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Franceses en la Argentina (página 3)


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"De ahí había nacido el eclecticismo ilustrado por Cousin, sistema cuya vaguedad misma, cuya falta de doctrina fundamental, respondía maravillosamente a las vacilaciones intelectuales de la época. Jouffroy había abierto un surco profundo con sus estudios sobre el destino humano, algunas de cuyas páginas están impregnadas de un sentimiento de desesperanza, de una desolación más profunda, alta y sincera que las paradojas de Schopenhauer o los sistemas fríamente construidos de Hartmann. Maine de Biran dejaba aquellas observaciones sobre nuestra naturaleza moral, que admirarán siempre como los grandes caracteres de Shakespeare. Villemain hacía cuadros inimitables de estilo y erudición; Guizot enseñaba la historia que Thiers escribía; la pléyade hacia versos, dramas y novelas; Delacroix, Scheffer y Gérome, pintura; Clésinger y Pradier, estatuaria; Lamartine, Berryer, Thiers, etcétera, discursos; Rossini, Méyerbeer, Halévy, música, y Arago, Ampere, Gay-Lussac, C. Bernard, Chevreuil, daban, a la ciencia vida, movimiento y alas. Amédée Jacques habíá crecido bajo esa atmósfera intelectual, y la curiosidad de su espíritu le llevaba al enciclopedismo. A los treinta y cinco años era profesor de filosofía en la Escuela Normal y había escrito, bajo el molde ecléctico, la psicología más admirable que se haya publicado en Europa. El estilo es claro, vigoroso, de una marcha viva y elegante; el pensamiento sereno, Ia lógica inflexible y el método perfecto. Hay en ese manual, que corre en todas las manos de los estudiantes, páginas de una belleza literaria de primer orden, y aún hoy, quince años después de haberlo leído, recuerdo con emoción los capítulos sobre el método y la asociación de ideas".

"Al mismo tiempo, el joven profesor se ocupaba en las ediciones de las obras filosóficas de Fenelón, Clarke, etcétera, únicas que hoy tienen curso en el mundo científico".

"Pero Jacques no era uno de esos espíritus frios, estériles para la acción, que viven metidos en la especulación pura, sin prestar oído a los ruidos del mundo y sin apartar su pensamiento del problema, como Kant, en su cueva de Koenigsberg, levantando un momento la cabeza para ver la caída de la Bastilla, y volviéndola a hundir en la profundidad de sus meditacioncs, como el fakir hindú que, perdido en la contemplación de Brahma y susurrando su eterno e inefable monosílabo, ignora si son los tártaros o los mongoles, Tamerlán o Clive, los que pasan como un huracán sobre las llanuras regadas por el río sagrado Jacques era un hombre y tenía una patria que amaba; quería que; como el espíritu individual se emancipa por la ciencia y el estudio, el espíritu colectivo de la Francia se emancipara por la libertad. Hasta el último momento, al frente de su revista La libertad de pensar, como al pie de la última bandera que flamea en el combate, luchó con un coraje sin igual".

"El 2 de diciembre, como a Tocquevillc, como a Quinet, como a Hugo, lo arrojó al extranjero, pobre, con el alma herida de muerte y con la visión horrible de su porvenir abismado para siempre en aquella bacanal".

Evoca el exilio del francés: "Tomó el camino del destierro y llegó a Montevideo, desconocido y sin ningún recurso mecánico de profesión; lo sabía todo, pero le faltaba un diploma de abogado o de médico para poder subsistir".

"Abrió una clase libre de física experimental, dándole el atractivo del fenómeno producido en el acto; aquello llamó un momento la atención".

"Pero se necesitaba un gabinete de física completo, y los instrumentos eran caros".

"Jacques los reemplazaba con una exposición luminosa y por trazados gráficos; fue inútil. La gente que allí iba quería ver la bala caer al mismo tiempo que la pluma en el aparato de Hood, sentir en sus manos la corriente de una pila, hacer sonar los instrumentos acústicos y deleitarse en los cambiantes del espectro, sin importarle un ápice la causa de los fenómenos. Dejaban la razón en casa y sólo llevaban ojos y oídos a la conferencia".

"Un momento Jacques fue retratista, uniéndose a Masoni, un pariente político mío, de cuyos labios tengo estos detalles. Florecía entonces la daguerrotipia, que, con razón, pasaba por una maravilla. Fue en ese época que llegó, en un diario europeo, una noticia muy sucinta sobre la fotografia, que Niepce acababa de inventar, siguiendo indicaciones de Talbot. Jacques se puso a la obra inmediatamente, y al cabo de un mes de tanteos, pruebas y ensayos, Masoni, que dirigía el aparato como más práctico, lleno de júbilo mostró a Jacques, que servía de objetivo, sus propios cuellos blancos, única imagen que la luz caprichosa había dejado en el papel. Pero ni la fotografía, que más tarde perfeccionaron, ni la daguerrotipia, que lc cedía el paso, como el telégrafo de señales al de electricidad, daban medios de vivir".

"Jacques se dirigió a la República Argentina, se hundió en el interior, casóse en Santiago del Estero, emprendió veinte oficios diferentes, llegando hasta fabricar pan, y por fin tuvo el Colegio Nacional de Tucuman el honor de contarlo entre sus profesores. Fueron sus discípulos los doctores Gallo, Uriburu, Nougués y tantos otros hombres distinguidos hoy, que han conservado por él una veneración profunda, como todos los que hemos gozado de la luz de su espíritu".

