Resumen
La convulsa irrupción de la segunda generación de intelectuales cubanos en el siglo XX se produce en los primeros años de la llamada "Década Crítica"[1], la crisis política y moral que enfrenta la nación como consecuencia de la revolución independentista frustrada a fines del siglo XIX y la dependencia cada vez mayor de los gobiernos de los Estados Unidos y sus intereses económicos, provoca la rebeldía de esta nueva generación dispuesta a cambiar de raíz los basamentos de la sociedad cubana.
Políticamente estos jóvenes se presentan como los adecentadores y denunciantes de la corrupción imperante, en lo cultural se niegan a aceptar el inmovilismo provinciano de la cultura establecida, alejada de las inquietudes del nuevo siglo, había que cambiarlo todo y la renovación no se hizo esperar.
Los intelectuales jóvenes, los mismos que encabezaron la "Protesta de los Trece" y el "Movimiento Minorista", lideran los cambios que la cultura y la literatura en particular requieren.
Ellos contraponen al romanticismo finisecular y al modernismo retrasado de la primera generación republicana, el vanguardismo, audaz en algunos, tímido en otros, pero en todos preocupados por la renovación consiente.
Si 1923 significó la apertura política de esta nueva generación, 1927 define la madurez literaria de este movimiento de jóvenes intelectuales. Las publicaciones de la revista "Social", el "Suplemento Literario del Diario de la Marina" y otras publicaciones de corte comprometidas, traen como resumen la aparición de la revista "…de Avance", colofón de un movimiento cultural que pretendió renovar la sociedad, al tiempo que el pueblo estaba por entrar en acción lo que radicalizaría los profundos cambios de la década del 30 con la aparición de muchas manifestaciones de la cultura nacional popular.
En los años 20 se dan a conocer un pequeño grupo de jóvenes poetas que comienzan a publicar en revistas y periódicos versos que se alejan de la monotonía romántica y seudo-modernista, que salvo contadas excepciones caracterizan a la primera generación republicana. Regino Boti y José Manuel Poveda son los precursores de estos nuevos, desde sus nichos provinciales dictan cátedra a la poesía capitalina. Boti en plena madurez creativa, es el verdadero puente con la vanguardia, de la cual fue acertado crítico e incluso creador en los nuevos estilos y formas. Poveda el genial precursor aplastado por la mediocridad de sus circunstancias, muere joven sin dar todo lo que de él se avizora.
Con Regino Boti la poesía de la primera generación alcanza la plenitud, aunque expresada con lenguaje más actual que la de sus contemporáneos cubanos, es un renovador asimilando algunos elementos de la vanguardia en obras como "Kodak-Ensueño" (1929) y "Kindergarten" (1930), precedidos ambos cuadernos por "La torre del silencio" (1926) en el que aparecen poemas de mayor concentración y sencillez que presagian el cambio.
Los poetas de vanguardia, al igual que el resto de los escritores, se proponen cambiar la estructura de los esquemas políticos anteriores y comenzaron por cuestionar al autor y sus circunstancias en relación con el mundo. Se escribe entonces, "El Gigante" (1923) de Rubén Martínez Villena; "Confesión treinteña" (1923) de José Zacarías Tallet; "Fuerza" (antes de 1925) por María Villar Buceta, testimonio de la nueva sensibilidad que más tarde asumirá otro derroteros.[2]
Ante el poeta se presentan dos problemas que pretende resolver, la necesidad de encontrar un destino más allá de lo personal y la necesidad de encontrar otra manera de escribir.
En 1926 se edita, "La poesía moderna en Cuba" de José Antonio Fernández de Castro y Félix Lizaso, en dicho libro se enjuicia la lírica cubana desde Julián del casal ante los años que corrían. Lo más llamativo en el volumen era la sección dedicada a "los nuevos", entre los que se incluían Villena, Tallet, Juan Marinello, Dulce María y Enrique Loinaz, María Villar Buceta, Federico de Ibarzábal, Enrique Serpa, Ramón Rubiera, Rafael Esténger y Andrés Núñez Olano, entre otros.
A este grupo los une el repudio a la cotidianidad asfixiante, el desdén por la vida fácil y un afianzamiento del "yo". En lo formal algunos dejan entrever influencias del simbolismo anterior (Rubiera, Serpa, Núñez Olano y Esténger), otros se afilian al intimismo (Marinello y los hermanos Loynaz) y un tercer grupo se enfrenta con versos irónicos y amargos a la nulidad de una existencia sin aspiraciones nobles y elevadas (Villena, Tallet y Villar Buceta)
Rubén Martínez Villena (1899-1934) es el poeta más destacado y significativo de la vanguardia cubana, por su dominio técnico y la maestría y hondura de sus versos. Su liderazgo intelectual y político lo lleva a renunciar a su obra para asumir la dirección de la lucha política contra la dictadura machadista. De una breve obra poética se destacan sus sonetos de temas patrióticos y los poemas cargados de ironía ("Canción del sainete póstumo") que son su manera de reacción frente a la mediocridad de si ambiente social.
