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La guerra de las divisas… (Primera parte) (página 2)

Enviado por Ricardo Lomoro


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¿Pueden las políticas de dinero fácil de la Fed desencadenar una guerra de divisas? ¿Es el principal objetivo de la Fed provocar devaluaciones competitivas? ¿Podría la Fed alterar su trayectoria programada de continuar la compra de bonos hasta que el mercado laboral mejore "sustancialmente", un umbral que no ha definido, si "unos cuantos", o "varios" países "afectados" -por la expansión monetaria- se lo solicitaran?

Una combinación de dinero fácil y tensión económica es un buen caldo de cultivo para el "inicio de las hostilidades". ¿Por qué no ocurren? ¿O el miedo ya no es lo que era? Aunque también hay mucho que temer, de la propia falta de miedo.

¿Es un mundo que se confía demasiado o un mero intervalo antes del próximo diluvio?

La sola idea de que los bancos centrales dejen de servir de soporte a los mercados aterra a los inversores. ¿Es eso posible en el corto o medio plazo? Los expertos creen que todavía es pronto para retirar los estímulos. Y en el pecado (estímulos monetarios), está la penitencia (presión sobre los tipos de cambio).

Los inversores (adictos al dinero fácil) ven con temor que los bancos centrales, que han sido en los últimos tiempos de gran inestabilidad los pilares de los mercados, dejen de serlo. Esto es, si la Fed tiene dudas sobre mantener las políticas expansivas, que contagie al resto y provoque una salida en cadena de los paquetes de estímulo.

Hoy por hoy (febrero 2013), la Fed no puede dejar a su suerte a los bancos, a los mercados y al gobierno de los EEUU y todos lo saben; primero la propia Fed. En esa delicada situación el problema cambiario (guerra de divisas, o como se quiera llamar) es un mal menor (pecata minuta). O, en el peor de los casos, un mero "daño colateral".

Bernanke (actúa como Felipe II): "Yo y el tiempo contra todos" (aliarse con el tiempo, manejar los tiempos, dejar que el tiempo haga su labor, se ha convertido en objeto de devoción, de auténtica idolatría; esperar y hacerlo inexpresivamente, cual esfinge).

Falta saber (y lo contará la historia) si también Bernanke acabará por echar la culpa de la derrota de la "armada invencible" de la Fed, "a los elementos", en vez de reconocer la inepcia de sus dirigentes, y la inadecuación de las medidas, frente a las críticas circunstancias. Entonces la historia (como con Felipe II), se repetirá como farsa.

Para la Fed el "quantitative easing" es como el programa de los "drones": dinero "no tripulado" (controlado) para luchar contra la crisis. Y si las bombas caen en un lugar equivocado, paciencia… solo es un "daño colateral". Ya los periodistas "embedded" se encargarán de maquillar a los muertos y manipular (tergiversar) la información

¿Existe una guerra de divisas? Una respuesta en varios tiempos: creo que no

(Más adelante, en el Paper se dan 10 razones, para sostener la respuesta)

¿Existe un riesgo de guerra de divisas? Es más difícil de contestar: supongo que no

(Más adelante, en el Paper se dan 10 razones, para sostener la respuesta)

En este proceso de inundación monetaria que estamos padeciendo el objetivo de devaluación del dólar es un efecto secundario, colateral, no estratégico. Casi una "externalidad", como gusta decir a los escribas políticamente correctos (à la page). En realidad a los EEUU lo único que le interesa es exportar su moneda (que tiene una demanda inelástica por parte de terceros países y ahorristas colonizados), exportar su inflación (que viene implícita en el tráfico de moneda sin respaldo con el que la Fed atiende a tan distinguida -como ingenua- clientela), y reciclar las reservas internacionales (reales) colocando sus "Treasury Bonds", que volverá a pagar con dinero falso, recién "impreso" (nuevito, nuevito) para la ocasión. Y vuelta a empezar…

PaperLa guerra de las divisas… (Primera parte)

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El dólar es nuestra moneda, pero es vuestro problema (la guerra de los botones)

"El dólar es nuestra divisa, pero es vuestro problema". Esta histórica sentencia lleva la rúbrica de John Connally. La formuló en 1971, al poco de ser nombrado secretario del Tesoro de Estados Unidos, para salir al paso de las preocupaciones procedentes de Europa después de que la mayor economía del mundo rompiera los lazos de su moneda con el oro y oficializara así la defunción de los Acuerdos de Bretton Woods, vigentes desde 1944.

Cuarenta y dos años después, las palabras de Connally conservan todo su significado. El dólar, claro está, continúa siendo el emblema de EEUU, pero representa un problema cada vez mayor para el resto de las economías del planeta. ¿Por qué motivo?

Por la dólar dependencia que sufre el mundo. Es decir, porque la hegemonía cambiaria que posee la divisa norteamericana desde los años posteriores al fin de la Primera Guerra Mundial ha desembocado en un planeta demasiado enganchado al billete verde y, por tanto, muy vulnerable a todo cuando acontezca con el dólar.

Las cifras así lo constatan. Según datos del Banco Internacional de Pagos (BIS, en sus siglas en inglés), el dólar está presente en el 85 por ciento de las transacciones mundiales de divisas. Y el Fondo Monetario Internacional (FMI) certifica que en torno al 60 por ciento de las reservas mundiales en moneda extranjera están denominadas en dólares.

El mercado de divisas, es el mercado base de todos los mercados financieros internacionales, puesto que en él se establece el valor de cambio de las divisas en las que se van a realizar los flujos monetarios internacionales; también es el mercado más grande ya que mueve alrededor de 4 billones de dólares diarios (en 2010); alrededor del 37% se realiza en el Reino Unido -el mercado de divisas mayor del mundo-, del 18% en los EEUU, y del 6% en Japón.

El mercado internacional de divisas, es un mercado extrabursátil (over the counter), que está formado por la red de instituciones financieras de todo el mundo; por tanto, es la parte más internacional del mercado y la más libre, puesto que realiza sus transacciones en cualquier momento a través de cualquier medio de comunicación. Es universal, careciendo de límites espaciales o temporales, con excepción de los que imponen algunos países con respecto a cierto tipo de operaciones, en todo caso, funciona las 24 horas del día, a lo largo y ancho del mundo. Sus nodos principales son una serie de plazas financieras en las que concurren un gran número de operaciones del mismo tipo (el mundo del dólar se sitúa en Nueva York, el del euro en Frankfurt, el de la libra esterlina en Londres), aunque esto tiene cada vez menos importancia dado que el reparto de operaciones se realiza a través de todo el mundo. Los principales mercados mundiales de divisas son: en Europa: Londres, Frankfurt y Zúrich; en América: Nueva York, Chicago y Toronto; en Oriente: Tokio, Hong Kong, Singapur, Melbourne, Sídney y Bahréin. El mercado de divisas tiene una peculiaridad: el mismo tipo de bien que se negocia (dinero) es con el que se realizan los pagos; y el precio de este bien es el "tipo de cambio".

Los principales participantes del mercado de divisas son las empresas, los inversores institucionales, los bancos comerciales, los bancos centrales, las personas físicas y los operadores (brokers). Las empresas, los inversores institucionales y las personas físicas necesitan las divisas para los negocios o para viajar al extranjero, siendo éstas últimas suministradas por los bancos comerciales. Por medio de su extensa red de oficinas de cambio, los bancos realizan operaciones de arbitraje que permiten asegurar que las cotizaciones en diferentes centros tiendan hacia el mismo precio. Los operadores de moneda extranjera se encargan de realizar las transacciones entre compradores, vendedores y bancos por lo que reciben una comisión.

Los intermediarios están conectados entre sí a través de sistemas de telecomunicación (como el SWIFT -Society for Worldwide Interbank Financial Telecommunication-), teléfono, fax, Internet, etc., que garantizan rapidez, seguridad y bajo coste de las transacciones a lo largo de las 24 horas del día. En 2010, 9.000 instituciones de 209 países estaban unidas a SWIFT e intercambiaron unos 15 millones de órdenes de pago que deben ser liquidadas directamente entre los socios.

En cuanto a los bancos centrales de cada país (o zona monetaria como en el caso del Banco Central Europeo), suelen operar en los mercados de divisas comprando o vendiendo su propia moneda u otras divisas con el objeto de estabilizar o controlar el valor de su moneda en el exterior, aunque en el sistema financiero internacional actual los bancos centrales no están obligados a intervenir en el mercado de divisas (pero lo hacen a menudo).

La intervención se denomina "sucia o flotación gestionada" cuando lo que se pretende es mantener una variación de los tipos de cambio de forma ordenada y se diseña para evitar el exceso de volatilidad. Para ello las autoridades compran y venden la moneda local con el objeto de suavizar la transición de un tipo de cambio a otro. La idea perseguida es mejorar la situación económico-financiera reduciendo la incertidumbre y haciendo que el tipo de cambio refleje el diferencial de inflación y otras variables básicas a largo plazo.

