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Inmigración a la Argentina: Españoles (hasta 1975) (página 5)


Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7

Eugenio Juan Zappietro es el autor de la novela De aquì hasta el alba (2), en la que narra lo acontecido a colonos, soldados e indios durante la Conquista del Desierto, en el año 1879. Bonhomìa y vileza aparecen confrontadas en una dupla de inmigrantes. Son ellos un irlandés, que llegó al desierto en 1866, y el socio granadino que lo traicionó. La posta en la que vivían los Bary había sido construida por O’Flaherty, quien "juraba que Argentina era el país del futuro. No se equivocó por mucho en cuanto a la tierra; se equivocó de hombres, pero una lanza araucana había terminado con él para evitarle la amargura de comprobarlo".

Belén Gache es la autora de Lunas eléctricas para las noches sin luna (3). En esa obra, relata la protagonista: "En 1890 mis abuelos llegaron a ese puerto, provenientes también de Sevilla. Junto con ellos traían a sus dos jóvenes hijas, que se habían pasado todo el viaje encerradas en sus camarotes vomitando. Venían a Buenos Aires porque mi abuelo, que trabajaba en el Banco de España, había sido transferido a esta sucursal del fin del mundo".

"Editorial Losada publicó Mientras la luz se va, novela de Noemí Cohen (216 pp). Esta es la historia de Elena, una joven sefardí que viaja desde Alepo a la Argentina, a principios del siglo XX, para encontrarse con su futuro y desconocido esposo. Pero es también la parábola de Setti, a quien Elena conoce en el interminable viaje hacia América y que se ha embarcado para restañar la herida de haber sido repudiada por su marido y haber perdido contacto con su única hija. Y es, además, la peripecia de Amparo, una andaluza alegre pero sumida en la desgracia de un novio muerto por amor a la anarquía en el sur argentino. Y es, entre otras, la historia de Elenita, la nieta adorada de Elena que, víctima de la última dictadura militar argentina, repite el camino de exilio de su abuela. Noemí Cohen ha creado, con esta novela admirable, un delicado tapiz donde se traman los destinos de un puñado de mujeres de ayer y de hoy. Las separan la edad, la lengua, la cultura o la religión, pero las une sutilmente una similar voluntad de conocimiento, de libertad, de belleza y de justicia" (4).

Notas

  1. Arlt, Roberto: El juguete rabioso. Buenos Aires, CEAL, 1981. Prólogo de Jorge Lafforgue. Pág. 5. (Capítulo).
  2. Zappietro, Eugenio Juan: De aquì hasta el alba. Barcelona, Hyspamèrica, 1971.
  3. Gache, Belén: Lunas eléctricas para las noches sin luna. Buenos Aires, Sudamericana, 2004.
  4. S/F: "Novela de Noemí Cohen en Losada", en Raíces, www.revista-raíces.com. Noviembre de 2005. 216 pp.

Aragoneses

Manuel Gálvez presenta, en Nacha Regules, a un aragonés encargado de un conventillo: "El encargado era un aragonés testarudo, insolente y entrometido. Su pequeña cabeza desgonzábase sobre un cogote interminable. El tronco, angosto en los hombros, ensanchábase hasta las caderas, cuya anchura contrastaba ridículamente con la longitud de las flacas piernas, movedizas y simiescas. La expresión adusta del semblante y la nariz de perro, caricaturizábanle aún más. Reía explosivamente, empalmando la agonía de una carcajada con el brusco estallido de otra, lleno de gesticulaciones, agitándose íntegro, dando al cuerpo la línea oblícua y caídos los brazos que temblequeaban chocando contra los flancos y subían y bajaban sin ritmo, como émbolos descompuestos. Gustaba hacerse el gracioso, hablando a lo andaluz" (1).

Notas

  1. Gálvez, Manuel: Nacha Regules. Citado en Páez, Jorge: El conventillo. Buenos Aires, CEAL, 1970.

Asturianos

En Hermana y sombra, de Bernardo Verbitsky, aparece una sirvienta asturiana. Narra el protagonista, un niño hijo de rusos: "Otra clase de confidencias inició una tarde, al referirse al reciente casamiento de Rosario quien seguía sirviendo allí y compartía ahora con su marido la misma habitación que antes ocupaba sola, pegada a la de él, que aplicaba el oído a la puerta que las separaba. Creyó al principio que se divertiría con lo que imaginó sólo podían ser cómicas parodiasde amor, pero lo que oía no lo hizo reír precisamente sino que lo indujo a inevitables y manuales desahogos, terminando por sentir miedo a la propia actuación de excitado testigo invisible, que lo perturbaba intensamente, y aún más allá de su papel de escucha pues ahora, le confesó, miraba con otros ojos las piernas blancas como la leche de la asturiana" (1).

En Las libres del Sur, de María Rosa Lojo, dice Victoria Ocampo, refiréndose a Fani, la empleada nacida en Oviedo: "me trata como a una menor de edad. Pero como su tiranía es útil, protesto un poco y la dejo hacer su voluntad. Igual que los pueblos cómodos, como el nuestro" (2).

Notas

  1. Verbitsky, Bernardo: Hermana y Sombra. Buenos Aires, Editorial Planeta Argentina, 1977.
  2. Lojo, María Rosa: Las libres del Sur Una novela sobre Victoria Ocampo. Buenos Aires, Sudamericana, 2004.

Castellanos

Rubén Benítez, autor de La pradera de los asfódelos, me dijo en un reportaje: "El pueblo real es el de mi madre. Allí tomé el escenario, personajes, anécdotas y muchos elementos que me permitieron completar la historia de la cual yo tenía la faz americana. Me conmovió ver el puente sobre el Agueda del que tanto hablaba mi abuela. Me impactó la visión mítica de la Patagonia –que intenté traducir- que tienen muchos de los que quedaron aguardando a os que viajaron a América y no regresaron. O la imagen de la cigüeña, con sus inmensos nidos en los campanarios, ave migratoria que regresa siempre, por un misterioso vínculo, y está identificada con el renacer primaveral" (1).

En ese libro, un hombre que se marchó cuando llamaron a su quinta, escribe a una madre española: "Cuando el muchacho crezca, mándamelo. Hay campos inmensos sin labrar que pueden dar dos o más cosechas al año. Los animales, que no se cuentan sino de tanto en tanto, andan sueltos. Aquí hará fortuna. Cuando convoquen a su quinta mándalo. Y si quieres venir tú con él, vente. No te arrepentirás. Sobra lugar y faltan manos". La madre exclama: "No, hermano. Prefiero que lo manden a Marruecos antes de que escape a la Patagonia. De Marruecos regresan todos, de la Patagonia no vuelve ninguno" (2).

El viajero de Agartha (3), de Abel Posse, fue distinguida con el Premio Internacional de Novela Novedades y Diana 1988-1989 en México. El protagonista de la novela es Walther Werner, graduado en lenguas orientales y arqueología, teniente coronel de las fuerzas especiales nazis, quien se define como "el mensaje de salvación arrojado al mar enfurecido". "Soy un SS –afirma-: mi primer mandato es matar o morir matando esa sucia rémora hija de una cultura pestilente y sentimental: la nostalgia, la roñosa humanidad y su engendro bastardo, el mentado ‘humanismo’ ". Es justamente esa postura ante la vida la que hace que se desvincule del hijo que tuvo con una española, que apareció muerta en Burgos "cuando entraron las fuerzas vencedoras de Franco". Recuerda el momento en el que, en Madrid, cortó el débil lazo que lo unía al niño; entonces aparecen las referencias a la Argentina, país en el que se cría el pequeño, lejos de su padre.

En Las libres del Sur, Una novela sobre Victoria Ocampo (4), de María Rosa Lojo,. aparece un castellano. Uno de los personajes "no supo decirles nada nuevo, salvo pedirles que esperasen al patrón, un gallego de Logroño que conocía probablemente a todos los españoles de la zona".

Notas

  1. González Rouco, María: "Rubén Benítez: el regreso a la entrañable tierra", en El Tiempo, Azul, 10 de septiembre de 1989.
  2. Benítez, Rubén: La pradera de los asfódelos. Bahía Blanca, Siringa, 1988.
  3. Posse, Abel: El viajero de Agartha. Buenos Aires, Emecé.
  4. Lojo, María Rosa: Las libres del Sur, Una novela sobre Victoria Ocampo. Buenos Aires, Sudamericana, 2004.