Lo mejor de su obra poética fue recogida de forma póstuma en el cuaderno, "La pupila insomne" (1936) prologado por Raúl Roa García y donde la calidad de su poesía sobrecoge. También escribió cuentos, ensayos y artículos de temas políticos y sociales.
José Zacarías Tallet (1893- 19), publicó su poesía muchos años después en un libro que recoge los poemas de esta época: "La semilla estéril". Activo luchador social, es uno de los protagonistas de las batallas intelectuales, sociales y políticas del país. Su poesía rebelde e irónica centra su crítica en los valores de la sociedad burguesa cubana.
Entre los intimistas Dulce María Loinaz (1903-2000) hace una poesía sencilla sin rebuscamiento, en la que la presencia del "yo" y sus sensaciones valen por todo el adorno exterior y superficial. De este período es su cuaderno "Versos" (1938)
Juan Marinello (1898-1977) incursiona en la poesía elegíaca en su poemario "Liberación" (1927), para seguir luego otros rumbos intelectuales que lo alejaran de la poesía. Destino similar el de Mirta Aguirre (1912-1980) y Ángel Augier (1910-2010), quienes tras una breve incursión juvenil en la poesía se afianzan en una prosa ensayística de compromiso político.
Ernesto Fernández Arrondo (1897-1956) es también poeta de inspiración intimista, que deja sus principales poemas en los libros de versos, "Inquietudes" (1935) y "Transito" (1937). Mercedes Torrens de Germandía (1886-1965) se da a conocer de forma tardía en la década del 30 con "Fragua de Estrellas" (1935) poesía de un delicado intimismo. Otras poetisa destacada lo fue Mercedes Tudurí de Coya (1904- 1997) autora de "Alas" (1935) colección de poemas de pretensiones filosóficas.
La "poesía pura" fue también preocupación de los bardos cubanos especialmente Mariano Brull (1891-1956), su principal cultivador a lo largo de tres décadas. Con este tipo de poesía el autor quiere lograr la perfección de la obra lírica a través del alejamiento de la realidad y se refugia en temas extraliterarios, buscando la poesía en sí misma.
La llegada de Brull a Francia y su contacto con los puristas determina su deslumbramiento que tendrá su primer fruto en el cuaderno "Poemas en menguante" (1928) publicados en París y de gran impacto entre los intelectuales cubanos cuando lo conocieron.
La poesía de Brull es una lirica sin anécdota, de libre fantasía en la que aparece por primera vez la "jitanjáfora", poesía hecha con palabras cuyo sentido es solo fonético y que tuvo una repercusión internacional luego de que el mexicano Alfonso Reyes la diera a conocer.
En 1934 aparece un segundo poemario de Brull, "Canto Redondo" obra de reafirmación purista, esta vez acompañada de reflexiones filosóficas y de sus concepciones del mundo.
"En Brull hay una creciente angustia metafísica que no le permite transitar otros caminos… rompe con la concepción de un yo participativo y dolorido y se propone hallar la esencia de la realidad desde los postulados de una supuesta fuerza verbal que se desentiende de la anécdota y de la intimidad, empeño irracionalista que venía a poner la voluntad de evasión del poeta"[3]
Diferentes caminos siguieron los principales seguidores de la poesía de Mariano Brull en Cuba, Eugenio Florit (1903-1999) y Emilio Ballagas (1910-1954), para los que el purismo fue una etapa de tránsito. Florit publicó sus decimario "Trópico" (1930) y Ballagas su poemario "Júbilo y fuga" (1931), ambos cuadernos de tendencia purista, aunque asimilada de forma diferentes y en tránsito hacia nuevas búsquedas estéticas de ambos.
Eugenio Florit es un buen poeta de buen oficio y original quehacer que va perfeccionando su poesía limpia y metafórica con influencia del barroquismo de Góngora y de la poesía de Juan Ramón Jiménez. Publicó además en este período, "Doble acento" (1937) y "Reino" (1938).
Ballagas tras la experiencia purista incursiona en el "movimiento negrista" con "Cuaderno de la poesía negra" (1934) y aún incursiona por otra fase de intimismo en esta etapa con su volumen "Sabor eterno" (1939).
Otros poetas cubanos incursionaron en la poesía pura, tale son los casos de Ramón Guirao (1908-1949), Silverio Díaz de la Rionda (1902) y Rafael García Bárcena (1907-1961).
Los estudios de las culturas africanas fueron una novedad que impulsaron las vanguardias culturales de occidente después de la Primera Guerra Mundial y que encontraron en Cuba eco y terreno fértil dado la gran población de origen africano que había en el país, con una cultura viva y en constante transculturación.
Este movimiento por el reconocimiento y estudio de las culturas de origen africano en Cuba tuvieron un fuerte impulso en la década del veinte del siglo XX cubano. Fernando Ortiz realiza sus estudios etnológicos sobre la cultura afrocubana y el arte negro que estaba arraigado en las diversas manifestaciones culturales de la isla: música, literatura, danza y artes plásticas.
