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Cuenta Cuántos Cuentos Cuento (página 2)


Partes: 1, 2, 3

Finalmente, los gobernadores de las provincias orientales han advertido a Sanesteban sobre sus planes de control total. En eso, al menos, Sanesteban tenía razón. Egüez encabeza un movimiento contra él.

Octubre 14 de 1493

Ante la profundización de la brecha entre Sanesteban y Egüez, el primero ha pedido al segundo que se presente en Barcelona. Egüez se ha negado y Sanesteban ha enviado a un grupo de agentes de Inteligencia para que lo asesinen. El coronel ha escapado a este intento y ahora, auspiciado por los gobernadores de Viena, Atenas y el Cairo, ha declarado la guerra a Sanesteban y a todos los que lo sigan. Ante esta situación, los ataques turcos se han agudizado, asaltando nuestras guarniciones en Creta. En Canarias tuvimos que defendernos de un ataque pirata y en Europa el pueblo agrede a nuestros soldados, al menor descuido.

Octubre 31 de 1493

La guerra civil entre Sanesteban y Egüez está llevando a este mundo al colapso. Por la reubicación de fuerzas, los pequeños destacamentos que quedaron en la frontera oriental fueron, virtualmente, aniquilados por los turcos y los rusos, sin tomar en consideración la suerte de aquellos americanos que fueron tomados prisioneros y vendidos como esclavos a lo largo y ancho del sur asiático. Los europeos atacan a traición a los nuestros. Son bárbaros desesperados, atrapados entre dos mundos ajenos, que atacan con fiereza, sin importarles la vida. Finalmente, la misma guerra civil nos ha maniatado con sospechas e intrigas que tienen su raíz en las diferencias geográficas de origen de nuestros propios soldados. No hay que olvidar que la unión americana lleva unos pocos años y que por eso, la integración no ha fraguado completamente. Así, aquí y lejos de la peor parte, solo respiramos desconfianza e inseguridad. Nunca sé si mis subalternos van a recibir una orden mía o van a intentar asesinarme por orden de uno de los bandos.

He pensado seriamente en la posibilidad de escapar rumbo a América. Invirtiendo la dirección, puedo eventualmente cambiar el proceso físico de tiempo y regresar a la Madre Patria para denunciar la demencia del tirano. Debo, eso sí, esperar el minuto adecuado.

Noviembre 14 de 1493

El día de ayer fue funesto. Sanesteban dio la orden de atacar, nuclearmente, a las fuerzas de Egüez. A su vez, el coronel rebelde hizo lo mismo contra las fuerzas de Sanesteban. Después de unas horas del ataque, las comunicaciones se cortaron. Mucho tememos que gran cantidad de personas han muerto y que la cultura de esta región se haya destruido por la codicia y voracidad de estos conquistadores.

¿Cómo nos recordará América al pasar de los años? No quiero ni pensar en ello.

Después de la suspensión de las emisiones, los soldados a mi cargo, enloquecieron abandonando sus puestos y dispersándose por los campos y montañas. Supongo que lo propio hizo el grupo de sobrevivientes, en otros lugares. Yo he aprovechado la oportunidad para sustraerme un avión de vigilancia; son aparatos ligeros y de gran autonomía.

Al momento del despegue, sin embargo, un proyectil disparado por un último grupo de defensores de la base, ingresó por una de las ventanillas del aparato y me hirió. Sin embargo, la tensión de la huida y de todo este desorden, me ha permitido seguir consciente en mi escape, minimizando el dolor de mi herida. ¡Debo alcanzar América para denunciar lo ocurrido!

Hasta este momento he podido mantenerme despierta. Abajo hay una isla; parece Barbados… Creo que lo logré… al fin… ¿Noviembre 14 de 1493 o de 2093?

Lo último que recuerdo es haber tenido problemas con mi aparato y saltar del avión antes de que éste se estrelle contra el mar.

Durante horas he estado esperando la presencia de algún guardacostas que me rescate…

¡Traidores! Los denunciaré, lo juro…

¡Vaya, ya vienen por mí!

Me siento muy débil para continuar…

Seiscientos años después…

"¿Qué opina de esto profesor; cree que tenga que ver algo con lo que dicen los anales de hace 600 años?"

"Es probable, el contador indica que el cuerpo de esta mujer estuvo expuesto, periféricamente, a una emisión fuerte de radioactividad. Adicionalmente, su conformación ósea nos indica que es un ser humano proveniente del extremo oeste de Asia".

"¿Aquella región que se degradó por el impacto de meteoritos radiactivos, profesor?"

"Eso parecen decir los anales, ayudante Mool Puc. Por alguna razón aún desconocida, esta mujer llegó hasta aquí después de haber vivido la tragedia de aquella tierra que los bárbaros que la habitan, llaman Ureopa".

Rizzo

En una ciudad cualquiera y en una época ambigua, vive y desarrolla sus ilusiones, o mejor sería decir alucinaciones, el héroe de este cuento. Rizzo Ruvilo, bautizado por sus amigotes como melloco por coloradote y baboso, es un muchacho de trece años (¿el trece no es número de mala suerte para los europeos?), piel rosa, cabellos rubios y ensortijados, ojos celestes y cuerpo rollizo. Estudia, aunque sería mejor decir vegeta, en Tercer Curso del Colegio de los Curas Jardineros. Además de la comida, sueña con pilotear viejos convertibles, dejar de asistir al colegio y hablar con sus compañeros, del amor secreto de su vida llamado Raquel Figueroa. Ella –Raquel- es una guapa psicóloga de veintiséis años, piel dorada, cabellos azabache, ojos color de la aceituna y cuerpo escultural. Amén de tener un consultorio para atender a lorenzos y filósofos de izquierda (los de derecha se dedicaron a la Cienciología), Raquel enseña Educación Sexual en el colegio de los curas.

Una tarde de otoño o de primavera (en el Tercer Mundo nunca se sabe), Rizzo patea piedrecillas mientras avanza a su casa. Regresa temprano porque lo echaron del curso de Educación Física. Para quemar tiempo y que sus padres no descubran el arribo anticipado, se detiene en la tienda del Liborio Wright. Batallando contra la masa de compradoras, finalmente, es atendido por el amable Liborio.

"¿Qué quieres, gordito?".

"Un sanduche de pernil y un cigarrillo, vecindorio", pide decidido Rizzo.

Algunas señoras se comprimen y arrebatan, como dice la canción de Sandro.

"¡Gordo fumón!, ¡atrevido!", piensa el honrado comerciante, mientras cuenta los villusos de la venta de cigarrillos a un menor.

Media hora más tarde, en el parque Lincoln, Rizzo ha adquirido un juvenil tono verde amarillento, combinación de la carne de puerco y el tabaco. Recuperado del malestar, se encamina a casa, justo a la hora de la merienda. Después de engullir todo lo comestible, exige a su madre un buen vaso de jugo de mora.

"La crisis de alimentos no nos permite desperdiciar nada", dice Rizzo…

"La Edad del Burro le invita a comer", piensa la mamá…

"Glotón irresponsable", masculla su padre.

Rizzo pide disculpas y se levanta de la mesa.

"¿No tienes que hacer tus tareas?, se apresura a preguntar el inquieto padre, porque por el camino que llevas, te vas a cargar el Año".

"No te preocupes papo, todavía hay tiempo".

"¡Tiempo! ¡Si restan solamente cinco semanas para los exámenes finales!".

Rizzo no le da importancia a los temas fútiles; se refugia en su dormitorio y enciende el televisor.

Una voz en Off, anuncia en la tele: "Producciones JORGE RUÍZ Televisión y este Canal independiente, presentan su Serie Estelar: ´Las Desventuras de Nori Navas´" –y agrega-; "hoy presentamos: ´Qué cerca estuvimos de la Categoría D, Pepe´. Con la actuación especial de los galanes chuncheños Polonio Mier Daza y Aulogelio Vaca Cando, opacados por la belleza de la diva chambeña Helena Dávalos Hoyos. Completando este firmamento estrellado, actuará el ídolo del momento Indio 1, en el papel de Indio 2".

Rizzo, naturalmente, no puede excusarse de mirar un episodio tan ilustrativo.

Una serie de televisión tan apegada a la real realidad, siempre despierta emociones y, por supuesto, el apetito de nuestro robusto adalid.

