Sobre la tesis del fin del mundo del trabajo
El presente trabajo consta de tres partes, en la primera, hacemos el ejercicio de plantear el problema en cuestión, a partir del seguimiento de la lógica que cambia con los modelos de concepción del estado de bienestar al neoliberal, motivado por los procesos de globalización que empiezan a determinar cosmovisiones culturales, políticas, económicas y sociales, que repercutirán en las relaciones internacionales al plantear el ámbito transnacional. Producto de esto los estados empiezan a competir fuertemente por mejorar su eficiencia en lo económico, dejando a un lado costos que eran asumidos para la inversión social. El estado como primer empleador se desdibuja, así las políticas de pleno empleo pierden peso frente al desmantelamiento estatal que busca reducir costos. La certeza de construir sociedades a partir de proyectos de vida individuales se pierde, lo cierto ahora es la incertidumbre. La segunda, las hipótesis, que están referenciadas a su ves en tres, una, que contempla en la discusión el resignificado del concepto del trabajo, dos a través de los postulados de Andree Gorz y tres, en las ideas de Rifkin. La tercera, los comentarios que a partir de este seguimiento se suscita a la luz de las realidades latinoamericanas en especial la de Colombia.
El presente ejercicio se basó en las lecturas de los textos de: Andre Gorz, "Salir de la sociedad salarial"; Fernando Urrea, "La lógica de la subcontratación en las relaciones laborales contemporáneas: el revivalismo del capitalismo salvaje o desregulado, vía la flexibilización de los procesos de trabajo en un contexto de mundialización de las economías"; Enrique de la Garza Toledo, "Fin del trabajo o trabajo sin fin" , " La flexibilización del trabajo en América Latina"; Harrinson B, "El lado oscuro de la producción flexible"; Edgar Varela Barrios, "Flexibilización, desregulación y cambios en el mundo del trabajo"; "El mito del fin del trabajo"; Alonso L.E, "La crisis del estado del bienestar nacional y las regiones vulnerables, paradojas de la globalización y transformaciones de la ciudadanía".
Pensemos en aquello que lleva al planteamiento del Fin del trabajo, lo que se muestra y lo que se vela, en este sentido asistimos al desmoronamiento de los paradigmas que han construido cosmovisiones del quehacer existencial humano y que dentro de una lógica de pasos cualitativos producto de la historia que se construye en las decisiones, aparece otras concepciones que revelan diversos significados de cómo seguir avanzando en el deleite de apropiación de lo natural como afirmación de la razón y en ella paradójicamente lo irracional.
Los paradigmas que ya se disuelven por completo son los Estados industriales nacionales, generados a partir de la idea de ciudadanía social, Estado del bienestar y clases obreras nacionales con derechos laborales y sindicales muy consolidados. En la etapa de la posguerra se sustentaba en el modelo de producción y de consumo fordista, que entrelazaba la producción en masa con la adquisición generalizada de bienes de consumos industriales, teniendo un importante consumo nacional y un desarrollo de todos los elementos de consumo público, en forma de derechos de ciudadanía y derechos de bienestar.
El modelo de capitalismo del bienestar estaba establecido fundamentalmente en el ámbito de Estado nación, y el Estado intervenía ya fuera para sostener la industria nacional, o para el sostenimiento del bienestar nacional. La sociedad de la seguridad se articulaba como un sistema de garantías con un centro social, el Estado, obligado a internalizar tanto las externalidades y fallos del mercado, como normalizar las situaciones sociales. Aquí era común hablar de las empresas de características multinacionales o transnacionales que tendían a plantear su comercio como internacional, manteniendo la idea primera de la fabricación nacional y de los Estados nacionales reguladores que establecían las reglas de juego de ese comercio internacional como un intercambio mercantil entre naciones.
Las particularidades de este Estado se construyó a partir de los postulados intervencionista keynesianos, lo que se viene denominando Welfare state o Estado del bienestar que se constituyó como un sistema de erradicación del subconsumo social en el ámbito nacional, mediante la consolidación de consumos improductivos, en el sentido de su situación en la producción de capital privado, y de políticas sociales que afectaron directamente a la producción de la fuerza de trabajo; al mismo tiempo que funcionaba, también , como forma de estructuración, de mediación y de canalización del conflicto social.
El Estado, de esta manera se transformó, en un conglomerado de instituciones mediadoras con cierta autonomía propia, en las que se enfrentaron los intereses de las diversas partes de la sociedad. Un Estado intervencionista, por tanto, que se vio obligado a ir sorteando contradicciones sociales y en, especial, a erigirse como el elemento principal de la desradicalización y de legitimación del conflicto laboral y territorial. Esto era posible mediante la construcción de un paradigma corporatista que introducía una estructura política integradora, dentro del capitalismo avanzado, de los grupos sociales-económicos de la producción, en un sistema de representación y de mutua interacción cooperativa en el nivel del liderazgo y de movilización y de control social en las masas.
El Estado nacional que se configura reconoce las fallas del mercado en el ámbito de las relaciones laborales, desde lo cual es posible hablar de capitalismo corporatista o mejor, de la programación social del conflicto laboral, en el que se instauró una dinámica de cooperación negociada, donde la regulación corporatista del conflicto y el estado del bienestar keynesiano se fundieron, en su origen, en una especie de acuerdo implícito o compromiso de clases, expresado en el pacto keynesiano, presidido por la aceptación inevitable, por parte del trabajo, de la lógica de la ganancia y del mercado como principales guías de la asignación de recursos en el ámbito micro, a cambio de participar en la negociación de la distribución del excedente social en el ámbito macro.
De esta manera el estado keynesiano supone la institucionalización del conflicto industrial a través de la función de arbitraje y de mediación del Estado contemporáneo, lo que venía a subrayar la complementariedad de la reivindicativa sindical con el reequilibrio del sistema productivo y la estimulación de la demanda, puntos centrales de las políticas económicas Keynesianas. Además de la politización de la economía directamente ligada a una mercantilización de lo político, en el sentido de un entramado complejo de organizaciones que compiten, directa o indirectamente, por prestar condiciones a los ciudadanos votantes de acuerdo con sus fines económicos, políticos y sociales, movilizando para ello, a su vez, un enorme potencial de recursos económicos, estratégicos y comunicativos. Así el Estado intervencionista desmercatilizador, la democracia competitiva de los partidos, el crecimiento económico, política de pleno empleo, institucionalización del conflicto, son características de estructuración y de desarrollo de las sociedades opulentas planteadas como sociedades nacionales.
La desmercantilización parcial de ciertos espacios de la economía occidentales supusieron a nivel nacional, por tanto, una racionalización del capitalismo moderno con efectos complementarios positivos en la acumulación económica y en la legitimación social. El consenso democrático, la desradicalización del movimiento obrero y un cierto reparto indirecto entre los sectores intermedios de renta supusieron un modelo de sociedad del bienestar donde el pacto keynesiano representó la aceptación por parte de la mayoría de las ciudadanías occidentales, y especialmente europeas, de la racionalidad básica del sistema de producción. Este proceso de desmercantilización suponía, al fin y al cabo, desvincular, parcialmente, el proceso de reproducción y de gestión social de la fuerza de trabajo y con ello, como ya hemos señalado, el reconocimiento de derechos que no solamente eran los derechos políticos, sino que también era los derechos a participar en cierto grado de distribución social, a la vez que el reconocimiento del trabajo como centro social y como convención fúndante de los estados contemporáneos.
