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Descripción mágico-médica de la lepra desde la antigüedad al S. XVIII (página 2)


Partes: 1, 2, 3

Aunque tsara´ath se suele interpretar por lepra, tsara´ath ha-metsah es la lepra leonina.

El hecho de curar la tsara´ath en días o semanas indica que no siempre se trataba de lepra.

También se hace distinción en los textos bíblicos entre tsarúa (luético o bejel, frambesia o pinta) y metsorá (leproso). Los griegos conocieron la verdadera lepra y la describieron con el nombre de elefantiasis, debido a la deformación facial producida por esta enfermedad, cuyos nódulos o lepromas, al ir creciendo y confluyendo, recordaban el aspecto de la piel del elefante.

Luego, cuando los árabes comienzan a hacer traducciones de los autores griegos, surge la segunda confusión al interpretar la palabra elefantiasis por «Dal-Fil» que significa «pata de elefante».

De aquí que hayan surgido en la historia de la Medicina términos diferentes para designar a la verdadera enfermedad de Hansen: elefantiasis graecorum y elefantiasis arabum.

Los hebreos usan la palabra juzam para describir la elefantiasis griega o lepra moderna y juzam será traducida al latín por medio de la palabra griega lepra, la misma palabra usada por los antiguos griegos para designar una serie de diversas lesiones de la piel.

Lucrecio y Celso harán el distingo entre elefantiasis graecorum o elefantiasis de los griegos y lepra graecorum, o sea psoriasis y enfermedades afines.

Poco a poco el sonoro nombre de lepra fue reemplazando al no menos sonoro, pero más largo de elefantiasis graecorum, y hoy tiene carta de naturaleza.

ANTIGÜEDAD DE LA LEPRA

Estudiando los textos antiguos de las diversas culturas de Oriente, se ha podido observar y anotar descripciones de esta enfermedad ya en documentos tan antiguos como el Papiro Brugsch (2.400 a.C.).

Por su parte las obras de Susruta, en la India (Susruta Samhita), y Charaka, dos de los más famosos médicos hindúes (500-100 a.C.), ya mencionan una enfermedad infecciosa, una de cuyas variedades producía la «pérdida del sentido del tacto», clara alusión a la lepra anestésica.

En China se la menciona en varios Pen-tsaos y en los Anales de Confucio (600 a.c.). El antiguo Testamento (Pentateuco, Levítico) establece el concepto de leproso.

Tomando en cuenta la antigüedad de cada uno de los testimonios documentales, una primera impresión parece demostrar que desde tiempos muy remotos fue conocida en Egipto y Oriente (Mesopotamia e India), más tarde aparece por un lado en China y Japón y el Occidente en Grecia, la Península Itálica y Norte de Africa, y ya en la Edad Media se extenderá por toda Europa.

Pero puntualicemos más detalladamente esta primera impresión.

Los Vedas de la India recogen ideas y tradiciones orales muy antiguas que se remontan hasta 6.000 a.C.

Ya en los Vedas se puede observar la idea de lepra, la idea de la existencia de esta enfermedad en Asia en tiempos muy remotos.

La medicina hindú conoció la lepra verdadera y su atención médica con métodos que podemos calificar de «modernos», esto en una época en que aún no se tenía noticia de ella en Grecia, o al menos no existe constancia documental, ya que no existen fuentes escritas con esa antigüedad en Europa.

En el Atarva-Veda y en el Manava Darma Castra, se describen los síntomas de la lepra verdadera (1500 – 500 a.C.) recomendándose diversas medidas profilácticas contra esta enfermedad. En el Susruta Samhita (600 – 100 a.C.) se cita la lepra con el nombre de Vat-Rakta, Vat-Shomita y Kushta, recomendándose para su curación el aceite de chaulmoogra.

En la India se conocía desde esa gran antigüedad la palabra kushta que englobaba una gran cantidad de enfermedades cutáneas entre las que predomina la enfermedad de Hansen.

En China existió desde tiempo muy antiguos un término, li o lai que englobaba lesiones de piel también muy variadas desde el psoriasis al prurigo y eczema, y posiblemente la lepra.

También en sánscrito existe la palabra kilasa con la que se designa la leucodermia.

En los viejos textos chinos como el Shan-Han-Lun y el Kun-Yin-Chen-Sien-Chuan se describe una enfermedad que cubre el cuerpo con úlceras con aspecto y olor repugnantes. No menos de 15 palabras chinas se han identificado para designar lesiones de la piel compatibles con lepra. Los más aparentemente significativos son los citados términos li y lieh, lieh-Fang y Wu-chi, que aún siguen utilizándose para designar la lepra.

En los textos chinos, además de las descripciones de la lepra, se trata ésta con purgantes, diaforéticos y arsénico.

Se dice que uno de los discípulos de Confucio, de nombre Pe-Nieu, murió a causa de la lepra.

La crónica de la dinastía Chu contiene una detallada descripción de la lepra verdadera.

Hua-To, el famoso médico-cirujano chino que fue decapitado por uno de los emperadores chinos, que pensó que le quería matar al recomendarle para su curación una trepanación craneal, en el año 190 a.C., en su obra «Remedios secretos completos», hace una descripción minuciosa de la lepra y sus formas, detalla las lesiones nodulares, la ronquera, la anestesia y la contagiosidad del mal, así como la influencia de la falta de higiene, la suciedad, la superpoblación, la promiscuidad y el contacto prolongado.

Entre malayos e indonesios, la palabra que designa a la lepra es kusta.

Es interesante hacer notar que esta palabra no es de origen malayo, sino un préstamo cultural hindú.

Con la invasión hindú y el hinduismo, penetró en estas islas también la lepra a la que se dio el nombre que ellos no tenían, el de kusta, que es la forma suavizada de kushta.

En Japón su antigüedad es de varios siglos y las fuentes documentales más antiguas ya la designan con el nombre de tsumí.

En Angkor (Camboya) se han hallado bajorrelieves en las ruinas de algunos de los templos que representan evidentes lesiones mutilantes y deformantes de lepra.

En Mesopotamia, entre asirios, babilonios, acadios, elamitas y sumerios, se usó la palabra saharsubbu e isurbaa para significar «cuerpo cubierto de costras», plagado y también cubierto de polvo, pero además se conoció la palabra eqpu para designar una enfermedad que destruía cara y cuerpo, contaminaba al paciente y le hacía impuro y horrible a la vista de los demás, era la lepra, el peor castigo que los dioses podían enviar al hombre.

La palabra bennu en Mesopotamia también se usó para designar la lepra.

Ya Herodoto, el gran historiador y viajero, había observado durante sus viajes por Persia, que ciertas personas que sufrían esta enfermedad, que los llenaba de pústulas y les daba mal aspecto, eran aislados fuera de las ciudades.

Eran probablemente leprosos unas veces y otras enfermos de dermatosis o dermatopatías en general o infecciones cutáneas diversas.

Herodoto, que escribe 170 años antes de Jesucristo, considera a la India como el lugar de donde procede la lepra.

Antes que él, Ctesias, que fue también un gran viajero griego (s. V a.C.), sustenta esta misma teoría.

En Egipto, el papiro de Ebers (1300-1000 a.C.), además del de Brugsch citado, que recoge muy antiguos conocimientos de Egipto, describe la lepra en sus formas tuberculoide y lepromatosa, con los nombres de tumores de Chous y mutilaciones de Chous.

LA ENFERMEDAD-PECADO

Desde un punto de vista antropológico, el origen de la enfermedad, de las enfermedades en general, es atribuido por las diversas culturas a varias causas:

1. Ofensa a la divinidad.

2. Ofensa a los antepasados en cierto modo deificados.

3. Hechicería o malas artes de una persona con poderes para ello.

4. Transgresión de un tabú o prohibición cultural.

5. Penetración de un cuerpo extraño, visible o invisible.

6. Rapto del alma.

7. Causas sobrenaturales en general.

8. Causas naturales.

En el Ayurveda se describen 18 variedades de lepra, considerando que una es de origen venéreo, otra por ser cruel por los animales, otra producida por haber ofendido a los padres, a los antepasados o a las divinidades, por causa de picaduras de animales venenosos, por avaricia, por gula o ingestión frecuente de alimentos.

Sea la transgresión de una ley o tabú, sea la ofensa a la divinidad, el culpable queda manchado, impuro, contaminado.

Se ha considerado como oriental este concepto, y decir oriental es algo muy vago, sobre todo después de haber observado, estudiando grupos étnicos en América, Africa, Oceanía y Asia, que todos los que llamamos primitivos tienen esta idea como elemento común entre sus tradiciones más arraigadas.

Entre los sintoístas del Japón, el pecado mancha el alma y el cuerpo.

Si aparece una enfermedad de la piel, y en especial tsumi o lepra, la impureza por el pecado acompaña al enfermo mientras le dure la enfermedad.

La misma actitud se manifiesta en el Tibet, Nepal, Indochina, Birmania, Siam y Corea: todo aquel que presenta una enfermedad repugnante de la piel es porque ha pecado.

