El divorcio entre la fe y la razón es sintomático del desdoblamiento de la conciencia que caracteriza la perturbación del estado mental de los tiempos modernos. Es como si dos personas cohabitaran dentro de nosotros y se manifestaran alternativamente; pero además del modo padre, el modo niño, que alternan con el modo adulto, el ello se manifiesta en múltiples personalidades completamente distintas a la personalidad habitual dominada por inusitados automatismos que son ignorados por el paciente desasociado consigo-mismo y la sociedad. Fenómeno fe-datado en los Evangelios que recurrentemente ha enlutado las comunidades con actos incruentos cometidos por pacíficos ciudadanos adultos y adolescentes en estados alterados de la mente, que compiten en crueldad con los actos cometidos por psicópatas (Jack el Destripador), esquizofrénicos responsables de crímenes seriales, rituales y actos terroristas. Este fenómeno también ha inspirado las obras de muchos autores clásicos, como: El Lobo Estepario: Hermann Hesse, El Exorcista: Meter Blatty, El Silencio de los Inocentes: Thomas Harris, La Metamorfosis: Franz Kafka, El Hombre Pentafisico : Ema Godoy, etc . Si ponemos en lugar de la persona a la sociedad moderna en general, resulta que ésta está aquejada de disociación mental, esto es, de un trastorno neurótico. No se puede fingir o ignorar la lucha milenaria que de origen sostiene "el judaísmo -VS- el cristianismo" porque el instinto se revela ante el peligro de ser exterminado o sometido y la psiquis se desdobla. Así ocurre en toda psiquis neurótica, la incongruencia en las estructuras de su pensamiento es la causa que la lleva al médico.
Según se ha expuesto en forma sumaria, el médico de almas debe relacionarse con ambas fases en que está desdoblada la personalidad del hombre actual, pues sólo con ambas, y no tomando una e ignorando la otra, puede constituir un hombre entero y pleno. Todo individuo, por cierto, ha venido reprimiendo e ignorando concientemente una de sus dos fases, por ser éste el único expediente que le ofrece la noción imperante. Los automatismos inconscientes y el mundo de imágenes de la mente constituyen un a priori que nadie ha de desconocer sin grave riesgo. La inhibición o interrupción del surgimiento del fenómeno espiritual de la trasformación, mediante sedantes, trae penosas consecuencias fisiológicas y psicológicas, cuya terapia requiere la ayuda profesional del médico de almas. Desde hace dos milenios y medio los helénicos sabían que existe un inconsciente opuesto a la conciencia e intuían la importancia de su exploración para conocerlo, las iniciaciones mistéricas contenían un simbolismo ritual que orientaba y alentaba a los iniciados a explorar las profundidades de su conciencia. El misticismo y la psicología clínica han proporcionado al respecto todas las pruebas empíricas y experimentales necesarias, de que existe una realidad psíquica inconsciente, la cual inesperadamente demuestra su existencia derramando sus contenidos sobre la conciencia provocando automatismos, psiquismos y trasformaciones inauditas en las personas que los experimentan inconscientemente. A pesar de que se sabe esto, no se ha sacado conclusiones generales de esta fenomenología. Se sigue pensando y obrando como si el hombre no fuese doble, sino simple. Es así que permanecemos ciegos a nuestras propias imperfecciones, debilidades y móviles de nuestros actos. No se nos ocurre pensar que a nuestra interioridad no se le pueden ocultar los verdaderos móviles de nuestras acciones por mucho que las justifiquemos y disfracemos, ni cuestionarnos sobre cuál es la actitud de nuestra ser interior ante lo que hacemos en la faz exterior. En realidad, empero, es una ligereza, una superficialidad y hasta una insensatez, pasar por alto la reacción y actitud del inconsciente, por cuanto ello conspira contra la salud psíquica. Aunque uno considere igualmente importantes para la salud todos los sistemas fisiológicos del organismo humano, generalmente ignoramos nuestra salud psicológica. Así las deficiencias psíquicas y sus consecuencias creemos poder subsanarlas con meros concejos, reproches y charlatanerías mágicas o mojigatas, pues lo "psíquico" es tenido por algo así como intrascendente. Sin embargo, nadie puede negar que sin la psiquis el género humano no se diferenciaría de los seres instintivos. Prácticamente la dignidad humana depende del alma humana y sus funciones. Ella merece toda nuestra atención, particularmente en nuestra época en que el futuro individual y colectivo puede ser amenazado por alteraciones psíquicas de los hombres. Basta con una casi imperceptible perturbación del equilibrio de algunos dirigentes para que el mundo se hunda en un infierno de sangre, fuego y radiactividad.
Nuestra filosofía se desentiende de la cuestión de si la parte inefable de nuestro otro Yo, que por el momento sólo hemos designado con el término peyorativo "sombra", está de acuerdo con nuestras creencias y conducta conscientes. Por lo visto ignora que el hombre tiene una sombra de verdad, cuya intimidad aloja al mismo tiempo la naturaleza privativa del instinto y la naturaleza trascendente del espíritu. Cuando el pensar y el sentir han extraviado el camino de la interioridad, y la postura religiosa se ha vuelto inoperante, ni Dios se atreve a poner dique al desbordamiento de los impulsos psíquicos incontenibles. El anquilosamiento de la conciencia en nuestro mundo se debe sobre todo a la pérdida del sentido común y adormecimiento del instinto, y tiene su raíz en la enajenación generalizada. Conforme se ha hecho dueño de la naturaleza, el hombre ha exaltado su saber y dominio sobre la materia y menos-preciado lo meramente natural y contingente, esto es, los instintos y los impulsos de la psiquis inconsciente. En efecto, la psicología en general sigue siendo todavía la ciencia que investiga los contenidos del inconsciente y sus manifestaciones en cuanto evaluables sobre pautas colectivas, a fin de diagnosticar las causas de disfunciones psicosomáticas y prescribir terapias; es decir se funda en fenómenos genéricos íntimos, ya que a diferencia del subjetivismo y lógica racional con que se maneja lo conciente, el inconsciente se manifiesta analógicamente en forma imágenes holográficas vivas que llevan adheridas los sentimientos relacionados con la problemática o necesidad que los impulsa hacia la superficie; aunque el conciente los reprima porque no los entiende, llega un momento en que el desbordamiento de las fuerzas del inconsciente es incontenible, colapsando la estructura mental trabajosamente edificada, postrando al individuo. El delírium trémens destruye la vida intima y social del individuo debido a que la interioridad individual, que en definitiva es la única real, ha quedado degradada a fenómeno marginal contingente, y a pesar de los signos de paranoia manifiestos el inconsciente, que sólo puede manifestarse incomprensiblemente, ha sido pasado por alto completamente, y no por simple negligencia, ni por mera ignorancia, sino por deliberada resistencia a la sola posibilidad de que además del Yo exista otra instancia psíquica además del conciente. En los estadios alterados de conciencia, hasta le parece peligroso al Yo conciente poner en tela de juicio su monarquía, basta que dude un poco, para que la ciencia declare su insanidad mental y lo someta a su tutela y tratamiento psicoterapéutico por tiempo indefinido.
8,5: Diferencias fenomenológicas y terapéuticas entre las crisis provocadas por las psicosis provocadas por los traumas olvidados, y las crisis provocadas por el surgimiento del fenómeno espiritual de la transformación humana.
Las enseñanzas místicas de todos los tiempos giran alrededor de la idea de que la sola búsqueda de bienes y metas materiales no expresa en absoluto el potencial del ser humano, debido a que la humanidad es una parte integral de la energía creadora y la inteligencia del cosmos, y es de alguna forma es parte del holograma espiritual de Todo que refleja la imagen de Él en cada ser individual. El descubrimiento de la propia naturaleza espiritual puede conducir a una forma de ser, tanto a escala individual como colectiva, incomparablemente superior a lo que se considera normal. Para comprender la fenomenología del surgimiento o emergencia de la transformación espiritual, uno debe verlo como la activación de un proceso natural de evolución que lleva a una forma de vida más madura y realizada. La palabra espiritualidad debería reservarse para situaciones que entrañan una experiencia íntima de la realidad espiritual de la que formamos parte, que le dan a la propia vida y existencia una cualidad numinosa. Desde este punto de vista, la espiritualidad es algo que caracteriza la relación del individuo con el universo y no requiere necesariamente de una estructura formal, un ritual colectivo o la mediación de un sacerdote. La palabra moderna para designar la experiencia directa de las realidades espirituales es "transpersonal", lo que significa que trasciende la forma usual de percibir e interpretar al mundo desde la posición de un individuo o cuerpo-ego separado de aquél. La psicología transpersonal, se especializa en experiencias de este tipo y lo que estas implican. Las conclusiones del estudio de los estadíos transpersonales de conciencia son de vital importancia para el concepto de emergencia o surgimiento del fenómeno espiritual de la transformación humana.