Los bancos centrales operan en los mercados de moneda extranjera para controlar la oferta monetaria, la inflación y/o los tipos de interés de la moneda de su país. A menudo imponen las tasas de cambio e incluso utilizan sus reservas internacionales para estabilizar el mercado. La expectativa o el rumor de una intervención de un banco central, puede ser suficiente para alterar el valor de una moneda. Sin embargo, los bancos centrales no logran siempre sus objetivos y en algunos casos el mercado puede imponerse a un banco central.

El porcentaje de reservas globales en dólares estadounidenses que tienen los bancos centrales se redujo en el segundo trimestre (2012), según mostraron los datos del Fondo Monetario Internacional (FMI). (Reuters 28/9/12)

La porción en dólares de los 5,8 billones de dólares (equivalentes) de reservas conocidas fue del 61,9 por ciento en el segundo trimestre, en comparación con el 62,1 por ciento en los primeros tres meses del año.

A pesar del descenso en la proporción de dólares, el informe fue positivo para la moneda estadounidense, que sigue siendo la "divisa de reserva elegida", dijo Camilla Sutton, jefa de estrategia de divisas de Scotiabank en Toronto.

Las reservas totales de los bancos centrales a nivel global, incluyendo divisas no especificadas, crecieron a un récord de más de 10,5 billones de dólares.

Además de confirmar que el globo gira al son del dólar, estas estadísticas revelan un dilema ya denunciado a mediados del siglo XX por el economista belga Robert Triffin. Sostenía que el mundo no podía tener una única divisa de referencia, porque eso obligaría a que dicho país fuera acumulando unos crecientes desequilibrios por cuenta corriente con los restantes países, que a su vez pasarían a poseer mayores cantidades de esa moneda.

La situación se prolongaría hasta que esos socios perdieran la confianza esa la divisa hegemónica y comenzaran a deshacerse de ella, con la depreciación correspondiente

¿Es posible que este riesgo se manifieste con respecto al dólar en estos momentos? No. No parecería sensato que, por ejemplo, China saliera al mercado a vender los aproximadamente 1,7 billones de dólares que tiene en su despensa (el 66 por ciento del total de sus reservas), puesto que eso equivaldría a tirarse piedras contra su tejado, ya que el valor de sus ahorros actuales caería en la misma proporción en la que lo hiciera el dólar. (Datos del CIA World Factbook – enero 2012: Reservas US$ 3,2 en divisas y oro)

Ahora bien, eso no significa que los socios de EEUU no puedan hacer nada. Sobre todo, por el malestar que genera el hecho de que, por un lado, el billete verde preserve su condición hegemónica, como es propio de la divisa de la mayor potencia del mundo, y por otro, que esa supremacía no impida que las autoridades norteamericanas emprendan políticas o medidas que persigan, precisamente, debilitar el valor del dólar para obtener así la correspondiente ventaja competitiva.

Todo ello, en un contexto en el que el secretario del Tesoro, Timothy Geithner, sostiene que EEUU aún defiende la política de "dólar fuerte" instaurada en los años 90. Jack Lew, aspirante a secretario del Tesoro de EEUU, ha asegurado ante el Senado que mantendrá la política de que un dólar fuerte va en el "mejor interés" de un crecimiento robusto. En su comparecencia del 13/2/13, el candidato a liderar el equipo económico del presidente Barack Obama ha garantizado al hablar de divisas que hará lo posible para que las reglas de juego se respeten, "sino habrá consecuencias".

Esta dualidad está caldeando el ambiente en los países afectados por las sucesivas (y reiteradas) expansiones monetarias ("quantitative easing") de la Reserva Federal (Fed). La versión oficial es que lo hace para reforzar la recuperación económica y luchar contra la deflación o caída de los precios; la oficiosa indica que con esas inyecciones pretende acelerar la debilidad del billete verde.

"Semejante movimiento crea problemas para el resto del mundo porque, en efecto, Estados Unidos está arrebatando crecimiento de Europa y Japón, en un ejemplo de la clásica política de empobrecer al vecino a través de las devaluaciones", certifica Keith Wade, economista jefe de la gestora Schroders.

"La decisión de la Fed complica la resolución del conflicto relativo a las tentaciones proteccionistas que pueden estar incubándose por la batalla cambiaria derivada de la marcada depreciación del dólar", agregan los expertos de Banif.

Este entorno introduce un nuevo elemento que puede modificar las directrices cambiarias de los últimos años. Hasta la fecha, EEUU, secundada por Europa, ha llevado la voz cantante y ha impuesto la tesis de que es China, con su política de apreciar de forma gradual el yuan, la que alimenta de manera principal los desequilibrios globales.

Sobre este caldo de cultivo, las autoridades de los mercados emergentes podrían decirle a la cara a Estados Unidos que resulta necesario orquestar un nuevo orden financiero internacional en el que el dólar deje de ser el pivote central.

Se sumaría al esperado llamamiento a que sea el mercado, y no la mano visible de las respectivas autoridades, el que determine el tipo de cambio de las divisas. Pero el consenso puede acabar ahí. Porque en todo lo demás hay fisuras. Para empezar, habría que buscar sustituto al dólar.

El sistema de los derechos especiales de giro (DEG) se antoja demasiado complejo de articular y el euro y el yuan chino no parecen estar en condiciones, ni demasiado dispuestos a ser las divisas hegemónicas. ¿Y un nuevo acuerdo cambiario, al estilo del alcanzado en Bretton Woods en 1944? Resulta complicado. Los expertos, de hecho, lo descartan por un motivo principal: la ausencia de intereses comunes.

Es más, ésta es la esencia misma de la denominada Guerra de las Divisas, en la que las naciones recurren a las devaluaciones competitivas (u otras alternativas) como armas proteccionistas con las que defender sus intereses.

¿Y unos pactos menos pretenciosos que los de Bretton Woods, similares a los del Hotel Plaza en 1985 o del Louvre en 1987? Los analistas tampoco lo creen probable. Hace dos décadas, esos acuerdos se sellaban en el G-5 o en el G-7. Ahora, habría que poner de acuerdo a 20 países, lo que dificulta la adopción de acuerdos.

La paradoja, por tanto, está servida: el mundo sabe que debe desengancharse de su dólar dependencia, pero no encuentra el modo de hacerlo.

Coda: "El velorio" (Milonga lunfarda Letra de Aldo Queirolo Música de Hormaza)

"Anoche cerró por duelo, el bodegón "La Maroma", murió el negrito Carmona remanyao escabiador.

En el mistongo galpón, donde el pobre era velado, varios curdas jubilados alrededor del cajón, lagrimeaban apenados, empinando un semillón.

Una mosca había dentrao`, y rondaba indiferente, se fue a parar justamente, en la nariz del finao.

Rocatagliatta el pesao, rechupado como un faso, viendo la mosca en el naso, le pegó tal bofetón, que hizo saltar de un zurdazo, a Carmona y al cajón.

El jonca quedo forfai, y Granini ahogado en llanto, sentó al difunto en un banco, para que descansara en paz.

A su lado el Bataráz, quería contarle un cuento, mientras el Taita Mamerto, con un filoso puñal, quería clavarlo al muerto, porque lo miraba mal…

Llegó el Lunfa Firulete, con unas cuantas chirusas, venían de una garufa, empuñando el bandoneón, y entre curdas y papusas, se armó una milonga flor.

La milonguera Rene, sentada junto al finao`, creyendo que era un mamao, quería darle café

De pronto en esa reunión, se hizo presente la yuta y a la curdela va tutta, la fue arriando pal` camión.

Garabito y Chicharrón, se piantaron con el vino, y el muerto fue detenido, por un novicio botón, que lo llevó de testigo, pa' prestar declaración".

Perdonen ustedes esta disgregación milonguera, pero al ir seleccionando la documentación (hemeroteca arriba y abajo) para redactar el Paper he descubierto para mi sorpresa (y alarma) que aparecen los mismos acontecimientos, interpretados por los mismos personajes y hasta relatados por los mismos medios y periodistas, tanto en el año 2010, como en el año 2013. Todo es igual, nada es mejor…

El desparpajo de Bernanke lanzando billetes desde el helicóptero (impresos para la ocasión). La arrogancia, indiferencia, y abuso de posición dominante, por parte de los EEUU. Las repetidas declaraciones y denuncias de los afectados (principalmente, los países emergentes). Como si el tiempo se hubiera detenido, las hojas de calendario solo marcaran una fecha inamovible. Un "ritornello" kafkiano. The Walking Dead. Ayer, hoy y mañana, siempre lo mismo…

Por eso me vino a la memoria lo del "finado" Carmona, que fue llevado de testigo por la policía pa" prestar declaración.

Ahora, lean la declaración de Carmona (perdón, Mantega), y juzguen ustedes mismos.

El Día de la Marmota. En esa constante batalla entre el miedo y la codicia por la confianza de los inversionistas… ¿Brindis al sol? ¿Canción desesperada? ¿Canto a los pájaros? Si penoso resulta leer lo acontecido en 2010 (con carácter retrospectivo), sabiendo que nada ha cambiado (y en tal caso, ha empeorado), dramático resultará leer los comentarios correspondientes al año 2013 (más adelante), para comprobar que todo sigue en torno al mismo bucle infernal (digno de la Divina Comedia). Hipocresía, farsa, simulación. Un Ballo in Maschera.

