La identidad cultural hispano-caribeña desde la perspectiva de Pedro Henríquez Ureña. Visión filosófica (página 2)
Enviado por Irene Y. Semidey Lozada
Lo más significativo que se ha encontrado en sus trabajos ha sido su capacidad para no esquematizarse nacionalmente, sino que a sus ideas, reflexiones y su sentido de pertenencia no se les va a encontrar fronteras; sus reflexiones iluminan todo el territorio latino. Una doble dirección aparece desde temprano en sus escritos: por un lado, la labor de investigación, sabia, de acarreo de datos, y aportes documentales, dejada en obras importantes. Por otro lado la labor de divulgación, que fue en él complemento indispensable de sus trabajos más ambiciosos.
Durante toda su vida viajó alrededor de toda la América Latina a países como Cuba, México, Estados Unidos, Santo Domingo, Argentina y en esta travesía por toda una variedad de escenarios, le proporcionó una experiencia invaluable; base capital para captar como corresponde acentos propios y diferencias. Fueron pocos y cortos sus viajes a Cuba, sin embargo constructivos, donde hizo varias publicaciones en diferentes revistas de la intelectualidad cubana, y sobre todo en la ciudad de Santiago de Cuba, donde durante varios años se asentó la familia Henríquez Ureña, y donde lograron abrir una brecha en medio de la intelectualidad cubana de ese tiempo, su hermano Max, dirigía una de las revistas más importantes, convirtiéndola precisamente, en la voz de Ureña, en varias ocasiones; desde la isla estuvo al tanto de todo cuanto pasaba en el mundo y principalmente en América Latina, a través de cartas hacia Alfonso Reyes, en las cuales se puede percibir un alto grado de amistad y compenetración de uno con el otro. Pienso que se pueda mostrar ésta, como un ejemplo de amistad para el mundo, fueron capaces de criticarse el uno al otro, tanto la vida personal como profesional, y versar acerca de otras grandes personalidades de la época, a través de su accionar intelectual.
Lo que la historia ha dejado como evidencia de esta comunicación ha propiciado, desde el punto de vista analítico, un documento de incalculable valor. En este epistolario se muestra el alcance de la dimensión humanística en la vida de Ureña, y cómo concebía la amistad, no sólo en forma de apoyo, sino más bien como una relación recíproca, que servía a ambas personas como soporte, frente a los problemas a que se enfrentaban los intelectuales de la época.
Al acercarnos a la obra de Ureña, podemos percibir instantáneamente el futurismo de sus concepciones, dimensionado por toda América. Estar al tanto de cada acontecimiento latinoamericano, le propició desde cada país al que viajó, una visión acertada de la problemática de su momento histórico en todo el continente, problemática que ineludiblemente forma parte de nuestro tiempo, y que le facilitó escribir diáfanamente a la juventud, arengándola a luchar por la identidad del continente, que desde tiempos remotos está siendo saboteada por los vecinos del norte.
Los latinoamericanos (incluyendo caribeños) han vivido a raíz de sus diferentes orígenes un
conflicto identitario, el hecho de que existan tantas culturas o civilizaciones ha hecho prácticamente imposible que los latinoamericanos hagan suyo o propio uno de estos orígenes o culturas, pues no pertenecen a una de esas civilizaciones en particular sino que son el resultado de una mezcla o hibridación considerándose ésta, como una creación intelectual y cultural, resultado de una transculturación; pues hasta la España misma deja de ser europea por su sangre africana, por sus instituciones y su carácter. La mayor parte del indígena se ha aniquilado, el europeo se ha mezclado con el americano y con el africano, y éste se ha mezclado con el indio y con el europeo. Nacidos todos del seno de una misma madre, nuestros padres diferentes en origen y en sangre, son extranjeros; y todos difieren visiblemente en la epidermis; esta desemejanza trae un reato de la mayor trascendencia.