Los estadíos que entrañan un encuentro personal con las dimensiones numinosas de la existencia pueden dividirse en dos grandes categorías. En la primera hallamos las experiencias de lo "Divino inmanente", o percepciones de la inteligencia divina que se expresa a sí misma en el mundo de la realidad diaria. Toda la creación __gente, animales, plantas y objetos inanimados__ aparece permeada por la misma esencia cósmica y luz divina. Una persona, en este estado de éxtasis, de pronto ve que todo en el universo es una manifestación y una expresión de la misma energía cósmica creadora, y que la separación y los límites son ilusorios. Las experiencias de la segunda categoría representan una percepción diferente de lo ya conocido que revelan una gama más amplia de dimensiones de la realidad ocultas a las percepciones humanas e inaccesibles en un estado normal de conciencia. Nos referiremos a éstas como experiencias de lo "Divino trascendente"; que iluminan la negra noche de la conciencia esbozada por la mística pluma de San Juan de la Cruz, con la experiencia del espejo del alma, el viaje de la mente a través del espíritu, la común unión de todos los seres y todas las cosas, etc. Para las personas que han comenzado a experimentar el surgimiento o emergencia del fenómeno espiritual de la trasformación humana __el sufrimiento y la angustia de la negra noche, la disolución o necrosis del ego viejo, el renacimiento o surgimiento del ego nuevo que como el ave fénix renace de sus cenizas__ la existencia de lo inmanente y trascendente divino no es una cuestión de creencias infundadas sino un hecho basado en una experiencia directa. Lo que nos interesa en este punto son las consecuencias prácticas de los encuentros personales con las realidades espirituales. Tales estados transpersonales pueden ejercer una influencia benéfica de transformación en aquellos que los experimentan. Es probable que alivien diferentes desórdenes emocionales y psicosomáticos, así como también dificultades en las relaciones interpersonales. Asimismo, son capaces de reducir las tendencias agresivas, mejorar la auto imagen, incrementar la tolerancia hacia los demás y elevar la calidad de vida.
Entre otros efectos posteriores positivos se halla una profunda sensación de conexión con la gente y la naturaleza. Estos cambios de actitud y comportamiento son consecuencias naturales de las experiencias transpersonales que se dan en medio de las crisis provocadas por el surgiendo del fenómeno espiritual de la trasformación humana; el individuo los acepta y abraza voluntariamente, sin ser forzado por mandatos, preceptos, órdenes o amenazas de castigo externas. Una espiritualidad de este tipo, basada en una revelación directa personal, es muy usual en las ordenes místicas de todas las grandes religiones que utilizan la relajación, la meditación, los mantras, la oración y otras prácticas clínicas para inducir estos estados transpersonales de la mente. Hemos visto en repetidas ocasiones cómo las experiencias espontáneas durante una emergencia espiritual tienen un potencial similar si se dan en un contexto de comprensión y apoyo.
A pesar de que existen muchas excepciones, la psiquiatría y la psicología en general no distinguen entre misticismo y psico patología. Esta miopía se ve impulsada aún más por el hecho de que, en gran parte, nuestra cultura no reconoce la importancia y el valor de lo místico en el interior del ser humano. En las presentes circunstancias, tiene mucho más sentido preguntar qué características de un estado alterado de conciencia sugieren que se pueden esperar mejores resultados con estrategias alternativas que con un tratamiento basado en el modelo médico. Una de las preguntas que se realizan con mayor frecuencia al hablar de las crisis que se presentan cuando esta ocurriendo una emergencia o surgimiento del fenómeno espiritual de la transformación humana, es: ¿Cómo hace uno para distinguir entre una emergencia del fenómeno espiritual de la transformación humana y una psicosis? Como hemos señalado, el término psicosis no está definido con exactitud y objetividad en la psiquiatría contemporánea. Hasta que esto ocurra, será imposible brindar una delimitación clara entre estas dos condiciones. El primer criterio importante es la ausencia de una enfermedad detectable con las herramientas de diagnóstico existentes. Esto elimina aquellos estados alterados en donde la causa primaria se encuentra en una infección, una intoxicación, desórdenes metabólicos, tumores, perturbaciones circulatorias o enfermedades degenerativas. La gente que sufre de estados paranoicos graves, alucinaciones acústicas hostiles ("voces") y fantasías persecutorias, recurrentemente cae en proyecciones de este tipo, y actúa bajo su influencia. Los cambios en la conciencia de las personas que entran en la categoría de emergencia espiritual son cualitativamente diferentes de aquellos asociados a psicosis de origen patógeno, y pueden ser reconocidos con facilidad cuando se cuenta con la suficiente información y experiencia. Como lo sugiere el término emergencia del fenómeno espiritual de la trasformación humana, las características de una crisis causada por los cambios que se operan en la personalidad o forma de ser de la persona que se ve envuelta en ella, permiten intuir que el proceso de trasformación está relacionado con cuestiones espirituales críticas de la vida, y el contenido transpersonal de sus vivencias esta relacionado con el proceso de trasformación. Otra particularidad importante es la habilidad del paciente de diferenciar hasta un grado considerable entre las experiencias internas y el mundo de la realidad consensuada.
La característica más notable del surgimiento del fenómeno espiritual de trasformación, es que demarca un parte-aguas que divide la vida del sujeto en antes y después iniciar el proceso de trasformación. El individuo en medio de una profunda crisis causada por los cambios de su forma de ser, es arrastrado irremisiblemente por las fuerzas interiores de la transformación, mientras todo parece conspirar en su contra, cambiando no solo su modo de vida, su personalidad, sus prioridades y valores, sino su vida misma hasta que termina la extinción o necrosis del ego viejo, y renace un nuevo ego integralmente relacionado con su entorno y relaciones fundamentales. La interpretación errónea de esta fenomenología, es la causa por la que la mayoría de las personas que están atravesando por una emergencia del fenómeno espiritual de la transformación humana son vistos como casos patológicos de origen desconocido, a pesar de que exámenes clínicos y de laboratorio no ofrezcan evidencia alguna que apoye esta conclusión, y son tratados con métodos psiquiátricos tradicionales, como la medicación supresiva y la hospitalización en especial si sus experiencias causan una crisis en su vida y crean dificultades a sus familiares. En las crisis causadas por el proceso de emergencia de fenómeno espiritual de trasformación, tanto en las personas que lo sufren como los que lo rodean, junto con sus manifestaciones más dramáticas, el enfoque freudiano se limita a descubrir las experiencias penosas prenatales, de la lactancia, la niñez y el pasado resiente que han sido olvidadas, pero que son causa probable de traumas actuales en los individuos conflictuados, sin distinguir ni darse cuenta que las emergencias espirituales son parte de un proceso natural y curativo que favorece el desarrollo espiritual de las personas que los experimentan, y que las crisis son causadas por el cambio radical de personalidad del paciente y no por traumas olvidados. Los elementos espirituales inherentes a una transformación personal parecen extraños y amenazadores para los que no están familiarizados con ellos. Por ello podemos criticar al psicoanálisis de miope y excluyente de las verdaderas causas de la sintomatología de la transformación de los individuos, de que consume una enorme cantidad de tiempo y de que es poco eficaz. Ya que un sujeto elegible debe llenar ciertos requisitos según un criterio especial, y muchos pacientes psiquiátricos son automáticamente excluidos como candidatos potenciales. El uso sistemático del mecanismo de la proyección —rechazar las experiencias internas como naturales y atribuirlas a traumas o influencias provenientes de otras personas y circunstancias externas— es un grave obstáculo para interpretar correctamente la fenomenología de la transformación aquí descrita. El sacrificio de tiempo, energía y dinero es inmenso en comparación con los resultados; ya que aquellos que son seleccionados como sujetos apropiados tienen que comprometerse a tres años de sesiones terapéuticas de 50 minutos, de tres a cinco veces por semana, y no hay garantía de curación, ni garantía de que la curación se puede alcanzar con las nuevas estrategias. Es difícil comprender por que un sistema conceptual que parece tener todas las respuestas teóricas no brindaba resultados más espectaculares al ser aplicado en problemas clínicos reales; por esto es extremadamente importante dar un tratamiento distinto al que el actual modelo médico prescribe para inhibir las emergencias espirituales, aclarando el concepto de emergencia espiritual y desarrollado acercamientos eficaces y englobadores en su tratamiento, así como sistemas de apoyo adecuados para cuando se presentan fenomenologías altamente conflictivas.