"Llamado a Buenos Aires por el Gobierno del General Mitre, tomó la dirección de los estudios en el Colegio Nacional, al mismo tiempo que dictaba una cátedra de física en la Universidad. Su influencia se hizo sentir inmediatamente entre nosotros. Formuló un programa completo de bachillerato en ciencias y letras, defectuoso tal vez en un solo punto: su demasiada extensión. Pero M. Jacques, habituado a los estudios fuertes, sostenía que la inteligencia de los jóvenes argentinos es más viva que entre los franceses de la misma edad y que por consiguiente podíamos aprender con menor esfuerzo".

"Era exigente, porque él mismo no se economizaba; rara vez faltó a sus clases y muchas, como diré más adelante, tomó sobre sus hombros robustos la tarea de los demás".

"Mis recuerdos, vivos y claros, en todo lo que al maestro querido se refiere, me lo representan con su estatura elevada, su gran corpulencia, su andar lento, un tanto descuidado, su eterno traje negro y aquellos amplios y enormes cuellos abiertos, rodeando un vigoroso pescuezo de gladiador".

"La cabeza era soberbia; grande, blanca, luminosa, de rasgos acentuados. La calvicie le tomaba casi todo el cráneo, que se unía, en una curva severa y perfecta, con la frente ancha y espaciosa, surcada de arrugas profundas y descansando como sobre dos arcadas poderosas, en las cejas tupidas que sombreaban los ojos hundidos y claros, de mirar un tanto duro y de una intensidad insostenible; la nariz casi recta, pero ligeramente abultada en la extremidad, era de aquel corte enérgico que denota inconmovible fuerza de voluntad".

"En la boca, de labios correctos, había algo de sensualismo; no usaba más que una ligera patilla que se unia bajo la barba acentuada y fuerte, como las que se ven en algunas viejas medallas romanas".

"M. Jacques era áspero, duro de carácter, de una irascibilidad nerviosa, que se traducía en acción con la rapidez del rayo, que no daba tiempo a la razón para ejercer su influencia moderadora. "No puedo con mi temperamento", decía él mismo, y más de una amargura de su vida provino de sus arrebatos irreflexivos. No conseguía detener su mano, y entre todos los profesores fue el unico al que admitíamos usara hacia nosotros gestos demasiado expresivos. Un profesor se había permitido un día dar un bofetón a uno de nosotros, a Julio Landivar, si mal no recuerdo, y éste lo tendió a lo largo de un puñetazo de la familia de aquel con que Maubreil obsequió a M. de Talleyrand; otra vez desmayamos de un tinterazo en la frente a otro magister que creyó agradable aplicarnos el antiguo precepto escolar; pero jamás nadie tuvo la idea sacrílega de rebelarse contra Jacques. Bajo el golpe inmediato solíamos protestar, arriesgando algunas ideas sobre nuestro carácter de hombres libres, etcétera. Pero una vez pasado el chubasco, nos decíamos unos a otros, los maltratados, para levantarnos un poco el ánimo. ‘Si no fuera Jacques!’… ;Pero era Jacques!".

Alfredo Cossón nació en París en 1820 y falleció en Buenos Aires en 1881. "Tras residir en Bolivia, llegó a la Argentina en 1854, con una máquina de daguerrotipo (primer proceso fotográfico de aplicación comercial). Vivió en Salta, Tucumán y Buenos Aires y dictó cursos de Historia y Geografía en el Colegio Nacional de Tucumán, que dirigía Amadeo Jacques. El 5 de octubre de 1871, el presidente Domingo F. Sarmiento lo designó miembro de la Comisión Nacional de Escuelas y participó activamente en el desarrollo de los planes de reforma educacional. Su Curso completo de Geografía fisica, politica e histórica de la República Argentina se convirtió en libro de texto obligatorio en los colegios. Precursor de la fotografía en el país, Cossón fue pionero del uso del daguerrotipo en Salta, técnica que había aprendido con Amadeo Jacques. Fue, además, rector del Colegio Nacional de Buenos Aires durante 16 años" (3).

Cané relata el recuerdo que un condiscípulo tiene de Cosson: "No hace mucho tiempo, al entrar en una oficina secundaria de la administración nacional, vi a un humilde escribiente cuyo cabello empezaba a encanecer, gravemente ocupado en trazar rayas equidistantes en un pliego de papel. Como tuve que esperar, pude observarle. Cada vez que concluía una línea dejaba la regla a un lado, sujetándola para que no rodara, con un pan de goma; levantaba la pluma, e inclinando la cabeza como el pintor que después de un golpe de pincel se aleja para ver el efecto, sonreía con satisfacción. Luego, como fascinado por el paralelismo de sus rayas, tomaba de nuevo la regla, la pasaba por la manga de una levita raída, cuyo tejido osteológico recibía con agrado ese apunte de negrura, la colocaba sobre el papel y con una presión de mano, serena e igual, trazaba una nueva paralela con idéntico éxito. Ese hombre, allá en los años de colegio, me había un día asombrado por la precisión de claridad con que expuso, tiza en mano, el binomio de Newton. Había repetido tantas veces su explicación a los compañeros más débiles en matemáticas que al fin perdió su nombre para no responder sino al apodo de ‘Binomio’. Le contemplé un momento, hasta que levantando e su vez le cabeza, naturalmente después de una paralela ‘réussie’, me reconoció. Se puso de pie, en una actitud indecisa; no sabía la acogida que recibiría de mi parte. Yo había sido nombrado ministro, no sé dónde!, !y él!… Me enterneció y lancé un: !!Binomio!! abriendo los brazos, que habría contentado a Orestes en labios de Pílades. Me abrazó de buena gana y nos pusimos a charlar".

