El medio televisivo y la protección de la juventud y de la infancia. (página 2)
Enviado por J.C. MONTALVO ABIOL
Que la protección de la juventud y de la infancia constituye un valor irremediablemente unido al Interés General es evidente. Si a ello se le suma que en España, tanto la educación como la televisión han de considerarse servicios públicos[57]es razonable pues hallar una posible fórmula que pueda conjugar las dos ecuaciones, pese a que, en verdad, la educación[58]tenga la consideración de derecho fundamental. El camino que se ha elegido para poder conciliar ambos intereses es el de la llamada "autorregulación". Se ha dicho que la mejor de las leyes es la ausencia de la misma[59]Aplicado esta máxima al ámbito televisivo, supondría que cada cadena debería generar un código ético que especificara qué y cómo debe emitirse. Legislar sobre esta materia puede que no proporciones los resultados deseables, y hacerlo de forma restrictiva puede constituir un peligro por la dificultad de establecer límites o prohibiciones explícitas, además de poder considerarse un atentado contra la libertad de expresión. En este sentido, lo que sí se impone como punto intermedio es la elaboración de un código deontológico aceptado por todas las partes interesadas. En una sociedad moderna que aspira a un nivel de democracia cada vez mayor, los medios de comunicación desempeñan una función de servicio público, y deberían tener por objetivo proteger el Interés General, definido por la cultura prevalente y por los principios y valores éticos generalmente aceptados y vigentes. Por ello, en dicho código cada cadena debería detallar igualmente los mecanismos que verificaran el cumplimiento del mismo en aras a no atentar contra colectivo social alguno, lo que en cualquier caso no contradice la supervisión de carácter irrenunciable por parte de las administraciones Públicas. Si bien esta sistemática parece tan práctica como razonable, hemos de admitir que, al menos en nuestra realidad social, no ha obtenido resultados notables en casi ningún aspecto.
La autorregulación en materia de programación televisiva es una exigencia que viene reiterándose desde hace tiempo por las instituciones comunitarias. Ya se recogió en la Resolución del Parlamento Europeo, de 24 de octubre de 1997, sobre el Libro Verde relativo a la protección de los menores y de la dignidad humana en los nuevos servicios audiovisuales y de información[60]En 1993 se firmó el primer Código de Autorregulación del Audiovisual[61]con la finalidad de que todas las cadenas de televisión cumplieran la normativa vigente en cuanto a horarios y contenidos así como de la publicidad. Su sistemático incumplimiento y planteamiento deficitario originaron la necesidad de impulsar un nuevo Código de Autorregulación de los Contenidos Televisivos e Infancia más exigente, y que establezca un "horario de superprotección. El 9 de diciembre de 2004 suscribieron el Código de Autorregulación de Contenidos Televisivos e Infancia Televisión Española S.A., y las cadenas privadas Antena 3 de Televisión S.A., Gestevisión Telecinco, S.A. y Sogeclable, S.A.. De forma paralela, se firma un Acuerdo entre dichos operadores y el Gobierno para el Fomento del Código. El Código entra en vigor el 9 de marzo de 2005, tras un periodo de tres meses previsto para su adopción progresiva por los operadores[62]
Al suscribir el Código de Autorregulación de Contenidos Televisivos e Infancia, las cadenas de televisión se comprometen a respetar la legalidad vigente en materia de protección del menor, ampliando además ese compromiso para los contenidos emitidos en abierto en lo relativo a las franjas horarias, a la clasificación de los programas por edades y a los criterios de evaluación de los contenidos. Los principales objetivos del Código de Autorregulación y los compromisos de las cadenas firmantes se resumen en las siguientes directrices, con un claro matiz de "declaración de intenciones":
Mejorar la eficacia en la protección de los menores como espectadores televisivos en la franja horaria de su protección legal[63]
Evitar el lenguaje indecente o insultante.
No incitar a los niños a la imitación de comportamientos perjudiciales o peligrosos para la salud.
Evitar la emisión injustificada de mensajes o escenas inadecuados para los menores en franjas propias de la audiencia infantil (sexo y violencia explícitos y otros).
Garantizar la privacidad, dignidad y seguridad de los menores cuando aparecen o son mencionados en los contenidos televisivos.
Promover la protección y desarrollo de los derechos de la infancia por parte de los medios de comunicación y de sus profesionales, y colaborar en una adecuada alfabetización de los niños.
Fomentar el control parental y promover medios técnicos eficaces que permitan a los padres informarse adecuadamente sobre los contenidos televisivos y ejercer su responsabilidad ante los menores.
Difundir de forma amplia y periódica los contenidos del Código a través del medio televisivo, en espacios de gran audiencia.[64]
Fomentar el uso responsable de la televisión y otros medios audiovisuales mediante campañas de sensibilización.
Asimismo, el Código de Autorregulación se vale de dos instituciones creadas "ad hoc" que teóricamente velan por el cumplimiento del mismo, y del que son parte las cadenas de televisión adheridas a este:
Comité de Autorregulación: compuesto representantes de las cadenas de televisión y la FORTA; un representante de los productores; un representante de la Federación de Asociaciones de la Prensa, y la participación de representantes de otras cadenas adheridas al Código cuando se traten quejas referidas a su programación. Decide sobre la admisión o no de dichas quejas[65]y, en caso de admisión, informa a la cadena correspondiente para su rectificación futura. Además de lo anterior, la valoración de los incumplimientos del Código queda a cargo de del Comité de Autorregulación, compuesto por representantes de las televisiones inicialmente firmantes del acuerdo, por lo que no existe una instancia independiente que objetivamente verifique el cumplimiento. Hay que señalar que el propio modelo de regulación es claramente inconveniente y anuncia su propio fracaso: las cadenas de televisión son juez y parte; la administración actúa de mera secretaría con voz pero sin voto, el papel de las organizaciones sociales es meramente supervisor, no se contempla ningún tipo de consecuencia para la cadena que incumpla el Código.
Comisión Mixta de Seguimiento: supervisa la aplicación del Código compuesta paritariamente por cuatro representantes de las televisiones[66]y cuatro representantes de organizaciones sociales[67]La secretaría de la Comisión recae en los representantes de la Administración[68]Por decisión del Comité de Autorregulación, sólo se admiten quejas que sean presentadas por los representantes de las organizaciones sociales miembros de la Comisión Mixta de Seguimiento. Estas organizaciones sociales son por tanto las encargadas de recoger las quejas de los espectadores, valorar si se refieren a aspectos regulados por el Código y, en su caso, trasladarlas a la Secretaría de la Comisión para su toma en consideración por el Comité. En cualquier caso, tienen un mero carácter supervisor global, y además esta compuesta paritariamente por dichas organizaciones y por representantes de las televisiones.
Para terminar, la protección de la juventud y de la infancia en el ámbito televisivo se realiza principalmente mediante la aplicación de tres medidas concretas, pero cuya aplicación debe ser conjunta:
Franjas horarias: dentro del horario legal de protección del menor (6:00 – 22:00), se establecen otras dos franjas horarias todavía más protegidas, teniendo en cuenta que ellas existe una mayor probabilidad de que los menores puedan ver la televisión sin la supervisión de los adultos. En este sentido, las televisiones se comprometen también a mostrar un mayor cuidado durante los períodos vacacionales. Esta protección reforzada se extiende en los siguientes tramos:
De 08:00 a 9:00 y de 17:00 a 20:00 horas, de lunes a viernes.
De 9:00 a 12:00 sábados y domingos y determinadas fiestas.
Evaluación de los contenidos, atiendo a cuatro grandes áreas: Estos criterios tienen un carácter meramente orientador y tienen por objeto ofrecer a los responsables de aplicar en los servicios de televisión la calificación de programas, unos elementos de referencia homogéneos que faciliten su labor.
Clasificación por edades: el Código refuerza el sistema de señalización ya existente en el momento de su entrada en vigor, generando cinco posibles bloques. Los contenidos expuestos en cada uno ellos obtienen mayor margen conforme aumenta la edad del supuesto televidente.
