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Simposio Nacional Sobre Democracia y Vida Cotidiana (México) (página 5)


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Pero, en fin, veamos en primera instancia lo que Samuel Ramos formula acerca de nuestro carácter. Él piensa que el mexicano no es un hombre inferior, y que tal sentimiento de inferioridad lo oculta falseando, por un lado, la representación del mundo externo y, por el otro, falseando también la idea que tiene de sí mismo; ese es el motivo por el cual exalta su valor gritando que tiene muchos huevos, o afirmando -en los combates verbales que entabla-, ¡yo soy tu padre cabrón!; combates que aprovecha para atribuir al adversario una femineidad imaginaria, convencido de que el falo que evoca es símbolo de poder, pero sin llegar a imaginar que su propio desplante de valentía es en realidad una fanfarronada, una cortina de humo de su impotencia.

El mexicano -continúa Ramos- "tiene habitualmente un estado de ánimo que revela un malestar interior… es pasional, agresivo y guerrero por debilidad" (Ibid, p. 302), siempre trata de mantener ocultas "ciertas verdades" y se mueve en función no de lo que es, sino de lo que quisiera ser. "La nota de su carácter que más resalta a primera vista es la desconfianza. (Pero) tal actitud es previa al contacto con los hombres y las cosas… Se trata de una desconfianza irracional (que lo ha llevado a que) suprima su vida una de sus dimensiones más importantes: el futuro" (p. 301). Finalmente, una nota íntimamente relacionada con la desconfianza es la susceptibilidad. El desempeño está siempre temeroso de todo, y vive alerta, presto a la defensiva. Recela de cualquier gesto, de cualquier movimiento, de cualquier palabra. Todo lo interpreta como una ofensa" (p. 302). Por todo ello, concluye Ramos, podemos representamos al mexicano como un hombre que huye de sí mismo para refugiarse en un mundo ficticio. Aunque de este modo, por supuesto, no pueda liquidar su drama psicológico.

Con ideas muy parecidas a las de este autor, Iturriaga (1951), otro de los grandes caracterólogos mexicanos, afirma que nuestros compatriotas padecen "un hondo sentimiento de menor valla, (ese) que arranca de su pasado colonial, de su condición de raza vencida, de la inferioridad técnica de su civilización frente a la del conquistador, (pero de la cual) nacen todas sus virtudes y todos sus defectos" (p. 612). Por lo mismo, se puede observar que el sentimiento de inferioridad provoca casos impresionantes de supercompensación, y el mexicano es, sin lugar a dudas, pródigo en esto.

De acuerdo a la visión de Iturriaga, los principales rasgos caracterológicos que tiene el mexicano son los siguientes:

1) La timidez es uno de los más frecuentes, a pesar de que se sabe que el mexicano suele ser audaz y valiente en grado extremo, gracias a que posee un profundo y atávico desprecio a la vida, que esotra forma de rendirle culto a la muerte.

2) Ser reservado y poseer una gran capacidad para disimular sus emociones es otra de sus virtudes, aunque la misma tiene una explicación histórica, toda vez que "el aborigen nunca sabía si el blanco que se le acercaba le habría de hacer bien o mal. Por eso (y desde entonces) disimula" (Ibid, p. 613).

3) En el extremo opuesto a lo que podríamos llamar carácter racional, el mexicano se ubica en lado sentimental; su tendencia al autismo y a la inmovilidad, (más) su condición de introvertido… (sólo pueden verse como) el resultado de su desconfianza a un medio social y natural que le ha sido muy hostil. Y acaso su falta de vivacidad se debe asimismo a la desnutrición secular que ha padecido…" (Ibid, p. 613).

4) El mexicano es también de naturaleza triste;, aunque posee un agudo sentido del humor que sabe emplear como instrumento ofensivo y defensivo en el terreno de su áspera sociabilidad, dentro de un civismo precario encaminado hacia la política electoral.

5) Otro de sus rasgos es que "es muy susceptible e irritable, y cae a menudo en rijosidad, (la cual puede explicarse diciendo) que descansa en un exceso de amor propio, evidenciador de su sentimiento de menorvalía; (pero también), más como una compensación superada, sabe ser altivo y orgulloso" (Ibid, p. 614).

6) Por otra parte, el mexicano "tiene un agudo sentido del ridículo, proveniente de la gran autocensura que ejercita sobre sí" (Ibid, p. 615).

7) "En oposición a lo que se cree, no es gregario, sino individualista, profundamente individualista y carece de espíritu de colaboración. Su insociabilidad y rispidez lo incapacitan para convivir sin fricciones con los demás o para trabajar creadoramente en equipo. Probablemente de aquí brotan su marginalidad en la esfera política, su apatía ciudadana y su inclinación a infringir las leyes en vigor" (p. 615).

8) "Como un saldo que en su conciencia dejó la presión de las autoridades virreinales, el mexicano siente el antagonismo básico hacia el aparato gubernamental,… (pues aquel) impacto tiránico sedimentó en su conciencia una incapacidad para expresar sus inconformidades y sus aspiraciones mediante un civismo activo, haciéndolo tan sólo a través de la lucha armada… (Tal hecho, o mejor dicho, la) falta de adiestramiento en la vida pública lo conduce a una vida cívica marginal;, y, en lugar de asociarse en partidos políticos, prefiere hacer política de oposición en las paredes de los gabinetes, en donde estampa sus opiniones políticas" (p. 616).