Si examinamos las vivencias que se dan en los estados alterados provocados por la emergencia del fenómeno espiritual de la trasformación humana, la aparición de los síntomas parecería ser el comienzo de una enfermedad, y su intensidad indicaría la seriedad de la situación; pero aun en el contexto del modelo médico, una estrategia que se limite a suprimir los síntomas no sería considerada satisfactoria, si una alternativa más específica y eficaz, fuera conocida y estuviera disponible. Lo importante es, entender y aceptar la verdadera naturaleza de la psique y descubrir cómo cooperar mejor con ella, no bloquearla; ya que la función de la terapia consiste suprimir las causas que activaron la crisis, no en apagar la alarma de la sintomatología sin suprimir las causas que activaron la crisis. Esta interpretación se ve impulsada aún más por el hecho de que, en gran parte, nuestra cultura no reconoce la importancia y el valor de lo místico en el interior del ser humano. Aun si se descubrieran cambios biológicos relevantes, éstos solamente explicarían porqué diversos elementos salen a la superficie en un momento dado desde el inconsciente, pero no explicarían los contenidos en sí mismos. Además, encontrar un factor desencadenante específico de estos episodios no excluye necesariamente la posibilidad de que el proceso sea curativo. Muchos estados alterados que las principales corrientes de la psiquiatría consideran extraños e incomprensibles son manifestaciones naturales del funcionamiento profundo de la psique humana. Su aparición en lo consciente, tradicionalmente considerada como síntoma de la enfermedad mental, es en realidad un esfuerzo radical del organismo para liberarse de los efectos de distintos traumas, simplificar su funcionamiento y curarse a sí mismo. La primera aparición de los síntomas es el comienzo del proceso curativo, y su intensidad indica la rapidez de la transformación. El denominador común en todas las crisis de transformación es la manifestación de diversos aspectos de la psique que antes eran inconscientes. Sin embargo, en cada emergencia individual hay un surgimiento único de contenidos del inconsciente. Algunos de ellos son biográficos, otros perinatales y otros aun transpersonales. No existen fronteras dentro de la psique, ya que todos sus contenidos forman un continuum con varios niveles y muchas dimensiones. Por lo tanto, uno no debe dar por sentado que las emergencias espirituales vienen en tipos o formas con fronteras bien delimitadas como para distinguirlas claramente. No obstante, es posible y útil definir ciertos tipos de emergencia espiritual característicos que las diferencian.
8,6: La fenomenología espiritual, la auscultación profunda y la inducción clínica de los estados alterados de la mente
Aristóteles al abordar el problema de truncada enmarcó científicamente el fenómeno de la trasformación humana expuesto en la mitología de Proteo, sentando las bases de la psicología, la psicoterapia, el desarrollo humano, y empatando, <<no solo la praxis clínica basado a los hallazgos encontrados en obscultación profunda, el diagnostico y terapia, con las prácticas terapéuticas del misticismo oriental>> <<sino la teoría de trascendencia humana con doctrina expuesta por Buda y Cristo>>. Porque la trascendencia humana deviene del hecho que el hombre no es simplemente un ser que decide, sino que en cada caso, él hombre decide lo que es; ya que aunque somos en el mundo de las cosas, es evidente que: "buscamos una existencia iluminada, autentica que gire básicamente sobre nuestra decisión de ser libres para ser nosotros mismos"; lo cual es la meta de Buda y Cristo __o "acostumbrados a lo mundano decidimos ser cosa, buscando el valor de las cosas que den valor a nuestro ser en el mundo de las cosas". Es obvio que la diferencia característica entre el humano, la bestia y la cosa, es cuestión de flexibilidad, rigidez y sensibilidad anímica. El humano como la veleta opone la menor resistencia a cambio, por ello es flexible y siempre esta dispuesto a cambiar. La cosa es rígida como las piedras, y por ello no cambia, aficionándose a los pasatiempos enajenantes o recurriendo a drogas, los tranquilizantes y somníferos. La bestia es adicta a los estimulantes y la violencia extrema, siente placer ante su poderío y el terror de sus victimas (vg.: inclinación de Israel por aterrorizar a sus victimas), por ello es insensible al dolor y sufrimiento ajeno; en contraste con la sensibilidad de los humanos que a medida que crece en sutilidad, crece en armonía y espiritualidad.
Porque el Ser en si, no es una cosa acabada, estática, determinada o forjada de antemano, sino que es un modelo dinámico, que cambia cada instante con el devenir, porque se esta haciendo, amoldándose a cada situación. El modo de reaccionar y enfrentar las situaciones difíciles que se dan en el devenir, anteponiendo el cumplimiento o incumplimiento del deber para si mismo y para con los demás, y el ejercicio de la libre responsabilidad, es lo que humaniza o deshumaniza al hombre. En la bestialidad no hay futuro humano, pues no solo petrifica conciencias sino que entroniza el caos generalizado paralizando las instituciones del Estado y las organizaciones sociales, a causa del: crimen, demencia, depredación, desenfreno, insensatez, paranoia, sometimiento, que sufren las masas. En esta situación la posibilidad de un futuro humano comienza a emerger, cuando el ser impropio (Ser para si) en su agonía (disolución del egoísmo o Ser para si), sacando fuerzas de la flaqueza busca una salida (Katharsis: catarsis: liberación terapéutica de los obstáculos y heridas psicológicas que causan angustia existencial), impulsado por la dignidad del (Ser en si), que lo lleva a poner remedio al caos o disfunción generada por su impropio proceder. El sincero reconocimiento de su culpa y arrepentimiento, activa un mecanismo de salvación (llamado renacimiento por los místicos) que arranca cuando la actitud y el comportamiento del ser propio (Ser con los demás), comienza a emerger, induciendo al (Ser en si) a relevar en la batalla al (Ser para si), para poder trascender la adversidad y el sufrimiento, encontrando dentro de su propia estructura interna, la fuerza necesaria para vivir; ya que el futuro es el punto en el horizonte lejano, que le da forma al presente, por que el presente se derrumba cuando pierde su perspectiva futura; entonces los pensamientos giran obsesivamente sobre el pasado. Y la evocación de los pormenores de lo vivido, emergen en medio de sombras, transfigurados en aterradoras visiones que reviven profundas heridas que no han cicatrizado, y al sangrar nos hacen sufrir terriblemente. Es en la agonía del Ser en el mundo, cuando el Ser impropio debe morir o renacer de sus cenizas y trascender el sufrimiento, siendo uno con los demás, comportamiento propio del Ser en si__ La diferencia se encuentra en los valores del doliente, que lo llevan a buscar, no su fin, sino la finalidad de su vida; porque en el momento en que al hombre no le es posible visualizar la finalidad de su vida, tampoco puede trazarse ninguna meta, ni proponerse ninguna misión, ni sostener la estabilidad de propia estructura mental, derrumbándose moralmente; lo cual, permite al análisis existencial aportar al paciente los siguientes elementos de convicción para dar respuesta positiva a la angustia existencial:
Mediante la comprensión, la fe y la sabiduría se puede superar el dolor. La terapia del dolor comprende tanto acontecimientos psíquicos como ideas espirituales. Quienes son enterados de su muerte eminente o la muerte eminente de un ser querido, suelen pasar por un proceso de duelo que se inicia con el desconsuelo llorando su propia muerte o la de un ser querido mucho antes de que ocurra, experimentando sentimientos de enojo, desesperación, frustración e impotencia. El pesar puede convertirse con facilidad en depresión aguda. El moribundo o sus allegados se sienten irremediablemente abatidos, desesperanzados e indefensos. El dolor psicológico se hace agudo e insoportable. Se pierden el sueño, la capacidad de concentración, el apetito y los niveles de energía. Quienes han sufrido perdidas de seres queridos y/o tenido experiencias de cuasi-muerte, regresiones a vidas pasadas, experiencia del bardo o vida entre vidas, viaje astral, contacto con personas muertas y otros psiquismos, generalmente no sienten una profunda pena por que intuyen que hay vida después de esta vida. En general, sacerdotes, médicos y terapeutas saben muy poco acerca del dolor, el sufrimiento, el duelo y la muerte; por lo general sus conocimientos se limitan a mitigar el dolor físico y para mitigar el trauma mental se limitan a describir las etapas de la muerte sin explican que ocurre en los que pasan de la agonía a la muerte y más allá. La tanatología además de estudiar los efectos que produce la muerte en los cuerpos sin vida se interesa por aliviar el duelo utilizando la ciencia complementándolos con los datos que la religión ha aportado tanto en oriente como en occidente, (vg. El "Bardo Thodol Chenmo" o Libro Tibetano de los muertos: Papiros de Ani, de Hunefer y de Anhai o El Libro Egipcio de los muertos).