Este modelo de relación social, que armoniza conflictivamente acumulación y legitimación social, correspondía con un tipo de intervención que se presentaba, en su construcción retórica, como la consecución de una sociedad de la seguridad, esto es, de consecución de niveles de vida asegurados en el compromiso político que se deriva del pacto keynesiano, de la prioridad del pleno empleo y del reconocimiento de los riesgos en la propia continuidad y en su internalización por el mismo aparato del estado. En esa convención genérica del pleno empleo y en la misma tendencia general del Estado a ser socializador de ciertos elementos y segmentos de la producción, que en el sistema industrial fordista se mostraba imprescindibles para la acumulación privada, pero que el sector mercantil puro era incapaz de ocupar por su insuficiente rentabilidad o por la gran cantidad de capital necesario para entrar en el sector, el estado se convertía en empresario, participando en la economía para generar empleo público, o para dotar al aparato productivo nacional de inversiones en investigación, en materias primas o en bienes, en suministros, en mantenimiento de mercados, inversiones imprescindibles para mantener la acumulación privada.
El avance de lo público en general y el de la empresa pública en particular es, por lo tanto, producto de las tendencias ciertamente igualitaristas y de refuerzo de la democracia y de la ciudadanía del capitalismo en un contexto histórico en el que no hay que olvidar el proceso de reconstrucción social de las grandes guerras mundiales; el enfrentamiento entre bloques geoestratégicos y la propia fuerza estructural de unas clases obreras planta industrial, la ciudad-fábrica y por normas y estilos de vida fuertemente unificados.
El estado del bienestar y en la misma línea el Estado productor no rompieron en ningún momento la racionalidad básica del sistema de mercado, pero si que la modificaron en parte con innegable éxito social desde la salida de la guerra hasta prácticamente mediados de los años setenta. Cabe resaltar que en los años sesenta con la institucionalización de los sistemas de relaciones entre capital y trabajo en Europa siguió un periodo de gran conflictividad y las visiones optimistas de conciliación entre los intereses de obreros y patrones fueron sustituidas por la tesis de las tendencias hacia la descalificación del trabajo. En esta época era muy aceptada la centralidad del trabajo en el conjunto de las relaciones sociales y como fuente de identidad colectiva.
Ahora bien, tengamos presente que durante los años cincuenta con las primeras etapas de la automatización de los procesos productivos y la institucionalización de los sistemas de relaciones industriales se pensaba que estos fenómenos contribuirían a la constitución de una nueva clase obrera y significaría el enriquecimiento de las tareas o la recalificación y ganancia de control de los obreros sobre su trabajo, así como la extensión del estado benefactor.
En estas circunstancias la división del trabajo ya no sólo era capaz de animar el proyecto de Adam Smith, el del egoísmo particular, la mano invisible y la acumulación privada, sino también el proyecto Durkheim, es decir, la división de trabajo como complementariedad funcional, el reconocimiento de derechos y progreso social y cultural a través de un derecho restitutivo y participativo convertido en regulador social. La modernidad, siguiendo una dialéctica inscrita desde su propia constitución fundacional, presentaba, aquí, la era de su razón social trascendente frente a la simple razón técnico-instrumental de la acumulación mercantil.
La sociedad industrial llegaba, así, a su apogeo en el momento en que el trabajo, separado en importantísimas franjas de la población, de la miseria y del pauperismo reinante en la existencia obrera tradicional, se convertía en el centro mismo de la codificación de la ciudadanía y del Estado, e igualmente pasaba a ser en sí mismo un Estado industrial, al atravesar las barreras de su intervención en la asistencia social o en la oferta de bienes convencionales para conseguir con ello, por un parte, minimizar la capacidad industrial excedente, acercando el crecimiento económico real al crecimiento potencial de los aparatos productivos nacionales y por otra parte, impedir estrangulamientos y retardos en los sistemas económicos y sociales.
El Estado se convertía en fabricante para acrecentar las posibilidades de acumulación de todo el sistema económico, potenciando las posibilidades de desarrollo tecnológico, de generación de mercados asociados y sobre todo, del mercado de trabajo, y con ello, el bienestar material y las posibilidades de distribución de ese mismo bienestar, en una intervención paradójica donde la propia razón desmercantilizadora era capaz de relanzar las posibilidades acumuladoras del propio mercado.
Pero este equilibrio pronto se vería afectado: la crisis fiscal del Estado, manifestada en el disparo de la inflación y del déficit público, porque el marco económico dado por el capitalismo industrial y material ya no es, en esos momentos asistimos a cambios de paradigmas susceptibles de percepción, así, hoy aparece un espacio mercantil global, con la singular característica de capitalismo financiero, virtual e inmaterial, y en el que los espacios comerciales se juegan ya no como un intercambio de mercancías a nivel internacional, sino como un sistema articulado de empresa–red a nivel transnacional, donde lo que opera ya no es, por tanto, un comercio entre países, entre economías nacionales como una situación integrada de flujos de información, de comunicación, flujos financieros y económicos a nivel internacional, a la vez que un nuevo sistema de ordenación y complementación de la división internacional del trabajo se establece como un todo orgánico e interdependiente cruzando las barreras jurídicas de las naciones y barreras culturales y físicas de las regiones.
Estas transformaciones están generando la idea típica de la globalización, la idea de que precisamente nuestro espacio de referencia es un espacio multinacional y que la articulación de la economía ya no pasa tanto por el Estado nacional como por una serie de obligaciones económicas que podríamos denominar supranacionales. Pero esta supranacionalización de la economía tiene efectos importantes en la vida social.
El primer efecto, es la pérdida de la autonomía de los Estados nacionales. Estos ya no regularan la ciudadanía en función de los derechos laborales y sociales, son incapaces de generar una cultura de la seguridad y de la garantía laboral, porque tienen que competir, a nivel internacional, en mercados cada vez más competitivos. Este espacio de la competitividad internacional hace que los estados, en buena medida, más que intervenir para garantizar los derechos de la ciudadanía, lo hagan para generar situaciones mercantiles eficientes y por lo tanto atienda los derechos de propiedad que a los de bienestar. Esto trae sin duda algunas desigualdades económicas, desmonte y privatización de las empresas públicas y disolución de los monopolios nacionales.
Bajo la perspectiva neoliberal el Estado de bienestar es un Estado derrochador, deficitario, inflacionario y cada vez menos eficaz para relanzar la demanda efectiva al generar efectos de expulsión del sector privado de grandes espacios de la economía y al desincentivar la actividad económica privada por la excesiva presión impositiva y por su ingerencia en los mercados reales y financieros.
Uno de los teóricos británicos Bob Jessop, afirma que cada vez menos tenemos welfare state y cada vez más workfare state, estamos presenciando la transformación de un Estado del bienestar basado en las políticas sociales a un Estado del rendimiento basado en políticas de rentabilidad financieras y productivas. El Estado está por ello pasando de ser un Estado desmercantilizador a ser un Estado mercantilizador incluso remercantilizador.
Las políticas sociales se van resituando crecientemente hacia las propias de un estado asistencial que solamente interviene en aquellos casos de extrema necesidad, demarginación, de miseria, dejando de ser un elemento de seguridad de las clases medias-laborales que tenderían, según lo nuevos criterios mercantilizadores, a asegurarse medios de recibir bienes sociales por unas vías que no fueran las del Estado, sino a través de sus propias posibilidades de capitalización privada, a partir de las constitución de fondos, depósitos, contratos de servicios, seguros y en general a partir de la entrada, por la vía privada, de una cierta reconstrucción del bienestar independiente de la ciudadanía laboral y de la obligación pública a mantenerla.
