Descargar

Escritos de Juan (página 10)


Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11

Nosotros preferimos ver el libro como algo unitario. Los duplicados habría que atribuirlos, más bien, al estilo del autor que usa una serie de recursos tales como anticipaciones, ondulaciones, recapitulaciones, periodicidad en las antítesis. El orden del libro no tiene por qué coincidir con el orden lógico del exegeta. Además, "estaríamos errados si pensamos que el Apocalipsis debería contener una férrea lógica aristotélica, pues un apocalipsis con lógica es una contradicción en términos". [14]

Hay claramente un prólogo (1,1-3) y un epílogo (22,6-21). El centro del libro consta de dos partes de desigual longitud. La primera consiste en una visión preparatoria y un conjunto de siete cartas proféticas a las siete Iglesias (Ap 1,4-3,22). La segunda parte, con mucho la más larga (4,1-22,15) es la que resulta más difícil de estructurar. "Hay casi tantos bosquejos como intérpretes".[15] Hay duplicaciones y repeticiones. Hay bloques independientes sin relación con el contexto, como pueden ser el de los dos testigos (11,1-13) o el jinete en el caballo blanco (14,6-12). Hay a la vez progreso y circularidad.

Atendiendo a indicios literarios, la división más fácil y más clara es la que divide el libro en septenarios concéntricos. Tras la visión inicial (1,9-20), están las siete cartas a las Iglesias (2,1-4,11). Luego vendría la apertura de los siete sellos (5,1-8,1), el sonido de las siete trompetas (8,2-14,5), la efusión de las siete copas (14,6-19,10), y la contemplación de las siete visiones (19,11-22,5).[16] Después de cada una de estas partes hay una liturgia final en el cielo. Tras las siete cartas (4,1-11), tras los siete sellos (7,9-17), tras las siete trompetas (14,1-5), y tras las siete copas (19,1-8). El último septenario de las visiones no incluye liturgia final, porque en la Jerusalén del cielo ya no hay ni templo ni altar (21,22)

Atendiendo al contenido, son frecuentes las divisiones binarias que distinguen dos apocalipsis distintos, uno más vago y otro más preciso, según el modelo profético que distinguía los oráculos contra Israel y los oráculos contra las naciones paganas. 4-11 se referiría a las relaciones con Israel, y 12-21 a las relaciones con el imperio romano. Lo mismo que el juicio de Dios sobre Israel ya tuvo lugar con la destrucción de Jerusalén, así también se anticipa el triunfo final de Dios sobre Babilonia (Roma) en la destrucción de la ciudad. El punto divisorio entre ambos Apocalipsis sería 12,1.

El primero estaría modelado en apocalipsis judíos, como los de Daniel y Joel. En cambio la segunda parte se inspiraría más en Ezequiel. Las primeras visiones tienen al éxodo como trasfondo y recuerdan la liberación de Israel de Egipto y el cántico de Moisés. Las siguientes visiones tienen más bien lugar en la tierra y describen la situación actual de la Iglesia en el contexto del imperio romano.

E) ESTRUCTURA DEL APOCALIPSIS

Frontispicio (1,1-3): Origen, contenido, transmisor, finalidad del libro, exhortación

Prólogo de la carta (cap. 1,4-8) –Diálogo litúrgico-. Autor, destinatarios, saludo y augurio de gracia. Origen trinitario de la gracia y la paz. Doxología.

Primer septenario: las siete cartas (1,9-3,22)

Visión inicial introductora (1,9-20). Contexto y desarrollo de la visión. Cristo en medio de la Iglesia, entre los siete candeleros. Descripción de Jesús glorioso. Explicación de la visión y encargo de escribir las siete cartas.

Las siete cartas a las siete Iglesias de la provincia de Asia: Éfeso (2,1-7), Esmirna (2,8-11), Pérgamo (1,12-17), Tiatira (2,18-20), Sardes (3,1-6), Filadelfia (3,7-13), Laodicea (3,14-22).

Segundo septenario: los siete sellos (4,1-8,1)

Visión inicial introductoria (4,1-5,14)

El trono de Dios, los 4 vivientes y los 24 ancianos (4,1-11), El libro y sus sellos (5,1-5), El Cordero ante el trono toma el libro (5,6-7).

Liturgia de alabanza: Himnos a Dios y al Cordero (5,8-14).

Apertura de los siete sellos (6,1-8,1)

Apertura de los seis primeros sellos (6,1-17)

Marcación de los elegidos en la frente (7,1-8),

Liturgia de alabanza de multitud inmensa (7,9-12), Los mártires con vestiduras blancas (7,13-17).

Apertura del séptimo sello (8,1)

Tercer septenario: Las siete trompetas (8,2-11,10)

Visión inicial introductoria: los siete ángeles, altar con brasas, perfumes (8,2-5).

Las cuatro trompetas primeras (8,6-12): fuego, sangre, agua amarga, sombras

Los tres ayes: (8,13)

Primer Ay (9,1-12) = Quinta trompeta (las langostas):

Segundo Ay (9,13-11,13) = Sexta trompeta (jinetes y caballos)

Los siete truenos: el testimonio profético cristiano y el librito (10,1-11,13)

El libro abierto devorado y la misión de profetizar (10,1-11)

Los dos testigos: su vida, muerte y resurrección (11,1-13)

Tercer Ay (11,14-19) = Séptima trompeta

Liturgia ante el santuario: El arca de la alianza (11,15-19).

Los signos: La comunidad cristiana enfrentada con el Imperio romano

Visión de la mujer con su hijo y el dragón (12,1-4). El hijo es arrebatado al cielo y la mujer es conducida al desierto (12,1-6).

Batalla entre Miguel y el Dragón. El Dragón arrojado del cielo a la tierra (12,7-9).

Liturgia de alabanza (12,10-12).

El Dragón en tierra persigue a la mujer y hace la guerra contra sus otros hijos (12,13-17).

La Bestia que viene del mar recibe su poder del dragón (13,1-10)

La Bestia que viene de la tierra al servicio de la primera, es el falso profeta (13,

11-18)

El acompañamiento del Cordero (14,1-15,4).

Los cinco ángeles: Anuncio del juicio. Siega y vendimia (14,6-20).

Liturgia de alabanza: Cántico de Moisés y del Cordero (15,1-4).

Cuarto septenario: Las siete copas: Castigo de Babilonia (15,5-19,10)

Visión de los siete ángeles con las siete copas o plagas (15,5-8)

Descripción de las siete copas (16,1-21)

Úlceras (16,1-2), mar convertido en sangre (16,3), ríos convertidos en sangre (16, 4-7); calor abrasador (16,8—9), tinieblas sobre el trono de la Bestia (16,-10-11), Éufrates seco y tres ranas (16,12-16), ciudades despedazadas y pedrisco (16,17-21)

El castigo de Babilonia (17,1-19,10)

Visión de la gran Ramera (Roma) y su simbolismo (17,1-18)

El ángel anuncia el juicio sobre Babilonia (18,1-3)

Huída del pueblo de Dios (18, 4-8)

Lamentación por la caída de la gran Babilonia (18,9-24)

Cánticos triunfales en el cielo (19,1-10). Los tres Aleluyas.

Combates escatológicos, derrota final del Dragón, juicio a las naciones (19,11-20,15)

Primer combate escatológico: (19,1-21)

Cristo como jinete (19,11-16), un ángel invita a las aves carroñeras (19,17-18)

El combate, la Bestia y el profeta arrojados al lago de fuego (19,19-21)

El Dragón encadenado por mil años (20,1-3)

El reino de mil años: (20,4-6)

Segundo combate escatológico y Juicio de las naciones (20,7-15)

Batalla de Gog y Magog. Dragón, Bestia y profeta arrojados al lago de fuego

La Jerusalén futura (21,1-22,15)

Primera visión de la Jerusalén del cielo (21,1-8)

Segunda visión de la Jerusalén mesiánica (21,9-26)

Visión del nuevo paraíso (22,1-5).

Epílogo: (22, 6-21)

Promesa de la venida de Jesús (22,6-15)

Resumen del mensaje y exhortación (22,16-21)

F) LAS CARTAS A LAS SIETE IGLESIAS

edu.red

Los capítulos 2 y 3 del libro del Apocalipsis contienen siete cartas dirigidas a siete comunidades o "Iglesias" situadas en entorno de la gran urbe de Éfeso, capital de la provincia romana de Asia y una de las cinco ciudades más grandes del Mediterráneo. Vemos la naturaleza de la Iglesia particular, que no es simplemente una parte de la Iglesia total, sino que es un microcosmos eclesial que tiene su propia autosuficiencia. La Iglesia entera se hace presente en cada una las iglesias particulares. Sin embargo cada iglesia tiene sus características propias, sus virtudes y sus defectos, y necesita palabras proféticas distintas que se acomoden a su situación eclesial. La primera de las cartas va obviamente dirigida a la capital, Éfeso. Todas las otras ciudades, a excepción de Filadelfia, eran ciudades importantes.