La soledad es otro componente intrínseco de una emergencia espiritual. Puede ir desde una vaga percepción de la lejanía de otras personas y del mundo, hasta un sumirse profundamente en la alienación existencial. Algunas de las sensaciones de aislamiento interno pueden relacionarse con el hecho de que la gente que enfrenta estados inusuales de conciencia en una emergencia espiritual, no ha escuchado a nadie describir algo así y lo siente distinto de las experiencias cotidianas de su familia y sus amigos. No obstante, la soledad existencial parece tener poco que ver con las influencias personales o externas. Muchas personas en un proceso de transformación se sienten aisladas de los demás por la naturaleza de las experiencias que tienen. Al volverse más activo el mundo interior, es probable que uno sienta la necesidad de retirarse temporalmente de las actividades cotidianas y sumirse en los intensos sentimientos, pensamientos y procesos internos. Es factible que las relaciones con los demás pierdan importancia y que la persona se sienta desconectada de la sensación conocida de quién es. Cuando esto ocurre, uno siente una envolvente sensación de separación de sí mismo, de otra gente y del mundo que lo rodea. Para quienes están en este estado, hasta el calor humano familiar y la reafirmación están fuera de su alcance. Hemos escuchado a muchas personas en una emergencia espiritual decir: "Nunca nadie ha vivido algo así. ¡Soy la única persona que ha sentido esto!". No sólo sienten que su proceso es único, sino que además están convencidos de que nadie jamás ha sentido lo que ellos sienten. Quizás porque se sienten tan especiales también creen que sólo el terapeuta o el maestro en quien confían es el único capaz de comprenderlos y ayudarlos. La fuerza de sus emociones y sus percepciones desconocidas los llevan tan lejos de su existencia previa que con facilidad dan por sentado que son anormales. Sienten que algo anda muy mal en ellos y que nadie los comprenderá. Si sus terapeutas también están perplejos, su sensación de intenso aislamiento aumentará. Aun cuando la gente en esta etapa conozca los distintos mapas teóricos y los sistemas espirituales que describen estados como éstos, encontrarán que es muy distinto estudiar una situación así a estar en medio de ella. Durante una crisis existencial, uno se siente desconectado de su ser más íntimo, del Poder Superior o de Dios, lo que sea de lo que uno de penda para proveerlo de fuerza e inspiración más allá de los recursos personales. El resultado es un tipo de soledad devastador, una alienación completa y total que permea todo el ser.
En esos momentos de agonía y soledad, en un intento de explicar hasta dónde llega este monumental sentimiento recordamos el reclamo de Cristo en la cruz: "PADRE MIO, PORQUE ME HAS ABANDONADO"; lo cual nos hace estremecer al reflexionar ¡Si Cristo siendo perfecto, no fue escuchado, que esperamos nosotros siendo pecadores!. No pueden encontrar ninguna conexión con lo Divino; por el contrario, soportan una constante y dolo rosa sensación de abandono divino. Aun cuando uno esté rodeado de amor y de apoyo, puede sentir una profunda y amarga soledad. Cuando una persona desciende al abismo de la alienación existencial, ninguna medida de calor humano podrá cambiar lo que siente. Los que enfrentan esta crisis existencial no sólo se sienten aislados, si no también impotentes ante la furia de la tormenta desatada por las fuerzas interiores. En esos momentos todo conspira en contra de ellos mientras el Todo permanece impasible. Ante los ojos del mundo somos sospechosos de todo y el universo mismo se pone a la expectativa y cualquier actividad humana resulta trivial, pues todo parece absurdo y sin sentido. Es probable que en medio de la tormenta existencial se desesperen renieguen de su suerte y hasta de Dios mismo, al no percibir ninguna salida de su crisis. Con frecuencia perciben que ni el suicidio es una solución, ya que sacando fuerzas de su ira se sobreponen al dolor con la esperanza de que algún día volverán los buenos tiempos. No es raro que la gente en un proceso de transformación cambie su apariencia y se aísle. Una comunidad espiritual abierta tolerará e incluso impulsará este tipo de comportamiento. Sin embargo, quien decide súbita mente adoptar expresiones tan obvias sin contar con apoyo externo se sentirá aún más aislado. Sin embargo, para mucha gente la transformación espiritual se da sin estas exteriorizaciones alienantes. En otros casos, pueden ocurrir cambios de conducta más obvios. Para algunos estas nuevas formas de comportarse son estadios transitorios en su desarrollo espiritual, mientras que para otros se convierten en un aspecto permanente de su nuevo estilo de vida.
Entre los componentes más problemáticos y alarmantes con los que se enfrentan quienes viven una emergencia del fenómeno espiritual de una trasformación, se encuentran el miedo, la soledad, las experiencias aterradoras y la preocupación por la muerte. Aunque estos procesos son una parte intrínseca y eje del proceso curativo, pueden volverse atemorizantes y abrumadores, en particular si no se cuenta con el apoyo de un médico de almas. Al abrirse las puertas del inconsciente, una amplia gama de emociones y recuerdos reprimidos puede pasar a la percepción consciente. Elementos de miedo, soledad, locura y muerte aparecerán a veces al mismo tiempo cuando uno enfrenta recuerdos específicos o experiencias de los dominios personales o transpersonales. La noche oscura del alma descrita por S. Juan de la Cruz: "La sombra de la muerte y los dolores y tormentos del infierno se sienten intensísimamente, y esto proviene de la sensación de haber sido abandonado por Dios… una aprensión terrible sobreviene (al alma) de que así estará por siempre… Se ve a sí misma entre males opuestos, imperfecciones miserables, la sequedad y el vacío de la comprensión, y el abandono del espíritu en la oscuridad". La descripción neutra de esta fenomenología enmarcada en el misticismo como la primera jornada del alma que atraviesa por una emergencia espiritual, es un elemento indiscutible de juicio que nos permite darnos cuenta que no es de origen patógeno por lo que hay que inhibirla o suprimirla sino una fenomenología de un proceso natural de desarrollo espiritual que es preciso completar soportando la disolución o necrosis del ego (muerte mística) para alcanzar la iluminación personal que nos permite renacer a otra forma más perfecta de ser al mostrarnos el siguiente paso en nuestro camino hacia la trascendencia humana. Esta iluminación es parte de una fenomenología genérica que es personal en razón de las particulares y circunstancias por las que atraviesa cada individuo en el momento en que se inicia la transformación como un poderoso impulso involuntario del interior. Este fenómeno conflictua profundamente al hombre cuando crece ajeno o ignorante de su naturaleza interna y al darse inesperadamente como sucede con los accidentes que ponen en peligro nuestra vida familiar, laboral y socialmente, nos hace sufrir intensamente. Los lazos familiares y afectivos se van debilitando al tiempo que somos despojados legal o ilegalmente de nuestras propiedades, posesiones y derechos por familiares, socios, colegas, amigos y extraños, y si tenemos suerte nos aferramos al amor sincero de nuestros hijos y sobre vivimos en la austeridad. Hay otros que antes de que todo se derrumbe, abandonan sus familias y solitarios sobreviven como vagabundos en las calles; así perdemos nuestra autoestima, fe y esperanza en Dios y la humanidad. Incomprendidos y difamados, profundamente conflictuados, dolidos imploramos la justicia, misericordia y providencia divina, sin ser escuchados.
La noche oscura del alma es la primera jornada del proceso espiritual de transformación, y durante su recorrido hay incidentes que conducen a ciertos estados característicos. Es muy importante para los que sufren esta crisis contar con la descripción fenomenológica de esta jornada y la secuencia de sus episodios característicos. A pesar de que hay muchas excepciones, la mayoría de la gente debe internarse en las zonas oscuras y atravesarlas antes de llegar a un estado de liberación, luz y serenidad. Teniendo esto en cuenta, surgen las siguientes preguntas: ¿Cuáles son los oscuros territorios internos que una persona puede tener que atravesar? ¿Cómo se sienten? ¿Qué tipo de conflictos se puede esperar que surjan? Para alguien en una emergencia espiritual, ya sea suave o más dramática, la tarea de vivir su día o funcionar de una manera conocida puede convertirse en un desafío. Las actividades normales y aparentemente simples que forman parte de la vida cotidiana quizás se vean de golpe como problemáticas, o parezcan desafíos insuperables o insoportables. Con frecuencia, las personas en crisis viven experiencias internas tan dramáticas e impactantes que tienen dificultad para separar este vivido mundo interior de lo que ocurre en el mundo exterior. Puede que se sientan frustradas al encontrar que su nivel de atención es difícil de mantener, y es también posible que los cambios tan rápidos y frecuentes de su mente les causen pánico. Incapaces de funcionar normalmente, es probable que se sientan impotentes, ineficaces y culpables. Entre los componentes más problemáticos y alarmantes con los que se enfrentan quienes viven la crisis de una trasformación, se encuentran el miedo, la soledad, las experiencias aterradoras y la preocupación por la muerte. Aunque estos procesos son una parte intrínseca y eje del proceso curativo, pueden volverse atemorizantes y abrumadores, en particular si no se cuenta con apoyo de un médico de almas. El denominador común en todas las crisis de transformación es la manifestación de diversos aspectos de la psique que antes eran inconscientes. Sin embargo, en cada emergencia individual hay un surgimiento único de contenidos del inconsciente. Algunos de ellos son biográficos, otros perinatales y otros aun transpersonales. No existen fronteras dentro de la psique, ya que todos sus contenidos forman un continuum con varios niveles y muchas dimensiones. Por lo tanto, uno no debe dar por sentado que las emergencias espirituales vienen en tipos o formas con fronteras bien delimitadas como para distinguirlas claramente. No obstante, es posible y útil definir ciertos tipos de emergencia espiritual característicos que las diferencian. Al abrirse las puertas del inconsciente, una amplia gama de emociones y recuerdos reprimidos puede pasar a la percepción consciente. Elementos de miedo, soledad, locura y muerte aparecerán a veces al mismo tiempo cuando uno enfrenta recuerdos específicos o experiencias de los dominios personales o transpersonales. Muchos recuerdos nos hacen sentir miedo. Puede ser que una persona reviva en enfermedades graves o accidentes en los que corrió el riesgo de perder la vida, así como otros acontecimientos perturbadores de la infancia. También es posible que revivan las experiencias traumáticas del nacimiento biológico, con sus con su correspondiente sensación de ahogo y de amenaza a la propia vida, más si como feto el paciente vivió la inminencia de un aborto, natural o provocado, es probable que haya atravesado una crisis de supervivencia. Al revivir estos acontecimientos, no es raro que estas personas se sientan impotentes y en peligro, si creen que están perdiendo el contacto con la realidad.