Dentro de este contexto los Estados se imponen austeridad al coste del factor trabajo, congelación, el recorte o incluso el desmantelamiento, en todo o en parte de importantes espacios y servicios del Estado de bienestar, se introducen una fuerte tecnificación del proceso productivo y los incrementos en tipo de interés han hecho que los típicos efectos redistributivos clásicos de las políticas keynesianas hayan sido sustituidos por los efectos antidistributivos de la economía de la oferta.
La expansión de la economía financiera y la creación de un tipo de empleo, más o menos especializado, de alta remuneración en el aparato de gestión de esta economía financiera y especulativa, ha servido para consolidar un nuevo nivel de medias-altas de renovada cultura promocionista, internacionalista e individualista, cristalizando a partir de ella una cultura del dinero, del poder y de la ambición que ha servido tanto para quebrar el unificador simbólico del consumo de masas nacional, basado en el valor social de una creciente clase media integradora, como para relegitimar y encumbrar un nuevo elitismo meritocrático, inmediatamente convertido en consumo ostentoso.
El modelo fordista de organización del desarrollo de la producción ha sido desplazado por nuevos tipos de división del trabajo, justo como proceso de reestructuración productiva y de ordenación económica de la postcrisis. Esta dinámica responde en las sociedades occidentales como un proceso de reconversión tecnológica llevado a cabo en una doble dirección, una, institucionalmente se opta por una rápida desindustrialización de los espacios, regiones y naciones productivas tradicionales (ramas y sectores productivos ligados tecnológicamente a la transformación electromecánica), y la segunda, constituida por una economía neoindustrial o postindustrial atravesada por lo tecnológico asentado en la producción, en el tratamiento, en la circulación y en el procesamiento de información.
Estas transformaciones han supuesto un enorme cambio en la estructura social de las sociedades occidentales que, en gran medida, puede ser caracterizado por un fenómeno general: la fragmentación. Las acciones públicas y privadas para restaurar la tasa de beneficios ha supuesto, desde principios de los años ochenta, el definitivo abandono de cualquier política de pleno empleo y con ello la contención de las demandas salariales, el desempleo masivo, la intensificación del uso del factor trabajo contratado y el desarrollo de políticas de oferta destinadas a destruir cualquier obstáculo que impidiera el funcionamiento del mercado, aun cuando produjese fallos de asignación y de desigualdad social evidentes.
Durante esta época las preocupaciones acerca del trabajo se pueden apreciar en dos niveles: uno, Quienes estudian diversas manifestaciones del trabajo y sus transformaciones actuales, que han pasado a centrarse en el movimiento obrero en los setenta, con un enfoque en la ciencia política y dos, el estudio el movimiento obrero como movimiento social con enfoques propios de la sociología industrial, del trabajo de las relaciones industriales, de la economía del trabajo, enfoque que analiza las formas y efectos de los cambios tecnológicos, de organización, en las relaciones laborales, los mercados de trabajo, las culturas laborales y empresariales. Esto obedece a un proceso muy dinámico que puede observarse con la creación de teorías en los ochenta y noventa como regulacionismo, especialización flexible, teorías neoschumpeterianas, nuevos conceptos de producción, etc.
De todas maneras existe una división entre quienes siguen estudiando el trabajo y esta división da lugar a dos corrientes: una, Pesimistas: Ponen énfasis en nuevas segmentaciones del mercado de trabajo, la extensión del trabajo precario o atípico y ven el toyotismo como una forma superior de control gerencial sobre el trabajo. Dos, Optimistas; ven en los nuevos modelos de producción una esperanza liberadora del trabajo humano, de su carácter enajenado, rutinario con escaso control del trabajador sobre el mismo
La nueva estructuración de clases arroja hacia sus márgenes a colectivos muy importantes de la antigua clase obrera y de las viejas capas media: como es caso de los parados de larga duración, que ya no van encontrar un trabajo estable ni una ocupación que les garantice una situación segura; lo mismo ocurre con los trabajos precarios o con aquello que han empeorado sus condiciones de realización debido a la pérdida de las garantías laborales de los que los realizan; sin olvidar gran parte de jubilados, que no pueden mantener las condiciones de vida que tenían.
Lo que convencionalmente estaba homogeneizado se ha fragmentado con la desindustrialización, la hipertecnologización, la deslocalización productiva y la nueva producción flexible, como consecuencia de la sustitución de los grandes mercados nacionales de trabajo regulados y defendidos, estatalmente, por toda una serie de mercados segmentados e impermeabilizados de trabajo, que funcionan transversalmente a escala internacional, impulsando colas y trayectorias laborales estructuradas con lógicas cada vez más diferenciadas, pero en general aumentando el nivel de precarización de la mayoría de ellas y todas bajo la presión de la plena disponibilidad y de la adaptación absoluta a los requerimientos de la competitividad mercantil mundial.
Recapitulemos algunos asuntos, los argumentos del fin del trabajo pueden resumirse de la siguiente manera:
Primero, la decadencia de la industria en relación con los servicios y el cambio en la estructura de las ocupaciones con crecimiento relativo de los trabajadores calificados, técnicos e ingenieros, cuellos blancos, mujeres y jóvenes y por otro lado la extensión de empleos atípicos, trabajos precarios, por horas, de tiempo parcial, eventuales, de mujeres, migrantes y minorías étnicas. En el tercer mundo encontramos la extensión del trabajo informal y los micronegocios y autoempleos; en Europa altos niveles de desempleo; todos estos fenómenos han incrementado la heterogeneidad de los trabajadores con la consiguiente repercusión en sus normas, valores y actitudes. Lo anterior repercute en la imposibilidad de formación de organizaciones, ideologías, proyectos de cambio social que partan de los trabajadores.
La fundamentación del fin del trabajo es la no centralidad del trabajo sobre otros mundos de vida. La caída de la ocupación industrial es en Europa y Estados Unidos, mientras en Canadá, Sudeste Asiático y América Latina se dan otras tendencias. Por ejemplo en el tercer mundo el autoempleo se ha extendido mucho como forma de precariedad, más que de la búsqueda de satisfacciones y enriquecimiento de las tareas o flexibilidad creativa.
La tesis del fin del trabajo relacionada con la heterogeneidad del mercado del trabajo y de las ocupaciones es simplista al atribuir a las posiciones en el mercado laboral la determinación de normas, valores y actitudes.
Segundo, entender el fin del trabajo en términos sociológicos como el fin de la centralidad del trabajo en el conjunto de las relaciones sociales, de la conformación de identidades colectivas. Para los trabajadores los mundos extralaborales se han vuelto más importantes en la constitución de identidades que el trabajo. Esta argumentación es teórica, se trata de la desarticulación y marginación del mundo del trabajo con respecto de los otros mundos de vida de los trabajadores. Se plantea la existencia de articulaciones parciales y la posibilidad de que las articulaciones se rompan o se puedan crear otras en función de ciertas prácticas.
La identidad es una configuración subjetiva compleja que da sentido de pertenencia a un grupo o clase, y evidentemente no depende sólo de la ocupación sino de las diversas formas de vida, estén o no articulados en la práctica o en la cabeza de los individuos.
Tercero, la perdida de importancia del trabajo se relaciona con su función de generador de valor, hoy la riqueza de la sociedad se crea especulativamente en el sector financiero globalizado ya no depende del trabajo. Se desprecia el trabajo como creador de valor, se enfoca en dos sentidos, uno, en cuanto a la riqueza dineraria que no esta en función del trabajo y segundo en relación con la satisfacción de las necesidades humanas a través de los productos del trabajo.