La enfermedad-pecado, la enfermedad-culpa, la enfermedad-mancha, que requiere purificación, purga, limpieza, es un concepto arcaico, de los más arcaicos en la humanidad.

Probablemente el estudio y el conocimiento más antiguo de las costumbres de Oriente ha hecho que en la literatura antigua europea se haya atribuido a los orientales esta idea, pero después de conocer a los que llamamos «primitivos» en todos los continentes, podemos asegurar que esta idea está presente en la humanidad desde una etapa prehistórica y preliteraria.

No podía ser, por lo tanto, ajena a este concepto de enfermedad-impureza o enfermedad-castigo de Dios la tradición hebrea.

El estudio de esta tradición, contenido en el Antiguo Testamento, y su difusión no sólo entre el pueblo hebreo, sino después en las religiones derivadas, cristianismo e islamismo, hace que se manifieste con toda su fuerza esta idea de la enfermedad-castigo de Dios.

2.000 años a. de C. los hebreos salen de Ur, en Caldea, para atravesar por espacio de casi tres siglos el Medio Oriente. Seguramente llevan consigo la lepra y la idea de enfermedad-pecado, enfermedad impureza-castigo.

Lo demuestran los libros más antiguos de los israelitas.

Después de su cautiverio en Egipto se produce el éxodo, y aparece el Levítico, otro de sus libros de leyes, escrito por Moisés, en el que codifica y reúne cuantos conocimientos médicos habían adquirida en Egipto, preventivos, curativos y religiosos.

La suciedad a que forzosamente se vieron abocados los hebreos, por falta de agua al atravesar zonas desérticas, debió ser causa de múltiples y frecuentes enfermedades de la piel, y ésta fue la razón de que Moisés dedicase tan extenso capítulo a las afecciones cutáneas que agrupó bajo el denominador común de zara´ath o tsara´ath.

Menciona la lepra del hombre, la de los vestidos y la de las viviendas, y relaciona todas con el pecado (Lev XIII, 2-7, 9-17, 25).

La lepra ha de ser diagnosticada por el sacerdote que declara impuro al que la padece (Lev XIII, 28, 47-59, 35-36).

El significado religioso de la lepra continuará existiendo en Occidente a partir del conocimiento bíblico y propagado por el concepto levítico de impureza.

Del Antiguo Testamento pasará al Nuevo, en el que continúa la idea de que la lepra se purifica, aunque Jesús cura a los leprosos (Luc V, 12-16) separando por primera vez los conceptos curación del cuerpo y salud espiritual por la fe.

Así continuará este concepto de enfermedad religiosa en el cristianismo por muchos siglos.

PRIMERAS DESCRIPCIONES EN EUROPA

La palabra lepra, que como se dijo es griega, se encuentra ya en el «Corpus Hippocraticum» (Aforismos, III, 20; «De Usu humidorum» y «Epidemias», 21, pero asociado al psoriasis, eczema y otras dermopatías.

La verdadera lepra que es ya conocida por los griegos, se describe, como ya se dijo, con el nombre de elefantiasis.

En tiempos del emperador Augusto, CELSO hace una descripción clínica detallada de la verdadera lepra o «elefantiasis graecorum» (III, 251. Dice así Celso: «Una enfermedad casi desconocida en Italia, pero muy extendida en ciertos países, es la que los griegos llaman elephantiasis”, que se cita entre las afecciones crónicas.

Afecta a toda la constitución física del paciente, a tal punto que incluso se alteran los huesos.

La superficie del cuerpo está sembrada de manchas y tumores numerosos, cuyo color rojo adquiere gradualmente un tono negruzco.

La piel se torna desigual, grasa, delgada, dura, blanda y como escamosa; el cuerpo adelgaza, la faz se hincha, así como las piernas y los pies. Cuando la enfermedad ha adquirido cierta duración, los dedos de los pies y de las manos desaparecen en cierto modo bajo esta hinchazón».

Otra descripción es la que hace Areteo de Capadocia de la enfermedad a la que llama leontiasis, que son las lesiones de la lepra verdadera en la cara que, además de adoptar un aspecto parecido a la cara de un león, sufre destrucciones de los huesos. También la denomina satiriasis, por la piel apergaminada y el apetito sexual que se observa en los pacientes.

Plinio, en su Historia Natural (XXVI, 51, señala que la elefantiasis era una enfermedad nueva en Italia, importada de Egipto en tiempos de Pompeyo el Grande (10-48 a.C.)

El árabe Abulcasis describe cuatro variedades de lepra: leonina, elefantina, serpentina y vulpina.

Su descripción es minuciosa y exacta, anotando la destrucción de la nariz que tiene lugar en ocasiones, la alopecia o caída del cabello, la pérdida de la voz y la aparición de úlceras por todo el cuerpo, así como la lenta destrucción de las extremidades junto con el fetor oris.

Otra descripción clásica de la lepra se debe a Gilberto Anglicus, (1180-1250), famoso médico de la Escuela de Salerno, que participó en la III Cruzada, descripción que incluyó en su «Compendium medicinae».

Galeno no habla mucho de la lepra. Como dirá Mettler en su época comenzaba la confusión entre elefantiasis y liquen de los griegos.

En la Edad Media europea, la mejor descripción de la lepra será la que hace Guy de Chauliac en su obra «Inventarium sive Collectorium Partis Chirurgicallis Medicinae», publicada en 1363, que fue el texto médico y quirúrgico por excelencia en Europa por mucho tiempo.

ETIOLOGÍA

Históricamente debemos mencionar la creencia ya mencionada de enfermedad por castigo de los dioses ante una ofensa o transgresión de la ley.

Albucasis pensaba que puede heredarse o adquirirse por la ingestión de alimentos corrompidos, como carne de vaca o cabra, y por medio de la respiración y el aliento.

Serapion considera que la lepra se debe a trastornos del hígado y también que puede adquirirse por contagio sexual (esto nos hace sospechar que había confusión entre las lesiones leprosas y sifilíticas).

El médico salernitano Roger o Rogerious también hizo hincapié en que la lepra se podía adquirir por el coito, y describe lesiones genitales, lo que sigue haciéndola sospechosa de sífilis.

Los médicos medievales en Europa pensarán que la causa de la lepra es el pescado y la leche. Engelbreth creía que la causante era la leche de cabra, en la idea de que la lepra era una variedad de la tuberculosis de la cabra.

No será hasta el siglo XIX que se piense en una especial susceptibilidad individual, y será descubierto el bacilo de Hansen, responsable directo de la enfermedad.

LA LEPRA EN LA BIBLIA

Aparte de la legislación sobre la lepra contenida en el Levítico, ya citada, y en Pentateuco, ya se dice también que «Muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo» (Lucas 4, 27).

Para el diagnóstico de la lepra, el Levítico da ciertas reglas a los sacerdotes. «Cuando uno tenga en su cuerpo alguna mancha escamosa o blanca, si los pelos se han vuelto blancos y la parte afectada está más hundida que el resto de la piel, es plaga de lepra», y por lo tanto el enfermo es considerado como impuro y por esta circunstancia tenía que vivir separado de los demás, fuera del campamento.

Las más notables citas de la Biblia en relación con la lepra son: La de Moises (Exodo 4, 61. “Le dijo Jehová a Moisés: Vuelve a meter tu mano en tu seno. Y él volvió a meter su mano en su seno; y cuando la sacó, he aquí que su mano estaba leprosa como la nieve».

Y dijo: «Vuelve a meter tu mano en tu seno. Y él volvió a meter su mano en su seno; y al sacarla de nuevo del seno, he aquí que se había vuelto como la otra carne».

Las Sagradas Escrituras, en el libro del Levítico, (cap. 13, 1-9 y 44-46) definen el doble carácter de la lepra que abarca aquella que se extiende por la piel cubriéndola en su totalidad, de pies a cabeza, y habla de la lepra inocentísima por haberse convertido toda ella en lo mismo, siendo entonces aquel hombre declarado limpio. Al contrario, si se dejaba ver en él la carne, sería declarado impuro por el sacerdote, porque el salpicado de lepra era considerado inmundo. “Yavé habló a Moisés y Aarón, diciendo: Cuando tengo uno en su carne alguna mancha escamosa, o un conjunto de ellas, o una mancha blanca, brillante y se represente así en la piel de su carne la plaga de la lepra, será llevado a Aarón, sacerdote o a uno de sus hijos sacerdotes. El sacerdote le examinará la piel de la carne y si viere que los pelos se han vuelto blancos y que la parte afectada está más hundida que el resto dela piel, es la plaga de la lepra y el sacerdote que le haya examinado le declarará impuro.” En cambio, nos relata la Biblia, que si la mancha encontrada era de color blanco y no se hundía la piel ni el pelo cambiaba de color, solo se recluiría al paciente durante siete días, examinándolo nuevamente al cabo de este plazo a fin de verificar que el mal no se extendiera. De ser así, se recluiría otros siete días más, hasta un segundo examen por parte del sacerdote, declarándolo puro si las características de la lesión no se extendían en ese lapso. Al contrario, de haberse extendido, sería declarado el paciente impuro, ya que eso, sin dudas, se trataba de lepra.