Estas vivencias también llevan a que las personas se conecten con la experiencia de la muerte. Los recuerdos relacionados con la muerte surgen de las circunstancias que rodean al nacimiento. El encuentro con la muerte puede darse de muchas maneras en el nivel transpersonal. En lo que parece un recuerdo de una vida anterior, tal vez se reviva el haber sido muerto como un soldado, un mártir, o una madre en tiempos de guerra. Puede ser que el paciente experimente miedo, soledad, locura o muerte durante las secuencias transpersonales originadas en los dominios colectivos o universales. Enfrentarse con la cuestión de la muerte es una parte crucial del proceso de transformación y un componente que integra la mayoría de las emergencias espirituales. Suele formar parte de un poderoso ciclo de muerte y renacimiento en el que lo que en realidad muere es la vieja forma de ser que inhibe el crecimiento de la persona. Desde este punto de vista, todos morirnos de alguna manera muchas veces en el transcurso de una vida. En muchas tradiciones, la noción de "muerte antes de la muerte o muerte mística" es esencial para avanzar espiritualmente. Llegar a un consenso con la muerte como parte de la continuidad de la vida es considerado como algo que libera enormemente, ya que nos libera del temor a la muerte y nos abre a experimentar la inmortalidad. La mayoría de nosotros tiene asociaciones negativas en torno de la muerte; creemos que es el fin de todo, la desposesión última, la retribución final. Se ve a la muerte como lo desconocido, lo temible, y cuando aparece como parte de las experiencias internas uno se llena de terror. El encuentro con la muerte puede manifestarse de diferentes maneras. Una de ellas es enfrentarse con la propia mortalidad.
Quien ha evadido el tema de la muerte probablemente hallará difícil manejar una experiencia profunda que le muestre que su vida es transitoria y que la muerte es segura. Mucha gente retiene inconscientemente la idea infantil de que es inmortal y, al enfrentar las tragedias que nos presenta la vida, las ignora con la afirmación típica: "Eso les pasa a los otros. Nunca me pasará a mí". Cuando una emergencia espiritual trae a personas así a la comprensión esencial de su propia mortalidad, crea en ellas una gran resistencia. Harán lo imposible para evitar el tema, y quizás hasta traten de detener todo el proceso sobrecargándose de trabajo, charlando excesivamente, estableciendo relaciones cortas o tomando drogas depresivas o alcohol. Es probable que en las conversaciones procuren no hablar sobre la muerte, o se rían del tema y vuelvan en seguida a temas más seguros. En cambio, otros tendrán una mayor conciencia del proceso de envejecimiento, tanto del propio como del de los seres queridos. Hay quienes llegan a inesperadas conclusiones, como la descripción que el Swami Muktananda hace sobre su propio encuentro con la muerte en Play of Consciousness no sólo describe vívidamente su experiencia de la muerte sino también su paso a un renacimiento: Le tenía terror a la muerte. Mi prana (aliento, fuerza vital) cesó. Mi mente ya no funcionaba. Sentí que mi prana estaba saliendo de mi cuerpo… Perdí todo control sobre él. Como un hombre que va a morir, cuya boca se abre y extiende sus brazos, emití un extraño sonido y caí al piso… Perdí la conciencia por completo. Me levanté después de una hora y media y me pareció gracioso. Me dije, "Morí hace un rato, pero ahora ¡estoy vivo otra vez!". Al poner me de pie, sentí una profunda calma, amor y alegría. Me di cuenta de que había experimentado la muerte… Ahora que sabía lo que significaba morir, la muerte dejó de producirme terror. Y ya no tuve ningún miedo.
La experiencia de la muerte mística, señala la necrosis del ego viejo o proceso semejante al cambio de piel, necesario para renacer y poder pasar de una forma relativamente limitada de ser a una condición nueva de expansión durante el proceso de transformación. Este ciclo de muerte y renacimiento místico, no significa el fin del ego, que es necesario para manejarse en la realidad cotidiana __sino la muerte de las viejas estructuras egoístas de la personalidad y la cesación de los automatismos, condicionamientos impulsos inconscientes causados por los traumas mediante la curación de las heridas internas__ lo que es vital para el advenimiento de una existencia más feliz y más libre. Ananda K. Coomaraswamy escribe: "Ninguna criatura puede acceder a un nivel más alto de naturaleza si no cesa de existir". La extinción o necrosis del ego tal vez se dé gradualmente a lo largo de un extenso período de tiempo, o tal vez ocurra de golpe, con una gran fuerza. A pesar de que la disolución del ego es uno de los acontecimientos más benéficos y curativos en la evolución espiritual, puede parecer desastroso y doloroso. En este estadío, el proceso de la muerte del ego, parecerá muy real, como si no fuera ya una experiencia simbólica sino un desastre biológico. Con frecuencia, uno no es capaz de ver lo que le espera después de la destrucción total del ego viejo: un sentido del ser más amplio, más envolvente. Experimentamos vivencias en las que irremisiblemente somos desmembrados y mutilados parte por parte. Estas líneas de la poesía Fénix, de D. H. Lawrence, reflejan este pro ceso devastador pero transformador a la vez. ¿Estás dispuesto a ser lavado, borrado, cancelado, hasta la nada? ¿Estás dispuesto a ser hecho nada? ¿A sumergirte en el olvido? Si no, jamás cambiarás realmente.
Este tipo de comprensión súbita puede ser devastadora para la gente que no quiere o no puede enfrentar su miedo a la muerte; pero es liberadora para quienes están dispuestos a aceptar la verdad de su propia mortalidad, ya que la total aceptación de la muerte es capaz de hacernos libres de disfrutar cada momento corno viene. Otra experiencia común es la muerte de las formas restringidas de pensar o de ser. En la medida en que una persona crece, tal vez halle necesario dejar las limitaciones que le impedían desarrollarse. A veces esto ocurre despacio y casi a voluntad, a través de una forma muy regulada de terapia o Práctica espiritual que requiere que uno conscientemente suelte las viejas limitaciones; también puede darse automáticamente como parte del desarrollo. No obstante, para muchas personas que experimentan una emergencia espiritual, éste es un proceso rápido e inesperado. Repentinamente, sienten como si el confort y la seguridad les fueran arrancados y ellos arrojados en una dirección desconocida. Las formas de ser comunes ya no sirven, pero aún no han sido reemplazadas por otras nuevas. Una persona en medio de este cambio no es capaz de aferrarse a algún punto de referencia reconocible y teme que ya no le sea posible volver a las anteriores conductas, destrezas e intereses. Puede que sienta que todo lo que alguna vez le importó está muriendo, y es más que probable que la embargue una enorme tristeza por la muerte del viejo ser.