"-¿Y qué tal, "Binomio", cómo va la vida?".

"-Bien; estuve,cinco años empleado en la aduana del Rosario, tres en la policía, y como mi suegro, con quien vivo, se vino a Buenos Aires, busqué aquí un empleo y en él me encuentro desde que llegamos".

"-¿Y las matemáticas? ¿Cómo no te hiciste ingeniero o algo así? Tú tenías disposiciones.."

"-Sí, pero no sabía historia".

"-Pero no veo, ‘Binomio’, la necesidad de saber si Carlos X de Francia era o no hijo de Carlos IX para hacer un plano".

"-Desengáñate, el que no sabe historia no hace camino. Tú eras también bastante fuerte en matemáticas; dime, cuantas veces, desde que saliste del colegio, has resuelto una ecuación o has pronunciado solamente la palabra "coseno"?

"-Creo que muy pocas, ‘Binomio’ ".

"-Y, en cambio (¡oh! !yo te he seguido!), en artículos de diario, en discursos, en polémicas, en libros, creo, has hecho flamear la historia. Si hasta una cátedra has tenido con sueldo, no es así?"

"-Si, ‘Binomio’ ".

"- Con que placer te oigo! ¡Ya nadie me dice ‘Binomio’ ! Y, sabes quien tuvo la culpa de que yo no supiera historia? Cosson, tu amigo Cosson, quien tenía la ocurrencia de enseñarnos la historia en francés".

"-No seas injusto, ‘Binomio’: era para hacernos practicar".

"-Convenido, pero no practica sino el que algo sabe, y yo no sabía una palabra de francés. Así, la primera vez que me preguntó en clase, se trataba de un rey cuyo nombre sirvió mas tarde de apodo a un correntino que para decirlo estiraba los labios una vara. Era muy difícil".

"-Ya me acuerdo: Tulius Hostilius".

"-Eso es:. quise pronunciarlo, la clase se rió, creo que con razón, porque, a pesar de habértelo oído, no me atrevería a repetirlo; yo me enojé, no contesté nunca y por consiguiente no estudié historia. ¡Animal! Así, mi hijo, que tiene seis años, empieza a deletrear un Duruy. No hay como la historia, y sino, mira a todos los compañeros que han hecho carrera" (4).

"En esa época –afirma Carlos Ibarguren en La historia que he vivido– aparecían millonarios que pocos años antes habían llegado al país sin un centavo en el bolsillo o con muy poco capital. Era el caso de Carlos Casado del Alisal, español; de Pedro Luro, vasco francés; de Ramón Santamarina, vasco español; de Eduardo Casey, irlandés, propietarios todos ellos de enormes extensiones de campo; o de Nicolás Mihanovich, dálmata, que empezó como botero y ya era dueño de varias empresas de transporte fluvial, algunas con sede en Londres; o de Antonio De Voto, italiano, fundador de un barrio en Buenos Aires, al igual que Rafael Calzada, español, o de Francisco Soldati, italiano y muchísimos más cuyos apellidos hoy figuran en los rangos de la más alta sociedad" (5).

"El 24 de septiembre de 1940, en ocasión de cumplir los ochenta años, el Sr. Bernardo Lalanne hacía conocer sus memorias de primitivo poblador de nuestra zona: "Nací e1 24 de septiembre de 1860 en la parroquia de Préchacque Josbaig, situada en los Bajos Pirineos (Francia). Alli pemanecí hasta la edad de doce años y nueve meses, de los cuales, tres en la escuela. En 1870 entró en guerra Francia con Alemania y en esa contienda falleci6 mi padre, que se llamaba Francisco.

En aquella oportunidad tambien Francia perdió la guerra y debió capitular. Napoleón III se entregó con sus ejercitos de acuerdo con sus generales Macmahon y Bassena y desde entonces es República.

En el año 1873 me vine a este hermoso pais, la Argentina, con otros parientes del mismo pueblo, viajando bajo el cuidado de ellos hasta Buenos Aires. Aqui permanecieron ellos y yo me trasladé al pueblo de Azul, donde tenia un tio de nombre Bartolo Bayle. En aquel tiempo el ferrocarril del Sud llegaba hasta Las Flores y desde alli se venia en galera hasta Azul.

El Azul. El Azul, en aquel entonces, era una población muy chica, de unos dos mil habitantes cristianos y estaba rodeada de las indiadas de los caciques Catriel – Cipriano y Juan Jose – y otros capitanejos más que tenian sus tolderias a ambas margenes del arroyo Nievas y en Sierra Chica, en la laguna Burgos. Un cacique importante tambien en aquel tiempo era Manuel Grande, el que tenía mucha indiada a su mando.

Las ocupaciones de los indios. Las principales ocupaciones a que se dedicaban los indios eran las de bolear avestruces y acarrear sal desde las Salinas Grandes, la que conducían en bolsas de cuero que ellos mismos confeccionaban, sobre los lomos de las grandes tropillas de caballos que arreaban hasta llegar al Azul, donde la vendian a los comerciantes por poco mas que nada. Tambien se dedicaban a juntar maiz, a esquilar cuando era la epoca de las ovejas, que existían en poca cantidad, y a matar mulitas y perdices para vender.

