El medio televisivo y la protección de la juventud y de la infancia.
Enviado por J.C. MONTALVO ABIOL
- Introducción
- El fenómeno de la televisión en la actualidad
- La protección del menor como expresión del Interés General
- Principales problemas del actual medio televisivo para los menores
- Menor, medio televisivo e Interés General: reflexiones finales
- Bibliografía
Introducción
Desde que el hombre occidental ha concentrado su pensamiento en torno al fenómeno de la comunicación, ha comprendido que es éste, sin duda, uno de los elementos más dramáticos en la dialéctica de su existencia[1]El fenómeno de la comunicación camina de la mano de la propia esencia del hombre. Y en este sentido, la permeabilidad de los medios de comunicación en la población es un fenómeno que ha experimentando una evolución pareja a la misma que han sufrido los procesos de transmisión de la información. Hasta el siglo XIX tan solo una ínfima parte de la sociedad tenía la posibilidad de recepcionar los mensajes que se originaban en los escasos medios escritos. Resulta evidente que se trataba de clases con el elevado status social, a tenor de una masa poblacional en su mayoría analfabeta. Es a partir de este siglo cuando la multiplicación de las revueltas sociales por todo occidente se sirve de la imprenta para captar lectores, y adeptos a una causa. El siglo XX supone el nacimiento de la sociedad de la información y del concepto de audiencia, todo ello bajo un planteamiento radicalmente evolucionado respecto de los anteriores, en el que los destinatarios de los mensajes son asimismo receptores de la publicidad insertada en ellos, y que se realiza mediante un revolucionario soporte eléctrico que marcaría un claro antes y después en el fenómeno de la comunicación: la televisión. Este nuevo medio, afín a la radiodifusión en sus aspectos técnicos y en su estructura organizativa, podría considerarse en realidad como su perfeccionamiento técnico.
El concepto de "audiencia", tal y como se conoce en la actualidad, nace a partir de los años ochenta. Previamente a esta época, el concepto en sí apenas era considerado un factor cultural significativo[2]aplicándose el término a cualquier sujeto que hiciera uso de los medios de comunicación. Los profundos cambios que se generan durante las dos últimas décadas del siglo XX en el ámbito de las comunicaciones, fruto de las nuevas posibilidades tecnológicas, conllevan una fragmentación de su uso y un papel más activo de la audiencia[3]entendida como aquel conjunto de personas que interactúan en un proceso comunicativo, proporcionando una nueva significación a los mensajes. Este conjunto, que no es sinónimo de masa salvo cuando se cuantifica[4]constituye un conglomerado social, netamente heterogéneo, de diferentes clases sociales, desorganizado y anónimo.
Desde la década de los años sesenta la televisión se ha convertido en el medio más importante para la transmisión de representaciones sociales o información sobre el acontecer diario. La televisión tradicional ha ocupado siempre un lugar privilegiado en la sociedad y el primer puesto como medio de consumo de información. Conjugando contenidos educativos, informativos y lúdicos ha satisfecho muchas de las necesidades de los usuarios, y constituye el instrumento de telecomunicación más vulgarizado y extendido en la sociedad contemporánea, siendo su influencia de tal calibre, que hablar de efectos beneficiosos o negativos sería simplificar demasiado su complejidad. Pese a que no todos los autores coinciden en afirmar la notable influencia de la televisión, son numerosos aquellos que opinan que el papel que desarrolla en la actualidad la televisión, como mecanismo de influencia socializadora, resulta más que evidente. Se puede decir, sin tapujos, que en la actualidad dependemos en buena medida de la información.
No son pocas las voces que afirman que sigue siendo todavía incontrolable el alcance de los impactos que en el proceso sociocultural ha de producir la televisión[5]Pese a que el desarrollo e implantación de la actual era de las comunicaciones resulta tan sorprendente como imparable, lejos relegar a una segunda fila a la televisión, esta sigue constituyendo un elemento esencial dentro del proceso socializador, y en especial de la infancia, redefiniendo las tradicionales actividades lúdicas y educativas[6]y afectando en general la forma de vida, tanto de los pequeños como de la población general. El estrechamiento y cohesión de los vínculos sociales que proporcionan las técnicas nuevas de expresión, colaboran de hecho en la elaboración y difusión de un cuerpo común de creencias, preferencias, modos de expresión y módulos de conducta. Puede hablarse de una nueva civilización, de un cambio de época, en cuanto que el predominio concedido a la imagen en nuestros días está condicionando no solo las áreas de los tiempos libres, sino modificando actitudes y hábitos en todos los sectores de la vida humana[7]El enorme poder que han alcanzado los medios de comunicación en nuestra época alerta de su poder educador. Pero no hay que olvidar que los niños son parte de ese numeroso público o audiencia expuesto a la incesante información televisiva, y probablemente el más vulnerable ante sus mensajes, dada su incompleta formación ideológica, social, cultural y de valores, desde la que son interpretados y asimilados los mensajes del medio televisivo, constituyendo asimismo un importante agente de socialización del niño, cuantitativa y cualitativamente[8]La situación ha comenzado a ser tan evidente, que incluso varias décadas atrás ya se empezó a afirmar que una buena parte de los conocimientos adquiridos por los menores provienen de los diferentes medios de comunicación social, y en particular de la televisión[9]La pequeña pantalla tiende a convertirse en el lugar geométrico de los modelos socioculturales de nuestra sociedad[10]Los medios de comunicación, con especial referencia a la televisión, suministran una verdadera educación constante que transmite valores como la importancia económica, la competición obligatoria, la prevención obsesiva, la necesidad de autodefensa frente al enemigo, etcétera.