Por una parte estos dos capítulos se diferencian claramente del resto del libro. Y, sin embargo, son inseparables de todo el conjunto del Apocalipsis. Porque, de una parte, la mención de los atributos de Jesucristo, al comienzo de cada una de las cartas, está tomada de la visión inaugural [Ap 1,13-18]; de otra parte, las promesas con que termina cada epístola resultan incomprensibles si no se tiene presente el final del Apocalipsis [Ap 21-22], que da la explicación de símbolos como el «árbol de la vida» y la «nueva Jerusalén». El mismo Cristo, que en Ap 1,11 había ordenado al profeta escribir cuanto viere, es el mismo que ahora dicta a San Juan estas epístolas dirigidas a las siete iglesias.

1.- Estructura de las cartas

Las cartas a las siete iglesias -se trata más propiamente de un único gran mensaje articulado en siete partes- están todas ellas corresponden a un esquema literario refinado:

dirección,

1º)-autopresentación de Cristo (esto dice el que … : recuerda al Antiguo Testamento: así habla YHWH … ),

2º)-juicio sobre cada iglesia con una valoración de los elementos positivos y negativos (conozco tus obras),

3º)-una exhortación particular (recuerda, no temas, a ver si te enmiendas … ),

4º)-una exhortación general (quien tenga oídos, oiga lo que dice el Espíritu a las iglesias),

5º)-y la promesa de un don con perspectivas escatológicas (al que salga vencedor le concederé).

En ellas es siempre Cristo -el Cristo de la experiencia inicial- el que habla en primera persona. Se dirige a su Iglesia, la juzga y purifica con sus palabras, ocupándose de su vida interna.

El mensaje, dirigido a cada una de las iglesias, tiene un alcance general y perenne: va dirigido a la totalidad (siete) de las iglesias. Las alusiones a situaciones particulares quedan universalizadas mediante el simbolismo de los nombres (Jezabel, probablemente los nicolaítas… ). Es la palabra viva de juicio, de purificación, de exhortación, que dirige Cristo a su iglesia de todos los tiempos.

2.- Objetivo de las cartas para ayer y para hoy

Toda esta riqueza de contenido de las cartas tiene una finalidad: sostener a los cristianos en la hora difícil de la prueba que están pasando: la persecución. La victoria de Cristo a través del martirio es el gran argumento para mantener viva la esperanza y la fortaleza del cristiano. Esa fidelidad cubre dos frentes: fidelidad al Evangelio en el amor práctico y en la pureza de costumbres, manteniéndose alejado de la seducción de las doctrinas aberrantes de gnósticos y paganos; fidelidad a Cristo hasta la muerte, negándose a la idolatría y a las exigencias del culto al emperador como dios. El cristiano, fiel hasta la muerte, espera la corona de la vida.

La Palabra de Dios permanece para siempre. El mensaje de las cartas del Apocalipsis es para todos los tiempos, y muy especialmente para los tiempos difíciles. La doctrina de los nicolaítas y la seducción de Jezabel tiene hoy su continuidad en el hedonismo y agnosticismo de la sociedad consumista. La idolatría del culto al emperador se traduce hoy en la tiranía de otros ídolos. La persecución cruenta subsiste en muchos lugares, y en los demás es sustituida por una persistente campaña de descristianización y de pérdida del sentido de Dios. El nombre de Dios es blasfemado o silenciado, y no es reconocido su dominio sobre la creación. La vida pública renuncia a los signos que expresan su reconocimiento de Dios, Padre y origen del hombre.

En estas circunstancias no deja a la vez de ser cierto que el Señor tiene en cada Iglesia un número de fieles que no han manchado sus vestidos (3,4) ni conocen los secretos de Satanás (2,34). Antes al contrario, guardan la Palabra del Señor (3,8) y viven la plenitud de la vida cristiana: la caridad, la fe, el espíritu de servicio, la paciencia en el sufrimiento (2,19). Otros, en cambio, están a punto de morir (3,2) o caminan en la ceguera espiritual (3,17).

El Apocalipsis, y concretamente las siete cartas, contienen un mensaje de aliento a los cristianos que permanecen fieles: «al vencedor le daré la corona de la vida» (2,10). A la vez son una seria advertencia a los que están a punto de perder la fe: Jesús les ofrece el colirio que puede devolverles la visión de la fe (3,18). El Señor llama a su puerta solicitándoles dejarle entrar en su vida; les invita a su amistad, a la cena de amor (3,20), que llene de sentido su existencia. A todos, Cristo Rey les invita a ser fieles para sentarse con Él en su trono, como Él venció y se sentó con el Padre (cf. 3,21). El mensaje del Apocalipsis es de triunfo, un triunfo conseguido a través de la fidelidad, es decir, de mantenerse firmes en el pilar de la Palabra divina, de vencer las asechanzas del tentador.

3.- La doctrina de las cartas

La doctrina de las cartas presenta muchas semejanzas con el resto del Nuevo Testamento, especialmente con los sinópticos, con las epístolas a los Tesalonicenses, Colosenses, con la epístola de Santiago y la 1ª Pe. La cristología se presenta ya muy avanzada, sobre todo en la afirmación clara de la divinidad de Jesús. El objeto principal de las promesas -a semejanza del cuarto evangelio-es la vida de la gracia, la vida eterna del Evangelio, comenzada ya en este mundo y que se completará en la gloria.

4.- Sinopsis de las siete cartas: Esquema literario

* Título con el que Cristo se presenta / * Aprobación / * Reprensión / * Advertencia /* Promesa al vencedor

7 Iglesias

Título con el que se presenta Cristo

1. Éfeso

Ap 2,1

Esto dice el que tiene las siete estrellas en su diestra

El que camina en medio de los siete candelabros de oro.

2. Esmirna

Ap 2,8

Esto dice el Primero y el último

El que estuvo muerto y ha vuelto a la vida.

3. Pérgamo

Ap 2,12

Esto dice el que tiene la espada aguda de doble filo

4. Tiatira

Ap 2,18

Esto dice el Hijo de Dios. el que tiene sus ojos como llamas de fuego

y sus pies como de bronce bruñido

5. Sardes

Ap 3,1a

Esto dice el que tiene los siete espíritus de Dios

y las siete estrellas.

6. Filadelfia

Ap 3,7

Esto dice el Santo y el Verdadero

El que tiene la llave de David

7. Laodicea

Esto dice el Amén, El testigo Fiel y Veraz, El principio de la creación de Dios

Los títulos cristológicos, se concentran especialmente en estos dos capítulos de las cartas, pero son también muy abundantes en todo el Apocalipsis:

edu.red

7 Iglesias

Aprobación

1. Éfeso

Ap 2,2-3

Conozco tus obras, tu fatiga, tu perseverancia, que no puedes soportar

a los malvados, y que has puesto a prueba a los que se llaman apóstoles,

pero no lo son, y has descubierto que son mentirosos

Tienes perseverancia y has sufrido por mi nombre, y no has desfallecido.

2. Esmirna

Ap 2,9

Conozco tu tribulación y tu pobreza (aunque eres rico) y las calumnias

de los que se llaman judíos, pero no son sino Sinagoga de Satanás.

3. Pérgamo

Ap 2,13

Sé que habitas donde está el trono de Satanás; pero mantienes mi nombre

Y no has renegado de mi fe, ni siquiera en los días de Antipas, mi testigo fiel,

a quien han dado muerte entre vosotros, ahí donde Satanás habita.

4. Tiatira

Ap 2,19

Conozco tus obras, tu amor, tu fe, tu servicio, tu perseverancia,

Que tus obras últimas son mejores que las primeras.

5. Sardes

Ap 3,1b-2

Conozco tus obras, tienes nombre como de quien vive, pero está muerto

Sé vigilante y reanima lo que te queda y que estaba a punto de morir,

Pues no he encontrado tus obras perfectas delante de mi Dios.

6. Filadelfia

Ap 3,9a

Conozco tus obras: he dejado delante de ti una puerta abierta que nadie

puede cerrar, porque, aun teniendo poca fuerza, has guardado mi palabra,

y no has renegado de mi nombre.

Mira, voy a entregarte algunos de la sinagoga de Satanás, los que se llaman judíos y no lo son, sino que mienten.

7. Laodicea

El personaje que habla, conoce perfectamente las cristiandades a las cuales se dirige.

Primero comienza alabando las cosas buenas de cada comunidad, antes de enumerar sus reproches. Curiosamente la ciudad de Laodicea es la única de la que el profeta no tiene nada bueno que decir. Era un importante centro de carreteras, célebre por su actividad comercial y por sus hombres de negocios. El profeta la acusa por su orgullo, por creerse rica y suficiente.

No flota en ninguna parte el odio, antes al contrario, en cada momento se vislumbra el amor del buen pastor que conoce a sus ovejas. La suma prudencia en justipreciar lo bueno y lo malo, en proponer remedios y castigos equilibrados y pedagógicos, la misma gradación psicológica en la formulación de los mensajes, con respeto sumo a la libertad individual, pero con absoluta firmeza en las verdades y procederes del evangelio, hacen de estas cartas un modelo de divino humanismo.

