comandante general en Michoacán. Cedillo debatió, planeó y negoció. Finalmente, se negó a abandonar San Luis y Cárdenas, temeroso de que su desafío fuese contagioso, fue por él. Cárdenas llegó a San Luis, dirigió la palabra al pueblo y pidió a Cedillo que se retirara; éste se rebeló. Fue una rebelión poco entusiasta, una demostración de disgusto más que un pronunciamiento serio. Cedillo tuvo el gesto humanitario de aconsejara a la mayoría de sus seguidores que se quedaran en casa y prefirió echarse al monte con la esperanza de que hubiera alguna apertura favorable en 1940. Pero en 1938 los tiempos habían cambiado. Apenas si hubo revueltas de simpatía. Muchos de los rebeldes fueron amnistiados; unos cuantos, entre ellos el mismo Cedillo, fueron perseguidos y muertos. Se dijo que Cárdenas lo lamentó sinceramente.
La oposición conservadora ya empezaba a reunir sus fuerzas para participar pacíficamente en las elecciones de 1940. Alarmado por la revuelta de Cedillo y por el empeoramiento de la situación económica, el gobierno se propuso buscar la conciliación. La negación del "comunismo" y el énfasis en el consenso constitucional ya formaban parte del repertorio habitual. El Congreso se hallaba entregado a la tarea de diluir el programa de educación socialista; la CTM demostraba su preocupación por la unidad nacional y el equilibrio social presionando a los sindicatos para que evitaran las huelgas al mismo tiempo que negaba que aspirase a la abolición de la propiedad o a la dictadura del proletariado. En lugar de comprometer y desplegar sus abundantes recursos en el espacioso ruedo de la política oficial, la derecha prefirió permanecer fuera de él, agrupada en una coalición de partidos conservadores y fascistoides, con la esperanza de que la continuación del radicalismo provocara el derrumbamiento total del cardenismo, del cual la derecha se beneficiaría inmensa y permanentemente. No podía descartarse un golpe de Estado de signo conservador, que posiblemente uniría a militares y sinarquistas, si Cárdenas imponía un sucesor radical que defendiera un programa igualmente radical. La conciliación poseía una lógica clara
Caída de Cárdenas: presidencia de Ávila Camacho (1940-1946).
Sucesión presidencial
En 1938 el poder personal de Cárdenas iba disminuyendo y el presidente no pudo impedir las especulaciones en torno a su sucesión. Él solo no podía determinar su resultado electoral; tampoco podía el PRM, que, aunque fuese un leviatán, era un monstruo enorme, carente de coordinación y de un cerebro rector que guardase proporción con su volumen corporativo. El partido no podía garantizar una sucesión sin problemas; el hombre que destacaba como heredero forzoso, Ávila Camacho, se valió de organizaciones paralelas, ajenas al partido, para preparar su campaña con vistas a obtener la candidatura. El conflicto se vio agravado por la abnegación política de Cárdenas. Descartó su propia reelección y abogó por una selección auténticamente libre en el seno del PRM. Constituyó una invitación al faccionalismo, una automutilación del poder presidencial y una sentencia de muerte para la izquierda oficial, que apoyaba a Francisco Múgica, amigo íntimo y consejero de Cárdenas, Ávila Camacho en su cargo de secretario de Guerra se había ganado el amplio, aunque no abrumador, apoyo de los militares, lo cual era una consideración importantísima en vista de los temores a un cuartelazo que existían en aquel momento y que por última vez afectarían seriamente el asunto de la sucesión. También contaba con la mayoría de los gobernadores de los estados, alineados por su diestro director de campaña, el gobernador de Veracruz, Miguel Alemán; y con ellos llegaron numerosos caciques locales que, con el fin de conservar sus feudos pese al creciente poder federal, convirtieron un cardenismo oportunista en un avilacamachismo igualmente oportunista. El Congreso, en especial el Senado, se convirtió en un nido de avilacamachistas.
La CNC fue presa de manipuladores de menor importancia y su voto abrumador a favor de Ávila Camacho fue denunciado inmediatamente por los mugiquistas, que afirmaron que era una parodia de la opinión de los campesinos, prueba de que la CNC se había transformado rápidamente en un simple "fantasma" controlado por burócratas que no representaban a nadie. La CTM estaba a favor de Ávila Camacho y sus líderes aportaron unos argumentos ya consabidos: que la unidad era importantísima, que ante las amenazas fascistas, así internas como externas, 1940 era un momento para la consolidación y no para el avance; la CTM sublimó su radicalismo compilando en un extenso segundo Plan Sexenal que preveía más dirigismo económico, la participación de los trabajadores en la toma de decisiones y una forma de democracia "funcional". Vilipendiado por la derecha, que lo tildó a la vez de comunista y fascista, el plan mostraba una fe ingenua en la propuesta sobre el papel y en la capacidad de la CTM para hacerlas realidad. Resultó que el programa definitivo del PRM fue un documento previsiblemente moderado.
Ávila Camacho pudo contar con el apoyo tanto del centro como de la izquierda. Hizo un llamamiento a la derecha, haciéndose eco de las negaciones de comunismo de Cárdenas e ingeniándoselas para hacer suyo el creciente sentimiento anticomunista, a pesar del apoyo del PCM a su candidatura. Se previno a los trabajadores contra la militancia; se tranquilizó a los pequeños propietarios; se alabó a los hombres de negocios. En lo referente a la educación fue partidario de la moderación y la reconciliación, rechazó las teorías doctrinarias y abogó por el respeto a la familia, la religión y la cultura nacional; se observó que era recibido cordialmente en Los Altos, el viejo núcleo de los cristeros. Declaró en tono vibrante su fe: "Yo soy creyente". Hacía hincapié en la libertad, la democracia y sobre todo la unidad por lo que contrató con el pugnaz radicalismo de Cárdenas. Ávila Camacho estaba poco a poco negando la continuidad cardenista expresada en el Plan Sexenal. A pesar de ello, la CTM, la principal progenitora de dicho plan, continuó respaldando al candidato e incluso haciéndose eco de sus soporíferos sofismas.
