SER Y EXISTIR DE LA CIUDAD
El hombre se encuentra instalado en el espacio, escribía hace años Otto Bolnow en Hombre y Espacio. El filósofo alemán no reflexionó sobre los espacios constructores de humanidad – la casa, el barrio, la comuna, la ciudad, la provincia y la nación, así, de menor a mayor- no era su intención. Hoy inexperto piloto, invito a mi lector a hacer un vuelo rasante sobre la ciudad. Queden, como ajeno a nosotros la Uruk mesopotámica, la polis griega o la Roma, madre de ciudades. No es esto lo que nos interesa, es más simple y más complejo: ¿Qué es la ciudad?
Pero ¿es posible reflexionar sobre la ciudad, espacio humano, sin una aproximación a la idea de espacio e historia? Espace et Histoire, es el subtítulo de la última obra (1988) publicada por Fernad Braudel. No era infrecuente en la Francia de aquella época estas indagaciones entre dos ciencias distintas, Geografía e Historia; es así como Lucien Febvre y Vidal de la Blanche aparecen como una pantalla de fondo de la gran obra de Braudel. Haciendo breve historia de la problemática, los historiadoras de los Annales en el periodo de entreguerras y postguerra, abrió campos fecundos para el estudio de la antropología del mundo rural, aunque no tanto para la temática en sí de hombre y espacio. Italia se plegó a esta misma línea ruralista en Storia della agricultura italiana; los resultados fueron granados en el ámbito de la economía, no así en la interdisciplinariedad de estas últimas ramas del conocimiento.
En ambos casos, paradigma de otros muchos, el fruto mayor fue el estudio de la percepción del espacio, sus creencias y sensibilidades; en definitiva, su imaginario. El espacio como imaginario, tal como lo han recepcionado Durand y Bachelard (La Poética del Espacio) gana en riqueza gneosológica, pero pierde en categoría de ciencia social.
Falta una reflexión más profunda entre historia y espacio, una reflexión no desviada del objeto real, que potencie el medio como protagonista de historia. El tema que nos ocupa, el espacio de la ciudad, y la calidad de esta investigación, un ensayo, es buen camino para dar luz a esa orientación interdisciplinaria no lograda en plenitud: La ciudad, un espacio acotado y vivido con intensidad, para que no se nos fugue en dudosas historias más amplias, y el ensayo, el género de la intuición y la sugerencia, único género para dar cuenta de las reales "vividuras".
PRIMERA PARTE:
El ser de la ciudad
I.- La ciudad una necesidad
Una ciudad es en primer lugar un conjunto de casas para vivir. No importa su estructura, si la ciudad es bella o fea, esto es asunto para turistas; para el "ciudadano" la ciudad, su ciudad, constituye un órgano vital, la siente y la necesita como siente y necesita sus pulmones, el páncreas o los latidos pausados de su corazón. Las ciudades tienen una vida secreta que solo conocen los que han vivido largos años en ellas y han visto el nacimiento de este edificio, la madurez del otro o el estado de decrepitud del que está más allá. Las ciudades, como los hombres, tienen secreta vida que habla con tono de confidencia a sus habitantes. "Ciudad" y "ciudadano", no son nombres dados al azar, la vida de uno es la vida del otro, por ello comparten nombres.
Un día Francisco de Quevedo, imaginativamente convertido en un viejo soldado de las tropas del Emperador, regresaba a casa tras largas campañas, quién sabe si de la Provenza de Francisco I o del Amburgo de los Príncipes alemanes, escribió un soneto de oro que empieza así:
"Miré los muros de la patria mía
si un tiempo fuertes, ya desmoronados
de la carrera del tiempo cansados
por quien caduca toda valentía"
"Miré". Los ojos miran lo que aman y ven lo que observan. Se fijan los ojos en muchas cosas: En la nube que frágil es llevada rauda por el viento otoñal, se fijan en la Cordillera, siempre majestuosa y lejana; pero los ojos están hechos para un mirar cercano, casi íntimo, las casas de la ciudad y sus muros que todos los días al hombre acompañan. Cuando las casas se convierten en "muros", ayer "fuertes" y hoy "desmoronados", como dice el poeta, es que algo serio ha pasado en la ciudad. Casas, edificios, centros de atención privada o pública, hablan, tienen voces secretas que al ciudadano le dicen, como a Francisco de Quevedo, "tú vida, es como mi vida, tiempo que pasa y horas que se consumen". A esto se llama sensibilidad de la ciudad.