El estado de desapego con respecto a roles, relaciones, el mundo y uno mismo es otra forma de muerte simbólica. Es muy conocida en muchas disciplinas espirituales como la primera meta en un desarrollo interno El desapego es algo necesario en la vida, que se da naturalmente en el momento de morir, instante en que cada ser humano comprende plena mente que no podemos llevar nuestros bienes materiales, roles terrenos ni relaciones al más allá. La práctica de la meditación y otras formas de auto exploración permiten que los que las practican se enfrenten con esta experiencia antes de la muerte física, para liberarlos y poder disfrutar en plenitud lo que tienen en vida. San Juan de la Cruz escribió:"Para poseer lo que no posees. Debes recorrer el camino de la entrega", "Para llegar a lo que no eres. Debes recorrer el camino del no- ser". El apego, o el aterrarse al mundo material, es considerado por el budismo como la raíz de todo sufrimiento, y desprenderse de él es la clave de la liberación espiritual. Esta idea también aparece en otras tradiciones, y la menciona Patanjali en los Yogas Sutra: "Por la ausencia de toda auto indulgencia en este punto, cuando las semillas de las ataduras al dolor son destruidas, se llega al ser puro". El desapego más o menos violento se da durante el surgimiento del fenómeno espiritual de la trasformación humana, y tal vez su aparición resulte un tanto confusa y perturbadora. Cuando en una persona emerge el fenómeno espiritual de la transformación, su relación con sus seres queridos, actividades y roles en la vida comienzan a cambiar. Un hombre que da por sentado que su familia le pertenece descubrirá que el apego a su mujer y sus hijos sólo le trae un gran dolor. Hasta quizás llegue a sentir que lo único que es constante en la vida es el cambio y que con el tiempo perderá todo lo que cree poseer. Darse cuenta de estas cosas llevará a comprender que la muerte es la gran igualadora y que, aunque uno niegue esta realidad en su vida, no dejará de cobrar lo que le toca. Durante la transición hacia esta experiencia, las personas deben atravesar el doloroso proceso de desprenderse de las preocupaciones mundanales que las mantienen atadas y perpetúan su sufrimiento. El proceso del desapego es en sí mismo una forma de muerte, la muerte del apego. En algunas personas el impulso hacia el desapego es tan fuerte que, literalmente, temen estar preparándose para la muerte física inminente. Quienes atraviesan esta etapa del desapego suelen tener la necesidad de alejarse de las relaciones importantes de su vida cotidiana, y confunden su nueva necesidad de desapego interno con la frialdad exterior. Tal vez tengan una insistente urgencia de liberarse de las condiciones que los limitan, y si no comprenden que el proceso del desapego puede ser completado internamente, querrán llevarlo a cabo también en la totalidad de sus manifestaciones hacia el mundo externo.
Cuando una persona está inmersa en el proceso de la extinción del ego o necrosis del ego, a menudo se siente arrasada y devastada, como si todo lo que es o alguna vez fue, se derrumbara sin ninguna esperanza de renovación. Como la identidad de una persona así parece estar desintegrándose, ya no está segura de cuál es su lugar en el mundo, ni de la validez de su paternidad, de su empleo, o de su humanidad. Exteriormente, los viejos intereses ya no importan, cambian los sistemas éticos y los amigos, y se pierde confianza en la capacidad para funcionar en el mundo de todos los días, social ni profesionalmente, pues pierde uno la autoestima y la confianza en si mismo. Por dentro, se puede llegar a experimentar una pérdida gradual de la identidad: se siente que inesperadamente el ser físico, emocional y espiritual está siendo destruido con fuerza inusitada. Hasta se sentirá que se muere realmente, y de golpe uno se verá obligado a enfrentar temores más profundos. La gente en esta situación experimenta la sensación interna que algo en ellos debe morir. Si la aprensión interior es lo suficientemente fuerte y no se comprende el proceso y utilidad de la necrosis del ego, se pueden malinterpretar estos sentimientos y, de hecho, adoptar conductas autodestructivas. O tal vez se hable incesantemente de cometer el suicidio, preocupando en extremo a los que se tiene alrededor. Con una terapia, una práctica espiritual y otras formas de autoexploración, es posible completar esta experiencia simbólica de morir internamente sin llevarse al cuerpo consigo. Uno puede morir por dentro y permanecer activo y saludable.
Enfrentarse con la propia mortalidad y con la muerte o disolución del ego se da en un nivel individual y personal. No obstante, a veces la misma sensación de aniquilación inminente se extiende a lo transpersonal. Uno de los encuentros más envolventes con la muerte es el experimentar la destrucción del mundo o del universo: uno es capaz de vivir experiencias de la destrucción de toda forma viviente sobre la tierra, o la del planeta mismo. Se confundirá este acontecimiento interior con la realidad exterior, y es factible que se llegue a temer que la existencia del mundo esté en peligro. Lo que es más, esta misma experiencia puede llegar a incluir la destrucción de todo el sistema solar, o de todo el cosmos. Se tendrán, entonces, visiones de estrellas en explosión, y se dará la identificación física con toda la materia que se disuelve en un agujero negro. Es muy común sentirse impotente, que los esfuerzos para contrarrestar este enorme desastre son fútiles En los últimos tiempos, convivimos con la realidad de que nuestro planeta está amenazado por la destrucción nuclear, y es lógico que se sienta un gran temor por esta situación. Sin embargo, una persona en una emergencia espiritual puede llegar a vivir una experiencia interna muy vívida de la catástrofe nuclear, y el miedo que surge en este momento parecerá algo más que un temor personal. Si uno se enfrenta con un acontecimiento interno tan apocalíptico vg. San Juan: El Apocalipsis, es común que a esto le siga una secuencia de reestructuración planetaria o universal. Se entra en un mundo nuevo, reintegrado y radiante, y el cosmos ha retornado a un orden amoroso y benévolo.
El miedo a lo desconocido, hasta cierto punto, es común a muchos seres humanos. Algún tipo de miedo siempre acompaña a una emergencia espiritual, ya sea sólo la preocupación por los sucesos de todos los días o un terror enorme que flota libremente sin estar atado a ninguno de los aspectos normales de la existencia. Es común sentir algún grado de ansiedad en una situación así: no sólo se desmorona el sistema conocido de creencias sino que, además, se está especialmente sensible. El cuerpo parece deshacerse con molestias físicas desconocidas y dolores perturbadores. Gran parte de los miedos parecen completamente ilógicos, como si poco tuvieran que ver con la persona en cuestión. A veces, quien sufre una crisis puede manejar con relativa facilidad sus diversos temores, pero en otras ocasiones el miedo se convierte en un pánico totalmente incontrolable. En todo ser humano existen diferentes tipos de miedo, desde lo obvio, como el terror a la muerte y al daño físico, hasta lo sutil, que se siente al pedirle alguien que nos ayude cuando se ha perdido la confianza en los demás. A pesar de sus temores, la gente es capaz de funcionar bien en la vida de todos los días sin que éstos la desborden. Durante muchas emergencias espirituales, sin embargo, los temores cotidianos se intensifican y concentran, y suelen volverse incontrolables. Quizás se conviertan en una ansiedad que lo permea todo o se cristalicen en diferentes tipos de temor. Cuando nuestras vidas toman un rumbo incierto, a menudo respondemos de forma automática desarrollando una aprensión y luego una resistencia. Puede que algunos se lancen a lo desconocido sin problemas, con lo que parece ser un coraje envidiable; pero la mayoría, si es que llega a explorar territorios desconocidos, lo hace en contra de su voluntad, o con prudencia en el mejor de los casos. Para aquellos que están en una emergencia espiritual, el miedo a lo desconocido puede aumentar enormemente. Sus estados internos cambian a tal velocidad que empiezan a temer qué es lo que vendrá después. Están siendo constantemente introducidos en reinos internos insondables, nuevas percepciones y posibilidades inimaginables. Un hombre que viva súbitamente una compleja secuencia visual y emocional que parezca provenir de otro tiempo y lugar empezará a pensar en la reencarnación, una idea totalmente extraña para él hasta ese momento. Es muy normal que este tipo de acontecimientos abruptos resulten muy atemorizantes para quienes no están preparados. Tales personas no saben adónde terminarán, o cómo se sentirán, y tantos cambios bruscos los llevan a temer por la pérdida del control sobre su vida. Quizás hasta añoren su antigua y segura forma de ser, por su tranquilidad y menor exigencia, aunque hayan sido infelices.
Cuando una persona desarrolla una enfermedad terminal, su vida torna una dirección muy distinta de lo planeado. Su sueño se ha hecho pedazos, y el estrés emocional es capaz de iniciar en él un proceso de transformación. Con mucho dolor, se dará cuenta de que no tiene control sobre la vida y la muerte, que está sujeto a fuerzas que están más allá de su control. Las personas que han trabajado muchos años para llevar una vida familiar exitosa; tiene una idea muy clara de su futuro y se siente a cargo de su existencia, se pasan años creyendo que su mundo está en orden y que tienen una completa autoridad sobre su vida. Algunos, ante el infortunio, al descubrir que no están enteramente a cargo de su trayectoria de vida, se asustan mucho si están muy identificados con estar a cargo de todo. Probablemente se pregunten: "Si yo no tengo el control, ¿quién lo tiene? Y ¿Es él o ello digno de confianza? ¿Puede abandonarme a una fuerza desconocida y estar seguro de que se me cuidará?". Al enfrentarse con el miedo a perder el control, la mente y el ego se vuelven muy ingeniosos en sus esfuerzos por seguir a cargo de todo; la gente en una situación así tiende a crear un complicado sistema de negación, diciéndose que está muy bien como está y que no necesita un cambio, o que los cambios que siente son ilusorios. Es factible que se intelectualicen los estados de conciencia y se creen elaboradas teorías para explicados de alguna manera. O quizás simplemente se traten de evitar. A veces la ansiedad misma se convierte en una defensa; quedarse pensando en el propio miedo puede evitarnos crecer muy rápido.
