- Lázaro Cárdenas (1934-1940) Es un representante del Populismo
- El origen del cardenismo
- Aspecto económico
- Legado de la administración del callismo
- Presidencia de Lázaro Cárdenas (1934-1940)
- Importancia de la reforma agraria: postura de Cárdenas (1936-1937)
- Política educativa
- Movimiento obrero, populismo y sindicalismo
- El ferrocarril y el petróleo: nacionalización de la industria
- Relaciones exteriores
- Política internacional: caída de Cárdenas
- Caída de Cárdenas: presidencia de Ávila Camacho (1940-1946)
Lázaro Cárdenas (1934-1940) Es un representante del Populismo
1930: Aparece la figura de Cárdenas
Se da la génesis del cardenismo. Lázaro Cárdenas dio nombre a un periodo. El decenio de 1930 es el de la ascensión y la dominación del cardenismo: proyecto nacionalista y radical que afectó fundamentalmente a la sociedad mexicana y que representó la última gran fase reformadora de la Revolución.
Controversia ( Los seguidores como los adversarios de la ortodoxia revolucionaria han considerado que en el cardenismo culminó la Revolución social. Otros lo han representado como un intermedio dramático y radical dentro del proceso revolucionario, una desviación casi bolchevique a ojos de algunos. Estudios recientes hacen hincapié en las continuidades, aunque de un tipo diferente: las de la construcción del Estado, el corporativismo y el desarrollo capitalista
Toda evaluación del cardenismo debe trascender los límites de la presidencia de Cárdenas. Su historia no es la de un único hombre, ni siquiera la de un solo sexenio. El cardenismo recuerda la Revolución de 1910. Pero también fue fruto de la depresión y de los conflictos sociales y replanteamientos ideológicos que ésta provocó. Si la primera fue una influencia autóctona, la segunda puede compararse con lo ocurrido en el conjunto de América Latina. El cardenismo también nació de sucesivas crisis políticas: asesinato de Obregón en 1928, que condujo a la creación del PNR; la batalla por el control del partido y el gobierno que culminó con la lucha entre Calles, el jefe máximo, y Cárdenas, el presidente, en 1935-1936.
El trasfondo político inmediato es la creación el partido oficial, PNR, en 1929; la derrota de los militares obregonistas que se rebelaron el mismo año; la manipulación, humillación y caída del maleable presidente Ortiz Rubio en 1932. Esto fue la consolidación paulatina del régimen nacionalista como el omnipresente poder personal de Calles, que controló al nuevo presidente, Abelardo Rodríguez (1932-1934).El logro de Calles (el mantenimiento del poder personal detrás y a pesar de la institucionalización formal de la política que él mismo había iniciado) fue más precario de lo que parecía a muchos. Le había granjeado numerosos y cordiales enemigos políticos. Entonces ¿había que mostrarle deferencia o desafiarle?
Los enemigos y los críticos de Calles y el callismo crecieron en número a consecuencia de los efectos de la depresión. Su impacto en México fue más acumulativo que instantáneo, y menos serio y prolongado que en economías basada en el monocultivo como la chilena o la cubana. El país ya había sufrido por la causa de la caída de los precios de las exportaciones, la deflación y la contracción de la economía desde 1926. Entre 1929 y 1932 el comercio exterior descendió en unos dos tercios; la capacidad de importar quedó reducida a la mitad; el desempleo creció, inflado por la repatriación de unos trescientos mil mexicanos que habían emigrado a Estados Unidos. México fue relativamente afortunado. El oro, la plata y el petróleo, que representaban conjuntamente tres cuartas partes de las exportaciones, no sufrieron una caída tan extrema de la demanda y el sector de la exportación era pequeño por lo que las repercusiones en los salarios, el empleo y los niveles de vida fueron menos acentuadas. El importante sector de la agricultura de subsistencia de México se recuperó de las malas cosechas de 1929-1930, a la vez que la industria manufacturera se veía afectada de forma menos severa que la industria extractiva y pudo beneficiarse de la imposibilidad de importar. La depresión estimuló de esta manera un proceso reindustrialización de sustitución de importaciones.
Los salarios reales descendieron y algunos historiadores identifican una fase de "movilización frecuente pero fragmentaria" (caracterizada por huelgas, ocupaciones de tierra y marchas del hambre) que coincidió con la depresión económica.
La economía fue reactivándose gracias en parte a la política reflaccionaria keynesiana que adoptó el secretario de Hacienda Alberto Pani. Cárdenas subió al poder en el momento en que los efectos de la depresión retrocedían, aun cuando sus repercusiones políticas seguían notándose. El Maximato (1928-1934) había sido un periodo difícil, y la sucesión presidencial ofrecía ahora una apertura política a través de la cual podían encauzarse los agravios populares acumulados.