El hecho de presentar una enfermedad escamosa que cubriese completamente al paciente de los pies a la cabeza y lo hiciera verse blanco, haría que el paciente fuera considerado puro ya que el blanco ha sido desde tiempos inmemoriales el color de la pureza. En cambio, las zonas de carne viva, se interpretaban como impuras y quienes las padecieran, debían vivir fuera del campamento.

La Biblia nos habla de María, la mujer de Aaron (Nm 12, 9), que hablando con su marido había murmurado de Moisés. «La ira de Jehová se encendió contra ellos y la nube se apartó del Tabernáculo y he aquí que María estaba leprosa como la nieve; y miró Aarón a María y he aquí que estaba leprosa, y dijo Aarón a Moisés: ¡Ah, Señor mío, no pongas ahora sobre nosotros este pecado; porque locamente hemos actuado y hemos pecado. No quede ella ahora como el que nace muerto, que al salir del vientre de su madre tiene ya medio consumida su carne».

Moisés pide a Jehová que la sane y éste le responde que antes deberá permanecer fuera del campamento por siete días, después de los que volverá a la congregación. A1 cabo de ese tiempo, María se reúne con ellos, pero no nos dice la Biblia si regresó curada o no.

Otro caso de lepra bíblica es el de Naaman el sirio (2 R 5, 1-7), «General del ejército del rey de Siria, que era varón grande delante de su señor, y lo tenía en alta estima, porque por medio de él había dado Jehová salvación a Siria. Era este hombre valeroso en extremo, pero leproso».

Una muchacha israelita, que tenía cautiva como sirvienta de su mujer, le aconsejó que llamase al profeta de Samaria y entonces «él lo sanaría de la lepra». Naamán, al saberlo, se lo comunicó a su señor y éste le dio licencia para que fuese a Israel y fuese curado, enviando cartas para el rey de los israelitas y dando a Naamán dinero y provisiones para el viaje.

En la carta decía: «Yo envío a ti mi siervo Naamán para que lo sanes de su lepra».

En Israel, Eliseo, el profeta, le ordena lavarse siete veces en el Jordán, «Y tu carne se te restaurará y serás limpio».

Esto no agradó mucho a Naamán, que esperaba que con el contacto de la mano del profeta de inmediato sanaría su enfermedad. A pesar de su disgusto obedeció al profeta, “y su carne se volvió como la carne de un niño y quedó limpio».

A1 presentarse a Eliseo, éste le pone como condición final que sólo adorará a Jehová, el Dios de Israel.

En el mismo episodio bíblico, Giezi, el criado de Elías, al ver que éste no ha querido cobrarle nada por la curación, despertada su avaricia, por medio de un ardid, logra que Naamán le dé dos talentos de plata y dos vestidos nuevos.

Pero Elías descubrió su engaño y le castigó diciéndole: «La lepra de Naamán se te pegará a ti y a tu descendencia para siempre. Y salió de delante de él leproso, blanco como la nieve».

Este párrafo hace una clara alusión a la contagiosidad de la lepra y a la heredabilidad, aunque no se trate de lepra verdadera, cosa siempre dudosa en estos pasajes bíblicos en los que se dice que la piel se pone blanca, cosa que hace pensar en un psoriasis por ejemplo.

Leemos también el caso del rey Azarias (2 Re, 15, 51), a quien «Jehová hirió con lepra, y estuvo leproso hasta el día de su muerte y habitó en casa separada, y Jotán, hijo del rey, tenía el cargo del palacio, gobernando al pueblo».

El rey Uzías u Ozías (Cr 26, 21-23) «fue leproso hasta el día de su muerte, y habitó leproso en una casa apartada, por lo cual fue excluido de la casa de Jehová». Este Uzías u Ozías, con nombre diferente es el mismo Azarías de 2 Re, que cuando se sintió poderoso «se rebeló contra Jehová». Se llama Azarías al sacerdote del templo que critica al rey por haber quemado incienso en el templo, cosa que correspondía a los sacerdotes.

El rey Uzfas montó en cólera «y en su ira contra los sacerdotes, la lepra le brotó en la frente, delante de los sacerdotes en la casa de Jehová, junto al altar del incienso».

Le hicieron salir del templo y él «se dio también prisa en salir, porque Jehová lo había herido. Así el rey Uzías fue leproso hasta el día de su muerte y habitó leproso en una casa apartada, por lo cual fue excluido de la casa de Jehová; y Jotan, su hijo, tuvo cargo de la casa real, gobernando al pueblo de la tierra».

Hay también cuatro hombres innominados leprosos (2 Re 7, 3) en la puerta de Samaria. Llega un momento en que al parecer se cansan de vivir excluidos, fuera de la ciudad, y se dicen el uno al otro: «¿Para qué nos estamos aquí hasta que muramos? Si tratásemos de entrar en la ciudad, por el hambre que hay en ella, moriríamos también; y si nos quedamos aquí, también moriremos». Deciden marcharse al campamento de los sirios, donde prefieren arriesgarse a que los maten, ante la posibilidad de encontrar alimento.

La enfermedad de Job pudo ser lepra, pero esta palabra no consta en las ediciones traducidas del hebreo.

Sin embargo, cuando Satanás dice a Jehová que le castigue en su propio cuerpo y «toque su hueso y su carne para probar su fe», Jehová le da permiso para que Satanás le pruebe.

E hirió a Job «con una sarna maligna desde la planta de los pies hasta la coronilla de la cabeza», lo que le debió de producir mucho picor, pues Job llegó a tomar un tiesto para rascarse.

«Ando ennegrecido y no por el sol», dirá Job hablando de su enfermedad, y repite “mi piel se ha ennegrecido y se me cae, y mis huesos arden de calor».

En el Nuevo Testamento, Jesús sana a un leproso (Mateo S, 1-41: “Y he aquí que vino un leproso y se postró ante él diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme. Jesús extendió la mano y le tocó diciendo: Quiero; sé limpio.

Y al instante su lepra desapareció. Entonces Jesús le dijo: Mira, no lo digas a nadie, sino vé, muéstrate al sacerdote y presenta la ofrenda que ordenó Moisés, para testimonio de ellos».

Este mismo episodio lo cuentan Marcos (Marcos 1, 40-45) y Lucas (Lucas 5, 12-161. En Mateo (Mateo 11, 51 se dice que «los leprosos son limpiados por Jesús».

Por último, otro personaje en relación con nuestro tema es Simón “el leproso” (Mateo 26, 61,14, 3).

Ambos textos bíblicos se refieren a que «estando Jesús en casa de Simón el leproso», en Betania, se le acercó una mujer llamada María y le ungió los pies. Es de suponer que, si fue leproso, quedó curado, de otra manera no podría haber permanecido en su casa, según la ley.

La lepra no fue rara en la India, tan lejos como en el siglo XV antes de Cristo (Ctesias, Pers., xli; Herodian, I, i, 38), y en Japón durante el siglo X antes de Cristo. De su origen en estas regiones poco es lo que se conoce, pero Egipto siempre ha sido estimado como el lugar desde donde la enfermedad alcanzo el mundo Occidental. Es bien conocido en el país, evidenciado por documentos del siglo XVI antes de Cristo (Papiro de Eber); antiguos escritos atribuyen la infección a las aguas del Nilo (Lucretius, “De Nat. Rer.”, VI, 1112) y de la insalubre dieta de la gente (Galen). Varias causas ayudaron a diseminar la enfermedad mas allá de Egipto. Primero entre las causas, Manetho pone a los hebreos, que de acuerdo con el, eran una masa de leprosos, de los cuales los Egipcios se los desembarazaron de su territorio Aunque es un romance, no hay duda que al Éxodo, la contaminación había afectado a los Hebreos.

Desde los marinos egipcios fenicios que trajeron la lepra a Siria y los países con los cuales ellos han tenido relaciones comerciales, de allí el nombre de “enfermedad Fenicia” dada por Hipócrates, esto parece haber nacido por el hecho que se encontraron rastros a lo largo de la costa oeste de Grecia alrededor del siglo XVIII antes de Cristo y en Persia hacia el siglo V antes de Cristo. La dispersión de los judíos luego de la Restauración (siglo quinto) y de las campañas de la armada Romana son sostenidos como los responsables de la propagación de la enfermedad en Europa Occidental: así en las colonias de Romanos en España, Galia y Bretaña rápidamente fueron infectados.

En los tiempos Cristianos los cánones de los primeros concilios (Ancyra, 314), las regulaciones de los Papas (por ejemplo la famosa carta de Gregorio II a San Bonifacio), la ley promulgada por el Rey Lombardo Rotar (siglo séptimo), por Pepin y Carlomagno (siglo octavo), el levantamiento de las casas de leprosos en Verdun, Metz, Masstricht (siglo séptimo), San Gall (siglo octavo), y Canterbury (1096) dan testimonio de la existencia de la enfermedad en Europa Occidental durante la Edad Media. La invasión de los árabes y, luego en las Cruzadas se agravo grandemente el flagelo, que no respetaba ninguna etapa de la vida y atacaba aun a las familias reales. Los leprosos estaban sujetos a las más astringentes regulaciones. Ellos estaban excluidos de la Iglesia por una Misa funeral y una inhumación simbólica. En cada comunidad importante de los asilos, la mayoría dedicados a San Lázaro y atendidos por religiosos, fueron levantados por las infortunadas víctimas.