En la poesía cubana se acentúa el uso del tema negro o mulato con los poemas de Alejo Carpentier, "Literatura y Canción"[4]; Ramón Güirao, "Bailadores de rumba"[5] y José Zacarías Tallet, "La rumba"[6]
Este es el comienzo de la poesía negrista inspirada en principio por el folklor del negro cubano pero que se impondrá con toda su legitimidad a partir de 1930 con la publicación de los primeros poemas de Nicolás Guillén (1902-1 989): "Motivos del son"[7](1930), "Songoro-Cosongo (Versos Mulatos)" (1931), "West Indies Ltd. Poemas" (1934) y "Cantos para soldados y sones para turistas" (1937). Poesía muy bien acogida por el público y la crítica, primero por la novedad al aparecer como reflejo de la música popular cubana de origen africano y el ritmo propio de la poesía popular producto del mestizaje, pero también por su contenido social innegable, su compromiso no solo con la raza sino con los humildes, con los que hasta ahora no han tenido voz y la encuentran en la poesía de este mulato llamado Nicolás Guillén.
La poesía negrista seguirá dos vertientes en su desarrollo, una que muestra el rostro folklorista y superficial de la vida del negro en Cuba y la segunda emparentada con la poesía social en el que el drama aparece unido a los problemas sociales del pueblo remarcando los prejuicios raciales.
El precedente de la poesía social podemos encontrarlo en "Poemas de los Cañaverales" de Felipe Pichardo Moya y "La Zafra" de Agustín Acosta, ambos de 1926, pero su mejor momento se alcanza con Regino Pedroso (1896-1983) y su "Salutación fraterna al taller mecánico" (1927) y Manuel Navarro Luna (1894-1966) con "Surco" y "Pulso y Onda" (1929), poemarios de tendencia vanguardista en el que se expresan los dolores del hombre explotado. En 1936 Navarro Luna presenta el poemario "La tierra herida" (1936) con un acercamiento al campesino y sus problemas, expuesto de forma vigorosa.
Regino Pedroso es una de las más altas voces de la poesía cubana, comenzó publicando de corte modernista pero a partir de la publicación de, "Salutación fraterna al taller mecánico"[8] hará compromiso con su clase y su raza poniendo su poesía a su servicio. Si bibliografía en el período incluye, "Las canciones de ayer" (1924-1926), "Nosotros" (1933), "Antología poética" (1938) y "Antología" (1939). Ganó el Premio Nacional de Poesía en 1939 con "Más allá canta el mar".
Incursionan en la poesía social autores como Lino Novás Calvo, con su poema "Proletario" (1928) en la Revista de Avance y Ángel Augier, con el poemario "Uno"(Manzanillo, 1932)
Junto a esta poesía de vanguardia que marca la literatura del período, sobrevive una poesía trasnochada de corte romántico y modernista que tiene sus mejores cultores en Gustavo Galarraga, Hilarión Cabrisas, Ernesto Fernández Arrondo, Arturo Alfonso Roselló, Manuel Bisbé Alberni y José Ángel Buesa.
La narrativa del período sigue la senda renovadora que caracteriza toda esta etapa, pero ante todo refleja los problemas sociales agudizados por la crisis general del sistema neo-colonial que padece la República de Cuba.
Luis Felipe Rodríguez (1884-1947) es el narrador más influyente de ese momento a pesar de ser, por su edad, parte de la primera generación republicana. Se inicia en el Grupo Literario de Manzanillo, de origen humilde, sin una amplia cultura, se dedica en principio a la poesía y al cuento breve, teniendo el tema campesino como base de su prosa sociológica, en algunos momentos, excesiva en su afán de dar lecciones políticas acorde con su filiación comunista.
En su obra narrativa es consecuente con la denuncia constante de la situación del campesino y los trabajadores agrícolas, explotados y sin derechos frente a los grandes latifundistas. Su esquematismo social desdibuja a sus personajes restándoles realismo, porque hablan en tono discursivo sobre los problemas sociales con un lenguaje culto y falso para estos individuos humildes.
A pesar de ello es uno de los escritores más importantes, por el contenido de su obra que refleja el drama de los campos cubanos, contado con la tristeza del guajiro, un gran sarcasmo y una fuerte voluntad de lucha.
En 1923 publicó, "La Pascua de la tierra natal", recopilación de cuentos y al siguiente año la primera versión de su novela, "La conjura de la ciénaga", que más tarde ampliaría para aparecer en 1937 como, "La ciénaga", obra de base costumbrista pero que encierra un profundo análisis de la sociedad rural cubana. En 1926 publica, "La copa vacía" y en 1930 gana el concurso de la "Revista de La Habana" con el cuento "La guardarraya", de amplia divulgación internacional y numerosas traducciones.
"Marco Antilla" (Cuentos del cañaveral) (1932) es el volumen de su consagración, con él se inicia el cuento contemporáneo cubano y pone de manifiesto las principales características de la obra de Luis Felipe Rodríguez. El libro es la obra más influyente en la narrativa cubana de su época, por su denuncia de la explotación del hombre humilde, en este caso los cortadores de caña, explotados y desventurados, sin disimular el autor sus intenciones doctrinarias. Es un redescubrimiento de las penurias del campesino y del trabajador agrícola. Su ciclo narrativo más importante se cierra con su libro de relatos "Don Quijote de Hollywood" (1936) donde en tono de tragicomedia glosa intencionalmente a Charles Chaplin.