En el "concurso de fracasos" de las reuniones internacionales se libra una reñida carrera hacia el abismo: Objetivos de Desarrollo del Milenio (ONU), Ronde de Doha (OMC), Protocolo de Kioto sobre el cambio climático (CMNUCC), G-7, G-20, "and so on"…

Como siempre, ustedes, pueden dar o quitar razón, que es de lo que se trata.

El mismo amor (odio), la misma lluvia (ácida) (Septiembre 2010)

Ministro brasileño muestra su preocupación por la guerra de divisas y pide acuerdos (Agencia EFE – 27/9/10)

El ministro de Economía de Brasil, Guido Mantega, expresó hoy su preocupación por la guerra de divisas y pidió que se adopten acuerdos en la próxima reunión del G20, porque Brasil no puede respetar el libre comercio si el resto lleva a cabo intervenciones.

No deberíamos permitir una guerra de divisas, lo mejor que podemos hacer es llegar a acuerdos para no perjudicar el libre comercio. El mejor sistema es el del libre flujo, pero no podemos regirnos de esa manera si el resto lleva a cabo intervenciones, afirmó Mantega.

El brasileño realizó estas declaraciones durante una conferencia en Americas Society de Nueva York, en la que explicó el estado de la economía de su país y habló de los principales retos a los que se enfrenta Brasil para mantener y mejorar su posición económica.

Tenemos mucho cuidado de no violar los principios de libre comercio que nosotros defendemos, pero también tenemos un cuidado especial por la fuerte revalorización del real brasileño, dijo Mantega, quien añadió que Brasil no va a permitir una excesiva valorización de su moneda.

Según los datos que ofreció el ministro de Economía, el real se ha apreciado un 56,3% frente al dólar entre 2009 y 2010.

Entre las medidas tomadas por el Gobierno brasileño que influyen en la contención de la apreciación de su divisa, Mantega destacó la reciente capitalización de la petrolera Petrobras y afirmó que no tomarán más medidas en esta dirección hasta que se comprueben las consecuencias de esa decisión.

El brasileño sugirió que los países desarrollados, entre ellos las economías más sólidas de Europa como Alemania, deben tomar no sólo medidas monetarias sino también incentivos fiscales para recuperar la demanda interna en sus propios países, porque si no se estancarán en una recuperación muy lenta.

Sobre las medidas monetarias de la Reserva Federal estadounidense, el brasileño se mostró contrario a una futura expansión cuantitativa (compra de deuda pública por parte del Gobierno) porque no logrará mejorar la economía y debilitará aún más el dólar.

Mantega pidió que en la próxima reunión del G20, que tendrá lugar en Seúl el mes que viene, se realicen acuerdos de estímulo fiscal para paliar estos problemas.

El responsable de la economía brasileña hizo hincapié en el buen desarrollo económico que ha experimentado su país en los últimos años, principalmente expandiendo la clase media, lo que a su juicio ha provocado un fuerte incremento en la demanda interna haciendo que Brasil sea menos dependiente de economías externas.

Mantega destacó también la creación de empleo en Brasil, que ya se sitúa en el millón de puestos de trabajo al año, lo que ha ayudado a esa expansión de la clase media.

El ministro concluyó que ésa es la clave del milagro brasileño, porque el incremento de la clase media supone también la integración al mercado de 100 millones de consumidores.

La guerra de divisas ya está aquí (El País – 3/10/10)

El G-20 debatirá los riesgos de una oleada de devaluaciones competitivas

(Por Alicia González)

En su reunión del pasado 21 de septiembre, la Reserva Federal de Estados Unidos advertía de la amenaza deflacionista que se cernía sobre su economía y de la disposición de la entidad a utilizar todas las armas a su alcance para combatir ese riesgo. Es el mismo mensaje con el que el entonces presidente de la entidad, Alan Greenspan, justificó en 2002 el mantenimiento de los tipos de interés, que daría lugar a la burbuja inmobiliaria que precedió a la crisis financiera. Con los tipos de interés entre el 0% y el 0,25% desde diciembre de 2008, el margen para bajar el precio del dinero sencillamente no existe y muchos analistas apuntan en otra dirección: apostar por un dólar barato.

"La lectura que está haciendo el mercado de esta situación se resume en dos puntos: la Fed va a seguir inyectando dólares y EEUU necesita un dólar más débil, pues casi no tiene margen en política monetaria ni en política fiscal", apunta José Ramón Díez Guijarro, profesor de Entorno Económico y Análisis de países del Instituto de Empresa. Los hechos empiezan a darle la razón: desde ese día, el euro ha ganado un 5,13% frente a la divisa estadounidense y cotiza ya a su nivel más alto desde marzo.

A la estrategia estadounidense se han sumado, además, factores políticos ante las reñidas elecciones de mitad de mandato que afronta el país en noviembre. Algo de eso explica la ley aprobada por la Cámara de Representantes, que abre la puerta a penalizar las importaciones chinas por no permitir una apreciación de su divisa. Y es que después de dos años con el yuan de facto ligado al dólar en un tipo de cambio fijo, el cambio acordado por el banco central en junio apenas se ha traducido en una apreciación del 2% en la moneda china, un alza "más que insuficiente" para las autoridades americanas. De hecho, según C. Fred Bergsten, del Instituto Peterson de Economía Internacional, el yuan se encuentra un 25% por debajo de la cotización que debería tener.

El primer ministro chino, Wen Jiabao, ya le explicó a su homólogo estadounidense, Barack Obama, durante su reciente encuentro en Naciones Unidas, que una revalorización del yuan en un 20% provocaría una fuerte inestabilidad social y graves pérdidas de empleos que China no se podía permitir. Ahora su respuesta no se ha hecho esperar. Un portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores alertaba de las consecuencias de la ley para el comercio y la economía mundiales y ese mismo día el banco central fijaba a la baja el tipo de cambio del yuan, hasta las 6,68 unidades por dólar. La amenaza de guerra comercial aparece como mar de fondo.

El profesor de Berkeley Barry Eichengreen, uno de los economistas estudiosos de la Gran Depresión, lleva tiempo alertando contra las devaluaciones competitivas. "Cada día parece más probable que estemos destinados -¿o deberíamos decir condenados?- a repetir la desastrosa historia de los años treinta", decía en un reciente artículo. Entonces, "un país detrás de otro bajó su tipo de cambio en un intento desesperado de salir de la depresión a través de las exportaciones. Pero cada devaluación solo agravaba los problemas de sus socios comerciales, que veían cómo se hacía más profunda su propia depresión".

Un diagnóstico que comparte Francisco López Ollé, analista financiero de X-Trade Brokers. "Se está fraguando una nueva guerra de divisas", alertaba esta semana en un informe. "Agotadas prácticamente las principales vías para reactivar las diferentes economías, algunos países ya se han lanzado a utilizar una de las herramientas que podrían aportar un cierto empuje al crecimiento". Aunque hay diferencias más que evidentes entre la dinámica de los países desarrollados y las economías emergentes, cuyas monedas ofrecen una mayor rentabilidad para los inversores y se ven sometidas al efecto contrario, una revalorización indeseada de su moneda.

De eso se quejaba esta semana el ministro de Finanzas de Brasil, Guido Mantega, que hablaba abiertamente de que se estaba fraguando una "guerra de divisas" mundial. El real brasileño se ha revalorizado un 30% desde inicios de 2009 gracias a la ingente entrada de capitales en el país, sobre todo en Bolsa -Petrobras acaba de anunciar la mayor ampliación de capital de la historia-, y que, como aspecto negativo, impone una pérdida de competitividad para sus productos que lleva a las autoridades brasileñas a intervenir en el mercado.

El Fondo Monetario Internacional (FMI) descarta de plano una guerra cambiaria. Su máximo responsable, Dominique Strauss-Kahn, insiste en que no ve un gran riesgo de una guerra de divisas, aunque eso sea parte de las amenazas a la baja para la economía. Pero admitía: "Esa será una de las cuestiones que suscitará mayor discusión" en las próximas reuniones del G-20. El primero de esos encuentros se producirá esta semana en la asamblea anual del FMI y se repetirá pocos días más tarde -22 y 23 de octubre- en Seúl.

Pese a que el Fondo lo niegue, la carrera de devaluaciones ya ha empezado. La inició Suiza, que desde el año pasado ha estado comprando dólares para frenar la fuerte revalorización que el franco suizo había sufrido frente al euro, y bajo el mismo argumento de la amenaza deflacionista que ahora emplea EEUU. Este mismo mes acaba de intervenir Japón en el mercado. En ningún caso, el tipo de cambio real efectivo justificaba esa intervención, según el FMI. Salvo el caso de Brasil, hay muchos otros casos no publicitados de intervención en el mercado a lo largo del año. Colombia, Perú, Tailandia o Indonesia han aprobado distintas medidas para evitar una escalada de sus monedas que restara competitividad a sus exportaciones. Todo ello pese al acuerdo explícito del G-20 en su reunión de Londres en abril de 2009 para evitar una carrera de devaluaciones.