Legado de la administración del callismo
Para Calles y sus partidarios (los veteranos) los acontecimientos recientes en modo alguno invalidaban el modelo existente del desarrollo capitalista, el basado en la empresa privada, las exportaciones, las inversiones extranjeras, el control riguroso de los obreros y un Estado generalmente "pasivo". En 1930 Calles declaró que la reforma agraria había sido un fracaso: el ejido fomentaba la pereza; el futuro estaba en la agricultura capitalista, de propiedad privada. Otro factor que alarmó a Calles fue la agitación obrera: era necesario toma medidas severas para limitar las huelgas. Calles continuó machacando el viejo tema anticlerical, motivo principal de la política en el decenio de 1920, y el papel de la enseñanza como medio de transformación revolucionaria. Se reavivó el anticlericalismo y dio nuevo estímulo a la política de laicización. Pidió una revolución psicológica, una nueva conquista espiritual para ganar el corazón y el cerebro de los jóvenes para la Revolución. Los ejemplos fascistas influyeron en el pensamiento de Calles, que citaba a Italia y a Alemania (así como a la Unión Soviética) como casos de ecuación política coronada por el éxito.
Calles se daba cuenta de que una nueva generación estaba alcanzando la madurez política, una generación para la cual las heroicidades de 1910 eran mitos o historia y que cada vez se mostraba más desilusionada con la Revolución. Rechazaba la ideología del decenio de 1920 (anticlerical, liberal en lo económico, conservadora en lo social) y abogaba por cambios socioeconómicos radicales. Participaba en el desplazamiento mundial desde el Laissez-faire cosmopolita hacia el dirigismo nacionalista. Era el New Deal o la planificación económica de la Unión Soviética (mal interpretada, sin duda) lo que tenía importancia. A partir de 1930 se introdujeron de forma provisional normas reformistas e intervencionistas:
Ley Federal del Trabajo (1931): concesiones en lo referente a horarios, las vacaciones y los convenios colectivos, a cambio de que el Estado reglamentara más rigurosamente las relaciones industriales.
Departamento Agrario y Código Agrario (1934): permitió por primera vez que los peones de las haciendas solicitaran concesiones de tierras; garantías a las propiedades particulares.
Plan Sexenal (1933): nuevo planteamiento que exigía la nueva generación de tecnócratas, políticos e intelectuales. Criticaba implícitamente el modelo sonorense y recalcaba el papel del Estado intervencionista y la necesidad de que fueran mexicanos quienes explotaran los recursos de México; prometía a los trabajadores salarios mínimos y el derecho a convenios colectivos; y subrayaba la importancia primordial de la cuestión agraria, que requería soluciones radicales, incluyendo la división de las grandes propiedades.
Presidencia de Lázaro Cárdenas (1934-1940)
El escoger a Lázaro Cárdenas como candidato oficial para las elecciones de 1934, el PNR se inclinó hacia la izquierda; pero la vieja guardia se consoló pesando que de esta forma podría controlarla mejor. Cárdenas había demostrado su radicalismo (sin salirse de los términos ortodoxos, institucionales); era un político modelo que durante su carrera había pasado por las filas del ejército revolucionario y alcanzado la presidencia del partido y la Secretaría de Guerra Era un candidato seguro, en parte porque carecía de una base local y porque parecía leal, hasta insulso y obtuso. Aunque la izquierda institucional del interior del PNR respaldaba su candidatura, su historial no le granjeaba el apoyo de los obreros ni de la izquierda independiente; los comunistas presentaron un candidato rival y declararon que no estaban "ni con Calles ni con Cárdenas, sino con las masas cardenistas".
Una vez hubieron escogido candidato del partido, Cárdenas empezó a dar muestras de una díscola heterodoxia. Creó un estilo peripatético que continuaría durante su presidencia y que le llevaría a desplazarse a las provincias en repetidas ocasiones. La campaña electoral y las giras posteriores dieron al presidente un conocimiento directo de las condiciones que existían en el país y se dice que contribuyeron a radicalizarle, lo cual parece verosímil. Unidos a su retórica reformista, especialmente agrarista, estos viajes suscitaron las expectativas y las exigencias populares; y demostraron a las comunidades remotas la realidad del poder presidencial. Sin duda Calles y los conservadores se dijeron que estos bríos del principio acabarían consumiéndose.
El nuevo presidente, que obtuvo una victoria aplastante, asumió el poder en diciembre de 1934 "en medio de la mayor calma posible."
Pareció también que la estabilidad y la continuidad se vieron atendidas en la composición del nuevo gabinete, en el que los callistas ocupaban algunos cargos clave y estaban más que los partidarios de Cárdenas.
