- La identidad por conformidad o por distinción
- Fugacidad de los valores, frivolidad en los valores
- Antidepresivos: adiós a las píldoras de la felicidad
- Depresiones: entre bioquímica e historia
- Una gragea de psicofarmacología: marqueting o ciencia
- Bibliografía
Para tener un sentimiento de quienes somos, debemos de poseer un idea de cómo hemos llegado a ser y de dónde venimos.
CHARLES TAYLOR, Fuentes del yo.
Lo dice bien el lenguaje popular: "La verdad". La verdad…, reconoce que te gustaría tener una casa con piscina y algún auto de lujo. Y que no siempre hay que vender tu alma al diablo para cumplir esos objetivos. Estos temas se encuentran muy ideologizados. Están los que no hacen ni dejan hacer. Ellos predican que el éxito es nocivo.
Espero algo de los demás y los demás esperan algo de mí. Desde niño tengo en cuenta lo que se espera de mí. Mis padres esperaba que fuera político y elegí ser analista. Mi pareja quiere que vayamos al mar de vacaciones y yo prefiero la montaña. No son más que forcejeos. Nuestros planes forcejean con el plan de los demás (Horstein, 2011).
Uno se propone objetivos. El objetivo es lo que hay que conquistar con delicada firmeza. El objetivo no debería esclavizarnos. ¿De qué vale tener éxito profesional si mi vida afectiva es un desastre? Los proyectos deben privilegiar ciertas prioridades.[1]
Los triunfadores (winners) buscan la gloria de manera implacable y corren el peligro de ser consumidos por el burn-out (el síndrome de sentirse incinerados por el trabajo) o de caer en el anonimato mediocre. Los perdedores (loosers) tampoco la pasan muy bien, chapoteando en el charquito (Horstein, 2011).
Seguro que conoce la canción A mi manera.[2] Y sabe que hay personas que logran ser aceptadas por los demás sin traicionarse demasiado a sí misma y sin ser esclavas de la opinión social.
Hablando de eso. Como profesional, ¿A quién tengo que imitar? Y no me digan que a nadie. Muchos psicoanalistas al comienzo de su carrera eran loritos repitiendo a Freud o a Lacan. He escuchado a Piozzolla tocando muy parecido a Toilo. Es que para revolucionar el tango, tenía que dominar el tango anterior (Horstein, 2011).
Hemos venido a parar a la imitación y a la adaptación social. Pero incluso si queremos cambiar las reglas del juego, tenemos que conocerlas, lo que ya es un modo de respetarlas. Los niños imitan a sus padres y a sus maestros, y a lo que pasa en la tele. Es una internalización de patrones de conducta y actitudes. La tarea del adolecente, rebelde con causa, es cuestionarlos para quedarse sólo con aquellos que le convienen o él cree que le convienen (Horstein, 2011).
Ni tanto, ni tan poco. Siempre ha habido la tentación binaria. El "águila o sello" . O se es ganador o se es perdedor. El premio es para el ganador o para el mejor del grado o para el empleado del mes. Carlos Slim es millonario pero que sabemos de él. ¿Cómo le irá en los demás planos de su vida? Y todos sabemos que la vida tiene varias dimensiones.
No se trata del consuelo del envidioso. "Tendrá éxito pero no tiene talento". Si uno tiene talento ¡Cómo hace para disfrutar cada día más de él y no estar pendiente de los que tienen otros gustos y capacidades? Tampoco se trata de prohibirse ser envidioso. Ni de prohibirse nada que no sea delito (Horstein, 2011).
Como un artista, el ser humano es un creador. Recibe una tradición. Puede cuestionarla. Le dijeron que los negros son una raza inferior. Pero el bota a Barack Obama. ¿Puedo ser feliz si no hago lo que creo y pienso? Y aquí, ser feliz quiere decir respetarme a mí mismo.
¿Por qué importa la preservación de la autoestima? En algunas personas la promoción de su imagen ocupa un lugar central. En las depresiones esa preocupación es abrumadora (Horstein, 2011).
La identidad por conformidad o por distinción
De dos modos se obtiene el reconocimiento: por comodidad (ser como los demás, miméticamente) o por distinción (ser distinto y hacer que los demás valoren esa diferencia). Ser como los demás representa una garantía de aceptación social. Buscar el reconocimiento por distinción es más frecuente en jóvenes y adolecentes, porque les sirve para afirmarse y construir su identidad. Hay adultos que también tienen un reconocimiento por distinción (Woody Allen, Pedro Almodóvar, Gilles Deleuze). Quizás porque siguen conservando la frescura juvenil (Horstein, 2011).
