En esta monografía me refiero a algunos de los inmigrantes y exiliados franceses –reales o de ficción- que llegaron a la Argentina. Ellos fueron evocados en testimonios, memorias, biografías, obras literarias y películas.
Llegaron franceses. Fueron arquitectos, ingenieros, pintores, fotógrafos, cantantes, profesores. "Pioneros de Esquel, viñateros en Cuyo, ganaderos en La Pampa y en Azul, fundadores de ingenios en Tucumán, molineros en Córdoba y Santiago del Estero, productores de yerba mate en Misiones. Agricultores en Entre Ríos, en Santa Fe y en Pigüe. Criaron ganado vacuno y ovejas, plantaron cereales, trigo, maíz, legumbres, árboles frutales y vid. Cultivaron el suelo, sirvieron a la Patria y agrandaron nuestro patrimonio espiritual" (1).
Así se los recuerda en testimonios, memorias, biografías, obras literarias y películas.
En 1857, el bayonés Carlos Sourigues escribe en la Colonia San José, en Entre Ríos, una carta al General Urquiza, en la que le informa: "Los colonos llegaron ayer a este punto: todo están en tierra y se ocupan en hacer sus ranchitos para esperar los primeros días; mientras concluyo de distribuir el terreno les he hablado. Venían algo desanimados por lo que habían visto en el Ibicuy pero cuando vieron las tierras que iban a poseer se llenaron de alegría; están muy conformes; los he hallado pacientes. La mayor parte de las familias son buenas; hay algunas medio regulares pero en general los hombres son buenos y robustos. Es entre las mujeres que se encuentran algunas viejas que poco podrán trabajar si no es en el hogar doméstico. Según me han informado deben estar en camino y tal vez han llegado a Buenos Aires otro número igual de familias y creo que si deben hacer parte de la colonia se debería evitar que fuesen al Ibicuy; a más, los colonos que están aquí me han dicho que creen que el señor Don Martín Schafter que es el que los ha conducido desde Europa hasta el Ibicuy va a venir aquí como Director de la colonia; me han hecho presente que dicho Señor los había tratado muy mal y que no podían conformarse con estar nuevmente bajo sus órdenes. Esto es una queja general que he tratado de aquietar. (…) Estoy en medio de una Babilonia, pero hasta ahora todo va muy bien, personas y pacientes; creo en el buen éxito de la colonia por la cual haré todo empeño y para que marche todo bien creo preciso que el Sr. Marty se ponga a la cabeza; es inteligente en la materia y querido de los colonos; él está aquí; pero me ha dicho que no sabe como no tiene instrucciones ninguna ni yo tampoco a ese respecto, desearía que Ud. me dijese lo que crea conveniente" (2).
El francés Alejo Peyret, Director de la Colonia San José, sostiene que para fundarla "Se ha aceptado apresuradamente todo cuanto se ha presentado, con la única condición de ser católico. Se han hecho adelantos de ingentes cantidades a familias desprovistas de todo, y que presentan muy pocas garantías de reembolso. Por decirlo, se ha gastado mucho dinero sin necesidad. Digámoslo de pasada. Es imposible que una familia a quien se han adelantado todo los gastos de viaje, en término medio 500 pesos, la cual por consiguiente tiene que recibir aquí los demás adelantos en terreno, animales, nutrición, etc., es decir 500 pesos más, es imposible que esta familia abone estas cantidades en las condiciones y al interés del 18% y en el término de cinco años, que ha estipulado el agente de S.E. (…) Suponiendo igual capacidad para el trabajo un colono protestante debe ser preferido al católico. El católico (yo mismo he nacido católico, pro en el Siglo XIX ya no merecen consideración alguna las distintas religiones) necesita llevar consigo todo un culto, un sacerdote, una iglesia. Si es sincero, si es ferviente y no tiene todo aquello consigo o muy cerca, necesariamente su conciencia debe sufrir mucho. Pero en una colonia naciente, que no tendrá a principio sino algunas pobres familias, ¿cómo mantener un culto tan costoso? ¿Cómo pagar un sacerdote? ¿Cómo comprar los objetos sagrados? ¿Cómo edificar una iglesia cuando uno no tiene qué comer? Al contrario, el protestante lleva su libro, la Biblia, y basta con eso. Póngasele en un desierto, en medio de una selva, él leerá cada noche un trozo a su familia, y ya está hecha la instrucción religiosa. Cualquier jefe de familia es sacerdote y cualquier casa es un templo. Es menester confesar que bajo este aspecto, la religión protestante es más cómoda y menos costosa" (3).
Pablo Lantelme, piamontés afincado en la misma colonia, sostenía: "Los feligreses de la Iglesia de la Colonia, como los de Colón, son: o franceses, o italianos, o suizos, o alemanes con algunos españoles. Todos entienden el castellano y lo hablan tan bien que mal; sin embargo, en la Capellanía (San José), siempre se predica en lengua francesa y en Colón siempre se ha predicado en lengua del país. Desde ya, predicar en lengua francesa no deja de ser una anomalía, como lo voy a demostrar y probar. (…) Para el bien general, creo y afirmo que es necesario que la predicación de la Divina Palabra se haga en lengua castellana, o por lo menos, que se predique dos domingos seguidos en castellano y uno en francés, para no cortar de un solo golpe el sistema abusivo. Los Capellanes (de San José) siendo franceses y poco acostumbrados a hablar en lengua castellana, no faltarán de alegar mil pretextos contrarios a lo que acabo de probar" (4).
El pintor Fernando Fader nace "en Burdeos, Francia, en la casa de su abuelo materno, Pedro Adolfo Bonneval, en la calle Nauville 10, el once de abril de 1882". Ignacio Gutiérrez Zaldívar escribe: "Fernando Fader en un reportaje que le realizara el recordado José León Pagano en la década del 20, manifiesta que es "mendocino", pese a que había nacido en Francia y en todos sus documentos y partida de casamiento, figura como nacido en Buenos Aires. Conoce Mendoza cuando contaba cuatro años y pese a vivir tan sólo doce años en Mendoza, su amor y cariño hacia la provincia le hacen manifestar que él es mendocino" (5).
A los 101 años, María Trepicchio de Danna recuerda: "Ah, la Primera Guerra se sufrió mucho porque todos los inmigrantes tenían a sus familiares en Europa". La ayuda a los damnificados no se hizo esperar: "Con el Círculo de Damas Francesas tejí para los soldados partidarios de De Gaulle". Cuando la guerra llega a su fin, también en la Argentina festejan: "la paz se celebró con locura, en casa entonamos La Marsellesa aquel día, con la bandera desplegada en el living" (6).