El tema de la problemática de la identidad latinoamericana posee gran actualidad, ya que a pesar de que los problemas a los que se refería Pedro Henríquez Ureña fueron planteados en medio del siglo XX, y realizando un análisis de toda la situación mundial, son precisamente los que aún, y aparejados con otros, golpean a la humanidad en medio del siglo XXI. Siguen siendo las guerras un punto discordante y desagradable para toda la humanidad; aún persiste la necesidad de inculcar valores morales positivos en el individuo, para contribuir a formar hombres y mujeres más decorosos, humanos y responsables con el mundo en que vivimos y las demás personas que habitan en él, pero aunque siguen siendo similares las problemáticas, en un contexto diferente, también lo son las soluciones, nuestro continente necesita unidad y conciencia de la identidad que nos determina.
La etapa de desarrollo intelectual de Pedro Henríquez Ureña que se extiende desde finales del siglo XIX hasta principios del siglo XX, se distingue por la riqueza histórica de la época. Es precisamente en este intervalo en que comienza con mayor auge la lucha de la mujer en el mundo entero proponiendo analizar las características de la situación femenina, sus causas, y por consiguiente, las soluciones posibles mediatas e inmediatas.
Se lucha aún en la mayor parte del mundo por la comprensión de que ambos sexos poseen el mismo nivel de capacidad potencial como seres humanos, y se propone desarrollar al máximo esta capacidad en su medio favorable.
Ureña, vivió la llamada "crisis de fin de siglo", que en muchos países fue tomada como "modernismo", o como un movimiento estético de renovación literaria, una actitud espiritual y una tendencia ideológica que algunos han llegado a identificar con una concepción del mundo; pero llega el siglo XX, con su prodigiosa producción científico-técnica, quien brindara menos argumentos para ocultar el valor de la subjetividad.
Por un lado todas las corrientes contemporáneas al marxismo, herencia del siglo XIX, en un mundo sin fe, sin amor y sin ideales, muchos la han llamado "una procesión de fracasos filosóficos y vitales", como lo fueron el positivismo, el irracionalismo, el logicismo, el naturalismo, el evolucionismo, el mecanicismo, el empirismo; y todos los "ismos", nacidos del subjetivismo y del individualismo modernos; los cuales realmente cuando obviamos sus limitaciones aportaron de una forma u otra a la evolución del pensamiento de la época posterior; y por otro lado, el propio marxismo que más tarde se convirtiera en un método científico para entender la realidad histórico-concreta mundial, frente a los cuales, Ureña vislumbre de que un solo camino sería correcto, la vuelta a lo humano.
De esta situación en la que maduraba el dominicano de letras Ureña, expuso: "… el rasgo más saliente de nuestro movimiento filosófico es que se inclina no sólo a la investigación teórica sino a la especulación moral…".
Debemos aclarar que la discusión sobre nuestra identidad no es nueva. En la década de 1920, en Alemania, el Instituto para la Investigación Social (Instituto für Sozialforschung), fundado en Frankfurt en 1923 por Adorno y Horkheimer consideran que el mundo en el que viven "es el mundo de la caída de la razón objetiva", en donde el hombre ya no se cuestiona críticamente su devenir ni pasado, por lo tanto, se encamina derechamente hacia la pérdida de su identidad individual y colectiva.
Lo que los pensadores alemanes planteaban cobró importancia años más tarde cuando el mundo entero se vio sacudido por la expansión del nazismo y el fascismo; hechos que de alguna manera fueron vaticinados principalmente por Theodor Adorno en su obra "Cultura Crítica y Sociedad" y que afectaron la identidad y el cuestionamiento del tipo de sociedad que se pretendía forjar.
Las dos guerras mundiales volvieron a poner en el tapete la cuestión de la identidad. Pueblos enteros vieron destruidas sus culturas y sus propuestas de futuro; por ende, debieron replantear su pasado en la búsqueda de un futuro alejado de la incertidumbre y el escepticismo.
En la década de los 70, Michael Foucault trabaja la idea de que hay conceptos claves para el entendimiento de la sociedad; por ejemplo, la disciplina (que es una especie de lema en torno a la cual gira el modelo capitalista); el poder, el cual no es sólo prohibitivo o represivo, sino tan bien reproductivo; produce por ejemplo, diferentes regímenes de verdades y de saberes, los cuales, por lo tanto, condicionan el apoderamiento de identidades culturales. En su obra Microfísica del poder, pone énfasis justamente en esa visión reticular del poder y en las manifestaciones en lo cotidiano, rayando con mucho cuidado y prolijo el tema de la construcción de la identidad.