En oposición a la cultura humanística, es más conveniente hablar en la actualidad de "cultura mosaico", caracterizada por la dispersión y el caos aleatorio. Son los signos de los tiempos, algunos de los rasgos característicos de la denominada sociedad postmoderna[11]Esta situación, tan propia de nuestra época, no es ajena en absoluto al proceso educativo del colectivo infantil. Precisamente la edad es una de las características sociodemográficas que más puede repercutir en la percepción de los mensajes televisivos[12]Las preferencias y formas de percepción de los niños varían de enorme manera en función del estadio de su desarrollo cognitivo. En este sentido la audiencia infantil constituye un modelo especial al estar los niños en un proceso interno de desarrollo, y por ello se trata de un segmento de la audiencia más vulnerable en sus interacciones con el medio televisivo[13]De un lado, comparte con la pantalla gran parte de su tiempo de ocio y, por otro lado, los contenidos proporcionados por el medio representan una fuente importante de aprendizaje en las que se gestan muchos de los conocimientos y valores presentes en la realidad social, tanto es así que supone a día de hoy un pilar básico en el desarrollo infantil, al mismo nivel que entidades de primer orden como la familia o la escuela. En este sentido, no es descabellado pensar que actualmente el medio televisivo es una fuente potencial de aprendizaje para el público infantil, con influencia poderosa tanto en el desarrollo de un sistema de valores, como en la formación del comportamiento de los menores. Pero el principal motivo de preocupación radica en el hecho de que, a diferencia de la familia u otras realidades más tangibles e inmediatas, la televisión supone por sí mismo un medio generador de realidades deformadas o manipuladas, con los riesgos que esto supone para el desarrollo de la libre personalidad del menor.
Sabemos que la Administración tiene la obligación de velar por el bien de los menores. De igual manera que se actúa interfiriendo en la dinámica familiar si es por el bien del menor, y que se debe garantizar la formación educativa del menor en la escuela, también se debe comprobar que otra de las fuentes de socialización del menor, la televisión, actúe promoviendo su bien[14]Es precisamente este el motivo por el que desde el ámbito legislativo se está intentando, no con el éxito deseado, poner cerco a todos aquellos espacios o, en definitiva, a contenidos en general, que puedan perjudicar la sensibilidad del menor o su desarrollo mental, a tenor de su estimulada capacidad receptiva. Cada vez más son las voces que reclaman la necesidad de interponer filtros ante la audiencia infantil con la finalidad para que pueda ser educada hacia un consumo responsable. Los ciudadanos vienen clamando desde hace tiempo un control más estricto, primordialmente en lo que se refiere al horario de protección infantil. La idea se fundamenta en poder compaginar el mejor interés del menor y el respeto a su crecimiento y maduración personal, con la libertad de expresión. Es deber primordial de la Administración reside en la defensa del menor, no solo ante las televisiones, sino ante los anunciantes o ante cualquier motivo político. El bien y el interés del menor han de considerarse superiores, interés general, siempre por encima. Nadie permite a un niño ingerir un producto en mal estado, y sin embargo la salud emocional de los jóvenes es tan sencilla como la física y los controles que deben existir para asegurar esa salud emocional deben también ser estrictos[15]
Protección del menor y libertad de expresión e información. La cuestión no es desde luego sencilla. Ambos son bienes jurídicos protegidos: uno de ellos constituye un valor fundamental en la sociedad y un mandato de los poderes públicos para su protección; el otro es, sencillamente, un derecho fundamental, con las prerrogativas que ello supone y los niveles de protección de los que está provisto. De hecho, cualquier postura doctrinal que abogue por el establecimiento de limitaciones realmente efectivas en el medio televisivo deben plantearse, al menos desde un primer momento, bajo un punto de vista meramente teórico. El motivo, probablemente subestimado por algunos autores, es tan sencillo como decir que la televisión es el principal instrumento de ocio de buena parte de la sociedad, hasta el punto de que nuestros propios hábitos, comidas o descanso cada vez dependen más de los diferentes espacios de la pequeña pantalla. Existen detractores radicales de este medio, en el que sólo ven aspectos negativos, en tanto que para otros la televisión constituye una oportunidad para la democratización del saber y la potenciación del aprendizaje favoreciendo la cultura de las opciones múltiples. Tal vez ambas posturas sean excesivamente cerradas. Sin embargo, la televisión está ahí con todo su potencial destructivo pero igualmente con sus posibilidades educativas y su capacidad de entretenimiento.