9) Otra de sus notorias características, es que exhibe frecuentemente un sentimiento de ostentosa masculinidad; es aficionado al piropo y a las invocaciones y ademanes pornográficos; "diríase que lleva siempre un saldo pendiente con él mismo, un déficit sexual que aún no ha satisfecho" (p. 617).

10) Por si le faltara algún atributo negativo, "el mexicano es albúrico y sólo se mueve al impulso de la gana; es decir, carece de una voluntad aplicada a la modificación de la realidad circundante", y aunque ello se deba a "la pobreza y hostilidad del medio geográfico, a la escasa productividad de su trabajo, a la desnutrición secular (que padece) y al gran volumen de insalubridad (que enfrenta)", su voluntad, de cualquier forma, está ya irremediablemente colapsada (p. 619).

11) Pero, el mexicano es, sobre todo, imprevisor, pues carece de sentido del transcurso del tiempo, y "su tendencia a la impuntualidad se explica (precisamente) por el escaso valor que le otorga al (propio) tiempo" (p. 620).

12) Por último, debemos señalar que hay otros muchos atributos que lo distinguen, vgr., el de que es inconstante, dispendioso, improvisado, faltista, supersticioso y micrómano (es decir, que tiene predilección por lo pequeño).

Si bien este es el aspecto caracterológico que Iturriaga dibuja para el mexicano, el mismo autor advierte que muchos de estos ingredientes "son susceptibles de desaparecer tan pronto se modifiquen las condiciones económicas, políticas y sociales que propiciaron su creación" (p. 624), criterio que también expresa Octavio Paz, como veremos más adelante. Esto quiere decir que los factores macroestructurales operan en calidad de grandes variables independientes sobre el carácter mexicano, al cual le otorgan o le imprimen, dentro de su consistencia, cierta flexibilidad.

Y ya que hablamos de Paz, diremos que en su conocida obra "El Laberinto de la Soledad", que se editó por primera vez en 1950, el lector encuentra una caracterización del mexicano no muy diferente de las que hemos revisado ya. El ahora Premio Nobel de literatura afirma que aunque "en nuestro territorio conviven no sólo distintas razas y lenguas, sino varios niveles históricos -(pues) hay quienes viven antes de la historia; otros, como los otomíes, desplazados por sucesivas invasiones, al margen de ella-. Y sin acudir a estos extremos, varias épocas se enfrentan, se ignoran o se entredevoran sobre una misma tierra o separadas apenas por unos kilómetros. Bajo un mismo cielo, con héroes, costumbres, calendarios y nociones morales diferentes, viven "católicos de Pedro el Ermitaño y jacobinos de la Era Terciaria" (1981, 11), todo ello justamente propicia que se pueda hablar no de una "ilusoria psicología nacional", sino de la importante como "reveladora insistencia con que en ciertos periodos los pueblos se vuelven sobre sí mismos y se interrogan" (Ibid, p. 9), lo cual opinamos nosotros, vuelve a ser pertinente para la época de crisis que nos ha tocado vivir.

Paz asegura que más profundo que el sentimiento de inferioridad en el mexicano, es la soledad, esto es, la actitud de sentirse distinto, lo cual es, por supuesto, un hecho real, pues "somos de verdad distintos. Y, de verdad, estamos solos" (p. 18); así lo prueba nuestra historia, en la que hemos buscado nuestra filiación y nuestro origen. Sucesivamente hispanizados, afrancesados, etc., vamos como los cometas, tras nuestras catástrofe, queriendo volver a ser sol, el centro de la vida de donde un día -¿en la conquista, o en la independencia? fuimos desprendidos. Por eso, tal vez, somos creyentes, amamos los mitos y las leyendas y mentimos por fantasía, por desesperación o por superar nuestra vida sórdida; por eso también nos emborrachamos, para confesarnos; somos nihilistas, desconfiados, tristes y sarcásticos, quietistas y disfrutamos de nuestras llagas; por eso creemos que el mundo se puede redimir lo mismo en la comunión que en la fiesta; por eso el pecado es la expresión mítica de la conciencia de nosotros mismos, de nuestra sociedad (pp. 20-25).

Más en términos psicológicos, Paz sostiene que los mexicanos somos herméticos, y que ello es un recurso de nuestro recelo y de nuestra desconfianza, esas mismas actitudes que tiñen todas nuestras relaciones con los demás hombres. Y a ellas hay que agregarles las virtudes populares que nos caracterizan, tales como la resignación, el pudor, el recato y la reserva ceremoniosa ("la virtud que más estimamos en las mujeres -dice Paz- es el recato, y en los hombres, la reserva", p. 31).

Pero Paz distingue entre mujeres y hombres: la mujer -dice- es sufrida, y por esa vía llega a ser invulnerable, impasible y estoica; el hombre, en cambio, se entrega al juego de albures, esas trampas verbales que utilizamos para anonadar al adversario, donde el vencido es el que no puede contestar, el que se traga las palabras de su enemigo, y como todos sabemos que las palabras usadas son sexualmente agresivas, y sobre él caen las burlas y los escarnios de los espectadores.