Catalanes

En la adolescencia, el protagonista de La gran aldea (1), de Lucio V. López, acude a la escuela de dos maestros. Uno de estos maestros era inmigrante: "Don Josef era oriundo de Cataluña y se vanagloriaba de haber nacido en el castillo Monjuich, de haber salvado la vida a varias personas, de haber presenciado un naufragio y de haber sido casi víctima del hambre de una tigra mansa; preciábase de haber conocido a la reina de España, doña Cristina, de haberla visto comer una olla podrida en un día de toros. Hacía sacrificio de confesarse descendiente de don Gonzalo de Córdoba, pero no se prestaba a pregonar mucho el parentesco, y lo repudiaba con majestad, porque no quería que nadie sospechase que él aprobaba las rendiciones de cuentas de su poco escrupuloso antepasado. Vivía crónicamente colérico, sin que esto importe decir que no supiera interrumpir sus accesos para hablar con fruición, de los tesoros de Potosí y de fortunas colosales como las de los cuentos de hadas, porque el buen viejo tenía altamente desarrollada la nota de la codicia".

María Angélica Scotti evoca, en Diario de ilusiones y naufragios (2), la vida de una inmigrante española, desde que, en la infancia, deja España con su madre; a ellas se unirá un italiano que la mujer conoce a bordo. "El primer recuerdo que me aparece es el viaje", dice la protagonista de la novela que mereció el premio Emecé 1995/6. "En verdad, es más lo que me contaron que lo que vi con mis propios ojos –continúa. No sólo porque era muy pequeña sino también porque hice la travesía encerrada en un camarote muy especial: viajé oculta bajo las faldas de mamita", porque "apenas zarpamos de Barcelona, mamita notó que yo tenía el cuerpo y las mejillas repletos de manchuelas coloradas. Ella ya había oído decir que a los enfermos los obligaban a bajar en el primer puerto, y por eso resolvió esconderme" .

En Lunas eléctricas para las noches sin luna, de Belén Gache (3), la protagonista se refiere a un canillita de ese origen: "A unos metros, un grupo de muchachos se reúne alrededor de una caja de zapatos. Son los canillitas. Llevan medias largas y pantalones cortos y sus cabezas se encuentran cubiertas con boinas. Cargando pesadas pilas de diarios, se encaraman a los tranvías en movimiento de forma tan descuidada que, más de una vez, han provocado accidentes. Ya varias veces he visto cómo los agentes de policía les llaman la atención. Entre los muchachos, reconozco a Gregorio, un chico de origen catalán, amigo de Mirko".

El padre de Gregorio, imprentero, es anarquista: "Hoy por la tarde por fin me decidí y fui a buscar el reloj de papá a la relojería. Estaba por llegar al local de Copelius cuando vi que de ahí salía un policía. Pocos segundos después, salían dos agentes más llevando a la rastra a don Antonio, el padre de Gregorio, ataviado con su mameluco gris manchado de tinta".

En El infierno prometido, de Elsa Drucaroff, Vittorio "salió a buscar a Julián Soto, el hombre que le había indicado el Catalán. Si, tal como prometió, el Catalán había enviado un telegrama, los compañeros tenían que estar aguardándolos" (4).

Notas

  1. López, Lucio V.: La gran aldea. Costumbres bonaerenses. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo).
  2. Scotti , María Angélica: Diario de ilusiones y naufragios. Buenos Aires, Emecé, 1996.
  3. Gache, Belén: Lunas eléctricas para las noches sin luna. Buenos Aires, Sudamericana, 2004.
  4. Drucaroff, Elsa: El infierno prometido. Una prostituta de la Zwi Migdal. Buenos Aires, Sudamericana, 2006. 336 pp. (Narrativas históricas). Pág. 265.

Gallegos

En la novela En la sangre (1), de Eugenio Cambaceres, el protagonista y su madre "se detuvieron frente a la Universidad en cuya puerta, mostrando un grueso manojo de llaves colgado de la cintura, estaba de pie el portero, un gallego ñato de nariz y cuadrado de cabeza".

En La gran aldea, Lucio V. López presenta gallegos trabajando junto a los criollos: "daban las cuatro y, no bien había entrado el gallego cotidiano con las viandas, don Narciso se engolfaba en los antros profundos de la trastienda". Lucio V. López menciona otro gallego relacionado con la tienda: "Caparrosa, el cadete de Bringas, un galleguito ladino y vivaracho" (2).

Escribe Manuel Gálvez, en Nacha Regules: "Monsalvat imaginó que sus palabras engendrarían entusiasmo y agradecimiento. Pero no fue así. Unos torcieron el rostro, otros cuchichearon. Una vieja se puso a hacer pucheros, y un gallego protestó contra el abuso de querer echarles de la casa para después subir los alquileres". El gallego decía que "Si ellos se encontraban bien, ¿por qué obligarles a aceptar lo que no pedían? ¿Qué vivían como los cuerpos? ¡Bah! Acaso vivieron antes de otra manera? Eso que decía el patrón: la higiene y el aire, era bueno para los ricos. ¡Los pobres estaban tan conformes sin aire! Y respecto de la higiene, maldita la falta que les hacía. Además, si la vida de los pobres era dura, no correspondía a los ricos pretender mejorarla. Y que no les dijeran que sus ofrecimientos eran desinteresados, porque no lo creerían. Ya conocían demasiado a los ricos. Todos iguales. Si a veces cedían por un lado, era para reventarlos por otro. Podía, pues, el patrón marcharse con sus rebajas de alquiler y la reforma del conventillo. No aceptaban la rebaja, no. ¡Ellos no se moverían de allí!" (3).

En un conventillo reúne a sus discípulos José Luna, personaje de Megafón, novela de Leopoldo Marechal: "En la sala única del púgil se juntaban sin armonizar el comedor, el dormitorio y una cocina de leña, cuyo tiraje pésimo fue un manantial de humo que, sin embargo, nunca molestó en adelante ni a José Luna ni a sus tres discípulos, en las discusiones que mantuvieron sobre las metáforas del Apocalipsis. Los tres discípulos eran Juan Souto, llamado ‘el gaita’, Vicente Leone, o ‘el tano’, y Antenor Funes, conocido por ‘el salteño’ " (4).

En Hacer la América (5), Pedro Orgambide evoca, entre otros inmigrantes, a una familia gallega.

Manuel Londeiro junta trabajosamente el dinero para traer de Galicia a su familia. En la fonda "pide pan y tocino. Después, una sopa con carne, porotos y papas. Se promete ir al almacén de su primo, y firmar una letra, un documento, lo que sea a cambio del dinero para los pasajes. Si comes tanto no podrás ahorrar, dice su primo, si sólo piensas en comer, si El pan de Manuel Londeiro no llega a la boca. Lo coloca en un pañuelo y lo anuda. Ya tiene su cena".

Al gallego, "El albanés lo desafía a una pulseada. Uno es fuerte como un caballo, piensa Manuel, pero uno no tiene ganas de pulsear. El albanés ha puesto su dinero sobre la mesa. No, yo no juego por plata. No me importa que mis amigos piensen que el albanés es más fuerte que yo. Yo no me juego el jornal". Sin embargo, lo hace: "Manuel Londeiro le dobla el brazo contra la mesa y caen las monedas en el suelo entre el jolgorio y el griterío de los estibadores".

Al fin, reúne el dinero que posibilita tan ansiado encuentro. Su mujer, Carmen, viajando con los hijos, piensa: "Es como si nunca hubiera tenido una casa, Manuel. Como si nunca más pudiera pisar la tierra firme y Dios nos condenara a vagar por el mundo en este barco. No pienses que estoy loca, Manuel. A otras mujeres que viajan aquí les ocurre lo mismo. Extrañan el olor de sus cocinas y el calor de sus camas. Una vieja me contó que todas las noches soñaba con su corral y sus puercos; otra, con un jardín de Andalucía. En América ¿tú sueñas con la casa, Manuel? Los hombres se ríen de esos sueños, son cosas de hembras, dicen, haremos otras casas allí, sembraremos el trigo, cuidaremos las viñas, vamos a trabajar en los aserraderos, en los muelles… Es que los hombres son más parecidos al mar, les gusta andar de un lado a otro. Algunos, sin embargo, se asoman al océano como si trataran de ver o que dejaron. Una les ve las caras de viudos de la tierra, caras de hombres como tú, Manuel, trabajadas por el sol y el granizo, por los días de labranza ¿no se extraña la tierra, Manuel? ¿el olor de la tierra?"

Llegan Carmen y los hijos, Paco y María. En el patio del conventillo, la niña juega a las estatuas con las hijas del árabe: "se quedaba inmóvil con un pie en el aire. (…) -¡Míralas! Se creen unas reinas… pero tarde o temprano van a parir como nosotras –vaticina la Carmen y apoya su mano en el hombro de Magdalena".