"Antes de acostarme, aplacaré mi hambre con algo de pollo, papas fritas, ensalada de col, pastel de limón y, por si acaso el apetito, otro fonaso al Pollo Pillín".

Se desliza ágilmente y, antes de que lo descubran, está ya en su mullida cama, consumiendo todo el contrabando.

"Tengo que tratar de dormir; revisaré la sección EVA de mi revista ADAM & EVE…".

En ese momento, unos golpes en la puerta y la voz de su madre recordándole el examen de Educación Sexual del siguiente día, hacen volver a Rizzo a su triste realidad de estudiante púbero.

"Que no hubiera examen mañana –piensa Rizzo-; que algún comedido me obsequiara las respuestas; que hubiese un golpe de Estado y cerraran el colegio de los curas por comunistas… ¡Que se acabara el mundo y punto!…".

Sin saberlo, Rizzo ha traspaso el peligroso umbral de la realidad.

"Que se acabara este mundo pendejo y solo Raquel y yo sobreviviéramos".

Ya se ve en el salón de clases dirigiéndose hacia sus amigotes (junto con Rizzo, los peores del Curso) y ella tratando de retenerlo con el pretexto de más consejos para su cátedra.

De pronto, un genial experimento fuera de control, pone fin a esta alegre humanidad. Solo Rizzo y Raquel sobreviven.

"Cosas de la química de nos los fuertes", piensa Rizzo.

"¿Qué ocurre Tarzán?", susurra la pobre Raquel.

En este punto, podría afirmarse que ella es una beldad en aprietos; él es el Duro y este es su Festival. Como es natural, la mujer está aterrorizada y se abraza a él; Rizzo la separa, bruscamente, para tener las manos libres en caso de necesidad.

"Que Bronson ni que nada, a las jebas se las domina así", exclama Rizzo.

"¿Qué haremos?, ¿adónde iremos?", se cuestiona Raquel.

"Que no te acanallen esas ideas. Yo preveía el desastre porque mi abuelita que es PhD en Física Nuclear, me anticipó del riesgo; con sus sugerencias, acondicioné la suite presidencial del Hotel Oro Puro (el hotel donde cobran duro) para nosotros".

¡Oh iniquidad!, qué tribulaciones para tontas las de la fémina que tiene la suerte de ser la sombra de Rizzo.

"¿Qué comeremos? ¿De qué viviremos?, insiste la incipiente.

"Pamplinas mi figurín Valdivia, en una suite anexa a la que usaremos como nido nupcial, acondicioné una bodega refrigerada con suficiente alimento y bebida para nosotros y nuestros críos".

La dama se ruboriza, el galán sonríe.

Ya en la suite presidencial, Rizzo decide salir de cacería. Debe buscar un arma de grueso calibre que se le acomode. "You never know –sentencia-; puede haber mutantes agresivos o políticos –que para el caso, son lo mismo-, dispuestos a fastidiar mi aventura. Una Magnum Especial y un convertible es todo lo que necesito para imponerme. De paso, me divertiré estrellando autos abandonados en el trayecto, porque todavía soy un púbero.

"No me abandones mi escultura del Manteño", suplica Raquel, mientras saborea unos chocolates INEDECA, en su boquita de caramelo.

"Está bien mi muñequita de PYCA, pero deja libre mi diestra para poder disparar a discreción. Vamos a inspeccionar las ruinas de la universidad de los curas porque tengo la sospecha de que allí se produjo la explosión que acabó con la humanidad. No olvides que allí trabajaban las Físicas Nucleares Elvira Torres y su colega calacaleña Elsa Pallo, admiradoras declaradas del turco Bin Laden; quiero ver si estuvieron involucradas en este atentado contra el Mundo Libre. Al paso, quiero comprobar la Tesis de un tal Naranjo, que dice que después de un baño de radiación Gama sobre nuestro planeta, solo sobrevivirían las cucarachas, las lagartijas y los antropólogos".

Subidos en un Swift del año, recorren la 12 y quedan embotellados en el fondo de un largo túnel que enlaza los dos extremos de la ruinosa urbe.

Muchos autos obstruyen la vía; "tendremos que caminar", maldice Rizzo.

"Tengo miedo, Adonis", solloza la desconsolada Raquel.

Ya fuera del vehículo y en medio de la lúgubre oscuridad del túnel, Rizzo y su compañera escuchan el rugir de un león. Ella grita, mientras él piensa, rápidamente, que la bestia debió escapar del zoológico Eloy Alfaro. Entonces, aprovecha la inmovilidad de su "sona" ("hembrita", en Chafiqui), para arrancarle un trozo de su vestido.

"No te inquietes flor de yuyo, tomo prestado este poco de tela con el cual fabricaré una antorcha para deslumbrar al gato" –dice él- mientras le agradece, mentalmente, al Capitán Ligero, en quien se inspiró para tomar tan cruda pero, siempre necesaria, decisión.

Pensando en estas realidades, Rizzo queda dormido.

***

Al día siguiente, en el salón de clases, Rizzo y Raquel están solos. Ella, corrigiendo los exámenes; él, castigado por intentar copiar durante la prueba.

En ese instante, un experimento fuera de control, pone fin a esta necia humanidad.

"¡Sobrevivimos!, dice Raquel. Tal vez el grosor de las paredes frenó el impacto".

"Quiero ir donde mi mamo", solloza Rizzo, abrazándose a la cintura de la aturdida profesora.

"Ya Rizzo, contrólate; necesitamos estar tranquilos para poder buscar ayuda. Tenemos que encontrar a otros sobrevivientes y refugiarnos en alguna parte. La tarde termina y pronto será de noche".

En sus supervivientes fantasías, Rizzo propone la suite presidencial del Hotel Oro Puro (aquel que cobraba duro). Ella dispone utilizar, momentáneamente, el estrecho y elevado campanario de la capilla del colegio.

"Allí –asegura Raquel- podremos pasar la noche, lejos del agudo olfato de los posibles perros hambrientos".

¡Vaya bultito con el que cargamos a doña Raqui!

"¿Y qué comeremos, haber, ah, ah?".

"Tengo una barra de chocolate en mi bolso y pasaremos por las ruinas del comedor para ver qué hallamos, ¿entiendes?".

Rizzo la oye sin escuchar.

Ya en el campanario, después de haber rescatado unas nueces y un cuchillo, Rizzo devora lo poco que lograron conseguir. La profesora tiene que conformarse con la esperanza de que alguien los salve o, de lo contrario, continuar sustentándose, de hoy en adelante, con las raíces dulces de algunos árboles en pie. "Quizá no estén contaminadas", piensa.

Sin embargo, el hambre no le permite esperar al siguiente día.

"Salgamos de aquí y busquemos las bodegas del supermercado. Deben estar llenas de toda clase de cosas útiles que podremos usar mientras encontramos algún camino para salir de la ciudad".

Entre los escombros, los dos supervivientes avanzan con cautela. Ella, buscando el mejor atajo, él, colgado de la falda de la profesora.

"¡Llegamos Rizzo, al fin! Esta puerta nos conducirá a la bodega… Entrégame un pedazo de tu camiseta, necesito fabricar una antorcha".

El niño se colorea y ella tiene que arrancar un trozo de tela de su vestido para fabricar la mecha. "Qué vergüenza", piensa él. "Qué cojudo", se convence ella.

Ya en el interior de la bodega y con la puerta asegurada por dentro, a la luz de unas velas y con el hambre saciada, Raquel tiene tiempo para pensar: "¿Qué fue lo que ocurrió? ¿Qué ocurrirá mañana, Dios mío? ¿Será solo aquí? ¿Y el resto del mundo? ¿Habrá más sobrevivientes? ¿Y si fuéramos los últimos?".

"De ser así, ¿dejaré que esta torpe humanidad termine aquí?".

"No sería justo que toda la especie humana desaparezca solo por la poco inteligencia de unos cuantos".

El instinto de Raquel se impone a su lógico pesimismo. A pesar de todo, ella cree que la humanidad debe reproducirse.

"No puede desaparecer", murmura, mientras despierta a Rizzo que yace en el quinto sueño. Al despertar el chico, ella le explica la situación. Quiere hacerle entender; ¡tiene que hacerle comprender! El niño se ruboriza, retrocede, corre en dirección a la puerta… La psicóloga se levanta, le llama, lo persigue. Rizzo da un alarido…

***

En ese momento, golpean la puerta. Una voz de mujer -¡oh no, otra mujer!-, llama del otro lado.