VÍAS DE DISPERSIÓN DE LA LEPRA

Revisando los caminos de la historia, vemos que a veces coinciden con los caminos de la lepra. Así se considera que la lepra ha tenido varias grandes oportunidades de penetrar en Europa: con los soldados romanos que estuvieron en las campañas de Oriente y que luego llegaron hasta las Galias y las Islas Británicas y Germania, y naturalmente las penínsulas Itálica e Ibérica. Los soldados romanos probablemente extendieron las fronteras geográficas de la lepra.

Los vikingos llevarían la lepra desde Inglaterra hasta el Norte de Europa (Escandinavia).

Los egipcios llevaron a Grecia la lepra o, mejor, los griegos adquirieron la lepra en Egipto y la llevaron a Grecia. Las caravanas venidas de Oriente traían junto a sus productos comerciales, entre otras enfermedades, la lepra.

Judíos y gitanos, los primeros durante la diáspora que se produjo a la caída de Jerusalén, y los segundos en sus sucesivas y nomádicas migraciones, se instalaron en diversos puntos de Europa y todos procedían de regiones donde la lepra era endémica.

Por último, y no la última, se ha atribuido la gran extensión que alcanzó la lepra por toda Europa, a las Cruzadas. Los soldados que participaron en ellas adquirieron en Medio Oriente la lepra y, a su retorno, la extendieron por toda Europa.

La extensión de la lepra en América, donde no se conoció hasta el año 1492, se debió probablemente a los descubridores o a los esclavos negros llegados de Africa.

En Oceanía no se conocía, al parecer, tampoco hasta que no llegaron a ella los hindúes (importaron también el término kusta a las lenguas malaya e indonesio-filipinas) y los chinos, que la extendieron en época más tardía al resto de Polinesia (recuérdese que en Hawai, Tahití, se la llama enfermedad china, “mai pake”.

Sin embargo, este esquema aparentemente tan simple es mucho más complejo, dependiendo en primer lugar de que el diagnóstico de la lepra está viciado desde la antigüedad con la confusión existente entre las diversas dermatopatías de variada morfología y con la propia sífilis con la cual se ha confundido indudablemente.

Es posible que nunca se llegue a saber la absoluta verdad de lo que sucedió en aquellos remotos tiempos, y por ello tan sólo cábalas y suposiciones han sido emitidas.

La respuesta a muchas de las interrogantes sobre la extensión y antigüedad de la lepra está bajo tierra. Es un problema arqueológico y de interpretación paleopatológica. Esto no son conjeturas.

El hallazgo de esqueletos con lesiones leprosas en fosas nasales y extremidades en excavaciones de cementerios de Inglaterra procedentes de los s. IV-V a.C., como los cementerios romano-británicos de Poundbury Hill, en Dorset, en 1966-73, es la demostración de lo que puede hacerse. El pasado, la historia, está aún en gran parte escondida bajo tierra, conservada allí como en una antigua biblioteca.

Los estudios realizados por el danés Müller-Christensen en 1944, en las excavaciones del monasterio agustiniano de Aebelholt, 30 millas al norte de Copenhague, donde encontró su primer esqueleto leproso, y las que más tarde continuaría haciendo, son otra prueba evidente de lo que se puede llegar a hacer.

Entre los que consideran que la lepra se extendió con los cruzados por toda Europa tenemos a Ralph Major, quien asegura que era una enfermedad rara en Europa al comienzo de la Edad Media, mientras que era muy común en el Medio Oriente.

La lepra penetró en Europa, según estas ideas, en los siglos VII y VIII. Zaambaco Pacha (1914) opinaba que fueron los fenicios los primeros agentes de propagación de la lepra a los países con los que comerciaban. Por eso hubo focos de endemia leprosa en todas aquellas colonias o puertos fenicios o que en otro tiempo fueron fenicios.

Los ejércitos de Alejandro Magno trajeron la lepra de Asia a Grecia, y los veteranos de Sila y Pompeyo fueron los que la llevaron a las Galias, España y Germania.

LEPRA MEDIEVAL EN EUROPA

Se ha repetido insistentemente que la lepra fue traída a Europa, como se dijo anteriormente, por los cruzados.

Sin embargo, ya en Inglaterra existían hospitales de leprosos antes de que los marinos ingleses fueran a las Cruzadas en 1096, según refleja el historiador Richards.

Por ejemplo, el lazareto de Horbledown, cerca de Canterbury, fundado por el obispo Lanfranc en 1089.

El nombre islandés para la lepra (Likprar) derivado del anglosajón likprowere (sufrir), es antiquísimo, muy anterior a las Cruzadas. Richards cita otro hospital para leprosos fundado en 1087, en Northampton: el hospital de San Leonardo.

Major (1954) considera que la lepra penetró en Europa en los siglos VII y VIII, llegando a constituir una amenaza pública, como puede verse por los decretos del rey Rothari, de los Lombardos (644), los de Pipino, rey de los Francos (757), así como de Carlomagno (789), cuyos cartularios ponen en vigor las antiguas ordenanzas del concilio de Lyon (583).

En el siglo IV era muy frecuente la lepra en las Galias. En el siglo V ya había hospitales de leprosos en lo que sería Francia, y en el siglo VI los concilios de Orleáns (459) y de Lyon (583) decidieron que «en cada ciudad habrá un alojamiento separado para los leprosos, que serán alimentados y vestidos a expensas de la Iglesia para que no tengan que mendigar».

Ya por entonces la lepra era común en Galicia y en toda la Península Ibérica. Las peregrinaciones a Santiago de Compostela, durante siglos, trajeron leprosos de toda Europa. Para ellos se habilitaron lazaretos o malaterías en muchos lugares del Camino de Santiago, junto a los monasterios, cerca de las iglesias y fuera de las ciudades.

Las invasiones árabes del siglo VII fueron otra vía de la lepra en Europa, y no olvidemos la que fue probablemente más importante vía de penetración: las invasiones de los Hunos, que traen consigo la lepra; los judíos, durante la diáspora, y los gitanos, que venían de la India seguramente contaminados.

La lepra explosiva, pandémica, posterior a las Cruzadas, que alcanza su punto culminante en el siglo XIII, probablemente no fue lepra, sino sífilis, según muchos autores.

Esto también se ha discutido mucho si la sífilis vino de América con el descubrimiento, o ya existía en Europa, Asia y Africa.

La primera Cruzada tuvo lugar el año 1096, la segunda en 1147, la tercera de 1189-1192, la cuarta de 1202-1204, la quinta de 1217-1221, la sexta de 1227-1229, la séptima de 1248-1254 y la octava en 1270, último esfuerzo por reconquistar los Santos Lugares.

Hay suficiente testimonio para demostrar que la lepra estaba ya bien arraigada en Europa hasta el último confín, mucho antes de la primera Cruzada. Pero en los siglos XII y XIII aparece una pandemia que se califica de «lepra».

Una combinación de superstición religiosa (masa de fieles incultos, conocimiento confuso de la infección hanseniana, el propio concepto de leproso y el hambre que se hizo crónica en el mundo occidental), todo se unió para producir un verdadero terror, al que los cruzados darían la puntilla y, según los partidarios de esta teoría, «abrieron las puertas de Europa al B. de Hansen» .

Mateo Paris (1197 – 1259) apenas estimo el numero de casas de leprosos en Europa en 19.000, Francia solo tenia cerca de 2000, e Inglaterra mas de cien. Estos leprosos como no estaban confinados dentro de asilos tenían que vestir un atuendo especial, y acarrear “un palmoteador de madera para dar aviso a los que se acercaban. Ellos tenían prohibido entrar a las posadas, iglesias, molinos, o panaderías, para tocar personas sanas o comer con ellos, de lavarse en riachos, o caminar en estrechos senderos”

En un ambiente de celo religioso, de ansias de santidad, de demonios y ángeles, de pecado y culpa, no es extraño que se considerase como un «síndrome religioso» y que la lepra fuese producto de la cólera divina para aquellas gentes, proyectando sobre el Creador la idea antropocentrista del malhumor, incompatible con la suma perfección de Dios.

Al investigador llama la atención una serie de hechos que, analizados uno por uno, y luego todos en conjunto, nos permiten extraer una serie de conclusiones que quizá permitan aclarar más el oscuro tema de la lepra en la historia.

Estos hechos son:

1. La existencia indiscutible de lepra verdadera en Europa por lo menos 500 años a. de C.

2. Posibles medios de difusión a partir de Oriente:

a) por el comercio fenicio y sus colonias.

b) las campañas de los griegos en Oriente (Alejandro).

c) las campañas de las legiones romanas en Medio Oriente y Egipto (Octavio y Pompeyo).

d) las invasiones musulmanas de España y sur de Francia.

e) la diáspora judía.

f) las invasiones de los hunos.

g) los gitanos procedentes de la India.

h) las expediciones de los vikingos.

i) las invasiones germánicas.

j) las Cruzadas.

k) otras.