Al conmemorarse los 500 años del descubrimiento de América, la problemática se volcó hacia nuestro continente y si bien, ya se había escrito antes sobre la identidad latinoamericana, la gran mayoría de esos manifiestos se hicieron públicos bordeando 1992.
Los órganos y redes intelectuales de Latinoamérica buscaron con afán entre obras como las de Todorov, Dussel, Kusch, Roig, Montiel y Zea, (por nombrar algunos), pequeños atisbos que alimentasen la discusión en torno a nuestra identidad: la permanencia o el fortalecimiento de ella.
Esta discusión en torno a la identidad latinoamericana no sólo involucró a pensadores, académicos e intelectuales, sino que además comprometió a políticos, etnias, grupos nacionalistas, reivindicativos, etc., quienes se apropiaron de determinados discursos para justificar o replantear nuestra identidad.
Conceptualmente, la identidad es considerada desde el punto de vista de Víctor H. Díaz Gajardo como: "… el núcleo de cada cultura. Es el modo de ser particular, la propia y singular modulación de las variantes universales de cada cultura en el eje del tiempo y en la dimensión del espacio".
Y la "cultura" es todo aquello desde las obras artísticas de prestigio a la gastronomía más o menos reinventada y tradicional que contribuye a la formación de una identidad colectiva derivada de los mitos constitutivos del estado nacional. Asumimos en esta investigación estos conceptos anteriores, que consideramos vitales a la hora de lograr un estudio de la identidad, sin embargo, acercarnos a la obra de Ureña, nos da una idea más acabada de lo que se siente cuando nos identificamos a nuestro continente, y podemos percibir que no es solo el sentido de pertenencia hacia éste, es mucho más.
Ureña en una carta enviada a su entrañable amigo Alfonso Reyes escribe: "Una vez que los problemas, que las cosas de América, se van conociendo, son algo tan impresionante, todo es de naturaleza tan avasalladora, de una calidad tan extraordinariamente rica, que fatalmente el hombre tiene que inclinarse ante esa realidad portentosa. Y de ahí nace la cultura, sin que el hombre se lo proponga". Es indudable que para Pedro Henríquez, identificarse con la cultura autóctona de cada cual, no era simplemente como afirmamos antes, identificarse con nuestras culturas, sino que requería sacrificio, entrega, abnegación y devoción, por nuestro pedazo de cielo; era lo que realmente marcaba la identificación de una persona no con su país, sino con la América toda.
Pero, ¿El modo de ser de América ha sido siempre el mismo? Consideramos que no, aunque existan pequeños atisbos de continuidad, como el hecho de un pasado colonial, una obligada inserción al capitalismo y a la dependencia económica que dan como resultado una Latinoamérica tercermundista y periférica.
Desde la llegada de los hispanos a nuestro continente, la población indígena fue brutalmente reducida a fuerza de pólvora o a través del trabajo esclavista. Los indios que resistieron eran exterminados o simplemente se adaptaron a la aculturación, la transculturación y a la evangelización, la cual no sólo acababa con su cultura sino también con su imaginario colectivo.
Del encuentro original entre la cultura española e indígenas, emergió un nuevo modelo cultural fuertemente influenciado por la religión católica, e íntimamente relacionado con el autoritarismo político y no muy abierto a la razón científica. Este modelo coexistió fácilmente con la esclavitud, el racismo, la inquisición y el monopolio religioso.
La llegada de las emancipaciones latinoamericanas no provocó grandes cambios en este panorama; es más, la conformación de un mestizaje latino híbrido donde la preponderancia apunta a la no-pureza de nuestro criollaje. Las esferas de poder se trasladaron hacia los terratenientes y hacendados, los cuales reprodujeron el discurso político y económico colonial atentando contra el criollaje y las etnias, forzando raciocinios kantianos para justificar el poder y el sometimiento a una hegemonía cultural en toda Latinoamérica.