El fenómeno de la televisión en la actualidad
2.1. Aproximación.
Nos hallamos actualmente en una era en la que el medio televisivo ha sufrido el proceso de transformación más grande desde el momento de su creación. Dejando a un lado los impresionantes avances en el ámbito de las telecomunicaciones, en los que la televisión sigue ocupando un importante papel, y un elemento de convergencia entre las nuevas tendencias, el mayor cambio producido en el medio televisivo desde hace no más de un par de décadas obedece sin duda a sus contenidos, algo que ha encendido un profundo debate social. Pero no debemos olvidar que el profundo cambio que ha experimentado la televisión no es independiente. Podemos afirmar que desde el último cuarto del siglo pasado la sociedad occidental ha experimentado cambios con la suficiente entidad como para considerar que nos hallamos ante una nueva era, en sentido estricto. Esta nueva etapa en el desarrollo humano, en opinión de Gilles Lipovetsky[16]se caracteriza por elementos nuevos, causantes de la actual cultura posmoderna: la evolución tecnológica jamás ha alcanzado semejante expresión; nuevas aptitudes y sentimientos colectivos en los que predomina la carencia de grandes propósitos ni metas importantes que alcanzar; el narcisismo y culto al cuerpo renacen con dimensiones desconocidas hasta ahora; el consumismo constituye el nuevo motor de la sociedad; y finalmente, la imparable evolución de los medios de comunicación.
La televisión ha sido siempre permeable a los continuos cambios acaecidos en la realidad exterior, aunque ello obedezca a una mera cuestión de rentabilidad económica. Hay una relación evidente entre televisión, cultura y sociedad[17]Y no es menos evidente que la actual transformación que la sociedad occidental está viviendo, ha tenido su perfecta contrapartida en el ámbito televisivo. Los principales cambios originados en el medio televisivo se han plasmado tanto en contenidos como en horarios. En no más de dos o tres décadas, la televisión ha pasado de emitirse en unas franjas de televisión determinadas, con unos horarios restringidos, para terminar copando las veinticuatro horas de la programación diaria. Actualmente, se considera un medio de comunicación extraordinariamente estudiado por un colectivo de profesionales que no dejan nada al azar. La televisión queda estructurada en determinada tipología de géneros y formatos, como las series, el cine, el deporte, para actualmente, quedar estos últimos relegados a un segundo plano de la mano del fenómeno de los docudramas, popularmente conocidos como "telebasura", de los que hablaremos a lo largo de este capítulo. Y, en cualquier caso, la publicidad y la propaganda constituyen ahora más que nunca las fuentes principales de influencia y financiación[18]En términos generales, las programación emitida por el buen número de canales de televisión existentes a día de hoy, sino todos, han perseguido prioritariamente el espectáculo, en menor medida la información, y en proporción casi ínfima la educación, tendencia que comienza a agudizarse hasta generar un debate social que permanece abierto en relación a lo que ya se considera un proceso de degradación de los contenidos del medio televisivo, sin que los diversos convenios o acuerdos guiados con el espíritu cívico de la autorregulación hayan generado la más mínima esperanza en cuanto a la aportación de soluciones.
En la actualidad, proliferan las posturas críticas a este proceso de transformación, y cada vez son más las voces que incluso restan credibilidad a la información que proporciona el medio televisivo, argumentando que constituye un medio de enriquecimiento empresarial, dejado ya de ser un servicio público. Podemos decir, en palabras, de Martín Barbero, que la televisión se mueve "entre la queja y la fascinación", constituyendo "el más sofisticado dispositivo de moldeamiento y deformación de la cotidianeidad y los gustos de los sectores populares, y una de las mediaciones históricas más expresivas de matrices narrativas, gestuales y escenográficas del mundo cultural popular"[19]. Otros autores, como Sartori, caminan más allá, afirmando que "el vídeo está destronando al homo – sapiens producto de la cultura escrita, y convirtiéndolo en un homo – videns, para el cual, la palabra ha sido destronada por la imagen"[20]. En la actualidad, nuestra prensa y radio es extraordinaria por diversificación y calidad, pero el medio televisivo es el modelo dominante sin lugar a dudas.