3. La confusión bajo el nombre de lepra de otras enfermedades de etiología muy distinta, con evolución diferente, períodos de incubación muy distintos y características epidemiológicas en general muy polimorfas.

4. Los hallazgos paleopatológicos que confirman la existencia de lepra en Egipto en el Bajo Imperio (Nubia) (Ruffer, Smith , Derry). Hallazgos de lesiones leprosas en la momia de Tutmosis II (Zambaco Pacha, Dawson, Thorwald). Descripciones de Lucrecio de la lepra en Egipto al principio de nuestra Era. Las descripciones de lepra en los papiros de Brugsh y Ebers (2.400 a.C.).

5. La mención de hospitales para leprosos (leprodochia) por Gregorio de Tours (en 560)según Garrison. Las leproserías que alcanzarían un número extraordinario.

6. Los factores atípicos que menciona Mettler en 1947 como son el distinto grado de contagiosidad según las épocas, distinto de la teoría humoral de los griegos, que entonces era un axioma. El número de personas afectadas por la lepra en algunos períodos de la historia, así como la rapidez de curación de algunos de ellos y la casi desaparición de la lepra cuando surge la sífilis como entidad nosológica bien identificada.

7. El rápido incremento de la sífilis desde el comienzo de nuestra Era hasta el siglo XIII y la declinación hasta tener que cerrar los hospitales para leprosos o destinarlos a otros fines del siglo XIII en adelante.

En el Renacimiento, la lepra había casi desaparecido.

8. El hecho de que el médico chino Huang Ti, 2.600 años a. de C., «curaba la lepra» con un tratamiento a base de mercurio. Sabemos que la lepra no se cura con mercurio, pero la sífilis sí.

La existencia de leprosos en Europa, de lepra verdadera, antes de la Era cristiana, es un hecho indiscutible.

La existencia de lepra en Oriente por lo menos 2.600 años a. de C., así como en Egipto y Medio Oriente, es otro hecho indiscutible, demostrado por los documentos y hallazgos arqueológicos y paleontológicos.

Las vías de difusión de la enfermedad son hipotéticas, pero lógicas, sin excluir otras posibles vías no detectadas aún.

La confusión existente sobre la lepra, su denominación y su identificación en la antigüedad, los problemas relacionados con la traducción de una lengua a otra, así como de la confusión con otras enfermedades de la piel, es otro hecho indiscutible.

La existencia de hospitales para leprosos en los primeros siglos de nuestra Era es otro hecho incuestionable ante los testimonios documentales existentes.

La existencia de un ambiente de superstición, de temor religioso, de falta de higiene y obras de saneamiento, de infraestructura en las ciudades, lo que predisponía para la extensión de cualquier enfermedad epidémica o mantenimiento de las endémicas, es otro hecho cierto.

Era costumbre de la época el tirar la basura a la calle, lanzar aguas sucias, excrementos y orines por las ventanas y deambular toda clase de animales por las calles, que se convertían en verdaderos muladares.

Lo que requiere una aclaración a la vista de estos hechos es la pandemia de lepra que tuvo lugar en la Edad Media. Hay algo que no encaja con esta pandemia, y es la baja contagiosidad que sabemos tiene la lepra, el largo período de incubación que requiere para su aparición, para su desarrollo. No parece estar de acuerdo el que vayan los Cruzados a Oriente, regresen contagiados y produzcan una rápida aparición de lepra en toda Europa. Esto se parecerla más a una epidemia de sífilis, por ejemplo, en aquellos tiempos en que no existía ningún tratamiento especifico para esta enfermedad. Pero esto está en oposición con la idea de que la sífilis vino de América, y hasta de que hubo una mutación genética del Espiroqueta, en su variedad americana, que se transformó en la variedad europea.

Y otro hecho aún más notable es la desaparición casi tan rápidamente como su aparición. Como vemos, hay algo que no encaja cuando se conoce la epidemiología de la lepra.

Algunos autores atribuyen a las medidas de aislamiento adoptadas con los «leprosos», siguiendo las ideas expresadas en el Antiguo Testamento, la detención de la lepra, pero hay otros autores que consideran otras razones más poderosas; por ejemplo, la «Muerte Negra», que asoló la Europa Medieval, produciendo una mortandad de 1/4 de la población: 25.000.000 de víctimas sólo en Europa en brevísimo espacio de tiempo. En total, en el mundo se calcula que hubo 60.000.000 de víctimas.

La «Muerte Negra» se presentó en Europa el año 1348, después de haber devastado Asia y Africa. Fue uno de los mayores horrores que ha sufrido la humanidad, almacenándose los muertos putrefactos en las calles y casas sin que nadie fuese capaz de enterrarlos.

La pestilencia y la desesperación eran generales. Manchas oscuras en la piel, hemorragias y destrucción gangrenosa de los pulmones, paralizando cuerpo y mente, eran los síntomas, así como lesiones ulceradas axilares e inguinales. Chalin de Vinario describió con detalle la epidemia de 1382 en su libro «De Peste».

A partir de esta epidemia, repetida en 1403, se comenzó a practicar lo que desde entonces se llama cuarentena, porque los viajeros de los barcos debían permanecer aislados en un hospital por 40 días.

Además de la «Muerte Negra», se presentó en Europa la epidemia de hambre.

Todo esto y las muertes que se produjeron hizo disminuir notablemente la población y, al parecer, por su falta de resistencia a la epidemia, los primeros que fueron cayendo eran los leprosos.

A ello, pues, se atribuye el que la lepra casi desapareciera después de estas grandes pandemias.

Por otra parte, la mayoría de los autores que han tratado sobre el tema, están casi de acuerdo en reconocer que el aislamiento y los medios represivos tomados contra los leprosos han tenido el efecto contrario al deseado, pues la ocultación de la lepra tiene que haber sido grande ante el temor de ser separados de la familia y de sus hogares, lo que determinó un mayor contacto y más prolongado con el enfermo sin que nadie se diera cuenta de ello.

Además, es sabido, por otra parte, que un leproso puede vivir mucho tiempo con personas sanas sin contagiarlas.

La lepra se contrae en la juventud y se manifiesta en la edad adulta en muchos casos.

Lo cierto es que en el siglo XV, la lepra era vista rara vez por los médicos, y Fracastoro podía decir en el siglo XVI: «La lepra es enfermedad rara vez vista entre nosotros».

LA LEPRA Y SUS NOMBRES

Aparte de los ya citados de elefantiasis de griegos y árabes, el de tsara’ath en hebreo, a la lepra se le llamó «mal de San Lázaro» o «enfermedad de San Lázaro» por Lázaro el mendigo, que en la parábola evangélica, cubierto el cuerpo de úlceras, tenía que disputar a los perros las sobras de la mesa del rico (Luc. 16, 19-311.

Pero otro hecho notable en la historia de las enfermedades es que este mendigo Lázaro es identificado no se sabe cuándo ni cómo con otro Lázaro evangélico, el Lázaro de Betania, el amigo de Jesús, hermano de Marta y María, al que resucita Jesús en otro pasaje evangélico (Ju 11, 1-44). De aquí que algún hospital de leprosos en Inglaterra como el de Sherburn, que fue muy famoso, se le llamara «Hospital de San Lázaro y sus hermanas María y Marta», y en otros lugares de Inglaterra, desaparece el nombre de San Lázaro para quedar sólo el de Marta y María, bajo cuya advocación se coloca a la mayoría de los leprosos y los hospitales de leprosos de la Inglaterra medieval. Luego a María se la identifica con María Magdalena y desaparece el nombre de Marta y así surgen los hospitales de «La Magdalena» y «Mawedelyn» o «Maudlin», que en Francia serán «La Madeleine». Ejemplo el hospital de leprosos de Santa María Magdalena de Totnes en Devon.

En otros muchos lugares surge como defensor de los leprosos San Jorge, por aquello de la lanza y el dragón al que destruye. Se vió en esta escena alegórica la viva representación de lo que se quería hacer con la lepra, de la lucha contra la lepra. Será en los países nórdicos de Europa donde los hospitales de leprosos se ponen bajo la advocación de San Jorge y se le toma por patrón de los leprosos.

En España se llama a los enfermos del mal de San Lázaro, lazrados, y también malatos, de donde lacería y malatería, nombres aplicados a los hospitales de leprosos o lazaretos.

Gafo ha sido otra palabra muy usada para designar a los leprosos y gafedad a la lepra, por la mano gafa o en flexión forzada de los dedos sobre la palma, aunque no sólo este tipo de lesión se presenta en la lepra sino en otros procesos patológicos como el reumatismo crónico deformante.

La voz gafo y su derivado gafe, se utilizó como término despectivo y equivalente a persona que trae mala suerte. Ser gafe es como ser jetattore o ser malasombra.