3.2. Los deficitarios resultados de la actual autorregulación.
El Código de Autorregulación no ha conseguido mejorar la oferta televisiva desde su entrada en vigor, en cuanto a la protección de los espectadores menores de edad. Con la entrada de esta nueva regulación se esperaba una mayor atención al público infantil en las franjas de tarde, o, al menos, que se optaría por emitir programas de carácter familiar o de contenido adulto pero modelado para ser susceptible de ser visionado por todos los públicos. Lo cierto es que, salvo excepciones, nada de esto ha ocurrido, y en algunos aspectos podemos decir que la situación ha empeorado cada año[69]Ello se debe fundamentalmente a la actitud de las cadenas firmantes que, con escasas excepciones, no han modificado sustancialmente sus parrillas de programación y siguen emitiendo programas claramente inadecuados para los menores, tanto por los temas tratados como por la forma de tratarlos. A ello se suma que las cadenas han incumplido además su obligación de informar a los ciudadanos sobre la existencia del Código y sobre la posibilidad de presentar quejas contra los contenidos inadecuados.
El ejemplo más clarividente que da cuenta de la inoperatividad del Código la obtenemos desde su misma entrada en vigor, sobre el cual se presentó un informe de la mano de la Asociación de Usuarios de la Comunicación[70](AUC), como miembro del Observatorio de Contenidos Televisivos y Audiovisuales (OCTA), que cubría el período comprendido entre el 9 de marzo y el 9 de abril de 2005. Las conclusiones fueron negativas, en el sentido de percibir un incumplimiento manifiesto de la protección del horario infantil y la pervivencia de los formatos magazines y programas calificados como "telebasura" en general, en donde el lenguaje soez y las manifestaciones sexuales explícitas gozan de la mayor libertad. Fueron las cadenas privadas Telecinco y Antena 3 las que más críticas recibieron, alegando que se confunde a los espectadores en los diferentes formatos, además de tratar de proteger al menor sin apenas modificar su programación el horario de mayor protección.
Principales problemas del actual medio televisivo para los menores
4. 1. La degradación general de los contenidos.
El origen de este tipo de televisión tiene sus raíces en la radio estadounidense. Tras la II Guerra Mundial, algunos programas comenzaron a recibir llamadas de los oyentes que enviaban saludos a sus familiares y amigos, y que acabaron contando sus tragedias amorosas, laborales o existenciales. Dos décadas después, la televisión adoptó este formato, apostando por el género de cámara oculta, con un rotundo éxito durante los años sesenta y setenta. Ya en los ochenta surge el fenómeno de los "talk shows", en donde los invitados hacían públicos sus problemas ante las cámaras. La evolución natural de este formato provocó el nacimiento de los "reality shows", en donde el público se convierte en espectador de la vida y miserias de una serie de individuos aparentemente normales.
Aunque tiene sus raíces en algunos espacios televisivos surgidos en Estados Unidos en los años setenta, la llamada "telebasura" se ha convertido en un fenómeno creciente en nuestro país en la última década. No es desde luego un fenómeno autóctono, pero desde luego que la proliferación de tales espacios en nuestra parrilla de una forma tan rápida sí merece una mirada de atención[71]Algunos autores hablan ya del período 1994-2004 como "la década ominosa" de la televisión en España. No existe un claro consenso para situar el nacimiento de este fenómeno, aunque la teoría más consistente la sitúa con la aparición de las cadenas privadas de televisión en 1990, año cero de la "telebasura" asumida, según algunas opiniones[72]Cuando la fuerte competencia que comenzaba por el reducido pastel publicitario implicaba la necesidad de producir programas baratos y de gran audiencia[73]Fue a partir de 1992 y 1993 cuando empezaron a programarse en las parrillas de la televisión nacional estos contenidos de "primera generación", en buena parte heredados de productoras de televisión italiana. Esta situación generó, como primera consecuencia palpable, una contundente reestructuración de los contenidos televisivos. Como contraste, en la década de los ochenta, los niños de la llamada generación "baby boom", en sólo dos cadenas públicas, podían ver en distintos horarios una completa, adecuada e interesante programación destinada ex profeso a ellos[74]Además, durante este periodo, hubo una presencia copiosa de programas informativos, magazines y musicales para niños y jóvenes, según diversas modalidades y experimentaciones. Sin embargo, con la llegada de la competitividad entre canales públicos y privados desaparecieron progresivamente de la oferta hasta prácticamente desaparecer actualmente. Por un lado, la oferta de programas para niños resulta pobre. Según datos de TN Sofres[75]en el 2002, la media que destinaron las cinco principales cadenas a la programación infantil se limitó a un 12,2% respecto del total de sus emisiones, incluyendo los cortes publicitarios de los programas contenedores[76]Esta escasez de contenidos infantiles hace que los niños tengan que ver espacios de carácter genérico, denominados "familiares", o programas para adultos[77]
La "telebasura" ha provocado un rechazo prácticamente unánime de los actores principales de la sociedad civil[78]al igual que de buena parte de medios de comunicación escritos. En este sentido, los primeros acercamientos monográficos dedicados a la telebasura aparecen en la prensa, muy tempranamente, en los primeros meses de 1994[79]Pero probablemente lo más significativo y paradigmático es que al mismo tiempo los índices de audiencia de los programas de este tipo han alcanzado resultados millonarios[80]Como consecuencia irremediable, la nueva televisión digital terrestre (TDT)[81] constituye una prolongación de este fenómeno que ya ha invadido por completo la televisión analógica, y que incluso de presenta en formatos de veinticuatro hora con esta nueva tecnología. La llegada de la televisión digital ha significado en sí misma un cambio parcial con respecto a la oferta televisiva anterior, una transformación más cuantitativa que cualitativa. Precisamente, una de las grandes carencias dentro de la oferta de las plataformas españolas es la destinada a formación o a contenidos educativos. A pesar de que algunos canales ofertados se denominen documentales y educativos, lo cierto es que ninguna de estas ofertas puede ser considerada actualmente como tal[82]
Nos hallamos ante un fenómeno televisivo extremadamente complejo no solo en cuanto a su posible definición, sino en relación a conocer realmente cuales son las causas de su imparable éxito. Curiosamente las encuestas afirman que la población no suele consumir este tipo de espacios, pero lo cierto es que las audiencias que tienen resultan demoledoras, percibiendo tan solo un ritmo decreciente cuando la fórmula de estos programas se prorroga en exceso en el tiempo. En una reciente encuesta realizada por una publicación gratuita[83]a finales del año 2007, ante la pregunta del motivo por el que las audiencias tan elevadas en este tipo de programas, las respuestas atendían en su totalidad a dos motivos concretos:
Porque las cadenas sólo ofrecen este tipo de programas : 44 %
Porque al público le encanta conocer la vida de los demás : 56 %
Pero, ante todo podemos afirmar necesariamente que se trata de un concepto televisivo guiado netamente por la rentabilidad en su sentido más literal, y de forma bastante más radical que cualquier otro espacio televisivo. Los procesos de modelación y transformación de contenidos resultan abrumadores, habida cuenta que la televisión, como otras mercancías culturales, soporta una tasa de fracasos de productos mucho más elevada que la de cualquier actividad productiva[84]Podemos afirmar que la necesidad de tener audiencia[85]constituye la primera causa desencadenante en la aparición de estos espacios. La lógica económica es evidente. Los medios de comunicación han de conseguir ingresos para rentabilizar sus inversiones. La noción misma de audiencia proviene del ámbito publicitario y su importancia a la hora de decidir la programación refleja el papel dominante del mercado en este ámbito de la comunicación[86]Esta afirmación obtiene un claro refrendo en el estudio desarrollado en 2006 por la entidad anglosajona Initiative Media[87]que desvela que los programas de telerrealidad son especialmente eficaces para la retención de los mensajes publicitarios por parte de los espectadores y asegura que la audiencia que ve la televisión en grupo multiplica su interés, interacción y capacidad de recuerdo por los programas y por los anuncios. De alguna forma, parece que se sustituye el concepto de público por el de cliente.