Cuarto, La crisis del trabajo es un problema político resultado de una lucha que ha implicado el cambio del estado hacia el neoliberalismo, la reestructuración productiva, organizaciones obreras incapaces de transformar sus formas de lucha, reemplazo del conflicto obrero patronal por la lucha de mercados. La crisis sindical esta relacionada con la apertura de mercados, la extensión de la subcontratación, reducción del empleo publico, desregulación del mercado laboral, nueva cultura laboral, etc.
Esta tesis muestra un nivel más coyuntural y de caracterización de lo que ha sucedido con la clase obrera y sus organizaciones frente a las transformaciones y cambios de las relaciones de fuerza del capitalismo
Hasta ahora se ha intentado rodear el asunto del fin del trabajo y en ese intento nos hemos encontrado aspectos como la globalización y el imperialismo, neoliberalismo y específicamente desregulación laboral, la privatización de empresas públicas, la descentralización de las unidades de producción de alta tecnología y los procesos de reestructuración industrial, el papel del estado; en ellos es evidente que el trabajo se constituía en el eje en cual giraba muchas cuestiones de los acuerdos sociales que regían la sociedad. El trabajo constituía la posibilidad de construcciones de proyectos de vida a largo plazo, lo que daba mucha seguridad, ahora se derrumba es tópico y el trabajo pierde su lugar de constructor de sociedad, se transforma la lógica: cambios profundos en las relaciones laborales, ausencia del Estado en su regulación, desregulación y disminución general del nivel de compromiso de los empleadores respecto a los trabajadores; las nuevas contrataciones de personal son siempre de personal más escolarizado y los niveles de selección se elevan regularmente; cambio de los sistemas de remuneración salarial, prestacional y de seguridad social y descenso continuo de ellos; sometimiento o eliminación de los sindicatos; incremento del empleo a tiempo parcial y del empleo informal; eliminación de la estabilidad laboral y del empleo a vida. Ante todo, lo ciclos de vida de los individuos son desordenados, para los jóvenes el tiempo de inserción profesional se prolonga, para los adultos la vida profesional se vuelve más incierta y discontinua, para los de mayor edad los riesgos de quedar cesantes anticipadamente son cada vez mayores; reducción de los tamaños de la planta, proliferación de los pequeños talleres de producción y del trabajo en casa; feminización de la nueva fuerza de trabajo industrial; acelerado crecimiento de la producción en pequeños grupos de trabajadores, que a la vez producen a escalas pequeñas o lotes por encargo; descentralización de los procesos productivos y desconcentración de las actividades en diferentes unidades autónomas; flexibilidad, polivalencia, disponibilidad de la fuerza de trabajo y substitución de trabajadores altamente calificados; balcanización de los tipos de contratos laborales, contratos de trabajo a término fijo, contratos interinos, a tiempo parcial, contratos de retorno al empleo, contratos empleo-solidaridad, contratos de reinserción alternativos, etc.
Frente a los devenires de esta historia qué nos depara el futuro, qué construir ante estas vicisitudes, se agudiza la situación de esta racionalidad o por el contrario cambia la lógica a lo humanizante y humanizador. Todas son preguntas que subyacen y que se hace necesario abordarlas de manera estructura mediante la elaboración de hipótesis que permita ahondar en la cuestión.
Ahora bien, pensemos que primeramente tendríamos que revaluar la concepción del trabajo, así, es difícil pensar que el fin del trabajo se produciría por el aumento del tiempo libre, de tal forma que la humanidad satisfecha trabajaría menos y viviría más. La visión de los años noventa parece ser indicar que no habrá trabajo para todos y que lo que sucedería es la transformación del trabajo, es decir los seres humanos seguirán trabajando aunque de manera diferente; en estos momentos los países del tercer mundo parecen anticiparse a los del primero en estas cuestiones existiendo el sector del empleo informal y el autoempleo.
No es la terminación del trabajo sino la transformación del mismo por una vía no teorizada por los que analizan la tercera revolución tecnológica, no se trata de la recalificación del trabajo basado en la computación y en la informática, que se presenta también en las sociedades del tercer mundo sino de un trabajo informal con precarización; es decir la reducción del trabajo formal, estable, y la sustitución por otras formas consideradas anómalas por los países desarrollados pero que en el tercer mundo tienen una larga historia de normalidad.
A través de la historia el trabajo ha tenido diversas concepciones por ejemplo a mediados del siglo XIX la teoría económica dominó en el campo de las ciencias sociales y acuño el concepto de valor del trabajo (el trabajo como creador de valor) con atención en el trabajo industrial, esta centralidad del trabajo industrial en las teorías se mantuvo hasta los años sesenta. Posteriormente se pasó del campo del trabajo al del mercado de forma que el trabajo se vuelve un factor más en la función de producción, cuyos precios los fija el mercado. De la crisis de 1929 a los años sesenta el trabajo es, sobre todo, institución de regulación de la relación capital-trabajo y organización de los obreros. Hacia los ochenta con el inicio del neoinstitucionalismo se da un lugar importante pero no central al trabajo, en los noventa lo que más interesa son las cadenas de empresas o las instituciones de coordinación entre estas y el trabajo se vuelve un supuesto.
El trabajo ha cambiado desde el siglo pasado, los limites del trabajo y no trabajo se han transformado históricamente, en la antigüedad no se podía diferenciar el trabajo de la religión o del juego. El circunscribir el trabajo a los límites de la fábrica fue una circunstancia social, económica y política, pues sus vínculos con el trabajo no desaparecieron sino que fueron cortados materialmente durante la jornada de trabajo capitalista.
El trabajo no tiende a terminar sino a confundirse con otros mundos de vida considerados propios de la reproducción social de los trabajadores.
Criterios tales como empleo formal e informal, empleo y autoempleo, jornada continua y jornada discontinua, producción para el mercado y autoconsumo, dejan de ser criterios estáticos y se vuelven parte de la vida del individuo.
No existe fin del trabajo sino una transformación del significado de que es trabajar, de los ámbitos privilegiados del trabajar, de los limites entre el trabajo y el no trabajo con la ruptura de una parte de las ocupaciones, del concepto de jornada de trabajo.
La segunda, podría estar planteada desde Andre Gorz, en su estudio "Salir de la sociedad salarial" que desarrolló a partir de la siguiente pregunta ¿los países industrializados han entrado en una nueva era que obligará a sus gobiernos a revisar de manera radical sus ideas acerca de los medios para alcanzar un casi pleno empleo? Al respecto dos enfoques, el de los economistas y el de los tecnólogos.
Los primeros, aluden a la revolución informacional asimilándolas a las otras revoluciones (como la industrial) y que como tal generará más empleos de los que suprime, siempre y cuando se respeten las leyes del mercado. La segunda, que al parecer presenta más aceptación, expone la Revolución informacional y la mundialización de la economía como motivadoras de una nueva sociedad donde los empleos tradicionales estables y a tiempo completo van a desaparecer. Veamos sus enunciados:
REINGENIERIA, Nueva manera de mezclar automatización y robotización y un modelo de administración que permite máxima flexibilidad de la gestión. Esto asegura el mismo nivel de producción con la mitad del capital y entre un 40 a un 80% menos de asalariados. De esto se desprenden dos hechos importantes, uno, el Capitalismo usa cada vez menos trabajo para producir mayor riqueza y dos, los empleos adicionales se pueden dar o por distribución de las mismas actividades pero entre más gente por un lado, o por generación de actividades por fuera de la esfera capitalista por otro.
EMPLEOS PRECARIOS E INESTABLES, No solo las nuevas tecnologías reducen los empleos; las empresas están "concentrando" sus actividades en sus operaciones "fundamentales". Por ende muchas actividades se están externalizando con subcontratistas y asalariados externos malpagados a destajo y trabajando tiempo variable por semana, dependiendo del requerimiento. Cada vez más personas pasan del empleo estable al empleo precario e inestable y son considerados empleados independientes así trabajen solamente para una empresa. Además, las personas que aún tienen su empleo estable y directamente con el empleador están preocupados de perderlo.