"¡Qué ocurre!", cuestiona la voz.

Rizzo sigue gritando: "¡Auxilio… auxilio… es mi maes… es mi prof…! pro; ¿eh?".

"Es mi pro… ah,… es mi propia bicicleta que se había hecho enorme y quería arrollarme, mamo".

Los restos de la comida en la mesa de noche de la habitación de Rizzo lo delatan.

"¿Otra pesadilla por estar comiendo de noche y a lo mudo, Rizzo?".

"¡Nu… nuuu, mamuuta!".

ATL

Seis siglos después de que América retomara su antiguo orden precolombino, nubes de muerte vuelven a ensombrecerla.

Culturalmente equilibrado por la no injerencia de otros pueblos, el continente que ahora se lo conoce como Atl (Agua, en el idioma náhuatl o azteca, por hallarse entre dos océanos), se ha integrado de tiempo atrás, formando un país-continente maravilloso. Su milenaria civilización no tiene igual. Sus costumbres son imitadas. El mundo teme y envidia a Atl por sus continuos avances. En parte plano y en parte montañoso, el país goza de todos los recursos. Sus climas, sus niveles, sus materias naturales, sus logros industriales, sus avances tecnológicos y su gente disciplinada, son sus mayores tesoros. Todo es orden y producción. Tiene hermosos núcleos urbanos regados por toda su geografía y conectados entre sí por increíbles sistemas viales y de comunicación. Suntuosas villas de recreo adornan sus fértiles campos.

El centro neurálgico, La Gran Capital, como la denominan popularmente, que rige los destinos de su extenso y creciente imperio, se asienta en el centro de la isla continental mirando al celeste mar de los Caribes, a través del Golfo de Urabá. Cinturas naturales y artificiales de tierra y mar, forman las zonas residenciales, comerciales, industriales y políticas de la inmensa y bien planificada urbe. Las bondades de este país son tantas, que parece regido y habitado por dioses y no por hombres.

Sin embargo y como ya se ha mencionado, después de seis siglos en que América volviera a su antiguo cauce, convirtiéndose en el país-continente llamado Atl, negras nubes oscurecen su futuro.

"Entre el sinnúmero de hazañas que honran a vuestro pueblo que leemos con asombro en nuestros escritos, figura una superior a todas las demás y que demuestra una virtud extraordinaria. Nuestros libros nos refieren cómo destruyó Atenas una formidable escuadra, que procedente del océano Atlántico invadía insolentemente los mares de Europa y Asia conquistando territorios. Porque entonces se podía atravesar aquel océano; en efecto, frente al estrecho que vosotros en vuestro lenguaje denomináis las columnas de Hércules existía una isla. Esta isla era mayor que Libia y Asia reunidas; los navegantes pasaban de esta isla a otras y de éstas al continente que tiene sus orillas en aquel mar verdaderamente digno de su nombre. Todo lo que está aquende del estrecho del que hemos hablado, se asemeja a un puerto de estrecha bocana, mientras el resto es un verdadero mar, lo mismo que la tierra que lo rodea tiene todo derecho a ser llamada un continente. En esta isla Atlántida sus reyes habían llegado a construir un gran y poderoso Estado que dominaba en toda su isla entera, en muchas otras y hasta en diversas partes del continente. En nuestras comarcas, a este lado del estrecho, eran dueños de Libia hasta Egipto y de Europa hasta Tyrrenia. A esta potencia se le antojó un día reunir todas sus fuerzas para someter de golpe a nuestro país, al vuestro y a todos los pueblos situados aquende el estrecho y, en esas circunstancias, amado Solón, fue cuando vuestro Estado mostró al mundo su valor y su poderío. Al frente de los griegos al principio, porque aventajaban a todos los pueblos vecinos en magnanimidad y en todas las habilidades de la guerra y solo después por la deserción de los aliados, arrostró los mayores peligros, triunfó en los invasores, se apoderó de los trofeos, libró de la esclavitud a los pueblos que todavía no habían sido sometidos y devolvió la absoluta libertad a los esclavizados de aquende las columnas de Hércules. Mas en los tiempos sucesivos, ocurrieron intensos terremotos e inundaciones y en un solo día, en una noche fatal, todos los guerreros que había en vuestro país fueron tragados por la tierra que se abrió y la isla Atlántida desapareció entre las olas; este el motivo de que todavía hoy día no pueda recorrerse sin explorarse este mar, porque la navegación encuentra un obstáculo invencible en la cantidad de limo que la isla depositó al sumergirse".

En el Templo a Umiña –Diosa de la Salud y la Prosperidad-, el venerable sacerdote concluye con la lectura de los párrafos del antiguo Diálogo de Platón y lo deposita en las manos del joven Quento, quien acompañado de su esposa Toa y los amigos de éstos, Llyra y Thome, se dispone a escuchar la advertencia del anciano.

SACERDOTE NAILAMP: Hijos míos, como a mis más queridos discípulos, debo confesarles una inquietud que amarga mi viejo y enfermo corazón. Estos Diálogos que se acaban de descubrir, contienen más que una leyenda, una horrible profecía acerca de nuestra Atl. Esta Quinta Generación de seres humanos está pronta al fatídico día de 4-Movimiento. Es cuando esas convulsiones de la tierra echen al abismo a nuestro amado continente, cuna de la civilización mundial. Mis días está numerados, pero ustedes amados jóvenes, deben advertir a los ciudadanos acerca de este riesgo. Estudien a fondo esta documentación; convénzanse de lo que para mí es una triste realidad y adviertan al Estado y al pueblo sobre su próximo fin de no tomar rápidas medidas. No escatimen en estrategias cuando, convencidos ya, quieran salvar la base misma de nuestra luminosa civilización.

QUENTO: Padre bueno, ¿quiere usted atemorizarnos con una leyenda bárbara de hace tres mil años? ¿Por qué, si nosotros somos aquella Atlántida que se abismó por sus feos pecados hace doce milenios, estamos todavía en pie y más fuertes que nunca? ¿Por qué esos sacerdotes de Sáis, que hablaron con el sabio Solón, hace veintisiete siglos, pusieron nuestro inmediato futuro en su remoto pasado?

SACERDOTE NAILAMP: Inquieto Quento, los sacerdotes de todas las religiones y de todos los tiempos, tenemos la costumbre de usar ejemplos para alentar las buenas acciones en nuestros seguidores. Seguramente, aquellos sacerdotes sabían que estos hechos tocaban al futuro. Mas ¿cómo podían emplearlos para conducir la conducta de su pueblo? ¿Debían decirles que se comportaran sanamente para que, por lo mismo, la furia de sus dioses gentiles los castigara con terremotos y muerte? ¡No! Ellos tomaron la acción de su lejano mañana y lo colocaron en su remoto pasado para disciplinar a su pueblo sin hacerle notar que ese distante hecho tenía que darse de todas maneras.

TOA: Padre santo, usted menciona que la indisciplina de un pueblo es encausada por esta clase de leyendas y yo estoy de acuerdo; pero ¿acaso nosotros hemos cometido alguna falta grave para que nos toque tan espantoso final?

SACERDOTE NAILAMP: Querida Toa, tu perteneces al ejército de la nación. Sabes de tus obligaciones para con la patria, pero también debes conocer de nuestros deberes para con la humanidad. Las guerras que formaron este Estado y las que mantenemos hoy bajo el pretexto de educar al mundo, son pecados sociales que hieren la esencia del Espíritu Universal. A título de terminar con las rebeliones, se separa a los hijos de los padres, a los compatriotas unos de otros. Con nuestra tecnología, se transforma a los espíritus más inquietos en dóciles sirvientes de nuestros hogares, campos y factorías. ¿Es que acaso no existe otra forma de enseñar al mundo si no es tiranizándolo? ¿Acaso las palabras y la libre convicción, no son mejores que las órdenes y la esclavitud? Estos grandes sacudimientos de la tierra, que hoy nos sorprenden e inquietan, son la divina advertencia del próximo fin de Atl si es que no logramos cambiar nuestra actitud impositiva por el respeto a los que piensan de manera diferente.

LLYRA: Noble anciano del Templo de Nuestra Señora Benefactora, tus pronósticos nos conmueven en sumo grado. ¿Qué pasos debemos seguir?