Paco, que no quiso sufrir lo que su padre sufrió por motivos políticos, se dedicó a la música. María, en cambio, inspirada en el espíritu paterno, fue líder en el movimiento de las costureras.

María Rosa Lojo define a su novela, Canción perdida en Buenos Aires al oeste, como "la historia de una familia narrada a través de siete personajes, de siete voces: la voz central es la de Irene, que en sus treinta años rescata ese nudo de vidas que conforma sus propios orígenes, como quien canta una canción. Una canción perdida porque es la de la infancia y la adolescencia, la de la vida tramada por el amor, la dicha, la desdicha, la enfermedad, la muerte, los extravíos y las recuperaciones que constituyen el tiempo irrestañable e incorruptible, como el agua fluyente, que la palabra, por un momento, crea la ilusión de retener" (6).

Después de muchos años de exiliados, los padres de Irene sufrían el mismo desarraigo que los acompañaría hasta el final de sus días. En su hogar del oeste, "era el sol de la casa nativa que iluminaba sus rostros. Los rasgos de mi madre, silenciosos y bellos, como una estampa antigua; los ojos de mi padre, tristes de mar, empañados de tiempo recorrido. La mesa del domingo, cuando comíamos callados y mi padre, sólo mi padre recitaba, tácitamente, como para sí: ‘Donde yo me he criado…’ Y ya no escuchábamos; lo demás se perdía en la bruma nebulosa de un mito siempre repetido, desesperado y patético como una plegaria inútil. La única plegaria que papá se permitía decir" (7).

Horacio Vázquez-Rial es el autor de Frontera Sur. "Prostitutas, fantasmas, jugadores, gallos de riña, socialistas primitivos, héroes del trabajo, anarcosindicalistas o músicos que se cruzan en la vida de tres generaciones de emigrantes gallegos, van tejiendo la trama de Frontera Sur y la historia de Buenos Aires, entre 1880 y 1935. Roque Díaz Ouro, que llega viudo y con un hijo a la capital argentina, que se enamora de una prostituta de alto vuelo y que recibe en su carrera ascendente la ayuda del espectro de un compadrito degollado, es protagonista de este relato épico, junto al alemán Hermann Frisch, portador de un bandoneón y de los principios de la organización obrera. Pero también aparecen en él figuras legendarias como Yrigoyen, Durruti o el propio Gardel, que definieron el espíritu de una época y de una ciudad apasionantes" (8)

Graciela Cabal, en Secretos de familia (9), recuerda su aprendizaje de muñeira: "A mi amiga Rodríguez tampoco la dejan estudiar baile, pero ella igual sabe bailar la muñeira, porque la muñeira se la enseñó la madre. (La madre de Rodríguez es de un lugar donde todos saben bailar la muñeira desde que nacen, sin que nadie se la enseñe). Me da mucha vergüenza, pero igual voy y le digo a la mamá de Rodríguez si por favor, por favor, me enseña a mí a bailar la muñeira. La mamá de Rodríguez dice que ella con mucho gusto me enseñaría, pero hace tanto tiempo que no baila… ’Sea buena, mamita’, le dice Rodríguez a la madre, y la arrastra al patio. Y entonces la madre empieza a cantar bajito mmmmm mmmmm mmmmm y a dar unos pasos. Y después se ve que se anima porque se pone a cantar fuerte y se mueve rápido y hasta se saca las chancletas y el delantal, y sigue, sigue, sigue. Y justo llega el papá del trabajo y primero se asusta y pregunta qué es lo que está pasando en esa casa, y después se ríe y se pone a bailar enfrente de la madre. Y yo ya no aguanto y le digo a Rodríguez si quiere bailar, porque algo aprendí, de mirar. Y todos bailamos, cantamos y nos reímos, hasta la mamá de Rodríguez, que nunca se ríe. A la mamá de Rodríguez, cuando baila la muñeira ni se le notan los bigotes".

En Agua de nadie –novela distinguida con el Premio "Dr. Alfredo A. Roggiano" de la Municipalidad de Chivilcoy, 1993-, Mabel Pagano evoca a dos sastres gallegos: "Porque era muy chico y recién se iniciaba en el oficio junto a los gallegos López y García, propietarios de un gran taller, no tuvo ocasión de conocer a don Hipólito, aunque quizás Yrigoyen no hubiera gastado en un traje lo que él llegó a cobrar, decían que era tan raro el Peludo… (…) La tarde anterior, los gallegos habían insistido en su intento de llevarlo a Mar del Plata para la inauguración de la tan soñada sucursal y nuevamente él rechazó la invitación, hablando de compromisos impostergables, aunque sin aclarar sobre la naturaleza de los mismos y tratando de que no se ofendieran, ya que era forzoso que lo reconociera, él les debía mucho a los dos. Esa noche, cuando estaba a punto de retirarse del taller, los patrones lo invitaron a comer en un restaurante de Sarandí, donde había ido varias veces acompañándolos. Quiso negarse diciendo que estaba muy cansado de la tarea de toda la semana, cosa que era rigurosamente cierta, pero López insistió, vamos hombre, nos comemos la paella y regresamos temprano, al mismo tiempo que García lo palmeaba empujándolo hacia la puerta" (10).

En Latas de cerveza en el Río de la Plata –novela de Jorge Stamadianos distinguida con el Premio Emecé 1994/95- aparece un padre gallego que oculta a su hijo, desertor en la Guerra de las Malvinas. Relata el protagonista: "Aunque no podía verle la cara al gallego porque me había quedado esperando en la planta baja, oía su voz retumbando a través de la escalera y me imaginaba la vena saltándole en la frente como una lombriz que no quiere subirse al anzuelo" (11).

En Virgen (12), novela de Gabriel Báñez que resultó finalista en el premio Planeta, aparece un titiritero gallego: "Sara lo había encontrado deambulando medio muerto de hambre a los costados de la aduana, sin documentación y con unas pocas pesetas en el bolsillo que guardaba como rezago de un viaje de cuarenta días desde su Pontevedra natal hasta Santos, donde desembarcó. En Brasil se había dedicdo al incipiente negocio de refinar aceite de coco, pero por muy poco tiempo, ya que en apenas tres meses tuvo la fulminante certeza de que su arte jamás se adaptaría al portugués. No por él, sino por sus títeres, que extrañaban horrores el castellano y no se adaptaban a ese idioma pegajoso y transpirado. Filadelfio Pérez era un trotamundos infatigable, aunque en su juventud se había dedicado al deporte de los guantes sin mayor fortuna, (…) Durante las representaciones se hacía llamar Maese Pérez, y se valía de su arte para desbocar argumentos y acomodarlos a su pasión republicana con ogros franquistas y brujas de la Falange. Pero las mejores obras las escribía él, y resultaban de una belleza conmovedora, lo mismo que sus muñecos, enormes y con ojos siempre idénticos: de foca o de mujer intensa y húmeda, tristísmos, los más hermosos del mundo".

Guillermo Saccomanno es el autor de El buen dolor –novela distinguida con el Premio Nacional de Literatura en 2002-, obra en la que escribe sobre su abuela gallega, la que le contaba cuentos de su tierra: "Aunque la abuela era madrugadora y de acostarse temprano, sufría de insomnio. Por la noche ella y vos, acostados en su pieza, en la oscuridad, escuchaban Radio Porteña, que transmitía desde los teatros. La obra predilecta de la abuela era La Malquerida, interpretada por Lola Membrives. Ay, esa madre, se desgarraba la Membrives en la oscuridad de la pieza. Ay, repetía la abuela. Apenas terminaba la obra, la abuela apagaba la radio. Y como no podía dormir, te contaba un cuento" (13).

En La fuga, distinguida con el Premio Emecé 1998/99, Eduardo Mignogna presenta a Adela y Angel Villalba, una pareja de carboneros que tiene un sobrino en Mendoza: "En la esquina de Coronel Díaz y la avenida Las Heras había un bar y al lado un corralón y después una ferretería. El barrio se llamaba, o le decían, Tierra del Fuego, y en el sitio donde estaba la ferretería había en 1928 una casa de venta de carbón y leña atendida por un matrimonio mayor de españoles petisitos y reservados, oriundos del pueblo gallego de Betanzos. El comercio era angosto y con piso de tierra, y en el aire flotaba eternamente un polvillo oscuro que emanaba de las bolsas de arpillera" (14).

Ochoa, uno de los personajes de Hotel Edén, de Luis Gusmán, "recuerda entonces la iglesia de San Nicolás de Bari. La historia de su familia materna está escrita en esa iglesia. Su abuelos, inmigrantes, primos hermanos casados con primos hermanos, provienen de Galicia. Ochoa dispone de poca información, y por lo tanto ignora por qué terminaron viviendo en la calle Carlos Pellegrini. Su abuelo administraba una casa, que nunca quedó claro si era de inquilinato, a la que llamaba ‘las oficinas’ " (15).