CIVILIZAR EL TIEMPO LIBERADO, Se debe entender que en el fondo no hay un grupo de empleados y un grupo de desempleados pues la gente hace transición permanente entre estos dos estados; igualmente no se puede pensar que la única estrategia para eliminar el desempleo sea la redistribución de las labores entre los empleados y desempleados. La reducción de la jornada laboral no es una alternativa que genere aumento en el empleo. Por el contrario, podría aumentar el empleo permanente pero de menos personas. Aquí lo importante es saber como manejar el tiempo liberado por la redistribución de labores y convertirlo en un recurso para la sociedad de manera que todos se vuelvan dueños de su tiempo, de su vida y de relaciones de cooperación y de intercambio; es darle un nuevo valor como recurso a ese tiempo. Esto se da por la vía política y sus medidas implicarían el fin de la sociedad salarial, las cuales son: El trabajo ya no es la medida de riqueza y el tiempo del trabajo no es la medida del trabajo; El derecho a la remuneración no depende del empleo y el valor de la remuneración no depende de la cantidad de trabajo; El ahorro del tiempo de trabajo debe perseguir fines no económicos. Sin embargo, se debe analizar si estas formas de redistribución deben estar acompañadas de reducción en el ingreso.
REDISTRIBUIR, Repartir los recursos entre más personas, como aceptar reducciones del salario a cambio de no hacer despidos, es una política puntual y no aporta una solución adecuada ni permanente. Una política de distribución debe repartir un volumen de trabajo decreciente entre una población creciente. El ingreso no debe disminuir en la medida en que a la vez con la reducción del trabajo se está dando un aumento en la generación de riqueza de la cual se puede redistribuir en alguna proporción entre más personas; solo en el caso en que las personas vinculadas crezcan en proporción mayor al incremento de la riqueza se justificaría una disminución del salario. Una vez se reabsorba el desempleo el tiempo de trabajo tendrá que ir disminuyendo sin que se reduzca la remuneración, siempre que el índice de productividad crezca en mayor proporción a las personas empleadas.
INVERSIÓN DE VALORES, Cada vez más se destinará menos tiempo a las actividades de la producción y la actividad laboral dejará de tener un papel preponderante dentro de la esfera de la vida cotidiana de una persona. El trabajo se convertirá únicamente en el medio para ganarse la vida y el empleo se escogerá dependiendo de la cantidad de tiempo que deje disponible para las personas. Esto implica que habrá de dotar de un objetivo tangible los nuevos valores, en ruptura con el pasado donde la vida estaba centrada en el trabajo.
REDUCCIÓN DEL TIEMPO DE TRABAJO, La reducción de la jornada laboral no puede ser a cuentagotas, debe ser notoria y en todo caso a igual escala de la del crecimiento de la productividad. Esta debe presentar las siguientes características: Reducciones periódicas, por ejemplo cada 3 o 4 años y en cantidades importantes; reducción hecha mediante ley marco sin importar el nivel de formación académica; dar el tiempo suficiente a la ley para hacer las previsiones necesarias sobre las necesidades cualitativas y cuantitativas que cada rama de la administración necesita (sector público, empresa o corporación, etc.); dar el tiempo suficiente para hacer formación en sectores donde haya insuficiencia de personas formadas; dar el tiempo suficiente para la negociación de convenios colectivos sobre trabajo, salarios, reorganización, etc.
DERECHO AL TRABAJO INTERMITENTE, Se refiere a la posibilidad que deben tener personas que deseen tener trabajos intermitentes remuneración de manera permanente o a personas que deseen trabajar tiempo parcial remuneraciones no equivalentes al 100% de la remuneración por tiempo completo. El trabajo parcial se puede dar de diferentes maneras, por ejemplo trabajar dos semanas por mes o seis meses por año o 36 meses en 6 años. El hecho de remunerar de manera permanente el trabajo intermitente da la posibilidad de períodos de trabajo no remunerados como: Actividades voluntarias de ayuda a la comunidad, actividades artísticas y culturales, actividades educativas.
EL SEGUNDO CHEQUE, La estrategia de redistribución por jornadas de tiempo parcial o trabajo discontinuo generan sobrecostos que no se pueden cargar directamente a las empresas. Esto se debe a que gran parte de la población activa está empleada en actividades de productividad estancada como la enseñanza, servicios sociales, hotelería, sanidad. Cada trabajador tendrá derecho a su remuneración salarial por el tiempo de trabajo y a un segundo cheque que compense las disminuciones salariales debidas a la reducción periódica de la duración del trabajo. Este segundo cheque existe en virtud de que la sociedad y los ciudadanos adquieran y se reconozcan mutuamente derechos y poderes.
El método de financiación del segundo cheque debe satisfacer cuatro condiciones: No recortar la remuneración de los trabajadores; no incrementar costos para las empresas; permitir a las empresas reducir sus costos salariales mediante inversiones de productividad y mantener la compatibilidad de los precios del mercado con el ingreso de las personas.
HACIA LA AUTOPRODUCCIÓN, Cuando el volumen de trabajo que el capitalismo puede usar con beneficio propio disminuye constantemente, no queda otro camino que desarrollarse por fuera de la economía capitalista. Esto se puede compensar con actividades como de servicios por fuera de la esfera mercantilista. Sin embargo existen dos maneras para poder perpetuar la sociedad salarial desde el punto de vista mercantil: Completar los salarios muy bajos con asignaciones públicas; generar una red de servicios públicos gratuitos o casi gratuitos para todo el mundo, solventados por empleados que reciban un salario normal.
Sin embargo estas soluciones presentan el defecto de que se basan en la transformación en empleos asalariados de una cada vez más amplia gama de actividades. Como el objetivo de una estrategia de distribución del tiempo es precisamente el crecimiento de la autonomía, el desarrollo de servicios mercantiles tienen que disminuir. Lo que se debe generar es autoproducción de dichos servicios, que las personas tengan actividades autoorganizadas y que las personas puedan desarrollarse y realizar actividades en tres niveles: Macrosocial, con actividades productivas; Microsocial, con producción cooperativa y comunitaria; Plano personal en la relación entre personas o creación artística.
Se superará la sociedad salarial cuando se den relaciones de cooperación voluntaria y de intercambio no mercantil auto-organizado. La evolución cultural va en ese sentido, dejando en segundo plano el valor del trabajo, el deseo de éxito y colocando en primer plano el desarrollo personal.
La tercera, esta referida a la desarticulación de la sociedad de la seguridad laboral y de la ciudadanía social nos separa, definitivamente, de una sociedad intervenida por el sector público, sustentada en un sistema del bienestar público que permite fuentes de ingresos relativamente estables a largo plazo y posibilita, con ello mayores espacios de elección clara entre trabajo y ocio; y el contra-argumento de Rifkin, que por el contrario, sostiene que los avances técnicos y la actual reingeniería de la producción están en la base de un cambio productivo que reduce las necesidades de trabajo para mantener e incrementar el conjunto de bienes y servicios producidos.
Dicho autor asume las ventajas del cambio técnico, pero insiste en la necesidad de la no desaparición de la función social del trabajo; pero, para ello, de manera paradójica y antes que defender la ciudadanía social, los derechos del trabajo o la regeneración de los mercados de trabajo balcanizados y precarizados, propone que se incorporen las personas desplazadas, tanto del sector productivo privado como del público, a un tercer sector donde se integra por aquellas entidades que prestan funciones sociales.