La denominación de "telebasura", como ha advertido el CAC[88]se aplica a un variado conjunto de modalidades televisivas y no sólo a un género específico. Por ello, a pesar de que normalmente todo el mundo interpreta de manera bastante adecuada la expresión, resulta difícil proporcionar una definición sintética y precisa del fenómeno que recoja toda su complejidad. Probablemente la novedad y la curiosidad hayan sido los causantes de la buena acogida de estos espacios en sus inicios, no obstante, la notable cuota de audiencia sigue siendo característica. No existe una definición unánime de que es la "telebasura", aunque en términos generales, el término "telebasura" se asocia a la forma de hacer televisión caracterizada por explotar el morbo, sensacionalismo y escándalo, como estrategia de atracción de la audiencia, valiéndose igualmente del reduccionismo, la demagogia y el desprecio a los derechos fundamentales[89]Pero no todos coinciden en que tales programas de televisión que merecen este calificativo. Algunos están en desacuerdo apelando a la libertad de expresión de los medios y a la libertad de elección de la audiencia. Otros autores, incluso trivializan el posible problema señalando que la pretendida alarma social sería una etiqueta impuesta por las élites guardianas de los valores sociales[90]La contrapartida la obtenemos de la mano de aquellos que sostienen que la televisión ha sustituido a la realidad, creando otra nueva en la que se trivializa todo lo negativo[91]Siguiendo esta misma línea, la situación de la audiencia es causa de la deriva de la televisión hacia cursos cada vez más degradados desde el punto de vista de la estética, de la verdad, e incluso del propio futuro de la televisión[92]Pero, en cualquier caso, no hay criterios inequívocos para catalogar un programa como "telebasura". En este sentido, el profesor Gustavo Bueno afirma que "lo más grave es que no suelen explicitarse los criterios por los que se clasifica a algún programa de basura, y que no se dice, en general, por qué algo es basura o por qué algo es "producto limpio"; o por qué lo que es basura en un contexto deja de serlo en otro"[93].
Ha sido de nuevo el CAC quien se ha atrevido a proporcionar una definición relativamente clara del concepto de "telebasura", relacionándolo a la vulneración de derechos fundamentales, la falta de consideración hacia los valores democráticos o cívicos, como por ejemplo, el desprecio de la dignidad que toda persona merece, el poco o ningún respeto a la vida privada o a la intimidad de las personas o la utilización de un lenguaje chillón, grosero e impúdico, y desacreditando altamente la profesión periodística. Todo con la intención de convertir en espectáculo la vida de determinados personajes que, generalmente, se prestan a ser manipulados a cambio de la celebridad que les da la televisión o a cambio de contraprestaciones económicas"[94]. Está vinculada a un nuevo macrogénero, la telerrealidad, junto con la aparición de nuevos formatos: reality shows, talk shows, concursos de convivencia y supervivencia. Asimismo, retoma, trivializándolos, géneros periodísticos tradicionales, como el reportaje, debate, o entrevista, integrándolos a programas y concursos, con finalidad de entretenimiento, no sin, a veces, pretensiones sociológicas[95]que tienen a ser una mera excusa dignificadota. Ha percibido que la televisión ha sustituido la realidad, creando mundos visuales donde trivializa objetos negativos. Lejos de la órbita de los profesionales, lo que le daría un tono artístico, la televisión cada día se parece más a la ruidosa clase media española: chillona, prepotente y proclive a entregarse a los bajos instintos[96]Asimismo, este fenómeno ha acabado impregnando el lenguaje cotidiano, y también el informativo, que se supone en grado superior del lenguaje habitual[97]instalándose como un código de conducta libremente por la sociedad.
De forma paralela, la Asociación de Usuarios de la Comunicación (AUC) la define igualmente "como un fenómeno televisivo que atenta contra la función social del medio; que menoscaba sus posibilidades expresivas y de contenido en términos tanto de información y formación como de entretenimiento, y que conculca valores constitucionales como el derecho a la veracidad, a la intimidad, a la dignidad de las personas, a la no discriminación y a la protección de la infancia". Según esta entidad, la polémica sobre la "telebasura" es una "opidemis", es decir, una epidemia de opinión, que emerge de forma intermitente en la sociedad. En vista de la aparente gravedad de la situación, algunas voces, no sin motivo, afirman que nuestro país no se ha tomado en serio la regulación de ese sucedáneo barato del periodismo, lo que ha provocado duras consecuencias.
4.2. El fenómeno de la telebasura en nuestra realidad social.
Si bien debemos dejar a un lado las hipótesis acerca de que la "telebasura" es propia de nuestra cultura televisiva, no encontrado parangón en otros países, sí es cierto que la situación actual de nuestro medio televisivo resulta altamente preocupante, percepción instaurada en casi todos los sectores de la sociedad y la política. Como posible ejemplo de la actual situación de degradación de los contenidos actualmente, podemos utilizar una expresión de la psicóloga infantil Mª. Luisa Ferrerós, al afirmar que los programas que hace quince años se calificaban como nefastos, ahora se utilizan como ejemplo del buen hacer televisivo[98]
La dificultad principal dificultad para atajar y comprender el fenómeno estriba en que este no se circunscribe a un único género televisivo, sino que salpica a buena parte de los programas que componen las parrillas de programación, porque se trata de una forma de hacer televisión. Dada la diversidad de contenidos televisivos que pueden encuadrarse en este fenómeno, no resulta fácil formular una definición del mismo. Por ello parece interesante citar el estudio de opinión pública del CAC de 2004 que atiende a la pregunta para el ciudadano de lo que entiende por "telebasura". Las respuestas fueron claramente significativas: el 36,2 % relaciona el fenómeno con la presencia de personajes sin habilidades artísticas o mérito profesional; el 21,7 % considera que se trata de espacios en donde su vulnera claramente la intimidad y vida privada; el 9,5 % piensa que la información que se expone en estos espacios no está suficientemente contrastada; el 7,4 % acusa a estos programas de hacer uso de un lenguaje soez; y el 2,8 % afirma que este fenómeno suministra una visión degradada de la mujer. Al margen de sus polémicas características, el principal problema a tratar es sin duda su amplitud horaria a tenor de los datos suficientemente explícitos a través del siguiente cuatro sinóptico[99]
Por otro lado, algo netamente característico de estos espacios atiende a la distinta dosificación de información y entretenimiento ha dado lugar a los subgéneros híbridos o mixtos[100]
"Magazine": se define como aquel programa contenedor, o cajón de sastre, caracterizado por su variedad de contenidos, tratamientos y enfoques. Algo particular de estos formatos es su variedad de géneros, informativos, y de opinión, al igual que su multiplicidad de secciones, temáticas, estilos, enfoques, situaciones y ritmos. Son especialmente rentables al ocupar varias horas de programación y al ser sufragadas claramente por la publicidad.
"Talk – show": suele tomar forma de la mano de entrevistas, careos, diálogos en rueda. Prima la palabra del participante o invitado.
"Reality – show": se capta o se provoca un acontecimiento de la vida real para magnificarlo. Suelen fundamentarse sencillamente en material enviado por el espectador o entrevistas a gente normal que acude al plató para exponer cualquier trivialidad o generar polémica.
"Docudrama": la fórmula es relativamente diferente que en las anteriores. Se parte de un hecho real para posteriormente dramatizarlo mediante elementes ratifícales o ficticios ante las cámaras.
"Info – show": mezcla la información, de cierto rigor, con espectáculo, donde existe una presencia constante de famosos, particularmente objeto de la prensa rosa. El presentador incluso suele ser una estrella relacionada con el entorno.