Otra forma de perder el control en las crisis que se dan en una transformación, es cuando por momentos se llega a perder completamente el control sobre el propio comportamiento causa de episodios desbordantes. Tal vez se tengan explosiones de rabia y de llanto, se sacuda uno violentamente o grite en una forma en que jamás lo hizo. Esta liberación emotiva no inhibida puede resultar inmensamente liberadora, pero antes provocar en uno un miedo tremendo y una gran resistencia a la fuerza de estos sentimientos. Después de este tipo de explosiones, es normal sentir miedo o vergüenza al darse cuenta de la fuerza de la exteriorización. En algunos casos de emergencia espiritual, las sensaciones físicas o reacciones pueden ser acompañadas por extrañas y potentes explosiones de energía, tales como descargas eléctricas pulsantes, temblores incontrolables o la sensación de que una fuerza desconocida recorre el organismo. Tal vez aumenten las pulsaciones y se eleve la temperatura corporal. ¿Por qué ocurre esto? Estas manifestaciones a menudo acompañan fisiológicamente a los cambios de conciencia; también pueden ser características específicas de una cierta forma de emergencia espiritual como el despertar de Kundalini (Dr. Lee Sandella: The Kundalini Experience: Psychosis or Trascendence). La conciencia espiritual de un ser humano no ha despertado a menos que surja Kundalini. Se hallan descripciones de esta variante de emergencia espiritual en la antigua literatura de la India; sus manifestaciones se atribuyen a la activación o al despertar de una forma sutil de energía llamada "el poder de la serpiente", o Kundalini.
De acuerdo a los yoguis, es la energía que crea y sustenta al cosmos. En el cuerpo humano, reside en forma latente en la base de la espina dorsal. Tiene el potencial para purificar y curar a la mente y al cuerpo mediante la apertura espiritual y así elevarnos a un nivel más alto de conciencia. La Kundalini durmiente es tradicionalmente representada como una serpiente enroscada tres veces y media alrededor del lingam, el símbolo fálico del poder masculino regenerador. Entre las situaciones que pueden producir el despertar de Kundalini se hallan la meditación intensa, la intervención de un maestro espiritual o gurú avanzado, y ciertos movimientos o ejercicios del yoga Kundalini. En algunos casos, se da el despertar espontáneo de Kundalini: ocurre inesperadamente, en medio de las tareas cotidianas, sin un factor desencadenante claro. La energía Kundalini o Shakti, y sube por la columna, fluyendo a través de los conductos del cuerpo sutil, un campo incorpóreo de energía que penetra y rodea al cuerpo físico. Al limpiar los efectos de viejos traumas, abre los siete centros espirituales llamados chakras, que se localizan en el cuerpo sutil a lo largo de un eje que se corresponde con la espina dorsal. Además de varias experiencias difíciles asociadas a este proceso de limpieza, quienes viven el despertar de Kundalini suelen hablar de estados extáticos relacionados con alcanzar un nivel más alto de conciencia. Entre éstos, merece ser mencionado el samadhi, o unión con lo Divino, que ocurre cuando el proceso llega al séptimo centro, el de la "corona" (Sahasrara). La energía Shakti que se mueve a través del cuerpo trae a la conciencia una amplia gama de contenidos anteriormente inconscientes: recuerdos de traumas psicológicos y físicos, secuencias perinatales y distintas imágenes arquetípicas unidas a las emocionales relacionadas llamadas kriyas. Sienten una intensa energía y un calor que les recorre la columna en dirección ascendente, y a menudo sus cuerpos se sacuden y hacen movimientos espasmódicos y torsiones. Es probable que su psique se vea inundada por profundas oleadas de emociones tales como la ansiedad, la ira, la tristeza, y también la alegría y el éxtasis. Un desbordante miedo a la muerte, a la pérdida del control y a la locura, son de las manifestaciones más extremas del despertar de Kundalini. Tal vez estas personas encuentren difícil controlar su comportamiento; durante las oleadas de la energía Kundalini puede que emitan sonidos involuntarios y que sus cuerpos se muevan de forma extraña e inesperada. Las manifestaciones más comunes en este caso son llorar o reír sin motivo, hablar en lenguas extrañas, cantar canciones antes desconocidas y cánticos espirituales, tomar posturas y gestos del yoga, e imitar una variedad de sonidos y movimientos de animales.
Las manifestaciones sensoriales de Kundalini son de una gran variedad y riqueza. Suelen describirse visiones coloridas de hermosos diseños geométricos, luces brillantes de una belleza sobrenatural y complejas escenas de deidades, demonios y santos. Se experimentan sonidos internos que van desde zumbidos y cantos de grillos hasta música celestial y coros de voces humanas. En ocasiones se huelen perfumes y bálsamos exquisitos; hay quienes hablan de la fragancia increíblemente dulce de un néctar divino. Son especialmente comunes la excitación sexual y la sensación del orgasmo, que pueden ser tanto placenteras como dolorosas. En algunos casos la profunda conexión entre Kundalini y la energía sexual es utilizada como un vehículo para inducir experiencias espirituales. Un estudio cuidadoso de las manifestaciones del despertar de Kundalini confirma que, aunque intenso y devastador, este proceso es en esencia curativo. En conexión con experiencias de este tipo, hemos observado en repetidas ocasiones el alivio o la limpieza total de un amplio espectro de problemas físicos, incluyendo la depresión, distintas fobias, jaquecas y asma. No obstante, en el curso del despertar de Kundalini, distintos síntomas antiguos pueden intensificarse temporariamente, y también manifestarse los que estaban latentes. En ocasiones parecerán problemas médicos y psiquiátricos y hasta serán mal diagnosticados como tales. A pesar de que en las escrituras de la India se encuentra la expresión más sofisticada y elaborada de la idea de Kundalini, existen importantes paralelos en muchas culturas y religiones en todo el mundo. En la cultura cristiana las manifestaciones del despertar del kundalini, frecuentemente es diagnosticada como síntomas de posesión diabólica. La gente no está preparada y desconoce estos fenómenos se desesperara al ver cómo se convierten en parte de su vida diaria. Como están acostumbrados a cierta normalidad de sensaciones corporales, es usual que sientan ansiedad cuando aparecen estas extrañas sensaciones nuevas; con frecuencia se las confunde con el miedo en sí.
Durante una emergencia espiritual, a menudo la mente lógica se ve sobrepasada por el colorido y rico mundo de la intuición, la inspiración la imaginación. La razón se vuelve restrictiva, y la verdadera percepción lo lleva a uno más allá del intelecto. Para algunas personas, esta excursión a las regiones de lo visionario será espontánea y creativa, aunque es más frecuente que, por implicar estados de conciencia que no se consideran normales, mucha gente de por sentado que se está volviendo loca. Cuando ocurre, la disolución de la racionalidad como parte del desarrollo espiritual en muchas ocasiones trae aparejada la muerte de viejas restricciones y prejuicios mentales, lo que a veces es inevitable para que una nueva y expandida comprensión y una mayor inspiración puedan abrirse paso. Lo que en realidad desaparece no es nuestra capacidad de razonar, aunque así parezca por un tiempo, sino las limitaciones cognitivas que a uno lo mantienen constreñido y sin posibilidad de cambio. Mientras esto ocurre a veces el pensamiento lineal se hace imposible, y la persona siente una agitación mental al ser bombardeada su conciencia por el material inconsciente que ha sido desbloqueado. Aparecen emociones extrañas y perturbadoras, y la racionalidad familiar de antes es incapaz de explicarlas. Este puede ser un momento muy atemorizante del desarrollo espiritual. No obstante, si una persona está realmente compro metida en un proceso de apertura espiritual, es solamente transitorio y será un paso muy importante en la transformación. A veces ocurre que un patrón de coincidencias extrañas parece gobernar el funcionamiento del mundo, reemplazando el orden conocido y predecible que en apariencia siempre es más manejable, por el caos. Por momentos, la gente experimenta un caos interno total; su forma lógica de estructurar la realidad se viene abajo, y les queda una falta de continuidad confusa y desorganizada.