Quizás derivada o en relación con ésta es la voz cahot o cagot o cacot usada en Francia y Pirineos españoles para designar a los leprosos y por extensión a un grupo étnico, los agotes o agotak, grupo marginado, considerado como raza maldita durante mucho tiempo que habita en los valles profundos de los Pirineos. También se les llamó christiaas, cailluands, colliberts y caeths.

Durante mucho tiempo estuvieron bajo la protección de algún señor feudal, otros fueron siervos de la Iglesia, y se les solía colocar como distintivo especial una pata de ganso o de ánade (patt d’oie) en paño rojo cosido sobre la espalda izquierda, viviendo apartados de los demás y careciendo de derechos públicos o dedicándose al oficio de verdugos. Se ha pensado que este apartamiento tuvo lugar por ser sospechosos de padecer lepra.

Los agotes españoles o gafos o cagots franceses, llamados también cabaneurs y nioleurs que habitaron los pantanos de Sévre y Lay tendrían una especial conformación del cráneo que los hace distintos antropológicamente a los demás habitantes de las regiones vecinas.

Lo de capotes o agotes vendría por haber sido cristianos fervientes en las épocas de las invasiones. Cap Gott (cabeza de Dios) por lo que también se les ha llamado christiaas.

También se ha creído que fueron en tiempos, Cruzados que vinieron contaminados de lepra y se aislaron en los profundos valles pirenaicos. En Francia se llamó también a los leprosos cacous, cagous, caquins, caqueus, colliberts, capots, cassots, caffots, gabets, crétins, ghésitains, gavaches (de ahí el nombre despectivo usado por los españoles de la Independencia aplicado a los franceses, gabachos), mesel, mezel, méseau o mesiaus, homines de lége, chretiens, crestats, crestiaas, kakods, gaffots,ladres.

También se ha llamado a la lepra, ladrérie, malum mortuum, malau, mal de loup, mezaelerie, mal de Saint Ladre, etc.

Se confundió a los judíos con los leprosos por ser muy frecuente que los judíos padeciesen lepra y así en Francia se puso a los leprosos un distintivo especial azul o rojo, como a los judíos se les puso en Francia en la Edad Media una rueda amarilla, o un casquete, gorro o sombrero amarillo.

El amarillo era el color más usado por los judíos.

Esto que en Francia se hizo durante la Edad Media, los alemanes lo harían en toda Europa durante la última guerra mundial, colocando a los judíos el distintivo amarillo que era la estrella de Sión con la palabra jude en su interior.

En España se llamó a la lepra ladre, landre, alborozo, laceria, gafedad, mal de San Lázaro.

La palabra francesa cacou, se considera derivada del griego kakósis, mal o enfermedad.

También porque se les obligaba a llevar un barrilito donde la gente echaba sus limosnas o las mercancías compradas para que ellos no tocasen nada.

A este tonelito se le llamaba precisamente caque.

También cagot se ha hecho derivar de canes goths o perros godos, injuria atribuida a los descendientes de visigodos.

Lai en China, tsumi en Japón, isurbaa y eqpu en Mesopotamia, kushta en India, Kusta entre malayos e indonesios y filipinos, likprar en Islandia, mai-pake (enfermedad china) en Hawai.

En Portugal a la lepra se le ha llamado alvaraz, elefancia dos arabes, mal de San Lázaro, gangrena seca, Pida, figado, gafa, gafeira, gafem, guafem y gafidade. A los afectados por esta enfermedad se les llamaba elefantiacos, leprosos, gafos, lázaros, lazarinos y manetas.

Gafedad y gafo son términos ya empleados en la ordenación de Alfonso el Sabio (1256) donde se dice que estos términos son antiquísimos cuyo origen se ignora.

LOS HOSPITALES PARA LEPROSOS

Ya los menciona Gregorio de Tours el año 560 con el nombre de Leprodochia como ya dijimos, o leproserías. Su número fue aumentando probablemente a medida que la lepra se fue extendiendo y los casos eran más numerosos.

En Inglaterra y Escocia según Garrison hubo hasta 200 de estos hospitales, en Francia la cifra llegó a 2.000 y en Alemania según Virchow (1860) cada pueblo tenía su hospital para leprosos.

Es indudable que la construcción de leproserías constituyó una auténtica revolución desde un punto de vista social e higiénico y tanto si se mira desde un punto de vista de la profilaxis como desde el de la caridad humana en opinión de Garrison.

Pero cuando se estudian las crónicas de la época, sentimientos encontrados nos hacen dudar a veces de los verdaderos motivos que empujan a realizar el tratamiento del leproso.

Sabemos que tanto en Asia como entre los hebreos mismos, la aparición de un caso de lepra iba de inmediato seguida del decreto de separación y expulsión del enfermo fuera de los límites del poblado, campamento o ciudad.

En Oriente se sometieron a tratamiento con diversos productos, desde el mercurio al aceite de Chaulmoogra (China, India).

La separación de los leprosos de la gente sana era utilizada como medio de profilaxis o para que la impureza del afectado (castigado por los dioses) no llegara a los sanos.

Las personas sospechosas de padecer lepra eran denunciadas a las autoridades de la ciudad, que a través de un jurado, a veces municipal en la ciudad medieval. o los mismos sacerdotes en tiempos bíblicos, tenían que diagnosticar la condición, la veracidad de la denuncia y actuar en consecuencia.

El jurado fue eclesiástico en muchas regiones de Europa, en otros lugares se pedía el diagnóstico de un médico que debía de expedir un certificado al presunto enfermo.

En el occidente cristiano, se establecen los hospitales de leprosos que son simplemente depósitos de enfermos. En Inglaterra, en los siglos XIII y XIV había 200 hospitales de leprosos como se dijo entre los cuales fueron los más famosos Hanbledown cerca de Canterbury y Sherburn cerca de Durham, que albergaban a 100 y 65 leprosos respectivamente.

La Iglesia se hace cargo de estos hospitales en los primeros tiempos. La mayoría de estos hospitales de leprosos tienen una capilla administrada por un cura y la capacidad de estos centros de aislamiento suele ser para 10 leprosos.

Se cree que en los siglos XIII y XIV, vivían hospitalizados no más de 2.000 leprosos para una población de 3.000.000 de habitantes en Inglaterra y en este país ya había tenido lugar la disminución de la lepra antes de la aparición de la «Muerte Negra».

La extensión de los hospitales al comienzo de la Edad Media, nos está indicando que la enfermedad existía por todas partes. Muchos de estos hospitales no pasan de ser una capilla fundada por un alma piadosa, capilla adscrita a una vivienda dispuesta para albergar a 10 ó 12 leprosos pobres, siendo administrada por un capellán que tenía a su cargo decir misas y rezar a perpetuidad por el alma del fundador.

Algo así como un seguro para alcanzar el cielo y que después de la muerte hubiese quienes pidieran por el alma de quien creó tal obra piadosa.

El dinero ganado en la tierra era así bien invertido para lograr la paz eterna.

Era común por aquel entonces que se añadiesen algunas cláusulas a los testamentos en las que se especifica que se dejaban cantidades «por la salvación de mi alma» y a veces «por la de mi alma y la de aquellos que me han precedido o que me sucederán».

A veces se acuerdan del rey los señores agradecidos y dedican una parte «para la salvación del rey y por su alma después de su muerte».

Así cree Richards que los hospitales medievales «fueron esencialmente la expresión de la caridad engendrada por el deseo de alcanzar el cielo y no por el espíritu da defensa de la salud pública».

Los leprosos tenían que rezar por el alma del fundador. Era la condición por la que eran admitidos en aquellas instituciones.

En el siglo XV se siguieron multiplicando las leproserías en algunos países, pero su dirección pasó de las manos eclesiásticas a las manos de los civiles, los llamados «alcaldes de la lepra».

Major da la cifra de 19.000 leprosos en los países cristianos durante el siglo XIII. San Francisco de Asís y Santa Isabel de Hungría fueron los dos grandes defensores de los leprosos.

Nunca tuvieron temor a curarles con sus propias manos. Santa Isabel sería adoptada como patrona de los leprosos.

También la historia de los caballeros de la Orden de San Lázaro está muy estrechamente unida a la historia de la lepra.

Fundada en Jerusalem por los Cruzados en 1120 con el objeto de atender a los peregrinos y cuidar a los leprosos, el gran maestre de la Orden era un leproso.

A su marcha de Jerusalem, pasaron a Francia, donde obtuvieron tierras cerca de Orleans, otorgadas por el rey Luis VII. Continuaron en Francia su labor de asistencia a los leprosos. Durante la revolución francesa casi desaparecieron para hacerlo definitivamente bajo el reinado de Luis Felipe.

Las denuncias de los casos de lepra por parte de vecinos con el objeto de que fueran inmediatamente aislados los enfermos, se prestó a verdaderos abusos y fraudes.

Bourges anota el hecho de que “herederos impacientes lanzaban el sambenito de leproso sobre el familiar al que se quería excluir de la sociedad para heredarle más rápidamente”.

