Entre las ciudades que fundan "conciudadanía" y las que son piedras yertas o centros deshumanizados, existe una serie de categorías intermedias que se sustentan en uno o dos rasgos dignos de hacerlos perdurar: Santiago de Chile, es una ciudad hecha de barrios yuxtapuestos, incapaces de levantar un centro digno de toda una nación, pero vitales para las necesidades de sus grupos humanos: Barrio comercial de Franklin; el Matadero síntesis de vida y muerte; el Cementerio y psiquiátrico aorillados por el río Mapocho; Barrio de la Estación, llegada y salida de curiosidad, sexo y negocios; el Centro, el Barrio Civico de los Ministerios, Bancos y Palacios de Justicia; más lejos, el Barrio Alto. Francia, París, es otra cosa, nació y se desarrolló con lógica, cartesianamente, hecha luz, "La Ciudad Luz" xde le llama. Desde el alto de la Torre Eiffel se observa un París radial, con centro y claras radiaciones. No es de este ensayo patentizar el alma latente de cada ciudad del mundo, sirvan estas sugerencias con el mero ánimo de abrir los ojos de mis lectores, en un mundo de ciudades, que nunca entenderemos bien sino es desde la vida misma de sus ciudadanos. El más pésimo entendedor de ciudades, es el apresurado turista, que montado en un autobús "Turisk", recorre acelerado la ciudad. Qué distinta la visión, que nos da María Mc Graham en su Diario de mi Residencia en Chile 1822. No tuvo prisa. Un año dedicó a conocer Chile y sus ciudades: Valparaíso, Viña, Quillota, Casa Blanca, Melipilla, Santiago…Cuando una ciudad ha cautivado a un visitante, éste queda irremediablemente prendido, y no tiene prisa; toma notas, cartas o diario, como es el caso de Mc Graham. Hoy los historiadores de Chile leen y citan con provecho este Diario; por sus páginas pasan en forma viva los políticos, como Bernardo O´Higgins a quien visitó, las familias aristocráticas y sus veladas, las chinganas populares. Para María Mc Graham los contornos rurales de Valparaíso o Santiago ponen en estas ciudades un sabor a productos del campo, gracia y, como ella dice, "olor a tierra". Los cronistas, viajeros y memorialistas en el Chile de fines del XIX y XX construyeron la imagen más humana que tenemos de nuestras ciudades. Ciertamente, operó en estos viajeros de lento tránsito filtros culturales: La visión colonialista de la ciudad, la visión neoclásica, la visión romántica, la visión romántico-realista que encontramos en Martín Rivas, aunque su autor es chileno. En ningún caso tales perspectivas visuales se contraponen o una niega a la otra. La ciudad es historia y en la historia convive el pasado con el presente y éste con el futuro.
No podemos cerrar este acápite sin una referencia al "espacio escénico o teatral y el espacio de la ciudad", con referencia concreta al Palacio Ducal de Urbino, anteriormente citado.
El teatro clásico supone siempre una ciudad donde la acción transcurre. Acción y espacio juegan en una gran unidad. Aquello que se dice por boca de los actores, se dice también de la ciudad. La ciudad en ese teatro, no es mero telón de fondo. ¿Entenderemos Edipo, rey, sin Tebas? ¿Entenderemos la Orestiada sin Micenas? No se entiende Fuenteovejuna sin el palacio del Contramaestre, la plaza donde Jacinta y Laurencia hablan sobre los abusos del Comendador, el palacio de los Reyes Católicos donde los habitantes de la villa presentan sus reclamos, y menos, sobre el asalto que los habitantes de la encomienda hacen al palacio de Fernando de Guzmán. Dígase lo mismo del teatro de Calderón de la Barca, Moliere y Shakespeare.