También vendian matras y ponchos que las chinas tejian en telares que ellos mismos hacían. Eran tejidos muy bien hechos y los teñian con yuyos que ellas mismas preparaban con los que sabían efectuar bellos dibujos. Estos colores eran de una firmeza y duracion extraordinaria, no perdiendo jamás su brillo y su apariencia vistosa" (6).

Notas

  1. Varios autores: Enciclopedia Visual de la Argentina. Buenos Aires, Clarín, 2002.
  2. Cané, Miguel: Juvenilia. Buenos Aires, CEAL, 1980.
  3. Varios autores: Enciclopedia Visual de la Argentina. Buenos Aires, Clarín, 2002.
  4. Cané, Miguel: op. cit.
  5. Ibarguren, Carlos: La historia que he vivido. Buenos Aires, Biblioteca Dictio, 1977.
  6. Lalanne, Bernardo: fragmento del texto publicado en "MEMORIAS Sección dedicada a los antiguos pobladores que dejaron escritos sus recuerdos", en Archivo Histórico Alberto y Fernando Valverde, Municipalidad de Olavarría, Secretaría de Gobierno, Año 1997, Revista N°3.

En biografías

Al Chaco llegó Alice Le Saige de la Villesbrumme, quien había nacido en Francia en 1841. "Al separarse de su marido, emigró a la Argentina con sus dos hijos varones en 1888. Obtuvo del gobierno autorización para instalarse como colonizadora en la zona de Arocena, en el Chaco, a 40 kilómetros de Resistencia, entonces población incipiente. Hizo construir una casa, que alhajó con muebles y adornos traídos de su país natal, y dedicó las tierras que le habían sido concedidas a la ganadería. Se convirtió en una figura popular por su distinción y audacia para enfrentar las dificultades de esa vida peligrosa por la proximidad de indios mocovíes.

En 1895 recibió en herencia las posesiones de su marido y adquirió las tierras en concesión, más una gran extensión, mejorando sus planteles e instalaciones y convirtiendo a su establecimiento en el principal de la zona. Un día de marzo de 1899 los mocovíes atacaron la casa, matando a varios de sus ocupantes. Los demás huyeron, pero Alice recordó que en la casa quedaba un niño al que había criado y retornó para salvarlo, momento en que fue lanceada. Sus compañeros lograron recoger el cuerpo de la herida y llevarlo a casa de vecinos amigos, pero falleció algunas horas después, en ese 13 de marzo de 1899, mientras su casa y demás instalaciones eran consumidas por las llamas" (1).

En Soy Roca, biografía escrita por Félix Luna, el protagonista recuerda a Larroque: "Alberto Larroque fue, en el colegio entrerriano, lo que Amadeo Jacques fue en el de Buenos Aires; algo así como un dios paternal y autoritario, dispensador de premios y castigos, sabio en todas las disciplinas y, sobre todo, un formador de hombres. Bajo su dirección, los colegiales sin dejar de ser muchachos, sentíamos que estábamos viviendo un proceso de formación hacia la responsabilidad de ser dirigentes. Era muy exigente pero lo era porque partía de la presunción de que los colegiales éramos lo mejor de la juventud argentina: los más inteligentes, los mejor dotados, los más distinguidos, los que ansiaban con mayor anhelo conquistar el futuro. Y esta presunción no estaba del todo descaminada" (2).

Carlos Enrique Pellegrini, padre del Presidente de la Nación, nació en Saboya en 1800 y falleció en Buenos Aires en 1875. "Realizó estudios de pintura y dibujo y luego, en 1825, se graduó de ingeniero. Convocado por Bernardino Rivadavia, llegó a la Argentina en 1828 para trabajar en el Departamento de Ingenieros Hidráulicos. (…) desplegó una gran actividad como ingeniero y arquitecto" (3).

El hijo, protagonista de La última carta de Pellegrini, de Gastón Pérez Izquierdo, manifiesta en esa obra que su padre era "un inmigrante. Inteligente y culto, sí, pero desprovisto de fortuna y de linaje, que llegó a esta tierra cuando el esplendor rivadaviano convocó a una gran conscripción de inteligencias para transformar el país. Crédulo de la estabilidad política que podría tener la incipiente nación desembarcó pensando en grandes obras públicas: puerto, alcantarillas, desagües y las demás ensoñaciones que un joven ingeniero de talento puede alojar en su cabeza.

Pero Rivadavia cayó y con él los sueños de tecnificación y ornato; en realidad se convirtieron en una larga siesta colonial, que mantendría al país al margen de las calderas y el vapor. No trabajó como ingeniero y se debió ganar la vida con la paleta de pintor. Todo el gran mundo porteño intentó quedarse quieto delante de él para que perpetuara sus rasgos en un lienzo. El profesional cedió paso al artista que con el trabajo del pincel pudo fundar una familia, educarla con dignidad y por la aristocracia de su inteligencia y cultura –sólo por ellas- vincularse igualitariamente con las viejas familias del país" (4).