Jorge Torres Zavaleta, en La noche que me quieras, presenta un vasco y un gallego. Este último es evocado como un trabajador, en su clásica ocupación de dueño de bar, desconfiado ante los pedidos de sus clientes sin dinero: "era como si todos nosotros fuéramos miembros de una barra y los mayores solamente aquellos a los que teníamos que engañar. Como el gallego que nos dará un whisky o un café a cuenta, mirándonos de reojo por debajo de las cejas pobladas mientras se ocupa de asuntos serios" (16).

En La logia del umbral, Ricardo Feierstein recuerda a algunos de los gallegos que vivían en Villa Pueyrredón, a mediados del siglo pasado: "Cruzando la avenida Mosconi estaba la farmacia (…) Luego el negocio de medias del gallego Alvarez, cuya hija sería directora de televisión; (…) Después del bar, ya en esta vereda, venía mi casa y, siguiendo el recorrido, el almacenero González (gallego de ley), (…) Por las mañanas, en la escuela pública donde todos concurríamos, conviví (…) con el galleguito Pérez" (17).

La casa de Myra (18), de Aurora Alonso de Rocha, fue distinguida en 2001 con el Segundo Premio para Autores Inéditos, en el "Concurso organizado por la Fundación El Libro, en el marco de la 27ª Exposición Feria Internacional de Buenos Aires ‘El libro del Autor al Lector’ ". En esa obra, protagonizada por una gallega tomada cautiva por los indígenas, narra un personaje: "En unos meses se le puso la piel del color del cuero sobado, se le hicieron unos manchones del solazo debajo de los ojos y como no los tiene oscuros como las otras se ven como gemas transparentes. En lo que se ve del descote es pura mancha y peca y tiene el pelo cerdoso, enrulado y reseco de tanta agua e intemperie. Igual que las chinas va mexclada de cristiana y de india: le cuelgan unas ajorcas pesadas, se ata las clinas con seda trenzada y las botas son las de media caña, de pata de potro pero finísima, muy retobada (¡Que las quisiera para mí!), con lazos de colorines y bordados. Por arriba usa un vestidito de percal que ha de ser el que traía cuando la encontré en el puerto, según recuerdo, así que va medio disfrazada pero tan cargada de lazos y joyas como una princesa".

En Los gallegos, una novela inédita, Gloria Pampillo evoca la inmigración de sus mayores. El abuelo de Gloria Pampillo era comerciante, y había elegido el mismo nombre para todos sus negocios: "Celta, como el nombre que mi abuelo le ponía a cada uno de los bienes que acá se iba ganando, desde su barco hasta los toros. Un toro negro, morrudo, que ahora le dibujo en su escudo de comerciante, como tantos otros dibujaron una espiga en el almacén o en la panadería: La flor de Galicia". Gloria Pampillo recuerda la voluntad de unión de los emigrantes gallegos: "Lo que van a hacer ahora es lo mismo que hizo mi abuelo cuando llegó a la Argentina en 1870. Van a agruparse en cofradías. Que esas cofradías formen un ejército o una Sociedad de Socorros Mutuos, poco importa. Lo que tienen en común es que lejos de la tierra, ‘da mía terra’, como dijo una mujer en el seminario con un dolor que me volvió de barro el corazón, van a buscarse entre ellos".

Guadalupe Henestrosa ganó en 2002 el V Premio Clarín de novela, con Las ingratas (19), novela en la que evoca la inmigración de cinco hermanas españolas y la hija de una de ellas. Seis gallegas, recién bajadas del barco, llegan a una pensión en la que la mayor se empleará como cocinera. Allí las asalta la nostalgia: "Esa noche entre esas paredes húmedas, escuchando las palabrotas que venían desde el patio, las chicas extrañaron la casa de piedra en las montañas. Por primera vez desde aquella madrugada cuando dejaron a su padre, Vicente, solito junto al fogón, se sintieron lejos de todo, perdidas, a merced de unas gentes desconocidas, con quién sabe qué costumbres. ¿Cómo encontrar el alma en una tierra donde todas las cosas tenían otro olor?".

En Los jardines del Carmelo, escribe Ana María Guerra: "El campo se subdividió; la casa y unas parcelas quedaron en manos de los Ruiz, tres hermanos venidos de Galicia, que aconsejados por Marga, establecieron un burdel. Las dificultades de los primeros tiempos fueron incontables; los carros se empantanaban, los jinetes entraban con barro hasta en las fajas, y apenas caían unas gotas la gente se acobardaba, quedando el prostíbulo vacío. Finalmente, los Ruiz decidieron deshacerse de él" (20).

En Amor migrante, de Stella Maris Latorre, un empleado del Hotel de Inmigrantes agrede a un gallego. Le dice: "-Ya te oí, crees que soy sordo gallego sucio, muerto de hambre. Avelino, Manuel y todos cruzaron sus miradas: ‘Este era el recibimiento que le hacían los habitantes de ese país que prometía tanto, todos apretaron los labios y endurecieron sus puños, todos… para no responder a esa provocación; pero a todos también se les partió el corazón y quisieron estar en Galicia aunque no encontraran el oro tan prometedor, pero ya era tarde, ahora había que ser fuerte, apechugar ya estaban en el tablao, había que zapatear. Avelino tomó su pequeña valija, un bolsito pequeño también Manuel hizo lo propio, juntos lentamente recorrieron ese largo pasillo, jurando no voltear la cabeza para no ver a sus paisanos, que realmente si estaban mal presentados; pero eran honrados, y venían a trabajar, a poner la espalda para que este país al cual recién llegaban floreciera a fuerza del sacrificio de ellos, que en ese momento necesitaban; la guerra, la mala situación de su país los llevó a cruzar el mar en busca de un futuro mejor, pero en el interior de esos hombres, de esas mujeres de rostros sufridos, existía un rubí en bruto, sí, en bruto, como lo siguieron llamando y muchas veces se mofaron de ellos, haciendo bromas de mal gusto, chistes donde siempre, el tonto, el bruto era el gallego; pero si de algo no podían mofarse era de su honradez, de su fortaleza para el trabajo y la voluntad a pesar de a veces tragarse las lágrimas que estaban prestas a salir de sus pupilas, pero las sujetaban, no fueran a pensar que eran débiles, no, no lo eran, eran más fuertes que un roble" (21).

En 2004 se editó Las libres del Sur, Una novela sobre Victoria Ocampo (22), de María Rosa Lojo. En esa obra, aparecen varios gallegos. Los principales son Carmen Brey Moure y su hermano Francisco. Acerca de Carmen, escribe: "El casquito de fieltro con un capullo de gasa, las mejillas redondas, el tailleur liso y el talle bajo acentuaban su aspecto cándido de colegiala en vacaciones. Un toque de rouge y de polvo Arlette sobre la nariz no la cambiaron mucho. Se encontró ligeramente similar (aunque más delgada, y más joven) a una poetisa de moda: Alfonsina Storni". Francisco era "un hombre robusto y curtido, en quien Carmen fue reconociendo, a medida que se acortaba la distancia, y como quien despeja las capas superficiales de un palimpsesto, los rasgos de su hermano".

En 2005 apareció Finisterre, también de María Rosa Lojo. Rosalind Kildaire Neira, nacida en Galicia, llega a la Argentina en 1832. Ella recuerda: "Buenos Aires era entonces una ciudad blanca y baja, quizá sólo atractiva desde la lejanía. Ilusionaba los ojos a la distancia pero a medida que los barcos iban acercándose a la entrada del río ancho y playo, donde resultaba imposible fondear, cedía el encantamiento. (…) Las calles eran irregulares y sucias, pantanosas de a trechos. Animales muertos y montones de desperdicios se acumulaban en algunas esquinas" (23).

En El infierno prometido, de Elsa Drucaroff, el Loco va a la pensión en que vivía Vittorio. "La desconfianza de la dueña se esfumó cuando el Loco le contó que era periodista de Crítica. Le convidó con mate, bizcochitos de grasa, y contó con marcado acento gallego que el señor Comencini no vivía más en esa pensión". La gallega se entusiasma: "¡Ayudar a la prensa! (…) anote mi nombre y apellido: María Dolores Pontevedra, con ve corta. Pensión Pontevedra. ¿Va a venir un fotógrafo?" (24).