Existen dos espacios que se reiteran en el teatro del siglo XVI y XVII. Comparemos "El gran teatro del mundo" de Calderón de la Barca y la "Casa del Vizio e della Virtu" de Filarete. En ambos espacios se reduplica el sentido: palabra y escenario nos hablan de lo mismo. Dice Calderón: "Colóquese en la salida al escenario de la puerta izquierda una cuna, y en la puerta de salida del escenario en la parte izquierda, un sepulcro, pues al escenario del mundo entramos al nacer para hacer nuestro papel, y cumplido, salimos de él con la muerte". Filarete recomienda para el escenario dos puertas, una que conduce al vicio y la otra a la virtud, se asciende por una y se desciende por la otra. El Palacio Ducal de Urbino tiene la misma significación simbólica que en Calderón y Filarete: El espacio de la ciudad escénica no es para mirar, es para adentrarse en un espacio ético. La ciudad está hecha para hacer mejores a los hombres, son espacios de vida social, no están tanto para vivir como para "ser". En este sentido se justifica en varias obras dramáticas, se presenten espacios extemporáneos, pensemos en "Edipo Alcalde" de García Márquez o "Las Bacantes" en versión de Távora ; siempre son admisibles, si el "ser" queda más puesto en relieve con un escenario de otra época, que el "tener" una ciudad. En el juego de "ser" y "espacio", el "ser" debe prevalecer sobre su circunstancia.
SEGUNDA PARTE:
El existir de la ciudad
I. Nuestra ciudad latinoamericana. Arquitectura y Humanismo
Tras la ciudad medieval – como una huida del poco grato espacio feudal- y la ciudad renacentista, a la que se opuso la valoración de "lo natural" en Garcilaso de la Vega, Fray Luis de León en la "Oda a la vida retirada" y toda la literatura pastoril, llegó la fundación de la ciudad humanista levantada por los conquistadores. Sigo a Jesús Rodríguez Zepeda: "La invención de América es la historia de la invención de sus ciudades, México, Buenos Aires, Lima, Santiago, Bogotá. Contra lo que con frecuencia se cree, el mundo colonial de la América española no fue fundamentalmente rural y campesino, sino urbano y exquisitamente complejo. La política y el poder, con sus correlatos de vida artística e intelectual, se cultivaron en las ciudades latinoamericanas y, cuando fue posible, desde allí irradiaron a sus periferias. En las urbes americanas se proyectaron los movimientos de independencia y se fraguaron nuestros actuales Estados. La ciudad sigue alimentando la libertad, y a la vez tomando impulso de ella".
Es preciso valorar la concepción urbana de los conquistadores como centro irradiador de otros espacios. "Fundar" y "poblar" eran dos palabras para los conquistadores cargadas de profundo sentido: Lo primero y principal era la ciudad; ésta irradiaba después y aglutinaba otros espacios de conquista. En el alma de los conquistadores estaba su ciudad natal de España, trazada a cordel, disciplinada y lógica como la mente de Felipe II, doble del cuerpo de sus habitantes cuyos miembros no pueden estar descoyuntados, sino ampliamente integrados y proyectados hacia la fecundación. La fecundación del espacio vivible en España, trasplantado hacia América, estaba rigurosamente estructurado: Era el Pueblo, que aspiraba a Villa y ésta a Ciudad y la Ciudad a títulos mayores como "Muy Noble y Muy Leal".
La ciudad de la conquista y la colonia, así pues, estaba concebida en primer lugar como espacio público, todo en favor de las relaciones sociales: Paseos, iglesias, plazas, lugares de esparcimiento. Así lo captó Borges en "Fervor de Buenos Aires": "Mil plazas de Buenos Aires llenas de humano clamor". En verdad se puede hablar a este propósito de la ciudad colonial como una democracia de la convivencia, y hoy de nuestras ciudades como espacios de una democracia legal. Cuando las leyes suplantan lo justo, como tantas veces sucede entre nosotros, se produce inexorablemente: La marginalidad urbana, la venta indiscriminada de espacios públicos a privados, la creación de espacios de producción ahogando la vida familiar con su contaminación acústica, aérea o de aseo, el difícil flujo de habitantes, la abolición de la estética por los intereses privados. ¿Se puede hablar, en este sentido, de Santiago de Chile, Lima, Bogotá, Río de Janeiro o Buenos Aires como espacios con plenitud de convivencia? Escucho a Michael Janochka: No existe un Buenos Aires, existen muchos Buenos Aires y muchos porteños de acuerdo al sentimiento de sus habitantes y el sentido de pertenencia: Uno es el porteño, nacido en Buenos Aires, habitante de la zona central, particularmente de la zona norte, es el argentino castizo; el bonaerense es otro argentino, avecindado en Vicente López, San Isidro o San Fernando, por motivos profesionales se desplaza al centro de Buenos Aires, es un visitante; el porteño suburbano es otro habitante de Buenos Aires, por trabajo se fue del centro a las zonas donde se ahorra tiempo y dinero; vive en un edificio de varios pisos; para él Buenos Aires es un espacio de fácil subsistencia; el porteño del interior, avecindado en la capital, es otro bonaerense; para él Buenos Aires, por ser él de clase media, siente también la ciudad a medias. Buenos Aires es una ciudad excéntrica, acaso porque tuvo muchas dictaduras. Las dictaduras militares son siempre excéntricas: Hitler fundó ghetos, como el de Praga; Mussolini, fragmentó Roma al separar el Vaticano; Pinochet desglosó el poder político –"los señores políticos", decía él– mandándoles a Valparaíso; Franco aisló a los vascos y catalanes; Fidel Castro tiene dividida cada cuadra bajo el control de un representante suyo. No ha habido mayor ciudad excéntrica que la administrada como un ente legal y no como ente de convivencia.