La industrialización de las naciones occidentales provocó en Latinoamérica flujos de dependencia económica que posibilitaron el ingreso de capitales británicos y estadounidenses que se alojaron en el seno de nuestras economías, transformando las costumbres de la oligarquía, quienes seguían ostentando el poder interno, subyugando a los sectores populares a una reformulación de corte moderno del sistema colonial: la hacienda, o bien a los enclaves económicos de estilo esclavista ligados principalmente al trabajo minero y a las plantaciones caribeñas.
Sin embargo, el siglo XX para Latinoamérica es sinónimo de la expresión máxima de la desintegración cultural e identitaria con la irrupción veloz de los medios de comunicación y el aumento de la brecha entre las esferas de poder y la sociedad.
Kusch realiza un análisis acabado y genial de las diferencias ontológicas de nuestra América multicultural y sincrética que en definitiva se oponen a la homogenización y a la globalización de nuestra cultura social, impidiendo por razones "del ser latinoamericano" la homogenización de una identidad.
A la ya mencionada disyuntiva ontológica a la cual hace mención Kusch de nuestra identidad, hay otros factores que por lo menos son necesarios nombrar, y que configuran este trabajo. Se debe tener en cuenta que es innegable que la religión ha jugado un rol fundamental en la historia de la cultura en Latinoamérica en cuanto a que se ocupa de los valores supremos y que ha servido para fundamentar un orden social compartido.
Es decir, que la religión católica ha servido de silenciador de muestras de reivindicación radical y que se ha encargado de justificar en cierta medida a quienes en estos momentos ostentan las esferas de poder. Bajo este aspecto cabe destacar y recordar que la separación Iglesia-Estado es algo que fue resistido en muchos países latinos, algunos de los cuales hasta el día de hoy sienten una presión muy fuerte por parte de los poderes seculares.
Otra de las dificultades para nuestra identidad apuntó más bien a las escuelas y a la didáctica de la enseñanza de la Historia de la época, donde prevaleció un enfoque tradicionalista y positivista basado en las fechas y los datos en vez de la comprensión y problematización real de nuestro pasado.
Es bien conocido el desencanto juvenil frente a los discursos políticos actuales. Según Peter McLaren, como consecuencia de la condición postmoderna de nuestra sociedad actual, los jóvenes sienten repudio frente al "compromiso con el presente o a pensar históricamente", vivir no cuestionándose el pasado para la comprensión del presente.Según sus consideraciones estas juventudes viven las identidades superficiales de las imágenes que les entregan los medios de comunicación, en las que la política de análisis interpretativo es reemplazada por la política del sentirse bien, del dejar pasar o bien del olvido de la memoria histórica.
Frente a esta opinión hay que tener en cuenta que la historia no está compuesta de buenos y malos, sino de realidades y procesos por explicar, y asumir el pasado supone un punto de partida necesario para encarar el futuro. Una sociedad que se niega a aceptar su pasado, está enfrentando el futuro sobre bases muy endebles. Esto incide considerablemente contra nuestros jóvenes; puesto que la forma tradicional de enseñar nuestra historia no los lleva a la contextualización y contemporalización de nuestro pasado, el cual necesita ser remodelado por la urgencia que cada generación tiene de construir el presente desde el pasado, y de producir su propia realidad social y cultural a partir del mundo que recibe como legados, los problemas vitales con que carga a la nueva generación.
En ese período definido entre la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX, el problema de la identidad, o sea, "la definición del conjunto de referentes que fijan los sentidos de pertenencia a una comunidad", tuvo su núcleo fundamental de discusión en torno a la variable de la raza, al que estaba profundamente ligado el ideal de patria, por lo menos en México.
El sujeto que asume el proceso de mestizaje como lo más trascendental que le pudo haber ocurrido, es justamente un sujeto trascendente, que encierra en sí lo que Don Fernando Ortiz, ha hecho conocer como transculturación, o sea, << un ajiaco donde cada elemento ingrediente tiene sus propiedades inherentes de las que no puede ser desprovisto>>.
Porque resulta que en el despertar nos daremos cuenta que somos un ente social con altos compromisos con nuestra historia y responsables del cambio de subjetividades condicionadas por el culto a patrones eurocéntricos, así como de evitar que se continúen reproduciendo la jerarquización de una cultura sobre otras, cuando lo que hay es que establecer políticas sobre las bases de la equidad a la diversidad de valores culturales.