El impacto de Luis Felipe Rodríguez sobre los escritores de la segunda generación es decisiva, él les descubrió la realidad cubana, el mundo que existía tras el cosmopolitismo habanero de la primera mitad del siglo XX e influye para que el tema social sea la base de la narrativa de este segundo período republicano: el campesino, el negro, la vida de los trabajadores, el latifundio, la penetración extranjera y muchos otros temas tratados por esta nueva ornada de escritores, aunque muchos de ellos no se desprendieron de cierto gusto costumbrista a la hora de presentarlos.
Otro narrador importante de la primera generación continúa su obra renovadora en estos años, José Antonio Ramos (1885-1943); en este período publica "Coaybay" (1927), una fantasía política novelada en un país imaginario que no deja de parecerse a Cuba y que le dan pie a las críticas sociales y políticas; "Las impurezas de la realidad" (1929), novela mejor elaborada que la anterior y con un argumento basado en un conflicto conyugal y racial.
En 1936 aparece "Caniquí", su mejor novela, con una concepción contemporánea en la construcción de los personajes. La novela se desarrolla en la ciudad de "Trinidad" en 1830 y en ella Ramos trata de darnos una visión más realista de la mentalidad colonial.
Entre los escritores jóvenes sobresale Carlos Montenegro Rodríguez (1900-1981) dotado de una prosa desnuda de adornos verbales, directa y documental a través de la cual presenta una zona de la realidad social poco trabajada por la literatura cubana, el mundo de las prisiones y los valores humanos de los encarcelados. Su primera publicación fue de 1929, un volumen de relatos, "El renuevo y otros cuentos" en los que recoge historia marineras, algunas de su tierra natal Galicia y las historias sobre presidiarios que le darían reconocimiento.
En su segunda recopilación, "Dos barcos" (1934) continúa con los temas marineros y de la prisión, pero con menos intensidad trágica y en algunos de ellos una intención revolucionaria y antimperialista.
En 1938 se publica "Hombre sin mujer", su única novela, reafirmadora de sus condiciones narrativas, en ella describe el ambiente carcelario, sus aberraciones y el descarnado vivir de hombres sin libertad, con un naturalismo que trae por resultado la novela más cruda y fuerte de la literatura cubana.
Lino Novás Calvo (1903- 1983) inicia en este período su carrera como narrador, fundamentalmente en la cuentística donde predominan los relatos aventuras y los de temas oníricos del subconsciente. En toda su obra narrativa está presente la angustia existencial que lo agobia y marca, no solo en su obra sino en su vida personal.
Desde sus primeros cuentos "Un hombre arruinado" (1929), "El bejuco"(1931) y "El flautista" (1931), junto con "La luna de los ñáñigos" y "El cayo" (1932) publicados en la revista "Occidente" constituyen el punto el inicio de una nueva forma de contar desde los estado de ánimo de los personajes. La aparición de "La luna nona y otros cuentos", "Cayo Canas", "No sé quién soy" y "El traspatio", marcan el punto de madurez de su obra narrativa.
Su técnica narrativa recuerda a los cuentistas norteamericanos e ingleses contemporáneos, principalmente Hemingway, por sus relatos de planos breves y el uso gestual para dar los estados de ánimo de los personajes. Algunos críticos lo citan como el precursor del "realismo mágico" por su técnica de esbozar la realidad, sin recrearla.
"La narrativa novasiana aportó también la presentación de una angustia existencial en sus personajes que lo separaba de la ingenua y localista narrativa criollista de protesta social y política tan en auge en las décadas de los años 30 y 40 del siglo XX, la cual en cierto modo asume, pero, a la vez, supera."[9]
De esta etapa es su novela "Pedro Blanco, el negrero" (1933) en la que describe de forma excepcional la "trata negrerera" teniendo como protagonista la figura de Pedro Blanco Fernández de Trava, en una historia novelada que abarca desde 1814 hasta 1840. Es además un excelente traductor del inglés al español.
Los primeros trabajos en la narrativas inspirados por el "movimiento negrista" en Cuba fueron, la novela "Ecue Yamba O" (1933) de Alejo Carpentier (1904-1980), la colección de cuentos "¡Oh mío Yemayá!" (1938) de Romulo Lechatañeré (1910-1952); "Cuentos negros de Cuba" (1940) de Lydia Cabrera(1899-1999) y los cuentos de Gerardo del Valle(1898-1973) publicados en numerosas revistas de la época y recopilados en 1967 en su libro "Cuentos del cuarto del fambá", otro tanto hace Ramón Güirao en sus incursiones por la narrativa afrocubana.