Una nueva generación
Sin embargo, el control callista no era tan total como parecía; quizá nunca lo había sido. En las provincias, el callismo de muchos caciques locales era necesariamente provisional. Una nueva generación se agolpaba en la puerta, apartando a la generación "veterana" que había nacido en el decenio de 1880 y que había conquistado el poder durante la Revolución armada. Significaba un cambio de carácter y de acento político. Sus miembros tendían a ser más urbanos y cultos y menos obviamente norteños que sus predecesores. La nueva generación se concentraba en los defectos de sus antepasados (anticlericalismo, militarismo, corrupción, la reforma agraria y laboral), y en su lugar recalcaba la nueva política que se exponía en el Plan Sexenal.
Aspecto socioeconómico: sindicatos
Todo presidente que ofreciera resistencia al control del jefe máximo, o que buscara el apoyo de las masas que se oponían al conservadurismo callista, tenía que desplazarse hacia la izquierda, hacia los sindicatos, cada vez más combativos, y hacia el campesinado, cuya agitación iba en aumento. Porque ahora, al reactivarse la economía, proliferaban las huelgas. Los paros laborales afectaron a los ferrocarriles, las minas y las fundiciones, los campos petrolíferos y las fábricas textiles. Se ha dicho que Cárdenas heredó una "explosión sindical". Las reivindicaciones eran básicamente económicas pero se expresaban con una combatividad inusitada.
Este estado de cosas reflejaba tanto la radicalización de la política nacional como la creciente complejidad de la organización de la clase trabajadora. La CROM había perdido mucho apoyo: debilitada políticamente desde el asesinato de Obregón, se encontró con que su número de afiliados quedaba muy reducido a la vez que perdía irrecuperablemente el monopolio de la representación obrera dentro del PNR y de las juntas de arbitraje laboral. Los disidentes -la Federación Sindical del Distrito Federal (FSDF) de Velásquez, la CROM lombardista y otros grupos contrarios a la CROM, incluidos los electricistas- se unieron en octubre de 1933 para formar la Confederación General de Obreros y Campesinos de México (CGOCM), un sindicalismo más nacionalista y militante. Los comunistas, empujados a la clandestinidad después de 1929, formaron un nuevo frente obrero, la Confederación Sindical Unitaria de México (CSUM) que reclutó muchos adeptos entre los maestros y los trabajadores rurales.
Después del gran cataclismo de 1910-1915 la protesta agraria había disminuido o se había visto encauzada hacia la reforma oficial (a menudo manipuladora) que alcanzó su apogeo en 1929. La CROM había hinchado su fuerza nominal con la incorporación de campesinos y se habían reclutado agraristas para combatir a los cristeros. En el decenio de 1930 las corrientes represadas del agrarismo volvieron a crecer y amenazaron con desbordarse. Seguía siendo necesaria la movilización, que a su vez ofrecía experiencia y oportunidades. Pero la movilización era precaria y no tardó en fracasar. Las elecciones y la nueva presidencia aumentaron las expectativas agrarias y avivaron los temores de los terratenientes. La lucha anónima que se libraba en gran parte de las zonas rurales pasó a ser explícita, perceptible y a relacionarse directamente con la lucha por el poder nacional.
Cárdenas frente a Calles
Conocido por su clerofobia, enemigo del agrarismo y de la agitación laboral, Calles resultó incapaz de adaptarse a los cambios del clima político. En Cuernavaca habló del peligro que la subversión industrial representaba para la economía. Empezó a llamar la atención sobre las flaquezas de Cárdenas, denunció las "tendencias comunistas" que veía detrás de todo ello y señaló el sano ejemplo que daban los estados fascistas de Europa. Cárdenas no podía por menos que responder; no estaba dispuesto a ser un Ortiz Rubio. Los líderes anticallistas deseaban vivamente que el jefe máximo se llevara su merecido. Lo mismo quería la opinión pública y los trabajadores organizados. En la izquierda la amenaza de un nuevo maximato, de represión, incluso de un desplazamiento hacia el fascismo engendró un gran deseo de solidaridad que vino a complementar la línea oficial que en aquellos momentos dictaba Moscú.
Al pasar al ataque, Cárdenas y sus aliados se enfrentaron a un adversario que todavía era formidable. Calles continuaba albergando ambiciones, no le gustaba el rumbo que seguía el nuevo régimen, a la vez que poderosos grupos le estaban empujando a un enfrentamiento. El sector empresarial temía el activismo de los trabajadores y esperaba que Calles le brindara tranquilidad, al tiempo que la clase media urbana estaba harta de la oleada de huelgas que trastornaba la vida en las ciudades. Había aún muchos políticos callistas en el Congreso, el partido, la CROM y los gobiernos de los Estados, hombres cuyo futuro político estaba hipotecado con el del jefe máximo. También en el ejército había elementos inquietos, mientras Estados Unidos veía con preocupación el giro que tomaba la política y esperaba que hubiera un acuerdo en lugar de un enfrentamiento entre los dos. Calles podía desestabilizar la nueva administración, pero ello representaría un grave riesgo para la obra de su vida. En cuanto a Cárdenas, si rechazaba una fórmula satisfactoria para ambas artes, tendría que buscar el apoyo de la izquierda, lo cual llevaría aparejados nuevos compromisos radicales.