Nunca me ha parecido algo más inútil – por lo superficial- que esos autobuses rojos, generalmente de dos pisos, que recorren lentos algunas ciudades en el intento de mostrar barrios, casas, calles a los turistas. Hay turismo "life" y turismo inteligente. Este referido es un turismo "life". El turismo inteligente se diferencia del otro porque se ven pocas cosas, pero en profundidad. "Las calles se patean", me decía un amigo mío, y ciertamente es así. Se patean y se conversan. Recuerdo a este propósito, una entrevista tenida con el escritor argentino Ricardo Rojas, el inventor de la palabra "Amerindia". Me contaba de su viaje a la españolísima ciudad de Avila:"…había leído previamente casi todas las obras de Santa Teresa, me decía; no quería llegar a la castellana ciudad sin escuchar el tono y timbre de la Santa Mística; entonces, un día vi salir de la catedral a dos empañoladas señoras que conversaban y conversaban no sé de qué asunto religioso; me apresté a ir tras ellas, – "por la secreta escala disfrazada"- para escuchar el hablar; una señora, la de voz más dulce, pero no menos potente, me pareció ser la voz transplantada de Santa Teresa. Así hablaba Santa Teresa de Jesús, me dije; éste es el tono del hablar del siglo XVI, el tono y timbre que en adelante voy a escuchar cuando relea las obras de la Santa. Logré, así, ponerme sonoramente en el Siglo de Oro español. No olvidaré esta experiencia".
La ciudad es, así, tan imperiosa, porque somos "con", "en" y "entre" la ciudad. Ella es nuestra circunstancia, y circunstancia es una palabra que indica (circum) "al rededor" y (stare) "en nuestro estar", somos uno con ella. Los presocráticos nunca entendieron al hombre sin su identificación con la "fisis"; el orden de la "fisis", decían, debe ser el orden de las personas. Recordemos, por lo anecdótico, aquella fábula con la que los Cínicos explicaban el comportamiento "físico-humano" a sus discípulos: Una vez, decían, dos vacas se quedaron a dormir en gélida noche en el campo. La escarcha cubrió de blanco hielo sus cuerpos y pasto; a la mañana siguiente, el esfuerzo por levantarse y ponerse de pie para los dos vacunos resultaba inútil; se movían y se movían sin apenas desprenderse ni una brizna del suelo. Al final, una de ellas, la más impaciente, tras largas horas logró zafar todo su cuerpo, menos el rabo. Decidió finalmente con sus dientes cortar tal apéndice y se incorporó, aunque mutilada, gozosa al campo, no sin el asombro de su compañera, más paciente y que fiel al ritmo de la naturaleza esperó a que saliese el sol y, descongelada, se levantó sin mutilación alguna. Hay que respetar la "fisis" decían.
Somos "con", "en" y "entre la ciudad". Las palabras, entre comillas por la categoría que denotan. Los griegos definían el espacio oponiendo lo lleno a lo vacío. Ser "en la ciudad" es llenar la ciudad, dar existencia a la ciudad; los pensadores griegos jugaban a veces con "ser" y "no ser" como sinónimos de "lleno" y "vacío". Entonces tenemos ya una serie de palabras con grosor ontológico: Existencia humana, espacio, materia. La mirada de Platón y Aristóteles refrenda esto: Para Platón el espacio es un receptáculo vacío, presto a llenar y la "polis" es el espacio lleno para Aristóteles. Para Aristóteles el espacio "topos" conlleva también lo lleno, pero desde todas las direcciones. El espacio ejerce atrae, hermana al cuerpo que está en él, al ciudadano en primer lugar, pues es el agente del propio "topos" de la "polis".
La Edad Media, en este afán de concretizar más los conceptos griegos de espacio, hablaron de locus (espacio),situs (ámbito),spatium (lugar). En la incipiente fundación de las ciudades, estos términos estaban cargados de alta significación espacial y humana. Tomo un texto en el que Gonzalo de Berceo da cuenta de la "Vida de Santo Domingo"; escribe "natus in spatiun Silii", nació en la ciudad de Silos. El espacio, palabra material latina, se une a "natus", al ser humano. No hay ciudad sin humanidad. El "situs" de Santo Domingo, es el espacio geográfico de la Rioja. La ciudad se encuentra reguardada por el "situs", el contorno. En otro contexto, también medieval, se habla de Zamora como "situs":"La bien cercada", porque la circunda el río Duero y la ciñe después las murallas. Ese es su "situs". El "locus" donde Santo Domingo vivió, es más que "spatium" y "situs", es "locus Castellae", Castilla. Siempre la ciudad como el espacio privilegiado y protegido por el "locus" y "situs".
II.- La ciudad como circunstancia
La ciudad es factor humano de otra manera, en cuanto espacio circunstancial. En cuanto "circunstancia" la ciudad se nos aleja, tiene vida propia, en cuanto "stare" nos acompaña. "Convivimos" más bien con la ciudad, tiene ella su vida como nosotros la nuestra, pero sin negar nuestras fraternales interdependencias. Acaso nos explique mejor esto aquello de los derechos y deberes, que solo entendemos si los vemos como correlativos. Estamos acostumbrados a proyectar a todo la idea lógica de "género supremo y diferencia específica", aquí la ciudad, allí su habitante, la mesa al otro lado, un libro no es una silla y un niño se diferencia no por género supremo de un hombre, sino por su diferencia específica; esto está bien en el orden lógico, pero no en el vital, como es la relación de ciudad y ciudadano. Antes que apareciese la metafísica, la "fisis" -leamos ciudad en nuestro caso- era llamada "fuente viva"; aparecida la abstracta reflexión y se la llamó parmenídeamente, ser. La ciudad para el ciudadano es "fuente viva", para el forastero, un ser, mera ciudad, como puede ser Lima, Bogotá o Santiago de Chile.