La autodisciplina que tenemos hoy se fue amasando con distintos ingredientes a partir del primer día de vida incluso antes, en el proyecto de los padres para ese hijo en la propia autoestima de los padres. Pero ahora insistimos en que proviene de la historia y de las realizaciones y de los vínculos actuales acordes con el ideal.[3] Es un residuo, un destilado de esa retorta. Un destilado alimentado también por la influencia del futuro en el presente (Horstein, 2011).
El yo no es innato, el yo nace de otro. Tiene como referencia su propia historia, pero también las miradas ajenas: al articular su propio reconocimiento y el reconocimiento que le brindan los otros. La imagen que "devuelve" el otro acerca de quién es "yo" logran (a veces, no siempre) hacer menos angustiante la interrogación. Cada vez más los enunciados que se refieren al yo no dependen del discurso de un otro, sino del "discurso del conjunto" (Horstein, 2011).
Hace tiempo que se transformaron los valores de la sociedad tradicional. En México alguien dijo que cualquier obrero podría llegar a ser patrón, afirmación válida, aunque los casos no sean tantos. Una plebeya Argentina se casó con el príncipe de Holanda, lo que hubiese sido imposible hace algunos años. En ciertas ramas de la ciencia, más que ejercitar diariamente los conocimientos adquiridos, hay que incorporarlos todos los días. Nos ha tocado un mundo movedizo y, por lo tanto, inestable. Un mundo competitivo y, por lo tanto estresante.
La insignificancia personal -el sentimiento de que la vida no tiene nada valioso- se ha convertido en un problema fundamental. La autoestima se constituye en una trayectoria a lo largo del "ciclo de la vida". Cada uno de nosotros vive una biografía organizada en función de los flujos de la información social acerca de los posibles modos de vida. Al "¿Cómo he de vivir?", hay que responder con decisiones tomadas cada día: cómo comportarse, qué vestir, qué comer y tantas otras cosas. Ningún aspecto de nuestras actividades se atiene a una dirección predeterminada, lo cual torna pertinente cualificar a nuestra sociedad, como lo hace Ulrich Beck, de "sociedad de riesgo". Vivir en la sociedad de riesgo significa aceptar altos niveles de incertidumbre. (Horstein, 2011).
¿Qué exigencias tenía un leñador hacia 1810? Si todos los demás se unían a las fuerzas de Miguel Hidalgo, él no podía hacerse el desentendido y seguir en su rancho o mudarse a otra región. Y una vez en la guerra, debía demostrar su destreza al luchar.
Hoy la vida de un obrero del D. F., es más exigente. No está dicho que será siempre un obrero. Su amigo se compró un taxi. Otro ya es dueño de un colectivo. Se espera de él lo que se espera de todos: que plantee una pelea en diversos frentes. ¿Cómo responder a semejante exigencia? Una de las formas es: "Yo a esto no juego". La otra es subirse al ring, a espera de una evasiva corona y de unos seguros puñetazos.
Frente al estallido de las normas tradicionales, el individuo cuenta (o debiera contar) con una guía interior que extrae de la mirada de los otros y de la suya propia. Si bien la mirada colectiva es menos limitante, pues abre espacios de libertad, la preservación de la autoestima sigue siendo crucial. Ella depende de la mirada del otro, pero refractada por la propia mirada. Esa mirada supone ser exitoso en diversos registros: físico, estético, sexual, psicológico, profesional, social, etc. La búsqueda de autoestima es, como toda búsqueda, la prueba de que uno está vivo, e implica someterse a ciertas exigencias. Y como difícilmente seamos lo que se espera que seamos, implica sufrimiento (Horstein, 2011).
Fugacidad de los valores, frivolidad en los valores
En un mundo fascinado por el éxito individual, el rendimiento y la excelencia hay tensiones muy fuertes entre las imágenes ideales y la realidad de lo que se vive.
La crisis de los referentes tradicionales puede producir un desfasaje y hasta un antagonismo entre la estima pública y la autoestima. No está mal aspirar al éxito. Éxito proviene de exitus, que en latín quiere decir "salida". Salida del gueto, del encierro. Apostamos por nuestras prioridades (Horstein, 2011).