En estas circunstancias, Cárdenas desenmascaró a Calles. Se cercioró de la lealtad de algunos hombres clave, así políticos como generales, destituyó a varios ministros del gabinete que eran callistas y ascendió a varios de sus hombres, entre los cuales había algunos veteranos anticallistas. El bloque callista en el Congreso se desmoronó. Hubo entonces una leve purga en el PNR: se destituyó a los gobernadores indóciles; y los caciques locales se apresuraron a cambiar de bandera. El ejército planteaba un problema más difícil, pero en este caso fueron una ayuda para Cárdenas sus largos años de servicio en las fuerzas armadas y la solicitud que mostraba para con los militares. Se efectuaron cambios en la estructura de mando del ejército, se distribuyeron hombres leales para todo el país y se tomaron medidas parecidas en el caso de la policía. El presidente pudo pasar a la ofensiva, seguro de la victoria.
Aspecto político-religioso
Cárdenas se propuso refrenar el anticlericalismo extremo que había caracterizado al callismo y que probablemente era su rasgo más odiado. Cuando Cárdenas subió al poder los excesos anticlericales de Garrido seguían igual que antes. Cárdenas obró con prudencia. Aunque había tratado a los cristeros más decentemente que la mayoría de los comandantes del ejército, estaba cortado por el patrón anticlerical. Su política educativa, que hacía hincapié en la educación socialista, estaba calculada para irritar la sensibilidad de los católicos. El asunto del anticlericalismo marcó una distancia conveniente entre el nuevo régimen y el anterior. Garrido atrajo sobre sí tanto las protestas de los católicos como el enojo del presidente, lo que condujo a su caída. Se dijo que los católicos gritaron "¡Viva Cárdenas!". Se aflojaron progresivamente las ordenanzas anticlericales más rigurosas. El presidente puso especial empeño en señalar que la educación socialista combatía el fanatismo y o la región por sí misma.
Conflicto social
El presidente parecía alentarlo fomentando el apoyo de las masas y utilizando una retórica radical. El desmoronamiento de la CROM anunció un activismo político más militante por parte de la clase trabajadora, y sindicatos y políticos rivales competían unos con otros en sus intentos por captar afiliados. Los sindicatos se alinearon detrás de Cárdenas y organizaron manifestaciones para protestar por las declaraciones antiobreras de Calles, además de librar luchas callejeras con sus adversarios callistas y conservadores. El campesinado no permaneció inmóvil. Se encontraron ahora con que podían recurrir a un "centro" que simpatizaba con ellos y que a su vez podía movilizar a los agraristas contra el callismo. Al acelerarse el ritmo de la reforma agraria, pronto se contaron entre las víctimas algunos veteranos de la Revolución: Calles y su familia, por ejemplo.
Fin de Calles
Con su hábil combinación de alianzas tácticas y movilizaciones populares. Cárdenas había derribado al maximato y puesto fin a la era de dominación de los sonorenses. En la primavera de 1936 Cárdenas ya se había librado de la tutela de Calles, además de afirmar su poder presidencial y demostrar una inesperada combinación de resistencia y perspicacia. Todo esto se había logrado con poca violencia.
Importancia de la reforma agraria: postura de Cárdenas (1936-1937)
Cárdenas es de origen provinciano, michoacano, simpatizaba de verdad con el campesinado.
La reforma agraria es:
Arma política para abatir a los enemigos.
Instrumento para promover la integración nacional y el desarrollo económico.
Respuesta a las reivindicaciones populares, que a veces se sostenían ante la oposición oficial en los estados donde el agrarismo se consideraba sospechoso desde el punto de vista político.
Medio de transformar la sociedad rural y, con ella, la nación.
No puede verse como una estrategia dirigida al desarrollo industrial, favorable a la acumulación de capital. Se granjeó la hostilidad unánime de los terratenientes y de la burguesía.
Al Ejido: no lo concebía como una estación de paso hacia el capitalismo agrario y tampoco como un simple paliativo político, sino como la institución clave que regeneraría el campo, liberaría al campesino de la explotación y, si recibía el respaldo apropiado, fomentaría el desarrollo nacional. El ejido sería el campo de formación política de un campesinado culto y dotado de conciencia de clase.