Hoy estamos en un mundo de emigrantes ¿qué sentido humano tiene la ciudad para el emigrante? También los griegos, tan amigos de llegar a las cosas fundamentales, hablaron de ello. Los sofístas llegaron a decir: "Todo es a qué atenerse sobre lo que necesitamos para vivir". La ciudad para el emigrante es eso, un modo de vivir, un a qué atenerse. La compleja situación del emigrante es la de pertenecer a dos mundos, y para resolver tamaña situación, buscan crear en la patria ajena la suya propia. En todas las ciudades donde habitan emigrantes se fundan estas extrañas colonias: "La Pequeña Lima" en Santiago, el "Barrio Turco" en Münich, "El Barrio Moro" en Madrid. En la Edad Media a Granada se le llamó por los árabes "La Ceca", por oposición a la lejana "Meca", y trataron de hacer en la Alhambra un palacio tan cómodo y lujoso como el de oriente. No pensemos que existe cambio de habitualidad en la segunda o tercera generación de ciudadanos emigrantes, siempre les perseguirá el ADN de la ciudad de sus abuelos, y levantarán estadios, colegios y centros que les lleve a recordar la patria del más lejano origen. ¿ La ciudad marca la constitución genética del hombre? Dejemos el tema para otra ocasión no sin recordar aquel viaje en sueños que un día tuvo K. Jung y que le llevó a descubrir su Teoría del Inconsciente Colectivo: Se sintió viajar por época distintas que se le expresaban en diversos pisos de un edificio, decorados cada uno según épocas distintas; en todos se sentía bien, como se sintieron bien sus antepasados que revivían en su inconsciente colectivo. La ciudad de nuestros antepasados vive en nosotros. Es posible que no la hayamos visitado, que poco a nada sepamos de ella, pero escuchamos su nombre, y nuestra sensibilidad se estremece, no es un nombre cualquiera. Muchas ciudades habitan en nosotros, con distinta voz, tono y timbre, la del contralto, es la nuestra.
III.- La ciudad como apego y ocultamiento
La ciudad, si no tiene ADN, que es mucho decir, tiene "apego". La palabra "apego" conlleva una carga material que no vamos a aliviar. Cuántas veces hemos topado, queriendo o sin querer, con esa esquina que nos interrumpe el paso o ese poste que delata la poca generosidad del Servicio Eléctrico. "Ese niño está muy apegado a usted", se dice. La calle donde por primera vez me enamoré, tiene apego; la plaza del primer beso, tiene apego; me hablan con afecto de apego, la escuela donde estudié, el árbol donde me subí, la plaza donde jugué…La ciudad tiene voces de apego. Un día esas voces susurraron en la oreja de Borges y escribió "Fervor de Buenos Aires". No me resisto a poner aquí, por lo significativa, esa calle del libro que lleva el nombre de "La desconocida":
PENUMBRA DE LA paloma
llamaron los hebreos a la iniciación de la tarde
cuando la sombra no entorpece los pasos
y la venida de la noche se advierte
como una música esperada y antigua,
como un grato declive.
En esa hora en que la luz
tiene una figura de arena,
di con una calle ignorada,
abierta en noble anchura de terraza
cuyas cornisas y paredes mostraban
colores blandos como el mismo cielo…
Era "La Desconocida". Uno de los misterios de la ciudad, como la de Borges, es que ama ocultarse, es otra forma de apego. Siempre una esquina, la cornisa de una ventana, el juego de dos calles que permiten se asome otro edificio más vistoso. Quien no cargue con la cámara de fotos, no conoce a su ciudad. La ciudad es bella mujer que busca siempre sorprender y a la que de mil modos y maneras grabamos sus cientos de posturas en una cámara. Cuando regresamos de un largo viaje, la pregunta es siempre la misma:"¿Y viste aquello?" Generalmente no hemos visto lo que al otro le sorprendió, porque así es la ciudad, tiene dos caras la patente y la latente, y es más rica ésta llena de ricas ocultedades que la otra que nos mira todos los días.
He meditado largamente sobre estos apegos humanos de la ciudad, de sus secretos y sus magias y he descubierto que la ciudad existe porque no existe, explicaré el retruécano. Con solo casas, calles, un árbol aquí y el otro allá, veredas y patios, no hay ciudad, esos son cosas y las cosas no son la ciudad, la ciudad existe porque existo yo que unifico todos esos elementos y los hago mi vida, ella es mi ciudad, sin mi, la ciudad se desgranada inconexa de sentidos. Acaso sea esta la razón de esa "matrimoniedad" entre ciudad y ciudadano. La ciudad es un espacio para vivir y en mi vivir se recompone la ciudad. Las viejas escisiones entre sujeto y objeto, herederas de las otras más antiguas: ideas y cosas, lo sensible y lo inteligible, esencia y existencia, este dualismo no funciona bien para definir la vida en la ciudad.