II. La ciudad española, en América: Ley y espíritu
Carlos V había heredado el título de Emperador de los Romanos y había de ser fiel a él. En la mentalidad romana de imperio, el centro –Roma, la Urbs- y las provincias estaban concebidas como un organismo vivo, rigurosamente integrado. Las nuevas ciudades hispanoamericanas, debían responder a este principio, estar centradas y hablar a la vez en universal. Recordemos el nombre repetitivo de Santiago, centro y radio de expansión romana-católica: Santiago de Querétaro (México), Santiago de Guayaquil (Ecuador),Santiago de Cali (Colombia) Santiago del Nuevo Extremo (Chile), Santiago de las Misiones (Paraguay), Santiago de Chuco (Paraguay), Santiago de Cuba (Cuba), Santiago de Veraguas (Panamá), Santiago del Estero (Argentina), Santiago de Chiquitos (Bolivia), Santiago de los Caballeros, (Guatemala), Santiago de los Caballeros (Santo Domingo), Santiago de Atlitán (Honduras), Santiago de Managua (Nicaragua), Santiago de León (Venezuela). Santiago, eco centralista de Santiago de Compostela y replica de un mundo de peregrinaciones abiertas a toda Europa. Era la romanidad. La romanidad que se expresó en Hispanoamérica como catolicidad. Toda la Romanía, allí en el primer Santiago, peregrinó hacia España, ahora España en el siglo XVI peregrina hacia América a la grupa del caballo blanco de Santiago. Múltiples apariciones del apóstol registran las crónicas de nuestros países; como Santiago luchó contra los moros en Clavijo, España, ahora lo hace en Hispanoamérica en favor del asentamiento de los españoles en sus ciudades. El apóstol Santiago fue uno más de tantos apóstoles que dieron al Imperio Romano, nueva vida y "perduración" mediante la universalidad católica. No es un nombre accidental Santiago, legitima aquel testamento de Augusto "hacer perdurar el imperio".
La ciudad española en Hispanoamérica, ante todo y sobre todo es, así pues, una ciudad-misión, una réplica de la ciudad celeste; con ello, la ciudad en Hispanoamérica se constituye en ciudad de "paso": Panamá fue paso para Lima como Lima para Santiago. No estaba en el espíritu del español de aquel tiempo fundacional, el edificio de las seguridades. La historia de los terremotos en Latinoamérica da cuenta de la fragilidad de las construcciones, no tanto por la escasez de materiales, cuanto por el espíritu de "tránsito" que a la ciudad le daba el español.
Es significativo que, cuando Cristóbal Colón arribó a La Española en 1492, con los restos de la "Santa María" construyese el fuerte de "Navidad". "Santa María", "Navidad" Ciudad-Fuerte… un año más tarde esta ciudad inicial había desaparecido y levantaron los españoles otra, "Isabel", fiel igualmente al sentido español de transitoriedad, pues en el año 1508 también había desaparecido. Continuaron otras fundaciones como Santiago de los Caballeros, La Concepción de la Vega (1495), El Bonao (seguramente 1496-1498), todas levemente duraderas. Jorge Manrique, pocos años antes, les había fijado a los españoles el ideario, cuando escribía:
"Nuestras vidas son los ríos
Que van a dar a la mar
Que es el morir.
Allí van los señoríos
Derechos a se parar
Y consumir.