Notas

  1. Cambaceres, Eugenio: En la sangre. Buenos Aires, Plus Ultra, 1968.
  2. López, Lucio V.: La gran aldea. Costumbres bonaerenses. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo).
  1. Gálvez, Manuel: Nacha Regules. Citado en Páez, Jorge: El conventillo. Buenos Aires, CEAL, 1970.
  2. Marechal, Leopoldo: Megafón. Citado en Páez, Jorge: El conventillo. Buenos Aires, CEAL, 1970.
  3. Orgambide, Pedro: Hacer la América. Buenos Aires, Bruguera, 1984. Pág.20.
  4. González Rouco, María: "María Rosa Lojo: la inmigración gallega", en El Tiempo, Azul 17 de marzo de 1991.
  5. Lojo, María Rosa: Canción perdida en Buenos Aires al oeste. Buenos Aires, Torres Agüero Editor, 1987.
  6. S/F: en Vázquez-Rial, Horacio: Frontera sur. Barcelona, Ediciones B, 1998.
  7. Cabal, Graciela Beatriz: Secretos de familia. Buenos Aires, Sudamericana, 2003.
  8. Pagano, Mabel: Agua de nadie. Buenos Aires, Editorial Almagesto, 1995.
  9. Stamadianos, Jorge: Latas de cerveza en el Río de la Plata. Buenos Aires, Emecé, 1995. 229 pp.
  10. Bañez, Gabriel: Virgen. Buenos Aires, Sudamericana, 1998.
  11. Saccomano, Guillermo: El buen dolor. Buenos Aires, Planeta, 1999.
  12. Mignogna, Eduardo: La fuga. Buenos Aires, Emecé, 1999.
  13. Gusmán, Luis: Hotel Edén. Buenos Aires, Norma, 1999.
  14. Torres Zavaleta, Jorge: La noche que me quieras. Buenos Aires, Emecé, 2000.
  15. Feierstein, Ricardo: La logia del umbral. Buenos Aires, Galerna, 2001.
  16. Alonso de Rocha, Aurora: La casa de Myra. Buenos Aires, Fundación El Libro, 2001.
  17. Henestrosa, María Guadalupe: Las ingratas. Novela Sentimental. Buenos Aires, Clarín-Alfaguara, 2002.
  18. Guerra, Ana María: Los jardines del Carmelo. Buenos Aires, Corregidor, 2003.
  19. Latorre, Stella Maris: Amor migrante. Buenos Aires, De los Cuatro Vientos Editorial, 2004.
  20. Lojo, María Rosa: Las libres del Sur, Una novela sobre Victoria Ocampo. Buenos Aires, Sudamericana, 2004.
  21. Lojo, María Rosa: Finisterre. Buenos Aires, Sudamericana, 2005. 192 pp. (Narrativas)
  22. Drucaroff, Elsa: El infierno prometido. Una prostituta de la Zwi Migdal. Buenos Aires, Sudamericana, 2006. 336 pp. (Narrativas históricas). Pág. 242.

Valencianos

En La canción de las ciudades, Matilde Sánchez evoca la inmigración alicantina. En esa obra –afirma Juan José Becerra-, "Alicante es un relato familiar de una familia anterior a la narradora, quien, excluida de los pormenores del relato paterno (que siempre es un arcano), intenta ajustarlos a su manera" (1).

Una hija de españoles acompaña a sus padres a visitar su tierra natal. Al regresar, la joven señala: "Después de un tiempo de descanso en Barcelona –mamá, siete días para pulir borradores, una semana de caligrafía china-, todos nos volvimos. Ante sus vecinos, ellos ponderarn la acelerada modernización de España. Pero yo sabía que su patria no era ésa sino el piso de la avenida Callao, ese alto contrafrente que los abstraía de todas las vicisitudes, suspendido en regiones del recuerdo. España había dejado de pertenecerles. El origen ya era un lugar desconocido" (2).

Notas

  1. Becerra, Juan José: "Mapa familiar", en Clarín, Buenos Aires, 16 de mayo de 1999.
  2. Sánchez, Matilde: "Alicante, 84", en La canción de las ciudades. Buenos Aires, Planeta, 1999.

Vascos

Lucio V. López relata cómo trataba a sus clientas vascas uno de los tenderos criollos: "Si él distinguía que era vasca, francesa, italiana, extranjera, en fin, iniciaba la rebaja, el último precio, el ‘se lo doy por lo que me cuesta’, por el tratamiento de madamita. ¡Oh!, ese madamita lanzado entre 7 y 8 de la mañana, con algunas cuantas palabras de imitación de francés que él sabía balbucir, era irresistible. Durante el día, los tratamientos variaban entre hija e hijita, entre tú y usted, entre madamita y madama, según la edad de la gringa, como él la llamaba cuando la compradora no caía en sus redes" (1).

Pedro Antón, protagonista de una novela de Julián de Charras, añora cuanto dejó: "Veía, allá lejos, como en una neblina, las escarpadas pendientes de los Pirineos, las casetas ruinosas de los montañeses, las miserables veladas, con pan negro y escaso y luz humeante de candil de aceite; el padre, con su rostro anguloso y cetrino, en un rincón, con la barba en la mano, mirando fijamente la pared, como pensando en algo indefinido; la madre hilando, hilando en la penumbra, diestros los dedos, aunque fatigada la vista… Y él, rapaz, sin raciocinio, raídas las ropas, que remendaba la mano materna, al lado del fuego, hurgándose la nariz, recordando las consejas del oso negro, de las brujas sabáticas, del ahorcado…" (2).

En Secretos de familia (3), Graciela Cabal evoca al vasco que les vendía la leche: "El que sí viene con carro y caballo es el lechero. Cada vez que el carro se para delante de la ventana, el caballo, que tiene sombrero con claveles y dos agujeros para las orejas, hace pis. Un chorro que suena más fuerte que cuando mi papá va al baño. El lechero tiene pelo colorado, usa boina y nunca hace chistes porque es extranjero. Mi mamá deja la lechera en la puerta y el lechero, que viene con un tarro grande y un tarro chiquito, pasa la leche de un tarro al otro y después a la lechera, sin derramar una gota. Al rato viene mi mamá y derrama todo, porque a ella siempre le tiemblan las manos, pobre mi mamá".

Jorge Torres Zavaleta evoca, en La noche que me quieras, a los inmigrantes vascos (4).

Notas

  1. López, Lucio V.: La gran aldea, Costumbres bonaerenses. Buenos Aires, CEAL. (Capítulo).
  2. Charras, Julián de: "La historia de Pedro Antón", en La novela semanal, Año VII, N° 294, Buenos Aires, 2 de julio de 1923.
  3. Cabal, Graciela Beatriz: Secretos de familia. Buenos Aires, Debolsillo, 2003.
  4. Torres Zavaleta, Jorge: op. cit.

Sin mención de origen

Narra el protagonista de Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira, de Roberto J. Payró: "Acabé por acostumbrarme un tanto a la escuela. Iba a ella por divertirme, y mi diversión mayor consistía en hacer rabiar al pobre maestro, don Lucas Arba, un infeliz español, cojo y ridículo, que, gracias a mí, se sentó centenares de veces sobre una punta de pluma o en medio de un lago de pega-pega, y otras tantas recibió en el ojo o la nariz bolitas de pan o de papel cuidadosamente masticadas. ¡Era de verle dar el salto o lanzar el chillido provocados por la pluma, o levantarse con la silla pegada a los fondillos, o llevar la mano al órgano acariciado por el húmedo proyectil, mientras la cara se le ponía como un tomate! ¡Qué alboroto, y cómo se desternillaba de risa la escuela entera! Mis tímidos condiscípulos, sin imaginación, ni iniciativa, ni arrojo, como buenos campesinos, hijos de campesinos, veían en mí un ente extraordinario, casi sobrenatural, comprendiendo intuitivamente que para atreverse a tanto era preciso haber nacido con privilegios excepcionales de carácter y de posición" (1).

En Barrio Gris, Joaquín Gómez Bas presenta a una española que vende leche en Sarandí: "El agua cubre ya la mitad de la calle. La gente comienza a utilizar el puente esquinero para atravesarla. Es un artefacto endeble y cimbreante que se yergue a más de cinco metros sobre el nivel del camino ordinario. Representa una hazaña ascender la escalera de carcomidos peldaños de madera, recorrer su piso de tablas inseguras y bajar por el extremo opuesto aferrándose a la barandilla resquebrajada por el sol y las lluvias. (…) Doña Micaela sube trabajosamente la escalera del puente acarreando un tarro de leche en cada mano. Trastabilla en los tramos y acompaña el peligroso tambaleo con imprecaciones más sucias que su indumentaria. Es grotesca como una vaca que bailara sobre sus patas traseras" (2).