IV.- La ciudad tiene su centro
Prometí en anteriores páginas, hacer un vuelo rasante sobre la ciudad. Ahora, vistas ya las primeras casas, que nos han ofrecido un remanso de reflexión, observo La Plaza. La Plaza, en singular, porque cada ciudad tiene La Plaza y múltiples plazas. La Plaza con mayúscula siempre lleva un apellido mayor: Plaza de San Marcos en Venecia, Plaza Mayor de Madrid, Plaza de Armas en algunas ciudades latinoamericanas. La Plaza es el centro y esto es decir mucho. No hay ciudad sin centro, ese punto inicial que un día se ensanchó elástico hasta llegar a lo que es hoy la ciudad, crecida y tal vez desmesurada. Entre el centro y los extremos siempre hay una ilación de estructura y contenido, por eso, por extensa que sea como Río o México, siempre la identificamos con el mismo nombre, no se nos fuga etérea. Nada hay en el centro que no se expanda como veloz rayo hasta tocar los extremos, como nada existe en la periferia que para hacerse ciudad, haya de pagar sus alcabalas.
La geometría geográfica y humana de la ciudad tienen la misma fórmula, la saben hasta los niños de escuela: Sin límites no hay configuración. El área de la ciudad es insobornable, siempre nos dice "ni más allá, ni más acá", aunque otras casas de otra ciudad continúen las nuestras. La polis griega vivía de este principio con lo que le daba a la ciudad su magnitud humana, el "ne quid nimis", el nada demasiado délfico. Lo demasiado en la ciudad siempre era rechazado, incluso cuando se trataba de una foránea intromisión de acentos. Cuenta Tucídides, riguroso historiador de las Guerras del Peloponeso que un soldado de Esparta encontró en su misión de espía dos tablillas con dos opuestos mensajes, en uno se decía: "Huyan, porque los atenienses están cerca", en la otra: "Los atenienses han huido ante nuestra superioridad, pueden retirarse". Por el distinto uso de los acentos, el hábil soldado espartano reconoció que el primer mensaje había sido escrito por un ateniense enemigo, comunicó el recto mensaje y desde ese día se dijo: "Por un acento se ganó la batalla". Esta fijación de límites por distintos usos de la fonética, se dio incluso entre los judíos. Nos dicen los Evangelios que un día Jesús se encontró con una samaritana en el brocal de un pozo; Jesús le dice: "Dame de beber". Y le contesta la mujer de siete maridos, que lo identificó por la fonética: "¿Cómo tú siendo judío, me pides agua a mi, que soy una samaritana?" Las ciudades como las personas, tienen su voz y en la voz guardan su identidad.
V.- Volver a la ciudad
Cuántos no han vuelto, tras muchos años, a su ciudad, todos odiseos por mares o tierras lejanas. En todos la misma sensación:"¡ Cómo ha cambiado mi ciudad, menos la plaza!" Son instantes en que se nos despierta la conciencia escatológica. La ciudad nos invita entonces a verla y vernos de otro modo. Cuando nos fuimos, la saludábamos desde el avión, vertical y estática, ahora la dimensionamos futuramente horizontal, amiga del tiempo cambiante y hasta la muerte; la ciudad -ahora viejo- me dice que ella me acompaña hasta los últimos límites de la existencia. ¿Quién sabe si más allá? Las religiones nos hablan de otra ciudad y existencia en la que ésta no se "consume", se "insume". Porque amo a la ciudad, amo la otra vida, si aquélla no existe, ¡qué vale toda ésta! Me dedico mejor a pintar grafitys en sus paredes, cuanto más feos, mejor. Las ciudades en muchas culturas antiguas, mantenían la fe en esta persistencia del lugar al fundar en nombre de un dios o Santo Patrón su primer espacio. Atenea no fue elegida por los atenienses como protectora de Atenas, ella blandió sus alas, todavía no cortadas, y disputó a Poseidón el patronazgo de la ciudad. Después, desde su santuario en la Acrópolis, dibujó la "Senda Sagrada" por donde otras ciudades podrán encaminarse hacia el Olimpo. El espacio de los dioses y el espacio de los hombres, la inmortalidad, tan distantes en el antiguo mundo hebreo y en el mundo griego, empezó así a romperse. Faltará poco para que cada hogar tenga su fuego sagrado y Manes protectores y diga Horacio : "Non omnis moriar" y Jesús "Yo soy el camino, la verdad y la vida" y Quevedo esté dispuesto a "nadar el agua fría" del Aqueronte para volver a esta vida, allí donde "ardía" su corazón, porque lo que se amó y se amó muchas veces, "no podrá ser destruido por ley tan severa". Tendremos que decir que las ciudades seguirán con paso más quedo que nosotros hacia el más allá, pero, como el poeta, nuestros restos "polvo serán, pero polvo enamorado" (Quevedo), siempre soñarán desde el más allá este más acá donde nos construimos y nos "destruimos".