Margarita Marc de Soto es hija de franceses afincados en Alberdi. Acerca de ella escribe Carolina Muzi: "La cocina fue una constante en su vida y las perdices en escabeche, una de las especialidades más celebradas por familiares y amigos. Pero Margarita no sólo las cocinaba: también las cazaba" (7).
En Villa General Belgrano, Còrdoba, vive Pierre Cottereau. En una carta fechada en 1997, manifestó: "si bien soy extranjero, no soy un inmigrante. Lleguè a este paìs en calidad de turista para conocer a unos familiares emigrados en 1889, entre ellos mi abuelo materno que retornò a Francia en 1900 y que no he conocido. Me quedè por pura casualidad, el haber encontrado un trabajo provisorio que me lanzò hasta independizarme; llegaba con el bagaje de òptico tècnico industrial" (8).
En 1999, los alumnos del Liceo Franco Argentino Jean Mermoz "exhibieron sus investigaciones sbre la vida del piloto Jean Mermoz, que prestó su nombre a la escuela". Daniel Fédou, rector general de la institución, expresó: "Fue una buena iniciativa porque los chicos no conocen demasiado a Mermoz, un hombre muy importante para la relación entre los europeos y los americanos. Abrió numerosas rutas aéreas en América del Sur, que llegaron, incluso, hasta Río Gallegos" (9).
Amadeo Jacques nació en París en 1813 y falleció en Buenos Aires en 1865. "En Francia, estudió en el Liceo de Borbón y en la Escuela Normal de París; dictó clases en Amiens y Versalles y, a los 24 años, obtuvo el doctorado en Letras en La Sorbona. Poco después se graduó como Licenciado en Ciencias Naturales en la Universidad de París. Luego de ejercer la docencia en otras instituciones francesas, en 1852 se trasladó a Montevideo, Uruguay, y más tarde se estableció en Entre Ríos, donde se dedicó a la daguerrotipia y a la agrimensura. En 1858 fue nombrado director del Colegio de San Miguel de Tucumán, donde desarrolló una obra renovadora de los sistemas pedagógicos. En 1860 se dedicó al periodismo, publicando proyectos de reglamentos sobre instrucción pública en diarios de la provincia de Tucumán. Por ofrecimiento del vicepresidente de la República, Marcos Paz, fue director y, años más tarde, rector del Colegio Nacional de Buenos Aires. En esa función transformó la enseñanza, introduciendo las nuevas ideas cientificistas que provenían de Europa y planeó la educación primaria, secundaria y universitaria. Fue un renovador de la enseñanza en la Argentina" (10).
Miguel Canè nos ha dejado en Juvenilia (11) testimonio de su admiración por Jacques. A las figuras del grotesco enfermero italiano y los temibles quinteros vascos, contrapone la grandiosidad del profesor, sìmbolo de la inmigraciòn anhelada por los hombres del 80. Destaca su loable acciòn académica: "El estado de los estudios en el Colegio era deplorable, hasta que tomó su dirección el hombre más sabio gue hasta el dia haya pisado tierra argentina. Sin documentos a la vista para rehacer su biografia de una manera exacta, me veo forzado a acudir simplemente a mis recuerdos, que, por otra parte, bastan a mi objeto. Amedèe Jacques pertenecìa a la generaciòn que al llegar a la juventud encontrò a la Francia en plena reacciòn filosòfica, cientìfica y literaria. La filosofía se había renovado bajo el espíritu liberal del siglo, que, dando acogida imparcial a todos los sistemas, al lado del cartesianismo estudiaba a Bacon, a Espinosa; a Hobbes, Gassendi y Condillac, como a Leibnitz y a Hegel, a Kant y a Fichte, como a Reid y Dugal-Stewart".
"De ahí había nacido el eclecticismo ilustrado por Cousin, sistema cuya vaguedad misma, cuya falta de doctrina fundamental, respondía maravillosamente a las vacilaciones intelectuales de la época. Jouffroy había abierto un surco profundo con sus estudios sobre el destino humano, algunas de cuyas páginas están impregnadas de un sentimiento de desesperanza, de una desolación más profunda, alta y sincera que las paradojas de Schopenhauer o los sistemas fríamente construidos de Hartmann. Maine de Biran dejaba aquellas observaciones sobre nuestra naturaleza moral, que admirarán siempre como los grandes caracteres de Shakespeare. Villemain hacía cuadros inimitables de estilo y erudición; Guizot enseñaba la historia que Thiers escribía; la pléyade hacia versos, dramas y novelas; Delacroix, Scheffer y Gérome, pintura; Clésinger y Pradier, estatuaria; Lamartine, Berryer, Thiers, etcétera, discursos; Rossini, Méyerbeer, Halévy, música, y Arago, Ampere, Gay-Lussac, C. Bernard, Chevreuil, daban, a la ciencia vida, movimiento y alas. Amédée Jacques habíá crecido bajo esa atmósfera intelectual, y la curiosidad de su espíritu le llevaba al enciclopedismo. A los treinta y cinco años era profesor de filosofía en la Escuela Normal y había escrito, bajo el molde ecléctico, la psicología más admirable que se haya publicado en Europa. El estilo es claro, vigoroso, de una marcha viva y elegante; el pensamiento sereno, Ia lógica inflexible y el método perfecto. Hay en ese manual, que corre en todas las manos de los estudiantes, páginas de una belleza literaria de primer orden, y aún hoy, quince años después de haberlo leído, recuerdo con emoción los capítulos sobre el método y la asociación de ideas".
"Al mismo tiempo, el joven profesor se ocupaba en las ediciones de las obras filosóficas de Fenelón, Clarke, etcétera, únicas que hoy tienen curso en el mundo científico".
"Pero Jacques no era uno de esos espíritus frios, estériles para la acción, que viven metidos en la especulación pura, sin prestar oído a los ruidos del mundo y sin apartar su pensamiento del problema, como Kant, en su cueva de Koenigsberg, levantando un momento la cabeza para ver la caída de la Bastilla, y volviéndola a hundir en la profundidad de sus meditacioncs, como el fakir hindú que, perdido en la contemplación de Brahma y susurrando su eterno e inefable monosílabo, ignora si son los tártaros o los mongoles, Tamerlán o Clive, los que pasan como un huracán sobre las llanuras regadas por el río sagrado Jacques era un hombre y tenía una patria que amaba; quería que; como el espíritu individual se emancipa por la ciencia y el estudio, el espíritu colectivo de la Francia se emancipara por la libertad. Hasta el último momento, al frente de su revista La libertad de pensar, como al pie de la última bandera que flamea en el combate, luchó con un coraje sin igual".