Nuestro protagonista planteó sus reflexiones sobre la identidad bajo un marco de interpretación que enfatizó, no el contenido biológico de las razas, sino la posibilidad de un mestizaje cultural, aceptando de una vez el peso de la herencia latina y humanista. Sin duda José María Vigil y Justo Sierra fueron en el contexto mexicano antecesores importantes de esta reflexión. La conciencia de una identidad regional en los países independientes específicamente, en el siglo XIX había empezado a surgir desde el siglo XVIII, con el pensamiento de hombres como Francisco Javier Alegre (1728-1788) y Javier Claviggvero (1731-1787), pero fueron otros pensadores, escritores o educadores comprometidos con la naciente independencia en el siglo XIX quienes fortalecieron filosóficamente el sentido de alteridad ante el Occidente.
Entre ellos podemos citar a José Martí (1853 – 1895), Simón Rodríguez (1771 – 1874), Juan Bautista Alberdi (1810 – 1884), entre otros, con quienes surgieron con vigor, focos colectivos de pensamientos que reclamaron no sólo la identidad de un "nosotros", sino que abrieron la retrospectiva de la lucha de liberación por un futuro con mayor justicia social, donde como dijera Leopoldo Zea, en 1952, había que concebir una filosofía de compromiso, y el mismo especificaba: "la filosofía es latinoamericana en cuanto es de origen latinoamericano y responde a necesidades del continente".
Para estos pensadores de países como Haití, México, Paraguay, Chile, Colombia, que obtuvieron su independencia en este período, tuvieron muchos, la limitación de que no vieron el problema de la identidad como debía ser, ya que no se trataba de una ruptura frontal con la filosofía occidental o de otras regiones, sino de profundizar las ideas y los métodos de conocimientos desde la perspectiva de la realidad objetiva del sujeto pensante. En un articulo de Alain Touraine, titulado "Las transformaciones sociales del siglo XX", queremos referirnos que en su análisis comparativo de que a finales del siglo XIX y XX, los problemas de corte identitario, los actores, desafíos, problemas y soluciones tenían motivos "sociales" y sin embargo, en la actualidad son "culturales e individuales".
Puede que en las postrimerías del siglo XIX y siglo XX, estos hallan sido los principales motivos de los problemas, pero se puede comprobar que los problemas sociales de la época fueron los causantes de que principalmente en Latinoamérica estuviera latente la dificultad identitaria, y de dónde proviene esta traba sino de problemas "culturales e individuales".
Según las palabras de Touraine, la "actividad colectiva" produce lo anterior; es obvio que un ente no revoluciona una cultura ni una forma de pensar, es el hombre el que hace la masa y es la masa la que puede transformar, adicionar o restar características propias a una cultura determinada.
Cuando nos referimos al idioma, podemos afirmar que este no determina, pero si condiciona la identidad de un país, en América Latina, la mayor cantidad de los países que conforman este continente son de habla hispana, con excepción de Brasil y las islas del Caribe con tendencias idiomáticas anglófonas o francófonas, o sea, tenemos una lengua que nos condiciona, que es parte de una identidad dentro de todo un continente. A pesar de que coexiste una mezcolanza en lo que respecta al idioma, en un mismo país o un territorio dentro de ese país, pueden existir un sin número de derivaciones de un idioma, sin embargo, en dicho continente o en cualesquiera de sus países hay una fuerte identidad en las costumbres, religiones, ideologías, que van más allá al entendimiento de las lenguas de cada cual.
Podemos asegurar que es muy bajo el por ciento de los individuos que una vez emigrados, fugitivos o de otro motivo, se identifican realmente con ese otro país y obvian todas las costumbres del país natal; estas personas siguen manteniendo una "cultura identitaria" con el país de procedencia; la cual tomamos como << todo aquello que va identificar a un individuo con un territorio dado, ya sea material o espiritualmente >>.