"Docu – soap": constituye, sin lugar a ninguna duda, el espacio que mayor relación mantiene con el concepto de la "telebasura", tanto es así que podemos afirmar que la alarma por la degradación de los contenidos tuvo su punto de partida con la aparición de estos espacios. La fórmula realmente sencilla: una situación real que adquiere los rasgos de una serie de ficción, en la que se van estableciendo las primeras relaciones, conflictos, disputas por motivos irrelevantes, competitividades, y particularmente, el desgaste originado por la convivencia. Son al mismo tiempo actores y personajes, pues mantienen su nombre real sabiendo que son filmados de forma permanente. El éxito hay que buscarlo en determinadas características que son consustanciales al género. Los programas relacionados con este fenómeno suelen desplegar algunos elementos característicos:
Explota valores humanos.
Satisface la curiosidad y es fácil de ver.
Intromisión en la vida privada.
Apelación a las emociones, sexo y violencia verbal o física.
Brillante trabajo de producción en la cuidadosa elección de los personajes protagonistas y en la aplicación de las modernas tecnologías de realización. En este sentido son programas sumamente rentables, cuyo bajo coste y sencilla producción conducen a un elevado rendimiento económico para la cadena que los emite. Se calcula que el gasto de producción de una hora es unas veinte veces menor que el de una hora de una serie convencional.
La "telebasura", en todos sus formatos, genera un llamado "star system" de forma inmediata que coloniza toda la parrilla de la programación, lo que propicia la hibridación de géneros y de formatos. Son contenidos que se van reproduciendo dentro de la programación televisiva y tienen un efecto de arrastre "muy potente" A ello ayudan una serie de personajes "salidos de la nada", "personajes que no se sabe de dónde han salido, sin habilidad demostrada"[101], que se brindan a ejercer papeles insospechados. Por otro lado, la extensión del fenómeno "telebasura" se convierte en un hecho inevitable, produciéndose por una doble vía:
Trasciende las fronteras del propio programa y se extiende a toda la parrilla de la cadena. Los contenidos más jugosos se retroalimentan de programa en programa.
Se propaga desde la propia cadena y aparece de modo directo o indirecto en otras cadenas, que copian, imitan o complementan algunos de los contenidos ofrecidos por su competidora.
4. 3. La constante presencia de violencia en el medio televisivo.
Definir el concepto de "violencia" no es tarea del todo sencilla. El Diccionario de la Real Lengua Española[102]define este vocablo con cuatro posibles acepciones que si bien proporcionan una idea aproximada del término, no aporta nada concluyente, aludiendo a definiciones como "acción o efecto de violentar o violentarse". Podemos anticipar que nos hallamos sin duda ante una figura de interpretación cultural, y un concepto puramente subjetivo, puesto que lo que para una persona una acción es violenta, puede no serlo para otra que ha vivido en un entorno social diferente. Elementos como cultura o sociedad son determinantes.
Existen diferentes opiniones a la hora de discernir el concepto de violencia. La primera de ellas sería la de adoptar la posición del observador ingenuo[103]Desde este punto de vista, un acto violento sería aquel que el sujeto receptor lo considera como tal. Las normas del receptor jugarían un papel decisivo en la percepción de las agresiones, por lo que para que una acción deba o no ser considerada depende de la opinión del receptor. Por ello, el concepto de violencia no tendría el mismo significado para todos, lo que implica ciertos problemas a la hora de desarrollar estudios acerca de los posibles efectos. Existen otras posturas más específicas, que afirman directamente que la violencia es la clara expresión de la fuerza física contra uno mismo o contra otro, utilizando la fuerza física contra la voluntad de alguien, amenazando con herir o matar o, de hecho hiriendo o matando[104]En esta misma línea, relacionando violencia y fuerza física, se posiciona un buen número de definiciones. De hecho, la violencia se ha definido tradicionalmente como hechos visibles y manifiestos de la agresión física que provoca daños capaces de producir la muerte. Asimismo se ha conceptualizado como las formas de agresión de individuos o de una comunidad que no se traducen necesariamente en un daño físico."[105]. Actualmente, no podemos optar por definiciones que asemejen directamente violencia y fuerza física, pues la violencia no es solamente un determinado tipo de acto, sino también una determinada potencialidad. No se refiere sólo a una forma de "hacer", sino también de "no hacer". Es decir, el concepto de violencia se ha ido transformando, de tal forma que en la sociedad moderna la agresión física o verbal no es la única violencia posible ni, a veces, la más habitual[106]Por ello, la definición más razonable del concepto de violencia atendería a aquella clara expresión de fuerza física o verbal, independientemente de la presencia o no de armas, contra sí mismo o contra otro sujeto, producida de forma intencionada o fortuita, pese que termine provocando lesiones físicas o psicológicas.
La violencia está presente en nuestras vidas prácticamente en cualquier faceta. Por supuesto los medios de comunicación no se excluyen de contenerla. Precisamente, uno de los debates más largos, complejos, controvertidos y más politizados que protagoniza la investigación en comunicación de masas lo constituye el tema de la televisión y la violencia[107]Podríamos decir que la degradación de los contenidos televisivos que viene dándose desde el último cuarto del siglo pasado es inversamente proporcional a la aparición del fenómeno de la violencia, que ha pasado a mimetizarse en casi cualquier espacio televisivo de la actualidad, por supuesto, independientemente de las posibles franjas horarias que pudieran suponer freno alguno. La violencia mantiene una presencia constante en los espacios llamados "telebasura", pero no son los únicos contenidos infectados de un alto dosis de violencia. A pesar de que los contenidos más criticados por sus escenas violentas sean películas, series y dibujos animados, algunos investigadores, destacan también la presencia de violencia en la publicidad[108]y los informativos, de los cuales también son espectadores los más pequeños de la casa[109]Respecto a estos último, no son los programas en donde se exponen más contenidos de esta naturaleza, pero ni mucho menos están exentos de ella, al soler exponer imágenes crueles y violentas, muy a menudo desproporcionadas. Asimismo, los programas de deportes tampoco están exentos de violencia, destacando especialmente el fútbol. En este sentido, no se trata de que el deporte en sí sea violento o reproduzcan con frecuencia este tipo de actos, como trifulcas, sino que los medios de comunicación parecen prestar una especial atención ante este tipo de situaciones. Pero son concretamente las teleseries, películas y dibujos animados los programas que contienen mayor grado de violencia[110]en cualquier modalidad, lo que provoca que sea precisamente el colectivo infantil el principal receptor de este tipo de mensajes que, en cualquier caso, afectan a los contenidos televisivos.
En el ámbito televisivo, la violencia presenta determinadas características que la hacen especialmente particular. El exceso de contenidos violentos genera una percepción sobredimensionada de estos fenómenos que no correlaciona con la realidad. No existen estudios que puedan asegurar fehacientemente que la violencia de las pantallas sea la causa de la violencia en el mundo real, pero no hay que dejar de observar dos hechos que se presentan de forma fehaciente: la cantidad de violencia existente en los programas televisivos por un lado; y que una forma de aprender algo es observarlo y que igual se aprende observando elementos de la vida real que observando imágenes o escuchando palabras, emitidas unas y otras por el televisor. Es por ello, por lo que la sociedad actual está muy preocupada por la violencia representada en sus pantallas televisivas, pues se juega con la hipótesis de que ésta podría ser determinante para el desarrollo de la agresividad humana desde la infancia. Los medios de comunicación masivos, especialmente la televisión, son culpabilizados de este fenómeno, si bien no existen estudios realmente concluyentes.