"El 2 de diciembre, como a Tocquevillc, como a Quinet, como a Hugo, lo arrojó al extranjero, pobre, con el alma herida de muerte y con la visión horrible de su porvenir abismado para siempre en aquella bacanal".
Evoca el exilio del francés: "Tomó el camino del destierro y llegó a Montevideo, desconocido y sin ningún recurso mecánico de profesión; lo sabía todo, pero le faltaba un diploma de abogado o de médico para poder subsistir".
"Abrió una clase libre de física experimental, dándole el atractivo del fenómeno producido en el acto; aquello llamó un momento la atención".
"Pero se necesitaba un gabinete de física completo, y los instrumentos eran caros".
"Jacques los reemplazaba con una exposición luminosa y por trazados gráficos; fue inútil. La gente que allí iba quería ver la bala caer al mismo tiempo que la pluma en el aparato de Hood, sentir en sus manos la corriente de una pila, hacer sonar los instrumentos acústicos y deleitarse en los cambiantes del espectro, sin importarle un ápice la causa de los fenómenos. Dejaban la razón en casa y sólo llevaban ojos y oídos a la conferencia".
"Un momento Jacques fue retratista, uniéndose a Masoni, un pariente político mío, de cuyos labios tengo estos detalles. Florecía entonces la daguerrotipia, que, con razón, pasaba por una maravilla. Fue en ese época que llegó, en un diario europeo, una noticia muy sucinta sobre la fotografia, que Niepce acababa de inventar, siguiendo indicaciones de Talbot. Jacques se puso a la obra inmediatamente, y al cabo de un mes de tanteos, pruebas y ensayos, Masoni, que dirigía el aparato como más práctico, lleno de júbilo mostró a Jacques, que servía de objetivo, sus propios cuellos blancos, única imagen que la luz caprichosa había dejado en el papel. Pero ni la fotografía, que más tarde perfeccionaron, ni la daguerrotipia, que lc cedía el paso, como el telégrafo de señales al de electricidad, daban medios de vivir".
"Jacques se dirigió a la República Argentina, se hundió en el interior, casóse en Santiago del Estero, emprendió veinte oficios diferentes, llegando hasta fabricar pan, y por fin tuvo el Colegio Nacional de Tucuman el honor de contarlo entre sus profesores. Fueron sus discípulos los doctores Gallo, Uriburu, Nougués y tantos otros hombres distinguidos hoy, que han conservado por él una veneración profunda, como todos los que hemos gozado de la luz de su espíritu".
"Llamado a Buenos Aires por el Gobierno del General Mitre, tomó la dirección de los estudios en el Colegio Nacional, al mismo tiempo que dictaba una cátedra de física en la Universidad. Su influencia se hizo sentir inmediatamente entre nosotros. Formuló un programa completo de bachillerato en ciencias y letras, defectuoso tal vez en un solo punto: su demasiada extensión. Pero M. Jacques, habituado a los estudios fuertes, sostenía que la inteligencia de los jóvenes argentinos es más viva que entre los franceses de la misma edad y que por consiguiente podíamos aprender con menor esfuerzo".
"Era exigente, porque él mismo no se economizaba; rara vez faltó a sus clases y muchas, como diré más adelante, tomó sobre sus hombros robustos la tarea de los demás".
"Mis recuerdos, vivos y claros, en todo lo que al maestro querido se refiere, me lo representan con su estatura elevada, su gran corpulencia, su andar lento, un tanto descuidado, su eterno traje negro y aquellos amplios y enormes cuellos abiertos, rodeando un vigoroso pescuezo de gladiador".
"La cabeza era soberbia; grande, blanca, luminosa, de rasgos acentuados. La calvicie le tomaba casi todo el cráneo, que se unía, en una curva severa y perfecta, con la frente ancha y espaciosa, surcada de arrugas profundas y descansando como sobre dos arcadas poderosas, en las cejas tupidas que sombreaban los ojos hundidos y claros, de mirar un tanto duro y de una intensidad insostenible; la nariz casi recta, pero ligeramente abultada en la extremidad, era de aquel corte enérgico que denota inconmovible fuerza de voluntad".
"En la boca, de labios correctos, había algo de sensualismo; no usaba más que una ligera patilla que se unia bajo la barba acentuada y fuerte, como las que se ven en algunas viejas medallas romanas".
"M. Jacques era áspero, duro de carácter, de una irascibilidad nerviosa, que se traducía en acción con la rapidez del rayo, que no daba tiempo a la razón para ejercer su influencia moderadora. "No puedo con mi temperamento", decía él mismo, y más de una amargura de su vida provino de sus arrebatos irreflexivos. No conseguía detener su mano, y entre todos los profesores fue el unico al que admitíamos usara hacia nosotros gestos demasiado expresivos. Un profesor se había permitido un día dar un bofetón a uno de nosotros, a Julio Landivar, si mal no recuerdo, y éste lo tendió a lo largo de un puñetazo de la familia de aquel con que Maubreil obsequió a M. de Talleyrand; otra vez desmayamos de un tinterazo en la frente a otro magister que creyó agradable aplicarnos el antiguo precepto escolar; pero jamás nadie tuvo la idea sacrílega de rebelarse contra Jacques. Bajo el golpe inmediato solíamos protestar, arriesgando algunas ideas sobre nuestro carácter de hombres libres, etcétera. Pero una vez pasado el chubasco, nos decíamos unos a otros, los maltratados, para levantarnos un poco el ánimo. ‘Si no fuera Jacques!’… ;Pero era Jacques!".
Alfredo Cossón nació en París en 1820 y falleció en Buenos Aires en 1881. "Tras residir en Bolivia, llegó a la Argentina en 1854, con una máquina de daguerrotipo (primer proceso fotográfico de aplicación comercial). Vivió en Salta, Tucumán y Buenos Aires y dictó cursos de Historia y Geografía en el Colegio Nacional de Tucumán, que dirigía Amadeo Jacques. El 5 de octubre de 1871, el presidente Domingo F. Sarmiento lo designó miembro de la Comisión Nacional de Escuelas y participó activamente en el desarrollo de los planes de reforma educacional. Su Curso completo de Geografía fisica, politica e histórica de la República Argentina se convirtió en libro de texto obligatorio en los colegios. Precursor de la fotografía en el país, Cossón fue pionero del uso del daguerrotipo en Salta, técnica que había aprendido con Amadeo Jacques. Fue, además, rector del Colegio Nacional de Buenos Aires durante 16 años" (12).