Esto, resolvería dos problemas: evitaría el desempleo de estas personas y promovería el bienestar nacional (en este caso americano) y, por ende, el internacional, al permitir afrontar problemas de cooperación. La promoción y el desarrollo de este tercer sector se financiaría con algún impuesto sobre el consumo, en la idea de que esto sería soportable por la ciudadanía, y no repercutiría negativamente en la producción.
Lo que caracteriza a la revolución técnica actual según las visiones tecnologistas en auge es que se aplica de forma generalizada y con los mismos resultados extraordinarios, en términos de incrementos de la productividad, en todos los sectores.
Al cambio técnico se añaden las convenciones dominantes de las empresas sobre el empleo: constituye un coste que hay que reducir. Algunas respuestas de los mercados financieros a las reestructuraciones productivas son significativas, de forma que, prácticamente, se asocia innovación técnica con mejora productiva, reducción del empleo y revalorización financiera de los activos. El ciclo se completa así: máxima tecnologización implica también el triunfo de la economía financiera internacional sobre políticas industriales y sociales nacionales.
Para la tecnología neoclásica, la primera manifestación del cambio técnico es el ahorro de inputs y, particularmente, de trabajo. Se trata del efecto directo del cambio técnico. La idea de equilibrio implicará que los precios de los factores se reduzcan al igual que los precios relativos de los productos, lo que dará origen a un incremento de la demanda, seguido, a su vez, de un aumento de la producción y, en última instancia, volver otra vez a la situación de equilibrio en la economía.
La visión schumperteriana evolucionista señala, entre otras diferencias, que la economía no siempre está en equilibrio y que no se puede considerar una función de producción única para toda la economía.
Las innovaciones no se distribuyen uniformemente por el conjunto de la economía, sino que los innovadores obtienen beneficios extraordinarios que atraen a los imitadores y, de esta forma, se difunden la novedad técnica.
Bajo estas circunstancias parece lógico deducir que se producirá un aumento de la demanda de ocio, puesto que no es necesario trabajar tanto para tener lo mismo a pesar de la consideración schumperteriana de que puede generarse desempleo.
Hasta los economistas laborales críticos que insisten en que toda tecnología abstracta se desarrolla en marcos concretos negociados, según las diferentes fuerzas de los agentes sociales: de tal manera que con una misma matriz tecnológica se pueden obtener resultados de empleo y condiciones de vida muy diversos. En resumen, la acción económica es siempre una acción social, que está ubicada y contextualizada en un nicho de fuerzas sociales y territoriales con su historia y su memoria, y la tecnología, por ello, se explica, así, en un conjunto de redes de acción institucionales donde la propia tecnología se mezcla con la política y la economía cristalizando en construcciones sociales concretas imposibles de reducir a un factor único. Esta visión acaba, de este modo, con cualquier posibilidad de endosarle a la tecnología el éxito o el fracaso social; la tecnología un resultado de la organización social, no su origen.
El debate del reparto del empleo, solución o problema, para Rifkin pierde de vista absolutamente la visión institucional de la tecnología, y por tanto, ante el fin del trabajo. El desempleo o subempleo parece, pues, instalado en la moderna sociedad tecnológica, y por otra parte, se da la posibilidad de producir más y mejor con los mismos recursos, incluso con menos, está a la vista.
No solo eso, Rifkin alude a que las necesidades de trabajo van a ser tan mínimas que este puede quedar sin función social y requerir alguna actuación. Se mantiene, igualmente, que ese aumento del tiempo libre, forzado por la sustitución de hombres por máquinas sin un convencimiento y una canalización hacia la sociedad, puede derivar a una situación de extrema violencia social.
Qué supuestos subyacen en la propuesta de Rikfin sobre el reparto del empleo? Primero, que el conjunto de bienes y servicios que se proveen son los adecuados y suficientes para la sociedad, solo que para producirlos se necesita menos gente. Realmente no hay necesidad de mas bienes y servicios? Si nos referimos a los bienes y servicios que podrían identificar a la sociedad consumista, a los bienes posicionables, debemos recordar que las sociedades occidentales se caracterizan por el sobreconsumo.
A principios de los años ochenta. Los sociodemócratas alemanes proponían un crecimiento económico cero por consideraciones medioambientales; es decir mantener los estándares de vida como hasta entonces, pero no consumir mas por que los recursos se agotan y se deteriora el medio ambiente. El debate actual no se plantea ya en estos términos, aunque podría considerarse y destinar los recursos liberados de la producción de bienes y servicios "consumistas" -los llamaremos así- a la producción de bienes comunitarios; entonces, no sería el fin del trabajo sino de un estilo del mismo, pues lo que se sigue necesitando es un trabajo socialmente útil y ecológico.
En segundo lugar, se da por supuesto que el costo de los factores productivos y por consiguiente su remuneración, se mantiene inalterada después de una innovación técnica, puesto que la productividad técnica aumenta, la remuneración debería aumentar.
Los precios de los productos son consecuencia de la interacción de la oferta y de la demanda, en un conjunto de múltiples mercados interdeterminados.
Un tercer supuesto que Rifkin adopta implícitamente: es que no existen nuevos productores que aprendan y utilicen las nuevas técnicas y que se incorporan a la nueva esfera económica incrementando la oferta. La cuestión es que si aumenta la oferta los precios no pueden mantenerse, igual, por lo menos los precios relativos.
En suma Jeremy Rifkin presupone, de manera tácita, que los efectos de la actual oleada de innovación industrial, cuanto al incremento de la producción y a la reducción del trabajo, son los que se producen en una economía cerrada y de fuerte hegemonía de la economía nacional, justo cuando una gran parte de nuestras transformaciones provienen de encontrarnos en una economía abierta y global, presidida por la fuerte movilización de las bases productivas a nivel mundial. Así, a nuestro entender, los resultados para el trabajo de introducir la globalización son completamente distintos, y llevar a cabo las medidas de Rifkin en un entorno internacional es como encender una cerilla de medio de un ciclón.
Lo que se observa hoy en día, en los países industrializados, es que la unidad básica de consumo que es la familia está sometida a la necesidad de mas rentas para sostenerse.
Cada vez se necesita, mas trabajo para mantener estándares de vida equiparables en términos relativos.
Para Rifkin en las revoluciones industriales pasadas, se produjo como efecto final una considerable reducción de la jornada de trabajo, pero en la presente, por el contrario, los inusitados crecimientos de la productividad, derivados de la tecnología de la información, están generando desempleo estructural sin tener esperanzas en que este se compense al ser sus efectos acumulados mucho mas rápidos que la posible generación de empleo en otros sectores.
Las empresas están así, acelerando el cambio técnico mediante la reducción de los costos del factor de trabajo, ya sea por su reducción directa, o por su uso más flexible o intensivo.
En general el pensamiento tecnologista –siempre olvida: que el cambio técnico depende de las relaciones sociales que estructuran el sistema económico, y que cualquier suerte de determinismo tecnológico oculta que la economía es un campo de las fuerzas sociales, que existen jerarquías previas al progreso y al uso tecnológico y que el cambio técnico depende de los poderes políticos, económicos y sociales que se concretan en las políticas públicas, lo que es también por si misma una forma de política- que son compatibles con estos poderes.
En definitiva lo que hoy se plantea como reparto del trabajo no es mas que reparto del empleo asalariado, y el objetivo que lo alienta es menos una voluntad de repartir igualitariamente la carga de trabajo que la de proceder a un reparto más igualitario de la renta.