Asimismo, el 2º Informe de evaluación sobre la aplicación del Código de Autorregulación de Contenidos Televisivos e Infancia pone claramente de manifiesto que, si bien se ha producido un notable retroceso en la cantidad de quejas por parte de telespectadores y asociaciones respecto del período anterior 2005 – 2006[111]lo cierto es que la cantidad de violencia en televisión sigue registrando unas cifras considerables, situándose entre los primeros motivos de las reclamaciones interpuestas. En cualquier caso, si bien se ha apreciado la citada reducción, la violencia puede igualmente ser subsumida en otros bloques de reclamaciones referentes al comportamiento social o a la temática conflictiva. Por otro lado, hay que poner de manifiesto que la importancia de la violencia en televisión no reside en la cantidad de actos calificados como "violentos" sino en la forma de presentarla. Tan importante o más que la cantidad de violencia emitida es la forma de representación de dicha violencia, porque el contexto narrativo genera diferentes efectos sobre los telespectadores[112]No se trata únicamente de preguntarse "cuánta" sino "cómo".[113] A continuación, expondremos las principales características de la violencia en la televisión:
Gráfica: suele ser de carácter físico y creíble para el espectador. Los receptores llegan a habituarse a las escenas violentas que campan durante buena parte de la jornada televisiva. La consecuencia directa por parte de la audiencia es el desinterés y la falta de atención debido precisamente al grado de inmunización que han generado precisamente hacia estos contenidos por la exposición masiva a la que han estado sometidos durante tanto tiempo. Pero lejos de acabarse aquí el ciclo, los guionistas de televisión intentan contrarrestar esta situación agudizando el grado de violencia con la intención de no perder audiencia, con lo que el grado de realismo llega a unos niveles en los que el telespectador llega a experimentar el propio sufrimiento de la víctima ficticia. Los últimos estudios afirman que el 85% de los programas de ficción contienen altos dosis de violencia, de tal forma que se estima que un adolescente actual, antes de acabar su período evolutivo habrá visto más de 13.000 muertes violentas en pantalla.
Justificada: la violencia se presenta como algo lícito y permitido en nuestra sociedad[114]Partiendo de la dualidad héroe / villano en cualquier espacio de ficción, la violencia del primero es justificada e incluso admirada, creando una simbiótica relación entre esta y elementos como la verdad o la justicia. Muchos comportamientos que normalmente serían juzgados inmorales resultan aceptables cuando los hace alguien que goza del favor público[115]Es habitual que muchas acciones violentas televisivas, en forma de autodefensa o defensa de un ser querido, queden aparentemente justificadas ante los ojos de los niños, derivándose de esta visión una opinión plausible de la venganza.
Recompensada: habitualmente en forma de éxito profesional, económico, romántico o social. Por otro lado, no se puede dejar de observar que la violencia no suele aparecer como el último recurso sin más bien como el único y más eficaz.
Divertida: esta característica se presenta de forma casi específica en el género de las comedias, y concretamente en los dibujos animados o series en general destinadas a una audiencia infantil. Bajo estos géneros, se encierran todo un conglomerado de actividades violentas que son edulcoradas mediante el recurso de la ficción y de la comedia, y en las que las consecuencias de la violencia son eliminadas, bien porque no se especifican o porque el acto agresivo no deja secuela alguna.
Mimetizada en los contenidos generales: al margen de que se respeten o no las franjas horarias, no parece razonable que los propios canales, a la hora de promocionar futuros espacios en horario no protegido, lo que comúnmente se conoce como "avances", se emitan en la franja de protección presentando las imágenes más crudas para interesar al espectador adulto en horario de mañana o tarde sin previo aviso[116]
Menor, medio televisivo e Interés General: reflexiones finales
La comunicación constituye un bien público que afecta a los intereses generales y, como tal, debe realizarse desde la responsabilidad. Ello implica a los operadores a aceptar y asumir especialmente el respeto a los valores cívicos y a los derechos fundamentales. Además, el que una cadena de televisión obtenga una licencia implica que obtiene "el privilegio" de emitir para un público muy extenso, lo que necesariamente implica responsabilidades. Por su parte, a los responsables de los contenidos televisivos habría que invocarles a asumir su parte de responsabilidad como agentes socializadores[117]En una sociedad que goce de salud democrática, los medios de comunicación, por su propia naturaleza, desempeñan una función de servicio público, y deberían tener por objetivo proteger el interés general, definido por la cultura prevalente y por los principios y valores éticos generalmente aceptados y vigentes. Su finalidad es básicamente informar, educar y culturizar, y, por lo que respecta a los espacios de ocio, bajo ningún aspecto deben constituir un instrumento de degradación de gustos y costumbres. Es evidente que este planteamiento ha dejado de tener vigencia hace ya tiempo. No debemos olvidar que la legislación española concibe la televisión, incluida la privada, como un servicio público, y ese grado de exigencia debemos mantenerlo como ciudadanos preocupados por convivir en un ambiente público de dignidad cívica[118]
El fenómeno televisivo actual adolece de determinadas características nuevas que han ido gestándose en las últimas décadas, transformando profundamente los cimientos de la industria televisiva y generando un profundo debate social acerca de los posibles efectos que podría generar en los menores a corto o medio plazo. La sociedad está cambiando de forma rápida, y la televisión, más que ningún otro medio de comunicación social, ha revolucionado la sociedad contemporánea[119]Las nuevas tecnologías han transformado nuestra vida profundamente y nos han convertido en seres más vulnerables, especialmente los niños, y probablemente la sociedad desconozca los efectos nocivos que puede ocasionar en los niños[120]La polémica ha dado lugar a algunas reflexiones e iniciativas interesantes en cuanto a su posible subsanación, que en cualquier caso no dejan de ser papel mojado, aumentado el nivel de preocupación social ante la inoperatividad o dejación de responsabilidad por parte de la Administración Pública en este sentido. Es ya evidente que cualquier fórmula que necesariamente pase por la autorregulación ya no puede gozar de peso, habida cuenta de los lamentables resultados. Se trata de incumplimientos que en modo alguno pueden considerarse causales o puntuales, al producirse de forma continua y reiterada. Todas las televisiones que emiten en España, guiadas por los índices de audiencia y la competencia entre canales, han descuidado definitivamente la exigencia moral y jurídica de proteger a los menores[121]El caso es aún más grave al no observarse diferencia entre la televisión pública y privada.
En la actualidad, los programas destinados a menores adolecen de una oferta muy limitada o casi nula. Los niños han dejado de ser un grupo de espectadores significativo en sí mismo dentro de la audiencia de la tarde. Parece que no se programa para ellos[122]Hoy en día la televisión no está pensada para satisfacer la necesidad del niño, no hay un deseo de desarrollo educativo en el planteamiento de sus modelos, obedeciendo a una lógica de consumo y mercado[123]Los intereses comerciales, la guerra de las audiencias y la importancia de la propaganda en una sociedad de consumo como la nuestra, han condicionado seriamente la evolución del propio medio, cuyos formatos y esquemas comunicativos se alejan cada vez más de los modelos deseables desde un punto de vista educativo[124]La focalización del problema actual reside en dos frentes: por un lado hallamos numerosos exponentes en la franja horaria de tarde de espacios relacionados claramente con el fenómeno de la "telebasura", cuyo tratamiento temático resulta muy a menudo inapropiado para los más pequeños, no solo por su contenido sino también por el tipo de escenas y el lenguaje que se utiliza[125]por el otro encontramos que los índices de violencia en el medio se han incrementado notablemente, no entendiende de franjas horarias e insertándose claramente en los propios espacios propiamente infantiles, como pueden ser los dibujos animados
Hemos de tener en cuenta la existencia desde hace varias décadas de numerosos estudios que afirman que el medio televisivo, por sí solo generaría determinados efectos que podrían reconocerse como nocivos. Aunque la información es incompleta y siempre cambiante, deja ver claramente algunos indicadores inquietantes, representados a modo tentativo en porcentajes. Aparte de los numerosos estudios que ponen de manifiesto el exceso de consumo televisivo en nuestro país,, es mucho lo que se ha hablado y escrito sobre la influencia de este medio en la educación de las últimas generaciones[126]La televisión constituye actualmente el medio que genera más preocupaciones y reflexiones sobre su influencia en menores. No hay posturas unánimes al respecto, si bien no es poca la literatura científica que de alguna forma ha abordado el tema. Lo cierto es que, al menos en la actualidad, no sería creíble apostar por cualquier teoría que defendiera los beneficios de la televisión para los menores y desmereciera los efectos contraproducentes. Es evidente que el medio televisivo puede llegar a generar determinados efectos negativos, especialmente en el colectivo infantil[127]
Aculturización: se fundamenta en la absorción de distintas actitudes y concepciones para formar una base común de pensamientos e ideas. La aculturación se define como el cambio que sufren los individuos que han adquirido el aprendizaje primario en una cultura y toman los rasgos de otra cultura[128]La cuestión adquiere un mayor grado de relevancia a tener de la impresionante oferta de productos anglosajones que se exhiben en nuestro país, lo que supone la inclusión en nuestra sociedad de valores diferentes a los nuestros[129]Es falso que la televisión se limita a reflejar los cambios que se están produciendo en la sociedad y en su cultura: la televisión, que pretende ser un instrumento que refleja la realidad, acaba convirtiéndose en un instrumento que crea una realidad[130]La televisión sobrepasa y trasciende la comunicación simbólica para influir determinantemente en el conjunto de la industria cultural[131]El efecto influye especialmente en los menores, ya que se encuentran en proceso de formar su propia personalidad y con esquemas de representación de la realidad todavía muy flexibles[132]En el caso de los niños el riesgo de este efecto es mucho mayor, si pensamos que aprenden a ser espectadores antes de hablar[133]En el caso de los adolescentes, la situación tiende a ser prácticamente la misma. La razón por la que los adolescentes son tan impresionables es porque se hallan en un período en que sus facultades son muy sensibles y blandas. En él se graba con facilidad todo lo que viene de fuera[134]De este modo, la exposición continuada a los mensajes televisivos alimentará nuestros propios valores y concepciones y moldeando nuestras creencias y actitudes. Probablemente, la llamada "telebasura" sea la más proclive a generar la aculturización.