La razón de esto es que el leproso, señalado oficialmente como tal era convertido en un muerto en vida. Hubo papas que los excomulgaron, otros les negaron los sacramentos. Algunos les permitieron que asistieran a los oficios, pero escondidos tras una celosía para que nadie pudiese verlos. Por eso, cuando alguna persona era reconocido como leproso era como sentenciarlo a muerte.

Surgen los rituales especiales para los leprosos, que tienen como base el enterramiento simbólico del enfermo (Ritual de Reims, Ritual de Saint Brieue de 1603, el de Rennes de 1541, el de San Julián, etc.).

Después que un jurado decidía la existencia de lesiones leprosas, el cura de la parroquia se hacía cargo del enfermo. La Iglesia debía asegurar la ejecución de la sentencia de separación. El enfermo tenía el derecho de recurrir de la decisión del tribunal. Algunos lograban obtener un certificado médico de no padecer lepra.

Los expertos de la época disponían de una serie de pruebas para asegurarse de que se trataba de lepra verdaderamente. Una de ellas consistía en extraer sangre del enfermo que pasaban a través de un tamiz o tela. En caso de lepra, quedaban sobre la tela después de filtrada la sangre, una serie de corpúsculos blancos y brillantes como granos de mijo.

Otra prueba consistía en extraer sangre al enfermo que se mezclaba con unas gotas de aceite. Si transcurrida una hora la sangre presentaba un aspecto «cocido», el enfermo era declarado leproso.

Otras pruebas como la de frotar sangre del supuesto enfermo sobre la palma de la mano para ver si daba la impresión de estar seca, en cuyo caso era positiva la prueba, fue uno de los métodos preferidos por médicos del siglo XIII y XIV como Arnau de Villanova y Guy de Chauliac.

Otra prueba famosa fue la de la piedra de mármol. Consistía en colocar acostado al supuesto enfermo sobre una gran losa de mármol. El frío de ésta acentuaba por vasoconstricción o cianosis las manchas leprosas o aumentaba la anestesia cutánea de las zonas afectadas.

La frase «pasar por la piedra» ha quedado desde entonces en el vocabulario popular, muchas veces sin saber de dónde procede. Una vez que el jurado determinaba que un caso era lepra, pasaba a la jurisdicción eclesiástica. El cura del lugar anunciaba desde el púlpito el día de la ceremonia.

Según los rituales establecidos que diferían en poco unos de otros, el cura iba a buscar al leproso quien esperaba en su casa previamente advertido. Revestido el cura y precedido de cruz alzada, le dirigía unas palabras de consuelo para confortarle, diciéndole que su enfermedad del cuerpo le serviría para obtener la salvación del alma y alcanzar la vida eterna. Luego, aspersión con agua bendita y acto seguido era conducido a la iglesia, precedido siempre por la cruz y el cura que iba cantando el «Libera me Domine». En la iglesia se había preparado delante del altar el paño mortuorio entre dos hachones. El leproso se arrodillaba y oía misa devotamente. Terminada ésta, se le rociaba de nuevo con agua bendita y precedido por la cruz, era conducido al lugar previsto donde debía de vivir en adelante. Antes se le decía: «Muere para el mundo, pero resucita para Dios».

A1 despedirse el cura, le leía las prohibiciones que debía de observar de allí en adelante como no entrar en la iglesia, mercados, molinos, ferias o reuniones, ni lavarse las manos en fuentes o riachuelos. Sólo podía beber agua en su propio vaso o en un barril propio. Debía llevar constantemente el hábito de leproso y no marchar con los pies descalzos. No podía tocar los objetos, sino señalarlos con la punta de un bastón que debía llevar siempre consigo. No podía entrar ni en las tabernas ni en las casas. Si compraba alguna cosa, no podía tomarla con la mano sino que tenían que ponérsela en su barrilete que llevaría siempre colgado al cuello.

Debía llevar una esquila o una carraca para anunciar su paso, su presencia. No podía caminar por los caminos o senderos, sino fuera de ellos, para no encontrarse cara a cara con nadie. No podía tocar las pertenencias de la gente sana sin guantes. No podía tocar jamás a los niños ni a los jóvenes ni darles nada que le perteneciese, ni comer ni hablar con nadie que no fuesen leprosos como él.

No podía al morir ser enterrado con los demás en cementerio común, sino junto a la leprosería. Debía de cubrirse la cabeza con un capuchón. Tenía que vivir separado de la comunidad, bien en un hospital de leprosos si existía o bien en una casa aislada, en la que tuviese su propio pozo, su mesa, su silla, su cama y los utensilios que le fueran necesarios.

En caso de muerte, el cura debía atender al leproso, sin repugnancia de tocarle o acercarse a él “ya que esto es útil para la salvación de su alma” (la del cura). Se hacia especial hincapié en esto. Se prohibía a todo el mundo injuriar de palabra o de hecho al leproso. Los familiares eran exhortados a hacerle compañía por lo menos por 32 horas para que el cambio de vida y la soledad no le afectasen tanto.

Los hijos de los leprosos no podían ser bautizados en la misma pila común sino aparte.

El rito de pasar al leproso por el paño mortuorio (rito de paso de van Gennep) tenía el mismo sentido que para los religiosos de hoy día.

La misma advertencia se hace a los que profesan en una orden religiosa en nuestros días. Como una consagración religiosa se dice: «Muerto para el mundo, resucitado en Dios».

Si el leproso entraba en una leprosería era costumbre que llevase una cantidad de dinero consigo que debía de entregar para organizar una fiesta como celebración de su llegada.

El equipo del leproso constaba de: Lazarea, vestís o leprosería, vestís humilitatis, toga, stragula, que todos estos nombres se han dado al hábito pardo o grisáceo según el lugar, región o país.

Tunica el clamis, o vestido gris, Capucim camelini o capucha, de tejido hecho de pelo de cabra, mezclado con seda y lana, debidamente mezclado y teñido. Solutares, que eran unos zapatos adecuados, Chirotecae, los guantes.

Modiolus, una especie de barrilete colgado del cuello o en bandolera para depositar en él objetos o alimentos que le dieran.

Carraca o esquila o chanutella, para avisar de su presencia. Sobre la esclavina debía llevar además una pieza de tela roja, que era una marca para identificarle, lo que parece querer decir en cierto modo que su uniforme no era muy distinto al que podían llevar los caminantes de aquellos tiempos o los propios frailes.

Unos llevaban la señal azul, otros roja, según la región. Otros la pata de ánade, como es el caso de Francia, donde esto fue signo de infamia durante mucho tiempo.

En ciertas épocas los leprosos andaban mendigando, en otras se les prohibió salir de las leproserías cuando éstas existían.

A veces sólo dos tenían permiso para ir a la ciudad a pedir. En ocasiones el permiso era para pedir en la puerta de la leprosería pero con absoluta prohibición de entrar en la ciudad. Unas veces vivieron de la caridad pública, otras de la dotación que almas caritativas dejaban para atención de la leprosería. La mayor parte de las veces los leprosos allí alojados no estaban en disposición de trabajar.

Hubo entonces personas que por caridad unas veces, otras a sueldo, trabajaban para ellos, e incluso convivían en las leproserías. A veces fueron particulares, a veces órdenes religiosas, órdenes menores o voluntarios.

En algunas circunstancias se prohibía expresamente a los leprosos tener tierras propias que cultivar. En otros casos, por el contrario se les permitió disponer de sus propias tierras que en ocasiones hacían producir lo suficiente para abastecerles y aún sobrarles.

Había ciertos oficios que les estaban reservados permitiéndoles desempeñarlos como los llamados infamantes, tales el de sepultureros, el de recoger animales muertos, hacer cordeles para fabricar sogas que se usaban para los condenados a muerte o para las campanas de las iglesias, fabricaban campanas para las iglesias o cortaban la madera con la que se hacían los cadalsos.

La lepra fue en algunas épocas causa de disolución del matrimonio. Sin embargo San Gregorio consideró que esto iba contra los principios cristianos, y mientras el Concilio de Compiégne en 756 autorizó la disolución matrimonial, el Papa Alejandro III permitió incluso que los leprosos pudiesen casarse con una mujer sana si ésta le aceptaba, en cuyo caso el matrimonio era indisoluble.

Lo cierto es que la Iglesia nunca se opuso al matrimonio entre leprosos. En el Concilio de Letrán se dispuso que todo leproso podía libremente contraer matrimonio.

En cambio en algunas leproserías aun cuando marido y mujer fuesen leprosos, tenían que vivir separados y les estaba prohibido hacer vida en común. Sólo podían comer juntos los domingos.

Las mujeres no podían entrar en dormitorio de los hombres.

A partir del siglo XVII ya incluso la Iglesia permitió el bautismo de los hijos de leprosos en la pila común y enterrar a los leprosos en los cementerios comunes. Pero para llegar a esto hubo que vencer no pocas resistencias y costumbres establecidas por parte de la población.

En Bretaña, refiere Trevien que a pesar de que la Iglesia aceptó enterrar a los leprosos en el cementerio común, el pueblo no quería y en algún lugar como Pluvigner, fue llevado el cadáver de un leproso hasta la puerta de la iglesia según estaba estipulado.