La otra propuesta de Jeremy Rifkin es la creación de un sector de trabajo voluntario capaz de absorber los excedentes generados en el sector del mercado. En el se unificarían los trabajadores expulsados de todos los tipos de actividad mercantil, así como los provenientes de distintas trayectorias sociales o profesionales debidamente "reciclados" y dedicados a construir. Con otros voluntarios, un enorme sector social de la economía, que por una parte, atendiese necesidades sociales insatisfechas, y por otra, diese salida social, laboral y vital a un creciente número de efectivos laborales imposibles de colocar en el sector mercado.
Compensación, con lo que se ven literalmente obligados a trabajar en ese sector por no encontrar trabajo en el sector formal y poder cobrar así un salario social por su trabajo informal.
El empleo generado por el tercer sector solo puede ser generado por los sectores de acumulación económica y distribuido por el resto del sistema social, en ningún caso tiene existencia autónoma o autógena. Con la lógica del mercado como eje del sistema económico, el tercer sector puede tener un factor fundamental en la realización de ciertas labores sociales complementarias.
La Flexibilización, es decir la perdida de la estabilidad en los contratos de trabajo, como característica principal de las sociedades contemporáneas incluyendo los países de América Latina, es una de las megatendencias de la globalización de la sociedad capitalista.
Las premoniciones de Carlos Marx, Federico Engels, M. Bakunin, J.P. Prouhdon y otros socialistas radicales del siglo XIX, advertían acerca del inevitable choque entre propietarios y no propietarios. La certeza de esta premonición fue la base para la formación de una teoría anticapitalista que propició la idea de una transformación revolucionaria de la sociedad, la supresión del mercado fuente de explotación del hombre por el hombre y la conformación de una alternativa humanista acerca de como organizar la sociedad, la producción y la vida publica; en un esquema de eliminación de la propiedad privada. Las ilusiones revolucionarias estaban fincadas en el papel protagónico de la clase obrera llamada a ser la sepulturera del capitalismo, que de acuerdo con el desarrollo de la sociedad llegaría a una etapa armónica de modernidad.
En el siglo que acaba de culminar ocurrió el auge, perigeo y desplome de dicha alternativa política. Lo que actualmente existe de socialismo es la estatización política. Socialismo para la política, capitalismo para la economía, tal parece ser la divisa de los remanentes del experimento socialista. La clase obrera durante a finales del siglo XIX se dedicó fundamentalmente a desarrollar una lucha sindical por reivindicaciones económicas, sociales y asistenciales, volviéndose un mecanismo de concertación que no cuestionará el orden capitalista y permitiera una mayor participación en el reparto social.
Lo que es el rasgo distintivo de nuestra época, a despecho del predicamento socialista radical, es el creciente auge, la expansión incontrolable del desempleo estructural. Para los socialistas del siglo XIX la eliminación de la explotación del capital se expresaba en: la eliminación de la clase parásita improductiva y las posibilidades ilimitadas de la modernización científica y tecnológica que liberaría al hombre del trabajo por la disminución de la jornada laboral.
Pero en la actualidad el tiempo libre no se cierne como una oportunidad sino como una amenaza siniestra en nuestra sociedad, dramática condición del desempleo que imposibilita la concreción de proyectos de vida por parte de miles de personas en el mercado laboral del mundo. En sociedad como la americana este fenómeno se presenta como la precariedad de los contratos laborales, la perdida del garantismo institucional y legal. Surge entonces la OIT, organismo internacional para velar por el cumplimiento de la legislación laboral.
Existen tres grandes esferas de la concreción del proceso de Flexibilización, en primer lugar: las organizaciones, la transformación del sector estatal y la esfera social llamado tercer sector (fundaciones, ONG, etc.); en segundo lugar la diferencia entre Flexibilización y las políticas publicas y en tercer lugar las regulaciones con criterios de transparencia, equidad, confianza, etc. Y la mitificación del cliente en ves del ciudadano con sus derechos. De este modo, la flexibilidad opera primordialmente dentro de las organizaciones empresariales, a partir del reconocimiento de las partes, de la necesidad de implantar un esquema polivalente de trabajo en equipo, empowerment.
Enrique de la Garza sugiere que detrás del dominio de la flexibilidad se esconde una derrota del movimiento sindical. Jay Mazur, sindicalista norteamericano, sostiene la necesidad de desarrollar, a la par de la globalización económica, una agenda con dos pilares básicos: el fortalecimiento de los derechos laborales y el cuidado del medio ambiente.
La flexibilidad en políticas laborales en los años 80s para América latina, estuvo principalmente vinculada con la apertura económica posterior al Consenso de Washington, la desaparición del estado protector, la sustitución de importaciones, el férreo proteccionismo de la industria nacional y los monopolios extranjeros afincados territorialmente.
Así los ajustes neoliberales se iniciaron en América Latina con las dictaduras militares del cono sur en los años 60s, estos ajustes fueron continuados por los gobiernos civiles en los años 80s y en los 90s fueron consolidados y extendidos por toda la región.
La Flexibilización del mercado de trabajo es una de las tareas en la formación y estructuración de las economías neoliberales. Esta Flexibilización hace parte de uno de los pilares del neoliberalismo que es la reforma estructural, que busca desmontar toda regulación que afecte el libre mercado entre ellos, el del trabajo.
La reestructuración productiva en América latina ha sido efectivamente impulsada por la apertura económica y por el cambio del estado hacia el neoliberalismo; no ha implicado cambios en las configuraciones socio técnicas de los procesos productivos (tecnología, organización y gestión, relaciones laborales, perfil de la fuerza de trabajo y culturas). Los resultados más evidentes son:
- No se evidencia una ventaja masiva de las pequeñas y mediana empresas.
- No en todos los países la capacidad exportadora se correlaciona positivamente con la innovación tecnológica.
- Existen dos grandes estrategias de reestructuración en América latina: el cambio tecnológico duro y el cambio Organizacional.
- La innovación tecnológica dura en la mayoría de los casos no ha significado la introducción de tecnología de punta, sino pasada de moda y en cuanto a lo Organizacional se trata de la introducción o profundización del taylorismo.
- El perfil de la fuerza de trabajo no ha cambiado sustancialmente en el sector formal de la economía, en cambio se ha notado un dramático crecimiento del sector informal.
De la teoría económica neoclásica viene la idea especifica de flexibilidad del mercado de trabajo, entendida fundamentalmente como la eliminación de las trabas, para que los mecanismos del mercado se encarguen, de modo espontáneo, de asignar al factor trabajo precio y empleo.
Walras (1954), postulando la economía como una ciencia deductiva, aporta unos de los supuestos más importantes de la teoría neoclásica:
- Racionalidad de los agentes.
- Construcción de modelos como si fuera posible controlar las variables.
- No se toman en cuenta las instituciones extraeconómicas.
- Si se mantienen las condiciones de competencia perfecta se tendrá el equilibrio.
En esta concepción tiene lugar especial la teoría de la productividad marginal, la oferta y la demanda de trabajo determinan la distribución del trabajo y su precio. Por el lado de la oferta del trabajo se supone que opera la ley de rendimientos decrecientes. La idea de la flexibilidad del trabajo es la eliminación de todas aquellas externalidades o fallas del mercado por el lado de la oferta y de la demanda, pero especialmente por el lado de la demanda, porque la oferta se considera constante.
Desde sus orígenes ha sido dada por institucionalistas y marxistas, para estos últimos, estas declaran abolido el conflicto estructurado entre el capital y el trabajo, los institucionalistas critican la posición del neoliberalismo de declarar espurias las instituciones como los sindicatos y los sistemas de relaciones industriales, las relaciones de fuerza entre capital y trabajo.