Algunos actúan como si los únicos valores fueran el poder económico, el estatus profesional o el reconocimiento mediático. Algunos piensan que estos son los valores oficiales. Otros buscan una restauración retornando a los valores tradicionales (nacionalismo, familiarismo, fundamentalismo, integrismo) o en la búsqueda de ideales de un new age.
La persona sumergida en valores múltiples y contradictorios debe reconstruir ideales para encontrar patrones de medida para su autoestima. Cada uno se las arregla como puede frente a la multiplicidad y la movilidad de los referentes colectivos que fundan el reconocimiento social (Horstein, 2011).
Al final terminaremos hablando de ética y de moral. ¿Y la autoestima? No estamos dando un rodeo. Estamos haciendo un imprescindible rodeo. Reunimos la hacienda. Desde el primer momento dijimos que la autoestima se jugaba también en nuestra inserción histórico-social (Horstein, 2011).
No hay tanto una crisis de valores como una crisis de sentido mismo de los valores y de la aptitud para guiarnos. ¿Cómo orientarnos en ese laberinto? Esa crisis no es sólo la de los marcos morales heredados de las grandes confesiones religiosas, sino también la de los valores laicos que les sucedieron (ciencia, progreso, emancipación de los pueblos, ideales solidarios y humanistas). Ya no existe un patrón fijo sino que los valores fluctúan en un amplio mercado (Horstein, 2011).
Así, el fenómeno de la moda, que hasta ahora sólo se refería a ámbitos dominados por el arbitrario y la convivencia, como el vestir, hoy invade nuestra concepción de los valores. Vivimos en lo efímero, la obsolescencia acelerada, el capricho subjetivo (Horstein, 2011).
Esta forma coyuntural, especulativa, de concebir los valores corresponde a un gran número de fenómenos éticos o estéticos actuales. El papel de la información y de los medios de comunicación refuerza esta orientación. Un modo bursátil de vivir, a lo Wall Street, implica tener en cuenta múltiples indicadores que deben atraparse al instante. A cada instante su celular le presenta una oferta (Horstein, 2011).
El juicio que se hace hoy de los valores es multiforme: quedan desmitificados, relativizados, despreciados y, sobre todo, se los acusa de contingencia, versatilidad, incluso de frivolidad. Sin embargo, paradójicamente, la noción de valor está cada vez más presente en nuestros recursos (Bindé, 2004).
Fugacidad de los valores. Antes éramos creyentes. Creímos en San Juditas, en Jean-Paul Sartre, en Che Guevara. Poco o mucho fuimos defraudados. O creíamos en Dios, en el marxismo, en la economía de mercado, en el progreso, en la transformación social. ¿En qué o en quién podemos creer hoy? por eso el tema de los valores y su relación con el valor que cada uno se atribuye a sí mismo es fundamental.[4]
En efecto, el berenjenal del siglo XXI. Hasta ahora, el problema de los fundamento de los valores era sencillo: Dios había ofrecido leyes a los seres humanos para que pudiesen hacer el bien. Por otra parte, en el contexto laico de sociedades muy unidas sucedía lo mismo, ya que los preceptos éticos estaban profundamente interiorizados. Se obedecían y se respetaban los valores (Horstein, 2011).
Por su puesto, las cosas cambian con el aumento de la autonomía y de las responsabilidad individual, dado que el imperativo ya no viene con Dios, ni de la religión, ni del estado, ni de la sociedad, ni del propio individuo. Según esta visión, los valores dependen de él, a través de su responsabilidad, de su dignidad, de su valía de su virtud y de su honor, pero también del grupo. Desde el momento en que existe, según la expresión de Marx Weber, un "politeísmo de los valores", a menudo surgen conflictos entre imperativos éticos contrarios, y estos valores contradictorios acarrean múltiples consecuencias en la propia valoración. Esa diversidad, con sus conflictos, la llevamos adentro.
Cuando los valores entran en crisis, bailotean vertiginosamente en la pantalla, más vertiginosos que un video clip. Uno siempre está tomando decisiones. Y las decisiones requieren de un estable estado de situación. Es imprescindible un examen a fondo de los valores de la ética, de su naturaleza, sentido, fundamento y jerarquía para dar cuenta de la autoestima (Horstein, 2011).