Cané relata el recuerdo que un condiscípulo tiene de Cosson: "No hace mucho tiempo, al entrar en una oficina secundaria de la administración nacional, vi a un humilde escribiente cuyo cabello empezaba a encanecer, gravemente ocupado en trazar rayas equidistantes en un pliego de papel. Como tuve que esperar, pude observarle. Cada vez que concluía una línea dejaba la regla a un lado, sujetándola para que no rodara, con un pan de goma; levantaba la pluma, e inclinando la cabeza como el pintor que después de un golpe de pincel se aleja para ver el efecto, sonreía con satisfacción. Luego, como fascinado por el paralelismo de sus rayas, tomaba de nuevo la regla, la pasaba por la manga de una levita raída, cuyo tejido osteológico recibía con agrado ese apunte de negrura, la colocaba sobre el papel y con una presión de mano, serena e igual, trazaba una nueva paralela con idéntico éxito. Ese hombre, allá en los años de colegio, me había un día asombrado por la precisión de claridad con que expuso, tiza en mano, el binomio de Newton. Había repetido tantas veces su explicación a los compañeros más débiles en matemáticas que al fin perdió su nombre para no responder sino al apodo de ‘Binomio’. Le contemplé un momento, hasta que levantando e su vez le cabeza, naturalmente después de una paralela ‘réussie’, me reconoció. Se puso de pie, en una actitud indecisa; no sabía la acogida que recibiría de mi parte. Yo había sido nombrado ministro, no sé dónde!, !y él!… Me enterneció y lancé un: !!Binomio!! abriendo los brazos, que habría contentado a Orestes en labios de Pílades. Me abrazó de buena gana y nos pusimos a charlar".
"-¿Y qué tal, "Binomio", cómo va la vida?".
"-Bien; estuve,cinco años empleado en la aduana del Rosario, tres en la policía, y como mi suegro, con quien vivo, se vino a Buenos Aires, busqué aquí un empleo y en él me encuentro desde que llegamos".
"-¿Y las matemáticas? ¿Cómo no te hiciste ingeniero o algo así? Tú tenías disposiciones.."
"-Sí, pero no sabía historia".
"-Pero no veo, ‘Binomio’, la necesidad de saber si Carlos X de Francia era o no hijo de Carlos IX para hacer un plano".
"-Desengáñate, el que no sabe historia no hace camino. Tú eras también bastante fuerte en matemáticas; dime, cuantas veces, desde que saliste del colegio, has resuelto una ecuación o has pronunciado solamente la palabra "coseno"?
"-Creo que muy pocas, ‘Binomio’ ".
"-Y, en cambio (¡oh! !yo te he seguido!), en artículos de diario, en discursos, en polémicas, en libros, creo, has hecho flamear la historia. Si hasta una cátedra has tenido con sueldo, no es así?"
"-Si, ‘Binomio’ ".
"- Con que placer te oigo! ¡Ya nadie me dice ‘Binomio’ ! Y, sabes quien tuvo la culpa de que yo no supiera historia? Cosson, tu amigo Cosson, quien tenía la ocurrencia de enseñarnos la historia en francés".
"-No seas injusto, ‘Binomio’: era para hacernos practicar".
"-Convenido, pero no practica sino el que algo sabe, y yo no sabía una palabra de francés. Así, la primera vez que me preguntó en clase, se trataba de un rey cuyo nombre sirvió mas tarde de apodo a un correntino que para decirlo estiraba los labios una vara. Era muy difícil".
"-Ya me acuerdo: Tulius Hostilius".
"-Eso es:. quise pronunciarlo, la clase se rió, creo que con razón, porque, a pesar de habértelo oído, no me atrevería a repetirlo; yo me enojé, no contesté nunca y por consiguiente no estudié historia. ¡Animal! Así, mi hijo, que tiene seis años, empieza a deletrear un Duruy. No hay como la historia, y sino, mira a todos los compañeros que han hecho carrera" (13).
"La vida y obra del padre Salvaire es desde hace tiempo motivo de estudio de monseñor Dr. Juan Guillermo Durán. Apasionado y comprometido con el tema, ha emprendido una cuidadosa investigación recurriendo a archivos de distinta naturaleza para dar cuerpo a dos de los tres volúmenes dedicados a su figura". El obispo se refirió en una entrevista a la personalidad que nos ocupa: "Salvaire llega en octubre en 1870, año de la fiebre amarilla. Viene destinado por la congregación de los padres lazaristas como docente al colegio San Luis Rey de Francia, en Buenos Aires, ubicado entonces en lo que es hoy Paraguay y Libertad, al lado de la Iglesia de las Victorias. Cuenta con 24 años y recién ordenado ha venido de Francia para comenzar sus tareas en el colegio como docente. En 1872, dos años después de llegar, cuando el arzobispo de Buenos Aires, monseñor León Federico Aneiros, le encarga a los padres lazaristas la atención del Santuario, el padre Salvaire pasa a Luján hacia fines de ese año. El primer párroco de los padres lazaristas es el padre Eusebio Fréret; entonces Salvaire ayuda a Fréret en la parroquia y comienza a desarrollar su actividad en Luján, en el Santuario, con la atención pastoral; repara también en la necesidad de restauración del antiguo templo de Lezica y Torrezuri, sobre todo la cúpula, y comienza a trabajar con el tema del hospital, la posibilidad de un colegio y demás. Un año y medio más o menos el padre está trabajando en Luján, hasta que en diciembre de 1873 recibe una carta del provincial de los padres lazaristas donde se le comunica que la congregación lo destina al trabajo misionero con los indios en Azul".
"Se forma un primer equipo compuesto por el padre Juan Fernando Meister y Salvaire, dos lazaristas que en enero de 1874 se instalan en Azul para intentar evangelizar la tribu de Cipriano Catriel, acantonada desde hace muchos años entre Azul y Olavarría, en torno al Cerro Negro, en un campo de aproximadamente 60 mil hectáreas que había donado a la tribu Juan Manuel de Rosas".