Mario, protagonista de Hermana y sombra, de Bernardo Verbitsky, recuerda al español que les vendía leche: "Dejamos en Bahía Blanca varias cuentas impagas, pero la que realmente nos preocupaba era la del lechero, un español bajito y menudo, a quien se le formaban unas arruguitas alrededor de los ojos al sonreír, lo que hacía con frecuencia. Vestía algo parecido a un chaleco oscuro, sin magas, usaba faja, y un chambergo negro echado ligeramente hacia la nuca. Teóricamente, le pagábamos mensualmente los cinco litros que nos dejaba cada día pero siempre fue tolerante para el cobro, aceptando los pretextos con que explicábamos nuestra condición de deudores morosos. En los últimos meses no pudimos darle un centavo sin que él suspendiera el suministro de nuestro principal alimento. Nuestra convicción, reafirmada más de una vez por mamá, era que a ese pequeño español bondadoso debíamos el no haber muerto de hambre, sobre todo nuestra hermanita a quien no le faltaron nunca varias mamaderas diarias para suplir los pechos casi secos de mamá" (3).

En El infierno prometido, de Elsa Drucaroff, Vittorio "Siguiendo las instrucciones de Beppo, el estibador del puerto de Buenos Aires, encontró a Julián en El Marinero Negro, uno de los bodegones de la calle Roca, frente al río. Era un hombre sombrío y corpulento de más de treinta años, usaba boina azul y chaleco de cuero sobre la camisa. Estaba sentado en el mostrador cuando se lo señalaron, Vittorio se abrió paso hasta él entre los marineros. Julián lo escuchó con el ceño fruncido, sin mover una ceja ni sacarse el cigarrillo de la boca". El español dice a Vittorio y Dina que es necesario que ella aprenda a tirar: "Si mi mujer hubiera sabido usar un arma, ahora estaría viva aquí conmigo. (…) me la mataron en Asturias los carabineros de Primo de Rivera. Habíamos tomado las minas, yo estaba en la toma y ella estaba sola en casa. Yo tenía un arma, ella no, y no tenía cómo defenderse. Lo hicieron a propósito, fueron por ella porque era el modo de matarme a mí… Saben lo que hacen… Bueno, basta pues, pasaron ya más de tres años y sin embargo aquí estoy, ¿no?" (4).

Notas

  1. Payró, Roberto J.: Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira. Prólogo y notas por Graciela Montes. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo).
  2. Gómez Bas, Joaquín: Barrio Gris. Buenos Aires, Compañía General Fabril Editora, 1963.
  3. Verbitsky, Bernardo: Hermana y Sombra. Buenos Aires, Editorial Planeta Argentina, 1977.
  4. Drucaroff, Elsa: El infierno prometido. Una prostituta de la Zwi Migdal. Buenos Aires, Sudamericana, 2006. 336 pp. (Narrativas históricas). Pág. 265.

Varios

Mempo Giardinelli escribió Santo oficio de la memoria, obra galardonada con el VIII Premio Internacional "Rómulo Gallegos" en 1993. En esa obra -a la que Carlos Fuentes se refiere como a una "saga migratoria tan hermosa, tan conmovedora, tan importante para estos tiempos de odio, racismo y xenofobia"-, habla de un oficio que desempeñaban algunos españoles. En 1886, "Había muchos policías, allí. Casi todos asturianos, gallegos. No sé por qué. También usaban bigote de manubrio y llevaban pistolas al cinto, capote invernal, quepís duro y alzado y linterna en mano. Cuando se hizo la noche, los policías se movían como luciérnagas nerviosas" (1).

En "Noticias secretas de América", Eduardo Belgrano Rawson evoca a los inmigrantes gallegos: "Cantabas un himno más light, como regía desde principios de siglo. Lo habían lijado un poco. ¿Qué otra cosa podían hacer? Necesitaban cortarla con los insultos, como explicó en su momento un operador del Ministro. ‘Tigres sedientos de sangre’ y todo eso. Culpa del himno el embajador no pisaba la presidencia, sobre todo los 9 de julio. A decir verdad, tampoco mostraban mucho aspecto de tigres los vascos y los gallegos que desembarcaban todos los días frente al Hotel de Inmigrantes, pero ésta era otra cuestión" (2).

En Lunas eléctricas para las noches sin luna, escribe Belén Gache: "Bordeando el convento, la calle Viamonte se extiende alternando fondas llenas de marineros con casas de remates, regenteadas por catalanes, gallegos o andaluces que venden objetos dorados por oro fino y piedras transparentes por diamantes" (3).

Notas

  1. Giardinelli, Mempo: Santo Oficio de la Memoria. Buenos Aires, Seix Barral, 1991.
  2. Belgrano Rawson, Eduardo: Noticias secretas de América. Buenos Aires, Planeta, 1998.
  3. Gache, Belén: Lunas eléctricas para las noches sin luna. Buenos Aires, Sudamericana, 2004.

Españoles y otros

A criterio de Delfín Garasa, "Una de las más cumplidas descripciones de un heterogéneo desembarco es la que ofrece Luis Pascarella en su novela-alegato documental, El conventillo. Llega el Christoforo Colombo y primero bajan los hombres de negocio con su apoplética cerviz, con el paso resuelto de los acostumbrados a dar órdenes y ser obedecidos, los turistas ingleses con sus máquinas fotográficas y algunas señoras un tanto perplejas por no ver en el muelle indios con plumas y taparrabos.

Por ese entonces, el viaje a Europa empezaba a otorgar prestigio social, y los argentinos que regresan cambian opiniones en alta voz sobre los modelos de París, el mobiliario inglés o la sinfonía escuchada en la Opera de Viena. Y, finalmente, aparecen los inmigrantes, tan fustigados en los azares de las proclamas políticas, un ‘enorme hormiguero’ que había viajado en el mayor hacinamiento. Rostros curtidos, exhaustos, azorados. En todos se presiente la pregunta: ¿Qué les deparará esta nueva tierra? De pronto, una mirada se ilumina o un brazo se agita en alto porque se ha reconocido a alguien en la muchedumbre que espera. Van bajando los hebreos de desgreñadas barbas y gastados levitones, los ‘turcos’ con sus espaldas combadas, los nórdicos enjutos, los napolitanos pequeños y retorcidos como raíces, los andaluces gárrulos, los gallegos pacientes, los holandeses esponjosos, los genoveses de músculo recio e insaciable voracidad. Una mujer besa la tierra que los acoge y tras su actitud ritual se adivina un pasado de penurias y recelos. Y agrega Pascarella: ‘La gran ciudad de calles dirigidas hacia el Oeste recibe en su seno aquella semilla que purificada en un ambiente de libertad (…) se reproducirá en su inmensidad desierta" (1).

En La gran aldea aparecen inmigrantes, vistos desde la perspectiva de un escritor que añora un pasado que no volverá. López compara a los tenderos de antaño con los del presente: "¡Y qué mozos! ¡Qué vendedores los de las tiendas de entonces! Cuán lejos están los tenderos franceses y españoles de hoy de tener la alcurnia y los méritos sociales de aquella juventud dorada, hija de la tierra, último vástago del aristocrático comercio al menudeo de la colonia" (2).

En la Bolsa de Comercio, Julián Martel encuentra "Promiscuidad de tipos y promiscuidad de idiomas. Aquí los sonidos ásperos como escupitajos del alemán, mezclándose impíamente a las dulces notas de la lengua italiana; allí los acentos viriles del inglés haciendo dúo con los chisporroteos maliciosos de la terminología criolla; del otro lado las monerías y suavidades del francés, respondiendo al ceceo susurrante de la rancia pronunciación española" (3).

Pedro Orgambide escribió la trilogía integrada por El arrabal del mundo, Hacer la América y Pura memoria (1984-1985). En Hacer la América (4), evoca a los inmigrantes que llegaban a nuestro puerto, alentados por la consigna que da título a la obra. Españoles, italianos, judíos, griegos, son los protagonistas de este relato que muestra la faceta más cruda del fenómeno social que conmovió al país al iniciarse el siglo XX.

La novela narra sucesos acaecidos en las postrimerías del siglo XIX y en los primeros años de la centuria siguiente; sin embargo, mediante un recurso de ficción, el autor avanza en el tiempo hasta la década del 50. Los vaticinios de uno de los personajes permiten al novelista señalar una perspectiva, un desarrollo ulterior de los hechos que está describiendo como presente.