Solo conozco una ciudad que murió antes que sus habitantes, Famagusta. Invadida la isla de Chipre en 1974 por los turcos, y dividida en dos, dejaron esta ciudad deshabitada como testimonio de lo que ellos podían hacer contra cualquier resistencia ulterior grecochipriota. Famagusta, 38 años deshabitada, llamando al polvo de los años para que se apresure a sepultarla. Ya no se observan avenidas, el césped inunda sus calles: ya no resisten los techos, se inclinan cansados sobre las antiguas moradas; se apagó la luz en ella; el agua se cortó; los árboles se secaron. Famagusta, ciudad-cementerio por obra de los turcos. Allí llegan hoy sus antiguos habitantes a verla tras las alambradas. Desde un alto mirador, vi un día a un anciano jubilado reclamar una silla para ver su casa; llegaba a las 1o de la mañana, a las tres se retiraba, no hablaba con nadie. Así dos años, viendo silencioso su casa cautivada y abatida. Después nunca más lo vieron. Se adelantó en la muerte a la muerte de su ciudad. Los que más le conocieron, dicen que solo habló una vez, el último día, hablaba solo: "Las culebras – decía- pueden entrar a mi casa, y yo no". De otro famagustano, me contaron: Le afeitaba su hijo; el anciano padre había perdido la memoria, de nada se acordaba y se quejaba así a su hijo: "Señor, no sé como podré pagarle este servicio, no tengo plata". Su hijo le respondió:" No importa, señor, le afeito gratis". Seguía el silencio en la memoria del anciano, no se acordaba ni siquiera quien lo atendía. De golpe su hijo le preguntó: "Señor, ¿y usted de dónde es?" Y el anciano lúcido de veinte años contestó sin titubear: "De Famagusta". La ciudad vence la impertérrita memoria.
VI. Toda ciudad es sagrada
Toda ciudad auténtica, es sagrada, se la nombra como "mi ciudad"; y solo se habla de "mío", cuando nos referimos a algo muy íntimo, como el caso del grecochipriota famagustino; de las demás cosas nuestras, pero exteriores a nosotros se dice "me pertenece". La ciudad – Roma antigua- fue fundada bajo el signo de los augures y se puso bajo la protección sagrada de los lares. Atenea, como se dijo, eligió la polis de Atenas para sí, en dura disputa con Poseidón, y teniendo a los ciudadanos atenienses como jueces. El Cuzco fue reconocido como centro de energía sagrada. Santa fue Jerusalén para los hebreos, como La Meca para los musulmanes, como Santiago de Compostela para los españoles y Roma para los católicos. Los países latinoamericanos, fieles a esta sacralidad de la ciudad, han levantado un templo votivo al que han consagrado el país y sus ciudades: Maipú para los chilenos con su Virgen del Carmen, Copacabana para los bolivianos, La Virgen de Pompeya para los argentinos, y no se entiende Cuba sin la Virgen del Cobre como a México sin la Virgen de Guadalupe . De ese centro sagrado, como desde Delfos en Grecia, se derrama el fuego sagrado para cada una de las casas de sus habitantes. Desde antiguo los manes eran los dioses protectores del hogar, que significa "focus", fuego.
Cuando la ciudad se funda con un rito sagrado, como Santiago de Chile, o se coloca una imagen sagrada en lo más alto de su espacio como el Cristo Redentor en Río, es que la ciudad es mucho más que lugar de comercio, fábricas, bancos o administración pública. Es ante todo y sobre todo un espacio sagrado, porque es donde sus habitantes han nacido, han hecho su vida y la tierra de esa ciudad los acogerá tras la muerte.