Si seguimos partiendo de la idea acerca de una televisión como servicio público, debería subyacer en la entidad empresarial la necesidad de atender las diferentes necesidades de la población y, en general de la audiencia. Pero nuestro país es un claro ejemplo de cómo las diferentes cadenas generalistas, y también las estatales, han desatendido desde hace algunas décadas a un público tan específico como los niños y los jóvenes[21]La segunda mitad de los años noventa y el comienzo del nuevo siglo ha reflejado una realidad centrada en la progresiva eliminación de las parrillas de programación, espacios dedicados a los más jóvenes. Fue precisamente a mediados de los años noventa, cuando las principales entidades privadas, que desde su nacimiento habían mantenido en su programación de tarde espacios dirigidos a los niños, decidieron suprimirlos para sustituirlos por los llamados "magazines" de larga duración destinados a una audiencia mucho más amplia y desde luego más rentables desde el punto de vista de la publicidad contenidos en ellos. La situación es tan radical en la actualidad, que la programación televisiva de las jornadas festivas nacionales apenas queda alterada por el elevado número de menores que se incorporan a la audiencia televisiva es notable. Los horarios matinales, tanto de la semana como de sábados y domingos, tampoco se han salvado de esta nueva tendencia, dando lugar a la creación de los llamados "espacios contenedores", que no son más que aquellos presentados bajo una continuidad narrativa de un presentador o varios, que dan paso a diferentes secciones, como series o dibujos animados, alternados por una imponente dosis de publicidad y propaganda, incluso dentro del propio espacio, y no estando de más la pregunta de si es la publicidad el verdadero motivo de tales programas.
Es evidente que los contenidos televisivos en la actualidad se han transformado notablemente. Al margen de que las horas semanales dedicadas al público infantil hace algo más de dos décadas eran en número muy superiores a las que se ofrecen en la actualidad, la calidad de los espacios televisivos ha decaído de forma severa. Podemos afirmar que el actual medio televisivo adolece de cinco factores negativos que se han abierto paso fácilmente y que afectan de manera directa al entorno de los menores en general:
El primero de ellos es la violencia, cuyas cifras en pantalla parecen haberse multiplicado. Constituye uno de los problemas más importantes y que mayor preocupación suscita. Si la violencia es criticable, no hay nada peor que el que conlleve risa y no solo no tenga consecuencias negativas o desagradables sino positivas[22]patrón más que habitual en los contenidos televisivos actuales. Pese a que no todas las investigaciones han podido defender que exista una correlación exacta entre la exposición prolongada a los contenidos violentos de los mass media y las características de la personalidad, no parece idóneo mostrar de forma tan habitual ese tipo de contenidos, por no decir que si no se han podido demostrar efectos negativos, dudamos mucho que puedan generar precisamente el efecto contrario, especialmente en los menores.
Homogeneización o globalización de los contenidos. No existen límites en la emisión, siempre hay algo que ver en la pequeña pantalla durante las veinticuatro horas. En este marco no demasiado positivo, la televisión se ha vuelto en el alimento intelectual de aquellos individuos con escasos recursos. El cambiar continuamente de canal o llamado "zapping" es la consecuencia directa. Atiende al interés ferviente de contemplar lo que se está emitiendo en cualquier canal de televisión, significa un interés por todo y por nada a la vez, explorando rápida y vagamente, sin objetivo concreto, las distintas variedades televisivas, cumpliendo la ley del mínimo esfuerzo[23]
Los llamados "modelos televisivos" constituyen una figura estrechamente relacionada con la violencia. La televisión puede convertir fácilmente a un criminal o a una persona sin escrúpulos en un ídolo de masas, en función de quién o como protagonice el hecho violento. Por eso, en aquellos ámbitos culturales de baja exigencia moral, donde la televisión proporciona la mayoría de los estímulos e información, se hace más fácil la irresponsabilidad y justificación de la violencia, particularmente en la etapa de formación de la personalidad[24]Dentro de este bloque, no podemos olvidar la continua presencia de estereotipos. Estas figuras permiten la producción de gran cantidad de imágenes reduciendo a los protagonistas de la información o de la acción dramática a un mero rol. En la televisión, todo se pone a un mismo nivel, lo cual permite proporcionar credibilidad a formas de racismo o a fórmulas individualistas de recetas para triunfar en la vida.
Emisión de contenidos inadecuados en horario familiar. Ya hemos mencionado durante este capítulo cómo diversas leyes de ámbito comunitario y nacional regulan los contenidos de los programas, e incluso establecen un horario protegido para el menor, que se entiende respetado por los operadores de televisión. Este horario, que va desde las 6:00 a las 22:00 constituiría un campo ajeno a la emisión de imágenes violentas o de carácter pornográfico, así como contenidos que perjudiquen el desarrollo físico, mental o moral de los menores[25]y se extendería por igual al entorno publicitario. Asimismo, dentro de este horario se establecen unas franjas de especial protección. El incumplimiento de esta normativa, junto con los acuerdos y convenios que abogan por un espíritu de autorregulación de los operadores resulta poco menos que flagrante en la actualidad.