Es precisamente por eso que alertaba Ureña en sus escritos y es por ello que debemos exponerlo como el defensor de nuestra idiosincrasia hispano – caribeña que fue, no desde el punto de vista nacional sino más allá de los límites de Santo Domingo. Cuando del tema se trata es ineludible referirse a sus tesis sobre la cultura popular, donde habla de nacionalismo, no político, sino espiritual, que nace de las cualidades de cada pueblo cuando se traducen en arte y pensamiento, al que bautiza: "nacionalismo de jícaras y poemas" y expresa que "su visión podría traducirse como exaltar el alma de un país".
La unidad de su historia, unidad de propósitos en la vida política y la intelectual, hacen de nuestra América una "Magna Patria", una agrupación de pueblos destinados a unirse cada día más y más. Al igual que la Magna Grecia, políticamente disgregados y espiritualmente unidos.
Es evidente que Pedro Henríquez nos está convocando a una nueva mirada hispano caribeña, en la que como hoy, se fije el derrotero de una sola América, criterio que es reiterado por otros pensadores del área y en particular por nuestro Apóstol. Desde este punto de vista, Henríquez Ureña, se nos revela con una gran actualidad y es precisamente éste, el criterio que defendemos, pues estamos en presencia de una figura que nos ha dejado un caudal de conocimientos y criterios para la conformación de un concepto identitario más revolucionario y acabado, pero que sin embargo no es utilizado con frecuencia.
Sostenemos el juicio acerca de la necesidad de retomar las concepciones filosóficas de esta figura en función de los nuevos derroteros identitarios de nuestros pueblos.
América debe afirmar su fe en su destino y en el porvenir de la civilización. América Latina y el Caribe no se fundamentan en el desarrollo de las riquezas materiales, ni siquiera en el delirio industrial de las grandes ciudades que compiten con Estados Unidos, ni en el aporte cultural todavía exiguo de la civilización del mundo.
Se ha hecho referencia en muchas ocasiones a la tendencia europeizante de la juventud en determinados momentos históricos; incluso, prestigiosos científicos han escrito acerca del tema, el cuál se podría admitir como un problema de concientización.
Al respecto no pensamos sea de los principales problemas que golpean a América Latina y el Caribe, al contrario, opinamos que lograr mezclar elementos que caracterizan a diferentes culturas ha sido uno de los méritos de nuestro continente, debido a la heterogeneidad de nuestra identidad y no significando necesariamente "asumir un rol de inferioridad"; lo cierto es que nos apoyamos en los avances obtenidos por el primer mundo, pero hoy más que nunca América Latina sale adelante sola.
Existen factores objetivos y subjetivos condicionantes de una vigencia y actualidad en las concepciones filosófica de Pedro Henríquez Ureña, debido a que hoy en día se sigue luchando frente a las intenciones expansionistas de la potencia del norte, aspecto este al que Ureña le prestó mucha atención, arengando a los pueblos de América Latina y el Caribe, a luchar por su soberanía, dignidad y decoro; y defender ante cualquier pretensión la identidad de nuestros pueblos. Frente a la actitud asumida por Estados Unidos durante tantos años, Ureña previó las amenazas a nuestra identidad a pesar de sus fuertes raíces.
Hoy, hay más que nunca, necesidad de preservar y fundamentar los valores morales que deben estar presentes dentro de la identidad cultural de una determinada sociedad. Ureña mostró el tema del perfeccionamiento de las universidades y la enseñanza técnica, como fundamental para el logro del perfeccionamiento individual, viendo también esta vía como una solución a los problemas morales que agobian actualmente a la humanidad como la malversación, el hurto, el engaño, el fraude, que se muestra en todos los países, en sus diferentes formas.
Estas dificultades de nuestro continente, han ido, con el de cursar de los años en ascenso y en una dirección negativa; y su muestra está en la globalización neoliberal a la que se enfrenta el mundo, que trae consigo un aumento de la pobreza, de las desigualdades, de la unipolaridad, constituyendo la más desvergonzada recolonización del Tercer mundo, y presentando el ALCA como alternativa principal para nuestros pueblos, constituyendo realmente un inmoral acuerdo para el tránsito de capitales y mercancías.