La sacralidad de la ciudad, de las ciudades –aunque muchas de ellas han sido invadidas por la profanidad- ha motivado la peregrinación a la ciudad; en la profanidad se dice visita a la ciudad. La ciudad como objeto de una peregrinación, tiene un sentido de recuperación humana y espiritual: Se adquieren compras, sí, pero sobre todo se ven monumentos a los héroes, se visita dónde partió la ciudad, la independencia; el visitante observa la catedral o iglesia mayor, visita los museos síntesis de la historia pasada. La ciudad no es ajena al sentimiento de la persona. Entre los libros de viajes en la Edad Media se encuentran aquellos que dan cuenta de viajes sagrados a ciudades sagradas. Es admirable cómo estos libros, dan razones a veces para que otros peregrinos lleguen de mejor modo a esa ciudad, así El Códice Calixtino –tristemente robado y alegremente encontrado- verdadera guía para llegar a Santiago de Compostela; otro libro es la Guía para viajeros a Tierra Santa de fray Riccoldo da Monte di Santa Croce, para él el viaje a Jerusalem es de transformación espiritual; cada piedra de la ciudad sagrada, dice, "nos habla", "nos grita" las palabras de Jesús. Este tipo de viajes, como el de los musulmanes a La Meca, nos habla de la recuperación de un tiempo pasado, que hay que recrear. Viajar, peregrinar a esas ciudades demandaba en el pasado, una preparación espiritual; los sacerdotes guías sometían a sus fieles a una serie de predicaciones o retiros de preparación espiritual; recuérdese la obra de Roberto Rusconi Gerusalemme nella predicazione popolare quatrocentesca tra milenio, ricordo di viaggio e luogo sacro"; fueron famosos predicadores de peregrinación, los franciscanos Michele Cárcamo da Milano (Florencia 1461) Bernardo Caimi da Milano (1478). Estos viajes, en muchos casos, como efecto de una transformación espiritual, dieron lugar después a testimonios arquitectónicos, así Bernardo Caimi, con la ayuda económica de varios peregrinos, levantó una réplica de los edificios vistos, del Monte Calvario por ejemplo, en Novara; Tommaso da Firenze en el siglo XVI, hará algo similar en Valdelsa. Numerosos libros de espiritualidad se escribieron en la época con el título de "Viaje espiritual", particularmente en Flandes, dando lugar a una interiorización de esos viajes; hasta San Juan de la Cruz escribe Subida al Monte Carmelo. La palabra "recuerdo", "ricordo" data, según el Diccionario Crítico Etimológico de Joan Corominas, precisamente de esta época de viajes medievales. "Recuerdo" es llevar en el corazón la ciudad sagrada, pues ella "trocó el corazón", como dice la Monja Egeria, también peregrina a Jerusalén. Hoy, en la época de la profanidad, tras un viaje a una ciudad interesante, también se llevan recuerdos para los parientes o amigos, pero muchas veces no va en ellos el corazón: en algunos el afecto, sí; en otros la obligación; en algunos la vanidad de decir "soy muy viajado".
VII.- Ciudad y época
Cada época concede a la ciudad un sesgo humano particular. Me detendré en aquello que Mario Del Treppo llamó "ciudad fronteriza". Frontera aquí tiene una significación política, pero sobre todo comercial; hablo de la ciudad "colonia" en la época fenicia – Málaga (Malacca) y Cádiz, lo fueron-; "ciudad emporio", llaman otros – Ampurias (Emporio) lo fue para los griegos-; Sevilla se constituyó "ciudad enlace" con América. Algunos de los problemas más serios que tuvo el Imperio Bizantino, fue precisamente, cómo conectarse con la "polis", la ciudad de Constantinopla: Los sueldos a los soldados no llegaban o llegaban tarde, la comunicación no era fluida y los dos frentes, oriental o persa y occidental o de los reinos bárbaros se fortificaban más. Hoy día, ante la globalización y firmas de "libre mercado", se repite aquel modelo que fue fenicio, griego, romano de los "castros", veneciano en la Edad Media, de Sevilla en la Edad Moderna. Merece una reflexión sobre ello. Los errores de aquellas metrópolis "fronteras", pueden ser nuestros propios errores.
La ciudad "frontera", de "enlace" o de "globalización" tiene una vida lanzada hacia el exterior, hacia la "colonia", el "emporio" o "ciudad amiga". Es legítimo preguntarse ¿qué papel juegan estas ciudades, que viven más hacia el exterior que hacia el interior de sus propios ciudadanos? Examinemos aquí algunas ventajas y falencias que en el pasado sufrieron o gozaron ciertas ciudades.
1.- Quien no vive de sí, estará propenso a sorpresivos cambios de ascensos o descensos. Las crisis económicas que hoy hemos vivido, estando su causa a muchos kilómetros de distancia nuestra –crisis asiática, última de Estados Unidos, hoy de Grecia, España, Italia- nos habla de ello. Esta variable de inestabilidad debíamos haberla aprendido de viejas experiencias que sufrieron en el pasado aquellas ciudades que hicieron sus vidas dependientes de "colonias". Un ejemplo. Hasta el siglo VIII, Amalfi fue un oscuro e insignificante puerto comercial, la crisis naval árabe del 752-820, levantó esta ciudad a una significación global, se constituyó en eje militar, político, comercial y sobre todo diplomático de todo el Mediterráneo; los mundos lombardo, árabe y bizantino, reconocieron en Amalfi una ciudad coordinadora de convivencias. Era muy difícil no encontrar amalfianos, del siglo VIII al X, en ciudades de alguna importancia. Decía el poeta Guglielmo de Puglia "Haec gens est totum notissima per orbem", gente destacada en todo el mundo.