SACERDOTE NAILAMP: Con los documentos, pidan audiencia al Consejo de Sabios de la República. Ellos tienen el espíritu del artista, la mente del científico y el corazón del guerrero. Expongan el peligro con serenidad y objetividad. Estoy seguro que les escucharán.

LLYRA: Descuida maestro, haremos lo que nos solicitas. Eso sí, ora por nosotros para que el Espíritu de la Esmeralda nos ilumine con su brillo y nos lleve en silencio por el camino del éxito.

Frente al sacerdote, los cuatro discípulos se cubren la frente con la palma de la mano derecha, en señal de respeto y obediencia, mientras el anciano se pierde entre las mil columnas de su templo. En ese instante, la tierra empieza a sacudirse terriblemente.

THOME: Creo que el padre tiene razón. Estos estremecimientos no son normales. ¡Miren el cielo!… Es como una muralla pétrea lista a venirse sobre nosotros. Les invito a buscar abrigo.

Días después…

En una de las plazas de La Gran Capital, los cuatro amigos comentan entristecidos, la muerte del anciano y amado maestro, pues su débil corazón no pudo resistir la amargura que causa ver a la nación en tales riesgos. Así mismo, se dan ánimo por su próxima intervención ante el Consejo de Sabios de la República.

LLYRA: ¿Supieron ustedes de la muerte del anciano sacerdote Nailamp, sucedida hace tres días?

TOA: Si querida Llyra y no lo podíamos creer. Hace tan poco estuvimos con él.

THOME: Nailamp lo advirtió. Nos dijo que su fin y el de la nación, estaban cercanos.

QUENTO: Quizá esta sea la señal de que todo lo que nos confió es realidad; una hiriente realidad.

TOA: ¿Todavía no te has convencido? Es evidente que esta leyenda se refiere a nosotros. En los archivos hemos revisado decenas y centenas de documentos científicos que hablan, directa e indirectamente, de esta cuestión. No creo que sea falso o una coincidencia.

QUENTO: Tienes razón amada Toa, estamos convencidos; ¿pero cuándo se verificará ese día y noche terribles en que Atl será devorada por sus océanos?

LLYRA: Allí mismo está escrito; cuando los griegos intenten echarnos de Ureopa. Toa, que pertenece al ejército, podrá informarnos mejor.

TOA: Es cierto Llyra, cómo no lo pensé antes. He sabido que nuestras guarniciones orientales se aprestan a recibir un golpe desde Grecia o Egipto.

THOME: Debemos apresurarnos a comunicar estos detalles al Consejo. Oremos por fuerzas y tengamos fe en los sabios.

Ya en el Consejo, unos minutos más tarde.

SABIO TOHIL: ¿Qué asunto urgente es éste que traen para enriquecer nuestros humildes conocimientos?

QUENTO: En nombre de mis amados amigos y el mío propio, debo informar de la proximidad de una gran tragedia. Esto es lo que sé: hace décadas, la gran falla oceánica que limita con el continente por el oeste, ha venido agrandándose y provocando estrías y rajaduras en sentido oeste a este. Estas estrías han dividido en innumerables partes, todo el centro de Atl. En su momento, esas rajaduras han degenerado en fallas menores que con el pasar de los años, han crecido en volumen y actividad. Sabemos que nuestros científicos intentando limitar esta actividad geológica, han colocado cargas atómicas de alto poder que al detonar, solo han conseguido acelerar el proceso de deterioro de la placa continental. Si estas actividades continúan, como de hecho está ocurriendo, Atl se hundirá sin remedio entre los dos océanos, después de sufrir horribles convulsiones y terremotos.

SABIO CAYAN: Esto, más que un informe, parece una novela para asustar a los niños. ¿De dónde han sacado semejantes ideas?

THOME: Ustedes saben de dónde proceden nuestros datos. Desmentirnos sería absurdo y peligroso.

SABIO MANITU: Lo único absurdo y peligroso es este cuento con disfraz de informe, que su amigo nos ha contado.

TOA: ¿Por qué niegan lo que es verdadero? ¿Por qué no permiten que el público sea quien juzgue e intente protegerse? Con negar los hechos no se soluciona nada.

SABIO PARAA: Joven amiga, al igual que yo y algunos de los aquí presentes, usted pertenece al Ejército Continental. Debería saber entonces, que con un cuento como el que nos han traído, pueden causar el pánico. Ese sentimiento no pasará inadvertido entre nuestros muchos enemigos, quienes se servirán de él para arremeter contra la nación. Estos son días peligrosos. Nuestros enemigos del oriente quieren combatirnos y exterminarnos. Si ellos reconocieran el temor entre los nuestros, lo usarían a su favor. El rumor es la mejor arma hasta hoy inventada. ¿Le parece poco, capitana, y todo por un cuento?

LLYRA: Si ustedes no advierten al público sobre esto, lo haremos nosotros.

SABIO PARAA: Será mejor que no lo hagan señora. La policía no se los permitirá. Tengan cuidado y piensen bien lo que van a hacer.

SABIO TOHIL: Este Consejo ha escuchado bastante y considera que ustedes están fuera de toda proporción. Será mejor si se marchan de aquí y se dedican a actividades más constructivas.

QUENTO: Pero si ustedes tienen la obligación de investigar este aviso.

SABIO TOHIL: Hemos dicho nuestra última palabra; retírense.

Un mes después, en casa de Toa y Quento.

THOME: He pasado el mes más horrible de mi existencia. Más que los terremotos y hundimientos, me preocupa la policía que nos vigila estrechamente, desde aquella ocasión en que intenté alertar al público.

LLYRA: Nunca podrás imaginar querido Thome, cuánto trabajo tuvimos que pasar para sacarte de ese aprieto. La policía no quería dejarte ir, alegando que eras un alborotador.

QUENTO: No podemos exponernos más. Si la policía sospecha de nosotros, nos detendrá y entonces no habrá poder humano que nos ayude a escapar de la tragedia… A propósito de escapes, Toa tiene un plan que nos puede salvar. Cuéntales amada Toa.

TOA: Queridos amigos, esperemos con calma y en silencio, pero siempre alertas. Cinco semanas es el tiempo que falta para que se verifiquen dos hechos importantes: primero, en cinco semanas, nuestras fuerzas de oriente esperan el ataque de los griegos, ya confirmado por la Inteligencia Militar. Segundo, en esos días estaremos sobre la fecha sagrada de la que hablaron nuestros antepasados: el día nefasto de 4-Movimiento. Ese día se fijó como el de la destrucción de la Quinta Generación, a la cual pertenecemos nosotros. Casi todos han olvidado el significado de esa fecha, mas eso no quiere decir que no se vaya a llegar a ella.

En todo caso, queridos compañeros, el día anterior, vestiremos como militares. Saldremos de aquí a las 18H00 y en mi vehículo, nos dirigiremos a la Base Aérea. Ya en el lugar y con pases arreglados, los presentaré como unos oficiales viajando a Italia. Una vez en el avión, despegaremos rumbo del espacio exterior cercano, para encontrarnos con una de nuestras estaciones orbitales. Únicamente así, conseguiremos librarnos de la tragedia.

THOME: ¡Bravo Toa, has pensado en todos los detalles!

LLYRA: ¿Bien, pero dónde conseguiremos uniformes?

TOA: No te preocupes buena amiga, contamos con cinco semanas para fabricarlos.

THOME: ¿No les parece que sería más fácil comprarlos?

TOA: Recuerda querido Thome, que la policía nos vigila. No debemos dar motivo para que sospechen y empiecen a averiguar.

QUENTO: Bien dicho amada esposa. Pongamos, pues, manos a la obra.

Cinco semanas después, en la misma residencia.

TOA: Tengo miedo esposo, la tierra no ha dejado de temblar y calentarse. Los sacudones son cada vez más intensos y extensos. Buena parte de la ciudad está destruida y en llamas. El cielo enfurecido, descarga tempestades. El cataclismo de ayer sumergió bajo el mar el istmo de Cuná. El océano hierve y se violenta. Nuestra hermosa villa esta cuarteada y en tinieblas. El fin está muy cerca porque mañana es el día señalado por los códices y los anales.

QUENTO: De habernos escuchado ese Consejo de tontos, hubiéramos salvado muchas vidas; ahora, no hay nada que hacer.

Son cerca de las 18H00; en unos minutos más vendrán Llyra y Thome y nos colocaremos estos trajes. Luego, buscaremos la ruta más segura a la Base.