El "movimiento negrista" en la narrativa se caracteriza por la interpretación blanca de las leyendas orales del negro cubano, movidos por una curiosidad de asentar lo novedoso y de moda, fenómeno que se debilita alrededor de 1937 para transformarse en denuncia social en los más auténticos interpretes del negro y sus problemáticas.
El escritor más interesado en la renovación formal de la prosa cubana lo fue Enrique Labrador Ruiz (1902- 1991) quien en la trilogía de novelas "gaseiformes"[10]: "El laberinto de sí mismo" (1933), "Cresival" (1936) y Anteo(1940), suprime la concepción novelística, dejando solo el andamiaje de la obra, con sus vacios, borradores y esbozos de personajes que el lector completa en un trabajo según su imaginación y talento. Para él lo más importante es la técnica, no el tema, evadiendo con ello la realidad circundante.
Enrique Serpa (1900-1908) desarrolla una narrativa naturalista con rápidas, certeras y bellas imágenes sobre la realidad cubana. Experimenta con el monólogo interior al estilo de Joyce. Su primer libro es el volumen de cuentos, "Felisa y yo" (1937) en el que están sus relatos más importantes: "Aleta de tiburón" y "La Aguja", entre otros cuentos. Con el mar como telón de fondo, lo social se presenta en su obra de forma dura y hermosa. En 1938 aparece su novela consagratoria, "Contrabando", fresco de la vida marinera de un grupo de hombres dedicados al contrabando de alcohol hacia los Estados Unidos en los años de la "Ley Seca".
La obra narrativa de Pablo de la Torriente Brau (1901-1936) no llegó a madurar totalmente, pero en su legado literario está presente el escritor de oficio y calidad. Su primer cuento aparecido en prensa fue, "El héroe", dotado de las característica de su obra, ironía y humor negro, junto al documentalismo testimonial. En 1930 publica once cuentos en un volumen, "Batey", en el que aparecen cuentos de Gonzalo Mazas.
Las experiencias de su luchas políticas quedan reflejadas en dos serie de reportajes testimoniales, "105 días presos" aparecidos en 1931 en el periódico El Mundos y "La Isla de los 500 asesinatos" en 1933 en el periódico Ahora, posteriormente recopila sus vivencia en el presidio de Isla de Pinos bajo el título "Presidio Modelo. En 1940 se publica póstumamente su novela, "Aventura del soldado desconocido cubano, con una carga ideológica reconocible en su lenguaje a pesar de sus debilidades estilísticas.
Federico Ibarzabal (1894-1955) escribe cuentos y novelas de temas marineros, en 1924 publica su primera novela, "La avalancha" a la que siguen, "La casa del diablo" (1934) y "Tom-Tom" (1941). Con sus relatos desenvuelve mejor su narrativa, de ellos publicará dos libros, "Derelictos y otros cuentos" (1937) y "La Charca" (1938). Es autor de la primera antología de cuentos cubanos, "Cuentos contemporáneos" (1937)
La crítica y la ensayística del período están marcadas por la polarización de las principales figuras de la nueva generación de intelectuales, militantes la mayoría en las luchas de ideas que se desatan a partir de la toma de conciencia de esta generación. Para la mayoría de ellos será la política y la crítica social su principal fuente de inspiración, aunque indagaron sobre la cultura, la literatura y las figuras más relevantes del proceso cultural cubano, empezando por José Martí.
Esta vanguardia crítica se radicaliza en las filas del Grupo Minorista, entra en contacto con las nuevas corrientes mundiales y se proyecta principalmente en la "Revista de Avance".
Las más destacadas personalidades del Grupo Minorista sobresalen en la prosa reflexiva, entre ellos Francisco Ichaso Macías (1900-1962) y Jorge Mañach Robato(1898-1961)que se orientaron por la vía del nacionalismo conservador, buscando soluciones al problema cubano entre las "élites" y la "revitalización" de la "alta cultura", desconfiados de las masas populares, su capacidad de hacer cultura y de gobernar.
Otros, entre los que están Rubén Martínez Villena, Julio Antonio Mella, Juan Marinello, Raúl Roa, etc., se mantienen consecuentes con los ideales revolucionarios cultivando con inteligencia el ensayo social, comprometido con los más humildes.
Entre los redactores de la "Revista de Avance" está Jorge Mañach, hombre de una abundante obra ensayística en este período, entre los que se destacan, "Glosario" (1924) volumen con artículos publicados en el Diario de la marina, mucho de ellos con calidad de ensayos y referidos a la cultura cubana; "La pintura en Cuba hasta 1900" (1924), un importante estudio referido al tema de las artes plásticas.
En 1925 escribió, "Estamos en San Cristóbal", muestrario costumbrista de La Habana; "La crisis de la alta cultura en Cuba" (1925), análisis de las tendencias culturales en la isla; "Utilitarismo y cultura" (1927), reflexiones sobre la sociedad y la cultura insular; "Indagaciones del choteo" (1928), ensayos de temas cubanos.