Antidepresivos: adiós a las píldoras de la felicidad
Se dice que los verdaderos protagonistas de la salud pública son las personas (y no los gobiernos, las prepagas o la industria farmacéutica). ¿Estamos bien informados? Nos ofrecen noticias las 24 horas. Pero la noticia no apreció en ningún diario, revista, programa de televisión. Las noticias de que los antidepresivos podrían ser un tic tac más caro que los que refrescan el aliento. ¡Entre chismes políticos, de la farándula, inundaciones, calamidades climáticas varias, los malestares de la economía que tanto repercuten en nuestra vida? Claro que es importante el porcentaje de la inflación. ¿Pero no depende también, y muchísimo, de cómo nos tratan cuando estamos enfermos y que remedios tomamos? Hemos leído que adulteran medicamentos. Pero usted, ¿se enteró de que los efectos de antidepresivos que toman se diferencian, pero no demasiado, de las pastillas de menta? (Horstein, 2011).
El escándalo de los antidepresivos fue tapa de newsweek el 8 de febrero de 2010. El título, bien visible, gritaba: "Novedades depresivas de los antidepresivos". Y el subtitulo revolvía en la llaga: "Los estudios sugieren que estas populares drogas no son mucho más efectivas que el placebo y que en algunos casos sus efectos pueden ser más perjudiciales".
El artículo recogía un mega estudio publicado el 6 de enero en el JAMA (The Journal of the American Medical Association, vol. 3, núm 1)que concluye que si bien el 75% de los pacientes con depresión se benefician con la medicación, hay poca evidencia de que los antidepresivos tengan efectos farmacológicos específicos comparados con los placebos para pacientes con depresión leve y moderada. La publicación se basó en múltiples estudios realizados entre 1980 y marzo de 2009. En promedio, los placebos resultaron en un 75% tan efectivos como los medicamentos.
Depresiones leves, moderadas y severas: en los países desarrollados parece cuantificarlo todo, mientras que hasta a nosotros nos falla el INEGI (Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática). La escala de depresión de Hamilton mide la severidad de la depresión. De esa escala (o de otra) dependerá la indicación de medicación en el futuro (Horstein, 2011).
Como señalamos, la depresión puede ser leve, moderada o grave. En el primer caso, La persona siente que es incapaz de hacer frente a la mayor parte de sus actividades cotidianas. En el segundo, a esa sensación se le suman dificultades para mantener esas actividades, para concentrarse, para tomar decisiones. Los errores laborales se hacen más frecuentes y eso daña aún más la autoestima. Finalmente, El grado grave de trastorno perturba casi por completo el día a día de la persona. Darse un baño o ir al trabajo se convierten en una tortura. No sólo aparecen con más frecuencia las ideas de suicidio, sino también las tentativas (Horstein, 2011).
Sin embrago, quienes dieron la noticia no fueron tira bombas en un anónimo sitio de Internet. No fue un diario sensacionalista. No fueron psicólogos despechados con la psiquiatría. Fueron los médicos estadounidenses, médicos agrupados en la American Medical Association, señores de muy buen pasar, pero que no suelen recibir dinero no pasajes de las empresas farmacéuticas. Esos médicos que suelen mirar con recelo a las psicoterapias, elaboraron este enjundioso estudio y lo publicaron en su prestigiosa revista.
Repasemos las conclusiones del mega estudio: "Hay pocas evidencias de que los antidepresivos tengan efectos farmacológicos específicos comparados con los placebos para pacientes con depresión leve y moderada". Por lo que en depresiones leves y moderadas las diferencias clínicas entre antidepresivos y placebos "son mínimas o no existentes"; por el contrario, en depresiones severas los beneficios de la medicación antidepresiva tenían significativas diferencias con los placebos.
¡Caramba¡ hace más de veinte años que se recetan antidepresivos. Hace años que los biologicistas desprestigian como charlatanería la psicoterapia y ahora estos clínicos, tipos que charlan poco, han venido a descubrir la importancia del diálogo y de la relación médico-paciente y han puesto en su sitio los antidepresivos (Horstein, 2011).
La posibilidad de que la efectividad de los antidepresivos se basa en que conjugan creencias, expectativas y esperanzas (desde ya factores no despreciables) en cualquier medicación interroga acerca de la bioquímica de la medicación.