Había aquí un atractivo totalmente populista en el cual las diferencias de credo y de clase social quedaban inmersas en una glutinosa unidad nacional. La burguesía de Montrrey respondió positivamente a las propuestas de Ávila Camacho, lo cual le proporcionó cierta influencia en el seno del partido oficial pero también patrocinó a su principal rival católico, el PAN quien resolvió apoyar a la oposición d forma muy condicional, lo cual representaba lo peor de ambas opciones. Los líderes sinarquistas rechazaron a Almazán y persuadidos por Alemán, recomendaron la abstención.
La plétora de partidos, grupos y posibles candidatos conservadores daba testimonio de la amplitud de los sentimientos contra el gobierno, pero también dificultaba la cooperación contra el enemigo común. Otros grupos servían los intereses personalistas de los caudillos envejecidos. Fue Almazán, respaldado por una coalición variopinta quien se erigió ahora en principal adversario de Ávila Camacho. Dotado de experiencia política, rico y más listo que Amaro, Almazán poseía extensos intereses en Nuevo León, donde tenía su mando militar y donde gozaba de buenas relaciones con el grupo de Monterrey. Al negársele la oportunidad de encauzar sus conocidas ambiciones por medio del PRM (como Cárdenas esperaba que hiciese) Almazán se benefició de los errores y las flaquezas del resto de la oposición; y al negársele el apoyo total de los grupos derechistas organizados, dependía más de grupos de electores numerosos y difusos (los católicos, la clase media, los pequeños propietarios) cuya integración en el partido almazinista, el Partido Revolucionario de la Unificación Nacional (PRUN), era poco firme. Movilizó a los liberales de clase media; a los campesinos, que estaban desencantados de las triquiñuelas de la CNC y de la lentitud o pura y simple corrupción de la reforma agraria; a los militares jóvenes (a sus jefes los había conquistado el PRM); y a muchos grupos de la clase obrera, grandes sindicatos industriales, los ferroviarios y los petroleros, electricistas y tranviarios, mineros y trabajadores del azúcar; cabía también el trotskista Partido Revolucionario Obrero Campesino (PROC), encabezado por Diego Rivera.
El almazinismo constituía una cueva en la cual se reunían todos los grupos que eran hostiles a la manipulación oficial y criticaban a un régimen que, según su candidato, lejos de hacer realidad las promesas de la Revolución, había desorganizado la economía y traído carestía y pobreza al pueblo. Almazán censuraba el fracaso económico, la corrupción oficial y la nociva influencia extranjera, fuese nazi o comunista; ponía a la izquierda como un trapo y recurría a otra clase de populismo, concluyendo los discursos con gritos de "Viva la Virgen de Guadalupe" y "Mueran los gachupines". El propio Ávila Camacho hacía hincapié en los valores nacionales y el rechazo al comunismo, por lo que había un gran parecido entre la retórica de los candidatos.
Cárdenas esperaba que se celebrara un debate abierto y que las elecciones fuesen libres. No quería imponer un sucesor al partido ni al país, lo que era una actitud nueva y arriesgada. Otros, al ver que peligraba su situación y su política, mostraron menos ecuanimidad democrática; la CTM entró en acción y presionó a los sindicatos que la constituían, organizó manifestaciones, atacó físicamente las sedes de la oposición, maquinó goles internos en las organizaciones recalcitrantes. La administración también demoró las leyes relativas al sufragio femenino, temiendo con razón que las mujeres darían su voto a la oposición. Una campaña sucia culminó con unas elecciones también sucias (julio de 1940), que se celebraron bajo leyes electorales que eran una invitación al fraude y a la violencia. El PRM y el PRUN se disputaban el control de las casillas electorales y la CTM utilizó la fuerza para apoderarse de muchas de ellas. Hubo robo de urnas, se registraron numerosos heridos e incontables quejas de abusos oficiales. La prensa contó que todo ello era una nueva demostración de la "incapacidad democrática" del pueblo mexicano. Pero si la fuerza y el fraude eran evidentes, también lo fue la participación generalizada.
Almazán ganó en las ciudades principales, donde el control oficial era más difícil y la movilización de la CTM no fue lo que se esperaba; pero en México, como en otras partes de América Latina, el voto cabreste fue favorable al gobierno, justificando así el tranquilizador informe que el secretario de Gobernación dio al presidente la noche de las elecciones de que el voto de los campesinos dirige el resultado de las elecciones a favor de Ávila Camacho. Almazán se retiró a E. U. profiriendo acusaciones de fraude y desafíos. Los tiempos habían cambiado y Almazán era demasiado astuto para arriesgarse a una rebelión. E. U. no ayudaría ni alentaría a Almazán. Ávila Camacho y sus partidarios habían tomado las medidas oportunas y Cárdenas tuvo la precaución de hacer cambios en los puestos de mando clave y de visitar personalmente al almazanista norte. En un "país organizado" la rebelión tenía que ser un asunto profesional y no una quijotesca repetición de 1910; el régimen del PRM no era el régimen de Porfirio. Sobre todo, el descontento político no entrañaba compromiso revolucionario. 1940 fue un réquiem por el cardenismo; reveló que las esperanzas de una sucesión democrática eran ilusorias; que el respaldo electoral del régimen tenía que fabricarse; y que las reformas cardenistas, si bien creaban ciertas clientelas leales, también habían dado origen a adversarios formidables que ahora esperaban pasar a la ofensiva.
Autor:
Diego Romero
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