Finalmente, en nuestro tiempo nos enfrentamos al extendido fenómeno que acapara buena parte de la programación: la llamada "telebasura" Estos espacios, ampliamente criticados por muy diversos sectores, están directamente relacionados con la explotación de las debilidades humanas, haciéndoles pasar por modelos de conducta aceptables, cuyos cuestionables comportamientos son glorificados ante las cámaras. Son económicamente rentables al no precisar calidad técnica y se emiten buscando la audiencia familiar, provocan el interés morboso o insano, y no al sinónimo de popular sino de vulgar[26]La polémica ha provocado fuertes pronunciamientos por parte de formaciones políticas, asociaciones, miembros de la judicatura[27]o incluso el propio Defensor del Pueblo[28]Se han dado varios intentos de limitar la emisión de "telebasura" en televisión, forzando a las cadenas a comprometerse a limitar la estos espacios en lo que se considera horario infantil. Sin embargo, dicho compromiso no parece muy prometedor, dado los intereses económicos en juego y el nulo cumplimiento de anteriores compromisos para la limitación de la publicidad. Por el contrario, buena parte de la opinión pública, tanto de la sociedad como teóricos, sostienen que la responsabilidad recae directamente en las cadenas que emiten este tipo de contenidos, puesto que la eventual conculcación de determinados derechos no puede defenderse en ningún caso apelando a la libertad de expresión. Un buen número de autores argumentan que la "telebasura" es responsabilidad "de quien la provoca y no de quien la consume, al que se le encuadra en el rol de víctima. Añaden que el público ignora en su gran mayoría los efectos de sus decisiones y, en consecuencia, "falta una cultura de los medios suficiente como para poder decir que el público está eligiendo libremente"[29]. Algo sumamente grave en el caso de las audiencias más jóvenes.
La "telebasura", y en particular, su impacto en el menor, es un problema objetivo que tiene en España unas dimensiones más grandes que en otros países. En términos generales la polémica sobre las responsabilidades parte de un dilema, muy repetido en la actualidad, que plantea quien es el responsable de haber llegado esta situación en cuanto a la degradación de los contenidos. En esta línea hallamos dos posturas bien definidas en cuanto a la asignación de responsabilidades: el propio espectador o la empresa televisiva.
Algunos teóricos y los responsables de las televisiones que la emiten descargan la responsabilidad en el primero, considerándolo consecuencia en su toma de decisiones. Esta línea argumental apela igualmente a la libertad de expresión y, en segundo lugar, a la libertad de empresa, amparándose en la demanda de la audiencia, además de aportar estudios que centran la responsabilidad en la enseñanza del civismo en las familias y las instituciones educativas. Esta tendencia intenta adquirir cierto peso rescatando el papel que el Código de Autorregulación sobre contenidos televisivos e infancia otorga a los padres en cuanto a la formación de sus hijos. La gente que defiende el reino de los índices de audiencia afirma que no hay nada más democrático. Constituye sin duda el argumento favorito de los anunciantes y los publicitarios, secundados por determinados sociólogos, que identifican la crítica de los sondeos y de los índices de audiencia, relacionándolo con la idea del sufragio universal, y alegando que hay que dejar a la gente la libertad de juzgar, de elegir.[30]
Por el contrario, buena parte de la opinión pública, tanto de la sociedad como teóricos, sostienen que la responsabilidad recae directamente en las cadenas que emiten este tipo de contenidos, puesto que la eventual conculcación de determinados derechos no puede defenderse en ningún caso apelando a la libertad de expresión. Un buen número de autores argumentan que la "telebasura" es responsabilidad "de quien la provoca y no de quien la consume, al que se le encuadra en el rol de víctima. Añaden que el público ignora en su gran mayoría los efectos de sus decisiones y, en consecuencia, "falta una cultura de los medios suficiente como para poder decir que el público está eligiendo libremente"[31]. Algo sumamente grave en el caso de las audiencias más jóvenes.