Sin embargo, el mexicano es también mentiroso; la razón es que la mentira refleja simultáneamente nuestras carencias y nuestros apetitos, lo que somos y lo que deseamos ser. Luego entonces, todos los mexicanos somos simuladores. Y aunque muy probablemente el disimulo nació en la Colonia, y ésta ha desaparecido ya, nosotros seguimos conservando el temor, la desconfianza y el recelo, que hemos reproducido debido a una dialéctica histórica de acciones y reacciones. Esto es, nuestro recelo provoca el ajeno, y de igual modo, "la desconfianza, el disimulo, la reserva cortés que cierra el paso al extraño, la ironía y todas, en fin, las oscilaciones psíquicas con que eludimos la mirada ajena, (hacen que) nos eludamos a nosotros mismos, y son rasgos de gente dominada, que teme y que finge frente al señor" (p. 64).

Finalmente, Paz resalta lo mismo que Iturriaga, a saber: que el carácter de los mexicanos es un producto de las circunstancias sociales imperantes en nuestro país, y que nuestra historia es la historia de esas circunstancias: la Colonia, la Independencia, la Revolución Mexicana, etc., todas las cuales "han contribuido a perpetuar y hacer más neta esta psicología servil, puesto que no hemos logrado suprimir la miseria popular, ni las exasperantes diferencias sociales" (p. 64).

La nueva Psicología Nacional

Lo que aquí asignamos como psicología nacional se refiere a un conjunto de atributos, de formas de acción, de valores y de símbolos que comparten en lo general, durante un período histórico dado, la casi totalidad de los habitantes del país; derivándose de ello fuertes lazos de integración o de cohesión, sentimientos de pertenencia e identidad. Tal país -o nación si se prefiere- es el equivalente a una contribución política" en el sentido amplio, es decir, considerada "en todas sus vertientes psicológicas, sociales, culturales y económicas" (Capello, s/fecha, "Acerca de la conciencia nacional", en Fundamentos y crónicas de Psicología Social Mexicana, Somepso, año 1, No. 1, México, D.F., p. 125). Así por ejemplo, podemos afirmar que

1) de la religión católica -que es profesada por más del 90% de los habitantes de México-;

2) el idioma español -que es hablado por una indiscutible mayoría nacional-;

3) del uso cotidiano de los símbolos patrios (la bandera, sus colores, el himno nacional, los héroes, etc.) -que están más que arraigados en las estructuras cognitivas y emocionales del pueblo-, y

4) de costumbres varias, ritos, gustos, espectáculos deportivos y modos de ser y de hacer las cosas en común, deviene una innegable identidad que tiene alcances nacionales, es decir que da lugar a un acto de conciencia acerca de quiénes somos y cómo somos; "proceso que (por lo demás es tan profundo que) pernea al sistema societario y le otorga una consistencia unitaria, una integración sociopsicológica que, (a su vez), cimienta la nacionalidad como una realidad política, vigente, dinámica y orientadora del quehacer diario y futuro" (Bejar y Cappello, 1987).

En estos términos pues, tal como lo indicara ya un siglo el psicólogo alemán Wilhem Wundt, todos y cada uno de los pueblos tienen un alma propia, un espíritu que los caracteriza;, y por lo mismo el nuestro tiene también una identidad que la hace descansar, por cierto, en una maravillosa mezcla de valores locales y universales (Del Paso, 1992, 21), y aunque permanentemente nos invada la sensación *cosa que han advertido ya Octavio Paz, Cosío Villegas y otros importantes escritores-, de que hemos estado sufriendo un grave deterioro en nuestro concepto de nación, y de que "comenzamos a perder la identidad antes de encontrarla" (El laberinto de la Soledad), nos quedan, sin embargo, muchas e importantes costumbres vivas, y una indeclinable memoria histórica, que nos siguen proporcionando fuerzas de integración y de cohesión como entidad nacional. Ahora bien, por identidad debe entenderse "la sensibilidad afectivo-emocional que produce el apropiarse del pasado y del presente de un grupo o nación, y de correr su misma suerte histórica, (con) orgullo de ser parte de esas experiencias colectivas de la cultura… (esa misma que) se expresa como un conjunto de actitudes de lealtad a los símbolos de unidad del grupo. En cambio, por carácter (debe entenderse al) conjunto de estrategias de comportamientos habituales, que los componentes de un pueblo desarrollan para resolver los problemas cotidianos y extraordinarios, que confrontan como individuos y grupos frente a las diversas vicisitudes históricas que les ha tocado vivir colectivamente" (Ibid, p. 10).