La intención de las siete cartas es preparar a la Iglesia para la gran prueba que va a comenzar. La lucha exterior que se avecina contra los enemigos de la fe y de la fidelidad a Cristo y su mensaje exige una vida interior genuinamente cristiana. Es ésta una de las grandes lecciones de las siete cartas, apta para todos los tiempos.

7 Iglesias

Reprensión o amonestación

1. Éfeso

Ap 2,4

Pero tengo contra ti que has abandonado tu amor primero

2. Esmirna

3. Pérgamo

Ap 2,14-15

Pero tengo algo contra ti: tienes ahí a los que profesan la enseñanza de

Balaam, el que enseñó a Balac a poner tropiezos a los hijos de Israel,

A comer de lo sacrificado a los ídolos y a fornicar.

De la misma manera también tú tienes a los que profesan igualmente

la doctrina de los nicolaítas.

4. Tiatira

Ap 2,20

Pero tengo contra ti que permites a esa mujer Jezabel, que se llama

profetisa, enseñar y engañar a mis siervos a fornicar

y comer de lo sacrificado a los ídolos.

5. Sardes

Ap 3,3

Acuérdate de cómo has recibido y escuchado mi palabra, y guárdala

y conviértete.

6. Filadelfia

7. Laodicea

Ap 3,15-19

Conozco tus obras: no eres ni frío, ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente!

Pero porque eres tibio, ni frío ni caliente, estoy a punto de vomitarte

de mi boca, Porque dices «Yo soy rico, me he enriquecido, y no tengo

necesidad de nada» y no sabes que tu eres desgraciado, digno de lástima,

pobre, ciego y desnudo. Te aconsejo que me compres oro acrisolado

al fuego para que te enriquezcas; y vestiduras blancas para que te vistas

y no aparezca la vergüenza de tu desnudez; y colirio para untarte los ojos

a fin de que veas.

De nuevo encontramos que la diatriba más fuerte va dirigida contra la comunidad de Laodicea, aquella de la que no tuvo nada bueno que decir. El jucio de Cristo sobre esta Iglesia es particularmente severo. Pero nace del amor y está abierto a la posibilidad de la conversión, que es precisamente lo que propicia con esta denuncia.

Los personajes hostiles como Jezabel y Balaam tienen sin duda nombres simbólicos que aluden a personajes negativos del Antiguo Testamento. Jezabel, esposa de Acab, es paradigma de maldad y de idolatría. Designa a un grupo de creyentes en Tiatira que buscan un mayor diálogo con el paganismo.

Las cartas tienen en cuenta las diversas situaciones de la Iglesia respectiva. Podemos encontrar en cada Iglesia "una Iglesia ferviente, una Iglesia que está cansada, otra que se ve marginada por las otras iglesias, o se cerró sobre sí misma, otra que flaquea bajo la presión de circunstancias negativas, etc".[17]

7 Iglesias

Advertencias

1. Éfeso

Ap 2,5-6

Acuérdate, pues, de dónde has caído, conviértete y haz las obras primeras

Si no, vendré a ti y removeré tu candelabro, si no te conviertes

Con todo, tienes esto a favor: que aborreces las obras de los nicolaítas

que yo también aborrezco

2. Esmirna

Ap 2,10

No tengas miedo de lo que vas a padecer. Mira, el diablo va a meter

a alguno de vosotros en la cárcel, para que seáis tentados durante

diez días. Sé fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida.

3. Pérgamo

Ap 2,16

Conviértete, pues, si no vendré pronto a ti y combatiré contra ellos

con la espada de mi boca.

4. Tiatira

Ap 2,21-25

Yo le he dado un tiempo para que se convierta, pero no quiere convertirse

de su fornicación. Mira, voy a postrarla en cama, y a los que adulteren

con ella los someteré a una gran tribulación, si no se convierten de sus

obras; y a sus hijos heriré de muerte; y todas las iglesias conocerán que yo

soy el que sondea entrañas y corazones, y os daré a cada uno según

vuestras obras. Pero a vosotros, los demás de Tiatira, a cuantos no profesáis

esta doctrina, los que no habéis conocido las profundidades de Satanás,

como ellos las llaman, os digo: no os impongo otra carga.

Sólo que mantengáis lo que tenéis hasta que yo vuelva.

5. Sardes

Ap 3,3-5

Si no vigilas, vendré como ladrón y no sabrás a qué hora vendré sobre ti.

Pero tienes en Sardes unas cuantas personas que no han manchado sus

vestiduras, y pasearán conmigo en blancas vestiduras, porque son dignos.

6. Filadelfia

Ap 3.9b-11

Mira, los haré venir y postrarse ante tus pies para que sepan que yo te he

amado. Porque has guardado mi consigna de perseverancia, yo también te

guardaré de la hora de la tentación que va a venir sobre todo el mundo,

para tentar a los habitantes de la tierra. Mira, vengo pronto.

Mantén lo que dices, para que nadie se lleve tu corona.

7. Laodicea

Ap 3,20

Mira, estoy de pie a la puerta y llamo. Si alguien escucha mi voz y abre

la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo

Como podemos observar, fundamentalmente esta es la parte exhortativa de las cartas. La primera exhortación es a convertirse, y una invitación a arrojar fuera todo temor. La exhortación va acompañada en algunos casos de una amenaza de lo que podría suceder si esa invitación a la conversión es rechazada. Se ambienten las exhortaciones en la certeza del próxima venida del que "viene pronto", y "viene como ladrón" a la hora en que menos se espera.

Las 7 iglesias

El que tenga oídos que oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias

y la promesa al Vencedor

1. Éfeso

Ap 2,7

Al vencedor le daré a comer del árbol de la vida,

que está en el paraíso de Dios

2. Esmirna

Ap 2,11

El vencedor no sufrirá daño de la muerte segunda.

3. Pérgamo

Ap 2,17

Al vencedor le daré el maná escondido, y una piedrecita blanca, y

escrito en ella un nombre nuevo, que nadie conoce, sino aquel que lo recibe

4. Tiatira

Ap 2,26-29

Al vencedor, que cumpla mis obras hasta el final, le daré autoridad

sobre las naciones y las pastoreará con cetro de hierro y se quebrarán

como vasos de loza, como yo lo he recibido de mi Padre;

Y le daré la estrella de la mañana.

5. Sardes

Ap 3,5-6

El vencedor será vestido de blancas vestiduras, no borraré su nombre

del libro de la vida y confesaré su nombre delante de mi Padre

y delante de sus ángeles.

6. Filadelfia

Ap 3,12-13

Al vencedor le haré columna en el Templo de mi Dios y nunca más saldrá

Fuera. Escribiré sobre él, el nombre de mi Dios, el nombre de la ciudad

de mi Dios, la nueva Jerusalén, la que desciende del cielo de junto a mi

Dios, y mi nombre nuevo

7. Laodicea

Ap 3,21-22

Al vencedor le concederé sentarse conmigo en mi trono,

Como yo he vencido y me he sentado con mi Padre en su trono

El septenario de cartas, como los otros septenarios termina con una solemne liturgia celestial (Ap 4,1-11), con un himno antifonal en el que se van alternando los cuatro animales y los 24 ancianos. Esta liturgia es otro de los vínculos que une las siete cartas con el resto del libro.

G) LECTURA ACTUAL DEL APOCALIPSIS

Para leer con provecho el Apocalipsis ahora hay que situarlo en su época histórica. Sabremos cómo puede responder a los problemas de nuestra época cuando comprendamos cómo respondía a los problemas de su época. Es el período de perturbaciones qué marca el comienzo del enfrentamiento entre la naciente religión cristiana y el Imperio Romano.

Los primeros escritos del NT simpatizan con el Imperio, quizás porque entonces los enemigos del cristianismo naciente son los judíos. Los evangelios muestran claras simpatías hacia las figuras de los centuriones. San Pablo pedía oraciones por el emperador y se preciaba de ser ciudadano romano. En varias ocasiones los romanos salvaron a los cristianos de manos de los judíos, como le sucedió a Pablo.

Todo cambia cuando empiezan las persecuciones. La de Nerón fue sólo un episodio anecdótico en la ciudad de Roma. Los historiadores discuten mucho sobre si se puede hablar de una verdadera persecución en tiempo de Domiciano, o si habría que considerar que la primera persecución general contra los cristianos fue la de Trajano, a comienzos del siglo II. El testimonio más antiguo de esta supuesta persecución de Domiciano es de Eusebio de Cesarea[18]ya en el siglo IV que interpretó la estadía de Juan en Patmos como un destierro. Es cierto que Domiciano se hizo proclamar como dominus deus, señor dios, pero no consta que persiguiese a los que no admitiesen su divinidad. En el propio Apocalipsis no se habla de más mártir que Antipas (Ap 2,13) en la ciudad de Pérgamo.