Una obra significativa salida de su pluma fue la biografía, "Martí el Apóstol" (1933), realizada con gran calidad literaria y aceptado rápidamente por el público cubano. La obra apareció en un momento singular de la historia nacional e influye decisivamente en otras similares aparecidas posteriormente. Cerrado el período publica el volumen de ensayos, "Pasado vigente" (1939)
Mañach posee un estilo claro, de prosa ágil cual la cual expresa sus preocupaciones por Cuba, que el fundamenta muy bien aunque las soluciones que recomienda son conservadoras, a partir del supuesto de que la solución de los problemas nacionales están en el desarrollo cultural y su vanguardia la "élite intelectual". En política formó parte de los gobiernos posteriores a la caída de Machado, desempeñándose en la Secretaría (ministro) de Educación en el gobierno de Mendieta, desde donde trató de llevar adelante un programa cultural acorde con sus criterios. Emigra a los Estado Unidos en la etapa más crítica del insurrecionalismo, reintegrándose a la vida política cubana a fines del decenio de los treinta al ser elegido como miembro de la Asamblea Constituyente. En los Estado Unidos ejerció como profesor en la Cátedra de Literatura Española e Hispanoamericana en la Universidad de Columbia.
Juan Marinello alcanza en el ensayo la plenitud intelectual tanto en lo literario como en lo político. En este período desarrolla una intensa actividad política desde la izquierda, primero desde las filas del minorismo, los movimientos políticos e intelectuales, la lucha contra Machado y luego presidiendo el partido de los comunistas cubanos y miembro de la Asamblea Constituyente.
Su obra crítica y ensayística es extensa y dedicada a la literatura, la cultura y la sociedad. En 1928 publica su primer ensayo, "Juventud y vejez", continuado con el ensayo "Americanismo y cubanismo" (1932), "Poética: ensayo del entusiasmo" (1933) y "Literatura Hispanoamericana" (1938), entre otros.
Al tema de la cultura y la sociedad cubana dedica, "Nuestro arte y las circunstancias actuales" (1925), "Sobre la inquietud cubana" (1930), "Maceo: líder y masa" (1937), etc.
En este período España y su lucha antifascista ocuparon importante lugar en su trabajo ensayístico, destacándose: "Momento español" (1937), "La guerra europea y el momento cubano" (1939), "La razón de España: Fernando de los Ríos" (1939) y "Cuba contra la guerra imperialista" (1940)
Otro destacado crítico del período es Francisco Ichaso (1900-1962) quien incursiona en la crítica literaria y artística publicada en la prensa de la época y recopiladas posteriormente. Sobresalen sus volúmenes, "Góngora y la nueva poesía" (1927), conferencias dictadas por él; "Lo pe de Vega, poesía de la vida cotidiana" (1935) y "Defensa del hombre", libro en el que recoge nueve ensayos en el que sobresale, "Crisis de lo cursi". A la caída de Machado mantuvo una activa participación política vinculada a la cultura oficial, fue parlamentario y miembro de la Constituyente.
Félix Lizaso González (1891- 1967) se destaca por sus indagaciones y ensayos sobre José Martí al que dedicó sus libros, "Artículos desconocidos de Martí" (1930) y "Epistolario de José Martí" (tres tomos) (1930-1931); además de sus ensayos, "Mendive, maestro de Martí" (1937), "Pasión de Martí" (1938) y "Martí, místico del deber" (1940), todos acercamientos biográficos al Apóstol. Incursionó en la crítica literaria con, "La poesía moderna en Cuba" (1938) en colaboración con Fernández de Castro y "Ensayistas contemporáneos" (1838), una atinada apreciación crítica de algunos relevantes ensayistas cubanos.
José Antonio Fernández de Castro (1897-1951), promotor de la nueva literatura cubana desde las páginas del suplemento literario del "Diario de la Marina" y ensayista sobre temas de la cultura cubana: "Medio siglo de historia colonial" (1923), "José Antonio Saco y sus amigos durante la revolución de Yara" (1923), el prólogo a los escritos de Domingo del Monte (1929), "Barraca de Feria" (1933) y "Ensayo cubano de historia y crítica", entre otros.
Otros ensayistas de esta generación fueron, Alberto Lamar Schweyer, Raúl Maestri Agramonte, Antonio Sánchez Bustamante, Rafael Suárez Solís, Juan José Ramos y Alejo Carpentier.
En cuanto al ensayo político se destacan, Rubén Martínez Villena y Raúl Roa, el primero con un texto fundacional, "Cuba factoría yanqui" de 1927 y el segundo con obra como, "Bufa subversiva" (1936), "Reacción versus revolución" (1933), "Una semilla en el surco de fuego" (1934), "Martí y el fascismo" (1937), "José Martí el destino americano" (1938), prólogo a la recopilación de la poesía de Villena (1938), "Pablo de la Torriente Brau la Revolución Española" (1937) y su polémico folleto, "La jornada revolucionaria del 30 de septiembre" (1935)
Continúan activos y apartadores un grupo de intelectuales de la primera generación republicana que cumplen un rol importante en este período, el más importante de ellos fue José María Chacón y Calvo.