"Un grupo de indios vivía ya en Azul, más inculturados, que eran indios de Catriel y de dos caciques menores que son Cachul y Mayca, formando una especie de barrio indígena del otro lado del arroyo Azul, camino a Tapalqué, en lo que se llamó y hasta hoy conserva el nombre de Villa Fidelidad, que es un repartimiento de pequeñas chacras que hizo el general Escalada".
"Entonces, los padres tienen en Azul a un grupito de indios que viven en Villa Fidelidad -incluso Catriel tiene casa en Azul-; así que cerquita de Villa Fidelidad instalan su escuelita para niños indígenas y la capilla. El padre Salvaire cada 15 días o a veces todas las semanas, visita los ranchos, los toldos del Cerro Negro".
"Para comprender un poquito estos libros que yo he dedicado al padre Salvaire, es necesario tener en cuenta esto. El primer libro de la trilogía que voy a dedicar al padre, rescatando momentos fundamentales de su vida hasta su muerte, se editó en 1998 y lleva por titulo El padre Jorge María Salvaire y la familia Lazos de Villa Nueva. Un episodio de cautivos en Leubucó y Salinas Grandes. Transcurre entre 1866, que es cuando el malón toma cautivos a doña Jacinta Rosales de Lazos y a sus cinco hijos en Villa Nueva, Córdoba, cerquita de Villa María, y son llevados a Leubucó por los ranqueles, hasta l875 cuando el padre Salvaire visita las tolderías de Namuncurá. El primer tomo es la relación entre Salvaire y esta familia, porque Jacinta Rosales es liberada con un hijo que tiene en las tolderías en 1874 por el padre Donati; ella vuelve a su pueblo, Villa Nueva y ahí comienza las gestiones para rescatar a sus cuatro hijos, dos mujeres y dos varones. Precisamente, doña Jacinta Rosales, sus hijos y el padre Salvaire son recordados en un placa colocada en la Basílica, con motivo del centenario del padre Salvaire".
"Doña Jacinta, ayudada por vecinos de Villa Nueva viaja a Buenos Aires en busca de fondos para poder rescatar a sus hijos, y a través de una persona amiga de monseñor Aneiros, el vicentino José María Lozano, logra ponerse en comunicación con el padre Salvaire en Azul. Y entonces Aneiros le pide a Salvaire si alguno de los dos misioneros podría hacer el viaje a Salinas Grandes. Con él se podrían cumplir tres objetivos: rescatar los hijos de esta mujer y otros cautivos, en la medida que hubiese fondos: los indios no pedían dinero, sino trueque, objetos, por el valor equivalente a determinada cantidad de dinero, como platería, talabartería, yeguas, vacas, etc. Ese sería el primer objetivo por el cual se invita a los misioneros a ver si se animan a viajar a las tolderías de Namuncurá en Chilhué, ubicadas a 750 kilómetros de Azul, entre lo que es hoy la ciudad de Macachín y General Acha. Segundo, para que el misionero hablara con Namuncurá y lo aconsejara que firmara cuanto antes un tratado de paz, porque si no la solución armada -que es la que finalmente se llevó a cabo-, se iba a precipitar; y tercero, para que Namuncurá, como un modo de salvar un poco a la tribu, aceptara la presencia de un misionero en señal de protección".
"Cuando llega la carta del arzobispo Aneiros, entre los dos misioneros deciden que irá Salvaire, que era más joven y hablaba mejor el castellano que el padre Meister, que era alemán y apenas lo hablaba. Además, Salvaire tenía interés y ya había aprendido a expresarse en araucano, así que es él quien realiza el viaje".
"El primer tomo sería la radicación de los misioneros en Azul, el comienzo del trabajo con la tribu de Catriel y el viaje de octubre de 1875 a Salinas Grandes. El valor del libro reside además, en que por primera vez se publica su diario y apuntes sobre el viaje de Azul a Salinas Grandes. El libro está trabajado a partir del archivo del padre Salvaire".
"El segundo tomo se inicia con el regreso del padre a Azul en noviembre, después de un viaje de aproximadamente 23 días, cuando logra traer a tres de los hijos -uno había escapado a Bahía Blanca y después se reencuentra en Villa Nueva con su madre- y otros seis cautivos más. Allí permanece trabajando con los indios de Catriel a la espera de que Namuncurá diga sí a la invitación del misionero, porque le dijo que lo iba a pensar. El segundo tomo se llama En los Toldos de Catriel y Railef. La obra misionera del Padre Jorge María Salvaire en Azul y Bragado, y es el estudio detallado de los dos años de misión del padre Salvaire y Meister en Azul y un viaje que hizo Salvaire para misionar en los meses de julio, agosto y parte de septiembre en Bragado, en la tribu, también acantonada, del cacique José María Railef".
"Ellos, tristemente, tuvieron que dejar la misión de Azul en febrero l876 por haberse quedado sin indios: en la Navidad de diciembre de 1875, Azul es asolado por un malón que llega hasta Benito Juárez, Tapalqué, que se llama el Malón Grande por su magnitud. Los indios permanecen 12 o 13 días en la zona del Azul saqueando estancias, quemando y tomando cautivos, y Namuncurá logra que Juan José Catriel, que es el cacique porque a Cipriano lo asesinaron en noviembre del `74, se subleve contra el gobierno -en ese momento era presidente Avellaneda y ministro de Defensa Adolfo Alsina-, deje Azul con toda la tribu y se vaya al monte pampeano. Entonces los misioneros, de pronto se encuentran sin indios ya que Juan José Catriel no quiso tampoco que los misioneros siguieran a la tribu. Es así como los padres Meister y Salvaire en febrero dejan Azul. Salvaire pasa a Luján otra vez en 1876, y trae el propósito de cumplir el voto que le había hecho a la Virgen cuando su vida corrió peligro en las tolderías, en su viaje de octubre, noviembre de 1875. Ante un serio peligro de muerte, prometió que si la Virgen intercedía por su vida escribiría la historia, contribuiría a la difusión del culto e intentaría construir un nuevo santuario que reemplazaría al de Lezica y Torrezuri. Ahí comienza el tercer tomo que estoy tratando de construir y que llevaría el titulo El Padre Jorge Maria Salvaire en Luján. Cura y capellán del Santuario. Ahí reconstruiremos el momento en que escribe la historia de la Virgen de Luján que publica en 1884 en dos tomos, las gestiones del padre para comenzar la construcción del nuevo santuario, su viaje a Europa para lograr la coronación pontificia de la Imagen, la colocación de la piedra fundamental del Santuario, cuando es nombrado párroco hasta su fallecimiento, el 4 de febrero de 1899. Serían tres libros que abarcarían la vida de Salvaire en la Argentina, desde su llegada, como docente, misionero y luego cura y capellán de Luján".