"Espero que podamos llegar a un verdadero compromiso en la próxima reunión del G-20", señalaban las autoridades coreanas ante la reunión que se celebrará en noviembre en Seúl. Justo ahora hace 25 años, los responsables de las principales potencias mundiales llegaron a un acuerdo en el hotel Plaza de Nueva York para permitir una devaluación del dólar. Ahora la competición por una divisa débil está muy reñida.

El G20 enfrenta la "guerra de las divisas" (BBCMundo – 9/10/10)

(Por Andrew Walker)

Es el tema principal de la cita del G20 este jueves en Corea del Sur: "la guerra de divisas".

Así la han definido tanto el director gerente del Fondo Monetario Internacional como el ministro de Hacienda de Brasil, entre otros.

El jefe del Fondo Monetario Internacional, Dominique Strauss-Kahn, le dijo a la BBC el mes pasado que había indicios de que los países estaban tratando de utilizar sus monedas "como un arma".

Por su parte, el ministro de Hacienda de Brasil, Guido Mantega, afirmó que las devaluaciones competitivas de los países avanzados equivalen a una nueva guerra comercial.

"Estamos en medio de una guerra internacional de divisas", señaló en una reunión de líderes industriales en septiembre. "Esto nos pone en peligro porque nos quita competitividad", agregó.

Pero, ¿qué significa todo esto? Existen varios elementos principales, dos de ellos bastante nuevos, pero el primero tiene una larga data.

China vs. Estados Unidos

Es política de China manejar su moneda y limitar su movimiento frente al dólar estadounidense.

Así ha sido en el pasado y durante la crisis financiera, China volvió a impedir la subida de su moneda, el yuan.

Desde poco antes de la cumbre del G20 llevada a cabo en Toronto, Canadá, en junio, China ha aliviado los controles y ha permitido que su divisa suba frente al dólar, pero en un porcentaje hasta ahora inferior al 2,5%.

Y debido a que el dólar se ha depreciado, el yuan también ha caído frente a muchas otras monedas.

¿Por qué existe una renuencia por parte de China para permitir que el yuan suba mucho? La respuesta está en el temor que existe en torno a la pérdida de empleos en las industrias de exportación, que se harían menos competitivas.

El aumento del yuan con respecto al dólar no ha sido suficiente para satisfacer a EEUU, donde desde hace mucho tiempo hay una queja de que China manipula su moneda para ganar una ventaja injusta. El grito es: "Esto cuesta empleos en Estados Unidos".

La política económica de Estados Unidos

Muchos en EEUU se quejan de China, pero ¿tienen sus manos completamente limpias? Algunos en el resto del mundo dicen que no.

El dólar ha caído fuertemente en los últimos meses -porque las tasas de interés son bajas- por lo que los inversores han estado buscando una mayor rentabilidad en las economías emergentes.

Necesitan adquirir la moneda del país en cuestión para hacer esas inversiones. Esto tiende a empujar su valor hacia arriba, mientras que el dólar, que ellos están vendiendo, tiende a caer.

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Y el efecto se ve agravado por otras políticas de la Reserva Federal de Estados Unidos, conocido como flexibilización cuantitativa. La Fed compra activos financieros y el dinero con el que paga tiene que ser invertido en alguna parte.

La debilidad del dólar tiene una ventaja para EEUU, se trata nuevamente del tema de la competitividad. Ésta debe ayudar a los exportadores estadounidenses.

Estados Unidos es un país que tiene un déficit comercial grande, así que más exportaciones podrían ayudar a arreglar esa situación.

Algunos incluso argumentan que las políticas de la Fed en realidad tienen la intención de debilitar el dólar y ayudar a recuperar la economía de EEUU mediante la exportación de más productos.

Las economías emergentes

Las políticas de la Fed han dado lugar a una ola de búsqueda de oportunidades para hacer dinero en las economías emergentes. Esto tiende a empujar a sus monedas hacia arriba, lo que socava su competitividad.

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También existe el riesgo de burbujas en los mercados financieros y de bienes raíces. Y las entradas de capital pueden ir en reversa -como lo hicieron en la crisis asiática en la década de 1990.

Así que el tercer elemento de la "guerra de las divisas" es la resistencia de las economías emergentes, y también la de algunos países desarrollados.

Brasil y Tailandia han utilizado medidas fiscales para frenar los flujos de entrada. Japón, Corea del Sur y otros han intervenido en los mercados de divisas mediante la compra de moneda extranjera en un intento de interrumpir la subida de las suyas.

Existe la opinión de que estos países sólo tendrán que vivir con ello. La presión al alza sobre las monedas de muchas economías emergentes refleja el hecho de que están creciendo más intensamente que EEUU.

La situación es difícil de manejar para ellos, pero la razón de fondo es que lo están haciendo relativamente bien.

Los desequilibrios económicos

La guerra de las divisas está estrechamente relacionada con otro tema que ha preocupado a muchos economistas desde hace varios años, el de los desequilibrios económicos globales.

En términos internacionales, es el comercio el que no es equilibrado. En realidad, lo que más a menudo ocupa el centro de interés es la "balanza por cuenta corriente", lo que significa el comercio de bienes y servicios además de algunos elementos financieros, incluidas las remesas que los trabajadores migrantes envían a casa.

Generalmente, sin embargo, el comercio es el responsable de la mayor parte de los desequilibrios en cuenta corriente.

Algunos países tienen importantes excedentes comerciales, en particular China, Alemania, Arabia Saudita y Rusia. El país con un gran déficit es Estados Unidos.

Algunos países en el ojo de la tormenta europea tienen un déficit muy fuerte –Grecia, Portugal y España. Gran Bretaña también tiene un déficit, aunque como proporción del ingreso nacional, no es tan grande.

La otra cara de los desequilibrios internacionales consiste en los altos ahorros en casa en un país con superávit, como China, y el ahorro relativamente bajo en un país con déficit, como EEUU.

El ahorro familiar ha aumentado en EEUU, el Reino Unido y otros países deficitarios, ya que los consumidores están pidiendo prestado menos a raíz de la crisis financiera.

Pero los desequilibrios internacionales también reflejan la cantidad de préstamos concedidos a los gobiernos y en muchos países con déficit éstos han aumentado, compensando en parte el aumento en el ahorro privado.

¿Por qué es importante todo este asunto? Aquellos países donde el ahorro ha aumentado desesperadamente quieren exportar más. Quieren vender más en el extranjero para compensar a los consumidores en casa que están gastando menos dinero.

Este es el caso de EEUU, Gran Bretaña y muchos otros. Y se podría hacer con mayor facilidad si los consumidores en China -y otros países con superávit- estuvieran dispuestos a comprar más bienes importados.

Un aumento en la divisa china no sería una panacea, pero probablemente ayudaría.

Ritornello (el Día de la Marmota: ataque de Replay) (Febrero 2013)

Como dije antes, se repiten los mismos personajes, los mismos medios, los mismos periodistas, y el mismo… ¿drama? Del Hall of Fame, solo está ausente -por razones "sexuales"- Strauss Khan -que si la mucama norteamericana hubiera sido más "generosa", hasta lo tendríamos de "Monsieur President"-, con lo que al "drama" se le podría quitar el signo de interrogación. El "esperpento" sería completo. Con el permiso de Esopo, titularía a esta fábula: "El quebrantahuesos (Fed) y las víboras cornudas (G-20)".

¿Estamos cerca de una guerra de divisas? (BBCMundo – 16/2/13)

(Por Puneet Pal Singh, BBC, Singapur)

El valor de una divisa puede fortalecer o dañar la economía de un país.

Si es muy alto, hace a las exportaciones del país menos competitivas. Si es muy bajo, las importaciones se hacen costosas y puede disparar las tasas de interés y la inflación.

Al mismo tiempo, bruscos movimientos en su cotización generan alerta y preocupación en los mercados de divisas.

El último ejemplo ha sido la caída importante del valor del yen japonés en meses recientes.

Por otro lado, el valor del euro se ha incrementado frente a una cesta de signos monetarios, creando preocupación entre altos funcionarios de la región.

No es de sorprenderse entonces que en la reunión de ministros de Finanzas de las 20 economías más grandes del mundo en Moscú, un importante tema de la agenda sea justamente el valor de las divisas.

Incluso antes de que se llevara a cabo el encuentro algunos habían advertido que la amenaza de la llamada "guerra de las divisas" era algo muy probable en la economía global.

¿Qué es exactamente una guerra de divisas?

Es un término utilizado para describir la devaluación de las monedas, un escenario donde varios países tratan de devaluar su signo monetario en un intento por ganar ventaja el uno sobre el otro.

Tomemos por ejemplo la caída del yen japonés frente al dólar estadounidense y el euro.

Es bastante probable que esta devaluación le dé un impulso a las exportaciones y hacer a los bienes japoneses más baratos para compradores extranjeros si el valor de la moneda de esas naciones no cambia significativamente. Esta movida podría afectar las exportaciones de esos países.

Ahora, si países que compiten con Japón comienzan activamente a intervenir en los mercados para devaluar sus monedas, entonces estamos ante una guerra de divisas.