"La vida y obra del padre Salvaire es desde hace tiempo motivo de estudio de monseñor Dr. Juan Guillermo Durán. Apasionado y comprometido con el tema, ha emprendido una cuidadosa investigación recurriendo a archivos de distinta naturaleza para dar cuerpo a dos de los tres volúmenes dedicados a su figura". El obispo se refirió en una entrevista a la personalidad que nos ocupa: "Salvaire llega en octubre en 1870, año de la fiebre amarilla. Viene destinado por la congregación de los padres lazaristas como docente al colegio San Luis Rey de Francia, en Buenos Aires, ubicado entonces en lo que es hoy Paraguay y Libertad, al lado de la Iglesia de las Victorias. Cuenta con 24 años y recién ordenado ha venido de Francia para comenzar sus tareas en el colegio como docente. En 1872, dos años después de llegar, cuando el arzobispo de Buenos Aires, monseñor León Federico Aneiros, le encarga a los padres lazaristas la atención del Santuario, el padre Salvaire pasa a Luján hacia fines de ese año. El primer párroco de los padres lazaristas es el padre Eusebio Fréret; entonces Salvaire ayuda a Fréret en la parroquia y comienza a desarrollar su actividad en Luján, en el Santuario, con la atención pastoral; repara también en la necesidad de restauración del antiguo templo de Lezica y Torrezuri, sobre todo la cúpula, y comienza a trabajar con el tema del hospital, la posibilidad de un colegio y demás. Un año y medio más o menos el padre está trabajando en Luján, hasta que en diciembre de 1873 recibe una carta del provincial de los padres lazaristas donde se le comunica que la congregación lo destina al trabajo misionero con los indios en Azul".

"Se forma un primer equipo compuesto por el padre Juan Fernando Meister y Salvaire, dos lazaristas que en enero de 1874 se instalan en Azul para intentar evangelizar la tribu de Cipriano Catriel, acantonada desde hace muchos años entre Azul y Olavarría, en torno al Cerro Negro, en un campo de aproximadamente 60 mil hectáreas que había donado a la tribu Juan Manuel de Rosas".

"Un grupo de indios vivía ya en Azul, más inculturados, que eran indios de Catriel y de dos caciques menores que son Cachul y Mayca, formando una especie de barrio indígena del otro lado del arroyo Azul, camino a Tapalqué, en lo que se llamó y hasta hoy conserva el nombre de Villa Fidelidad, que es un repartimiento de pequeñas chacras que hizo el general Escalada".

"Entonces, los padres tienen en Azul a un grupito de indios que viven en Villa Fidelidad -incluso Catriel tiene casa en Azul-; así que cerquita de Villa Fidelidad instalan su escuelita para niños indígenas y la capilla. El padre Salvaire cada 15 días o a veces todas las semanas, visita los ranchos, los toldos del Cerro Negro".

"Para comprender un poquito estos libros que yo he dedicado al padre Salvaire, es necesario tener en cuenta esto. El primer libro de la trilogía que voy a dedicar al padre, rescatando momentos fundamentales de su vida hasta su muerte, se editó en 1998 y lleva por titulo El padre Jorge María Salvaire y la familia Lazos de Villa Nueva. Un episodio de cautivos en Leubucó y Salinas Grandes. Transcurre entre 1866, que es cuando el malón toma cautivos a doña Jacinta Rosales de Lazos y a sus cinco hijos en Villa Nueva, Córdoba, cerquita de Villa María, y son llevados a Leubucó por los ranqueles, hasta l875 cuando el padre Salvaire visita las tolderías de Namuncurá. El primer tomo es la relación entre Salvaire y esta familia, porque Jacinta Rosales es liberada con un hijo que tiene en las tolderías en 1874 por el padre Donati; ella vuelve a su pueblo, Villa Nueva y ahí comienza las gestiones para rescatar a sus cuatro hijos, dos mujeres y dos varones. Precisamente, doña Jacinta Rosales, sus hijos y el padre Salvaire son recordados en un placa colocada en la Basílica, con motivo del centenario del padre Salvaire".

"Doña Jacinta, ayudada por vecinos de Villa Nueva viaja a Buenos Aires en busca de fondos para poder rescatar a sus hijos, y a través de una persona amiga de monseñor Aneiros, el vicentino José María Lozano, logra ponerse en comunicación con el padre Salvaire en Azul. Y entonces Aneiros le pide a Salvaire si alguno de los dos misioneros podría hacer el viaje a Salinas Grandes. Con él se podrían cumplir tres objetivos: rescatar los hijos de esta mujer y otros cautivos, en la medida que hubiese fondos: los indios no pedían dinero, sino trueque, objetos, por el valor equivalente a determinada cantidad de dinero, como platería, talabartería, yeguas, vacas, etc.

Ese sería el primer objetivo por el cual se invita a los misioneros a ver si se animan a viajar a las tolderías de Namuncurá en Chilhué, ubicadas a 750 kilómetros de Azul, entre lo que es hoy la ciudad de Macachín y General Acha. Segundo, para que el misionero hablara con Namuncurá y lo aconsejara que firmara cuanto antes un tratado de paz, porque si no la solución armada -que es la que finalmente se llevó a cabo-, se iba a precipitar; y tercero, para que Namuncurá, como un modo de salvar un poco a la tribu, aceptara la presencia de un misionero en señal de protección".

"Cuando llega la carta del arzobispo Aneiros, entre los dos misioneros deciden que irá Salvaire, que era más joven y hablaba mejor el castellano que el padre Meister, que era alemán y apenas lo hablaba. Además, Salvaire tenía interés y ya había aprendido a expresarse en araucano, así que es él quien realiza el viaje".

"El primer tomo sería la radicación de los misioneros en Azul, el comienzo del trabajo con la tribu de Catriel y el viaje de octubre de 1875 a Salinas Grandes. El valor del libro reside además, en que por primera vez se publica su diario y apuntes sobre el viaje de Azul a Salinas Grandes. El libro está trabajado a partir del archivo del padre Salvaire".