"Yo me propongo estudiar de manera científica su vida porque creo que se dan las características fundamentales en su personalidad sacerdotal como para introducir su causa de beatificación. Eso es lo que quiero demostrar, sobre todo en el tercer tomo; después habría que ver quién asumiría el proceso de iniciar la causa. Yo creo que sí. El padre tiene suficientes virtudes como para ser considerado santo. Pero todo tiene un proceso; primero es necesario que alguien asuma el estudio científico y serio de su vida. El perfil de su vida sacerdotal y sus virtudes hacen pensar de que vivió de tal manera la hondura del Evangelio, su compromiso, su gran amor a la Virgen. Eso posibilitaría intentar introducir el proceso de beatificación, que tiene diversas instancias: primero sería aquí en la Argentina y después una segunda instancia en Roma. Como ejemplo, le comento que una de las causas por las que está demorado el proceso de beatificación del cura Brochero es porque no había escrito una buena base histórica, hubo que rehacer todo. Para evitar eso, he tratado de presentar a quienes tienen que estudiar luego el caso, una panorámica de la vida de él, demostrando que existen posibilidades" (14).
En 1884, en el periòdico Sud Amèrica se publica como folletìn La gran aldea Costumbres bonaerenses (15), obra que Lucio V. Lòpez dedica a Miguel Canè, su "amigo y camarada".
En esta obra aparecen franceses –tenderos y clientas-, vistos desde la perspectiva de un escritor que añora un pasado que no volverà. Lòpez compara a los tenderos de antaño con los del presente: "¡Y què mozos! ¡Què vendedores los de las tiendas de entonces! Cuàn lejos estàn los tenderos franceses y españoles de hoy de tener la alcurnia y los mèritos sociales de aquella juventud dorada, hija de la tierra, ùltimo vàstago del aristocràtico comercio al menudeo de la colonia".
Recuerda a uno de aquellos tenderos criollos: "Entre los prìncipes del mostrador porteño, el màs cèlebre, sin disputa, era don Narciso Bringas: gran tendero, gran patriota, nacido en el barrio de San Telmo, pero adoptado por la calle del Perù como el rey del mostrador. No habìa mostrador como el de aquel porteño: todo el barrio junto no era capaz de desdoblar una pieza de madapolàn y de volverla a doblar como don Narciso; y si la piràmide misma le hubiera querido disputar su amor a Buenos Aires, a la piràmide misma le habrìa disputado ese derecho".
Describe la estrategia del tendero para dirigirse a su clientela: "Don Narciso subìa o bajaba el tono segùn la jerarquìa de la parroquiana: dominaba toda la escala; poseìa toda la preciosidad del lenguaje culto de la època y daba el do de pecho con una dama para dar el sì con una cocinera".
"Los tratamientos variaban para èl segùn las horas y las personas. Por la mañana se permitìa tutear sin pudor a la parda o china criolla que volvìa del mercado y entraba en su tienda. Si la clienta era hija del paìs, la trataba llanamente de hija; hija por arriba e hija por abajo. Si èl distinguìa que era vasca, francesa, italiana, extranjera, en fin, iniciaba la rebaja, el ùltimo precio, el ‘se lo doy por lo que me cuesta’, por el tratamiento de madamita. ¡Oh!, ese madamita lanzado entre 7 y 8 de la mañana, con algunas cuantas palabras de imitaciòn de francès que èl sabìa balbucir, era irresistible. Durante el dìa, los tratamientos variaban entre hija e hijita, entre tù y usted, entre madamita y madama, segùn la edad dela gringa, como èl la llamaba cuando la compradora no caìa en sus redes".
Eugenio Cambaceres era "hijo del químico francés Antonino Cambaceres, establecido en el país desde 1883 a instancias de Juan Larrea, y nieto del personaje de igual nombre que durante la Revolución Francesa presidiera la Convención. Una vez en la Argentina Antonino Cambaceres invirtió la regular fortuna heredada del padre en la compra de campos y pronto se transformó en poderoso estanciero".
La novela En la sangre "comienza a publicarse en forma de folletín en el Sud-América el lunes 12 de setiembre de 1887 y continúa apareciendo en forma ininterrumpida hasta el viernes 14 de octubre. Ya el sábado 15, en la Sección Noticias, se anuncia su aparición en un volumen de 300 páginas impreso en los mismos talleres del diario" (16).
En esa obra, Cambaceres relata: "Existía en la calle Reconquista, entre Tucumán y Parque, un llamado ‘Café de los Tres Billares’, cuya numerosa clientela en gran parte era compuesta de hijos de familia, empleados públicos, dependientes de comercio y estudiantes de la Universidad y de la Facultad de Medicina. Su dueño, un bearnés gordo, ronco, gritón, gran bebedor de ajenjo, pelado a la mal content e insigne disputador de achaques en historia guerrera y de política, tenía, leguleyo a medias él mismo, una predilección marcada por los últimos. Iba, en su profundo amor a la ciencia representada para él por el gremio estudiantil, hasta hacer crédito a sus miembros de la hora de la mesa y del chinois en épocas adversas de pobreza" (17).
En Adán Buenosayres, de Leopoldo Marechal, tres personajes discuten acerca de la nacionalidad de unos rufianes. Un personaje afirma: "¡Esos caften son marselleses! (…) y juró que los había visto a montones en las casas del ramo, con sus galeritas melón, sus bigotes mediterráneos y sus pesadas cadenas de oro". Otro personaje sostiene que son polacos, y un tercero, que son rumanos. Doña Venus emite un "fallo inapelable", cuando dice "De todo hay, como en botica" (18).
En Frontera Sur, Horacio Vázquez-Rial describe la llegada a la Argentina de Carlos Gardel y su madre: "Adormilada por el traqueteo del carro y la monotonía del paisaje, Berthe recordaba el agua espesa del río. Charles dormía, envuelto en una manta no muy limpia, encima de la carga informe del vehículo". El hijo "era robusto, algo grueso, de piel muy blanca y pelo recio, y tenía una voz clara y redonda. Seguramente, era menor de lo que parecía" (19).