No obstante conformar un grupo social, los inmigrantes poseen características propias que los diferencian. Orgambide no presenta tipos –sociales o nacionales- sino individualidades con su personal manera de encarar la existencia. Algunos inmigrantes sólo cuentan con sus hombros y su fuerza como instrumento de trabajo; otros, en cambio, poseen una habilidad innata para moverse en el mundo de los negocios, habilidad que puede transformarse, en ciertos casos, en oportunismo e insensibilidad. La obra describe incidentes cotidianos, vistos desde la perspectiva del hombre que llega sin otro capital que sus ambiciones. El lenguaje, adaptándose perfectamente a la singular visión propuesta por el autor, nos permite adentrarnos más en esta novela que presenta una realidad harto diferente de la evocada por los aristocráticos hombres del 80.

En Una ciudad junto al río (5), Jorge E. Isaac evoca la inmigración que llegó a la Argentina. El Gobierno de Entre Ríos la declaró, por iniciativa del Consejo General de Educación, de lectura complementaria en las escuelas superiores de la provincia, a partir del séptimo grado, recomendando su utilización en la enseñanza.

La acción transcurre durante el año 1925. El protagonista describe el desembarco de italianos, alemanes, españoles, judíos y árabes, señalando las peculiares características de cada grupo. Acerca de los españoles, escribe: "llegan solos o en parejas. De ellos, más bien habría que decir: siguen llegando. Se muestran desenvueltos, casi altaneros como si –por razones históricas- aún se sintieran un tanto dueños del país, del que en verdad lo han sido. No son pocos los que traen dinero suficiente como para establecerse en ésta u otras ciudades, villas o poblaciones con algún negocio de comestibles –las más de las veces ‘por mayor’- que es una de sus actividades preferidas. Si hay algo que en mí más llame la atención es su manejo preciso del idioma. Se me antoja que, en ellos, lo recibo en estado de real pureza, sin la contaminación que aquí ya está sufriendo por la influencia de los italianos que parecieran confabularse todos para deformarlo".

En Moira Sullivan (6), de Juan José Delaney, la protagonista escribe una carta fechada en 1932, en la que expresa:

"Debo decir que pese a que los hijos de Erín se jactan de haberse integrado con el resto de la población, la verdad no es exactamente así. Tienen sus propios colegios, sus propios templos y clubes, y quien comete la osadía de casarse con un "nap" (¿napolitano y por extensión italiano?) o con un "gushing" (derivado, probablemente, del verbo inglés to gush, que significa hablar con excesivo entusiasmo y que es un neologismo para aludir a los gallegos y también por extensión a los españoles), se aíslan o son lenta pero inexorablemente segregados. En verdad esto ocurre con casi todas las comunidades extranjeras que se han radicado acá: árabes, armenios, ucranios y, muy especialmente, judíos. Para no hablar de los británicos que a su injustificado desdén agregan cierto cinismo ancestral".

Tínkele, bielorrusa sobreviviente de Auschwitz, es uno de los personajes de Hija del silencio, de Manuela Fngueret. A ella "Se le mezclan las historias con la suya. La llegada a Buenos Aires, el primer día de trabajo en la fábrica de camisetas a unas cuadras de la casa de sus primos. Allí emplean también a otras mujeres inmigrantes como ella: italianas, españolas o polacas, con las que casi no intercambian palabra en agotadoras jornadas de trabajo. Una Babel de rostros e idiomas" (7).

En La última carta de Pellegrini, de Gastón Pérez Izquierdo, escribe el protagonista: "La afluencia de inmigrantes seguía transformando la fisonomía física y social de la metrópoli con sus gritos, sus palabras mal pronunciadas, sus risas y sus nostalgias por la tierra dejada. En ese fragor positivista algunas pequeñas señales cada tanto advertían que éramos de carne y hueso y no estábamos en el Paraíso Terrenal. Las condiciones deficientes de alojamiento de los inmensos contingentes de extranjeros que desembarcaban pronto causaron una alarma general: un brote de cólera amenazaba con expandirse como epidemia y salirse de control. Para una ciudad que todavía guardaba en su memoria colectiva los horrores de la fiebre amarilla la noticia cayó como el anuncio de la llegada de los cuatro jinetes. El Presidente convocó de urgencia al gabinete y concurrí a la reunión para proponer medidas intrépidas, como las que se recordaban de los tiempos de la epidemia maldita" (8).

En Lunas eléctricas para las noches sin luna, escribe Belén Gache: "Al igual que Mirko y mis padres, han llegado a estas tierras personas provenientes de Hong Kong, de Túnez, de Madeira, de Angola y del Orinoco. Si uno juntara los nombres de todas ellas, seguro se formaría, a su vez, un océano, un gran océano de nombres" (9).

Notas

  1. Garasa, Delfín Leocadio: La otra Buenos Aires. Paseos literarios por barrios y calles de la ciudad. Buenos Aires, Sudamericana-Planeta, 1987.
  2. López, Lucio V.: op. cit.
  3. Martel, Julián: La Bolsa. Buenos Aires, Huemul, 1979.
  4. Orgambide, Pedro: Hacer la América. Buenos Aires, Bruguera, 1984.
  5. Isaac, Jorge E.: Una ciudad junto al río. Buenos Aires, Marymar, 1986.
  6. Delaney, Juan José: Moira Sullivan. Buenos Aires, 1999.
  7. Fingueret, Manuela: Hija del silencio. Buenos Aires, Planeta, 1999.
  8. Pérez Izquierdo, Gastón: La última carta de Pellegrini. Buenos Aires, Sudamericana, 1999.

  9. Gache, Belén: Lunas eléctricas para las noches sin luna. Buenos Aires, Sudamericana, 2004.

Partes: 1, , 3, 4, 5, 6

En novelas infantiles y juveniles

Gallegos

Stéfano, el protagonista de una de las novelas de María Teresa Andruetto, está alojado en el Hotel de Inmigrantes: "Cuando el sol baja, Pino y Stéfano salen a caminar por la ribera, hasta el muelle de los pescadores. Es la hora en que el organito pasa: lo arrastra un viejo de barba y gorra marinera que lleva un loro montado sobre el hombro. A veces, junto a las barcazas, se detienen a oír el mandolín que suena en una rueda y las canciones que cantan los hombres de mar. Pero no sólo hay italianos en el puerto. Ya el segundo día se habían hecho amigos, ni saben cómo, de unos gallegos que limpian pescado junto a la costa y van por la mañana a verlos, ayudan un poco, y regresan, los tres días siguientes, con algunas monedas" (1).

Notas

  1. Andruetto, María Teresa: Stéfano. Buenos Aires, Sudamericana, 2001.

Valencianos

Fernando de Querejazu publica El pequeño obispo (1), una novela "absolutamente autobiográfica, aunque parezca un disparate lo que ocurre allí", surgida de "la necesidad de homenajear a mis padres, que eran admirables" (2).

El 10 de febrero de 1926 llegó a América el hidroavión Plus Ultra, piloteado por Ramón Franco, concretando así una proeza histórica. Ese mismo día, en un pueblo de inmigrantes de la provincia de Córdoba, veía la luz el protagonista de esta novela. Sus padres, de origen español, lo llamaron Fernando en homenaje a la isla Fernando de Noronha, en la que se produjo el aterrizaje. La evocación del escritor, que se inicia en la fecha de arribo del hidroavión, tiene como escenario el querido paisaje de Canals, provincia de Córdoba, donde "se vivía bien, atrayendo a las poblaciones cercanas, en un gran radio a la redonda, que buscaban los atractivos de este centro vitalizador".

En esta localidad, fundada por un naviero valenciano, no se conocían las desdichas; la naturaleza, pródiga, brindaba a los hombres todo lo necesario para ser felices. Su tesón y fe en el futuro de la nueva patria eran una fuerza vital y fecunda.

Notas

  1. Querejazu, Fernando de: El pequeño obispo. Buenos Aires, Lumen, 1986.
  2. Prebble, Carlos: "Fernando de Querejazu: la experiencia personal en la novela", en El Tiempo, Azul, 30 de abril de 1988..

En cuentos

Andaluces

Francisco Montes es el autor de Leyendas y Aventuras de Alpujarreños. En "El desafío" relata que, para las fiestas patrias, se realizaba una competencia de doma. Esa vez, la ganó un andaluz de dieciséis años: "El domador con carita de extranjero, flaco, velludo y colorado, de ojos azules era el mismo que desde las Alpujarras había llegado con dos años de edad en la búsqueda de insondables destinos" (1).’

En un cuento de Marta Lynch, "Chola, la hija del sastre, de la misma edad de Rosa, entró como si estuviera en su casa, con la pollera de volados de española en una mano y unas castañuelas alquiladas en la otra" (2).