Efecto "priming" o preparación para un estímulo: el planteamiento radica en la idea de que cuando un individuo presencia un suceso a través de los medios de comunicación, tiende a generar determinadas ideas de significado análogo durante un corto espacio de tiempo. En función de los contenidos que haya visualizado, puede generar de forma inconsciente pensamientos que le lleven a realizar acciones hostiles o en general agresivas.
Teoría social cognitiva: la mayoría de las influencias externas afectan al comportamiento a través de procesos cognitivos. Los factores cognitivos determinaran, en parte, cuales serán los eventos observados en el entorno y qué significado se les otorga. El problema surge cuando la comprobación del pensamiento, por comparación con versiones televisivas distorsionadas de la realidad social, puede albergar falsedades compartidas sobre el mundo.
Pues bien, la principal cuestión que surge ahora es indagar si la actual degradación de los contenidos televisivos puede incidir aun más en los ya conocidos inconvenientes que plantea el consumo de televisión por los menores. Los resultados sobre los efectos de tales contenidos distan actualmente de ser definitivos, como tampoco son uniformes en el sentido de hallar un cuerpo de efectos y sintomatologías derivados de la exposición a este tipo de contenidos, pero de lo que nadie puede dudar en la actualidad es en la necesidad de proteger a los menores en torno a temáticas de generan gran sensibilidad social, como la "telebasura", la violencia o, en general, la falta de valores. A decir verdad, sin existir estudios que verdaderamente puedan determinar con exactitud que tales espacios puedan crear efectos nocivos en los menores, si podemos asegurar rotundamente que consecuencias positivas para la juventud e infancia no pueden generar, algo que se pondrá de manifiesto en menos de una generación, de la mano del efecto de la aculturización como primer estadio.
La degradación de los contenidos televisivos y sus posibles efectos en los menores, consumidores en masa de este medio, comienzan cobrar mucha importancia en la actualidad, surgiendo líneas de opinión que alarman acerca de las nefastas consecuencias para los menores. Incluso se ha llegado a decir que la actual degradación de los contenidos, a medio y largo plazo, es mucho más nociva que el tabaquismo, contra el que sí se han adoptado terapias de choque, en el sentido de constituir un mal que debe ser tratado. Algunos ya lo han tildado como epidemia de vulgaridad y erotismo que nos inunda y degrada al espectador[135]Incluso se ha llegado más lejos, advirtiendo que la televisión actualmente constituye un peligro para las artes, las letras y las ciencias, además de serlo para la propia democracia[136]afectando a las diferentes esferas de producción cultural, como al arte, literatura, filosofía, ciencia, etcétera. A las posturas más extremas se suman teorías como aquellas que defienden que la televisión modifica radicalmente y empobrece el aparato cognoscitivo del homo sapiens[137]cambiando realmente su propia naturaleza.
Sin adherirnos a posturas tan radicales, sí podemos afirmar rotundamente que, si bien las libertades de información y de expresión que reconoce la Constitución son pilares básicos de un Estado democrático con la finalidad garantizar a las personas la capacidad de expresar sus opiniones e ideas, y a los medios y profesionales, informar bajo el criterio de veracidad, es evidente que estos derechos no son ilimitados cuando afectan a intereses generales objeto de protección especial, como la protección de los menores. No podemos hablar de censura para corregir esta trayectoria, pero sí de fórmulas que puedan aunar la libertad de expresión con la protección de la juventud y de la infancia.
La llamada "telebasura" podría calificarse como todo aquel contenido emitido en el medio televisivo que no responde a unos niveles mínimos de calidad. No se cuestiona que la televisión tenga como fin entretener, aunque aquí hay que recordar a los programadores que se están olvidando de otras de sus funciones, no menos importantes, como son informar y formar. Este fenómeno representa una forma de hacer televisión que, aprovechando las potencialidades del medio, satisface las tendencias más bajas del espectador, suscitan en el los sentimientos menos nobles. Las señas de identidad de estos espacios se relacionan con la degradación de los contenidos y del lenguaje televisivo, que origina en el receptor un claro alejamiento de lo que debería tener la televisión en cuanto a su mensaje educativo y cultural, proporcionando una imagen de la vida y de la realidad totalmente ausente de toda perspectiva ética. De igual forma, sus posibilidades expresivas y el lenguaje utilizado, sea oral, escrito o visual, se caracterizada por el mal gusto.
Nos hallamos ante un fenómeno contra el que encontrar mecanismos de defensa se torna especialmente difícil si tenemos en cuenta que probablemente pueda estar señalando un cambio social de carácter negativo y retrógrado. No solo atenta contra la protección de la juventud y la infancia, sino también contra el derecho de los espectadores a recibir productos de calidad, condicionando negativamente la propia evolución del mercado televisivo.
Sí puede hablarse de problema educativo en la medida en que estos programas presentan de manera positiva sentimientos negativos o degradantes[138]de imágenes y comentarios sin enseñanza alguna[139]hacia un espectador que al acabar la educación secundaria habrá visto 15.000 horas de televisión, un 27% más que las impartidas en clase al acabar esa fase escolar. Los directivos de las cadenas privadas de televisión tildaron, hace algunos meses, de "histeria colectiva" y de "alarmismo injustificado" el debate surgido por la emisión de "telebasura"[140], pero lo cierto es que los profesionales de los medios de comunicación no deberían subvalorar la capacidad que tienen los niños para alcanzar altos niveles de complejidad en la construcción de significados[141]Por otro lado, el menor apenas ha asumido ideología ni valores, constituyendo un terreno mucho más vulnerable[142]Desde su más tierna infancia, tiende por un impulso interno a imitar y asimilar modelos que concuerdan con su psicología y temperamento, reproduciéndolos de modo sorprendente. Sus modelos naturales son, en primera instancia, sus progenitores, y después pasan a serlo aquellos individuos con quienes pasan más tiempo, socialmente hablando. Actualmente es precisamente la televisión la que presenta los modelos a imitar, proporcionando las herramientas para su posterior inserción social, identificándose con los modelos que la televisión inculca[143]La influencia que reciba en estos primeros años la marcará decisivamente para el resto de su vida. La televisión influye en la manera en la que el niño percibe el mundo, la sociedad y el hombre[144]Partiendo de que la televisión está presente en la vida del niño desde sus primeros estadios de desarrollo, es preciso promover una televisión que no pensara en las audiencias como una masa genérica[145]La capacidad de absorción se los menores, sumado al degradado espectáculo de estos espacios, proporciona una ecuación negativa, siendo imposible no concebir que los efectos perniciosos puedan llegar de la mano de estereotipos ampliamente plasmados en estos contenidos, empobrecimiento del lenguaje, alejamiento de los usos sociales que se consideran cívicos, y un largo etcétera aun sin determinar.