En cualquier caso, lo que sí es cierto es que aunque no hubiese una persecución oficial y generalizada no faltarían en las provincias hostigamientos contra los cristianos por parte de gobernadores celosos de la honra del emperador. Tácito y Suetonio se refieren a los cristianos en términos altamente despectivos y dicen que eran notorios por sus abominaciones y supersticiones. Su negativa a dar culto al emperador era interpretada como un delito de alta traición contra la ideología del estado. La persecución abierta que estalló poco después en el imperio de Trajano ya se estaba incubando un clima adverso. Con un sentido profético el Apocalipsis percibe ya en el hostigamiento presente la semilla de futuras persecuciones y denuncia ya la dinámica perversa del imperio que llevará ineluctablemente a dicha persecución. A partir de entonces Roma será la bestia negra, la nueva Babel, la prostituta que se embriaga con la sangre de los mártires de Jesús.

Hasta entonces los cristianos habían procurado mantener un perfil bajo en el imperio, invitando a sus miembros a someterse a las instituciones políticas, al emperador y a los gobernadores (1 P 2,13.17). La primera carta a Timoteo pide que se hagan oraciones por reyes y todos los constituidos en autoridad (1 Tm 2,2). Ya Pablo había llamado a los funcionarios corruptos del imperio "funcionarios de Dios" y exhortaba a los cristianos a obedecerles (Rm 13,1-4). Sin embargo en el Apocalipsis se descubre ya un clima de abierta confrontación contra el imperio, lo que se ha dado en llamar una "literatura de resistencia de los oprimidos" o "la más poderosa pieza literaria de resistencia política del período del temprano imperio".[19]

Para consolar y fortalecer a los cristianos que se sienten aplastados por el imperio, el Apocalipsis viene a hablar de la victoria de Cristo que ya ha tenido lugar. La batalla definitiva ya ha sido ganada, aunque todavía continúe la guerra. El Apocalipsis ofrece una teología de la historia, en el enfrentamiento de las dos ciudades, Babilonia y la Jerusalén que desciende del cielo, en los distintos "rounds" que se van repitiendo en los diversos contextos históricos.

El creyente de hoy tiene que estar atento para localizar en el panorama político y social de hoy día cuáles son las nuevas encarnaciones de esas Bestias temibles que están al servicio del Dragón (Satanás). A esto se le llama contextualizar la lectura en la propia situación sociopolítica y religiosa. La primera bestia representa al imperio romano, que como tal, desapareció hace siglos, pero ha sido sustituido por nuevas encarnaciones tales como los totalitarismos globalizadores (13,1-5). En ella podemos identificar a todo cuanto hay de inhumano en nuestra configuración social. Encarna un sistema y no tanto un estado o un grupo político concreto. A su servicio tiene una segunda bestia que es la religión imperial, el culto al emperador (13,11-15). Esta segunda Bestia no tiene una apariencia tan terrible como la anterior. Es taimada y seductora, hace grandes señales. Pone una marca en la frente para que nadie sin ella pueda comprar o vender (13,17). Son los ídolos de nuestra sociedad consumista, la religión del mercado que reemplaza el culto al Dios verdadero.

Hay dos cosas que dificultan la sintonía con el libro al cristiano medio de hoy. El libro está dirigido a una comunidad oprimida, perseguida, en el exilio. Se han confiscado sus bienes. Muchos miembros han muerto o andan huidos por los montes. El anuncio de un fin, de una revolución global y cósmica es un anuncio gozoso para el que no tiene nada que perder, y sí todo que ganar. En cambio el cristiano burgués  de nuestra época está muy instalado; le va muy bien en esta vida; tiene mucho que perder. No le gusta oír hablar de revoluciones. No tiene prisa porque vuelva Cristo. No pronuncia con verdadero deseo las palabras Maranatha. Desde ahí es muy difícil sintonizar con el Apocalipsis ni comprenderlo.

Relacionada con esto hay una segunda dificultad: el cristiano medio no lee los periódicos; si acaso el Líbero o revistas del corazón como Luces. No se interesa por la política internacional. Se preocupa sólo de que su niño tiene paperas, o su niña se va a examinar de selectividad. No le dice nada la política de bloques, o el enfrentamiento Norte-Sur, o la amenaza nuclear, o el progresivo endeudamiento de los países pobres, o el nihilismo de la postmodernidad. Desde esta apatía política y esta preocupación exclusiva por los problemas domésticos del ámbito familiar, es difícil también entrar en sintonía con la teología de la historia y la grandiosa visión del Apocalipsis, cuando habla del enfrentamiento cósmico entre el bien y el mal.

 

G) LA TEOLOGIA DEL APOCALIPSIS

1) Cristología

El centro del mensaje del Apocalipsis es Jesucristo: Rey de reyes y Señor de los señores (17,14; 19,16); el cordero muerto y glorificado (5,6.12); el Hijo del hombre (1,12; 14.14); el Verbo de Dios (19,13); el Hijo de Dios (2,18); el veraz (3,7; 6,10; 19,11); el viviente (1,18); el primero y el último, el alfa y la omega (1,17;2,8; 22, 13); el testigo fiel (1,5; 3,14; 19,11; el príncipe de los reyes de la tierra (1,5); el león de la tribu de Judá (5,5); el que tiene las llaves (3,7); el que tiene una espada afilada de doble filo (2,12), primogénito de entre los muertos (1,5); el que posee los siete espíritus de Dios (3,1); la estrella luminosa de la mañana (22,16; 2,28).

El Apocalipsis usa indiferentemente el mismo título de 'señor' –kyrios- para Dios (16 veces) o para Jesús (4 veces), significándose así por una cristología muy alta. También usa el título de alfa y omega indiferentemente para Jesús (22,13) y para Dios (1,8; 21,6). El título 'santo' puede aplicarse a Cristo en 3,7 y a Dios en 4,8 y 6,10. Además se usan para Jesucristo algunos títulos que en el AT se atribuían exclusivamente a Dios. Así por ejemplo el término primero y último (cf. Is 44,6; 48,12).

Hay dos descripciones simbólicas de Jesús. En el capítulo 1 se nos presenta alguien "como un Hijo de hombre, vestido de una túnica talar, ceñido el talle con un ceñidor de oro. Su cabeza y sus cabellos eran blancos, como la lana blanca, como la nieve; sus ojos como llama de fuego, sus pies parecían de metal precioso acrisolado en el horno; su voz como la voz de muchas aguas. Tenía en su mano derecha siete estrellas, y de su boca salía una espada aguda de dos filos, y su rostro como el sol cuando brilla con toda su fuerza" (Ap 2,13-16).

La segunda es la descripción de Jesús en el primer combate escatológico contra el Dragón y la Bestia. "Cabalga en un caballo blanco. Sus ojos son llama de fuego; sobre su cabeza muchas diademas; lleva escrito un nombre que sólo él conoce. Viste un manto empapado en sangre […] de su boca sale una espada afilada […] lleva escrito un nombre en su manto y en su muslo: Rey de reyes y Señor de señores" (Ap 19,11-16).

El autor tiene la audacia de oponer a este solo hombre con todo el omnipotente imperio romano. Es Cristo resucitado el vencedor. La resurrección es un hecho que no concierne solo a Jesús. Es la señal de que la historia ha cambiado, que la maldad, la injusticia, la hipocresía, las opresiones y las guerras quedan condenadas; que el amor, el don de sí mismo, la verdad son glorificados y declarados vencedores. El Crucificado es el Resucitado, el vencido es declarado vencedor.[20] Pero ese Cordero se sigue presentando "como degollado" (Ap 5,6). Conserva las marcas de su pasión, que no son las marcas de una derrota, sino las marcas de una victoria. Uno de los rasgos más juánicos que emparentan el Apocalipsis con el cuarto evangelio es precisamente esta valoración de la pasión en clave de gloria.

Murió, está vivo y actúa en la historia. Su vida actual es la clave para la comprensión de la historia humana. El ha vencido al mundo en todas sus manifestaciones, las distintas bestias en las que se va metamorfoseando. En concreto la bestia del Estado pagano, con sus ideologías, sus políticas económicas y su orgullo mesiánico. El sentido de la historia es la nueva alianza, las bodas del cordero. La ciudad sólo salva a las personas en la medida en que posibilite una verdadera comunión en la justicia y la fraternidad. De lo contrario será la confusión, la ciudad de Babel (Ap 18).

Cristo ha vencido ya. Juzga a su Iglesia mediante su palabra; le ayuda a discernir la hora en relación con las potencias hostiles. Junto al trono de Dios Jesús es el Señor. Su señorío se va a oponer al culto al emperador. Frente a las liturgias grandiosas y triunfalistas de la Roma de los Césares, que ha divinizado el poder de los hombres, el Apocalipsis nos hace presenciar en el cielo el espectáculo de la gran liturgia de las bodas del Cordero. 

Los títulos de león de la tribu de Judá (Ap 5,5) y de cordero inmolado hay que interpretarlos conjuntamente. La pasión de Jesús no fue una sumisión pasiva, sino un verdadero combate en el que luchó valientemente pues nunca huyó ante la muerte sino que la afrontó en fidelidad a su misión. No puede aquí hablarse del silencio de los corderos.