No está por demás decir que por sí solos ninguno de estos elementos culturales, psicosociales o ideológicos pueden definir el carácter nacional; éste en todo caso es el resultado de una conjugación histórica compleja de la totalidad de ellos, e implica un proceso que consiste, por un lado, en ir eliminando los aspectos que -en este caso los propios mexicanos consideran caducos y no funcionales en su nueva circunstancia histórica y, por otro, en ir incorporando, a la vez, las novedades cognitivas, tecnológicas y comportamentales que va creando el mundo moderno, sobre todo en esta era que, gracias a la comunicación electrónica (radio, televisión, internet, etc.) ya ni siquiera alguna comunidad de algún país puede concebirse aislada del mundo; recuérdese como ejemplo el caso de la rebelión indígena en el estado de Chiapas, cuyo éxito se fincó más en los golpes publicitarios que asestó el Subcomandante Marcos al gobierno mexicano -los cuales dieron vuelta al mundo entero-, que en su capacidad de fuego militar-, por lo que de entrada se puede sostener que no hay carácter nacional fijo, inmutable, y menos en el marco de la integración económica intercontinental que existe en nuestros días y que se antoja irreversible, cuyos intercambios e influencias mutuas en cuanto a tecnologías, consumos, idiomas, gustos, fiestas, modas, etc. son cada vez más intensos e inocultables, de tal manera que, a la luz de estas permeabilizaciones, el carácter nacional tiene que entenderse como algo históricamente flexible, con presencia de sus grandes ejes articuladores, sí (valores, costumbres y sentimientos), pero no exento de tensiones culturales y psicológicas, dada la fuerte presencia de los "nuevos centros de adhesión", que inducen al país a realizar las adecuaciones pertinentes, según se lo permita la circunstancia histórica.

Por esta razón decimos que cuando el país sufre cambios radicales en su estructura social, casi de inmediato sus efectos se hacen sentir también en la esfera de su carácter, el mismo que con esto inicia un proceso de transición hacia rumbos generalmente inciertos, lo cual no nos debe extrañar, puesto que el concepto de nación es precisamente eso, "… "un plebiscito cotidiano", una adhesión diaria a una cierta unidad territorial, política y cultural, una suma de valores que informan y justifican las ideas de nación y de nacionalismo" (Fuentes, C., "Nacionalismo e integración", en Revista Este País. No. 1, Abr/1991, México, D.F., p. 10).

No obstante esa relatividad, y pensando en nuestro país, de una cosa hay que estar ciertos: por más profundas que hayan sido o que puedan ser sus rupturas históricas, lo seguro es que "el pasado permanece (y va a seguir permaneciendo) vivo en el espíritu mexicano" (Riding, 1985, 25).

Pero, ¿cuáles son entonces los rasgos centrales del carácter e identidad que tenemos hoy en día los mexicanos?. Nos parece que con los elementos hasta aquí vistos podemos ya intentar el trazo de sus principales características.

Y de entrada, la pregunta que se impone es, desde luego, la de que si seguimos siendo un pueblo abúlico, derrotista, acomplejado, conformista, desconfiado, impuntual, machista, corrupto y sin visión de futuro;, o, por el contrario, gracias a la mundialización y a la globalización económicas estamos en un proceso intenso de revisión de quienes somos y cómo somos, y estamos por fin sacudiéndonos el rosario de estereotipos que hasta fechas no muy lejanas todavía lucíamos gustosos y con mucho orgullo frente a los demás pueblos de la tierra.

Para nuestra fortuna, tanto la encuesta mundial de valores (Basañez, 1996) aplicada primero en 1981, después en 1991 y por tercera ocasión en 1996 en más de 50 países -que recoge con pertinaz actualidad la manera en que nos percibimos, las nuevas actitudes que abrazamos y las opiniones que tenemos sobre la nación, nacionalismo y la identidad-, como también los cada vez más elevados índices de participación de la sociedad civil en los asuntos públicos, nos llevan a concluir que los mexicanos estamos, efectivamente en un proceso de cambio de mentalidad, en una transición en la que se observan modos modernos de ver y de hacer las cosas, actitudes favorables hacia la democracia y una autovaloración más positiva y optimista en torno a nuestras capacidades y futuro inmediato, no obstante que mantenemos, para bien del cambio, "una desconfianza que sigue permeando a la sociedad, y en especial hacia el gobierno", según estudios realizados por Almond y Verba en 1994 (Giménez, op. Cit., p. 19).

De la encuesta mundial de valores, por ejemplo, se desprende que "los cambios de los años recientes en México ocurren como proceso en tensión, reflejado en valores, actitudes y opiniones en contradicción, especialmente entre una sociedad que se aproxima a una economía de mercado, como democracia formal, que coexiste con formas tradicionales de vida y de pensamiento" (Jiménez Rafael, "Los mexicanos de los noventa", en Revista Este País No. 66, Sep/96, p. 18). En cambio, de la actitud y comportamiento que tenemos como sociedad civil frente al Estado, puede observarse sin mucha dificultad que no sólo los niveles de participación se han venido incrementando, sino que en muchas entidades (estados y municipios) la oposición es ya gobierno, lo cual pone en entredicho y deja para siempre en el baúl de las antiguallas el viejo estereotipo que nos endosaban de pueblo sumiso, conformista y agachón.

Por otro lado, nos guste o no, tenemos que reconocer que la apertura comercial impuesta a México en los últimos 15 años está induciendo algunas convergencias axiológicas con el extranjero -en particular con EE.UU. y Canadá con quienes hemos signado el Tratado de Libre Comercio-; sin embargo, hay que aclarar que el mercado no lo es todo, que por el contrario, arrastra el defecto de que "aparte de las injusticias y desigualdades que produce en el tercer mundo, daña moral y espiritualmente a los hombres, pues sustituye la antigua noción de valor (la virtud, la verdad, la libertad, la solidaridad, etc.) por la de precio. (…) El mecanismo no tiene dirección: su fin es producir y consumir. Es un mecanismo y los mecanismos son ciegos. (por eso), convertir un mecanismo en el eje y el motor de la sociedad es una gigantesca aberración política y moral" (Paz, citado por Basáñez, "Latino y Angloamérica en las encuestas de valores", en revista este País, No. 68, Nov/96, pp. 20-21).