El antiguo proyecto de crecimiento basado en las exportaciones (en el que la agricultura era una fuente importante de divisas extranjeras) había fracasado de modo palpable, dejando deprimidas y subcultivadas a regiones que en otro tiempo habían sido dinámicas y comerciales. Una generación nueva, impresionada por los ejemplos del dirigismo económico extranjero y deseosa de distanciarse de su predecesora, que estaba sumida en la bancarrota política, buscaba ahora el poder. Era más urbana y menos plebeya y procedían del centro de México en lugar del norte (por esto mostraba mayor simpatía por los intereses de los campesinos) y estaba convencida de que era necesario tomar medidas radicales. En 1930, el gobierno mexicano fue el único que sumó a estas respuestas una amplia reforma agraria, prueba de la tradición agrarista que anidaba en el corazón de la Revolución popular y que ahora imbuía el pensamiento oficial. La jerga del agrarismo impregnaba el discurso político; inspiraba el arte, la literatura, el cine; se ganaba a la vez partidarios ardientes y oportunistas en la burocracia agraria y entre los caciques locales, lo que no era un buen augurio en lo que se refiere a la longevidad o la pureza de la campaña agrarista.
Sus logros eran impresionantes. La población ejidal se había logrado con creces y la población sin tierra había descendido. Al aumentar los ingresos del gobierno gracias a la recuperación económica, los recursos se encauzaron hacia la agricultura. Esta administración "hizo milagros" en la provisión de créditos agrícolas. Otros recursos se destinaron a obras de regadío, carreteras y electrificación rural, aunque sea probable que estas inversiones en infraestructura beneficiaran a la agricultura privada más que al sector ejidal. Los campesinos, al igual que los trabajadores urbanos, eran instados a organizarse y sus organizaciones se vinculaban de modo creciente al aparato del estado. Así se creó el núcleo de la futura Confederación Nacional Campesina (CNC) (1938).
El caso de la Laguna
La reforma agraria cardenista no se llevó a cabo de forma gradual, burocrática, como las anteriores y (generalmente) las que se efectuaron después. En vez de ello, se puso en marcha con tremendo fervor y la puntuaron dramáticas iniciativas presidenciales. Los asediados agraristas se encontraron de pronto respaldados por el "centro". Un caso clásico fue La Laguna. El grueso de los trabajadores lo formaban proletarios empleados total o parcialmente en las plantaciones de algodón. Veían el atractivo del reparto de tierras, especialmente a causa del elevado desempleo estacional. Las malas condiciones se vieron exacerbadas por el descenso de la población algodonera. El gobierno intervino y resolvió la disputa de forma radical. En 1936, las tres cuartas partes de las valiosas tierras de regadío y una cuarta parte de las de secano se entregaron a unos treinta mil campesinos agrupados en trescientos ejidos. Entre los perjudicados había varias compañías extranjeras y, como mínimo, cinco generales revolucionarios.
Se invocó la Ley de Expropiaciones de 1936, y las grandes haciendas comerciales se entregaron en bloque a sus empleados, es decir, a los peones en vez de los habitantes del pueblo. El régimen se opuso a la fragmentación de las grandes unidades productivas; se votó a favor de ejidos colectivos en vez de parcelas individuales. Cada ejido compartiría la tierra, la maquinaria y el crédito, y sería dirigido por comités elegidos; la cosecha se repartiría entre los trabajadores en proporción a sus aportaciones de trabajo. El Banco Ejidal proporcionaría créditos, asesoramiento técnico y supervisión general; el propio ejido aportaría una serie de servicios educativos, médicos y recreativos. Los terratenientes y los hombres de negocios predijeron con confianza que serían un fracaso y que en dos años los trabajadores volverían arrastrándose y suplicando que los dejaran trabajar de nuevo para sus antiguos patrones. No ocurrió así. La agricultura colectiva demostró que era capaz de dar fruto, en el sentido material de la palabra. La productividad era inferior en los ejidos colectivos comparados con las haciendas privadas: uno de los efectos importantes de la reforma agraria fue estimular una agricultura más eficiente en el sector privado. Con el apoyo efectivo del Banco Ejidal, el nivel de vida de los campesino de La laguna subió, tanto absoluta como relativamente; hubo un incremento perceptible de los gastos de consumo de la alfabetización y en los niveles de sanidad. Con la alfabetización y la autogestión los campesinos demostraban poseer nuevas habilidades, una responsabilidad y una dignidad igualmente nuevas. Disminuyó la agitación política.
El éxito del experimento dependía de que las circunstancias fuesen favorables, de la demanda de algodón, del suministro de agua en cantidad suficiente y, sobre todo, del respaldo político. Todo ello faltó. En 1941 subió al poder un nuevo gobierno y hubo un cambio inmediato en el orden de prioridades. Ejidos divididos en parcelas empezaron a sustituir a los colectivos y se introdujo en éstos un sistema de pagos basados en incentivos. El Sindicato Central estaba perdiendo el control de los recursos económicos al mismo tiempo que tenía que hacer frente a una competencia política directa, toda vez que el gobierno recortó sus fondos, alegó que estaba bajo influencia de los comunistas.