La mirada exterior de la ciudad frontera, no debe ser causa de la muerte del par "ciudad-ciudadano". La ciudad siempre será la casa del ciudadano. Amalfi lo entendió así. Supo que una de las causas del éxito de la "Urbs", de Roma, fue saber articular las legiones, con los campesinos y éstos con la administración. Lo había advertido Virgilio al escribir la "Eneida", las "Geórgicas" y las "Bucólicas", tres obras que son la articulación de una unidad humana que haría grande a Roma. Cuando estas tres miradas romanas se olvidaron, Roma entró en la decadencia. Amalfi se constituyó al estilo romano, en una ciudad marinera y campesina a la vez. Supo mirar hacia afuera, tanto como hacia adentro. Atenea, la diosa de la sabiduría, se lo había advertido a los griegos: Después de las luchas exitosas contra los Persas, se cortó las alas, y pidió que se le erigiese un pequeño templo en la Acrópolis, el de "Atenea Nike Aptera" (la Atenea de las alas cortadas). Se cortó las alas para decir a los helenos, el mar sí, las luchas por la libertad, sí; pero el olivo es la tierra, que siempre permanecerá. Los amalfinos comerciantes exitosos fuera de su ciudad, volvían a su patria chica e invertían sus caudales en el campo, ésta fue su sabiduría. Grecia, España y otros países europeos hoy en crisis, no operaron de este modo: El desarrollo económico de estos países, operó de modo contrario, llevó a los campesinos a abandonar el agro, despoblaron los pueblos y juzgaron que la ciudad vale más que la tierra. No sabían que la ciudad vale en tanto en cuanto tiene un diálogo fecundo con los pueblos y sus campesinos, es su circunstancia natural. Las ciudades latinoamericanas, hoy aspirantes al desarrollo, deben aprender esta lección, que fue precisamente la virgiliana: héroes y nobles conductores de la ciudad (Eneida) sin olvidar el campo y la naturaleza pura pastoril (Geórgicas y Bucólicas). Los textos medievales que hablan de Amalfi, ninguno dice de sus habitantes que fuesen "mercatores", siendo mercaderes todos, pero no lo eran de alma, su alma era la ciudad; estaban en los negocios de Constantinopla, El Cairo, Nápoles, Jerusalén, pero su gloria, ser amalfinos, ciudad de donde partieron y hacia donde siempre desearon regresar. De la casa se sale, pero siempre se vuelve a ella. Cuando llegue la decadencia de Amalfi, del XII al XV, ante la competencia de Venecia, pudieron orientar su vida hacia otros horizontes, sin traumas ni desdenes, como viven actualmente Grecia y España. Esto nos dice que, en la historia de las ciudad, no hay ciudad pequeña, todas encierran una gran lección.
Amalfi fue suplantada por otras "ciudades –fronteras", la más importante, Venecia. No hay historia medieval del Mediterráneo, sin considerar a Venecia. ¿Qué lección nos da Venecia, para un mundo de ciudades en estado de frontera? Recordemos que los medios aéreos y terrestres de comunicación, así como la televisión e internet, nos hacen vivir hoy en cualquier ciudad en condición de frontera.
Cuando uno viaja por las islas griegas, y también al Atica, como Dafni, es muy difícil no encontrar persistentes presencias de Venecia; pero Venecia tuvo una equivocación, creer que los intercambios comerciales, las cooperaciones militares, y hasta el dominio de algunas islas griegas como Rodas, tenía como fin hacer una "Venecia ampliada", un imperio, "mutanda mutandis", al estilo romano. Pero Venecia no era Roma. Roma nació bajo un concepto de "Romanidad", Venecia se instaló en el Mediterráneo como sola ciudad comercial, militar, diplomática y con derecho a administrar algunas islas. Toda ciudad que quiera proyectarse, debe tener previamente un noble y claro ideario, una irrenunciable conciencia de lo que es su ciudad y sus ciudadanos, cuya alma quiere compartir. Roma tuvo ideario, partió siendo ella misma y así se proyectó en el románico, en los idiomas romances, en el Derecho Romano, en los espacios de la Romanía, en los "romanoi" bizantinos, en la herencia imperial carolingia, del Sacro Imperio Romano-Germánico y de Carlos V, Emperador de los Romanos. El testamento de Augusto, conservado por Suetonio lo dice expresamente: "Que me sea dado mantener salva e íntegra las res-pública, y verla perdurar a través de los siglo". Y Roma perduró.
En un mundo de ciudades globalizantes, como las que hoy tenemos, Venecia, la de ayer, es ejemplar en muchas cosas, pero no lo es como "ciudad proyectiva". Se equivoca la señora Merkel, como se equivoca el señor Chavez y se equivocó Fidel Castro, si quieren germanizar Europa, bolivarizar América o socializar el mundo. Los grandes estadistas, han sido antes filósofos de la política, que ejecutores pragmáticos de ella. La idea marxista de "el pensamiento surge y acompaña la acción", no pareciera estar en lo cierto. La revolución francesa estuvo antes bajo la peluca de Voltaire, Diderot y Descartes que en manos de Robespierre. Venecia fue un antiguo caso de esta realidad fracasada. Y es que los filósofos no estaban en Venecia, estaban en Florencia, allí: Bessarion, Ficino, Savonarolla, Gemisto Pleth0n, Castiglione, Petrarca, y los pintores, que decían: "persigo cierta idea".