El bien jurídico que se ha pretendido proteger mediante los fracasados códigos deontológicos atiende al libre desarrollo de la personalidad, al derecho a la infancia impresionable y la vez permeable, que en definitiva podría quedar dañado por la presencia constante de modelos inadecuados mediante los mecanismos psicológicos que operan en los distintos niveles de la televisión para no convertirse en víctimas pasivas[146]Los niños también son ciudadanos que, por sus particularidades, tienen que ser especialmente cuidados y, también, atendidos, teniendo en consideración sus necesidades, intereses y propuestas. Si tratamos a los niños como espectadores inteligentes es fundamental que respetemos su derecho a una programación televisiva que desarrolle su capacidad estética, permitiéndoles aprender y exigir en el futuro unos productos audiovisuales de calidad[147]Precisamente la falta de atención constructiva en este sentido ha impedido el desarrollo de una investigación sistemática orientada a desarrollar el posible potencial de la televisión, más bien todo lo contrario, el actual medio televisivo adolece de determinadas características que han olvidado por completo su posible labor educativa para transformarse en una máquina de fabricar contravalores, cuya incidencia en el desarrollo y educación de los menores se torna, como mínimo, seriamente peligroso. El Interés General exige responder a esta vertiginosa tendencia que incide con mayor preocupación en el colectivo de la población objetivamente más desprotegido o vulnerable. La candente preocupación social, unido al incumplimiento sistemático de la regulación vigente solo puede tener como desenlace práctico la activación de medidas públicas limitativas que velen de forma objetiva y seria por el bien jurídico prevalente de la protección del menor. La tutela de los derechos de los niños requiere la aplicación de límites y controles.
El otro factor que incide decisivamente de forma negativa en cuanto al mensaje que los niños reciben de la televisión es la violencia. Entendemos por contenido violento cualquier programa en el que un sujeto, animal u objeto, de forma personificada, agreda, verbal, física o psicológicamente, a otros individuos, siendo este un acto visible durante la emisión[148]En verdad, este factor podría quedar fácilmente subsumible dentro del ámbito del fenómeno de la "telebasura", en donde la violencia verbal o física constituye una característica casi esencial del mismo. Lo cierto es que los contenidos violentos están tan extendidos a lo largo de toda la programación, haciendo por supuesto caso omiso a las franjas horarias, y en múltiples espacios, ya sean mediante producciones cinematográficas o programas de las propias televisiones, que merecen ser estudiados como elemento aparte a tener de los posibles efectos nocivos que pueda generar en los menores.
Asimismo, pone igualmente de manifiesto el rotundo fracaso que ha supuesto cualquier código de autorregulación. El notable incremento del número de horas que los menores pasan delante de la televisión, junto con el aumento de contenidos cada vez más violentos hace que la cuestión de los efectos de la violencia de la televisión se convierta en un tema de inagotable estudio[149]
Que la televisión es violenta es cierto e innegable, incluso es mucho más violenta en los programas destinados al público infantil[150]Si bien esta violencia es distinta a la emitida en películas o producciones propias, no significa que no pueda ser perjudicial y no se debe subestimar. La responsabilidad de los medios de comunicación pasa por su decisión de programar o no violencia hasta la saciedad, del impulso de "un falso romanticismo de conductas sociopáticas y la agresión como método predilecto para solventar conflictos"[151]. El problema adquiere mayor relevancia si agregamos el elemento de la permisibilidad de los progenitores en este aspecto, valorando positivamente que el hijo aprenda por el medio televisivo a ser violento para desenvolverse en las condiciones de la sociedad actual, lo cual perpetúa y acelera la espiral de violencia[152]ante los ojos de los menores.
La asunción de la violencia por parte de los menores se puede explicar a través de la formación distintos mecanismos psicológicos, los cuales han sido generalmente aceptados por la comunidad científica:
Efecto de imitación: es el que más aceptación ha tenido por parte de los investigadores, y de forma objetiva podemos determinar que es el efecto que más fácilmente se puede percibir entre los menores. Se parte de la hipótesis de que los niños pueden aprender que la violencia es la forma más apropiada de solventar los problemas, o que los más jóvenes pueden copiar las conductas de sus héroes para llegar a parecerse a ellos[153]Este efecto tendría aun mayores consecuencias si el menor adoleciera de ciertas tendencias patológicas, lo que provocaría una mayor influencia de las escenas violentas, reteniendo preferentemente tales imágenes e intentado emularlas. Los niños con problemas emocionales, de comportamiento, de aprendizaje o del control de sus impulsos puede que sean más fácilmente influenciados por la violencia en la televisión. En este sentido, la violencia se incrementaría en sujetos más propensos a la misma., actuando como estímulo desencadenante en menores especialmente inquietos.
Efecto de desinhibición: estrechamente relacionado con el anterior, la estimulación de la agresión provocada por la continua exposición a la violencia es otra de las teorías que más aceptación tienen. En este sentido, el menor puede olvidar momentáneamente las normas sociales existentes en cuanto al uso de la violencia y adoptar las transmitidas a través del medio de televisión. Es decir, la televisión desinhibiría las normas sociales de conducta del niño, puesto que las personas que presencian violencia bajo determinadas condiciones y que llegan a disminuir sus inhibiciones contra respuestas agresivas, ven aumentadas las posibilidades de comportamiento agresivo.
Efecto de desensibilización: goza de tanto peso como los dos anteriores, y de igual forma se relaciona con ambos. Provoca que la propia agresividad resulte más aceptable[154]producto de la exposición contínua de escenas violentas, lo que genera una reducción de las respuestas emocionales ante la violencia en la televisión. En este sentido, los menores llegan a considerar normal las situaciones violentas en la pequeña pantalla, despertando cada vez menor interés o estimulación[155]La cuestión adquiere mayor gravedad a tenor de la respuesta del medio televisivo y cinematográfico ante esta reacción, ofreciendo cada vez escenas más violentas, que a su vez inmunizan más al público, especialmente a los menores. Esta tendencia se extiende incluso al reducto social y afectivo del menor, disminuyendo las reacciones afectivas de los mismos. Para un niño que está acostumbrado a aceptar las respuestas violentas no le va a suponer trantorno alguno maltratar a un semejante.
Efecto de reducción: probablemente, a contracorriente e incompatible con el resto de teorías, el efecto de reducción se fundamentaría en el rechazo psicológico de la violencia a causa de la exposición continuada de la violencia por parte de la televisión, comportándose de manera menos agresiva tras su visualización al expulsar los instintos agresivos a través de experiencias catárticas indirectas. No es la teoría más aclamada sin duda, habida cuenta de que si tales efectos hubieran sido testados de la misma forma que los anteriores, nos estaríamos hablando de limitar la violencia de los contenidos televisivos.
Teoría social del aprendizaje: probablemente constituye la postura más moderna en cuanto a la posible relación entre la violencia televisiva y el comportamiento de los niños. Afirma que la violencia, como la mayoría de las formas de conducta, es aprendida. La conducta social de los receptores se ver afectada por la observación de la conducta de otros. En este sentido, el niño no está rodeado de personas, sino de ejemplos, de modelos. Al llevar a la práctica lo aprendido, tienen mucha importancia las consecuencias de la acción para el referente que el menor toma como ejemplo mediante la observación. Si el modelo es castigado, el niño olvidará rápidamente lo aprendido; en cambio, si el modelo tiene éxito, o sencillamente no es castigado, el ejemplo puede tener un efecto contagioso.