El valor no está en huir cuando nos hieren en una mejilla. Esa es la reacción de los cobardes, ni en devolver el golpe, esa es la reacción de los violentos. El valor está en poner la otra mejilla, es decir en perseverar haciendo y diciendo eso mismo que nos ha merecido el primer golpe, sin importarnos que nos puedan volver a golpear. Frente a las reacciones normales de huir o contraatacar, Jesús nos ha ofrecido la solución verdaderamente creativa que ni huye ni contraataca, sino que persevera en el bien hasta vencer al mal con el bien.

En su triunfo el cordero se convierte en el novio, y le es entregada la esposa, la humanidad salvada por él, la Jerusalén que baja del cielo (Ap 21,9). Por eso "Dichosos los convidados a las bodas del cordero" (19,9).

2) Eclesiología

La Ecclesia es ante todo la Iglesia local, bien identificada en sus circunscripciones geográficas. Pero al hablar de siete iglesias, está sin duda usando un número simbólico para representar a la totalidad de la Iglesia.

La Iglesia es una totalidad litúrgica: los siete candelabros de oro. La Iglesia terrestre tiene una dimensión trascendente; cada Iglesia tiene su ángel que la representa en la liturgia del cielo (Ap 1,20). A pesar de la unidad entre ellas, cada Iglesia tiene su propia personalidad, y por eso las palabras proféticas y la evaluación que se hace de cada una de las Iglesias es distinta. Las mejor paradas son aquellas que no reciben ningún reproche, tales como la Iglesia de Esmirna (2,8-11) y Filadelfia (3,7-13). Las que reciben una mayor censura son las de Sardes, en la que solo se salvan unos pocos que no han manchado sus vestidos (3,1-6), y sobre todo la Iglesia de Laodicea en la que el ángel no tiene nada que alabar (3,14-22)

La Iglesia es el conjunto del pueblo de Dios, en el sentido pleno que esta palabra tiene en el AT. Es una Iglesia peregrina, una Iglesia militante, que lucha por ser fiel. Es una Iglesia muy humana, siempre tentada de perder el primer amor, que necesita ser consolada y espoleada; que es a la vez capaz de lo mejor y de lo peor.

Está ligada a Cristo con un lazo indisoluble de amor. Es la esposa (21,2.9 y 22,17). Es la ciudad construida sobre los cimientos de los apóstoles. Es la madre siempre fecunda, cuyos hijos son amenazados por el dragón voraz. Aguarda su total purificación. Y en su caminar por la tierra se recrea y anima contemplando en el futuro su propia imagen consumada. Es una Iglesia que hay que ir realizando, pero a la vez es una Iglesia que desciende de lo alto.

En el contexto de su liturgia, y mientras se ve a sí misma en el espejo de la liturgia del cielo, es capaz de una lectura religiosa, en profundidad de su propia historia, y descubre a Cristo presente en ella, que la purifica e ilumina, y con ella y en ella combate y vence a los enemigos hasta dominarlo todo. 

El libro se interesa por la vida interna de la Iglesia y le advierte del peligro que hay de admitir en su interior una quinta columna del enemigo. Para ello le indica sus cualidades y sus defectos, oportunidades y peligros, con una llamada a su continua conversión.

3) Escatología

El género literario apocalíptico utiliza mucho imágenes cósmicas de terremotos, caídas de estrellas… Uno puede interpretarlos demasiado literalmente como imágenes "del fin del mundo". Designan solamente la intervención divina en la historia, bien el juicio contra Israel por haber rechazado al Mesías o el juicio contra Roma por perseguir a los discípulos de Jesús.

Según una de las interpretaciones que hemos mostrado al presentar la estructura literaria del libro, la primera parte trataría del juicio escatológico contra Israel, que se realizó en la destrucción de Jerusalén, a la que aludirían todos estos fenómenos cósmicos. El libro sellado con siete sellos sería el Antiguo Testamento, que sólo el Cordero puede interpretar. El mensaje contenido en él, que se va desvelando progresivamente, es el del juicio escatológico lanzado contra Israel. Sólo en la segunda parte, a partir del capítulo 12, se empezaría a hablar de la persecución romana contra los discípulos de Jesús, para el que se anuncia un juicio y un castigo similar al que ya había tenido lugar contra Israel.

Los enemigos de Dios y del Cordero se clasifican según una cierta jerarquía. En primer lugar está el gran Dragón rojo con siete cabezas y diez cuernos (12,3), que también recibe los nombres de serpiente antigua, Satanás y Diablo (20,2). El Dragón transmite su poder a la primera Bestia, que viene del mar y se parece a un leopardo con las patas como de oso y las fauces como de león (13,2). Representa el poder absoluto político del imperio que ha divinizado la autoridad del emperador y blasfema contra el verdadero Dios, y a quien adoran todos los habitantes de la tierra cuyo nombre no está inscrito en el libro de la vida (13,8). Seguidamente aparece una segunda Bestia que surge de la tierra, y tiene solo dos cuernos como de cordero y ejerce todo el poder de la primera Bestia, pero en servicio de esta. Invita a todos a adorar a la primera Bestia, que teniendo una herida de espada, revivió (13,11-14). Su aspecto es menos fiero y con sus dos cuernos remeda al Cordero. Se la identifica después con el falso profeta (16,13; 19,20; 20,10). Es el sistema de propaganda y legitimación que lo religioso ha otorgado siempre al poder político.

Si nos situamos en Patmos, la bestia que viene de Occidente, del mar, es el imperio romano. La bestia que viene de la tierra, de Oriente, representa el servilismo oriental, siempre propenso a divinizar el poder político y a legitimarlo con un culto idolátrico. En Pérgamo había un "trono de Satanás" que era el famoso templo a Roma y Augusto (2,13).

Finalmente nos queda hablar sobre el último de los miembros de "este equipo" mortífero. Es la prostituta que cabalga a lomos de la primera bestia, Babilonia la grande, la madre de las prostitutas, que se sienta sobre grandes aguas (17,1.5). Es la encarnación de la Roma de las siete colinas y de la dinastía imperial. La mujer puede ser símbolo a la vez de la esposa y de la prostituta. La Gran Ramera es la antítesis de la Mujer del capítulo 12, la que da a luz al Mesías. Representa a la vez a la ciudad, al imperio y al emperador. Ofrece sus favores, riquezas, prosperidad, escalafón social, que son cosas enormemente seductoras. Pero exige el pago de un precio por sus favores. El precio es entrar a formar parte del juego y someterse a sus reglas. La ley y el orden se erigen como principios absolutos y todos los que no aceptan este planteamiento son considerados traidores al estado.

Curiosamente la caída de esta ciudad precede a los grandes combates escatológicos que marcarán el final y da lugar a la primera celebración triunfal del capítulo 19. La caída de la ciudad es el principio del fin. Luego seguirán los dos combates escatológicos. Según 19,11-21, en el primer combate escatológico, Jesucristo sobre un caballo blanco desciende del cielo y derrota a los ejércitos de la Bestia y el falso profeta y los arroja al lago de fuego (Ap 19,20-21). En cuanto al dragón o Satanás, un ángel lo arrojó al abismo en donde ha de permanecer encadenado mil años (20,1-3). Los mártires vuelven a la vida y reinan con Cristo mil años. Es la primera resurrección.

Al terminarse los mil años, Satanás será soltado de su prisión y congregará a los pueblos de la tierra, a Gog y Magog para el último combate contra el pueblo de Dios. En este segundo combate escatológico bajará fuego del cielo y los devorará a todos. Satanás será arrojado al lago de fuego y azufre donde ya se encontraban la Bestia y el falso profeta y allí arderán por los siglos de los siglos. Solo entonces vendrá la resurrección general de los muertos y el juicio final que trae vida a los inscritos en el libro de la vida y muerte segunda a los que no están inscritos en dicho libro (Ap 20,7-15).

Lo más difícil de interpretar es la cuestión del milenarismo. La interpretación de este milenio depende de si lo vemos como una etapa futura, o como una etapa que ya se ha empezado a vivir. Los que lo ven como etapa futura, entienden los mil años en un sentido literal, historicista. Muchas sectas protestantes han interpretado literalmente este pasaje, y suponen que este reinado del milenio tendrá lugar efectivamente y durará mil años.

Los que leen el milenio como una etapa ya comenzada piensan en el tiempo presente, ya inaugurado por la victoria de Jesús en su resurrección, e interpretan el número mil como un número simbólico. En cualquier caso, todas las cifras en el Apocalipsis nunca son literales. ¿Por qué esta no habría de serlo? Y recordemos que ya el salmo decía: "Mil años en tu presencia son como un ayer que pasó, una vela nocturna" (Sal 90,4; 2 P 3,8).

Se trata de un período de tiempo que va desde la inauguración del reino mesiánico hasta el final. Es el tiempo de duración de la Iglesia que se extiende desde la victoria de Cristo en la cruz hasta su parusía. En este tiempo el creyente ya reina con Cristo, ya ha entrado en el paraíso, ya come del fruto del árbol de la vida. Satanás está encadenado y no puede ya dañar al cristiano.