En los estudios clínicos, los voluntarios son advertidos de que unos tomaran la droga y otros un placebo. Tampoco los médicos saben a qué pacientes les están indicando una cosa o la otra. Es lo que se llama "estudio de doble ciego". Sin embargo los voluntarios pueden sospechar lo que ingieren porque los antidepresivos tiene efectos secundarios (náuseas, vómitos y disfunciones sexuales). Es decir, pueden tener la corazonada de que no pertenecen al grupo placebo. Alguno estadígrafos nos advierten que este conocimiento puede ser responsable de parte de la ventaja (25%) de las drogas sobre los placebos (Horstein, 2011).
El informe despertó alarmas en la industria farmacéutica. No es para menos. en 2008, en 2008, los antidepresivos facturaron 9.6 millones de dólares y se calcula que aproximadamente (20 mil millones a nivel mundial)En ese país los antidepresivos incrementaros su consumo de 13.5 millones de personas en 1993 a 27 millones en 2005. Y representan actualmente el 15% de todas las prescripciones (Horstein, 2011).
Por más de dos décadas, la industria farmacéutica fue la más lucrativa en Estados Unidos. En el año 2003, por primera vez, fue desplazada del primer lugar y se ubicó detrás de la minería, la producción de petróleo y la banca comercial.
En este marco, se generaron polémicas acerca de los criterios de la FDA (Administracion de Alimentos y Fármacos, por sus iniciales en inglés). ¿Es totalmente confiable? L FDA es la agencia de gobierno de los Estados Unidos responsable de la regulación de alimentos (tanto para seres humanos como para animales), suplementos alimenticios, medicamentos, cosméticos, aparatos médicos y productos biológicos. Es la encargada de tomar los recaudos. Para los medicamentos, su exigencia requiere que sólo dos ensayos clínicos bien diseñados demuestren que una sustancia es más eficaz que un placebo, aunque haya otros estudios que demuestren dicha eficiencia (Horstein, 2011).
Se estima que para el 2013 el 10% de la población norteamericana toma antidepresivos, el doble que en el 2002. Más de la mitad lo hace por malestares diversos. Muchos lo hacen para enfrentar las vicisitudes cotidianas y recuperar la autoestima.
Hace unos años, la creencia de la eficacia de los antidepresivos llegó a no tener cuestionamientos. Kramer (1994) escribió sobre los cambios que el Prozac ocasionaba en muchos de sus pacientes. Ellos se sentían más vitales y menos pesimistas, percibían un aumento de la concentración y de la memoria. Todo ello -decía Kramer- eran cambios que soslayaban un proceso psicoterapéutico. "La medicina actuaba como la interpretación de la psicoterapia: daba una nueva perspectiva a los pacientes sobre sus vidas […] Muchos se vieron liberados de viejas obsesiones". Empezaron a sentirse dueños de sus presentes. Y, sobre todo: ¿la medicina lo había curado de una enfermedad o, a caso, la había convertido en otra persona? Se trata de interrogantes que tienen que ver no sólo con el origen y la formación del carácter, sino también con el modo en que diversas culturas pueden hacer más felices y exitosas a las personas. El mundo de hoy parece estar en manos de los extrovertidos. La alegría, la fama y el éxito social son los valores más altos. Tal vez el auge de las ventas de antidepresivos sea una consecuencia de todo eso. La televisión, la música, los Reality shows y el cine suelen dejar de lado a las personas calladas y poco pretenciosas. la mayoría de los grandes líderes empresariales y políticos son carismáticos, enérgicos y seguros de sí mismos. La diferencia entre estos valores y los de hace unas décadas se hace patente si comparamos lo que se4 esperaba de la mujer en los años sesenta y que se espera de ellas ahora. "Mamá necesita algo que la calme/ y aunque no esté realmente enferma/ hay una pequeña pastilla amarilla", decía una canción de los Rolling Stones llamada Mother´s Litte Helper. Se refería al Vallium: un tranquilizante, en vez de un estimulante. En efecto, lo que se esperaba entonces de la mujer era dedicación al hogar, al marido y a los hijos. Hoy se espera que sean tan competitivos como ellos en el mundo laboral (Ponsowy, 2010)
Depresiones: entre bioquímica e historia
Mientras redactaba se produjeron varias catástrofes climáticas, económicas y políticas en el mundo (que también tendrán incidencias en la salud, física y psíquica). Y mientras le revisaba, continuaban y se multiplicaban. Evidentemente, las depresiones fueron una de sus consecuencias. Entre tanta algarabía, entre tantas bebidas energizantes, el peligro de la depresión, su carácter endémico, parece pasar inadvertido y preocupar sólo alos aguafiestas y amargados (Horstein, 2011).