2.2. Estudios acerca de la posible influencia del medio televisivo en la audiencia infantil.
2.2.1. Planteamientos originarios.
Los primeros pasos del medio televisivo no iban más allá de un sistema y envío de señales, pues tan siquiera los precursores de este medio tenían conocimiento o idea de su posible utilidad, algo que de alguna forma se sigue manteniendo de forma relativa por parte de cierto sector doctrinal al afirmar la dificultad para conocer aún hoy muchos de sus aspectos[32]De hecho, los primeros ensayos acerca de este medio se caracterizan por una profunda relativización de los contenidos que presentaba el medio televisivo, y el marcado interés del estudio del medio en sí. El poder de fascinación de este nuevo medio centró el interés del público en este en sí, reduciendo la importancia de su contenido. Superada esta primera fase, las investigaciones se centran en el comportamiento del público y en los efectos en la audiencia y sus sensaciones cuando se halla expuesta al medio televisivo[33]En este sentido, se debe admitir, entrados en el siglo XXI, y con un medio televisivo profundamente modificado y tecnológicamente avanzado, que los efectos con respecto a las posiciones del público[34]la forma de cómo el público usa la televisión y como esta se sirve del público, aun siguen siendo poco conocidos.
La extraordinaria expansión de este nuevo medio en las sociedades avanzadas, incluso desde sus primeros años de vida fue espectacular. En el período comprendido entre 1958 y 1963, en Estados Unidos, de los 47 millones de receptores se paso a los 60; en Gran Bretaña, de 7,5 millones a 12,5; en Japón, de 650.000 a los 13 millones; en Francia, de 683.000 a 4,3 millones[35]No en vano, desde el momento los aparatos receptores de este nuevo medio se popularizaban, comenzaron a hacerse eco los primeros planteamientos antropológicos que aseguraban profundos cambios en la sociedad y el efecto de sustitución que generaría este nuevo electrodoméstico sobre las antiguas tradiciones familiares. En esta línea, pese a que el estudio sobre los efectos audiovisuales se ha compuesto de una gran tipología en cuando a los sujetos de ensayo, el público infantil ha constituido siempre le colectivo más estudiado en cuanto a los efectos perniciosos que podría generar su exposición a los contenidos televisivos. Podemos afirmar que en función de los resultados obtenidos en las investigaciones sobre esta materia, realizadas antes de los años ochenta, se pueden adoptar dos posturas:
Desde un punto de vista negativo, se podría defender que el medio televisivo puede proporcionar una información correcta sobre actitudes y valores, y favoreciendo la generación o reforzamiento de estereotipos negativos. Los altos, y en auge, contenidos de violencia, los llamados "modelos televisivos" que promociona la televisión ante la sociedad, el sexo y contenidos inadecuados dentro del horario familiar, y el surgimiento del fenómeno de la "telebasura" constituyen los principales problemas en la actualidad.
En cuanto a los posibles efectos positivos, existen investigaciones que han defendido la televisión como medio de aprendizaje y contacto con el mundo.
Bajo este planteamiento, sigue en la actualidad existiendo dificultad a la hora de establecer conclusiones firmes en cuando a los efectos generales de la televisión, especialmente en el colectivo infantil. La incidencia de la televisión en los niños difiere en función de variables familiares sociales y personales, por no mencionar otros factores la disgregación geográfica, en el sentido de que la incidencia de la televisión en el ámbito metropolitano difiere en gran medida de los efectos que esta pudiera generar en la sociología rural o tercermundista. A ello se le suman las particularidades de la muestra social estudiada, en el sentido de que buena parte de los análisis se fundamentan en declaraciones de los propios menores, de relativo peso por factores como, por ejemplo, su defectuosa memorización, las fantasías, disimulos, el tiempo de consumo, etcétera[36]No obstante, es cierto que el proceso de metamorfosis de los contenidos a partir de los años noventa, y la proliferación de espacios televisivos transgresores en cuanto a su mensaje, están provocando que en los últimos años se generen pruebas con determinado peso en cuanto a los efectos negativos del medio televisivo, particularmente en menores[37]
Los estudios en este campo y sobre esta concreta muestra social se remontan a la segunda mitad del siglo XX. Podemos decir que el trabajo fundacional en este campo tiene su origen hace más de 50 años. El Departamento de Investigación de Audiencias de la cadena británica BBC sugirió a la Fundación Nuffield el patrocinio de una investigación sobre el impacto de la televisión en los niños y los adolescentes. Durante cuatro años, entre 1.954 y 1.958, H. T Himmelwit, Oppenheim y Vance se abocaron a estudiar los efectos de la televisión en la audiencia infantil y juvenil en una época en la que todavía una proporción considerable de hogares ingleses no tenían televisión, lo cual permitía realizar eficaces comparaciones entre los hábitos de quienes eran espectadores y no espectadores de la televisión. Las prematura, aunque relativa, alarma social acerca de los efectos perniciosos en cuanto los contenidos generales de la televisión sobre los niños lleva a la publicación de un estudio que toma como medio principal la encuesta a niños británicos de entre 13 y 14 años, y a sus respectivos maestros, sobre los que más llama su atención de lo que ven en la televisión. El estudio se publica en 1958 con los siguientes resultados:
El público infantil ha desplazado otros medios de ocio a favor de la televisión, ganando ventaja sobre cualquier otro medio, como la radio, la lectura o la industria del cine. La televisión tampoco les incita a otras actividades.