Hay otra interpretación que ve en estos dos combates escatológicos y en el "milenio" intermedio una descripción simbólica de la historia de los cristianos en la segunda mitad del siglo I. La primera persecución que produjo tantos mártires, habría sido la de Nerón. Hubo después un lapso de paz para los cristianos, que equivale al milenio. Los mártires reviven, resucitan, en el sentido de que viven ya la resurrección primera y única para ellos. Viven ya y reinan con Cristo (Ap 20,4.6) en el sentido de que tienen una influencia decisiva sobre la historia. Con su muerte Satanás no ha sacado ninguna ventaja. Lo mismo que sucedió con la muerte de Cristo que supuso una terrible derrota para Satanás.

Pero todavía habrá una nueva arremetida de Satanás, la persecución que ya ha comenzado o se está incubando en tiempos de Domiciano. A la luz de lo que sucedió en el primer combate escatológico con la muerte de Nerón y los perseguidores, el autor anuncia el resultado de ese segundo combate escatológico que acaba de iniciarse de nuevo y promete la victoria definitiva. Es típico de los escritos apocalípticos tomar la carrerilla analizando lo ya sucedido en el pasado, y luego en este mismo impulso anunciar que la tribulación del presente terminará lo mismo que las anteriores.

Hemos visto hasta ahora dos tipos de de interpretaciones de estos dos combates. La primera se encuadra en una escatología final y piensa que lo que se está narrando es lo que ocurrirá al final de la historia. La otra más bien entiende que lo que se está narrando es una interpretación de hechos ocurridos en la historia contemporánea del autor y de los lectores, y anuncia el desenlace de dichos acontecimientos.

Hay una tercera interpretación que engloba las otras dos. Más que hablar de unos hechos localizados en una época histórica concreta, ya sea en el pasado o al final de los tiempos, el Apocalipsis trata de describir la dinámica histórica recurrente, los sucesivos rounds de este combate escatológico a lo largo de los siglos. Cada época histórica debe intentar contextualizar esa dinámica en los acontecimientos concretos, para ver cómo se verifica este combate y este triunfo de Cristo que ya ha tenido lugar de una vez para siempre en su resurrección, pero que sigue actualizándose en las distintas crisis y vicisitudes de la historia. Esta interpretación no excluye que la historia vaya a tener un final en el que definitivamente el Dragón sea vencido definitivamente y el combate escatológico termine con el triunfo final de Cristo. Pero sin aguardar a este final de la historia, hay que vivir ya anticipadamente la victoria de Cristo que está ya presente y es simultánea a las diversas crisis por las que tendrá que pasar la Iglesia.

4) Liturgia

U. Vanni es uno de los autores que más ha resaltado la dimensión litúrgica del libro.[21] El libro nace en un ambiente intensamente litúrgico y de oración, y solo se puede entender si nos situamos en este mismo ambiente.

Detecta Vanni en el libro una inclusión significativa: dos diálogos litúrgicos que tienen lugar al principio y al final del libro. Efectivamente hay un diálogo litúrgico inicial (Ap 1,4-8) entre un lector y una asamblea en oración: lector 1,4; asamblea 1,4-6; lector 1,7a; asamblea 1,7b; lector 1,8.

Corresponde a este dialogo introductorio otro diálogo litúrgico final más elaborado y con más participantes, en el que interviene también un ángel, Juan y el propio Cristo (Ap 22,6-21) y concluye con la aclamación del Maranatha (Ap 22,20). Desde el principio Cristo está en el corazón de esa liturgia.

Los términos litúrgicos abundan: templo, altar, sacerdote, incienso, aclamaciones. En realidad la vida litúrgica de la primera comunidad era muy sencilla todavía. Probablemente estas liturgias del cielo no están inspiradas en los ritos de la comunidad cristiana, sino más bien en el antiguo culto del templo de Jerusalén. Es impresionante el paralelismo que existe entre la liturgia del cielo descrita en el Apocalipsis y lo que sabemos de la liturgia del cordero en el templo de Jerusalén, en el sacrificio del Tamid, que se realizaba dos veces por día. Puede trazarse un cuadro minucioso de paralelismos a la luz de las descripciones que nos hace la Misná, y es asombroso el parecido intencionado entre ambas liturgias. Los mismos cantos son reflejos de la teru'ah o aclamación típica del salterio que resonaba en la liturgia del templo.

La comunidad reunida el día domingo (Ap 1,10), es invitada a subir al cielo para comprender el significado de lo que va a suceder, y entender el sentido más hondo de lo que está viviendo. El cordero ha abierto los sellos y es posible leer el libro. La asamblea litúrgica no se limita a escuchar, sino que profundiza en lo que oye, medita, va elaborando lenta y progresivamente el mensaje profético. Las terribles fuerzas desencadenadas en la historia están siempre bajo el control divino. Por encima de la aparente omnipotencia de esos fenómenos, está la omnipotencia divina. Cristo ilumina a la asamblea y le dice que no debe dejarse dominar por el mal, sino vencer el mal con el bien.

La liturgia de la tierra además refleja la verdadera liturgia que está teniendo lugar en el cielo, donde el Cordero está ante el trono de Dios. Las oraciones y alabanzas de los santos que oran en la tierra son continuamente presentadas en incensarios de oro en la presencia de Dios (Ap 5,8; 6,9; 8,4). El autor quiere asegurar a esa frágil comunidad perseguida que se reúne medio clandestinamente en sus pequeñas casas, que sus modestos cantos y oraciones se unen a las del cosmos y llegan hasta Dios.

Esa liturgia del cielo con toda su magnificencia se opone claramente a la liturgia imperial. Suetonio nos dice que Domiciano se hizo llamar "dominus ac deus".[22] Esa divinización imperial tenía también su propia liturgia y su templo y su altar y su incienso. La religión y la política se mezclaban y participar en ese culto era un acto de buena ciudadanía. Negarse a participar en ese culto suponía perder los derechos de ciudadanía y ser excluido; "cuantos no adoraran la imagen de la Bestia eran exterminados […] y no podían comprar ni vender nada (Ap 13,15.17).

5) Los siete cánticos

Se utilizan diversos géneros literarios, como son el de las siete bienaventuranzas, el de los tres ayes, y el de los siete cánticos

Se multiplican los cantos de victoria en el cielo que se reflejan en los himnos de la Iglesia de la tierra que se une a la del cielo para entonar la victoria de Dios. Efectivamente podemos distinguir siete cánticos distintos que subrayan las distintas etapas del libro.

Primer canto: 4,8-11 antifonal

Segundo canto: 5,9-14 antifonal

Tercer canto: 7,10 antifonal

Cuarto canto: 11,17-18 antifonal

Quinto canto: 12,10-12 suelto (voz indeterminada)

Sexto canto: 15,3-4 suelto (triunfadores)

Séptimo canto 19,1-8 antifonal

En algunos casos se trata de himnos sueltos, como sucede en el quinto y sexto cántico. El quinto cántico se atribuye a una fuerte voz indeterminada (Ap 12,10-12), y el sexto a los que han triunfado de la Bestia y cantan el cántico de Moisés y del Cordero en clara alusión a Ex 15,1-21 (Ap 15,3b-4). Pero fuera de estos casos, mayormente se trata de cánticos antifonales, en el que diversos cantores se turnan en el cántico.

Así en el primer canto de la visión introductoria que canta la gloria de Dios, se alternan los cuatro vivientes (Ap 4,8) con los 24 ancianos (4,11).

En el segundo canto la alabanza va dirigida al cordero de modo antifonal, turnándose los 24 ancianos (5,9-10), con una asamblea celestial compuesta por los vivientes, los ancianos y miríadas de ángeles (5,12) y un tercer coro compuesto por todas las creaturas de la tierra (5,13). Estos dos primeros cantos están incluidos en la visión inicial del cielo y subrayan la soberanía de Dios creador, tres veces santo, frente a los emperadores que pretendían pasarse por dioses y señores. Se ensalza también al Cordero y se explicitan los motivos de su grandeza y sus siete prerrogativas. Concluye este conjunto con una doxología en honor de Dios y del cordero simultáneamente.

El tercer canto tiene lugar después de sellar en la frente a los elegidos, tras la apertura de los seis primeros sellos y antes de que se abra el último. En este cántico se alterna la muchedumbre de hombres y mujeres con túnicas blancas y palmas en las manos (7,10) con una asamblea celeste de los ángeles, los ancianos y los vivientes (7,12). El ambiente es cultual y litúrgico. Se atribuye la salvación al Dios entronizado por mediación del Cordero y se incluyen de nuevo siete atributos.