El temor es que estas operaciones para devaluar monedas, se pueda extender rápido en la medida en que los países tratan de adaptarse a los movimientos de los otros signos monetarios.

¿Cuándo fue la última vez que hubo una?

La última vez que se desató un conflicto monetario fue en la década de 1930.

Ocurrió en la medida en que los países comenzaron a abandonar el patrón oro. Este patrón fijó el valor de las divisas al precio del metal precioso y prevenía que un país imprimiera demasiados billetes.

Sin embargo, también les impedía a los creadores de política económica flexibilidad a la hora de lidiar con shocks económicos.

En la medida en que las naciones comenzaron a abandonar el patrón oro una tras otra, comenzaron a devaluar sus monedas.

Muchos economistas describen esto como que si los países tratan de exportar desempleo a otras naciones o "empobrecer al vecino". Las devaluaciones también llevan a esos países a imponer tarifas a las importaciones, lo que significa proteccionismo.

Pese a que en los últimos meses ha habido intervenciones de varios países en los mercados de divisas, no ha sido a una masiva escala internacional que lleve a decir que estamos frente a una guerra de divisas.

¿Alguien gana en este tipo de guerra?

Bueno, no mucho. La simple razón es que si todos devalúan sus monedas al mismo tiempo, terminan negándose cualquier ventaja unos a otros.

También puede tener un efecto negativo, ya que una moneda débil hace las importaciones más caras. Al mismo tiempo, las fluctuaciones en las cotizaciones también pueden tener un efecto dañino en el comercio. Quizás en mayor ejemplo de eso fue la guerra de divisas durante la década de 1930, que afectó considerablemente el comercio internacional y contribuyó a la Gran Depresión.

¿Qué es lo que ha desatado los temores?

Las preocupaciones han aumentado en parte por la caída abrupta del valor del yen y el aumento del euro.

La divisa japonesa se ha devaluado casi 15% frente al dólar estadounidense desde el pasado mes de noviembre, mientras que el euro ha ganado valor 6% frente a una cesta de divisas en los últimos seis meses.

Los políticos japoneses han indicado que continuarán aplicando medidas que han llevado a esa debilidad del yen.

Por otra parte, algunos líderes de la eurozona han mostrado sus preocupaciones sobre la fortaleza de la moneda única, afirmando que estaba afectando las exportaciones de la región.

En un contexto en que tanto Japón como la eurozona todavía están atrapados en una recesión, algunos temen que puedan utilizar una moneda débil para afianzar sus exportaciones y generar crecimiento económico.

¿Entonces vamos directo a una guerra de divisas?

En realidad, no. En momentos en que está cayendo el valor del yen, los analistas indican que lo que busca el gobierno japonés es detener la inflación e impulsar el crecimiento económico.

Tampoco hay evidencia para sugerir que Japón ha intervenido deliberadamente en los mercados para debilitar su moneda. Pese a que los líderes del país apoyan un yen débil, eso no significa que hayan presionado para establecer una meta en torno a cuál debe ser su cotización.

Al mismo tiempo, no han indicaciones de países que compiten con Japón que digan que también están tratando de debilitar sus monedas para compensar la ventaja que tiene ahora la economía japonesa con su yen devaluado.

Algunos analistas también han argumentado que la agresiva flexibilización monetaria aplicada por los bancos centrales de Europa y EEUU después de la crisis financiera de 2008-2009, jugó un papel importante en la debilitación de las monedas de sus economías.

Como resultado, afirman, es poco probable que el G20 vaya a tomar medidas contra la flexibilización monetaria japonesa.

Estos puntos de vista han sido respaldados por altos funcionarios responsables de política económica. "No hay una devaluación competitiva, no hay guerra de divisas", aseveró Sergei Storchak, viceministro de Finanzas de Rusia.

"Lo que está ocurriendo es una reacción del mercado a una medida exclusivamente interna".

¿Qué va a decir el G20?

El G20 ha pedido en ocasiones anteriores a sus miembros no intervenir en los mercados de divisas.

Es altamente probable que el grupo dé a conocer un comunicado similar al final de su reunión.

A principios de esta semana, el G7, que incluye a Japón, emitió un comunicado donde dijo que no va a fijar objetivos para la cotización de sus divisas.

El jueves, Anton Siluanov, ministro de Finanzas de Rusia, anfitrión del G20, dijo que será similar. "El lenguaje podría diferir, pero la intención será la misma", aseguró.

La "Batalla de Moscú": la guerra de las divisas se libra en el tablero del G-20 (El Confidencial – 16/2/13)

(Por Pedro Calvo)

Hubo un tiempo, durante la vigencia de los acuerdos de Bretton Woods, en los que un único país, Estados Unidos, actuaba de ancla en el mundo de las divisas. Tras el estallido de aquellos pactos, cinco países (el G-5) intentaron poner orden en el universo cambiario durante los años 80. Sin éxito. Posteriormente, semejante responsabilidad se amplió a un grupo de siete naciones (el G-7). Pero tampoco bastó. Ni basta. El mundo ha cambiado. Y la familia sigue creciendo. Se comprobará este fin de semana, en el que el G-20, formado por los 20 países más desarrollados del mundo y los emergentes más prometedores, se reunirá en Moscú… con la denominada guerra de las divisas como invitado especial.

En la capital rusa, y sentados en la misma mesa, estarán varios de los contendientes más destacados en este conflicto. Entre los asistentes figurará el ministro de Finanzas de Brasil, Guido Mantega, que fue precisamente quien, allá por septiembre de 2010, bautizó como "guerra de las divisas" las artimañas a las que estaban recurriendo cada vez más países para propiciar la depreciación de sus monedas y estimular así sus exportaciones. Aunque, sin duda, las miradas se centrarán en el país que ha reactivado el conflicto en los últimos meses: Japón.

El nuevo gobierno liderado por Shinzo Abe, fielmente secundado por el Banco de Japón (BdJ), ha reconocido la necesidad de contar con un yen más débil como aliado fundamental para reactivar su economía y desterrar de una vez por todas, la deflación -caída de los precios-. Para ello, en las últimas semanas ha desplegado su arsenal fiscal -con un estímulo de 170.000 millones de euros- y monetario -el BdJ seguirá imprimiendo más yenes en 2014-, con la consiguiente depreciación de la moneda nipona, que en el arranque de 2013 ha marcado sus cambios más bajos contra el euro y el dólar estadounidense desde 2010. "Japón ha sido el primero en mover ficha con su manifiesta elevación de la política cambiaria a asunto de vital interés nacional. Si bien es algo bastante comprensible, en una economía global y, en particular, en una acorralada por la débil demanda y la sobrecapacidad, este gesto no deja de ser una agresión económica internacional que tendrá repercusiones. Se está librando la guerra mundial de las divisas", subraya John Hardy, estratega de divisas de Saxo Bank.

Más participantes

Pero en Moscú habrá más contendientes. China, con su flotación sucia del yuan; esto es, con una estrategia mediante la que en unas ocasiones acelera la apreciación de su divisa y en otras la frena, pero siempre en función de sus propios intereses; Estados Unidos, con su política oficial del "dólar fuerte" y con otra extraoficial de dólar débil, esta segunda inducida por la política monetaria históricamente expansiva de la Reserva Federal (Fed); o Reino Unido, que tampoco ve con malos ojos el debilitamiento de la libra, tal como constató el aún gobernador de su banco central, Mervyn King, en enero. Y también otros países o regiones que están sufriendo los disparos. Como Brasil, con el real en máximos contra el dólar estadounidense desde mayo de 2012 -1,95 reales por dólar-, o la eurozona, con el euro rivalizando con la corona sueca y el dólar neozelandés por ser la divisa más poderosa entre las principales del mundo en 2013.

Esta fortaleza aportará picante a la cita de Moscú, puesto que la pujanza de la moneda única complica todavía más el panorama de una economía europea que permanece en recesión. Por el momento, ya se intuye un debate interno en el Banco Central Europeo (BCE), y de nuevo con su presidente, Mario Draghi, y el del Bundesbank, Jens Weidmann, como grandes protagonistas. Mientras el primero aseguró el 7 de febrero que la fortaleza del euro podría ser tenida en cuenta por el BCE en caso de que genere presiones desinflacionistas -en ese supuesto, la institución podría bajar los tipos de interés-, el segundo, fiel a su condición de halcón, se ha apresurado a matizar que el tipo de cambio del euro, en exclusiva, no alterará la política monetaria del BCE. A la espera de novedades, lo cierto es que, desde finales de julio, la divisa europea acumula una revalorización próxima al 10% contra el dólar estadounidense y la libra y del 30% contra el yen japonés.

Sálvese quien pueda

Como aperitivo a la reunión de Moscú, y ante la relevancia que está adquiriendo el tema cambiario, el G-7 ya ha enviado esta semana un comunicado centrado en las divisas. Fiel a su costumbre, resultó demasiado genérico y se mantuvo fiel a los dos mantras de costumbre. El primero: que sea el mercado el que determine los tipos de cambio de las divisas; y el segundo: que "la excesiva volatilidad y los movimientos desordenados en los tipos de cambio pueden tener efectos adversos para la estabilidad económica y financiera".