Allí les esperaban los vecinos con piedras que lanzaron sobre el cortejo, que como pudo se refugió en la iglesia. El cura párroco fue alcanzado por una piedra. Tuvo que huir el cortejo de leprosos abandonando el ataúd que los rabiosos vecinos cargaron, tirándolo al camino de la leprosería. El féretro se abrió y el cadáver rodó por el suelo. Tuvieron que enterrarlo en la leprosería.

Pocos días después, calmados los ánimos hubo otro leproso muerto. El cura creyó que podía enterrarse. Así se hizo sin aparente peligro de ser apedreados, pero no contaban con los más rebeldes del pueblo. Un grupo de vecinos se presentó en el cementerio, desenterraron el cadáver y lo arrojaron al camino de la leprosería.

Los prejuicios estaban demasiado enraizados en el pueblo y no era fácil hacerles cambiar de parecer. A1 cabo del tiempo las cosas cambiaron y la gente llegó a ser convencida de que no había peligro para nadie.

El temor a la lepra fue tan grande en muchas épocas de la historia que una cláusula testamentaria corriente era: “que quienes no cumplan esta voluntad sean destrozados por la lepra”.

Y en carta que dirigía a San Luis, rey de Francia, el señor de Joinville le decía que prefería tener 30 pecados mortales que ser leproso.

Sin embargo las leproserías no eran siempre lugares sórdidos como se podía pensar por la mala prensa que ha tenido la lepra. Había leproserías que eran edificios bien dotados, confortables, en los que no sólo leprosos, sino personas de gran santidad eran admitidas y pedían terminar allí su vidas dedicadas a cuidar a los leprosos, dejando todos su bienes y pertenencias para la institución.

Sin embargo, es preciso señalar que las leproserías, durante siglos han sido en verdad depósitos, lugares de retiro y aislamiento y no centros clínicos hasta el siglo XVI en que aparecen los primeros hospitales generales o especializados en enfermedades venéreas, de la piel y lepra.

La circunstancia de que ciertos hospitales de leprosos que tenían sus reglas estrictas, llegasen a expulsar de su seno a pacientes que no las cumplían, parece demostrar que la razón de ser de algunos de estos centros, no fue la de prevenir la extensión de la infección como ya apuntamos, sino lugar de retiro más bien religioso.

Buena prueba es que se les exigía hacer votos como a los clérigos o frailes, tal el de obediencia por ejemplo. Se trataba pues, de verdaderas comunidades religiosas.

Este autor al mencionar el hospital de Sheburn en Inglaterra, cuenta que el leproso tenía que rezar 16 paternosters a laudes o maitines, 14 a prima, 14 a nonas, 18 a vísperas y 14 a completas, más 25 por sus propios pecados y otros tantos por las almas de los obispos de Durham, en total 161 paternosters diarios.

Esto no era todo ya que a la muerte de un hermano de la comunidad, se tenían que rezar cada uno 300 paternosters a su memoria durante los siguientes 30 días. La cosa se complicaba cuando morían tres o cuatro leprosos, pues no daba tiempo a rezar los 1.200 paternosters extra.

En Dover eran aún más exigentes. Había la obligación de rezar 200 paternosters y avemarías diarios y otros tantos por la noche.

Y si alguno, sin causa justificada, olvidaba sus devociones era castigado teniendo que hacer pública confesión de su falta y como si fuera un niño de escuela cogido en falta de ortografía, rezar el doble de paternosters.

En el siglo XVI los hospitales de leprosos van pasando paulatinamente de la administración eclesiástica a la civil.

En España coincide el fin de siglo con la creación de hospitales generales, con la fusión de los pequeños hospitales que vivían una existencia lánguida o difícil a pesar de albergar sólo 10 ó 12 enfermos.

En Madrid, específicamente, el hospital de San Lázaro existente desde tiempos remotos en las afueras de Madrid, fuera de la muralla, al final de la cuesta de la Vega, pasará a integrarse en el de Antón Martín donde se atenderán desde entonces las enfermedades venéreas, de la piel y la lepra.

Esta es la época en que la lepra se va haciendo rara en Europa y los hospitales de leprosos van quedando vacíos. Se creyó por un tiempo que a medida que iba aumentando la tuberculosis iba disminuyendo la lepra.

Lo cierto es que la disminución hasta casi desaparecer, de la lepra, se hace patente en Inglaterra, donde en el citado hospital de Sheburn de 65 leprosos que había en 1434, baja a fines del siglo XV a 2 y a mediados del siglo XVI no quedaba ya ningún leproso, por lo que se dio albergue a pobres no leprosos.

En algunos hospitales que fueron para leprosos se llegó a olvidar el motivo por el que fueron fundados.

En Dinamarca se hizo tan rara la lepra que los hospitales de leprosos fueron destinados a albergar enfermos comunes y alguno para hospital psiquiátrico. En el norte de Europa desapareció de Suecia la lepra casi por completo quedando confinada en algunas regiones de Noruega.

DIAGNÓSTICOS Y TERAPÉUTICA DE LA LEPRA. OJEADA HISTÓRICA

Desde las antiguas prácticas y medidas de higiene y profilaxis por el aislamiento, el incendio de las casas donde hubiese habitado un leproso, hasta nuestros días, muchos y variados han sido los ensayos para tratar y curar la lepra.

En la antigua China se usó la acupuntura, así como diversas substancias minerales entre ellas el arsénico, para curar la lepra. En el siglo XIX se creyó que el caldo de culebra, en especial la majá o boa de Cuba era excelente remedio para la lepra, así como el caldo de tortuga.

En la India fue utilizado con éxito desde tiempos remotos el aceite de Chaulmoogra, que ya al parecer conoció Rama con el nombre de kalow, y con el cual según el Ramayana de Valmiki se curó a sí mismo la lepra contraída que le obligó a apartarse de los humanos y vivir por en medio de los bosques.

Éste kalow de Rama ha sido identificado con una planta de la familia de las Flacurtiáceas, el Taraktogenes kurzii. En Birmania se usaron los extractos de Hydrocarpus wightiana. Ambas plantas producen aceite de Chaulmoogra.

Parece extraño que a Europa llegasen las especies y no llegase sin embargo de Oriente el aceite de Chaulmoogra que se conocía desde tan remota antigüedad. Sólo en el siglo XIX y gracias a la observación hecha por el inglés Mouat en 1854 otros dicen que Roxburg en 1814 ya lo había observado, quien comprobó el efecto curativo de este tratamiento que los hindúes conocían nada menos que hacía 2.000 años.

Parte de la terapéutica una vez hecho el diagnóstico y como consecuencia de la diseminación de la lepra en Europa, la legislación prevista contra la diseminación de la enfermedad (la cual fue considerada contagiosa) y las regulaciones concernientes al casamiento de personas leprosas, así como su segregación y detención en instituciones – las cuales eran mas filantrópicas y de caridad que medicas –implicaron la creación de hospicios o asilos de ancianos – que gradualmente entraron en operación. Las investigaciones históricas de Virchow concernientes a casas de leprosos (leprosarios) han establecido el hecho que estas instituciones existían en Francia tan temprano como en el siglo siete en Verdun, Metz, Mastricht,, etc., y que la lepra podría aun haber sido diseminada. En el siglo ocho, San Othmar en Alemania y San Nicolas de Corbis en Francia, fundaron casas para leprosos, y algunos de estos existían en Italia. (ver Virchow en “Archivo de Anatomía Patológica”, XVIII – XX, Leipzig, 1860.) El establecimiento de leyes contra el casamiento de leprosos, y proveyendo para su segregación, eran hechos y reforzados tan temprano como en el siglo séptimo por Rothar Rey de los Lombardos, y por Pepin (757) y Carlomagno (789) para el Imperio de los Francos. La temprana cuenta del hallazgo de casas de leprosos en Alemania, se da en los siglos ocho y nueve; en Irlanda

(Inisfallen), 869; Inglaterra, 950; España, 1007 (Málaga) y 1008 (Valencia); Escocia, 1170 (Aldnestun); los Países Bajos, 1147 (Ghent).

El hallazgo de estas casas no tuvo lugar hasta que la enfermedad se había diseminado considerablemente y se habían convertido en una amenaza de la salud publica. Se ha dicho que es la mas prevalente en el tiempo de las Cruzadas, asumiendo proporciones epidémicas en algunas localidades: en Francia solamente, al tiempo de la muerte de Luis IX se computó que fueron cerca de doscientas de estas casas, y en toda la Cristiandad no menos de diecinueve mil. Esto es, además, buena razón para dudar de la seguridad de las figuras anteriores como se estimo por nuestros informantes medievales. Excepto, “esto podría ser un error”, escribe Hirsch , “para inferir de la multiplicación de las casas de leprosos, que esto fue un incremento de casos correspondientes, o tomo el numero de los primeros como la medida de la extensión en la cual la lepra fue prevalente, o concluir, como algunos han hecho, que la coincidencia de la Cruzadas implica alguna conexión intrínseca entre las dos cosas; o que el aumento del numero de casos fue asociado a la importación de la lepra a Europa desde el Este.

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