Si afirmamos entonces que el neoliberalismo nos ha conducido primero a una crisis generalizada y luego a una reestructuración de nuestros valores, actitudes y conducta, también sostendremos que gracias a los intensos intercambios y nivel de comunicación que hemos logrado en el interior del país, "los mexicanos de hoy somos más mexicanos que nunca… porque México ha alcanzado la mayor uniformidad cultural y la mayor cohesión nacional que jamás haya tenido jamás (Por eso)… es quizá la hora propicia para pensar generosa, más que defensivamente nuestras herencias e influencias; para celebrar, más que lamentar el contacto y la mezcla con otros (Aguilar Camín, Héctor, "La invención de México", en Revista Nexos, Jul/1993, p. 61).

En este sentido es reconfortante saber que los resultados que obtiene Díaz Guerrero y Szalay (1993) de sus estudios comparativos entre mexicanos y norteamericanos en el nivel subjetivo, apuntan, más que a un desbaratamiento de nuestras actitudes y tradiciones, a una confirmación de atributos relacionados con la amistad (basada ésta en poderosas fuerzas afectivas), con la crianza de los hijos (que fincamos en el respeto y la obediencia), con la ayuda y la cooperación entre nosotros (recuérdense como ejemplo el comportamiento del pueblo frente al sismo de 1985); con la necesidad de desarrollo y de progreso, y con un alto aprecio a la política por considerarla un factor clave para la solución de los problemas sociales, aunque "en positivo" expresaremos congoja por la corrupción, la injusticia y la incompetencia en nuestros gobernantes.

7.- Democracia, participación social y procesos de urbanización

JOSÉ GIL GARCÍA PÉREZ Facultad De Psicología BUAP

Quiero agradecer ante todo la paciencia que puedan dispensar a la exposición ultima de este día, dado el tiempo que ha transcurrido y que han estado escuchando las distintas temáticas, quiero empezar inmediatamente planteando en primer lugar que este trabajo se inspira en algunas actividades de investigacion que se han venido desarrollando al interior de uno de los talleres de la Maestría en Psicología Social de la BUAP, es el taller de Psicosociologia urbana. A este trabajo le anteceden algunas otras actividades de indagación que tienen que ver con la preocupación creciente de los científicos sociales y en particular de algunos de la Psicología social, por dar respuesta a algunos de los problemas que planrean el mundo contemporàneo de manera especìfica aquello que plantea el crecimiento acelerado de las ciudades en Amèrica Latina, tambièn se inspira en una preocupaciòn presente por el signicado de la democracia y la participaciòn social de nuestro paìs. Ayer escuchaba tambièn en algunas preguntas que se planteaban, hay unas cuestiones de interès comùn y que tambièn han formado parte de las preocupaciònes

El ámbito de los procesos urbanos como área de indagación ha llamado la atención de los psicólogos que se han interesado por desdeñar las relaciones del hombre con su entorno. Las aportaciones mas recientes en ese dominio que han derivado de la psicología ambiental han impulsado a los estudiosos de la temática a efectuar desarrollos específicos que los han conducido a la delimitación del campo problemático de la psicosociología urbana. Nuestro planteamiento se formula desde ése ámbito de reflexión adoptando como punto de partida la importancia que reviste la recuperación de la escala humana en la gestión y planificación de los entornos, empresa que por cierto no resulta de competencia exclusiva de para la psicología social.

La actividad de planificación que se ha ejercido de acuerdo a los procedimientos convencionales de los especialistas de la planificación urbana regularmente han ignorado la importancia de la incorporación del análisis del factor humano en sus propuestas, destacando fundamentalmente la dimensión funcional de sus producciones, dejando un espacio de análisis que compete a la psicología social. La idea que podemos introducir con vistas a la recuperación de la escala humana en la planificación consiste en justificar la exigencia de que los programas de urbanización deben ser pensados en relación a espacios sociales específicos desde el punto de vista de los usuarios potenciales. Esto significa la modificación del sentido de la intervención de los agentes de la producción del espacio y la incorporación de algunos que han sido excluidos del proceso al reducirlos a la condición de espectadores y usuarios pasivos.

Esto mismo significa la modificación de la participación del estado como administrador de tales procesos, participación que generalmente se ha reducido a la administración del mismo, mediante la regulación de los procedimientos relativos al diseño, financiamiento, a las autorizaciones etc., en tanto que se trata de generar un marco que permita una gestión adecuada de los proyectos que contemple la incorporación de las expectativas de la población en el diseño de los programas de desarrollo urbano. Pero para que en la planificación puedan incorporarse las necesidades de los habitantes se requiere de la participación social de los actores, del despliegue de un conjunto de prácticas que logren constituir a los actores sociales en interlocutores del estado. Evidentemente se trata de una cuestión que rebasa los límites del análisis científico pero a cerca de la cual es posible contribuir desde el ámbito de psicología social al esclarecimiento de los procesos que hacen factible el comportamiento social pertinente.