¿Será más pretencioso el G-20? ¿Emitirá un acuerdo más categórico? Las expectativas no son demasiado altas al respecto. "Habrá un intento de declaración formal poco comprometedora", considera José Luis Martínez Campuzano, estratega de Citi en España. Y añade: "Pero lo cierto es que prima la necesidad de crecer, las políticas económicas, especialmente las monetarias, están enfocadas al crecimiento. Y es complicado que los países emergentes y desarrollados, por un lado y los desarrollados entre ellos, por otro, acuerden unos principios que limiten la evolución de los mercados de divisas. En definitiva, cabe esperar que la volatilidad actual en el mercado de divisas haya llegado para quedarse". Demasiados intereses. Muchos de ellos cruzados. Y mientras tanto, una de las causas menos subrayadas de la crisis, como son los desequilibrios mundiales -con el exceso de ahorro en unos países y el defecto en otros-, continúa formando parte del paisaje global. Con las divisas como munición.

Los bancos centrales se reinventan (El País – 17/2/13)

La crisis refuerza el papel de las autoridades monetarias y abre un debate sobre su futuro

(Por Alicia González)

Si Albert Einstein tenía razón y en los momentos de crisis, solo la imaginación es más importante que el conocimiento, nadie puede acusar a los bancos centrales de no haber respondido con grandes dosis de ingenio a la actual crisis financiera, pese a que la inexperiencia en el manejo de algunas de las medidas aplicadas plantea dudas relevantes sobre su futuro. Hay quien sostiene que solo los bancos centrales, con su actuación decidida, han evitado una repetición de la Gran Depresión de los años treinta, aunque no hayan podido impedir una profunda recesión en las principales economías del mundo de la que apenas ahora, casi cinco años después de su estallido, se empieza a vislumbrar un final.

Pero las crisis también sirven para cancelar una época e inaugurar otra, como sostenía el filósofo Eugenio Trías, recientemente fallecido. Las autoridades monetarias en todo el mundo han visto reforzado su papel con la actual crisis y en algunos casos han recuperado competencias que previamente les habían arrebatado en aras de una supuesta mayor eficiencia que luego se ha demostrado equivocada. Solo que la credibilidad ganada hasta este momento no garantiza su credibilidad futura, y no faltan quienes apuntan que la crisis puede haber alterado el paradigma económico y que ello obliga a replantearse los objetivos de política monetaria ante el futuro. El debate está abierto.

"Los bancos centrales han sido los que han salvado los muebles en esta crisis", sostiene Santiago Fernández de Lis, economista jefe de sistemas financieros y regulación de BBVA Research. "Y los siguen salvando con bajos tipos de interés en contra del ADN de muchos de ellos".

Hasta esta crisis, los tipos de interés eran el principal instrumento de los bancos centrales para lograr su objetivo último de control de precios y, según los casos, la creación de empleo. La gravedad de la crisis y las tensiones financieras en los mercados de crédito empujaron a los bancos centrales a llevar los tipos de interés prácticamente a cero, y pese a ello la economía global seguía al borde del precipicio. Es lo que se conoce como la trampa de liquidez, la misma en la que Japón lleva atrapado casi treinta años y en la que la política monetaria tradicional pierde su capacidad para influir sobre el ciclo económico.

"La actuación de los bancos centrales a lo largo de la crisis ha sido extraordinaria", subraya Clàudia Canals en el último informe mensual del servicio de estudios de La Caixa, en el que se abordan los retos de futuro de la política monetaria. "Ante la urgencia y el cometido ineludible de ayudar a sus economías a reencauzar una senda de estabilidad y crecimiento, no han dudado en recurrir a medidas poco convencionales".

Esas medidas surgen una vez que las limitaciones de los tipos de interés se hacen evidentes y las autoridades monetarias ponen en marcha la inyección masiva de liquidez en el sistema financiero y la compra de un amplio rango de activos financieros a niveles sin precedentes. "Tiempos excepcionales exigen medidas excepcionales", justificaba el presidente de la Reserva Federal de EEUU, Ben Bernanke, apodado desde ese momento helicóptero Ben por el parecido de sus medidas con la receta de Milton Friedman para acabar con la amenaza de deflación -el lanzamiento de billetes desde un helicóptero-. Tanto que la Reserva ha multiplicado su balance por 3, el Banco de Inglaterra lo ha expandido 3,4 veces y el Banco Central Europeo lo ha duplicado.

"Los bancos centrales han adoptado las medidas que se necesitaban en un momento excepcional, pero son tan novedosas e inusuales que pensar que se tiene todo controlado es una quimera. Sus resultados los conoceremos en unos años", reconoce José Manuel González Páramo, consejero del Banco Central Europeo hasta el pasado mayo y actual profesor de Economía del IESE. Y no se puede decir que los bancos centrales no hayan sido innovadores en esas medidas: facilidad de financiación de papel comercial, para fondos monetarios, para titulizaciones, subastas sin límite a tres años… "Con sus errores y sus aciertos, pero es innegable que la estrategia de los bancos centrales ha funcionado", asegura Antonio García Pascual, economista jefe de países periféricos europeos de Barclays Capital en Londres.

El apoyo tampoco ha sido gratis. Como recordaba el presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, en su intervención de esta semana en el Congreso de los Diputados, todas estas políticas han exigido "la certeza de que los Gobiernos mantendrán la disciplina fiscal y que las reformas continuas corregirán las debilidades subyacentes. Solo una condicionalidad estricta y efectiva puede generar esta seguridad". Ahora queda por escribir el epílogo de dicha estrategia, su encaje en el mundo poscrisis y diseñar el calendario de retirada de los estímulos y medidas no convencionales, como reclamaba en Davos el anterior presidente del Bundesbank, Axel Weber. Y ahí la incógnita es total.

"Nadie sabe qué puede pasar cuando se retiren esas medidas", admitía Kenneth Rogoff, profesor de Económicas de la Universidad de Harvard, en una charla en el centro de congresos de Davos. "Una vez que la inflación haga acto de presencia, los tipos de interés van a subir y la política monetaria convencional volverá a adoptar sus herramientas tradicionales. Pero estamos ante un experimento histórico", admitía.

En las últimas décadas, los bancos centrales se han ganado una merecida reputación por su capacidad para controlar la inflación con bajos tipos de interés, una tarea a la que ha contribuido notablemente la irrupción de China en la economía mundial y su presión a la baja de los costes de producción en todo el mundo. Pero el objetivo de la estabilidad de precios en los bienes de consumo no ha evitado la formación de burbujas de activos, y cada vez más expertos defienden la necesidad de anticiparse al estallido de precios para prevenir las catastróficas consecuencias que tiene sobre el resto de la economía.

No es un debate nuevo. Cuando Alan Greenspan estaba al frente de la Reserva Federal, ya se discutió el papel del emisor ante la formación de las burbujas, como recuerda Judit Montoriol-Garriga en el informe mensual de La Caixa. Su conclusión fue que la única posibilidad era actuar a posteriori, una vez que la burbuja había estallado, adoptando una política monetaria expansiva. Otra tesis que se derrumba.

"La adopción de medidas macroprudenciales por los bancos centrales como parte de su mandato para mantener la estabilidad financiera puede ayudar a prevenir la formación de burbujas. Puede resultar tremendamente útil en el futuro", apunta García Pascual. Fernández de Lis matiza: "La preocupación por la inflación, en todo caso, es prematura. El principal objetivo de los bancos centrales sigue siendo salir de una situación muy delicada".

No es el único debate en torno a qué instrumentos utilizar para alcanzar los objetivos últimos de la política monetaria. Sin duda, el cambio más significativo ha venido de la mano de la Reserva Federal, que en un cambio histórico anunciaba el 12 de diciembre que mantendría los tipos de interés entre el 0% y el 0,25% hasta que el desempleo no baje del 6,5% -en enero se situaba en el 7,9%-. "Es una novedad más dentro de esta época no convencional. Forma parte del mandato de la Reserva Federal y es un buen indicador para transmitir confianza. Solo que ese objetivo puede que no tenga en cuenta los cambios estructurales que se puedan producir en el mercado de trabajo y yo creo que la crisis ha elevado el desempleo estructural. Es una decisión delicada", subraya González Páramo.

El debate sobre las metas incluye asimismo la adopción de nuevas referencias como el PIB nominal para fijar la política monetaria, aunque esta tesis ha perdido fuerza antes incluso de llegar a ponerse en marcha. Su máximo defensor hasta la fecha había sido el futuro gobernador del Banco de Inglaterra, Mark Carney, que había disertado sobre la necesidad de adoptar un objetivo ligado al crecimiento, lo que permite pasar por alto periodos de alta inflación cuando el crecimiento económico real es bajo.