"El segundo tomo se inicia con el regreso del padre a Azul en noviembre, después de un viaje de aproximadamente 23 días, cuando logra traer a tres de los hijos -uno había escapado a Bahía Blanca y después se reencuentra en Villa Nueva con su madre- y otros seis cautivos más. Allí permanece trabajando con los indios de Catriel a la espera de que Namuncurá diga sí a la invitación del misionero, porque le dijo que lo iba a pensar. El segundo tomo se llama En los Toldos de Catriel y Railef. La obra misionera del Padre Jorge María Salvaire en Azul y Bragado, y es el estudio detallado de los dos años de misión del padre Salvaire y Meister en Azul y un viaje que hizo Salvaire para misionar en los meses de julio, agosto y parte de septiembre en Bragado, en la tribu, también acantonada, del cacique José María Railef".

"Ellos, tristemente, tuvieron que dejar la misión de Azul en febrero l876 por haberse quedado sin indios: en la Navidad de diciembre de 1875, Azul es asolado por un malón que llega hasta Benito Juárez, Tapalqué, que se llama el Malón Grande por su magnitud. Los indios permanecen 12 o 13 días en la zona del Azul saqueando estancias, quemando y tomando cautivos, y Namuncurá logra que Juan José Catriel, que es el cacique porque a Cipriano lo asesinaron en noviembre del `74, se subleve contra el gobierno -en ese momento era presidente Avellaneda y ministro de Defensa Adolfo Alsina-, deje Azul con toda la tribu y se vaya al monte pampeano. Entonces los misioneros, de pronto se encuentran sin indios ya que Juan José Catriel no quiso tampoco que los misioneros siguieran a la tribu. Es así como los padres Meister y Salvaire en febrero dejan Azul. Salvaire pasa a Luján otra vez en 1876, y trae el propósito de cumplir el voto que le había hecho a la Virgen cuando su vida corrió peligro en las tolderías, en su viaje de octubre, noviembre de 1875. Ante un serio peligro de muerte, prometió que si la Virgen intercedía por su vida escribiría la historia, contribuiría a la difusión del culto e intentaría construir un nuevo santuario que reemplazaría al de Lezica y Torrezuri. Ahí comienza el tercer tomo que estoy tratando de construir y que llevaría el titulo El Padre Jorge Maria Salvaire en Luján. Cura y capellán del Santuario. Ahí reconstruiremos el momento en que escribe la historia de la Virgen de Luján que publica en 1884 en dos tomos, las gestiones del padre para comenzar la construcción del nuevo santuario, su viaje a Europa para lograr la coronación pontificia de la Imagen, la colocación de la piedra fundamental del Santuario, cuando es nombrado párroco hasta su fallecimiento, el 4 de febrero de 1899. Serían tres libros que abarcarían la vida de Salvaire en la Argentina, desde su llegada, como docente, misionero y luego cura y capellán de Luján".

"Yo me propongo estudiar de manera científica su vida porque creo que se dan las características fundamentales en su personalidad sacerdotal como para introducir su causa de beatificación. Eso es lo que quiero demostrar, sobre todo en el tercer tomo; después habría que ver quién asumiría el proceso de iniciar la causa. Yo creo que sí. El padre tiene suficientes virtudes como para ser considerado santo. Pero todo tiene un proceso; primero es necesario que alguien asuma el estudio científico y serio de su vida. El perfil de su vida sacerdotal y sus virtudes hacen pensar de que vivió de tal manera la hondura del Evangelio, su compromiso, su gran amor a la Virgen. Eso posibilitaría intentar introducir el proceso de beatificación, que tiene diversas instancias: primero sería aquí en la Argentina y después una segunda instancia en Roma. Como ejemplo, le comento que una de las causas por las que está demorado el proceso de beatificación del cura Brochero es porque no había escrito una buena base histórica, hubo que rehacer todo. Para evitar eso, he tratado de presentar a quienes tienen que estudiar luego el caso, una panorámica de la vida de él, demostrando que existen posibilidades" (5).

Notas

  1. Sosa de Newton, Lily: Diccionario Biográfico de Mujeres Argentinas. Buenos Aires, Plus Ultra, 1986.
  2. Luna, Félix: Soy Roca. Buenos Aires, Sudamericana, 1991, p. 23.
  3. Varios autores: Enciclopedia Visual de la Argentina. Buenos Aires, Clarín, 2002.
  4. Pérez Izquierdo, Gastón: La última carta de Pellegrini. Buenos Aires, Sudamericana, 1999.
  5. S/F: "Para acercarse a la obra de Salvaire", en www.elcivismo.com.

En periodismo

En "Muerte en el lago", escribe Alvaro Abós: "En 1894, el ciudadano francés Raoul Tramblié había disputado por dinero con su socio, el también galo Francois Farbos, a quien mató y descuartizó. Los restos empaquetados de Farbos habían sido abandonados en la esquina de Cuyo (hoy Sarmiento) y Montevideo, donde funcionaba un mercado, y en diversos baldíos del barrio Sur. El asesino huyó a Francia en un barco y la justicia argentina pidió su extradición, que no fue concedida, lo que motivó un incidente diplomático. Tramblié murió en una prisión francesa en 1914" (1).