Esta reforma de Cárdenas fue fruto de una improvisación apresurada; necesitaba tiempo y cuidado para dar un buen resultado. Había dejado las mejores tierras en poder de los terratenientes y, sobre todo, había repartido la tierra disponible entre demasiados beneficiarios, entre los que había numerosos inmigrantes que no residían en La laguna. Debido al aumento de la población, los ejidos de La Laguna ya no podían dar sustento a las familias que se hacinaban en ellos.
En lo que se refiere a sus orígenes, alcance, rapidez y resultados, la reforma de La Laguna sentó precedentes que se siguieron en otras partes.
Hacia la década de 1940 las demandas de parcelación individual de las tierras comunales ya eran insistentes y en algunos lugares provocaban conflictos violentos. Incluso allí donde seguía existiendo el sistema colectivo, éste tendía a producir una estratificación interna entre, por una parte, los beneficiarios con plenos derechos y, por otra, los proletarios o semiproletarios. A veces, como ponen de relieve estudios recientes, la reforma servía a los intereses de elites locales oportunistas o era impuesta desde arriba, extraña y mal recibida; peor ni siquiera los ejidatarios que al principio fueron reacios a convertirse en tales mostraron deseos de volver a la condición de peones. El resultado fue un traspaso masivo de recursos que cambió profundamente el mapa sociopolítico de México. La reforma no sólo mejoró el nivel de vida y el amor propio de los campesinos, sino que también provocó un desplazamiento del equilibrio político y dio a las organizaciones campesinas un breve momento del poder condicional, porque el régimen se aseguró de que la movilización de los campesinos estuviera ligada estrechamente al partido oficial; y porque en el decenio de 1940 este vínculo, lejos de reforzar la organización y el activismo campesinos, sirvió para atarles a una estructura política cuyo carácter estaba cambiando con rapidez.
La reforma agraria y la movilización campesina estaban ligadas de modo inseparable a la política educativa de los años de Cárdenas, así como el compromiso con la educación "socialista". Narciso Bassols fue el titular de la Secretaría de Educación Pública (1931), el primer marxista que desempeñó un cargo ministerial; dio comienzo a una fase de reformas agresivas que algunos interpretaron como la respuesta del Estado a la Cristiada:
– Laicización de la enseñanza.
– Artículo 3 de la Constitución: se imponían multas y a veces se clausuraban las escuelas católicas que no respetaban los principios del laicismo.
– Compromiso con el primer programa sistemático de educación sexual.
Las asociaciones de maestros abogaban por un plan de estudios "francamente colectivista", y el más numeroso de los sindicatos de maestros pidió la socialización de la enseñanza primaria y de la secundaria. Corrientes parecidas agitaban la Universidad Nacional. El Plan Sexenal incluía un compromiso deliberadamente ambiguo, pero significativo, con una educación que se basaba en la doctrina socialista que sostenía la Revolución mexicana. El Congreso se inclinó ante la recomendación del PNR y aprobó una forma de educación federal de signo socialista que combatiría los prejuicios y el fanatismo (léase clericalismo) e "inculcaría un concepto exacto, racional, del Universo y de la vida social". El compromiso con la educación socialista fue algo que la administración Cárdenas heredó.
Por supuesto, cada cual interpretaba a su modo el significado de la palabra "socialismo". Para muchos era simplemente una nueva etiqueta para el anticlericalismo, el antiguo tema central de la política sonorense. Bassols hacía hincapié en el papel práctico de la educación, que estimularía una ética colectivista; los maestros no se limitarían a enseñar, sino que, además, modificarían los sistemas de producción, distribución y consumo, estimulando la actividad económica en beneficio de los pobres. Otros iban más lejos y hacían de la educación el tablero central de una amplia plataforma de reformas radicales. La literatura y la retórica de la época inducen a pensar que muchos maestros creían que era posible derrocar el capitalismo empleando la educación como único medio. El arte y la poesía trabajarían para alcanzar el mismo fin. Reaparecieron conceptos antiguos, incluso positivistas, con disfraz socialista.
La educación también daba cuerpo a la tradicional búsqueda de cohesión cultural e integración nacional. Había radicales auténticos que veían la educación como medio de subvertir las viejas costumbres, en lugar de sostenerlas. El modelo soviético volvía a influir. Se importaron métodos soviéticos (de modo no sistemático y sin que en gran parte dieran fruto) y circularon textos marxistas, incluso en el Colegio Militar. Más que portadores de la guerra entre las clases, se consideraba a los soviéticos como exitosos exponentes de la industrialización moderna en gran escala. La izquierda resurgente esgrimía sus propuestas educativas; una profesión docente más militante ejercía presión a favor de sus intereses políticos, pedagógicos y sindicales. La recesión y las consiguientes reducciones del gobierno habían afectado gravemente a los maestros, y Bassols, a pesar de su radicalismo, se había mostrado cicatero como pagador. Los sindicatos de maestros se unieron a otros impelidos por los intereses materiales tanto como por la solidaridad ideológica.