La estructura de la ciudad hispanoamericana empieza a tomar su particular sesgo urbanístico a partir de la fundación de Veracruz; Bernal Díaz nos la describe del siguiente modo: Una plaza rectangular; en una esquina la Catedral; al otro lado los edificios representativos de la Corona. Esta estructura urbanística tan simple, dará lugar más adelante al "lema": "Dios, Patria, Rey", Dios (Catedral), Patria (Plaza), Rey (Edificios administrativos). La Ciudad de México, (1563-1565) responderá poco tiempo después al mismo diseño y de ahí se trasladará a otras ciudades posteriormente fundadas.
Fe y ciudad se encuentran imbricados en el plano de fundación de ciudades hispanoamericanas. Se llega a pensar que fue precisamente la ciudad de Santa Fe, fundada por los Reyes Católicos en 1492, quien dio el modelo de plaza rectangular, iglesia y edificio público para el resto de las ciudades americanas. Autores hay que prefieren remitir la influencia de nuestras ciudades a Vitruvius, otros a los indígenas, el P. Guarda recuerda el texto medieval de Rodrigo Sánchez de Arévalo Suma de la Política, "que fabla como deven ser fundadase edificadas las Ciudades e villas"; sea de ello lo que fuere, rectangularidad de la plazas y presencia de la Catedral y edificio de la Real Audiencia, como en Santiago de Chile, siempre se repite una conjunción de lo cívico, sometido al poder civil y éste a la Ciudad Celeste. Poma de Ayala lo había captado perfectamente en los dibujos de su famosa crónica.
No nos debe pasar inadvertido, en esta réplica de ciudad terrestre-ciudad celeste, la denodada acción de los monjes; casi todas las capitales de países hispanoamericanos sitúan a las grandes Ordenes Religiosas de origen medieval, en el centro de la ciudad: Franciscanos, Agustinos, Dominicos. Hoy suele verse como un acierto económico, y lo es, pero no fue ese el objetivo al fundar las ciudades. El Códice de Mendieta pide que los monjes construyan ciudad, atendiendo a las caciquerías que haya que evangelizar. Santiago de Chile es un buen ejemplo de ello, Macul, Vitacura y Tobalaba, son nombres que aluden a estos sectores indígenas que había que evangelizar.
Lejos de nosotros creer platónicamente, que la ciudad española en Hispanoamérica era solo un trasunto espiritual. Esta era el alma. El cuerpo –véase la Ordenanza de Felipe II para fundar ciudades- estaba ajustado a la necesidad de cumplir con la idea clásica de "ciudad-ciudadano" o "convivencia", siendo estas Ordenanzas, minuciosísimas, la pauta pragmática. Lo expresa así Andrzej Wyrobisz : " Las formas de fundar una ciudad previstas por la ley y con toda seguridad verificadas y perduradas por la práctica colonizadora en las primeras décadas de la presencia de los españoles en el Nuevo Mundo, eran dos. La primera forma de proceder consistía en que el empresario con la adjudicación (que se obligare de poblar un pueblo de españoles) contraía algo así como un contrato (asiento) con la Corona, en base al que recibía cuatro leguas cuadradas de tierra, comprometiéndose en plazo fijo a fundar una ciudad de por lo menos 30 haciendas. Cada hacienda debería estar provista de una casa, diez vacas paridas, cuatro bueyes (o dos bueyes, dos novillos y una potranca), cinco lechonas, seis gallinas, veinte ovejas castellanas. El contratista recibía como recompensa un cuarto de las tierras municipales y además era nombrado noble. Si no cumplía en el plazo acordado, perdía no sólo el derecho a la fundación de la ciudad y los terrenos a él adjudicados, sino todo aquello que ya hubiese invertido, debiendo pagar además una multa de mil pesos en oro".
Tierras encomendadas, título de nobleza y derechos concedidos apuntaban fundamentalmente a las 30 haciendas y a los medios para la subsistencia de los futuros ciudadanos. La corrupción en que cayó después la hacienda – latifundio y patrón – nos indica que éste no fue el espíritu fundacional de la ciudad española, espacio para desarrollar la "projimidad".