TOA: Espero que lleguen pronto pues de lo contrario, nos tocará caminar hasta la Base. La ciudad es cada vez más intransitable.

QUENTO: Escucha Toa, alguien viene.

THOME: Somos nosotros, amigo; por poco nos sepulta el viaducto; se desplomó a nuestro paso. Ahora debemos darnos prisa.

TOA: Dices bien Thome, todo es cuestión de minutos.

Ya con los uniformes puestos, realizan su duro recorrido a la Base Aérea.

LLYRA: Hay pánico en las calles. Las personas intentan ponerse a salvo huyendo por tierra, mar y aire.

THOME: Violentos remolinos devoran las embarcaciones.

TOA: Además del cataclismo, los noticiarios se concentran en el ataque de que han sido objeto nuestras fuerzas en Italia.

QUENTO: Es la señal del fin.

THOME: Todo esto quiere decir que la profecía del anciano Nailamp era verdadera y que, entre hoy y mañana, el centro del continente quedará sumergido bajo los océanos.

LLYRA: Apresúrate amiga, acelera para que podamos alcanzar la nave.

TOA: Lo intento pero las pocas vías que no están destruidas, se llenan de escombros o personas que intentan detenernos para tomar nuestro vehículo.

Tres horas después.

TOA: El recorrido se me hizo eterno, pero hemos arribado. El guardia se acerca; no digan nada, yo los presentaré.

GUARDIA: Buenas noches capitana, su identificación, por favor.

TOA: Tenga soldado. ¿Cómo está la situación por aquí?

GUARDIA: Pésima señora, todos los edificios del ala oriental se desplomaron hace unos minutos, durante el último terremoto; afortunadamente, no había personal en ellos. En breve, nos evacuarán.

TOA: Sentimos el movimiento de camino hacia acá.

GUARDIA: ¿Y sus acompañantes, capitana?

TOA: Son oficiales del Séptimo Ejército que viajan conmigo hasta Italia.

GUARDIA: Suerte la suya señores; salen de un infierno para entrar en otro. Sus papeles, por favor.

En ese momento, un cataclismo de increíble intensidad se produce. El guardia cae aturdido.

TOA: ¡Salgamos del vehículo y corramos hacia la nave. Es nuestra oportunidad; vamos antes de que el guardia se recupere!

Todos abandonan apresuradamente el auto, corren y alcanzan el avión que Toa les señala. Ya en el interior, otro terremoto destruye lo que quedaba de la Base Aérea. Mientras tanto, la capitana obliga a la nave a despegar.

Minutos más tarde…

THOME: ¡Qué cerca estuvimos con aquel guardia y esos horribles temblores!

QUENTO: En las estaciones de radio locales solo se puede escuchar el Himno Nacional.

LLYRA: Qué tranquila se está aquí arriba. Después de tantos sobresaltos, ha llegado la calma.

TOA: No te emociones mucho, querida amiga.

THOME: ¿Qué quieres decir, querida Toa?

TOA: Esta nave es de limitada capacidad en lo que tiene que ver con el oxígeno de la cabina. Es decir que la empleamos, básicamente, para viajar dentro de la atmosfera. Su capacidad de operación se reduce, notablemente, en el espacio exterior; por eso se las emplea como naves de enlace entre la Tierra y las estaciones orbitales cercanas a ésta. Intentar ir más lejos con este aparato, sería un suicidio. Esto quiere decir que si no encontramos una estación espacial exactamente sobre nuestras cabezas, tendremos que regresar. No utilicé una nave de mayor alcance, pues hubieran sospechado. Tengamos fe.

QUENTO: ¿Por qué no usas la radio para confirmar la presencia de una estación orbital cercana?

TOA: Recuerda que en tierra piensan que viajamos a Italia. Si se enteran que buscamos refugio en el espacio exterior, nos derribarán por desertores o, al menos, prohibirán nuestra entrada a la nave orbital.

Debemos llegar, repentinamente, alegando fallas en nuestro mecanismo o, de lo contrario, nos abandonarán en el espacio.

LLYRA: ¿Por qué no buscamos asilo en un país extranjero?

TOA: ¿Vestidos así y en una nave de nuestro ejército? Hoy no tenemos países amigos. Inmediatamente después de nuestro aterrizaje, seríamos arrestados o asesinados. Ya no existe un poderoso Estado que nos respalde, pero si muchos odios y resentimientos acumulados a través de las décadas, en nuestra contra.

Si una nave orbital no está en la posición deseada, tendremos que volver a Atl y enfrentar, directamente, su horrible final…

Bebelandia

Nació hace medio milenio, cuando sus padres llegaron en busca de una nueva vida, a la tierra de las oportunidades y de los oportunistas. Eran autoritarios y dominantes ya que su vida anterior les había convertido en seres oscos y rudos; prueba de ello, que se impusieron en el nuevo, extraño y hostil paisaje. Y así, bajo esta tutela, los niños anduvieron.

Cuando Bebelandia alcanzó sus primeros trescientos añitos, ocurrió algo importante: los niños del Norte alcanzaron su mayoría de edad y se independizaron de los padres. Tomaron una forma de vida extraña a su medio y la adaptaron a propia y nueva realidad y así maduraron.

A los del Sur, que les gustaba imitar y que querían verse libres para poder ir por ahí, haciendo de las suyas y que vieron en esta alternativa, la posibilidad de ser reconocidos como mayores, se dedicaron con empeño a la tarea de sacudirse de sus viejos. Así, lucharon por su libertad, con la ayuda de algunas sociedades mayores interesadas en la herencia de los chiquitos, consiguieron por fin su libertad, muy en relación con su madurez: altamente inmadura.

Ahora, los niños libres podían optar por su propia forma de vida. Como seguían siendo niños, optaron por la más fácil: imitar a los mayores o a los que ellos consideraban mayores.

Estructuraron su nueva sociedad a partir de las formas que sus infantiles ojos podían observar. Así, conforme la sociedad de los mayores evolucionaba sujeta a sus propios intereses y necesidades, la de los niños, en su afán por llegar a ser mayor, imitaba la evolución de la sociedad que ella consideraba un modelo. A pesar del esfuerzo, sin embargo, seguían siendo nenes.

En este ir y venir, han transcurrido 200 años más y, con todo, sigue siendo una sociedad de niños.

Imitan a sus mayores en lo intelectual, espiritual y material, pero el traje les queda bolsón.

Si nos acompaña el paciente lector, pasemos a observar a los individuos que conforman tan divertida como liliputesca sociedad. Todos toman parte en este entretenido juego pues, hasta de pronto, consiguen parecerse a los mayores a los que tanto admiran secretamente y odian de palabra.

Algunos niños juegan a ser científicos pero, con sus deditos llenos de filosofías extrañas, solo consiguen ensuciar las fórmulas y los conceptos. Otros juegan a competentes oficiales de policía y se arman de palos con los que acosan a los más débiles, que no les pueden devolver los golpes; no así, a los que son más altos.

Las niñas juegan a ser esposas y madres perfectas, pero como los príncipes de los cuentos no se orinan en la cama y los niños si, terminan acusándose, mutuamente, frente a terceros, de haber sido los causantes de que el juego se echara a perder. Luego, también hay niños que les gusta jugar a la guerra; usan ropa y corte de cabello parecido al de los soldados mayores, castigos y pruebas de fuerza con los que creen convertirse en hombres o desaparecen a algún vagabundo dado a filósofo de filosofías ajenas, pero cuando les toca una confrontación armada, la única táctica que aplican es la retirada en desbandada.

También hay los que juegan a ministros y pastores de religiones extranjeras, que no les son propias; por ello, no las entienden ni las practican. Por ejemplo, hacen a otros lo que no quieren para ellos. En definitiva, no son ni honestos, ni honrados, ni obedientes, ni humildes y, peor aún, castos.

Pero, los mejores juegos son aquellos que imitan a la política. Para éstos no se necesita leves conocimientos como en los otros; para imitar al político, solo se necesita fuerza bruta, boca de marinero, garrote descomunal, amén de una ineptitud y corrupción proverbiales y a toda prueba. A ser políticos, aspiran los niños más retardados, o sea, la inmensa mayoría. A ello apuntan pues como están en una edad en que les gusta correr, gritar y zapatear, qué mejor que la lona de boxeo que les ofrece el gobierno.