Los niños acceden a espacios destinados a adultos, con especial atención a aquellos que presentan la violencia en sus diversas formas. Sobre los efectos de la violencia no se tenía constancia de generar propensión a la agresividad, pero desde luego tampoco que pudieran generar efectos positivos.
La exposición al hábito de ver televisión puede tener efectos beneficiosos sobre el desarrollo de la inteligencia y habilidades sociales.
El siguiente estudio acerca de los efectos del medio televisivo en menores se desarrolla en Estados Unidos y Canadá en 1961. Sus autores, Schram, Lyle y Parker, tomarán como muestra aproximada para el estudio a unos 6000 niños y 2000 padres y maestros. No obstante, las conclusiones aportadas adolecen de un elevado grado de relatividad, concluyendo que para la mayoría del público infantil "la televisión no es, probablemente, perjudicial o beneficiosa de una forma especial"[38]. Una década más tarde, esta postura obtendría de alguna forma refrendo en diversos estudios sociológicos que abogaban por la incapacidad por parte de los medios de comunicación de masas en los cambios de actitud social, no constituyendo causa necesaria del mismo, por lo que tan solo suelen contribuir a reforzar lo existente que a producir cambios, por lo que actúan dentro y a través de un conjunto de factores o influencias[39]no siendo desde luego la principal. Pese a que las conclusiones de investigaciones realizadas hasta los años setenta inducían a pensar que los efectos perniciosos del medio televisivo habían sido de alguna forma innecesariamente exaltados, algunos autores intuían la posibilidad de que intereses político – empresariales hubieran estado detrás de estas conclusiones, presentando como prueba el sencillo hecho de que tan solo las generalizaciones sobre el limitado poder de la televisión han tenido publicidad[40]
En respuesta a la preocupación social acerca de las especulaciones públicas sobre el hecho de que la televisión era, de alguna forma, causante de buena parte de la ola de violencia que azotaba Estados Unidos en la década de los años sesenta y setenta, se constituyó en aquella nación una Comisión nacional[41]amparada por el Ejecutivo, para el estudio de las causas y prevención de la violencia. En este sentido, también se prestaría especial atención al colectivo de los menores. Si bien los estudios no fueron especialmente concluyentes sin determinar de forma detallada una relación causal entre la violencia y la exposición a contenidos de esta naturaleza en la televisión, un año más tarde, y como complemento a este bloque de investigaciones acerca de la violencia en los medios, diversos científicos sociales llevaron a cabo otra importante investigación sobre las conductas sociales en el mismo país. Lo llevó a cabo el Comité científico asesor sobre la televisión y la conducta social de la Dirección General de la Salud[42]El objetivo principal fue el de investigar los efectos que la violencia de la programación televisiva provocaba en las actitudes o conductas de los niños. Lo cierto es que los resultados tampoco fueron especialmente significativos, generando polémica en relación a la minimización de las conclusiones negativas de la televisión que había determinado este estudio respecto de otras investigaciones en las que se ponía de manifiesto la saturación de la violencia en la televisión, la cada vez más exposición de los menores a esta y, finalmente, las evidencias de que viendo programación de este contenido se incrementaban las posibilidades de generar conductas agresivas.
En cualquier caso, pese a la multiplicación de las investigaciones referente a la violencia en los medios y sus efectos hasta nuestros días, las conclusiones alcanzadas dejan aún abierto el interrogante acerca de la relación entre estas dos variables[43]La duda adquiere dimensiones mayores al introducir en la ecuación algunos datos característicos que se vienen dando en la televisión desde hace unas décadas y que atiende a la profunda transformación y a la vez degradación de los contenidos emitidos. Si bien cualquier teoría actual acerca de los efectos negativos de la televisión, especialmente en los niños, ha caminado siempre por el terreno de la hipótesis, no es menos cierto que la actual tendencia de la industria de la televisión, sumado a la globalización de los contenidos y la multiplicación de canales, podría llegar a generar efectos especialmente nocivos para el colectivo de los menores, cuyos efectos no tardarían en salir a la luz. Desde diversos flancos sociales y políticos comienza a ponerse de manifiesto, no sin un elevado grado de preocupación, está evidencia aun no del todo estudiada.