Pero no pocos autores afirman que demasiadas variantes entran en juego para obtener conclusiones definitivas, debido a la imposibilidad de aislar el fenómeno de la televisión de todos los demás parámetros influyentes en el desencadenamiento de la violencia por parte de menores. Desde el punto de vista de las ciencias humanas y sociales, resulta muy difícil poder establecer relaciones exactas de causalidad lineal y unívoca, por lo que La televisión no provocaría más violencia que otras situaciones sociales[156]Hasta el día de hoy no ha sido posible demostrar que un determinado acto violento sea consecuencia directa de la exhibición de otro acto violento. La investigación rigurosa de los efectos de las imágenes violentas en televisión debe responder no sólo al estudio cuantitativo de la televisión y de los hábitos de consumo de los telespectadores, sino también de las variables sociológicas que les rodean[157]Puede decirse que no existe unanimidad en la comunidad científica a la hora de valorar la relación que se establece entre la visión de contenidos violentos en los medios de comunicación y la posterior comisión de actos violentos. No obstante, pese a que no todos los autores llegan a observar una relación causa – efecto fuertemente correlacionada entre la generación de conductas agresivas y la visualización de estos contenidos, las hipótesis generadas en varias décadas de investigación sí han creado una sólida base de opinión, suficiente para tener serios indicios de que la exposición del menor a contenidos violentos es altamente nociva, probablemente más que la exposición de violencia a través de otros medios[158]En verdad, la mayoría de los niños no parecen teóricamente incitados por la violencia en televisión, sin embargo, al verlos jugar en el patio del recreo, por ejemplo, con un lujo de actitudes y detalles de comportamientos visiblemente copiados de los programas de televisión.
En cualquier caso, sin menospreciar las anteriores teorías que cuestionan o relativizan los efectos de la violencia televisiva en menores, en líneas generales sí podemos establecer, con moderada rotundidad, que la violencia en televisión puede despertar ciertas conductas violentas en los niños, las cuales se ponen de manifiesto en sus relaciones sociales y en sus juegos. Puede que la violencia en la televisión no sea la única fuente de agresividad o de comportamiento violento, pero es ciertamente un factor contribuyente significativo[159]Por otro lado, no debemos olvidar que algunos experimentos han dado resultados estimables, al menos de forma moderada, tanto a corto como a largo plazo cuando se trata de niños de entre cuatro y doce años de edad, que abusan del consumo televisivo, factor que se está generalizando objetivamente en la actualidad. Tampoco faltan autores en esta línea que defienden que debe existir, al menos, una cierta interrelación entre la visión de la violencia en los medios y los comportamientos agresivos entre los humanos, afirmando pues que los niños que ven televisión violenta tienen muchas más posibilidades de ser agresivos en su infancia y adolescencia[160]
Además, si para responder a la pregunta ética esperamos tener resultados indiscutibles de las investigaciones que llevamos a cabo, aplazaremos la respuesta sine die. Sería absurdo concluir, por una parte, que el fenómeno de la violencia en la televisión no existe porque no podemos confirmar sistemáticamente que tiene efectos perversos en los comportamientos de las personas[161]Las vías para solventar este problema atiende realmente a una cuestión cívica, no científica. Puesto que la protección de la infancia es un deber inexcusable, no sería sensato que no guiarse también por intuiciones, que desde luego parecen irrefutables. Al igual que en la infancia aprendemos observando, es normal que la televisión enseñe de algún modo muchas cosas a los niños, desde palabras hasta procedimientos para responder agresivamente ante situaciones conflictivas[162]El razonamiento es lógico: existe mucha violencia en los programas televisivos, y una forma de aprender algo es observarlo; igual se aprende observando elementos de la vida real que observando imágenes o escuchando palabras, emitidas unas y otras por el televisor[163]
En la última década del siglo XX se ha empezado a constatar que un porcentaje importante de los niños y adolescentes que han cometido acciones violentas máximas también han sido consumidores indiscriminados de la violencia de ficción que se vende a través del cine y de la televisión[164]Profesores, pedagogos y educadores pueden dar cuenta de que en la actualidad de una clara tendencia en auge[165]de la violencia entre jóvenes y adolescentes en general. Probablemente sería una falta de rigor atribuir el aumento de la violencia a la cantidad de tiempo y de escenas violentas que los menores observan en los medios de comunicación, y concretamente en la televisión. Pero es igualmente sorprendente que, ante la gran bibliografía que actualmente estamos viendo sobre la violencia escolar en nuestro país, sean casi inexistentes los autores que traten de establecer alguna relación entre los comportamientos agresivos de los niños y jóvenes en el ámbito escolar y la influencia que en los mismos hayan podido tener los medios de comunicación[166]La teoría que más acogida sigue teniendo en la actualidad es aquella que afirma que la violencia de la televisión despierta el interés de los niños por comportarse como los modelos que aparecen en la pequeña pantalla, o lo que es lo mismo, interés por actuar de forma violenta, obviando o desconociendo las consecuencias reales de sus conductas.
Por otro lado, y al margen de que la violencia en televisión genere o no posibles actitudes violentas, podemos afirmar que la visión del mundo ofrecida a los niños mediante escenas violentas es francamente negativa, pudiendo acelerar el proceso de madurez del niño al reflejar una imagen de un mundo duro[167]e incluso generar posibles conductas antisociales
Expuesto todo lo anterior, es evidente que nos hallamos ante un problema de salud pública, más grave de lo que aparentemente pudiera parecer, y para cuya subsanación se hacen necesarias medidas públicas que velen por el futuro común de la sociedad, y en especial de lo menores. Tan solo con una mínima posibilidad de que la actual degradación de los contenidos del medio televisivo pudiera crear alguna consecuencia para el desarrollo mental del menor, sería más que suficiente para plantearse la concreción de medidas mucho más contundentes de las que actualmente disponemos. De igual forma que se actúa interfiriendo en la dinámica familiar si es por bien del menor, al igual que debe velarse por una formación educativa, también la Administración debe ser muy consciente de que otra de las fuentes de socialización del menor, la televisión, actúe promoviendo su bien.
De ningún modo se falta a la verdad al afirmar que los contenidos del medio televisivo en la actualidad atentan contra el Interés General, a tenor de los riesgos que su influencia puede provocar para los menores. La protección de la juventud y de la infancia en el ámbito televisivo necesita ser actualmente abordada con otras fórmulas para su efectivo cumplimiento. El Interés General debe quedar claramente definido en el compromiso por parte de la Administración de velar por el bien de los menores. La obligación primordial es necesariamente la defensa del menor, que debe estar siempre por encima, antes que cualquier motivo económico o público[168]En este sentido, si la libertad de expresión se sigue utilizando como reaccionario escudo protector ante cualquier abuso, se deben redoblar entonces los esfuerzos para poner al descubierto las estrategias encaminadas a perpetuas estos esfuerzos[169]Libertad de expresión, por supuesto, pero compaginándola, en la medida de lo posible, con el interés del menor y el respecto a su crecimiento y desarrollo de su personalidad en condiciones óptimas, afirmación claramente deducible del artículo 20.4 de la Constitución, expresando un valor social inherente al Interés General.
Las principales obligaciones de la televisión, tanto pública como privada, como servicio público que es concebido, están principalmente referidas a la programación, la cual debe estar inspirada en determinado principios, y entre ellos cobra especial vigor la protección de la juventud y de la infancia como valor insustituible de nuestra sociedad. Ningún acuerdo o compromiso de "autorregulación" por cuenta propia de las cadenas ha proporcionado resultado válido alguno, a lo que hay que sumar el incumpliendo de la normativa europea creada a tal fin. No hay que olvidar, además, que el artículo 20.1.d. establece taxativamente los límites a los que podría someterse eventualmente las libertades de expresión e información, en los que se encuentra la protección de la juventud y de la infancia, por lo que el incumplimiento de los acuerdos televisivos al respecto llega al grado de la misma vulneración de preceptos constitucionales.
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