Sin embargo, afirma la Organización Mundial de la Salud (OMS): "Se espera que los trastornos depresivos, en la actualidad responsables de la cuarta causa de muerte y discapacidad a escala mundial, ocupen el segundo lugar, después de las cardiopatías, en 2020". Y pronostica además que en el 2020 las problemáticas de salud serán principalmente: envejecimiento de la población; propagación del VIH (Virus de Inmunodeficiencia Humana) e incremento en la mortalidad relacionada con el tabaco y la obesidad. Las depresiones se ubicarán, como causa de discapacidad, por delante de los accidentes de tránsito, las enfermedades vasculares cerebrales, la enfermedad pulmonar obstructiva crónica, las infecciones de las vías respiratorias, la tuberculosis y el VIH.
Para muchos autores las depresiones son "el mal del siglo" y responsabilizan al estrés y a la falta de ideales de la sociedad contemporánea. Y ante ello, la sociedad entera (no sólo los laboratorios) ofrece, al sufriente, soluciones mágicas. Los útiles medicamentos antidepresivos se convierten en artificiales píldoras de la felicidad, y en un medio carcomido por la droga, los deprimidos se vuelven "tóxicamente legales" (Horstein, 2011).
El amor no tiene un meollo. La depresión tampoco. El decir, los fenómenos psiquicos (las depresiones, el amor, etc.) son complejos. El terapeuta puede establecer una cabeza de playa, pero no desembarca en Normandia. Desembarca, por ejemplo, en el tramo del sujeto con sus valores y metas. Y desde ahí sigue explorando, no sólo explorando sino también produciendo alivio.
La autoestima se alimenta del interjuego entre el sujeto y sus ideales. La autoestima se desquebraja cuando la sociedad maltrata al sujeto. La degradación de los valores colectivos y de las instituciones incide sobre los valores personales (Horstein, 2011).
Postular que las depresiones son solamente biológicas es científicamente falso y humanamente peligroso. Las depresiones tienen que ver también con el desempleo, la marginación, la pobreza extrema y la crisis ética. Tampoco en esto disponemos de estadísticas confiables. Pero no es aventurado vincular las depresiones a los duelos masivos y traumas devastadores que hacen zozobrar vínculos, identidades y proyectos, personales y colectivos. Las depresiones componen la cara oscura de la intimidad contemporánea (Horstein, 2011).
¿Cómo escapar al reduccionismo, es decir, a la simplificación excesiva en el análisis o estudio de un tema complejo? Para la ideología reduccionista en biología (biologicismo), la depresión sería consecuencia de la constitución genética. De esta manera, niega cualquier papel a las problemáticas psíquicas, sociales históricas… La ideología reduccionista en psicología (psicologismo), a su turno, hace oídos sordos a los aspectos químicos de las depresiones y alas socio-históricos (Horstein, 2011).
Un mínimo recaudo será el de evitar los reduccionismos y precaverse de las opiniones interesadas. Y sólo un necio podría decir que la bioquímica nunca alivia la depresión, pero las depresiones son algo más que un trastorno en el quimismo. Resultan de una alteración de la autoestima en el contexto de los vínculos y los logros actuales. Lo infantil es reactivo. las depresiones ilustran la relación estrecha entre la intersubjetividad, la historia infantil, la realidad, lo corporal y los valores y, por cierto, la bioquímica.
Una gragea de psicofarmacología: marqueting o ciencia
En la última década, los avances de la ciencia de los genes y del cerebro han sido tan apabullantes que nos apabullan si estamos distraídos. Pululan los genes. Hay un gen para cada aspecto de nuestras vidas, desde el éxito personal hasta la angustia existencial. Genes para la salud y la enfermedad, para la criminalidad, la violencia, la orientación sexual "anormal" y hasta el "consumo compulsivo". Y donde hay genes, la ingeniería genética y farmacológica ofrece paraísos de salvación a sujetos hambrientos de fe (Horstein, 2011).