III. Y qué dijo Aristóteles en su "Política", a cerca de la ciudad
La presencia de Aristóteles en la constitución de Hispanoamérica, no es un tema secundario. Lo ha estudiado con detención Rubén Osvaldo Chiappero y particularmente Silvio Zavala en su obra "La filosofía política en la conquista de América". Para Aristóteles, la ciudad es "la multitud de ciudadanos capaz de gobernarse por sí misma, de bastarse a sí misma, de procurarse en general todo lo necesario para la subsistencia". La ciudad para el Estagirita, es ante todo los ciudadanos, y, desde ellos, se proyecta la ciudad como espacio constructor de humanidad. La ciudad, concepto arquitectónico y espacial, presupone una antropología y una ética. El concepto de ciudad en Aristóteles es un concepto moral, no demográfico, geográfico o ecológico. Vivir en "multitud de ciudadanía" es ejercer las virtudes expuestas en la "Etica a Nicómaco". "Es cierto que los ciudadanos no pueden asemejarse todos en todo; sin embargo, no siendo ello posible, cada ciudadano, además de practicar las virtudes comunes, deberá saber cuáles son las suyas propias". El perfecto ciudadano será, así pues, el que sabe conjugar el "politikon" y el "logikon"; en cuanto "ser político", debe saber contribuir al bien común y en cuanto "ser racional o lógico", distinguir su concepto singular de persona. Ciudad y ciudadano será aquel doble concepto que crea a un sujeto de derechos y deberes, los deberes piden el ejercicio de las virtudes personales, los derechos se sustentan sobre una ética comunitaria. En la "Ética a Nicómaco", ambos derechos y deberes se encuentran claramente definidos. No es extraño que el grupo de obras morales de Aristóteles incluya en uno: La Etica, la Política, la Moral y la Constitución de Atenas, tal como aquí estamos observando.
Aristóteles estratifica mentalmente la constitución de la sociedad: El núcleo central, quedó señalado, es la antropología y como una parte de ella la ética, de la que dijo, no a todos obliga igual. El Estagirita sube una etapa más en su reflexión sobre la ciudad y el ciudadano: dentro de los ciudadanos, los que mandan son los más obligados a la ejemplaridad; ellos son espejo para los ciudadanos. Si en la tragedia griega las tres dinastías: tebana, atrida y troyana son sometidas a la prueba del dolor, Edipo autodesterrado, Agamenón asesinado por su esposa Clitemnestra, Ecuba en el desamparo, es porque en el dolor se prueba la virtud, y esta virtud extrema es ejemplar para tebanos, micénicos o troyanos. Más tarde, esta ejemplaridad propuesta en las tragedias de Esquilo, Sófocles y Eurípides, se traspasará al género literario llamado "Speculum principuum", "Espejo de príncipes". El Príncipe debe ser un espejo de la ciudadanía, así "Speculum principuum" de Salisbury, en Inglaterra; "El Cortesano" de Castiglione, en Italia; "El Príncipe y el Discreto" de Gracián, en España.
La ciudad para Aristóteles corona el proceso de la sociabilidad humana, le otorga sentido final o teleológico y "proporciona un horizonte trascendente a la actividad cotidiana de las personas", como ha dicho Jesús Rodríguez Zepeda en su estudio "La ciudad y el poder". Aristóteles es claro en señalar que la ciudad en cuanto espacio es como la mano, sin estar unida al cuerpo, a la vida total, a las virtudes éticas y de ciudadanía, no tendrá sentido. Una ciudad es la vida ciudadana hecha materialidad. La ciudad debe acusar el peso axiológico de los ciudadanos, es la meta oculta que persigue el grupo humano consciente o inconscientemente. Aquel que se margina de la vida colectiva, es un "idiota", en griego, un marginado que prefiere sus intereses privados y no de la ciudadanía; forzando el término griego, la ciudad es educadora, y queda en situación de "idiota", quien de ella se margina.
Fue Aristóteles, así pues, el primer urbanista y defensor de la ciudad como espacio de educación ética y estética, así como espacio de subsistencia y convivencia social. Los fundadores de América, de ideología aristotélico-tomista, a la hora de fundar ciudades, no podían estar ajenos a ello, no estuvieron ajenos a esto.