Notas

  1. Abós, Alvaro: "Muerte en el lago", en La Nación Revista, Buenos Aires, 5 de febrero de 2006. Fotos: Archivo de Graciela García Romero. Ilustración: Nuno.

En costumbrismo

Godofredo Daireaux fue –a criterio de Eduardo Romano- "un francés que observó y registró nuestras costumbres camperas de las últimas décadas del siglo XIX con verdadero voluntarismo progresista" (1).

Daireaux es el autor de "Matufia", cuento en el que aparece un personaje francés: "Después del confortable almuerzo, se fue don Narciso a siestear, y se sentaron a la sombra de los preciosos aromas que rodeaban la estancia de don Carlos Gutiérrez, hacendado de la vecindad, don Julio Aubert, francés acriollado y mayordomo de una gran estancia vecina y un vasco, ovejero rico de por allá, que llegado a comprar carneros, a la hora de almorzar, había sido convidado por el dueño de casa" (2).

Notas

  1. Romano, Eduardo: en Fray Mocho, Félix Lima y otros: Los costumbristas del 900. Selección y prólogo por Eduardo Romano. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo).
  2. Daireaux, Godofredo: "Matufia", en Varios autores: Los costumbristas del 900. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo).

En novelas

En 1884, en el periòdico Sud Amèrica se publica como folletìn La gran aldea Costumbres bonaerenses (1), obra que Lucio V. Lòpez dedica a Miguel Canè, su "amigo y camarada".

En esta obra aparecen franceses –tenderos y clientas-, vistos desde la perspectiva de un escritor que añora un pasado que no volverà. Lòpez compara a los tenderos de antaño con los del presente: "¡Y què mozos! ¡Què vendedores los de las tiendas de entonces! Cuàn lejos estàn los tenderos franceses y españoles de hoy de tener la alcurnia y los mèritos sociales de aquella juventud dorada, hija de la tierra, ùltimo vàstago del aristocràtico comercio al menudeo de la colonia".

Recuerda a uno de aquellos tenderos criollos: "Entre los prìncipes del mostrador porteño, el màs cèlebre, sin disputa, era don Narciso Bringas: gran tendero, gran patriota, nacido en el barrio de San Telmo, pero adoptado por la calle del Perù como el rey del mostrador. No habìa mostrador como el de aquel porteño: todo el barrio junto no era capaz de desdoblar una pieza de madapolàn y de volverla a doblar como don Narciso; y si la piràmide misma le hubiera querido disputar su amor a Buenos Aires, a la piràmide misma le habrìa disputado ese derecho".

Describe la estrategia del tendero para dirigirse a su clientela: "Don Narciso subìa o bajaba el tono segùn la jerarquìa de la parroquiana: dominaba toda la escala; poseìa toda la preciosidad del lenguaje culto de la època y daba el do de pecho con una dama para dar el con una cocinera".

"Los tratamientos variaban para èl segùn las horas y las personas. Por la mañana se permitìa tutear sin pudor a la parda o china criolla que volvìa del mercado y entraba en su tienda. Si la clienta era hija del paìs, la trataba llanamente de hija; hija por arriba e hija por abajo. Si èl distinguìa que era vasca, francesa, italiana, extranjera, en fin, iniciaba la rebaja, el ùltimo precio, el ‘se lo doy por lo que me cuesta’, por el tratamiento de madamita. ¡Oh!, ese madamita lanzado entre 7 y 8 de la mañana, con algunas cuantas palabras de imitaciòn de francès que èl sabìa balbucir, era irresistible. Durante el dìa, los tratamientos variaban entre hija e hijita, entre tù y usted, entre madamita y madama, segùn la edad dela gringa, como èl la llamaba cuando la compradora no caìa en sus redes".

Eugenio Cambaceres era "hijo del químico francés Antonino Cambaceres, establecido en el país desde 1883 a instancias de Juan Larrea, y nieto del personaje de igual nombre que durante la Revolución Francesa presidiera la Convención. Una vez en la Argentina Antonino Cambaceres invirtió la regular fortuna heredada del padre en la compra de campos y pronto se transformó en poderoso estanciero".

La novela En la sangre "comienza a publicarse en forma de folletín en el Sud-América el lunes 12 de setiembre de 1887 y continúa apareciendo en forma ininterrumpida hasta el viernes 14 de octubre. Ya el sábado 15, en la Sección Noticias, se anuncia su aparición en un volumen de 300 páginas impreso en los mismos talleres del diario" (2).

En esa obra, Cambaceres relata: "Existía en la calle Reconquista, entre Tucumán y Parque, un llamado ‘Café de los Tres Billares’, cuya numerosa clientela en gran parte era compuesta de hijos de familia, empleados públicos, dependientes de comercio y estudiantes de la Universidad y de la Facultad de Medicina. Su dueño, un bearnés gordo, ronco, gritón, gran bebedor de ajenjo, pelado a la mal content e insigne disputador de achaques en historia guerrera y de política, tenía, leguleyo a medias él mismo, una predilección marcada por los últimos. Iba, en su profundo amor a la ciencia representada para él por el gremio estudiantil, hasta hacer crédito a sus miembros de la hora de la mesa y del chinois en épocas adversas de pobreza" (3).

En la Bolsa de Comercio, Julián Martel encuentra "Promiscuidad de tipos y promiscuidad de idiomas. Aquí los sonidos ásperos como escupitajos del alemán, mezclándose impíamente a las dulces notas de la lengua italiana; allí los acentos viriles del inglés haciendo dúo con los chisporroteos maliciosos de la terminología criolla; del otro lado las monerías y suavidades del francés, respondiendo al ceceo susurrante de la rancia pronunciación española" (4).