Dentro del concepto del posfordismo (producción en masa y consumo en masa), se acostumbra incluir corrientes como:
Regulacionismo: trata de encontrar las mediaciones entre producción y consumo, con instituciones de regulación que permiten cierta consonancia en el mediano y largo plazo entre producción y consumo y rechazan la idea de neoclásica de ajustes automáticos cuando los mercados se desregulan.
La especialización flexible: también plantea que la producción en masa llegó a su limite, coincidiendo con el surgimiento de un nuevo paradigma tecnológico, la economía de la variedad, donde las Pymes tienen mayor capacidad de cambio y de adaptación a estas nuevas "variedades" en la producción, entonces se pasaría de una lucha de clases a una lucha entre Pymes y grandes empresas.
Las doctrinas gerenciales han sido revolucionadas desde la década pasada, a través de la gran crisis capitalista y de la recuperación en occidente de las experiencias japonesas. Hay un componente importante de la identidad del trabajador con la empresa, la productividad y la calidad, en la recuperación del saber hacer del obrero, el involucramiento y la participación, en la reintegración de tareas y la capacitación amplia.
Las principales criticas son porque: la noción de flexibilidad tiene significados diversos; pretaylorista practicada por pequeñas y medianas empresas no modernizadas; toyotista con consenso y acuerdos entre obreros y patrones y la del mercado neoclásico con su desregulación de la demanda y de la oferta de empleo. El ocultamiento de que la derrota que a sufrido la clase trabajadora con la perdida de seguridad en el empleo y el salario, la intensificación de las jornadas, el debilitamiento de las instituciones reguladoras y el sindicato. El considerar que la Flexibilización es una ideología de carácter preventivo que no puede llegar hasta sus ultimas consecuencias pero que mantiene asustado al trabajador.
Una parte de estas críticas trata de demostrar que las relaciones laborales no han cambiado tanto en realidad, empresas totalmente flexible no pueden funcionar, se necesita negociación del orden con los trabajadores. La flexibilidad no es un concepto unívoco, designa diversa realidades acerca del trabajo, que pueden darse a la ves y combinadas.
En síntesis, la flexibilidad del trabajo como forma seria la capacidad de la gerencia de ajustar el empleo, el uso de la fuerza del trabajo en el proceso productivo y el salario a las condiciones cambiantes de la producción y puede tener varios contenidos según las concepciones que la alimenten.
La flexibilidad del trabajo se ha extendido sobre todo en los países más desarrollados de América latina. Su presencia se ha visto en la forma de:
- Cambio en las leyes laborales
- Transformación de la contratación colectiva
- Ruptura y debilitamiento de los pactos colectivos entre sindicato, estado y empresa
- Preferencia por la Flexibilización unilateral impuesta por el patrono.
Han aparecido dos nuevas corrientes que buscan convertirse en interlocutoras de la reestructuración productivas de las empresas y en cuanto a la flexibilidad, imponiendo limites o condiciones, sobre todo la bilateralidad: la neocorporativa (el sindicato como socio de la empresa, en la lucha por la productividad, abandonando la estrategia de la confrontación) y por otro lado las autónomas. Los resultados de estas estrategias, y en general, la forma de la flexibilidad tienen como mediación importante las diferentes relaciones industriales que se han acuñado en América latina, en especial su característica corporativa.
La vigilancia estatal sobre las relaciones laborales se ha transformado, ahora el estado es el inductor de la flexibilidad, sea legitimándola como en el caso de Argentina y Colombia o propiciando pactos neocorporativos como en México.
En Colombia esas políticas se inician con la ley 50 de 1990 y luego la 100 de 1993, con ello se da el predominio del sector financiero sobre el llamado sector real de la economía, que a propiciado el paso del dinero del sector productivo al especulativo. La cuestión estriba en como conciliar la idea de democracia social y política con los derechos de asociación, sindicalización, negociación colectiva y al mismo tiempo atacar el desempleo estructural y articular los sectores excluidos y desarraigados en los proyectos de desarrollo. Pero el ajuste estructural pregonado por los organismos multilaterales no da respuesta positiva a estas inquietudes.
La competitividad es vista cada vez más en termino de costos laborales y una de sus muestras más paradigmáticas es el outsourcing con la conformación de empresas redes. Bajo este concepto se ha desarrollado el concepto de Pymes que basan su competitividad en el desconocimiento del derecho de los trabajadores y la subcontratación. Ideólogos neoliberales y aperturistas han elevado a doctrina el aprovechamiento de la precarización de las condiciones laborales.
La revista Dinero una nueva vocera del sector financiero aperturista reconociendo que la etapa de los despidos masivos de la incertidumbre laboral ha resultado contraproducente para las empresas propugna por la formula de implicar al trabajador como socio, manejando esquemas de incentivos sociales, para que se pague según la tarea o el desempeño, mediante mecanismo de compensación flexible.
El sector público de América Latina se propugna por abolir los contratos salariales a termino indefinido y abolición de regímenes especiales de los servidores públicos, para en su lugar pactar planes y proyectos con vinculación anual. En Colombia las recientes reestructuraciones no contemplan la redefinición de la misión o naturaleza de las tareas sino que se plantea en términos netamente fiscales.
El declive o derrota del movimiento obrero tiene diversa causalidades: los cambios de los procesos productivos y de la distribución y cambio en la sociedad de mercado contemporánea. El desvertebramiento del binomio sindicato-pueblo. En Colombia el desempleo estructural es más del 21 %, hecho que en cualquier país del mundo seria hecho evidente del fracaso de la política económica. Solo de un 10 al 12 % del conjunto de los asalariados están sindicalizados y solo una parte tiene representación nacional. La sindicalización privada ha sido fuertemente perseguida en el campo de las grandes empresas nacionales y multinacionales.
Es síntoma del papel explosivo que representa el desempleo su inclusión como primer punto de controversia en las negociaciones de la insurgencia de las FARC y el gobierno en San Vicente del Caguan. Admitiendo la correlación entre violencia y desempleo. El conflicto armado colombiano ha implicado gran fuga de capitales y personas de los sectores medio altos de la población propiciando en el largo plazo una crisis de capital intelectual y económico.
Federico Engel hace ya medio siglo dijo que la violencia no crea riqueza pero es un medio de apropiación de la misma. Una salida a la crisis se contempla dentro del cambio del modelo de desarrollo económico y en la concertación de mecanismo de redistribución de la riqueza social.
La política de Flexibilización y las desregulaciones protegen el mecanismo darwiniano de defensa del más fuerte y debilitamiento de los sectores con menor capacidad de reacción.
Al respecto podemos pregutarnos: ¿La máxima flexibilidad permitirá dar el salto adelante en el desarrollo de nuestros países?, ¿Cuál es el papel del estado flexibilizante estatal y empresarial? ¿Se trata de llegar a la máxima flexibilidad o esta es inevitable desde el punto de vista productivo? ¿La flexibilidad tiene mas un carácter disciplinador de los trabajadores organizados y un carácter preventivo que ser el futuro de las relaciones laborales de manera generalizada? ¿la calidad jugará algún papel determinante en la reversión de estas tendencias, en el sentido que logre colocar como estándar lo humano?
UNIVERSIDAD DEL VALLE
FACULTAD DE CIENCIAS DE LA ADMINISTRACIÓN
PROGRAMA MAGISTER EN ADMINITRACIÓN DE EMPRESAS
SEMINARIO: TRABAJO, SOCIEDAD Y MANAGEMENT
PROFESOR: EDGAR VARELA BARRIOS
Autor:
HORACIO GARNICA SILVA