IV.- Tres visiones modernas de ciudad
a) La ciudad renacentista ideal
Hubo una época, siglo XV y XVI –tan coincidente con la conquista de América- en la que los hombres quisieron salvar a la ciudad para siempre. Para ello nada mejor que seguir en su diseño a Pitágoras o a Platón. ¿Quién podrá atentar contra la matemática o el incontaminado mundo de las ideas? Fue en Urbino. Allí el Duque de Montefeltro, hombre de fortuna y curioso, hizo de su palacio un centro de investigación para la construcción de dicha ciudad ideal. Reunió junto a León Battista Alberti y Piero de la Francesca a otros afamados humanistas interesados en perseguir la perspectiva teórica. El resultado fue un Renacimiento Matemático Italiano en la ciudad de Urbino. Hoy no se conoce mucho de ello. Han quedado tres ejemplos -pinturas al temple- en los museos de Urbino, Berlín y Baltimore, emblemáticas representaciones de aquel intento de "sublime amore", que diría Dante, por la ciudad.
Una ciudad, para no morir – se decían- debe estar sometida en primer lugar a la proporción ideal: Que apenas se vea –pintura– o sienta -arquitectura- uno se inunde de armonía. Porque ¿qué es la armonía, decía el fraile franciscano Luca Pacioli, allí entrometido, sino descubrir que la creación divina se expresa en relaciones matemáticas y proporciones numéricas que el hombre viste después de espacio? Pacioli no era un iluminado, Leonardo da Vinci lo someterá más tarde a una Regla más dura que la monástica, a la disciplina de su taller.
En aquel círculo humanista del palacio del Duque, se manejaron otras teorías para construir la ciudad ideal. Algunos sugerían que usando los cinco poliedros regulares expuestos por Platón, era posible crear relaciones puras entre los espacios y de ellas ver saltar la armonía divina. Hoy no se explican las pinturas de la Escuela de Urbino de aquella época sin este amor denodado por la ciudad. No serán, tal vez, buenas pinturas en cuanto pinturas, se han perdido muchas de ellas, pero hay que verlas como matemática vestida de espacio y color. El pensamiento es en estos cuadros más bello que su intento.
Se ha dicho que el Círculo de Urbino no podía llegar muy lejos, pues la pintura ilumina, crea atmósfera, está hecha más para el espacio que para el volumen, quien construye ciudades son las líneas. No se les pasó inadvertido esto a los humanistas de Urbino, pero su reflexión sobre el color fue otro: En una representación de ciudad ideal – se decían- las líneas geométricas deben estar siempre atenuadas por el color blanco que las hará flotar en su propia inmaterialidad; solo así la vida sensitiva se hará intelectiva y ésta espiritual y solo así el hombre se posesionará del espacio y la ciudad se convertirá en habitación humana celeste.
b) La ciudad neoclásica ideal
La ciudad neoclásica fue de otro modo. No se puede hablar de arquitectura del XVIII sin explícita referencia a León Defourny (1754-1818). El neoclasicismo fue esencialmente moral, no metafísico como el del Renacimiento. La ciudad entonces debía exhibir edificios públicos de tanta magnificencia como se le debe al Estado y con tanta modestia como conviene a la vida simple del ciudadano. Si la virtud es simple, simple debe ser la morada del francés; y seguía Defourny: "Si en el Antiguo Régimen los pervertidos cortesanos rebosaban de lujo, hoy, cuando todo ese cortejo de la tiranía ha desaparecido, reserven los artistas su genio para ponderar la virtud. Los grandes edificios deben producir grandes impresiones; los muros deben hablar; las consignas multiplicadas deben convertir nuestros edificios en libros de moral, lo que no quiere decir que nuestra arquitectura no deba regenerarse también en la Geometría".
El lector me va a permitir aquí, a propósito de "edificios como libros de moral" ,haga una pequeña digresión sobre la ciudad de Dulcinea, El Toboso. No se extrañe. No hay ciudad más libro que esta ciudad de la Mancha. Apenas el curioso viajero se baja del autobús, se ve sorprendido por una ciudad-libro o un libro-ciudad: Desde el frontis de la primera casa empieza uno a leer, casa tras casa, fragmentos ese capítulo XI de la Segunda Parte del Quijote, donde el afamado Hidalgo y Sancho ingresan "media noche era por filo" en busca del palacio de Dulcinea. Sancho sabía que no existía ni tal Dulcinea ni tal palacio, pero -por amor a los ideales de su amigo- le acompañó en tal elevado deseo. ¿Cómo desató Sancho tal embrollo en el que ese día se metió? "Mi amo, está amaneciendo, embosquémonos y volvamos otro día a buscar el palacio de Dulcinea, no sea que la Santa Hermandad, que nos anda buscando, nos encuentre". Y la solución del hábil torpe resultó ser más sabia que la del letrado amo. No se extrañe entonces el lector si también, viajero tras el Palacio de la Princesa de todos los sueños, el libro desaparece de una pared, pues hasta ahí llegó la entrada de nuestros dos amigos al Toboso.