El cuarto canto tiene lugar después del sonido de la séptima trompeta. Se alternan fuertes voces indeterminadas (11,15) con los 24 ancianos (11,17-18). Se enuncia en el himno lo que luego se va a exponer en la parte narrativa de los capítulos 18-20

Tras el quinto y sexto canto, que como hemos dicho no son antifonales, viene el séptimo y último cántico antifonal, el del Aleluya triunfal, tras el juicio de Babilonia. Este cántico está compuesto por los tres Aleluyas. El aleluya tan presente en el salterio no aparece en todo el NT más que en Ap 19 como estribillo de una composición rítmica. La alabanza del cielo y la tierra es una alabanza única. Pero esa alabanza no es angelista, no desmoviliza al hombre ni le ofrece el opio de una droga. Hay que orar y luchar a la vez. El P. Giblin, un jesuita americano, ha publicado recientemente un libro sobre el Apocalipsis desde el punto de vista de la guerra santa, como clave de lectura. Entre los paralelos con la guerra santa podemos incluir el grito de guerra que aparece tan frecuentemente en el libro, sobre todo en los tres Aleluyas finales en el capítulo 19: un primer aleluya a cargo de una voz como el ruido de muchedumbre inmensa (19,1-2); un segundo aleluya más breve que es como un eco del anterior (19,3) y finalmente, tras la invitación de una voz salida del trono, se oye de nuevo el ruido de muchedumbre y de grandes aguas, como el fragor de grandes truenos clamando 'Aleluya'.(Ap 19,6-8).

Los cantos del Apocalipsis están situados en lugares estratégicos para resaltar los momentos importantes del argumento y expresando el sentido de cada pasaje. No parece que sean cantos litúrgicos previos incorporados por el autor al libro, sino que son creación propia del autor, y han sido compuestos ex professo para el apocalipsis. Es este sentido podemos considerarlos cantos hermenéuticos. "Sin la interpretación soteriológica que proporcionan expresamente los cánticos, más de un a vez se tendría la impresión de que la actuación de Dios es caprichosa y hasta vengativa".[23]

Junto con esta función exegética, los cánticos tienen también una finalidad exhortativa, para reforzar la esperanza de la comunidad que vive hostigada y perseguida. "Su mensaje se puede expresar con un conocido refrán: "el que ríe último, ríe mejor".[24]

I.- EL MENSAJE CENTRAL DEL LIBRO[25]

1) El versículo clave: Ap 6,10

Hay un versículo que juega un papel decisivo. Esta sección que es como la «matriz» del libro ya que engloba la totalidad de la historia de la salvación y contiene, resumida, la intención global del libro. El versículo expresa la petición de los mártires que suplican: "¿Hasta cuándo, Dueño santo y veraz, vas a estar sin hacer justicia y sin tomar venganza por nuestra sangre de los habitantes de la tierra?" (6,10).

Antes y después, las liturgias de las trompetas y de las copas repiten, a su vez, esta súplica. Lo mismo ocurre en la liturgia 8,3-4 que retoma y prolonga en el gesto del incensario la oración de los mártires que imploran el juicio de Dios, ahora simbolizado en el humo de los perfumes que ascienden hacia el trono divino; tras lo cual, tiene lugar el castigo, figurado en el fuego arrojado desde el altar sobre la tierra. Luego, la liturgia de 11,15-19 responde al "¿hasta cuándo?" de los mártires con la celebración del «ahora» de la instauración del reino que no es otro que el ahora «del tiempo del juicio». Se inicia así un giro decisivo: la oración de súplica pasa a oración de alabanza, suscitada por la respuesta de Dios a la pregunta.

En efecto, en la liturgia de 15,1-8 los vencedores de la Bestia cantan al Dios todopoderoso, rey de las naciones, por la justicia y la verdad de sus caminos, y así apagan la queja del "¿Hasta cuándo dilatarás el hacer justicia?". La alabanza reaparece en 19,1-4 donde se declara que «sus juicios están llenos de verdad y de justicia», a la vez que se añade una precisión: «pues ha juzgado a la gran ramera». El verso 2 de esa perícopa proclama, con una expresión calcada de la pregunta de los mártires, que «en ella ha vengado la sangre de sus siervos»; y de esta forma, se pone término a la pregunta de 6,10.

2) La interpelación del martirio…

Juan es quien «contempla debajo del altar las almas de los degollados a causa de la palabra y del testimonio que habían dado» (6,9). Se trata de mártires que ya han pasado el umbral de la muerte. Posiblemente Juan, trasladando al registro celeste lo que sucede en la tierra, se hace eco de los gemidos angustiados de los cristianos perseguidos a los que escribe. La formulación de 6,10 es totalmente tradicional. Apela a Dios como al goel haddam, el vengador de la sangre. Los mártires se sitúan en línea con los salmistas, los profetas, los apocalípticos que se dirigen al Dios de la Alianza para reclamarle una intervención que manifieste su justicia a los ojos de las naciones. Pero el Apocalipsis de Juan introduce una variante fundamental.

Los capítulos 9-10 del Testamento de Moisés ofrecen un paralelismo interesante con el texto del Apocalipsis de Juan. Las diferencias, sin embargo, son también muy notables. La historia del levita Taxo y de sus hijos culmina en una declaración de venganza: «Mirando desde lo alto (=desde el cielo), tú (Israel) verás a tus enemigos sobre el suelo (yacentes como cadáveres) y te alegrarás al reconocerlos. Y tú, al darle gracias, confesarás a tu Creador» (10,10). En el Apocalipsis, en cambio, se invierte completamente la perspectiva. En Apocalipsis 11,12-13, son los enemigos los que, desde abajo, al elevar la vista hacia el cielo, contemplan la exaltación de los dos testigos y, llenos de temor, rinden gloria al Dios del cielo. La escena de los justos contemplando y condenando desde lo alto, es sustituida por la de la admiración y de la confesión por parte de los impíos convertidos.

La pregunta de los mártires de 6,10 implica connivencia con la sensibilidad judía contemporánea, pero es sólo un punto de partida para la respuesta que aporta Juan, que lo sobrepasa y revoluciona todo.

La pregunta trasluce una impaciencia ante el retraso del Día de Señor. Pero, ahondando más, descubre un escándalo por parte de los cristianos ante la muerte de los mártires, cuando se percibe negativamente, como un triunfo del mal, como una situación de injusticia tal que exige una intervención divina. En dicha perspectiva, la sangre de los mártires se inscribe en la línea bíblica de la sangre inocente injustamente derramada y que reclama venganza (cfr. Abel). Esto explica el escándalo de los cristianos de Asia que recuerda el de Pedro ante el anuncio de la Pasión (Mt 16;21-22 y par.), e incluso el de los discípulos de Emaús ante la crucifixión de Jesús (Lc 24,18-21). Frente a esa reacción, la pedagogía de Jesús en los evangelios había sido doble: exhortar a sus discípulos a que le siguieran hasta la muerte (Mc 8,34 9,1) y, a la vez, hacerles descubrir que ese camino era conforme al designio de Dios (Lc 24,25-27, 44-47). Juan, en el Apocalipsis, adopta un enfoque parecido.

3) … y la respuesta de la victoria pascual

La pregunta que comentamos muestra una fe cristiana que todavía no ha llegado a su madurez. Late en ella el ansia apocalíptica de conocer la Fecha Final. En 6,11, Juan da una primera respuesta, pero ya con una orientación distinta. Considera que la intervención de Dios ya ha ocurrido: el juicio de Dios a favor de Jesús, a quien ha resucitado, testifica que los últimos tiempos ya han empezado. Esto cambia el centro de interés. El "cuándo" de la consumación ya no tiene la misma urgencia ni la misma importancia; lo primordial ahora es el "cómo": cómo participar de la victoria pascual de Cristo. Juan pretende que su auditorio tome conciencia de ello. Ha adoptado el género apocalíptico sólo porque se corresponde a la atormentada situación histórica que viven sus destinatarios, pero lo que pretende es modificarlo íntimamente a la luz del misterio pascual percibido como respuesta divina a la pregunta hecha.

Juan sitúa el grito de los mártires en el mismo acto de apertura del libro sellado (5º sello: 6,10). Lo abre el Cordero, manifestando así que ha recibido el poder sobre el desarrollo de la historia. El escándalo ante la no-intervención divina queda así ya exorcizado de antemano. Lo declara el nuevo cántico de los Vivientes y de los Ancianos (5,9-12): precisamente por razón de su muerte, ha recibido el Cordero tal poder y tal gloria. Su sangre derramada es celebrada por su eficacia prodigiosa en beneficio de las gentes de todas las naciones que él ha rescatado convirtiéndolas en el pueblo de Dios. Juan, pues, contrapone la percepción negativa que los «degollados» tienen de su sangre derramada, y la realidad positiva, infinitamente fecunda, de la sangre vertida por el Cordero. Se verá aún más claro en la visión de 7,9-13. La muchedumbre innumerable de toda tribu, pueblo y lengua (cfr. 5,9) se aparece a Juan revestida de túnicas blancas (cfr. 6,11): "Todos ellos han lavado sus vestiduras en la sangre del cordero" Esta metáfora "surrealista", pero profundamente teológica, connota el efecto purificador de la sangre de Cristo sobre los fieles y, más aún, la comunicación de su poder victorioso. Les ha sido dada la «salvación» (7,10.16-17).

Otra proclamación parecida resuena en mitad del capítulo 12 -prólogo de la sección central del libro, sección eclesial por excelencia-, pero en bocas humanas esta vez: «Ellos (nuestros hermanos) le vencieron (al diablo), gracias a la sangre del Cordero y a la palabra del testimonio que dieron porque no amaron su vida ante la muerte» (v. 11).