Mauro Apicella señala que "Tras la muerte de Gardel se conocieron el testamento –hasta entonces guardado en una caja de seguridad del Banco de Boston-, su nombre verdadero, Charles Romuald Gardes, la fecha y el lugar de su nacimiento. Con la investigación que de allí se desprende se descubre en Toulouse su certificado de bautismo y en el Hospital de la Greve su partida de nacimiento" (20).
Godofredo Daireaux es el autor de "Matufia", cuento en el que aparece un personaje francés: "Después del confortable almuerzo, se fue don Narciso a siestear, y se sentaron a la sombra de los preciosos aromas que rodeaban la estancia de don Carlos Gutiérrez, hacendado de la vecindad, don Julio Aubert, francés acriollado y mayordomo de una gran estancia vecina y un vasco, ovejero rico de por allá, que llegado a comprar carneros, a la hora de almorzar, había sido convidado por el dueño de casa" (21).
"La escalinata de mármol (1852)" es uno de los cuentos de Misteriosa Buenos Aires, de Manuel Mujica Láinez. Lo protagoniza Monsieur Benoit, de quien se dice que era en realidad Luis XVII. En sus postreros instantes, el francés recuerda su vida: "¿Cuánto dibujó! ¡Cuántos planos nacieron bajo sus dedos hábiles! Desde que llegó a la Argentina, en 1818, no cesó de dibujar. Dibujó flores y animales extraños para el naturalista Bonpland; dibujó bellas fachadas para el Departamento Topográfico: edificios neoclásicos con frontones y columnatas, proyectos de canales, de muelles, de puentes, un mundo fantástico surgió de su pluma finísima, en la trabazón aérea de las cúpulas, de las torres, de los arcos. Antes, en Francia, había sido marino. Sirvió en las cañoneras del Emperador y en las goletas del Rey. Antes estuvo en muchas partes, en las Antillas, en Oriente, en Inglaterra, en Calais… Antes… antes había una terrible enfermedad, dolores agudos, una neblina que le sofocaba… Por más que se afanara en despejar las sombras que envolvían a su infancia, nada conseguía ver. Sin duda aquella enfermedad esfumó su memoria. Lo único que como un solitario peñón emergía en mitad del lago negro, era la escalinata de mármol" (22).
En "El piola", Adolfo Pérez Zelaschi presenta a un individuo que se quiere hacer pasar por francés: "Monsieur Gastón lo esperaba en un barcito cercano, donde la mayoría de los clientes se ocupaban más o menos de lo mismo, en mayor o menor escala, muchos de ellos como simples comisionistas de ignotos monarcas del mercado negro que operaban desde lejos, más allá del bien y del mal. Otros parecían trabajar por su cuenta, como este indescifrable Gastón, que se hacía pasar por francés acentuando algunas oes, pero que quizás era griego, o persa, o portugués. Vestía siempre anónimos trajes grises y usaba un eterno bastón, a tal punto que los iniciados lo llamaban también Monsieur Bastón. Según era fama, a veces lo había manejado con destreza en el azaroso curso de su actividad" (23).
El ingeniero civil Alfredo Ebelot nació en Saint Saudens en 1837 y falleció en Toulouse en 1929. "Secretario de redacción de la Revue des Deux Mondes, publicación francesa dedicada a Europa y América, se radicó en Buenos Aires en 1871. En 1875 dirigió la construcción de la llamada ‘zanja de Alsina’, pensada por el ministro Adolfo Alsina para contener a los malones indígenas. Posteriormente acompañó al general Julio A. Roca en la Conquista del Desierto" (24).
Ebelot es el protagonista de "El francés de la zanja", cuento de María del Carmen García, quien escribe: "El ingeniero Alfredo Ebelot llegaba con su andar de trancos largos, sombrero de fieltro curiendo su rubia y rizada cabellera, botas altas y un poncho pampa cubriendo el hombro izquierdo. El francés se sumaba con frecuencia a beber unas ginebras y a oír y narrar los avatares de un día más en ese confín del mundo en América. Lo había contratado el ministro Alsina, al que conoció en una cena en casa de alguna de las familias distinguidas de Buenos Aires.Su conversación franca y sencilla, su prodigiosa imaginación y sobre todo su espíritu de aventura, convencieron al ministro de Avellaneda de que ése era el hombre indicado para realizar su absurda cruzada contra el indio: la construcción de una gran fosa de cien leguas de extensión que detuviera las incursiones de los malones que asolaban fortines y pioneros. Partiría desde Bahía Blanca y sería completada con la construcción de ochenta fortificaciones. Alsina, enfermo y exaltado, deseaba sellar con una gran obra sus funciones como ministro de guerra" (25).
En su poema "En el día de la recolección de los frutos", Alfredo Bufano canta a la inmigración francesa: "Salud, hijos de las Galias gloriosas/ que sabéis abrir surcos y leer a Ronsard,/ hijos de aquella tierra que oyó la voz de Hugo/ y que derrama pródiga su vasta claridad./ ¡Salud, hijos del Arco de Triunfo, hijos magníficos/ de la sabiduría y de la libertad ¡" (26).
En el tango "Madame Ivonne", escribe Enrique Cadícamo: " Era la papusa del Barrio Latino/ que supo a los puntos del verso inspirar…/ pero fue que un día llegó un argentino/ y a la francesita la hizo suspirar.//Madam Ivonne,/ la cruz del sur fue como un signo…/ Madam Ivonne,/ fue como el sino de tu suerte…/ Alondra gris,/ tu dolor me conmueve;/ tu pena es de nieve/ Madame Ivonne" (27).
César Fernández Moreno es el autor del poema "Argentino hasta la muerte", en el que se refiere a su condición de descendiente de franceses: "a buenos aires la fundaron dos veces/ a mí me fundaron dieciséis/ ustedes han visto cuántos tatarabuelos tiene uno/ yo acuso siete españoles seis criollos y tres franceses/ el partido termina así/ combinado hispanoargentino 13 franceses 3/ suerte que los franceses en principe son franceses/ si no que haría yo tan español" (28).
En ¡Al campo!, comedia en tres actos de Nicolás Granada, aparece una modista francesa de 15 años. La joven habla castellano con dejos de francés, como se podrá observar en estas frases: "Pardon, monsieur, pero yo no tieng la culp…", "Merci, monsieur… La otr companier viendrá luego a probar los vestids de las senioras", "Sí, monsieur, los vestids de conciert" (29).