2.2.2. Datos actuales de nuestro entorno.
El análisis de las investigaciones llevadas a cabo en España sobre la relación entre la televisión y el colectivo infantil y adolescente no es del todo concluyente[44]Especialmente, hay carencias de estudios de carácter cualitativo o etnográfico, si bien comienzan a darse voces de alerta referente a la proliferación de contenidos dentro de los espacios televisivos que objetivamente tienen que ser nocivos, incluso para colectivos no necesariamente infantiles, enalteciendo impunemente un elevado número de contravalores. En cualquier caso, las investigaciones más completas a largo plazo de los posibles efectos pernicioso de estos espacios para la mentalidad infantil aun están por llegar. El ejemplo más significativo de las últimas investigaciones importantes lo constituye el Informe Pigmalión[45]consiguiendo abordar desde una perspectiva integradora algunos de los principales problemas en este ámbito dentro de nuestra realidad social. El objetivo es el de propiciar una proceso de mayor investigación, mayor debate, y más implicación y actuación pública y privada, dialogada y compartida[46]Los últimos estudios acerca de la relación entre la juventud y la infancia con el medio televisivo no arrojan resultados positivo, y es constante motivo de preocupación de un buen número de colectivos:
La realidad en nuestro país es que la televisión se ha convertido en la primera actividad de ocio infantil para el 30 % de los niños, habida cuenta de que, incluso antes de acabar el siglo XX, el 95,6 % de los hogares españoles disponía de un aparato de televisión, casi la mitad tienen dos y algo más de un 10 % tienen dos o más[47]Es un dato especialmente significativo este último, habida cuenta que en cualquier infravivienda puede faltar comida o servicios sanitarios, pero difícilmente un aparato de televisión, prácticamente encendido todo el día[48]Una investigación del Instituto de Creatividad e Innovaciones Educativas de la Universidad de Valencia, realizada en el año 2000, afirma que lo primero que hace un menor al llegar al hogar es conectar el aparato de televisión, antes que realizar labores académicas o jugar con su entorno social[49]
Los últimos estudios revelan que los niños y niñas españoles, de entre 4 y 12 años, pasan delante del televisor una media diaria de casi 200 minutos, o lo que es lo mismo, un cómputo anual de 990 horas[50]Datos, por otro lado, sorprendentemente parecidos a los registrados en adultos[51]Se está sobrepasando la media de cuatro horas al día, y en algunas edades se está llegando a las cinco. Así, el consumo de televisión por parte de la infancia supera al de cualquier otro bien o servicio, si añadimos el dato relativo al cómputo de horas anuales en la escuela: 960 horas. A ello le sumamos que es a las siete de la mañana cuando comienzan en la parrilla de las principales cadenas los espacios dirigidos a niños, que actualmente solo representa el 8 % del total de su programación, y que, en cualquier caso, presenta una horario totalmente inadecuado al haber sido adelantado unas doce horas para dar cabida a los nuevos formatos de tarde.
El 44% del tiempo que se tiene encendido el televisor se está a solas[52]dato que nos hace sospechar que quizás el medio está dejando de ser tan familiar, y que afecta igualmente al colectivo infantil.
Los niños han dejado de consumir de forma exclusiva productos dirigidos a ellos, ampliando su territorio a horarios y programas para adultos, disponiendo de una puerta abierta al mundo afectivo y sexual de los adultos. Las cifras, referidas a 2003, revelan que 674.000 niños de 4 a 12 años ven la televisión en "prime time", lo que representa el 5,1 por ciento de la audiencia que ve la televisión a esa hora. Además, 156.000 niños permanecen pegados a la pantalla a partir de las doce de la noche, lo que supone el 2,7 % de la audiencia que está a esa hora delante del televisor. El estudio al mismo respecto del año siguiente, realizado por las cadenas de televisión privadas Antena 3 y Telecinco, señaló que, de lunes a viernes, el pico de mayor audiencia infantil se produce a las 22:08 horas, con una media de 929.000 espectadores. Por edades, son los jóvenes los que mayor proporción pasan solos viendo la televisión, aproximadamente, un 45 % del total[53]Concretamente, la audiencia infantil y juvenil en la franja horaria comprendida entre las 22 y las 22:30 ha aumentado en un 42,5 %, con la consiguiente exposición de contenidos no apropiados, lo que a su vez provoca que los espacios televisivos por los que los niños sientan más afinidad no sean juegos o películas infantiles, sino programas de telerrealidad o magazines[54]
En definitiva, al margen de posibles conclusiones y medidas para paliar la situación, podemos determinar que los menores pasan muchas horas frente al televisor, ante lo que cabría preguntarnos, con quién comparten esos momentos, qué tipos de programas ven o si los programas infantiles tienen carácter realmente educativo[55]A ello se le suma el hecho de que sus progenitores no tienen una visión clara acerca de lo que sus hijos visualizan, resultando excepcional que los padres negocien con sus hijos los espacios que pueden ver[56]
La protección del menor como expresión del Interés General
3.1. El Código de Autorregulación de las Televisiones.
Página siguiente |