Así podríamos hablar de todos los niños que habitan en nuestra sociedad; de los grandes deportistas que pierden todos los encuentros porque el cuero del balón proviene del país del equipo adversario; de los profesionales que saben de todo menos de su área de especialización; de las secretarias que atienden, únicamente, a los allegados a su oficina; de los obreros que dañan las máquinas a su cargo para tener más horas libres; de los artistas que le cantan y le pintan a la pobreza, para vender como ricos; de los que estudian para obtener un título nobiliario o de los miembros de la oposición que se oponen de a mentiritas, para cuando a ellos se les opongan otros como ellos. Todos infantes intentando ser mayores a través de la imitación a los que ellos consideran mayores.

Recordando pues, que siempre hablamos de una sociedad en la que, por inmadurez, no se deja de ser niño, relataremos un caso típico: el de dos individuos que son dignos representantes y ciudadanos de Bebelandia.

***

En una ciudad cualquiera, hace algunos años, nacieron el niño Andrés y la niña Andrea. Estaban ya en este barrio y empezaron a aprender de los niños viejos. Se convirtieron en receptores del comportamiento de sus semejantes. Así, cumplieron seis años y fueron enviados a la escuela. En ella, les enseñaron las cosas de manera que parecía que la ciencia y el conocimiento humanos habían llegado a su tope. Todo lo que escapara a lo ya conocido, era asunto de locura, utopía o encantamiento. Les contaban una Historia de historieta; en ella, los ajenos eran héroes, las derrotas eran propias y lo bueno no contaba pues era parte de la prehistoria. En Psicología les decían que si seguían el comportamiento biológico normal que demandaban sus cuerpos, se atrofiarían, En la Teoría del Conocimiento les convencían que las ciencias exactas son para los alumnos que están en el Cuadro de Honor pues éstos son los únicos que pueden memorizar las fórmulas. En Religión les dijeron que para no ofender a Dios hay que dejar de pensar en las personas del sexo opuesto: por eso mismo, dividían los colegios en femeninos y masculinos. En Bellas Artes no debían dibujar mejor que el fracasado del profesor. En fin, a los niños les mostraron que todo lo que les rodeaba era superior, en mucho, a ellos y que la resignación era lo mejor. Que ellos, como simples mortales, no podían hacer ni contribuir a la ciencia y a las artes. En síntesis, había que dejar a unos súper hombres que dicen que viven bajo tierra y al otro lado, la labor de investigar y a los mortales que vegetan de este lado, la de memorizar las conclusiones. Cuando alguno de los niños decidía usar su cabeza, era catalogado de tonto y ocioso, amenazándosele con la cartilla de notas en la mano.

Por ese estimulante camino, caminaron Andrés y Andrea hasta concluir sus estudios secundarios. Contaban con dieciocho años pero seguían siendo niños modelados por su sociedad infantil. A él le dijeron que debía ir a la universidad para que le digan doctor, en vez de SEÑOR. A ella le dijeron que podía intentar la vida universitaria para ver si conseguía un doctor que la mantuviera; sin embargo, le advirtieron que no leyera los libros pues el desarrollo intelectual en la mujer es contraproducente a su feminidad.

Los dos niños vieron en la universidad, la posibilidad de asemejarse a los mayores, Así, ingresaron al nuevo medio y detectaron dos alternativas: preocuparse por madurar a través de su vocación o unirse al grupo y aprobar los créditos ofreciendo su dignidad de seres humanos, como rodapiés. Como solo sabían ser niños, optaron por la segunda alternativa. Tuvieron unos pocos compañeros que optaron por la primera, pero también vieron que a éstos, sus profesores les temían y les desaprobaban para que se despecharan y así no llegasen a ser mejores que sus "maestros", en la vida profesional; la competencia es demasiada para cualquier mocoso.

Andrés y Andrea, que ya se conocían pues estudiaban en la misma Facultad, se atemorizaron y se afirmaron en la postura más cómoda: menos esfuerzo es igual a graduación más rápida. Ellos sabían que intentar el sacrilegio de ser mejores que sus profesores, les costaría su carrera y, entonces, sus padres niños sí que se disgustarían; eso no podía ser, debían tomar la alternativa más fácil. Una vez más, ésta no les permitió madurar.

Como ya contaban con veinticuatro añitos y seguían siendo niños a pesar del título profesional al que se acercaban, decidieron madurar a la usanza de los Cuentos de Hadas: contrayendo matrimonio.

Ahora que estaban casados y graduados, debían comportarse como personas mayores. Solo visitaban a otras personas casadas, vestían trajes formales. Ella hablaba de la servidumbre y él de su nuevo trabajo para mantener los caprichos de Andrea. Mas, como pasaban los meses y los años y no podían o no querían desprenderse de los respectivos hogares paternos, empezaron a surgir los problemas conyugales. "Muy inmaduro", decía ella; "Andrea es todavía una niña de papá", decía él. La cosa era grave. Él ya no hablaba con ella ni ella con él. El divorcio parecía la única posibilidad pero los suegros debían intervenir para que sus bebés no hicieran el ridículo frente a las amistades. Les dijeron que no podían separarse pues Adrianita, la pequeña hija de Andrés y Andrea, se convertiría en la pobre hija de un hogar separado; que solo los cholos abandonan a sus mujeres e hijos; que el cura no permitiría que los entierren en el campo santo; que para los amigos, Andrés sería visto como impotente y Andrea como mujer fácil; que todos se enterarían del escándalo y la noticia correría de boca en boca, como reguero de pólvora. "Sufran en silencio, porque el qué dirán es primero", les decía la abuela (a propósito de esta vieja que tiene un Diccionario en el que la palabra Dinosaurio es sinónimo de animal doméstico, le llamaban "nona" porque les recordaba la palabra nena). Pero Andrés y Andrea no querían escuchar razones.

Entonces, la madre de Andrea le dijo a ésta que si la situación no mejoraba, la metería a monja. Por su parte, el padre de Andrés le dijo a éste que si la situación no se arreglaba, le retiraría su apoyo económico. Como esto si lo entendieron los dos niños pues jamás les enseñaron a luchar solos, decidieron pactar la paz.

Así, la feliz pareja siguió unida, sirviendo de modelo de madurez a otros niños que, a través del matrimonio, querían parecer mayores. Andrés y Andrea, habían hecho un pacto sin saberlo: fuera del hogar serían el matrimonio perfecto; dentro de él, renovarían la vajilla cada cuatro semanas.

Así, llegaron a los treinta años de vida pero seguían siendo niños. Andrea organizaba el té canasta con sus amigas y, en los intermedios, seguía hablando de la servidumbre, de su feliz matrimonio y de las amiguitas de la clase alta de su Adrianita. Andrés, por su parte, juzgó que la política le ayudaría a madurar. Ingresó en el partido político que esgrimía la filosofía de moda en Chechenia. Andrea pensó que enseñar a los menores era labor de mayores; que inigualable oportunidad para ser adulta. Se dedicó a la fácil tarea de la docencia y, sin saberlo, enseñó a sus alumnos el temor a vivir. Andrés, además de servir al Estado pero no a los ciudadanos, había ingresado en el partido político de moda: el PARTIDO AMBIDIESTRO o de la derecha izquierdizada, o algo así (no me crean cuando pienso mucho). Su programa era sencillo y, a todas luces, conveniente: di a los ignorantes electores lo que quieren escuchar; ofréceles la riqueza y, cuando te elijan, adminístrala por ellos. Fácil en verdad. Como Andrés contaba con cuarenta años de experiencia en la sociedad de los niños y esta experiencia lo había convertido, inevitablemente, en uno más de aquellos infantes, le resultó bastante fácil este nuevo juego de la política. Como en Bebelandia se tenía la certeza de que todo lo que venía de afuera era mejor e insuperable y, porque Andrés no era la excepción y además aprendió a ser facilista, como sus antecesores, importó filosofías extrañas, mal entendidas e imposibles de aplicar en su realidad. Con la filosofía –mal llamada ideología-, trajo los accesorios: pancartas, eslóganes y pintura de un solo color; también trajo extranjeros vividores, llamados asesores, para que instalen ese mamotreto. Y como tenía bien desarrollada la cualidad infantil de la imitación, imitó bien lo que le enseñaron, llegando a la Presidencia del club…, perdón, de Bebelandia (Babeland, en alemán).