Al estar por completo a merced de su dinámico mundo interior, lleno de emociones amenazantes de vívido dramatismo, no pueden funcionar de forma objetiva y racional. Tal vez sientan que es la destrucción de su último vestigio de salud mental y teman pensando que se dirigen hacia la locura total e irreversible. Las regiones transpersonales contienen elementos de luz y de oscuridad por igual, y tanto lo "negativo" como lo "positivo" son capaces de inspirar temor y locura. Algunas tradiciones espirituales ofrecen una visión alternativa de este tipo de "locura". La "locura santa" o "locura divina" es conocida y aceptada por varias tradiciones espirituales y se la diferencia de la locura común; se la considera una forma de intoxicación por lo Divino que trae aparejadas habilidades extraordinarias y enseñanzas espirituales. En la antigua Grecia y sus países vecinos, abundaban las religiones mistéricas y los ritos sagrados. Los misterios de Eleusis son un símbolo de las batallas espirituales del alma, aprisionada y liberada periódicamente de la materia. Otro ejemplo es el culto órfico, que giraba en torno de la leyenda del bardo y luego dios Orfeo el músico y cantante incomparable que visitó el reino de los muertos para liberar a su amada Eurídice de las garras de la muerte, simbolizando la inspiración divina proveniente del éxtasis. En los ritos dionisíacos, los iniciados se identificaban con el dios muerto y renacido por medio de rituales iniciáticos que armonizaban el cuerpo y la mente para alcanzar el éxtasis. Otro mito famoso sobre un dios que murió es el de Adoniss. Su madre, Smyrna, había sido convertida por los dioses en un árbol de mirra simbolizando el poder de las aromas para ayudarnos a alcanzar el éxtasis. Platón en su diálogo "Fedro", distinguía dos clases de locura: una era el resultado de las dolencias humanas, la otra provenía de la intervención divina o, como lo diríamos en términos de la psicología moderna, de la influencia de los arquetipos originados en el inconsciente colectivo.
En esta segunda clase de locura distinguía otras cuatro subclases, adscribiéndolas a dioses específicos: la locura del amante a Afrodita o Eros, el éxtasis profético a Apolo, la inspiración artística a las Musas, y el éxtasis ritual a Dionisios. Platón brinda una vivida descripción del potencial terapéutico de la locura ritual, utilizando como ejemplo una variedad de los misterios griegos poco conocida: los ritos coribántícos. Según él, las salvajes danzas al ritmo de flautas y tambores, que culminaban en una liberación emocional explosiva, producían un estado de profunda relajación y tranquilidad. Aristóteles, fue el primero en afirmar explícitamente que la experimentación plena y la liberación de emociones reprimidas, que llamó catarsis (literalmente "purificación" o "purga"), eran un tratamiento eficaz para los desórdenes mentales. También expresó su creencia en que los misterios griegos brindaban un excelente contexto para este proceso. Coincidiendo con la tesis básica de los miembros del culto órfico, Aristóteles estaba convencido de que el caos y la locura de los misterios conducían eventualmente a un ordenamiento. Esta forma de comprender la relación entre estados de intensa emoción y la curación se acerca mucho al concepto de la emergencia espiritual y a las correspondientes estrategias de tratamiento. Los síntomas dramáticos no indican necesariamente una patología; en ciertos contextos es más correcto considerarlos manifestaciones de diversos contenidos y fuerzas perturbadoras que preexisten en el inconsciente. Desde este punto de vista, traerlos a lo consciente y enfrentarlos es algo deseable y curativo. La popularidad y la amplia distribución de los misterios en el inundo antiguo indican que los participantes los consideraban psicológicamente importantes y benéficos. Los famosos misterios de Eleusis, cerca de Atenas, se llevaron a cabo cada cinco años sin interrupción por un periodo de casi dos mil años. Visionarios reverenciados, místicos y profetas a menudo son descritos como inspirados por la locura.
El filósofo griego Platón describe la locura divina como un don de los dioses: la locura es un don divino cuando es dispensado por los dioses; así fue como las profetizas de Delfos y las sacerdotisas de Dodona lograron tanto cuando estaban dementes, cuando cuerdas, hacían poco o nada; por lo cual los Estados y las personas de Grecia están agradecidos. En el hinduismo la locura divina, es un periodo en el cual el espíritu de la persona sufre, una época de prueba durante la cual no puede funcionar racionalmente. La comunidad apoya a tales individuos, reconociendo que el estado de desvarío es un signo de que esa persona está cerca de Dios. Con posterioridad, tal persona es considerada alguien con una misión divina, quizás la de curar o enseñar.
Ya que quienes experimentan el fenómeno espiritual de la transformación humana también se encuentran con la luz, y con los dominios celestiales y divinos en su interior. Para quienes toman este camino, los sentimientos positivos parecen mucho más intensos e importantes en comparación con las dificultades que han vivido previamente. Así como un amanecer puede verse especialmente brillante y pleno de esperanza luego de una larga noche de invierno, así también la alegría será más poderosa luego del dolor. Aunque algunas personas se sienten bendecidas por tales experiencias y están dispuestas a aprender de ellas y a aplicar conscientemente las lecciones que les brindan en su vida cotidiana, estos estados místicos "positivos" no están exentos de problemas; hay quienes se debaten en ellos, y éstos pueden convertirse en parte de su crisis de transformación. Tanto las regiones de luz como las de oscuridad son aspectos normales e importantes de la apertura espiritual y, aunque utilicemos los términos "positivo" y "negativo", con esto no queremos decir que unos sean más valiosos que otros.
Ambas áreas son necesarias y se complementan como parte del proceso curativo. Hay quienes son capaces de conectarse con las áreas positivas o místicas con relativa facilidad en el transcurso de su existencia. Uno mismo puede experimentarlas en actividades simples o en ambientes naturales. Como cuando el velo que cubre las cosas es corrido por una mano invisible (H.B. Blavatsky: Isis sin velo). Por un segundo, todo tiene sentido. Quizás uno también descubra las regiones de lo trascendente sin esperarlo. Algunos tienen experiencias místicas durante la meditación, y otros como parte del proceso de transformación dramático y avasallador de una emergencia espiritual. Estos estados sobrevienen de manera súbita, exigen toda la atención y cambian radical y completamente la percepción de uno mismo y del mundo. Pero cualesquiera sean las formas en que lo Divino se introduce en la vida de una persona, comparten ciertas características generales. Tal vez esto se deba a la concentración focalizada en la actividad, al esfuerzo corporal o a una aceleración del ritmo respiratorio; los mismos elementos se utilizan en técnicas desarrolladas por muchas prácticas de meditación que nos permiten ir más allá del mundo común y lógico. Hay momentos de gloria que van más allá de la expectativa humana, más allá de la habilidad física y emocional del individuo. Algo inexplicable se apodera de uno y sopla vida en la vida conocida… Llamémoslo estado de gracia, o acto de fe… o un acto de Dios. Está ahí, y lo imposible se hace posible… La mente va más allá de sí misma; trasciende lo natural. Toca un pedazo del cielo y se convierte en recipiente de un poder cuya fuente es desconocida.
Las emociones y sensaciones asociadas a los reinos interiores celestiales son en general totalmente opuestas a las que se encuentran en las regiones oscuras. En vez del dolor de la alienación, uno es capaz de descubrir una sensación envolvente de unidad e interconexión con toda la creación. En vez de miedo, uno se siente infundido por el éxtasis, la paz y una profunda sensación de ser contenido por el proceso cósmico. En lugar de experimentar la "locura" y la confusión, se hallan la claridad y la serenidad mental. En vez de una preocupación apremiante por la muerte, uno se puede conectar con un estado que se percibe como eterno, comprendiendo que uno es, a la vez, su cuerpo y todo el resto de lo existente. Debido en parte a su naturaleza inefable e ilimitada, los dominios divinos son más difíciles de describir que las regiones oscuras, aunque poetas y místicos de todas las épocas han creado hermosas metáforas para aproximarnos a ellos. En ciertos estados espirituales, uno es capaz de ver al medio ambiente habitual como una creación gloriosa de la energía divina, llena de misterio; todo en su interior parece formar parte de una red exquisitamente interconectada. El poeta Walt Whitman en Hojas de hierba escribe: Como en un desmayo, un instante, Otro sol inefable me deslumbra por completo. Y todas las órbitas que conocí, y órbitas más luminosas y desconocidas; Un instante en la tierra futura, la tierra del Cielo. A menudo estas experiencias van acompañadas por una intensa sensación de una fuerza espiritual de gran potencia que inunda el cuerpo. La gente percibe a las regiones místicas como permeadas de una esencia sagrada o numinosa de una belleza inimaginable, y suele tener visiones resplandecientes de una radiancia extraterrenal como las mansiones celestiales que refirió Cristo a sus apóstoles, luminiscencias y una luz brillante. Amén de estar llenos de una luz divina resplandeciente, los dominios trascendentes suelen ser descritos como algo más allá de lo percibido por los sentidos comunes. Se suele experimentar lo Divino como eterno, inmutable y atemporal, como fue caracterizado por el filósofo Lao Tse en su obra El TaoTe King: Existe algo inherente y natural, Que existió antes que el cielo y la tierra. Inmóvil e inapresable. Solo e inmutable; Lo penetra todo pero jamás se extingue. Puede ser considerado como la madre del Universo. Yo no conozco su nombre. Si me veo obligado a darle uno, Lo llamo Tao, y lo declaro supremo. Otras experiencias entrañan la revelación de dimensiones que trascienden el tiempo y el espacio como la peregrinación espiritual al templo del Monte Kailas. El poeta americano Henry David Thoreau escribe: Oigo más allá del alcance del sonido, Veo más allá del alcance de la vista, Nuevas tierras y cielos y mares alrededor mío, Y en mi día, sí, el sol empalidece su luz.
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