Se propugna una relación causal entre el gen y la conducta. Un hombre es homosexual porque tiene "genes gay", alguien está deprimido porque tiene "los" genes de la depresión. Hay violencia en las calles porque la gente tiene genes "violentos" o "criminales"; la gente se emborracha porque tiene los genes "del" alcoholismo. Y si el ambiente acepta este reduccionismo es porque se han resignado a no encontrar soluciones integrales a problemas integrales. Por ejemplo, podando lo social (Horstein, 2011).
Para el reduccionismo biologicista, la violencia en la sociedad moderna no tendrá que ver con la sordidez del racismo, , el desempleo, la brecha entre la riqueza y pobreza extrema. Y un individuo violento se explicaría por su constitución bioquímica o genética. ¿para qué poner sobre el tapete las injusticias sociales o formas informantes de convivencia? desmienten así los problemas subjetivos o sociales al pensar sólo en causas biológicas (Horstein, 2011).
Muchos de los psiquiatras biologístas se han enrolado, con no disimulado entusiasmo, en esta ideología bajo la mirada complaciente de los laboratorios, complacencia que se manifiesta con subvenciones y viajes al extranjero (en clase ejecutiva, desde ya).
Algunos se ilusionan que la genética nos dará la calve para pensar el devenir. El conocimiento del os 3 000 millones de neucleótidos que forman el genoma humano constituiría la última etapa del conocimiento de lo viviente, su alfabeto. Era lo que necesitaba la industria farmacéutica en su desesperada búsqueda de una nueva revolución terapéutica, cuando todos los programas de farmacología precedentes se habían mostrado terriblemente onerosos y decepcionantes (Pignarre, 1999).
Pese a los inconvenientes, la idea es hoy investigar a los componentes de origen genético de todas las enfermedades que no han hallado solución (o soluciones definitivas) con la revolución terapéutica que tuvo lugar hace poco. El objetivo es convencer al público de que la mayoría de las enfermedades para las que no se han encontrado una causa microbiana o viral tendría, en última instancia, un origen genético que eventualmente se acepta matizar con consideraciones sobre el modo de vida (alimentación, cigarro, actividad física, etcétera).
Con la genética, la investigación académica prometió el oro y el moro. Seria demasiado fácil copiar aquí un largo surtido de manifestaciones imprudentes de mediados de la década de 1980 a esta parte. Ahora bien, ¿Qué promesas se cumplieron? ¿Y cuántos dólares, públicos y privados, costó la desenfrenada promesa?
La psicofarmacología es una disciplina científica que estudia el efecto de fármacos con especial atención a las manifestaciones cognitivas, emocionales/motivacionales y conductuales.
Hace unas décadas los psicofarmacologos estudiaban los diferentes efectos de la cocaína y los opiáceos, aspirando a identificar sustancias cuya presencia en el cerebro determina el buen humor. Hablan de la "capacidad hedonista" y describían la depresión, la frigidez y la tensión como opuestos. En cada uno de nosotros hay una aptitud genética para el para el placer o el sufrimiento. Pero ¿Se trata de un factor decisivo? ¿Qué alivio sería encontrar un gen de la felicidad, como lo sería dar con un gen del crimen, del fanatismo de la homosexualidad¡ La vida dejaría de ser una historia caótica que escribimos según la circunstancia y tendría la rectitud de un programa. : ya no estaría inscrita, como antaño, en el gran libro divino, sino en la arborescencia del ADN. Estaríamos marcados por nuestro caudal cromosómico sin importar lo que hiciéramos o lo que quisiéramos. Habría ansiosos condenados para siempre a la adrenalina y a la serotonina, y habría atontados con el cerebro permanentemente inundado de dopamina (Horstein, 2011).
Sin embargo, el bienestar psíquico no se reduce al bioquímica. De ese misterio nos hablan los psicólogos, los psiquíatras, los místicos, los filósofos, los literatos… ¿ y los charlatanes¡ La vida tiene la estructura de la promesa, no de un programa. En cierto modo, nacer es ser prometido a la promesa, a un futuro que palpita frente a nosotros. Mientras el porvenir muestre el rostro de lo imprevisible y de lo imprevisible y de lo desconocido, esta promesa tendrá un precio. Es propio de la libertad llevar la existencia a un lugar distinto al esperado, desrabotar los códigos biológicos y sociológicos. La excitación y la incertidumbre de lo que nos espera son superiores a la regularidad de un placer grabado en nuestras células. lo novelesco es esa capacidad de la vida de asombrarnos. ¿Acaso no es mejor una historia sin felicidad, pero llena de animación, a una felicidad anestesiada?