Boullée.Etienne-Louis Boullée (1728-1799), matiza la idea neoclásica de ciudad de Defourny. Dejó escrita su teoría en un texto cuyo título es "Architecture. Essai sur l'art", redactado durante los años noventa del siglo XVIII. De aquí se desprende que no es la construcción lo que interesa a Boullée, sino su concepción, su idea, la poesía que la arquitectura pueda dar. Una ciudad para Boullée no es en primera instancia un espacio para vivir, sino para convivir con la arquitectura. "No era la utilidad o la construcción lo que hacía posible la arquitectura, sino, según Boullée, la forma de los edificios, su escala, la perfección de las figuras geométricas que permitían su existencia, de tal forma que en su claridad, rotundidad y simplicidad pudiesen conmover, emocionar, educar… Es más, quiso que la arquitectura fuese monumental, que fuese funcional cívica y moralmente, vinculándola al silencio, a las sombras, a la Naturaleza, a la Razón, al valor de lo infinito. Por eso no fue clásico ni neoclásico, sino que redujo la arquitectura a sus formas originarias, al cubo, a la pirámide, a la esfera y la llenó de sombras y luces. La iluminó o la oscureció según debiera el edificio anunciar alegría o tristeza" comenta Joaquín Yarza. La distancia con los arquitectos de Urbino, en cuanto a forma, es muy corta, y se unen en el mismo amor a la ciudad.
c).El siglo XX. Le Corbussier o la ciudad en deuda
Para Le Corbussier, en la concepción de la ciudad ideal han de conjugarse dos cosas, el habitar y el vivir. El habitar tiene que ver con la conjugación hermanada de hombre y espacio, el vivir apunta, en su concepción, con la supervivencia, el transporte, el trabajo, los espacios públicos y de diversión. Brasilia sería su modelo. Pero resulta que Brasilia, "la ciudad radiante" no ha resultado ser la ciudad modelo para el mundo. Han entrado otras variables distintas de aquellas del año 50 contempladas por Le Corbussier: la velocidad y el tiempo. Estos dos factores expresados en trenes de alta velocidad, han dado lugar a la ciudad-trabajo y la ciudad-satélite. La ciudad aledaña donde se vive y la ciudad de la fábrica. Pero resulta que aquélla, la ciudad satélite resulta ser más importante que la "ciudad planeta". Hoy no nos hemos percatado de ello, incluso a aquélla, la satélite, la llamamos despectivamente " Ciudad Dormitorio". El nuevo diseño de la ciudad ideal tendrá que humanizar esta ciudad del "estar" y no del "pasar", de la familia y no de la producción; convertir al "satélite" en "planeta" y a éste, por la alta velocidad con que se transforma mediante la industria, en mero fugaz cometa. Este es el nuevo reto que nos dejó Le Corbussier con su espléndido fracaso de Brasilia, una meditación sobre el espacio urbano y el hombre, que Al Farabi humanizaba en la Edad Media al decir: "Una ciudad debe ser como un cuerpo humano, saludable y perfecto" .
La ciudad ideal, primero dedicada a los dioses (Uruk), después hecha defensiva o Acrópolis (Atenas), platónica en XV con Piero de la Francesca, moralizada por el XVIII, más tarde en el siglo XX, comercial (Turín), del habitar y el vivir (Brasilia), sigue en deuda. La definición de Aristóteles sobre la ciudad, que expresa en su "Política" como: "Perfecto y absoluto conjunto o comunión de muchos pueblos en una unidad", está por hacer.