El flamante Compatriota Presidente y su distinguida Primera Dama de la Nación, frisaban los cincuenta años de vida infantil. Empezaron a gobernar; viajaban a todas partes. Daban cinco discursos por día o, mejor, repetían el mismo cuento cinco veces al día. El Presidente salía tanto en la televisión, que los televidentes sentían ansias por viajar a un país como el que les presentaba; y cada vez ofrecía menos. Para que la población vea su obra presidencial, Andrés hacía instalar la filmación de una misma carretera, hecha por los militares, en diez lugares distintos, para que pareciera una decena de carreteras. Cuando no estaba de viaje, frente a las cámaras o en los cocteles de sus partidarios, estaba muñequeando para la reelección.

Andrea, por su parte, manejaba la Fundación de la Misericordia dedicada a realizar milagros: hacía hablar a los mudos, correr a los patojos y ver a los ciegos; a los primeros les entregaban un celular de juguete, a los segundos les daban una patineta y a los terceros les obsequiaban una Biblia. Lo poquito que quedaba de tan maternal limosna, se empleaba en los necesarios viajes, compras y gimnasios para la capacitación de las Damas de la Misericordia y su benefactora la Beata Andrea, como ahora se denominaba al círculo de amigas de la Primera Dama.

Se decía que el Gobierno había hecho ascender al país: si, ascendió el precio de la carne, de la leche, del pan, de las matrículas, de los impuestos, de las entradas al cine y de todo lo visible e invisible; también ascendió la cuenta bancaria del mandatario. Pero no seamos tan negativos, si hubo algo que se mantuvo estable: los sueldos de hambre de los pendejos que votaron por él. Es más, hasta hubo cosas que bajaron como el número de plazas de trabajo, la cantidad de camas en los centros de salud o el número de estudiantes en todos los niveles de la educación formal.

Pero su política exterior si fue digna de un monumento en la Plaza de la República; estaba dirigida a ocuparse tanto de los problemas de otros pueblos que, por poco, termina en guerra.

Como por triviales que sean estos problemas, todo pretexto es bueno, los Generales dieron el golpe de Estado. Y solamente porque el Gobierno de Andrés había saqueado las arcas y que de sus veinticuatro Ministros, solo veinticuatro estaban involucrados en insignificantes escándalos de corrupción, fueron despojados por los crueles niños militares, de su inviolable derecho a dirigir el país, por el lapso de una dictadura. El futuro de Andrés y Andrea, se pintaba de color castaño. Serían deportados a un país bañado por dos océanos, alojados en un caserón del modesto barrio donde ya se hallaban refugiados sus Ministros y atendidos con una ridícula pensión vitalicia que, a duras penas, les alcanzaría para una fiesta diaria. Para redondear su miserable ingreso, tuvieron que aceptar la invitación para dar la cátedra de Ciencias Políticas, Mención en Cómo Gobernar de Película, en la mejor universidad del país que los acogía con lástima. En esa tarea fueron tan competentes que recibieron un Doctorado Honoris Causa.

Después de una década de dictadura, los crueles niños de la milicia se retiraron a sus alfombrados cuarteles, ofreciendo no volver a dejar que los inquieten. Andrés y Andrea, por su lado, habían cumplido con el horrible exilio y, con rosas y velas en las manos y lágrimas en los ojos, fueron recibidos en el aeropuerto, por una delirante muchedumbre de amnésicos compatriotas. A sus sesenta añitos de infantil existencia, intervienen, una vez más, en algo parecido a unas elecciones. Una vez más, la Democracia está de fiesta,… si… pero en los Estados Unidos.

Andrés y Andrea están admirados de la evolución democrática que ha experimentado su pueblo; qué masiva concurrencia de electores a las urnas, no hay nada que impida a los patriotas civiles presentarse a ejercer su derecho y solo porque les dijeron que si no acuden a votar les quitan el derecho a la ciudadanía, la vida y su pase al Cielo. Claro que siempre hay un pequeño grupo de ciudadanos, inconscientes e ignorantes que anulan el voto y, peor aún, que dejan de asistir, pero ese corto 30% de anulación y ausencia puede explicarse por el Fenómenos del Niño, o será por el Fenómeno de la Corrupción (no importa amiguitos del Tribunal Supremo Electoral; a la Democracia le basta un voto para que ustedes sigan medrando). ¡Todo esto es emocionante! El pueblo de niños electores desagravia a sus amados ex Presidente y Primera Dama, entregándoles, una vez más, la jefatura del Estado. La historia se repite; con el segundo Gobierno de Andrés y Andrea, el país vuelve a ascender. Hay grandes manifestaciones de ex simpatizantes en contra del Gobierno de Andrés.

Pero, ¡oh fatal destino!; después de tres años de mandato, Andrés y Andrea, perecen en un accidente cuando se dirigían a un Banco de Suiza, por asuntos de Gobierno, claro está…

Eran tan jóvenes, solo contaban con sesenta y tres añitos de vida infantil. Bebelandia está consternada; ¡si tenían piola para tres mandatos más!

Se preparan funerales para Héroes. Centenas de miles desfilan frente a los féretros, mientras millones lloran desconsolados frente a sus televisores. En las exequias, el niño Cardenal despide a los Mártires por la Democracia, con un hermoso y apropiado pasaje bíblico: "Y Jesús, Nuestro Señor, dijo a sus discípulos: ´que los niños vuelvan a mí´"… Amén.

Cucos

Esa fría tarde de lluvia invernal del mes de octubre de 1978, siete muchachos estudiantes de Antropología, que, en su mayoría, bordean los veinte años, aguardan la próxima clase entre humo de cigarrillos, café, bromas oportunas y música Disco de fondo. Son gente de ese momento.

De costado al parque central, el comedor de la Universidad Católica de Quito, se presta para la espera. De pronto, uno de ellos, recordando su niñez aún cercana, propone un entretenido tema de conversación. ¿Cuál de ustedes ha vivido o escuchado algo insólito? Los demás lo miran mientras empiezan a sonreír. Una de las muchachas interviene, anotando que el único hecho extraño al que ella ha asistido, es al matrimonio de una ex monja y un tipo con fama de gey. Se desatan las risas con intensidad. Poco a poco, sin embargo, los chicos hacen silencio y el proponente vuelve sobre el tema. Una de sus compañeras lo interrumpe: "yo recuerdo haber leído acerca de algo extraño; ¿puedo contarlo si quieres?" El proponente asiente, todos se acomodan en sus sillas, ella empieza a contar…

Los hechos que narraré son producto del recuerdo de aquella reunión vespertina en la UCA, como yo llamaba a la Universidad Católica. Desde entonces, han transcurrido los años, sin volver a ver a esos muchachos. Unos se fueron, otros cambiaron de carrera y los menos continuamos, dejando de ser como en esos días. En todo caso, no importa si los hechos narrados eran reales o no; lo que ahora interesa, es lo agradable de ese instante ido para siempre: un buen tema, en buena compañía y en momento oportuno, se ha hecho imborrable.

… Pero que nuestra compañera siga contando la experiencia…

  • El Pasajero:

Ana María, que así se llama la informante, nos relata que hace unos tres o cuatro años, leyó en un diario de Quito, acerca de un visitador a médico argentino que hacía su recorrido habitual. No recuerda el nombre de los pueblos, pero si el que su círculo de trabajo afectaba un pequeño sector de la pampa de Argentina.

Una noche, inquieto por el bienestar de su familia, decidió tomar su automóvil y regresar a su pueblo de origen. Bajo otras condiciones, hubiera preferido aguardar al siguiente día, mas aquella noche, algo lo intranquilizaba. Canceló el costo de la habitación del hotel, se despidió del propietario con quien había entablado una buena amistad y se dispuso a iniciar su largo viaje de retorno, a través de esa enorme y desolada pampa. El inquieto hombre compró algo de comida y se dejó guiar por las brillantes estrellas. Conforme avanzaba por la carretera y se alejaba del pequeño pueblo, la calma primero y la monotonía después, se apoderaron de él. Finalmente, el sueño lo visitó. Prudentemente, estacionó el coche a un costado del camino, colocó las luces de parqueo y se dejó caer derrotado por el sueño.