Es mediante la participación social que tiene lugar el tratamiento de los problemas que comparten los residentes de un vecindario y los intercambios respecto a tales problemas constituyen factores esenciales -aunque no únicos- de la identidad grupal en el vecindario. Tal identidad se recrea en otro tipo de prácticas culturales como las festividades y las conmemoraciones significativas estos entornos. Ahora bien, la participación de los pobladores en las distintas fases de la planeación urbana no es algo fácil de lograr, a ello se ha opuesto y se opondrán los sectores sociales involucrados en las actividades de ésta índole de conformidad con la estrategia del estado. Para lograrla tal objetivo es indispensable generar un marco democrático, bajo el supuesto de que la democracia no puede restringirse al mantenimiento de los procesos electorales formales, sino de la participación cotidiana de la sociedad civil en las instancias de la gestión urbana como la planeación, el diagnóstico, la proposición definición y evaluación.

En éste proceso de democratización de las acciones vinculadas a la planeación del entorno, las organizaciones sociales de base territorial (colonos, inquilinos, ecologistas, etc.) desempeñan un papel fundamental por cuanto solamente con el despliegue de sus acciones colectivas se hará posible que le Estado reconozca la legitimidad de la apropiación del entorno urbano por parte de éstas como entidades sociales con identidad propia, con un modo de vida específico. La identidad que se genera entre los residentes de los vecindarios aparece entonces como una noción central en la lucha de los actores por su reconocimiento como sujetos sociales y es mediante la generación, recuperación o el fortalecimiento de la identidad de un vecindario como se pueden enfrentar las estrategias que se sustentan en los criterios funcionalistas del diseño urbano.

Para ejemplificar podemos referirnos a un caso sumamente paradigmático, se trata del proyecto de regeneración del centro histórico de la ciudad de Puebla. Pero para dotarnos de elementos que nos permitan comprender o justificar las ideas que se han planeado se requiere contextualizar esa iniciativa de desarrollo urbano. Al respecto, se puede destacar en primera instancia, que el proyecto indicado se gestó como parte de las políticas de urbanización orientadas a la adecuación de la infraestructura urbana de acuerdo con los requerimientos de la inflexión que sufre el modelo de acumulación capitalista que en nuestro país a raíz de la firma del TLC. De hecho se encuentran en ejecución otros programas orientados al reordenamiento de la ciudad que han consistido en una política de desplazamiento masivo de los habitantes de algunos asentamientos con el pretexto de regular incentivar el crecimiento armónico de la ciudad y la creación de reservas territoriales.

En otros términos podemos decir que el proceso de integración de la economía nacional a la dinámica de los bloques regionales tiene sus repercusiones en todos los ámbitos de la vida del país y la estructuración territorial a nivel nacional. Es así que el proceso de globalización que involucra al país tiene su expresión territorial a nivel nacional como un proceso de selección del territorio en una perspectiva estratégica orientada a la localización de fragmentos del proceso productivo como la producción, distribución y gestión. Es en ese contexto que se puede entender el ímpetu de modernización de la infraestructura urbana y el esfuerzo que se ha desplegado para ejecutar monumentales obras de ingeniería que han obligado al Estado a la adquisición de cuantiosos créditos. El impacto de la integración en el plano social y de la cultura también se de gran importancia, ya que bajo el impacto de las tendencias modernizadas se deslizan activas tendencias de alteración de la sociedad bajo los efectos de la alteración del modo de vida por una parte y por la profundización de los contrastes entre las áreas de desarrollo al incentivar de manera selectiva el crecimiento económico de algunas regiones y ciudades en detrimento de otras, particularmente de las zonas rurales.

Ese es el contexto en el que se formuló y ha entrado en operación el "Proyecto Angelópolis", del cual se derivan algunos programas parciales como los de remodelación de los barrios, el de creación de las reservas territoriales, de saneamiento del ambiente, etc. Para efectos de ilustración hemos de indicar que el procedimiento para la generación del proyecto que originalmente se denominó como "Megaproyecto" se mantenido un mismo estilo de comportamiento del Estado hacia la población que se ha consistido en ignorarlos como interlocutores, de tal manera que en la fase mas violenta de la aplicación del programa en las áreas de la periferia del cuadrante sudoccidental de la ciudad fueron desalojadas de manera violenta por la fuerza pública durante el gobierno de Mariano Piña Olaya. Los habitantes de esas áreas fueron sorprendidos sin haber logrado una estructura organizativa mínima que permitiera desplegar acciones defensivas.

Fue en el transcurso de la confrontación que algunos grupos de habitantes se organizaron para implementar medidas defensivas, dadas las condiciones de inestabilidad de su patrimonio los habitantes de las zonas colapsadas iniciaron un proceso de creación de su identidad en tanto sujetos con necesidades, problemas y demandas comunes que en la búsqueda de las alternativas se vieron lanzados a la movilización social, una movilización que tendió a generalizarse y a confluir con otros sectores descontentos en la región. En algunos asentamientos el recurso al fortalecimiento de su identidad como en el caso de las poblaciones situadas en las proximidades de la zona arqueológica de Cholula y otras más próximas a la mancha urbana fueron la base para la confrontación con el estado, correlativamente al proceso de constitución de sus identidades y en una profunda articulación los pobladores de esas regiones elaboraron proyectos alternativos de apropiación del espacio, en algunos casos como los mas próximos a la zona arqueológica apelaron a la historia y a la memoria social para hacer de su entorno un espacio defendible.