"En tiempos de recesión puede ser un objetivo interesante, pero es difícil seguir su evolución en tiempo real. Los datos del PIB se conocen con tres meses de decalaje y es difícil dirigir tu política monetaria sin conocer el impacto real que esta tiene sobre la economía", sostiene el antiguo consejero del BCE y actual profesor del IESE. De hecho, tanto Carney como el actual gobernador inglés, Mervyn King, han apostado por mantener un objetivo de inflación "flexible", que dote a la entidad de cierta tolerancia con el incremento de los precios de forma temporal siempre que las expectativas de inflación de futuro permanezcan ancladas. "La inflación permanecerá por encima del objetivo del 2% hasta finales de 2015", reconocía King esta semana. No en vano, la inflación de Reino Unido se ha situado por encima de su objetivo en los últimos siete años, así que ahora las autoridades monetarias solo han oficializado una política que ya venían aplicando.

Todas estas medidas parecen encaminadas a tolerar durante un tiempo una cierta inflación, con el objetivo de apoyar el crecimiento. Pero la duración y el alcance de los esfuerzos realizados tienen consecuencias muy diferentes sobre el resto de los mercados, como el de divisas. Según apunta el Instituto de Finanzas Internacionales (IIF, por sus siglas en inglés) en su último informe de coyuntura, "las agresivas medidas de estímulo están contribuyendo a movimientos sustanciales de los tipos de cambio. La debilidad del yen está beneficiando a la economía japonesa, pero está provocando problemas crecientes para pequeñas economías emergentes, que reaccionarán manteniendo los tipos de interés bajos por más tiempo".

Ese reproche que en los últimos años venían haciendo los países emergentes, por el impacto sobre sus economías de los bajos tipos de interés de las grandes economías mundiales, se ha trasladado ahora a los países desarrollados. El presidente del Bundesbank, Jens Weidmann, arremetió públicamente contra el Gobierno de Japón, por su disposición a abaratar su divisa para favorecer las exportaciones, y habló abiertamente de la amenaza de una guerra de divisas, el gran error cometido en la Gran Depresión. "No hay un mecanismo para coordinar la respuesta a los efectos de las actuales políticas sobre los tipos de cambio", admite el economista del BBVA.

El debate está en plena ebullición, y las respuestas, lejos todavía de establecer una hoja de ruta. Los malabaristas monetarios mantienen muchas bolas en el aire y corren, por ello, más riesgos de cometer un error, con graves consecuencias para la economía global. Pero hasta el momento si hay algo que la crisis ha revelado, como dice Fernández de Lis, es que "la política monetaria es más un arte que una ciencia".

La supervisión financiera pone en riesgo la independencia (El País – 17/2/13)

Los emisores se enfrentan a responsabilidades a veces encontradas

(Por Alicia González)

La crisis puede poner bajo cuestión otro de los paradigmas de los bancos centrales, que parecía casi sacrosanto: su independencia. La caja de Pandora la abrió el nuevo primer ministro de Japón, Shinzo Abe, al presionar a la autoridad monetaria para elevar el objetivo de inflación de la entidad -del 1% al 2%- tras años de fracaso en su lucha contra la deflación, lo que ha provocado la dimisión adelantada del gobernador. El movimiento fue denunciado, una vez más, por el gobernador del Bundesbank, Jens Weidmann, por creer que el objetivo último del mismo era propiciar un yen más débil, lo que amenazaría la independencia del banco central de Japón.

Lo cierto es que existen distintos modelos de bancos centrales y no todos comparten mandato. En Reino Unido, Australia, Nueva Zelanda y, ahora, Japón es el Gobierno el que fija el objetivo de precios y el banco central el que decide cómo conseguirlo, sin que ello necesariamente cuestione la independencia de la autoridad monetaria. También existe el precedente establecido por Hungría, a quien el Fondo Monetario Internacional (FMI) suspendió un programa de asistencia por entender que determinados cambios legales mermaban la independencia del banco central.

edu.red

Fuente: Servicio de Estudios de La Caixa / El País

Pero la verdadera amenaza a la independencia no parece venir por ahí, sino más bien de las nuevas competencias asumidas por las autoridades monetarias. Aunque la estabilidad financiera formaba parte del mandato, antes de la crisis quedaba relegado a un segundo plano en favor de la estabilidad de precios. En un papel de trabajo publicado por el Fondo Monetario Internacional (FMI) en enero, el organismo denunciaba que "la reciente crisis ha demostrado que la estabilidad de precios no garantiza la estabilidad macroeconómica" y que para ello, la política debe incluir la estabilidad financiera como un objetivo adicional de los bancos centrales.

Algunos países, como Reino Unido, habían desgajado las labores de supervisión financiera del banco central, con los resultados de sobra conocidos, y ahora la tendencia predominante es volver al modelo de un supervisor único. "Antes de la crisis financiera, la división entre política monetaria y prudencial estaba clara. La política monetaria defendía la estabilidad de precios, mientras que el sistema de supervisión aseguraba que las instituciones financieras estuvieran bien gestionadas y fueran financieramente sólidas", subraya Christian Weistroffer, de Deutsche Bank Research, en un reciente informe. "Lo que faltaba en ese régimen precrisis era una visión global del sistema financiero, con el propósito y el mandato de garantizar el sistema en su conjunto", apunta.

Eso es lo que se pretende atajar con la llamada supervisión macroprudencial, una aproximación a la supervisión financiera que pretende, por un lado, prevenir el riesgo sistémico mediante reglas sobre el crédito y los precios de los activos y, por otro, aumentar la resistencia del sector financiero a los choques sistémicos. Algo relativamente fácil de defender sobre el papel, pero difícil de aplicar en la práctica.

Para empezar, las herramientas de las que se puede servir este tipo de supervisión no están nada claras. "Todo lo macroprudencial tiene mucho que decir de cara al futuro y puede ayudar mucho en el análisis de riesgos y en regular mejor al sector", admite Antonio García Pascual, economista jefe para países periféricos europeos de Barclays Research en Londres. "El problema es que no se sabe bien cuáles son las herramientas financieras que constituyen la supervisión macroprudencial y no hay ningún banco central que haya marcado una hoja de ruta a seguir", sostiene. El informe de Deutsche Bank apuesta por no limitar el debate sobre estas herramientas a fijar unos requisitos de liquidez y capital de los bancos que se consideren prudentes sino a indagar qué políticas pueden ser las más efectivas.

El FMI reconoce que la experiencia y el conocimiento en la efectividad de las políticas macroprudenciales "son todavía limitados", pero cree que permitirán mejorar la coordinación política al unir las dos competencias en una sola institución. "Pero concentrar múltiples, y a veces enfrentados, objetivos en una institución puede enfangar su mandato, complicar la contabilidad y reducir la credibilidad" de la misma. Y para un banco central la credibilidad es su principal activo.

"Es fácil garantizar la independencia de la política monetaria, pero es más difícil defenderla para la supervisión prudencial, si se piensa que detrás de un fondo de garantía de depósitos hay una garantía pública detrás de los bancos. Yo estoy en contra de utilizar para ello el dinero de los contribuyentes", sostiene Santiago Fernández de Lis, economista jefe de sistemas financieros y regulación de BBVA Research.

De hecho, uno de los temores es que la tarea de supervisión financiera pueda llegar a contaminar la política monetaria y que los bancos centrales puedan fijar los tipos de interés en función de las necesidades del sistema financiero, descuidando la estabilidad de precios. Es más, hoy "todos los bancos centrales ya son sensibles al objetivo de estabilidad financiera. Seguramente, si no fuera así no tendríamos los tipos de interés tan bajos como están ahora", apunta Fernández de Lis.

El riesgo reputacional en estas circunstancias es evidente. "Hay que establecer salvaguardas muy estrictas entre los consejos que deciden sobre la política monetaria y los que deciden sobre la supervisión. Lo que se plantea en uno no se discute en el otro, para que la política monetaria no se vea condicionada por el sistema financiero", asegura José Manuel González Páramo, exconsejero del BCE y profesor de Economía del IESE.

Christian Weistroffer, de Deutsche Bank Research, admite que las políticas macroprudenciales pueden exigir en ocasiones medidas políticamente controvertidas, en especial en lo que se refiere a la supervisión de bancos concretos, participantes de mercado y otros grupos de interés. "Por ejemplo, animar al sistema a ejecutar determinadas reservas en una situación de crisis puede resultar más difícil de lo previsto en la actualidad", apunta. Tampoco resulta descabellado imaginar las presiones que deberá soportar un banco central el día que decida intervenir una entidad o, directamente, liquidarla. "La injerencia política se volverá más aguda, pero es un problema que ya existe", recalca García Pascual.

Rumbo a lo desconocido (el efecto de las políticas monetarias acomodaticias)

Antes de la crisis financiera, el objetivo de los bancos centrales debía ser prioritariamente el control de la tasa de inflación, y para ello era fundamental garantizar su independencia del poder político y su control efectivo de los tipos de interés a corto plazo. Lo que se pretendía, a fin de cuentas, era estabilizar las expectativas de inflación y evitar la creación de dinero con objetivos políticos, impidiendo el uso de políticas monetarias de "ajuste fino".

Asimismo, se consideraba fundamental separar tajantemente la política monetaria de la política fiscal y era casus belli la monetización de la deuda pública, práctica absolutamente heterodoxa reservada a aquellos bancos centrales que no eran más que simples brazos ejecutores de los deseos del poder político.