Aunque no estamos precisamente en el siglo que vivió Ureña, son muy útiles sus concepciones humanistas y filosóficas cuando de identidad cultural se trata. Sus ideas reflejan la importancia de la educación para forjar a un individuo decoroso, y expresó: "demos el alfabeto a todos los hombres, para trabajar en bien de todos, esforcémonos por acercarnos a la justicia social y a la libertad verdadera"…, cita esta planteada en el siglo XIX, y hoy en el siglo XXI existen 800 millones de analfabetos, y tenemos miles de millones de alfabetos, que tienen de una forma u otra acceso a determinadas informaciones y sufren a diario las calamidades del desempleo, la pobreza, la carencia de tierras, la insalubridad, la inseguridad, la falta de escuelas, de techo, de condiciones higiénicas mínimas, que pasará entonces con esos 800 millones de habitantes de este planeta que son analfabetos. Es precisamente por ellos que Ureña convoca en sus escritos a todos los latinoamericanos a jugar su papel y a aportar su granito de arena en la búsqueda de alternativas para lograr que un mundo mejor sea posible. Un ejemplo valedero lo es la Batalla de Ideas, en nuestro país, la que con más de cien programas sociales pretende la masificación de la cultura general, del conocimiento,, la multiplicación de las posibilidades de realizar estudios superiores, la divulgación de conceptos sobre los más variados temas, batalla de ideas que lleva en su núcleo un mensaje para que pueda contar nuestra identidad con una firme representación de todos los individuos que la conforman.
Ureña llamó la atención sobre el tema del idioma, refiriéndose al fuerte arraigo de la lengua Española, idioma que se encuentra actualmente en una lucha constante ante la imponencia del idioma inglés, denominando nuestra lengua como la forma de afianzar la memoria colectiva.
La lucha que se ha llevado durante tantos años respecto a la raza, y a la cual Ureña también se refirió, sigue golpeando a todos los individuos de la raza negra, personas que actualmente le han dado un vuelco a la situación, con el incremento de intelectuales, médicos, y además con políticas de países como Cuba.
Han sido planteados varios de los problemas expuestos por Ureña anteriormente, referente a la identidad cultural en América Latina y el Caribe, sus ideas respecto al tema han trascendido, condicionando la necesidad imperante y urgente de lograr esa unidad entre nuestros pueblos para enfrentar cada una de las adversidades que conforman la actualidad; y tomar conciencia del papel que debemos desempeñar cada uno de nosotros dentro de este mundo, que está sujeto al cambio, cambio que necesita.
Respecto a la unidad, la aborda como una de las dimensiones de la cultura en la que se encontraba fincada la identidad de Hispanoamérica, el eterno conflicto entre lo nacional y lo universal. Nuestro continente necesita que su pueblo piense y haga conciencia de una integración, que no se determine por los límites de las fronteras de su país sino que interiorice que somos como un árbol robusto y fuerte, que tiene muchas ramas, cada uno de nuestros países es sólo una de esas ramas, por lo que cuando sucede algo a nivel global, incide en correspondencia con el contexto, en cada país afectando directamente, toda nuestra América.
Las grandes potencia (E.U, Europa, Asia), nutridas de su banalidad cultural intentan absorber con sus diferentes métodos (como los medios de comunicación masiva, la moda, el idioma) nuestra identidad, con lo cual sólo logran el efecto contrario, al igual que su identidad, la del Caribe hispano es lo suficientemente fuerte como para asimilar sus mencionados métodos y ajustarlos a nuestra realidad, aunque no se puede obviar, que aún nuestra generación y las posteriores necesitan de esa toma de conciencia y comprender que los proyectos de avances sociales y democráticos tendrán futuro, sólo si antes, se hace fracasar el proyecto estadounidense de una hegemonía militarizada.
Tomar conciencia además que es el pueblo el que debe luchar por la democracia, la paz justa, la justicia social, de la cual forman parte el rescate y la conservación de nuestra identidad cultural, como lo expresó Ureña.
Consideramos a Ureña un defensor de los derechos humanos, aspecto que se encontraba en los siglos XIX y XX en crisis, y que hoy es enmascarado por el terrorismo, sustituido no sólo por sus intervenciones en occidente, sino para continuar con su política hostil e hipócrita contra los pueblos de toda la zona del Caribe Hispano principalmente. Lo que le va a aportar a sus ideas una vitalidad extraordinaria, dentro del contexto latino.