Carmela, personaje de un cuento de María del Carmen García, era "una gitana como toda gitana, morena y habladora, activa y vigorosa, que criaba a sus siete hijos como si no le costara esfuerzo. La ropa siempre limpia y ordenada, la pieza pulcra donde no faltaba un altarcito para la Virgen del Rocío y una guitarra que a veces su Rafael sonaba con melancólicos rasguidos andaluces" (3).

Pierre Cottereau es el autor de "La abuela Augusta", cuento en el que evoca un episodio de la ancianidad de un inmigrante andaluz. En los recuerdos del hombre, "Las mesetas se extienden hacia un horizonte claro, lejano; desde muy lejos llega el perfume de las manzanas en flor y los almendros son ramos blancos por doquier. Más allá, las praderas que bordean la ría están salpicadas de florecillas, desborda la primavera sobre toda Andalucía" (4).

Notas

  1. Montes; Francisco: "El desafío", en Leyendas y Aventuras de Alpujarreños, en Unisex. Buenos Aires, Bruguera. 163 pp.
  2. Lynch, Marta: "Entierro de Carnaval", en Los cuentos tristes. Buenos Aires, CEAL, 1967. Pág. 129.
  3. García, María del Carmen: "Ojos gitanos", en Cuentos de criollos y de gringos. Buenos Aires, Vinciguerra, 1996. En colaboración con Fanny Fasola Castaño.
  4. Cottereau, Pierre: "La abuela Augusta", en El Tiempo, Azul, 12 de octubre de 1997.

Asturianos

En "Carroza y reina", cuento que da título al libro de Isidoro Blaisten premiado en el Concurso Literario de la Fundación Fortabat, aparece el asturiano Alvarez, mozo del café y bar El Aeroplano: "Los parroquianos empujan para llegar hasta las mesas del privilegio y arrastran al mozo, Alvarez el asturiano, el de los enormes pies, que se escurre entre los cuerpos con la bandeja en alto cargada de choppes, express y especiales de matambre que son la especialidad de la casa" (1).

María del Carmen García presenta, en el cuento al que nos referimos anteriormente (2), a unos asturianos: "Algún tiempo atrás habían llegado a Buenos Aires como otros tantos inmigrantes, esperanzados en un futuro sin miseria ni guerras. Primero llegó él; un año después ella. Ella era joven y bonita, pequeña y ágil en sus movimientos, alegre de carácter. El era alto y hosco, de hablar poco y trabajar mucho. Se habían conocido de niños en la aldea de Asturias en la que nacieron y se encontraron en Buenos Aires gracias a los oficios del padrino Manuel y como era de suponer se casaron en un septiembre lluvioso de 1910".

Es asturiano un personaje de uno de los relatos de Hilel Resnizky: "En 1870 su abuelo, José Molinas, era el propietario de grandes estancias, de casas de comercio, e incluso de buqyes y astilleros en la Patagonia. En 1870 apareció un judío ruso, Jacobo Alter Grun, quien se convirtió y casó a su hijo Marcos con la hija de Molinas (…) -El viejo José Molinas era testarudo y, para decirte la verdad, tacaño. Por muchos años alejó de sí a su yerno judío, enfrentándose con el rencor de su hija. Al final se rindió y lo hizo socio. Molinas & Grun. ‘San Jacobo’. Así llamó Marcos Grun a la estancia que compró en Santa Cruz, en recuerdo de su padre" (3).

Notas

  1. Blaisten, Isidoro: "Carroza y reina", en Carroza y reina. Buenos Aires, Emecé, 1986.
  2. García, María del Carmen: "Ojos gitanos", en Cuentos de criollos y de gringos. Buenos Aires, Vinciguerra, 1996. En colaboración con Fanny Fasola Castaño.
  3. Resnizky, Hilel: Puentes de papel. Buenos Aires, Milá, 2004.

Baleares

En "La niña de Ibiza" (1), Jorge Alberto Reale refleja la emigración y la nostalgia de una familia oriunda de esa localidad: "Esta historia comenzó un poco antes de la Guerra Civil Española del Año 36, en la baleárica isla de Ibiza, que es cuando los Ramallets decidieron abandonar su terruño y emigrar a Sud América. Fue así que un día del mes de febrero del año siguiente recalaron en Buenos Aires. No conocían a nadie. Estaban solos. Debían comenzar de nuevo. Primero se alojaron en el Hotel de Inmigrantes, después en otros albergues aún menos confortables hasta que Don Diego, el padre, consiguió un empleo remunerado y una casa" (1).

Notas

  1. Reale, Jorge Alberto: "La niña de Ibiza", en el grillo, N° 42, Noviembre-Diciembre 2005.

Castellanos

En "Fuera de juego", cuento de Horacio Vaccari, el hijo de un italiano zapatero habla a su padre muerto: "Cuando conocí a Julia, tardé meses en explicarle cómo era mi familia y dónde vivía yo. A ella nada pareció importarle. Me presentó a los suyos. Su padre era dueño de una confitería del centro, un local deslumbrante de luces. Hablaba un español rotundo, aprendido en su pueblo castellano. Me apabullaba su seguridad. Lo sentí tan superior, que no supe explicarle cómo era usted" (1).

Notas

  1. Vaccari, Horacio: "Fuera de juego", en Cuentos elegidos. Buenos Aires, Troquel, 1978. 138 pp.

Catalanes

H. Bustos Domecq es el seudónimo con el que firmaban Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares algunas obras escritas en conjunto. En uno de estos textos, que se titula "Las noches de Goliadkin", un personaje expresa: "-Comparto su aversión a la radio. Como siempre me decía Margarita -Margarita Xirgu, usted sabe- los artistas, los que llevamos las tablas en la sangre, necesitamos el calor del público. El micrófono es frío, contra natura. Yo mismo, ante ese artefacto indeseable, he sentido que perdía la comunión con mi público" (1).

En "Las señoritas de la noche", Marta Lynch presenta un almacenero catalán: "El almacenero arreció en su reyerta milagrosa, recrudeció en los gritos y en los golpes con su férrea y antigua furia de anarquista; los vecinos oían ahora incomprensibles vocablos catalanes y su recia decisión de no dejar al cura aquel que hiciera un marica de su hijo. La cabra, esa piojosa de almacén, su mujer que seguía siendo linda todavía pasó a un segundo plano. Por una vez en la vida, marido y mujer concordaron en mortificar al chico tapado hasta la cabeza en su diván cama, detrás del tabique, en la pieza, junto al gallinero. Ahora gritaban los dos en cada ocasión en que se establecía una tregua y gritaban contra el catecismo, contra el cura piojoso y contra todos los curas del mundo. Porque era preferible haber ahogado a Arturo antes de nacer que verlo convertido en una rata de la iglesia" (2).

Patricio Pron, escritor santafesino, es el autor de "La espera". El protagonista "era porteño. Había nacido allá por 1908 en La Boca, en el Hotel de Inmigrantes, un día de lluvias frías. Sus padres, llegados hacia días de Cataluña, le habían transmitido casi sin saberlo esa sensación de ya no pertenecer a ninguna parte, ni a Cataluña ni a Buenos Aires". El padre muere a poco de llegar a la Argentina. El hijo pregunta por qué murió. " ‘Porque sus ojos estaban acostumbrados a mirar el cielo azul de Cataluña’ le dijo su madre, y a Juan Vera le bastó esa mentira para confirmarse, sereno, que Dios lo había olvidado" (3).

Notas

  1. Bustos Domecq, H. (Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares): "Las noches de Goliadkin", en H. Bustos Domecq, A. Pérez Zelaschi y otros: El cuento policial. Selecc. de Jorge Lafforgue y Jorge B. Rivera. Buenos Aires, CEAL, 1981. (Capítulo).
  2. Lynch, Marta: "Las señoritas de la noche", en Los cuentos tristes. Buenos Aires, CEAL, 1967.
  3. Pron. Patricio: "La espera", en De manos abiertas… Cuentos por adolescentes. Buenos Aires, Tu Llave, 1992.

Gallegos

Relata el narrador, en "El convite de Barrientos", texto de Santiago Estrada de 1889: "Pero todo lo que llevo referido habría sido tortas y pan pintado, si el portero de mi alojamiento, desconociéndome la voz y tomándola entre sueños por la de un pariente que acababa de morir en El Ferrol, no se hubiera negado a abrirme la puerta, conjurándome a que, ánima en pena, volviera al sitio de donde había salido, en la seguridad de que en cuanto amaneciera daría de limosna a un pobre los cuartos que me adeudaba al embarcarse para América" (1).

En "Departamento para familias", cuento incluido en el volumen Pasos del gran bailarín, el sevillano Guillermo Guerrero Estrella presenta a Inés, una criada gallega (2).

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7
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