Cuando postulo la integración y la colaboración de psicofarmacología y psicoterapia, cuando se practican en el consultorio, ello no implica que crea en una acción mágica de cualquier psicofármaco. Algunos de sus efectos son positivos pero deben de ser potenciados por el entorno afectivo del paciente (sus vínculos) y casi siempre por una psicoterapia, incluso en el caso de las depresiones graves (Horstein, 2011).
Suponer que la depresión no es más que algo químico es como suponer que el talento o la criminalidad son exclusivamente químicos. La depresión debe de ser abordada desde el paradigma de la complejidad. Y así desentendemos el desequilibrio neuroquímico presente en las depresiones, debido a la acción conjunta, y difícilmente deslindable, de la herencia, la situación personal, la historia, los conflictos, la enfermedad corporal, las condiciones histórico-sociales, las vivencias, los hábitos y el funcionamiento del organismo (Horstein, 2011).
Mientras no se demuestre lo contrario, los resultados que revela el informe del JAMA que ya se han mencionado obligan a tomar medidas, incluso gubernamentales. Los seguros médicos, que siempre controlan a sus psiquiatras y sus psicólogos y a sus médicos para maximizar la ganancia, tendrán que preguntarse si los psiquiatras están haciendo las cosas bien.
BINDÉ. Jéróme (2006), ¿Hacia dónde se dirigen los valores? Coloquio del siglo XXI. Fondo de cultura Económica. México.
Brecht Bertolt. [1934], 2004. Las cinco dificultades para decir la verdad. bajado de internet de la página: http://www.lainsignia.org/2004/enero/cul_062.htm.
FREUD, Sigmund. 1930 (1979). "El malestar en la cultura", en Obras completas, t. XXI. Amarrotu. Buenos Aires, Argentina.
GAULEJAC, Vicent de 2008. Las fuentes de la vergüenza. Mármol Izquierdo. Buenos Aires, Argentina.
HORSTEIN Luis. 2011. Autoestima e Identidad: Narcicismo y valores sociales. 1ra edición. Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires, Argentina.
KRAMER. Peter. 1994. Escuchando al Prozac, Seix Barral, Barcelona, España.
PIGNARRE, Philippe. 1999. Puissance des Psychotropes, pouvour des patients, PUF. París, Francia.
PONSOWY, M. 2010. "La felicidad es una cásula esquiva". en La Nación, 14 de julio.
TAILOR, Charles (2006). Fuentes del yo. Paidós. Buenos Aires, Argentina.
Autor:
José Luis Villagrana Zúñiga.
Maestro en Economía de la Empresa por la Universidad Autónoma de Zacatecas (UAZ), Licenciado en Economía (UAZ), … y curioso por naturaleza.
Zacatecas, México. 24 de marzo de 2015.
[1] "Discernir la dicha posible en ese sentido moderado es un problema de la econom?a libidinal del individuo. Sobre este punto no existe consejo valido para todos; cada quien tiene que ensayar por s? mismo la manera en que puede alcanzar la bienaventuranza. Los m?s diversos factores intervendr?n para indicarle el camino de su opci?n. Lo que interesa es cuanta satisfacci?n real pueda esperar del mundo exterior y la manera en que sea movido a independizarse de ?l; el ?ltimo an?lisis por cierto, la fuerza con que ?l mismo crea contar para modificarlo seg?n sus deseos" (Freud: 1930:83).
[2] My Way (A mi manera) es una canci?n popular basada en la canci?n francesa Comme d?habitude. Su primera interpretaci?n fue realizada por Frank Sinatra y se convirti? en la canci?n por la cual es reconocido.
[3] La construcci?n de la autoestima"
[4] Ser antrop?logo de la propia sociedad no es f?cil: hay demasiado inter?s compartidos, demasiadas complicidades. En cinco dificultades para decir la verdad, Brecht indic? cuales son los requisitos que debe cumplir quien combate las mistificaciones: "Debe tener el coraje de decir la verdad, cuando por todas partes se la aplaste; la inteligencia de reconocerla, cuando por todas partes la esconden; el arte de saberla hacer ?til como una arma; el juicio suficiente como para saber en manos de qui?n ser? eficaz; y, por ?ltimo, la astucia suficiente como para poder difundirla entre ellos".