José María Chacón y Calvo (1892-1969) es "(…) el ensayista erudito de más extenso renombre en las letras cubanas del siglo XX"[11], su bibliografía en este período se enriquece con títulos como, el prólogo al antológico volumen, "La cien mejores poesías cubanas" (1922), "Manuel de la Cruz" (1925), "Del epistolario de Heredia" (1926), "Los comienzos de Zenea" (1927), "Los orígenes de la colonización" (1929), "Una vida de Heredia" (1930), "Cedulario cubano" (1929), con documentos inéditos de Indias y al que acompañó con su estudio, "Documento y reconstrucción histórica"; "El Consejo de Indias y la historia de América" (1932), "La experiencia del indio" (1934), "Salamanca y sus apuntes de la guerra de Cuba" (1934), "El Padre Varela y la autonomía colonial" (1935) y "Cristianismo y colonización" ( 1935).
José María Chacón y Calvo trabajó múltiples temas de la cultura, la historia y la sociedad cubana, amplificando sus estudios a las letras y la lengua castellana; hombre de cultura enciclopédica, estuvo entre los animadores de muchas instituciones que lo contaron entre sus fundadores.
Junto a Mañach y desde el Departamento de Cultura de la Secretaría de Educación trató de reanimar la cultura nacional aplicando por primera vez una política cultural desde el gobierno. Compartió con Mañach la concepción de la "alta cultura" regeneradora del país y por ello luchó, porque fueran los intelectuales quienes marcaran el rumbo transformador de la sociedad.
Medardo Vitier (1886-1859) se destaca por sus estudios sobre historia y evolución de la filosofía en Cuba y en particular sus estudios sobre Enrique José Varona. Sus trabajos se caracterizan por su didactismo que frena el vuelo literario. En sus volúmenes, "Apuntaciones literarias" (1935) y "Estudios, notas, efigies cubanas" (1944) reúne ensayos sobre personalidades cubanas del siglo XIX y del XX.
En 1937 da a conocer su libro más conocido, "Las ideas en Cuba", premio nacional de ese años, con un examen sobre la evolución del pensamiento cubano, estudios que completará con la publicación de "La filosofía en Cuba" (1948)
El poeta guantanamero Regino Boti publica en la editorial de la revista de Avance el ensayo literario, Tres temas sobre la nueva poesía" (1928), valioso estudio sobre las nuevas tendencias poética en Cuba, que completa su estudio "La nueva poesía en Cuba" (1927). Además publicó recopilaciones de poesías de Rubén Darío[12]obras que siempre acompañó con comentarios críticos. Sobresale su volumen "Martí en Darío" (1925) acercamiento esclarecedor sobre las influencia de José Martí en el gran poeta nicaragüense.
Fernando Llés (1883-1936) es un ensayista de la primera generación que se ocupa de temas filosóficos, interesado en nuevas interpretaciones de mitos clásicos, en esta etapa alcanza su madurez intelectual en ensayos como: "La higuera de Timón" (1922), "La sombra de Heráclito" (1923), "La escudilla de Diógenes" (1924); se ocupa por igual de temas contemporáneos, "Individualismo, socialismo y comunismo" (1932) y "El individuo, la sociedad y el estado" (1933).
El prestigioso intelectual dominicano Max Henríquez Ureña (1883- 1968), termina su "Tabla cronológica de la literatura cubana" (1929) y Luis Rodríguez Émbil (1879-1954) su volumen de ensayos, "El soñar de Segismundo"
La literatura teatral está marcada en este período por la preocupación social, reflejo de las convulsiones nacionales que vive la República. El tema del campesino y sus problemáticas es el socorrido, aunque la mayoría de las obras traten el mismo bajo la óptica del drama rural español.
Marcelo Salinas López (1889- 1976) es uno de los que incursiona en este teatro de tema rural, hombre de ideas progresistas y luchador social, Salinas hace un teatro con soltura y dominio del lenguaje. Su principal obra, "Alma guajira" o "Charito" (1928), drama en tres actos; "La tierra…tierra…tierra" (1928), "Ráfaga" (1938), "Secuestro" (1940) y "El Mulato" (1940)
Las obras de Salinas contienen una fuerte denuncia contra la penetración imperialista y los problemas del guajiro, aunque su excesivo verbalismo le resta eficacia al drama.
José Montes López (1901) también trata el tema rural en obras como, "Chano" (1937), en tres actos; y "La sequía" (1938) también en tres actos.
Juan Domínguez Arbelo (1909-1984?) desarrolla su teatro manejando el tema de la marginalidad rural y urbana, escribe "Las humanas tragedias" o "La tragedia guajira" (1931) y "Sombras del solar" (1937). Esta última es su mejor obra, caracterizada por la novedad de la concepción escénica, con escenarios simultáneos y el trabajo de luces para enfatizar conflictos. Otros dramas suyos fueron, "Agonías conyugales" (1933), "Política, veneno social" (1933) y "El bohío de las pasiones" o "Incesto" (1943).