En Adán Buenosayres, de Leopoldo Marechal, tres personajes discuten acerca de la nacionalidad de unos rufianes. Un personaje afirma: "¡Esos caften son marselleses! (…) y juró que los había visto a montones en las casas del ramo, con sus galeritas melón, sus bigotes mediterráneos y sus pesadas cadenas de oro". Otro personaje sostiene que son polacos, y un tercero, que son rumanos. Doña Venus emite un "fallo inapelable", cuando dice "De todo hay, como en botica" (5).

En Un noviazgo, escribe Bernardo Verbitsky: "En Montevideo se anunció que el gobierno había iniciado gestiones para ‘repatriar los restos del cantor uruguayo Carlos Gardel’, y esto permitió explotar el asunto con nuevos bríos. Sostuvo Tribuna que era un gesto senil del dictador Terra, a quien acusó de querer explotar el afecto a Gardel para atraerse la adhesión del pueblo al que tenía sometido; quería despojar a los argentinos de los restos del más porteño de los cantores nacionales para capitalizar en propio beneficio su gran popularidad. Magalhaes, admitiendo que era un hombre de suerte, hizo rodar, como cañonazos de una pesada artillería, comentario tras comentario contra Terra. Era una campaña muy simpática en la que atacaba a un dictador y defendía la argentinidad de Gardel, reconociendo la verdad de que era francés de nacimiento, exponiendo generosas razones humanas opuestas a un mezquino concepto de ‘territorialidad’. Y el dia en que de la Torre dio fin a la lectura de su dictamen, ‘en minoría’, publicaba Tribuna en primera página, con grandes títulos y fotografías, la noticia de que la madre de Gardel había pedido por teléfono, desde Toulouse, con voz entrecortada por el llanto, que trajeran el cuerpo de Carlitos a la Argentina" (6).

La justicia por mano propia es otro de los motivos para dejar el país. En De aquí hasta el alba, novela de Eugenio Juan Zappietro, el cirujano belga Hubert Leroy debe huir de Francia pues durante una operación dio muerte intencionalmente a un ministro asesino: "Cuando Francia descubrió el crimen, Hubert Leroy estaba ya en América" (7).

No sólo en el conventillo o en la escuela se aprendían otras lenguas. Gaetano, uno de los personajes de Santo Oficio de la Memoria, lo hace en su lugar de trabajo, el "tranguay", donde "La gente hablaba en todos los idiomas. Yo aprendí algo de inglés, de francés, de alemán. De polaco también y de yídish. La mayoría de los pasajeros eran inmigrantes. Uno tenía que saludarlos en sus lenguas. Había veinte maneras de decir buen día. Y muchas veces uno tenía que ayudarlos con el cambio, con las monedas" (8).

En Frontera Sur, Horacio Vázquez-Rial describe la llegada a la Argentina de Carlos Gardel y su madre: "Adormilada por el traqueteo del carro y la monotonía del paisaje, Berthe recordaba el agua espesa del río. Charles dormía, envuelto en una manta no muy limpia, encima de la carga informe del vehículo". El hijo "era robusto, algo grueso, de piel muy blanca y pelo recio, y tenía una voz clara y redonda. Seguramente, era menor de lo que parecía" (9).

Acerca de Mireya (10), de Alicia Dujovne Ortiz, escribió Ivonne Bordelois: "Inspirado en una fantasía de Cortázar, este relato narra las vicisitudes de Mireya, una prostituta inmortalizada por Toulouse-Lautrec, que habría recalado en Buenos Aires, donde acaso inspirara el célebre tango que la recuerda. En la recreación de Dujovne Ortiz, la pelirroja Mireille, que se distingue de sus congéneres por un espíritu original y poético sumamente idiosincrático, es elevada por Toulouse-Lautrec al rango de modelo y musa predilecta de su atelier, que convoca a la bohemia más prestigiosa del París plástico y literario.

Luego, presa del infaltable, sensual y depravado argentino de la época, se traslada a Buenos Aires, donde no sólo aprenderá a bailar tango, sino que inventará nuevos y memorables pasos, y acabará cotizando la gloria de iniciar sexualmente a un adolescente de pelo lacio y excesivo peso, llamado nada menos que Carlos Gardel. Incapaz de perder una sola ocasión de enlazarse proféticamente con la historia, Mireya -cuyo nombre ha sufrido la transformación fonética necesaria al emigrar a las tierras del Plata- llegará a conocer el eléctrico roce de los dedos de Jean Jaurés, entrevisto fugazmente en un apasionado alegato político. Dujovne Ortiz es una escritora en la plenitud de su oficio: es delicioso su vuelo en las escenas eróticas, tan delicadas como intensas.

Las descripciones de las sesiones de tango, que acaban por desencadenar duelos mortales entre los malevos trenzados a Mireya, alcanzan una brillantez poética que sorprende a los agradecidos lectores, ya que se sabe que, en esos dominios, nuestra narrativa contemporánea suele alternar chatura con sordidez. Una ironía sagaz y desacralizadora permea su relato, lleno de alusiones inteligentes y citas sobreentendidas que no dejan de sonreír al lector. Sin embargo, en cierto sentido, la cuidadosa documentalista que dio obras tan espléndidas como la insuperada biografía de Eva Perón, traiciona en Dujovne Ortiz a la novelista.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5
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