Armando Discépolo y Rafael José De Rosa son los autores de Mustafá. En ese sainete, estrenado en 1921, don Gaetano destaca el clima amistoso del conventillo, en el que viven franceses: "E lo lindo ese que en medio de esto batifondo nel conventillo todo ese armonía, todo se entiéndano: ruso co japonese; francese con tedesco; italiano co africano; gallego co marrueco. ¿A qué parte del mondo se entiéndono como acá: catalane co españole, andaluce co madrileño, napoletano co genovese, romañolo co calabrese? A nenguna parte. Este e no paraíso. Ese ne jauja. ¡Ne queremo todo!" (30).
Aller simple: Tres Historias del Río de la Plata se estrenó en video en Buenos Aires en 1998, en el cine Cosmos. Es una coproducción francoargentina de 1994, de 82 minutos de duración, codirigida por los franceses Noel Burch y Nadine Fischer y el uruguayo Nelson Scartaccini –a quien pertenece la idea original-, presentada por la productora Cine-ojo, de Marcelo Céspedes y Carmen Guarini.
Acerca de este film, escribió Diego Lerer: "El documental ficción es un registro que pocas veces encuentra salida comercial en la Argentina. Es por eso que el estreno en video de Aller Simple: Tres historias del Río de la Plata, un filme que indaga en las peripecias de la inmigración en la Argentina y el Uruguay, es motivo de celebración".
"Aller Simple (Pasaje de ida) elige un peculiar sesgo narrativo para adentrarse en esta larga historia. La cámara se planta fija en una calle cualquiera de Buenos Aires y vemos pasar gente mientras una voz describe la dura situación económica que atraviesa el país, haciendo pie en el peso de la deuda externa sobre cada uno de los argentinos. En un momento, la cámara se detiene y quedan tres rostros, elegidos al azar, que nos enfrentan. Dos hombres y una mujer. A partir de esas caras, la película se adentra en las ficticias historias familiares de cada una".
"Presuponen, los realizadores, que uno es francés, el otro italiano y la tercera española. Y arman mediante fotografías de época, películas históricas del cine argentino (como Pampa bárbara y Su mejor alumno) y material documental antiquísimo, una suerte de rompecabezas de la inmigración en la Argentina en el siglo que va de 1830 a 1930. Aller simple presenta, una por una, las historias familiares. La del francés, que se convirtió en un rico integrante de la Sociedad Rural; el italiano, que se fue al Uruguay y le costó levantar cabeza pese a la solidez económica comparativa de ese país respecto del nuestro; y, por último, la española, que se integró a la clase media cuentapropista poniendo una carnicería".
"Si bien hay que tener en cuenta que es un material francés y no puede dar ningún dato como presupuesto, a la película no la favorece su excesivo didactismo y su algo arquetípico dibujo del trío de historias (reflejando, cada una, una diferente clase social y una distinta extracción política). Allí donde debería soltar la imaginación que ha puesto en la selección del material visual, la película prefiere ceñirse al tono educativo, casi de material escolar".
Pero aún así, es un material de alto interés, que consigue amalgamar –y esto es su mérito más interesante- las pequeñas historias con la gran historia, las penurias económicas individuales con los grandes eventos sociales y políticos de ese siglo. La historia de la familia francesa, italiana y española es modificada por acciones como la guerra de la Triple Alianza, la Campaña del Desierto, la llegada del radicalismo, la gran crisis del 29 y el golpe militar del ’30".
"El gran mérito del filme, sin embargo, está en conseguir que el espectador se identifique, que ‘suspenda la incredulidad’ que propone la ficción, cuando en realidad sólo está viendo una narración de fotografías y textos fílmicos ajenos y jamás accede a los rostros cuyas historias se están contando. Acaso, porque la historia (la pequeña) se permite jugar con la Historia (la grande) de una manera provocadora y, por momentos, ambigua".
"Aller simple, codirigida por un uruguayo (Nelson Scartaccini) y dos franceses (Noel Buch y Nadine Fischer), es una presentación de la productora Cine-Ojo, de Marcelo Céspedes y Carmen Guarini, los responsables de Jaime de Nevares: último viaje y La noche eterna. Y se inscribe en la misma búsqueda social que la mayoría de sus filmes propone: encontrar las raíces profundas de lo que damos, cotidianamente, por supuesto. Así, detrás de ese plano de tres rostros que cruzan una tarde cualquiera una calle de Buenos Aires, puede esconderse la historia de un país" (31).
Ricardo García Olivieri considera que la película "se engalana con un portentoso trabajo de montaje a partir de una no menos notable búsqueda de imágenes. Entre tantos documentos, no son menos valiosas algunas ficciones de la época de oro del cine argentino: así Francisco Petrone en Pampa bárbara (se entera con desagrado que debe transportar mujeres a la frontera) y Angel Magaña en plena batalla de Curupaytí en Su mejor alumno. El filme va de sorpresa en sorpresa y salta permanentemente de un personaje a otro y de época en época. Al final, imágenes de la Buenos Aires actual, llena de gente. El narrador dice: ‘Y allí están los descendientes, esperando que Menem cumpla las promesas que llevaron hasta allí a sus antepasados’. Y, sí, hacerse la América nunca fue fácil" (32).
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Así vivieron los franceses en la Argentina. En la opulencia o en las condiciones más precarias, con formación académica o sin ella, se forjaron un destino en el país que los recibió.
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- Sourigues, Carlos: "Los colonos", en Vernaz, Celia E.: La Colonia San José. Santa Fe, Ediciones Colmegna, 1991.
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- García, María del Carmen: Cuentos de criollos y de gringos, en colaboración con Fanny Fasola Castaño. Buenos Aires, Editorial Vinciguerra, 1996.
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- Cadícamo, Enrique: "Madame Ivonne", en Varios autores: Tangos antología Volumen 2. Buenos Aires, CEAL, 1981.
- Fernández Moreno, César: "Argentino hasta la muerte", en Varios autores: La poesía argentina. Buenos Aires, CEAL, 1979.
- Granada, Nicolás: ¡Al campo!, en Varios autores: El teatro argentino 3.Afirmación de la escena nativa. Buenos Aires, CEAL, 1980.
- Discépolo, Armando y De Rosa, Rafael: Mustafá, citado en Páez, Jorge: El conventillo. Buenos Aires, CEAL, 1970.
- Lerer, Diego: "Tres caras de la historia", en Clarín, Buenos Aires, 4 de julio de 1998.
- García Olivieri, Ricardo: "Un documental de excepción", en Clarín, Buenos Aires, 31 de julio de 1997.
Trabajo enviado por
María González Rouco
Licenciada en Letras UBA, Periodista profesional matriculada