Sevilla fue un tercer ejemplo de ciudad-emporio. Descubierta América, Sevilla se constituyó en ciudad-frontera con América. Allí llegó Colón, allí en el Barrio Triana contrató a los marineros que hoy recuerda una lápida, allí se estableció la Casa de Contratación y allí descansan hoy los restos del navegante, de su hijo, y el Archivo de Indias.
No es fácil decir en un ensayo, todo lo que significó Sevilla, como ciudad, para las ciudades de Hispanoamérica. No es fácil, pues en el Archivo de Indias existen 90 millones de documentos sobre estas tierras y 8.000 planos. Pero estos simples datos, ya nos indican que Sevilla, por mandato de Felipe II, fue una ciudad "escrupulosamente legal". Toda proyección de Sevilla hacia América, estaba previamente pensado desde las leyes y allí quedaba registrado. La lección es clara: Hoy más que nunca toda ciudad que quiera vivir al filo del siglo XXI o ser agente globalizante, debe partir por el Derecho Internacional, por las leyes, aunque las leyes nada harán sin el espíritu de las leyes. ¿Cuál fue el espíritu español, emanado de Sevilla, y que se proyectó a las ciudades de Hispanoamérica? Esto merece un acápite aparte.
VIII. Un apunte sobre la ciudad en la literatura
Los teóricos de la literatura hablan de tres elementos estructurantes del mundo literario: Personaje, Acción y Espacio y allí donde estos tres elementos se dan con plenitud de integración es en la ciudad. En el Espacio de la ciudad viven en unidad: Personajes, que están ahí para hacer algo juntos..
Asomarnos a la literatura de ciudad – literatura citadina, no sé por qué se la llama con palabra tan extraña – es acercarnos a la ciudad hecha sentimiento, conciudadanía, dirá Benveniste. ¿Qué es la conciudadanía? Veamos Micenas, hoy restos de un pasado vibrante que Homero recogió en la Ilíada. Contemplar Micenas hoy es sentir un cuerpo frío, de restos pétreos desconyuntados cuya alma emigró de esta vida hace muchos siglos; una ciudad arqueológica, sin conciudadanía. Nunca se humanizó más la ciudad, que cuando vivió su historia real bajo el mando de Agamenón, o vivió una vida ficticia en la literatura de Homero. Homero hace revivir la ciudad de Micenas, aunque apenas pronuncie su nombre. Es Micenas en la Ilíada, un nombre fresco, humanizado, un nombre con numen o misterio, como decían los latinos.
Una ciudad (civitas) es tal cuando vive con el "civis", cuando crea conciudadanía. Ciudad y ciudadano fundan una comunidad humana, el "son politikón" aristotélico. Por eso el doble verbal y vivo de los romanos, ciudad-ciudadano, fue para los griegos "polis" y "politis" y en otros idiomas se expresa en forma muy similar, "city" – "citizen" en inglés, "cité" – "citoyen" en francés. La Unesco acaba de reconocer (2004) algunas ciudades como ámbitos de conciudadanía, "ciudades creativas" las llama, su primera condición es haber logrado entre espacio y personaje ciudadano una síntesis fecunda de cultura; ésta, entendida como la atmósfera que los habitantes de ese espacio respiraron o respiran. El caso opuesto a "polis" – "politis", "civitas" – "civis" es el Londres de la novela" "Mundo Feliz" de A. Huxley, allí donde la desidentificación con una ciudad tecnificada, lleva a uno de sus protagonistas a la locura; hace años vi a un chileno exiliado de su país gritar enloquecido por las calles de Berlín, ¡"Santiago"! ¡"Santiago"! cuando lo quise amparar, cayó muerto. La peor condena política es ser desterrado, porque es quitarle la tierra, la sustentación de sus pies, que es su pueblo, su villa, su ciudad, como en l historia señalada. Contaré de otro caso: Fui invitado a tomar un té a la casa del Embajador de Chile en Roma; me extrañó que su hijo, de 5 años, estuviese encerrado todos los días en su habitación. Pregunté a mi amigo diplomático la razón de este aislamiento de su hijo, si no tenía amigos o salía a la plaza con la empleada, a jugar con otros compañeros. Me respondió, tristemente me respondió, prefiere poner música chilena o grabaciones en castellano, el idioma italiano, le asusta. El habla de la ciudad es su idioma, cortado éste, el extrañamiento, el exilio, aunque sea hijo de un diplomático, se produce. La conciudadanía se expresa en las calles, edificios, plazas, monumentos, gentes, pero sobre todo en el hablar en común, éste es el aglutinante espiritual de ciudad y ciudadano.
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