En el capítulo 11 los dos testigos-profetas, muertos a consecuencia de su testimonio al igual que los degollados del quinto sello, aparecen como tipo de «los hermanos que iban a ser muertos como ellos» (6,11). En el origen del drama, además de los actores humanos, actúa un poder maléfico, «la bestia que sube del abismo». Y por otra parte, la asimilación simbólica de Sodoma, de Egipto, de Babilonia, la gran ciudad, y de Jerusalén como el lugar de la crucifixión de Jesús hacen de la ciudad en que mueren los dos testigos el lugar típico de la resistencia a Dios y como el punto final de una historia de rechazos. El episodio sitúa a los profetas perseguidos, a Cristo crucificado y a los mártires cristianos en una misma trayectoria, consecuentemente, abierta a un futuro "hasta que se haya completado su número…" (cfr. 6,11).

La resurrección y la exaltación de los dos testigos se han de interpretar, pues, como una sentencia a su favor, cuya inesperada consecuencia resulta ser la conversión de los supervivientes que glorifican al Díos del cielo. Una vez más surge la paradoja: los degollados reclaman que su sangre sea vengada en los habitantes de la tierra. Pero, de éstos, sólo perece un número restringido y los que han escapado se convierten (11,13). La respuesta divina sobrepasa la demanda humana que no contemplaba una tal solución. Va incluso más lejos de lo que dejaba entrever el sexto sello en su fase punitiva (6,12-17) que sólo provocaba en los contrarios una reacción de miedo y de huída. Al contrario, en 11,12-13, el temor suscitado en los enemigos termina en la confesión: es un temor reverencial que permite presentir la salvación final.

Esta respuesta de Juan realza el papel dinámico que tienen los testigos en el advenimiento del Reino. Se recoge y desarrolla en lo que sigue del libro. Es fácil discernir las cuatro etapas de este proceso: el testimonio suscita el combate, que ha de afrontar el juicio de Dios que lleva a la conversión de las naciones.

El despliegue temático prosigue con el castigo de Babilonia, la perseguidora (caps. 17 a 19,1-4), continúa con la victoria del Caballero-Mesías (19,11-21) y adquiere finalmente toda su amplitud en el juicio final (cap. 20). Entonces las naciones, liberadas de influencias nefastas, ya pueden participar de la salvación en la nueva Jerusalén (21,1-22,5).

En el Apocalipsis, la relectura del Éxodo, por ejemplo, resalta la novedad del misterio pascual. Las plagas, en efecto, no consiguen convertir al Faraón (cfr. Ap 9,20-21). Es preciso el paso del mar -símbolo pascual por excelencia- para que se produzca el triunfo definitivo sobre los enemigos e Israel sea redimido. Este paso implica la muerte de los egipcios porque aquí no se trata de conversión.

Ahora bien, la diferencia entre dichos textos y el Apocalipsis salta a la vista: el Cordero y luego los dos testigos han soportado la muerte -que en el Éxodo equivale a castigo-, y han triunfado sobre ella, por lo cual abren la salvación a los paganos. De esta forma se produce el desplazamiento que resuelve el escándalo de la muerte de los justos.

Podemos interpretarlo como una diákrisis, un juicio. Los adoradores de Dios se contraponen a las naciones percibidas como hostiles e impuras. El papel de diákrisis que Juan asume se prolonga en la historia de los dos testigos cuyo resultado es también un juicio, aunque entre los enemigos algunos se conviertan. Se inicia así el juicio escatológico y el desenlace final. Juan subraya la importancia que el testimonio/martirio tiene en el advenimiento del Reino. Sin duda hay que buscar la matriz literaria de Ap 11,3-13 en Daniel (Dn 3) donde aparece el mismo esquema básico de cuatro tiempos que ya hemos señalado: negativa a adorar la estatua-ídolo, suplicio en el horno, juicio de Dios a favor de sus fieles y, ante ello, confesión del rey pagano. Pero Juan aporta un fundamento nuevo a su «teología del martirio»: la relación con Cristo en su pasión seguida de su glorificación (11,8. 12). Toda esta labor de relectura bíblica propia del libro del Apocalipsis se sitúa en una concreta y única perspectiva: la de extraer de todo ello una teología pascual de la historia.

4) La relectura pascual de la historia

Esa relectura de la historia se hace, en efecto, a la luz del Cristo pascual, algo que Juan visualiza mediante la figura del Cordero que domina el libro. Tal figura remite a la vez a las figuras veterotestamentarias de Isaac (Gn 22; cfr. Hch 11,17-19), del cordero pascual (Ex 12), del Siervo sufriente de Isaías (Is 52,13-53,12) y del Justo perseguido del Libro de la Sabiduría (Sa 3). Todas ellas son insinuaciones, nos preparan para captar la imprevista manera de superar, por el obrar de Cristo, la situación de espera.

Juan participa de forma propia y original en la labor de relectura de las escrituras a la luz del acontecimiento pascual que lleva a cabo todo el NT. Corresponde al Cordero abrir el Libro sellado. "El secreto de la historia es precisamente el sentido de la historia". Sólo el Cordero es digno de abrir el Libro, no por un poder externo, sino porque en sí mismo y en su misterio pascual tiene el secreto de la historia y le da sentido. Al corregir la libertad humana y triunfar sobre su obstinada resistencia, abre de nuevo la historia al designio salvífico universal de Dios e invita a los hombres a seguirle. La clave de bóveda del gran arco que traza el Apocalipsis desde la creación (cap. 4) hasta la consumación (cap. 21-22,5), la forman los versículos en los que se evoca a aquellos «que siguen al Cordero adondequiera que va» (14,1-5).

Juan invita a sus oyentes a identificarse con estos 144.000 (cifra eclesial simbólica) del capítulo 14, 1-5, con los dos testigos del capítulo 11, con la Mujer y su descendencia perseguida del capítulo 12, como también con los vencedores de la Bestia del capítulo 15.

Cuando revela «lo que está a punto de llegar», Juan no da a sus oyentes una enseñanza de tipo gnóstico para satisfacer su curiosidad, sino una enseñanza de tipo profético que estimule su fidelidad. Todos quedan implicados en lo que se les revela, sin determinismos ni pasividad. El juicio no se reserva para el Final; interviene ya en el presente. Las cartas previenen contra peligro corriente en la tradición apocalíptica: el dualismo que contrapone sin matices el campo de los buenos y el de los malos. Y manifiestan que la línea de fractura pasa a través de las iglesias mismas y de cada uno de los fieles.

En el texto de las cartas (2,23) y en mitad del epílogo (22,12) aparece también la diákrisis de Aquél que escruta los riñones y los corazones para dar a cada uno según sus obras. Se advierte un parecido entre la dinámica global de las cartas y la de los capítulos 4,1 a 22,5: las promesas hechas al vencedor anticipan los bienes escatológicos de la nueva Jerusalén. El futuro se enraíza en la vida eclesial presente, lo terrestre desemboca en lo celeste. Lo atestigua la sutil y fuerte unión que existe entre el final de las cartas y la visión (cap. 4) que inaugura el cuerpo del libro del Apocalipsis. En 3,20, se invita a «alguien», es decir, a todos y a cada uno, a que abra la puerta a Jesús; y, a quien lo haga, se le promete sentarse, como vencedor con Cristo, en el trono divino. Cada uno debe, pues, sentirse personalmente concernido por la puerta abierta en el cielo y por la visión grandiosa de Aquél que está sentado en el trono.

A todos y a cada uno, a vosotros, a mí mismo nos afecta porque la apropiación no se detiene en los oyentes de Juan. Seguimos siendo contemporáneos del Apocalipsis, como lo recordaba Claudel. Y quizás, la humanidad de nuestro tiempo «que muchas veces se siente sola y abandonada en los yermos desolados de la historia» (Juan Pablo II, 2001), necesita más que nunca oír y escuchar este mensaje de esperanza.

La dificultad propia del libro del Apocalipsis no reside en lo superficial, como suele creerse, es decir, en sus escenificaciones fantásticas, su orden interior difícil de captar y en su lenguaje enigmático. Porque, incluso después de eliminar tales obstáculos y de aclarar lo que parecía oscuro, permanece el misterio. Surge del corazón mismo del mensaje común a toda la revelación, y se expresa con máxima fuerza en el NT, a saber: a través de la historia se manifiesta una Sabiduría divina que nos sobrepasa infinitamente y es preciso que uno se deje introducir primero en ella, para poder finalmente abrazarla. Y aquí se sitúa la verdadera dificultad que tenemos para acceder al libro del Apocalipsis: nuestra obstinada resistencia a entrar en ella.

5) ¿Un Dios con instintos asesinos?

El Apocalipsis respira violencia por todos sus poros. La palabra sangre aparece 17 veces, muerte y muerto 36 veces, espada 10 veces, ira 13 veces, plaga 13 veces, matar 17 veces.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11
 Página anterior Volver al principio del trabajoPágina siguiente