En correspondencia con la investigación, el humanismo de Ureña oscila entre posiciones materialistas e idealistas, y es muy valedero aclararlo ya que ha sido catalogado como un humanismo idealista, por eso estamos en contra de algunos autores que absolutizando afirman esta idea, aunque reconocemos no está presente en Ureña un materialismo consecuente; nos parece absolutista, porque este no ubica de forma histórica al hombre latinoamericano, sino que lo ubica dentro de un contexto histórico – social haciendo un análisis de temas como la democracia, los vicios, la incultura, la agresión extranjera y la forma de pisotear los derechos del hombre y explotarlo.
Ureña trata de reafirmar los valores de la identidad del hombre en el contexto latino y busca la salida a este problema en el desarrollo de las universidades, en la educación, en el tratamiento al problema de la raza aunque no concibe un proyecto de transformación revolucionaria, no llega a analizar un movimiento de lucha y es donde precisamente permea sus concepciones de idealismo, donde se hace evidente su reformismo, se queda en el plano teórico, de la crítica, hace un análisis objetivo sin llegar a descubrir con toda la profundidad debida, una salida a esta situación. No obstante, esta posición ambivalente no demerita su progresismo social.
El humanismo de Ureña de basa en la posibilidad del perfeccionamiento humano a través de normas éticas humanistas; constituyendo ésta, una de las soluciones que se le da a los principales problemas que agobian nuestra identidad cultural, considerando como el núcleo de cada cultura, el modo de ser particular, la propia y singular modulación de las variantes universales de cada cultura en el eje del tiempo y en la dimensión del espacio, por lo que se convierte en un tema con tratamiento filosófico, ya que él entendió la filosofía como la elevación de la inteligencia y de la sensibilidad a la comprensión serena y aproximable a la realidad exterior, o sea, la disponibilidad de la inteligencia humana a volcar todo ese intelecto en la comprensión de los problemas que atañan a la sociedad contemporánea.
Su humanismo se evidencia también en que realizó un minucioso estudio de toda la situación que vivía en ese momento América y el que había vivido; y es precisamente en esta extensión de mundo ha analizar, donde evidencia su mayor potencial como filósofo, como sociólogo, como humanista, y no sólo por eso, sino que trató de darle solución a los problemas objetivamente; se sensibiliza con toda la situación de América Latina, siendo capaz de hacer conclusiones claras, precisas, reales y necesarias, que además trascienden su tiempo; de este análisis florece su gran obra: "La cultura de las Humanidades".
Henríquez Ureña estuvo interesado en que el lenguaje, el conocimiento, la producción de la intelectualidad hispano caribeña trascienda y ocupe el lugar que realmente le corresponde, como único medio de preservar la identidad cultural, o sea, con independencia de que es muy fuerte la influencia y el acento de la cultura americana en cuanto a su marcado carácter hispano, Henríquez es consciente del sello autóctono de la cultura de nuestra área. Está con estos planteamientos haciendo un llamado a retomar toda la cultura asimilada y no temer a la integración, esa integración a la que se refieren Cuba, Venezuela, Ecuador, y que es precisamente la que va a fortalecer la defensa de la idiosincrasia, ligada ésta a la espiritualidad española.
Cada día que pasa, se traduce en el fortalecimiento de los lazos entre todos nuestros países de América Latina y el Caribe, con cada amanecer, florece la conciencia de nuestros pueblos, ante la imperiosa necesidad del cambio, en beneficio de los millones de niños, hombres, mujeres sufren de hambre insalubridad, enfermedades, desempleo, violencia y calamidades sin fin, causa por la cual Ureña alzó su voz.
Las principales concepciones filosóficas de Pedro Henríquez Ureña, (encerrando en estas las sociales, étnicas, políticas, morales, etc.), han trascendido los siglos, para conformar un ideario como guía para las generaciones posteriores, ya que continuamos siendo verdugos de algún modo de todos los problemas que agobiaron a la humanidad en su tiempo.
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Lic. Irene Y. Semidey Lozada
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