La situación no dejó de ser tensa pero el uso de la fuerza por parte del Estado tuvo que dar paso a intensas y largas negociaciones a lo largo de las cuales la acción que emprendió fue la desarticulación del movimiento que se había generado mediante un tratamiento diferenciado a los grupos sociales que habían confluido en ese tipo de lucha, atacando de esa manera una de las bases de identidad del movimiento. Posteriormente, el gobierno de Manuel Bartlett ha tenido que continuar hasta hoy con una serie de negociaciones con algunos grupos. Algo mas, el programa original ha tenido que ser modificado por una parte por los costos económicos que ha significado y por la otra parte por los costos sociales y políticos que le ha significado al gobierno actual.

El otro caso al que hemos de referirnos el de los habitantes de los barrios localizados en la zona noroeste del centro histórico. Se trata del área mas antigua de la ciudad en donde los pobladores de antaño se dedicaron al desempeño de actividades artesanales tradicionales como la alfarería y en la que se sitúa una serie de construcciones con valor histórico y arquitectónico. Una parte importante de ésta área que incluía cuando menos tres barrios se hallaba bajo la amenaza del desalojo como parte de un proyecto de inversión que pretendía convertir el lugar en una zona de servicios turísticos y de gestión empresarial.

La idea no se ha abandonado pero se ha limitado la magnitud de sus efectos, no sin que antes los habitantes del lugar hubieran tenido que desarrollar una amplia participación social, en cuyo transcurso emergieron los elementos para la constitución de sus identidades en un proceso al que ha contribuido la referencia a la historia y la recuperación de la memoria social, esto es, oponiendo a las tendencias modernizadoras la tradición y la cultura como valores supremos en los que la comunidad se identifica. Al igual que en el caso anterior se generaron proyectos alternativos de apropiación del espacio y se generaron movilizaciones sociales que obligaron al estado a la reconsideración del proyecto original de tal manera que en la actualidad el área sobre la cual persiste la amenaza de remodelación y desalojo afecta en forma importante a un solo barrio.

No podemos señalar detalladamente estos procesos por cuanto eso sería motivo de otro trabajo, tal vez relativo a los movimientos sociales urbanos o a los sujetos sociales, no se como o por donde habría que abordar la cuestión, es por eso que quisiera dejar enunciados simplemente estos elementos informativos para indicar de que manera entran en juego algunos procesos psicosociales como los de categorización social e identidad y el papel que desempeñan en la participación social.

Quisiera enfatizar de manera dos cosas que me llaman la atención en la revisión de éstos dos casos, en primer lugar la importancia que adquiere la memoria social en la constitución de la identidad grupal y la necesidad de que los actores sociales incursionen en un ámbito que tradicionalmente es reservado a los especialistas, el de la planeación como parte de su proceso de apropiación del espacio. A cerca de la primera viene a la mente lo que Miguel Angel Aguilar señala en relación al tema, quien después de afirmar la importancia de la memoria social para el análisis y la intervención sobre lo urbano, por cuanto mediante su recurso se recupera la dimensión temporal como recurso colectivo. Su importancia radica en que permite afrontar el transcurso del tiempo y recuperar lo vivido. La memoria permite indagar la forma en que un grupo adquiere noción de continuidad de su propia existencia al recordarse a sí mismo. También la constitución de una identidad grupal, al definirse el grupo de referencia a otros grupos. De ése modo, frente a la aparición, transformación y descomposición de grupos en la vida social, un grupo dado permanece igual a sí mismo al definirse a partir de su historia.

Lo mas relevante es sin embargo la relación entre el grupo y su espacio, ya que no solamente la referencia de un grupo a sí mismo y a otros grupos permite la consolidación de una identidad, también opera en ese sentido la referencia a un contexto social determinado, más aún, se puede decir que "del mismo modo que el espacio define a un grupo, este mismo grupo define su espacio, transformándolo, modificándolo en función de sus aspiraciones y proyectos". E incluso, la definición del espacio por cuanto implica formas de apropiación y uso del mismo implica conflicto, con otras concepciones dominantes sobre el mismo hecho, provenientes de agentes externos a los usuarios directos, definiéndose así su dimensión política.

Acerca de la segunda cuestión quiero referirme al estudio que realiza Bernardo Jiménez en un lugar llamado "Villas de San Juan". El problema consistía en evaluar la satisfacción residencial de los usuarios de ese vecindario. No me detendré en los detalles de la investigación, solamente quiero indicar que efectúo un estudio de campo controlando una serie de variables y el resultado que es lo que mas interesa por el momento, conduce al autor a afirmar que para la recuperación de la escala humana en la planeación son indispensables tres factores:

1.- Se deben incorporar la evaluación pre y post ocupacional de la vivienda a los proyectos.

2.- Se deben estudiar las formas de asimilar arquitectónicamente las sugerencias que se derivan de la experiencia de los residentes.

3.- La autogestión colectiva de los proyectos y el impulso del diseño participativo con la asesoría de las instituciones.

No podemos tomar al pie de la letra las conclusiones puesto que se refieren al diseño habitacional, pero si queremos destacar el sentido de la propuesta que invita a superar las prácticas convencionales de la planificación urbanística y arquitectónica por un proceso que permita la incorporación de los sujetos, de sus perspectivas como elementos vivos, se trata de una tarea a la que seguramente la psicología social, puede contribuir.