Luis Baralt Zacharie(1892-1969) desarrolla un teatro intimista, lleno de lirismo y angustias filosóficas, donde lo social pasa a un segundo plano. Es un importante dramaturgo que influye en la renovación del teatro cubano, pero en cuanto a escritor dramático da a conocer dos obras: "La luna en el pantano" (1936) y "Junto al río" (1938).
César Rodríguez Expósito (1904-1972), como dramaturgo se preocupa por el relajamiento moral de la sociedad. Su obra más conocida es "Humano antes que moral" (1933) en la que aborda el tema de la frivolidad y la simulación. Otras obras suyas fueron, "El poder del sexo" (1933), comedia en tres actos referida a la politiquería y la inmoralidad; "Huyendo de la verdad" (1932), "Los muertos viven" (1934), "Los que tiene la culpa" (1937), "La superpoblación humana" (1937) y "Adulterio ocasional" (1938).
Felipe Pichardo Moya (1892-1957), arqueólogo, abogado y poeta, incursiona en el teatro y escribe piezas teatrales en versos, "Alas que nacen"(1923) y "La oración"(1938), con los temas de la añoranza de la vida pasada en una ciudad del interior de la isla y el drama social, "Esteros del sur", en tres actos, drama que enfrenta a dos hermanos con dos puntos de vista sobre el progreso de Cuba y el papel del monocultivo, el latifundio, los monopolios y la ingerencia extranjera, como freno de este progreso. En 1941 escribe la pieza "Agüeybana", un homenaje a la vida del aborigen de estas tierras.
Salvador Salazar (1892-1950) hace un teatro de temática social, atacando las taras morales e intelectuales de la sociedad del momento, de este período son sus piezas, "El precio" (1924), drama en tres actos; "Caballeresca" (1925), fantasía poética; "La verdadera aristocracia" y "Mascarada florentina" entre otras.
José Cid Pérez (1906), trabaja la vertiente histórico social en el teatro, de este período son sus obras, "Cadenas de amor" (1929), "Rebeca" (1930), adaptación dramática de una novela suya de igual título, traducida al idish y representada en Nueva York; "Altares de sacrificio" (1931) obra costumbrista sobre la guerra de los diez años; "La duda" (1932) y ""Qué más la duda".
Rafael Suárez (1881-1968) sobresale por sus diálogos ingeniosos y el uso de la ironía y el humor en comedias de remembranza de su tierra natal, Asturias, la más conocida fue "Barrabás" (1937).
Otros creadores incursionan ocasionalmente en el teatro, como fueron los casos de Jorge Mañach con su obra, "Tiempo muerto" (1928) y la traducción que hizo de la obra del dramaturgo estadounidense Eugene O"Neill, "En la zona".
Carlos Montenegro escribe con poca fortuna tres piezas de teatro: "Tururi-nam-nam (1939), parodia política de cierto éxito taquillero por la espectacularidad de la puesta y la música del maestro Dihigo; "Los perros de Radziwill" (1939) drama sobre la Segunda Guerra Mundial y el drama, "En la prisión" o "Asesinato del líder", de cargado sentido panfletario y publicado en el periódico comunista "Noticias de Hoy".
José Ángel Buesa escribe tres obras de teatro: "La mujer de farol", drama en un acto; "La llama y las cinco doncellas", poema escénico y "Sol de domingo" (1933).
El mejor creador dramático de toda esta primera mitad del siglo XX es José Antonio Ramos (1885-1946) quien mantiene su vigencia en este período con obras que difieren de su teatro anterior, con una asimilación más integral de los conceptos del teatro moderno, en especial los recursos para crear atmósfera, sin abandonar su preocupación social. "En las manos de Dios" (1933) es una obra escrita en México contra el fanatismo religioso; "La leyenda de las estrellas" (1935) se basa en el mito de Júpiter con la Ninfa Calipso a la que convierte en estrella. "La recurva" (1939) drama en un acto que se desarrolla durante la revolución del 30 y la comedia "FU-3001" (1944), la última obra que escribe.
Como último hecho de la vida literaria de este fecundo período de la cultura nacional cubana citaremos la creación de la Academia Cubana de la Lengua (1932), presidida por Enrique José Varona, luego por Mariano Araburu y posteriormente por José María Chacón y Calvo.
Autor:
Ramón Guerra Díaz
[1] De esta manera calificó Juan Marinello a la segunda década del siglo XX
[2] Enrique Sainz: “La obra de Mariano Brull” en Revista de Literatura Cubana. Nº 17, 1991
[3] Emilio Ballagas.
[4] París, julio de 1928
[5] Diario de la Marina, abril, 1928
[6] Revista “Atuei”, agosto, 1928
[7] Aparecidos en el Diario de la Marina en 1930, en su página “Ideales de una raza”
[8] Diario de la Marina, 1927
[9] “Obra narrativa de Lino Novás Calvo”. Cuba Literaria. Versión Digital
[10] Él llama de esta manera a sus novelas por su inestabilidad gaseosa, pues se trata de historias apenas esbozadas
[11] Max Henríquez Ureña: “Panorama de la Literatura Cubana”. La Habana, Tomo II, 1979
[12] “Hipsipilas”, “El árbol del rey David”, entre otros