Este marco conceptual funcionó durante años hasta que la crisis financiera lo ha hecho estallar en mil pedazos. La gran recesión de 2009 y la incierta salida de la misma en los principales países occidentales han provocado un cuestionamiento de los objetivos de política monetaria e, incluso, de la propia independencia del banco central. En cuanto a los instrumentos, los principales bancos centrales de economías avanzadas han actuado con decisión a lo largo de la crisis, pero acudiendo a medidas muy heterodoxas. Han tratado de salvaguardar la estabilidad financiera y evitar una grave depresión económica, pero al hacerlo pueden haber transgredido los límites de la política monetaria para adentrarse en la política fiscal.

Por lo que respecta a la preponderancia del objetivo de inflación, el contexto actual de economías altamente endeudadas, con tendencias deflacionarias en algunos casos, ha provocado la aparición de propuestas de objetivos alternativos, como la tasa de crecimiento del PIB nominal. Se trata de introducir objetivos de política monetaria que permitan desviaciones temporales al alza de la tasa de inflación, sin que esta se enquiste en las expectativas de los agentes. En el fondo, se conseguiría así, para aquellos bancos centrales cuyo único objetivo es el control de la inflación, una política monetaria más sensible al nivel de actividad económica.

Esta propuesta relega a un segundo plano la idea de incorporar medidas de inflación distintas del índice de precios al consumo al conjunto de variables, objetivo que debe controlar un banco central. En concreto, en los años previos al estallido de la burbuja de deuda, en muchos países desarrollados se observaron rápidos crecimientos de los precios de los activos, al tiempo que los precios de bienes de consumo se mantenían controlados. La ortodoxia de la política monetaria no permitía tomar en cuenta explícitamente la evolución del precio de los activos. Sin embargo, tanto en el periodo de euforia como en el periodo de depresión, una regla de política monetaria que incorporase los precios de los activos, aunque de difícil diseño, hubiera constituido probablemente un factor estabilizador del fuerte ciclo de deuda que hemos vivido. Por desgracia, las tendencias actuales sitúan el control de la inflación de activos en el ámbito de la regulación bancaria, que en este caso se denomina macroprudencial.

En la vertiente de los instrumentos, la excepcionalidad y envergadura de las medidas adoptadas han ocasionado serias polémicas a ambos lados del Atlántico. En Estados Unidos, los críticos resaltan que la enorme liquidez inyectada en la economía es una medida que no resuelve los problemas de fondo y tiene numerosos efectos adversos y riesgos. La facilidad de refinanciación permite a las empresas continuar sus actividades aunque no sean eficientes y puede retardar su ajuste. Asimismo, la abundancia de fondos genera flujos de capitales hacia los mercados internacionales en busca de una mayor rentabilidad, desestabilizando otros países y distorsionando sus políticas cambiarias. Además, la intervención en los mercados de bonos a largo plazo tiene consecuencias sobre sus precios, y por tanto, favorece a determinados colectivos y perjudica a otros. Los riesgos que se mencionan son, naturalmente, el de inflación, pero también la dificultad de ejecutar una estrategia de salida ordenada: a medida que las enormes cantidades de liquidez inyectadas se vayan traduciendo en mayor gasto, el banco central deberá retirarlas gradualmente con el fin de no generar presión en los precios. No va a ser fácil impedir que los tipos de interés suban entonces muy rápidamente, conforme la Reserva Federal elimina su apoyo a los mercados de deuda y vende (o deja vencer) sus tenencias de bonos. Si ello sucediera, la recuperación podría detenerse en seco.

En la zona euro, el BCE ha sido menos agresivo en su política de liquidez y la ha vehiculado a través de una financiación abundante y barata a los intermediarios financieros, no mediante la compra de bonos en los mercados. Los riesgos de retirada en la zona euro son menores. Al no disponer de un Tesoro que le respalde, el BCE también ha sufrido críticas aunque su acción en los mercados de bonos haya sido muy limitada y orientada a garantizar la irreversibilidad del euro.

En conclusión, la crisis financiera internacional está provocando una revolución en la concepción y ejecución de la política monetaria. Los principales bancos centrales del mundo han reaccionado con agilidad y osadía ante los retos que la crisis plantea, y la magnitud de la misma ha provocado un debate sobre la necesidad de revisar los objetivos que debe perseguir un banco central. Solo el tiempo dirá si esta reacción es acertada o si, por el contrario, se están abandonando viejas convicciones ante la presión política y social, de tal modo que el cambio de política constituye únicamente un mero paliativo a corto que incluso puede ser perjudicial a medio y largo plazo.

La respuesta desigual de las políticas económicas, en particular las monetarias, en la gestión de la crisis está generando, entre otras consecuencias, ventajas competitivas de algunas economías a costa de otras. La distorsión más evidente, aunque no la única, es la alteración de los tipos de cambio de las monedas de referencia. El aumento de la cantidad de dinero o su excesivo abaratamiento mediante reducciones de los tipos de interés no solo favorece la expansión de la demanda en las economías correspondientes, sino que desplaza los flujos financieros hacia aquellas otras divisas con mayores remuneraciones, depreciando en ambos casos el tipo de cambio de quien practica esas políticas.

La orientación manifiestamente laxa de la política monetaria en EEUU y más recientemente en Japón ha propiciado la depreciación de su moneda respecto al resto de divisas, en especial de aquellas monedas cuyas autoridades se han manifestado más cautelosas en la neutralización de la recesión. Es el caso del BCE, tolerante con el encarecimiento del euro y, por tanto, añadiendo más dificultades a las empresas europeas para ser suficientemente competitivas en un entorno global de bajo crecimiento de la demanda. También sufren las consecuencias de esas depreciaciones del tipo de cambio algunas economías emergentes que tratan de conducir sus políticas económicas de forma rigurosa.

En la reunión del G-20 en Moscú (16/2/13), se ha advertido sobre las consecuencias de la práctica de esas "devaluaciones competitivas", pero no se ha adoptado acuerdo vinculante alguno. Tampoco fue relevante al respecto la reunión que mantuvieron los responsables del G-7 (12/2/13). Comprometerse a no practicar devaluaciones competitivas sin un estrecho escrutinio de las eventuales asimetrías de las políticas monetarias no resuelve la cuestión.

El debate que no fue y la guerra que no se declara (invocación al destino)

¿Pueden las políticas de dinero fácil de la Fed desencadenar una guerra de divisas? ¿Es el principal objetivo de la Fed provocar devaluaciones competitivas? ¿Podría la Fed alterar su trayectoria programada de continuar la compra de bonos hasta que el mercado laboral mejore "sustancialmente", un umbral que no ha definido, si "unos cuantos", o "varios" países "afectados" -por la expansión monetaria- se lo solicitaran?

Una combinación de dinero fácil y tensión económica es un buen caldo de cultivo para el "inicio de las hostilidades". ¿Por qué no ocurren? ¿O el miedo ya no es lo que era? Aunque también hay mucho que temer, de la propia falta de miedo.

¿Es un mundo que se confía demasiado o un mero intervalo antes del próximo diluvio?

La sola idea de que los bancos centrales dejen de servir de soporte a los mercados aterra a los inversores. ¿Es eso posible en el corto o medio plazo? Los expertos creen que todavía es pronto para retirar los estímulos. Y en el pecado (estímulos monetarios), está la penitencia (presión sobre los tipos de cambio).

Los inversores (adictos al dinero fácil) ven con temor que los bancos centrales, que han sido en los últimos tiempos de gran inestabilidad los pilares de los mercados, dejen de serlo. Esto es, si la Fed tiene dudas sobre mantener las políticas expansivas, que contagie al resto y provoque una salida en cadena de los paquetes de estímulo.

Hoy por hoy (febrero 2013), la Fed no puede dejar a su suerte a los bancos, a los mercados y al gobierno de los EEUU y todos lo saben; primero la propia Fed. En esa delicada situación el problema cambiario (guerra de divisas, o como se quiera llamar) es un mal menor (pecata minuta). O, en el peor de los casos, un mero "daño colateral".

Bernanke (actúa como Felipe II): "Yo y el tiempo contra todos" (aliarse con el tiempo, manejar los tiempos, dejar que el tiempo haga su labor, se ha convertido en objeto de devoción, de auténtica idolatría; esperar y hacerlo inexpresivamente, cual esfinge).

Falta saber (y lo contará la historia) si también Bernanke acabará por echar la culpa de la derrota de la "armada invencible" de la Fed, "a los elementos", en vez de reconocer la inepcia de sus dirigentes, y la inadecuación de las medidas, frente a las críticas circunstancias. Entonces la historia (como con Felipe II), se repetirá como farsa.

Para la Fed el "quantitative easing" es como el programa de los "drones": dinero "no tripulado" (controlado) para luchar contra la crisis. Y si las bombas caen en un lugar equivocado, paciencia… solo es un "daño colateral". Ya los periodistas "embedded" se encargarán de maquillar a los muertos y manipular (tergiversar) la información.

Los miembros de la Reserva Federal de Estados Unidos, cada vez más inquietos por los riesgos en los que están incurriendo con su política de bajas tasas de interés, están divididos sobre cuándo poner fin a los programas experimentales diseñados para reactivar la economía del país.

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