José Gil García: Sin intención de redundar, yo quisiera indicar que la ciencia social y la psicología social en particular, puede sin embargo contribuir a la dilucidación de algunos de los procesos fundamentales que tienen lugar en el contexto de los procesos sociales más generales.

El título del material que es posible que ya se halla circulado, trata de conjuntar este tipo de intereses, se denomina democracia participación social y procesos de urbanización en este material. Lo que planteo es lo siguiente dice: el ámbito de los procesos urbanos como área de indagación ha llamado la atención de los psicólogos que se han interesado por desentrañar las relaciones del hombre con su entorno, las aportaciones más recientes en ese dominio que han derivado de la psicología ambiental han impulsado a los estudiosos de la temática a efectuar desarrollos específicos que nos han conducido a la delimitación del campo problemático de la psicosociología urbana.

Nuestro planteamiento se formula desde ese ámbito de reflexión adoptando como punto de partida la importancia que reviste la recuperación de la escala humana en la gestión y planificación de los entornos. Empresa que por cierto no resulta de competencia exclusiva para la psicología social. La actividad de planificación que se ha ejercido de acuerdo a los procedimientos convencionales de los especialistas de la planificación urbana, regularmente han ignorado la importancia de la incorporación del análisis del factor humano en sus propuestas, destacando fundamentalmente la dimensión funcional de sus producciones dejando de lado un espacio, dejando por tanto un espacio de análisis que compete a la psicología social.

La idea que podemos introducir con vistas a la recuperación de la escala humana en la planificación consiste en justificar la exigencia de que los programas de urbanización deben ser pensados en relación a espacios sociales específicos, desde el punto de vista de los usuarios potenciales, esto significa la modificación del sentido de la intervención de los agentes de la producción del espacio y la incorporación de algunos que han sido excluidos del proceso al reducirlos a la condición de espectadores y usuarios pasivos. Esto mismo significa la modificación de la participación del estado como administrador de tales procesos, participación que generalmente se ha reducido a la administración del mismo mediante la regulación de los procedimientos relativos al diseño, financiamiento, a las autorizaciones, etc. En tanto que se trata de generar un marco que permita una gestión adecuada de los proyectos que comtemple la incorporación de las expectativas de la producción, de la población en el diseño de los programas de desarrollo urbano.

Pero para que esta planificación pueda incorporar las necesidades de los habitantes se requiere de la participación social de los actores, el despliegue de un conjunto de prácticas que logren constituir a los actores sociales en interlocutores del estado. Evidentemente se trata de una cuestión que rebasa los límites del avance científico pero acerca de lo cual es posible contribuir desde el ámbito de la psicología, esclareciendo los procesos que hacen factible el comportamiento social pertinente. Es mediante la participación social que tiene lugar el tratamiento de los problemas que comparten los residentes de un vecindario y los intercambios respecto a tales problemas constituyen factores esenciales aunque no únicos en la constitución de las identidades grupales en el vecindario. Tal identidad también se recrea en otro tipo de prácticas culturales como las festividades y las conmemoraciones significativas en éstos entornos.

Ahora bien, la participación de los pobladores en las distintas fases de la planeación urbana no es algo fácil de lograr, a ello se ha opuesto y se opondrán los sectores sociales involucrados en las actividades de esta índole, de conformidad con la estrategia del estado. Para lograr tal objetivo es indispensables generar un marco democrático bajo el supuesto que de la democracia no puede restringirse al mantenimiento de los procesos electorales formales, sino que se trata de la participación cotidiana de la sociedad civil en las instancias de la gestión urbana como la planeación, el diagnóstico, la proposición, definición y evaluación.

En este proceso de democratización de las acciones vinculadas a la planeación del entorno las organizaciones sociales de bases territorial colonos, inquilinos, ecologistas, etc., desempeñan un papel fundamental porque, por cuanto solamente con el despliegue de sus acciones colectivas se hará posible que el estado reconozca la legitimidad de la apropiación del entorno urbano por parte de estas, como entidades sociales con identidad propia, con un modo de vida específico.

La identidad que se genera entre los residentes de los vecindarios aparece entonces como una noción central en la lucha de los actores por su reconocimiento como sujetos sociales y es mediante la generación, recuperación o el fortalecimiento de la identidad de un vecindario como se pueden enfrentar las estrategias que se sustentan en los criterios funcionalistas del diseño urbano, para ejemplificar esto podemos referirnos a un caso sumamente paradigmático se trata del proyecto de regeneración del centro histórico de la ciudad de Puebla, pero para dotarnos de elementos que nos permitan comprender o justificar las ideas que se han planteado se requiere contextualizar esta iniciativa de desarrollo urbano al respecto se puede destacar en primera instancia que el proyecto indicado se gesto como parte de las políticas de urbanización orientadas a la adecuación de la infraestructura urbana de acuerdo con los requerimientos de la inflexión que sufre el modelo de acumulación capitalista en nuestro país a raíz de la firma del tratado de libre comercio, de hecho se encuentran en ejecución otros programas orientados la reordenamiento de la ciudad que han consistido en una política de desplazamiento masivo de los habitantes de algunos asentamientos con el pretexto de regular e incentivar el crecimiento armónico de la ciudad y la creaciòn de reservas territoriales.

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