CONCLUSIÓN
La ciudad y nuestro tiempo
La ponderación que hemos hecho de la ciudad como "radicación", es decir, en tensionalidad entre centro y expansión, identidad y límite, no debe verse como modelo de habitación de perfección humana. La fórmula de la ciudad, como la de la persona, es la de un equilibrio entre vida exterior y vida interior. Si la ciudad es el doble del ciudadano, ella como éste tendrán una etapa de desarrollo de vida muy similar: Si el ser humano, formado ya, debe arrostrar el reto de ser con los otros; así debe suceder con la vida de la ciudad: Radialmente formada, deberá saber convivir con los barrios y zonas extremas de expansión. El Santiago Centro debe saber convivir con el Santiago del Matadero, Estación Central, Peñalolén, Lo Curro, La Florida y cercanías de San Bernardo; estos espacios aledaños al centro de la ciudad no desidentifican la urbe, si cumplen con la fórmula urbana "ex pluribus, unum", unidad en la pluralidad. Dígase lo mismo de Buenos Aires, tal como hemos definido las múltiples formas de ser porteño. Por lo demás, identidad y sectorización, es exigencia propia de nuestros tiempos sobre la que hemos de reflexionar un poco más.
Hubo un sabio benedictino Dom Lu que recomendaba a sus hermanos de occidente – embargados por el "pathos" del progresismo y fe en el futuro europeísta- meditasen en los rosetones de las espléndidas catedrales góticas. La rosa, modelo de perfección –Dante dibuja el Paraíso como una rosa- debe ser el modelo de la próxima civilización, y su ejemplo la ciudad: cada pétalo de la rosa nada es por sí y es todo unido a los demás. En el futuro de la civilización global cada cultura no deberá luchar contra la otra, no debe desaforadamente progresar como un meteoro suelto. La dirección es otra, si la historia llegó a su fin (Fukuyama) el símbolo de la rosa o la sabiduría de la integración de culturas –espacios distintos en el caso de la ciudad- será el nuevo modelo de civilización. La ciudad moderna debe ser escuela de mundos más amplios y ajenos. Tras la expansión de nuestras ciudades, casi en forma ilimitada, y tras el fraccionamiento de comunas, es la hora, no de expandir más el espacio urbano, sino de hacer de la ciudad una rosa enriquecida de múltiples barrios distintos y complementarios. Este es el imperativo de la nueva estética urbana. La ciudad como su habitante, tras su madurez debe salir a convivir, que es muy distinto del coexistir. De este espíritu de integración, que hoy día es universal, nos dan buena cuenta EE.UU. Europa y los Estados Árabes. La nueva ley de habitación de los humanos, es la ley de la yuxtaposición, que no es "oposición", sino ley de sintaxis. Nuevamente Grecia, aquellas múltiples "polis" –Atenas, Corinto, Tebas, Micenas y tantas otras- decidieron, cuando fue oportuno, entrar en hermandad con el Imperio de Alejandro Magno. Hoy se estudia este imperio como modelo de la nueva integración de los pueblos, y aquellas siete ciudades que en el oriente llevan el nombre de Alejandría, fueron modelos para una ampliación del imperio, sin desintegración.
Es cierto que nos cuesta desprendernos del linealismo europeo y su sentido fáustico, pero el surgimiento de espacios geográficos económicamente potentes como Japón, China, Canadá, Estados Unidos, Brasil etc. nos hace pensar en la existencia de otras culturas sustantivas con las cuales hay que convivir. La vieja idea de lo "incluyente" (Europa) y los "incluido" (el resto del mundo), debe dar lugar al continentalismo rosa, sustentado en las ciudades rosa. Lo que suceda a nivel mayor, deberá suceder a nivel menor, a escala ciudadana. Nuevamente la ciudad educadora, de acogida y expansión, de ser y ser con otros.
En esta dinámica continental y multicultural, las ciudades deben constituirse en pedagogía secreta de esta nueva forma ecuménica de vivir. Ver y ver en universal, empieza desde lo más cercano, la ciudad. La tendencia hacia un universalismo debe ir de lo simple a lo complejo. La ciudad es lo más simple. Los alumnos de nuestros liceos deben incorporar a sus lecciones de historia y geografía, la unidad de "Mi ciudad", donde deberán aprender a descubrir la riqueza de los múltiples barrios como riqueza de la ciudad total. Me permito sugerir más, la necesidad de estatuir "La fiesta de cada comuna", allí donde las pobres sectorizaciones se convertirán en ricas manifestaciones para disfrute y gozo de los demás barrios de la ciudad. El contrapunto musical, es buen ejemplo de la posibilidad de la unión de lo diverso. Todo ello debe conducir a un cambio de mentalidad, a una revolución cognitiva. Solo lograremos una integración de pueblos hispanoamericanos, si primero logramos integrarnos mentalmente a nivel elemental, que es el de mi barrio y mi ciudad.
Autor:
César García Álvarez
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