Si, como se ha sugerido, la educación socialista era un mecanismo clave para recuperar la simpatía y el apoyo de las masas, que se había perdido, fue un fracaso; en realidad, sin embargo, tenía menos de populismo oportunista que de ingeniería social grandiosa y un tanto ingenua. En mayor medida que la reforma agraria, la educación socialista llegó como una revolución desde arriba, y a menudo como una imposición blasfema y no deseada.
El indigenismo
Proliferaron los proyectos educativos: se hicieron esfuerzos especiales por llegar a la población indígena, la cual constituía quizá una séptima parte de la población total de México. El indigenismo figuraba menos como política autónoma, encaminada hacia la integración nacional, y más como parte de la amplia ofensiva cardenista contra la pobreza y la desigualdad. Aunque el Departamento de Asuntos Indígenas organizaba programas especiales de educación e investigación, su presupuesto era demasiado pequeño. El régimen trató de integrar al indígena en la masa de los trabajadores y los campesinos haciendo hincapié en la clase social antes que en la etnicidad; había que tener en cuenta rasgos específicos de índole histórica y cultural. El objetivo (optimista por no decir francamente utópico) consistía en alcanzar la emancipación social y económica sin destruir los elementos fundamentales de la cultura indígena. Una de sus consecuencias permanentes fue el crecimiento del poder federal a medida que la cuestión indígena pasó a ser de la incumbencia exclusiva del gobierno nacional e incluso podía utilizarse para forzar la apertura de cacicazgos locales hostiles. Federalizar la cuestión indígena a menudo significaba sustituir a los patronos locales por nuevos jefes, burocráticos, agentes de programas indigenistas y agrarios, algunos de los cuales eran indígenas ellos mismos. La esperanza cardenista de alcanzar la integración con igualdad y supervivencia cultural forzosamente tenía que fracasar: se integró a los indígenas, pero como proletarios y campesinos, clientes oficiales y (de vez en cuando) caciques oficiales.
Educación Superior
Se encontraba ahora ante el desafío del socialismo, que denunciaba la posición de las universidades (en especial la Universidad Nacional, tradicionalmente conservadora, elitista, y desde 1929, formalmente autónoma) como bastiones de los privilegios de la clase media. En 1933 se había suscitado una polémica entre facciones universitarias en la cual Lombardo Toledano (a quien se oponía Antonio Caso) abogaba por que la universidad se adhiriera a la nueva ideología materialista. A pesar de las luchas y huelgas estudiantiles, los liberales conservaron su precario control; pero el gobierno respondió, reduciendo a la mitad la subvención que pagaba a la universidad.
En 1935 una facción izquierdista integrada por profesores y estudiantes protagonizó un golpe interno y alineó la Universidad Nacional con la política oficial de signo "socialista". El gobierno pudo así regularizar sus relaciones con la universidad, reafirmando la autonomía de esta y reanudando el pago de su subvención; a cambio de ello, la universidad tomó algunas iniciativas nuevas, aparentemente radicales que probablemente representaban una conformidad extrema más que una conversión auténtica. El régimen creó nuevas instituciones de enseñanza superior que fueran más de su gusto, como el Instituto Politécnico Nacional y la Universidad Obrera.
Educación rural
Escenario de la principal innovación de los años de Cárdenas. Continuó el crecimiento del número de escuelas rurales, que fue notable bajo Bassols, y de estas escuelas se esperaba que hicieran mucho más que enseñar los elementos básicos de las letras y de los números. Cárdenas explicó que el maestro debía desempeñar un papel social, revolucionario; debe ayudar al campesino en la lucha por la consecución de la tierra y al trabajador en su demanda de los salarios que marca la ley; pero sólo pueden dedicarse a la ingeniería social cuando tienen a mano las piezas apropiadas, como ocurrió en México durante el decenio de 1930. El maestro rural pudo cumplir la misión que le habían asignado no porque los campesinos formaran una masa inerte, maleable, sino más bien porque respondió a demandas reales. Es verdad que a veces los maestros estimulaban un agrarismo latente y de vez en cuando contribuían a imponerlo a comunidades que no lo deseaban; pero también hubo casos en que fueron los propios campesinos quienes ganaron a los maestros para la causa agraria. Los que lograron cumplir sus objetivos no triunfaron gracias a una agitación estridente, sino porque aportaron ayuda práctica y, con su misma presencia, prueba viviente del compromiso del régimen. Trabajaron en la agricultura, introduciendo productos y métodos nuevos; utilizaron sus conocimientos de letras en beneficio de las comunidades; y, sobre todo facilitaron aquella organización supra-comunal que con frecuencia ha sido el factor clave del triunfo de los movimientos campesinos.
Oposición
Aunque al principio algunos izquierdistas se mostraron críticos y señalaron que era ilusorio intentar la transición al socialismo por medio de la maquinaria superestructural de la educación, la mayoría de ellos cambiaron de parecer. Fue especialmente el caso de los comunistas, que pronto abandonaron la postura crítica, que se ajustaba bastante bien al "tercer periodo" de la KOMINTERN, y se adhirieron al programa con la misma vehemencia con que defendían el frente populismo. La organización y la combatividad crecientes de la izquierda tenían sus equivalentes en la derecha católica y conservadora: en la jerarquía, el movimiento de estudiantes católicos y asociaciones laicas tales como la Unión Nacional de padres de familia. Los blancos principales de los críticos eran la educación socialista y la educación sexual. Los estudiantes católicos protestaban, organizaban huelgas y provocaban disturbios. Los padres expresaron su desacuerdo retirando a sus hijos de las escuelas y el absentismo fue en aumento, tanto en la ciudad como en el campo; las escuelas privadas (católicas) de San Luis, que eran protegidas por Cedillo, estaban llenas a reventar. En la medida en que "socialismo>" significaba "anticlericalismo" y los excesos anticlericales continuaron ajo auspicios "socialistas", esta reacción de los católicos fue defensiva, incluso legítima. Pero, en general, la tendencia anticlerical iba tomando fuerza, y la oposición católica dirigió sus miradas hacia asuntos de mayor envergadura, tales como los servicios médicos, la educación mixta y la instrucción sexual, que fue denunciada de ser un complot comunista para introducir la pornografía en el aula.
Los católicos también se opusieron al agrarismo tanto en general, defendiendo los derechos de la propiedad privada, como de forma específica, poniéndose del lado de los terratenientes contra los agraristas. Se decía que los sacerdotes lanzaban invectivas contra la reforma e incitaban a las chusmas a cometer actos de violencia; decían misas por criminales que habían asesinado a un maestro. Asimismo, el sacerdote, al igual que el maestro, no actuaba por su cuenta. Muchos actos de violencia rural se producían sin que en ellos interviniera el clero; era una violencia espontánea o nacida de la incitación por los terratenientes, caciques e incluso gobernadores de algún estado.
Los maestros
Se encontraban con frecuencia ante una tarea solitaria y peligrosa. Muchos estaban mal preparados, lo estaban sin duda para el socialismo que debían impartir. Estaban mal pagados y normalmente carecían de aliados institucionales en su localidad, Tenía que afrontar la indiferencia y la hostilidad del pueblo. Los conflictos asediaban sus organizaciones sindicales. Con la expansión de la enseñanza en los primeros años treinta se hizo posible la sindicación en gran escala; las reducciones salariales de aquellos años dieron a los maestros muchos motivos de queja. Una y otra vez pidieron mejoras salariales y la federalización de la enseñanza, para que la toma de decisiones se concentrara en el gobierno central, que era favorable a la educación, a expensas de las caprichosas administraciones de los estados. La Secretaría de Educación insistía en que se formara un único sindicato de maestros, lo cual provocaba serias divisiones internas (hasta el 60% de los maestros, se decía, eran católicos) Como también la izquierda estaba dividida, entre comunistas y lombardistas, la unidad resultó quimérica y los conflictos internos fueron endémicos, lo cual obró en detrimento de la moral.
Resultado de la política educativa
Las tasas de alfabetización mejoraron y se intensificó el papel nacionalista e integrador de la escuela. Como sistema de proselitismo socialista e ingeniería social, el proyecto fracasó. La educación socialista no podía revolucionar la sociedad capitalista en su totalidad. Al igual que muchas reformas cardenistas, fue un fenómeno circunstancial que dependía del clima oficial que fue brevemente benigno. En 1938 la austeridad económica y la redoblada oposición obligaron a emprender la retirada. Se retiraron los libros más radicales, se puso fin a las Misiones Culturales; la educación privada renació y se eliminaron gradualmente ambiciosos proyectos de educación. El último mensaje de Año Nuevo de Cárdenas (1940) fue decididamente conciliador como lo fueron también los discursos del candidato oficial a la presidencia, Ávila Camacho. Y una vez éste subió al poder, estos cambios se aceleraron. El "socialismo" siguió siendo la consigna oficial durante un tiempo; pero posteriormente (dada la flexibilidad casi infinita del término) se convirtió en sinónimo de conciliación social y equilibrio entre las clases. El socialismo educativo, al igual que gran parte del proyecto cardenista, resultó u intermedio en lugar de un milenio.
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