No sabe qué tiempo durmió, pero unos golpes en la ventana del lado derecho, lo despertaron. El inoportuno acechador era, más bien, un hombre joven y de aspecto pacífico que, en medio de la noche y de la nada, le solicitaba pasaje. Sorprendido, el visitador le permitió ingresar en su automóvil. Después de acomodarse, puso en marcha el vehículo, volvió a encender la radio y se deslizó por la carretera, rumbo de su pueblo natal. Como era natural, el conductor empezó a cuestionar a su pasajero. Podía ser un prófugo o un guerrillero. No lo parecía por su pulcritud. Al sentirlo parco, sin embargo, prefirió tomar él el hilo de la conversación. Es que, su extraño acompañante se limitaba a contestar con monosílabos: "si", "ya", "no", "ah", etc.

Así transcurría el viaje del visitador y su extraño acompañante, cuando una hora y media más tarde, sintió que su automóvil comenzaba a descomponerse. Se apagaba, las luces perdían intensidad, el sonido de la radio se hacía lejano. Entonces sí, el inicio de la pesadilla. Agotadas las fuerzas, el vehículo se detuvo. El visitador se excusó con su acompañante, descendió del coche y levantó la tapa que cubre el motor, en un acto casi instintivo. Mientras intentaba ubicarse en esa maraña de cajas, alambres y mangueras, una luz intensa lo iluminó por la espalda. Pensó que un camión se le venía encima y, rápidamente, regresó para mirar. Ciertamente no era un vehículo convencional; se trataba de una gran fuente de luz celeste, sin forma definida. Estimó en quince metros, el diámetro de aquella luminosidad. El aterrado visitador y la luz, se arrostraron durante los siguientes segundos hasta que empezó a alejarse despacio primero y muy rápidamente después, para finalmente desaparecer en el firmamento. El hombre despertó de su estupor cuando la radio volvió a dar señales de vida. Veloz, corrió hacia la cabina para comentar la extraña aparición, con su compañero de viaje. Al llegar, no obstante, descubrió que su acompañante había desaparecido. El aterrorizado conductor volvió al frente, cerró la tapa del motor, miró a su alrededor y, luego, por debajo del coche. Su pasajero se había esfumado en medio de la madrugada y de miles de kilómetros de pampa llana y desierta.

El visitador a médico llegó a su pueblo, en horas de la tarde de aquel día. Comentó lo sucedido, afirmando que se encontraba convencido de que su extraño acompañante lo había "utilizado" para que, sin saberlo, lo pusiera en contacto con sus compañeros de la luz brillante.

  • Colores en el Cielo:

Todos quedamos cautivados con el relato de Ana María.

Le sigo yo –Jaime Mauricio-, el proponente del tema. Todos hacen silencio y me miran detenidamente.

Esto me ocurrió en la ciudad de Lima, cuando estaba en compañía de mis dos hermanos. Yo tenía doce años; ellos, catorce y dieciséis. Era finales de 1968 y el verano limeño empezaba a sentirse. En aquellos días, cuando mi padre brindaba asesoría al Perú, como Técnico Internacional de la Organización de Estados Americanos, vivíamos en la Urbanización Aurora, un moderno y cómodo barrio limeño. Recuerdo que detrás de las casas de mi vereda, en la calle José Sabogal, existía una plantación abandonada de algodón que después de nuestra salida, cuatro años más tarde, fue urbanizada. Ese gran campo descubierto, permitía una mayor visibilidad de las colinas lejanas del oriente limeño y de buena parte del firmamento del Levante; aspectos estos, particularmente, visibles desde la habitación que compartía con uno de mis hermanos, pues contaba con un amplio ventanal. Siendo inicio del verano, los tres hermanos que allí nos encontrábamos reunidos, teníamos las cortinas recogidas y las hojas de la ventana corridas para facilitar la ventilación.

Eran las 18H55, cuando el capítulo de la serie El Avispón Verde, tocaba a su fin. A través de la gran ventana, solo se distinguía una profunda oscuridad. Nuestros padres y dos hermanos más, en compañía de la empleada, habían salido de compras y no tardarían en regresar. Los tres de la historia, nos hallábamos solos en la casa. De pronto, en el epílogo del capítulo de esa serie norteamericana, la imagen desapareció como cuando un canal sale del aire. La interrupción tomó unos quince segundos. Lo verdaderamente insólito ocurrió en los cinco segundos intermedios. El firmamento de un negro profundo, empezó a pintarse con todos los colores del espectro; uno a la vez, No era un punto en el cielo, no era tan solo la línea del horizonte; era toda la bóveda celeste observable a través de la ventana, cambiando de un color a otro, en fracciones de segundo. El fenómeno estaba tan asociado con el firmamento, que pudimos distinguir las sinuosidades de las colinas al Este de Lima, recortadas de negro sobre un estupendo cielo de colores cambiantes.

Durante esos segundos, el televisor continuó interferido. Unos cinco segundos después de concluido el fenómeno celeste y vuelto el cielo a su negro nocturnal, la señal volvió al canal. El programa norteamericano había concluido y se emitían mensajes comerciales. Le seguía un noticiario. Tal vez allí se explicaría el evento. Sin embargo, nada anormal fue reportado. En lo local, algo sobre la nueva política del Gobierno del General Juan Velasco Alvarado; en lo internacional, el desarrollo de la "Mad Man´s Theory", impulsada por el Presidente Johnson, para Vietnam. Cuando nuestros parientes retornaron, les preguntamos acerca del evento. Nada; era la primera noticia para ellos. Aguardamos a la mañana siguiente. "El Comercio de Lima publicará lo que ocurrió", afirmó mi hermano mayor. Pues no, eran las noticias de siempre. Ninguna novedad desde el Observatorio del Morro Solar o de eventuales testigos. Ya en nuestro Colegio –el San Agustín, en San Isidro-, nos tuvimos que guardar las ganas, ante la ausencia de comentarios al respecto. Era evidente que nadie, fuera de nosotros tres, vio o sintió el fenómeno.

Han pasado los años y ni los colores en el cielo ni la ignorancia generalizada frente al evento, nos han sido explicados a satisfacción, jamás.

  • El Estudiante:

Le tocó el turno a Luis. Nos contó lo que le ocurrió a una secretaria de la Universidad, con relación a un estudiante.

Eran cerca de las 20H00 de un lunes de fin de semestre. Todas las oficinas estaban cerradas y sus luces apagadas. Solo la Secretaría del Departamento de Antropología, se hallaba activa. Es que María Antonieta –antigua como la Reina decapitada-, siempre fue la primera en llegar y la última en dejar ese espacio departamental ("así son las que no tienen nada mejor que hacer", complementaba Lucho). Esa noche, la "Marioneta", como la llamábamos, archivó los últimos papeles, revisó su cartera, apagó la luz y cerró la puerta de su oficina. Como ya mencionamos, las oficinas y el corredor que las conectaba, estaban a oscuras y bajo llave, a excepción de la de uno de los profesores. Aquella oficina tenía la puerta entre abierta y la luz encendida. Antes de continuar su recorrido por el oscuro y largo pasillo, Marioneta detuvo su andar frente a la puerta de esa oficina y miró al interior. En el escritorio anexo al del profesor, se encontraba sentado un estudiante que la secretaria reconoció. "Hola, cómo estás; ¿no queremos tener problemas con el profesor, verdad?, le comentó María Antonieta. El chico la miró, se sonrió y volvió la mirada al papel que mantenía frente a él. Sin inquietarse, la empleada continuó su largo y solitario recorrido, hacia el ascensor que se hallaba antes del ducto de las gradas. A medio camino, recapacitó. El titular de aquella oficina no se encontraba y le gustaba hacer problema por todo. Tradicionalmente, era ella quien salía de última. Si ocurría algo, el muchacho y ella, tendrían problemas. "Será mejor que salga conmigo", pensó, mientras volvía sobre sus pasos, para encontrarse con una sorpresa. La oficina del profesor estaba cerrada y con la luz apagada, pero el estudiante jamás pasó tras de ella, en su camino al ascensor o las gradas. No existía otra posibilidad de vía, en ese cuarto piso. Helada por el miedo, la secretaria caminó primero, para correr después, hacia el ascensor. Sin desearlo, recordaba las historias y cuentos de terror que se habían tejido alrededor de ese edificio administrativo, antiguo Hospital de la Universidad Católica.

Al día siguiente, María Antonieta contó el incidente al profesor responsable de aquella oficina, quien quedó más sorprendido que ella. "Señora –le dijo-, ese estudiante está matriculado en mi Taller de Mercados y desde el jueves pasado hasta el domingo entrante, pasará en Riobamba donde tiene que investigar ese tópico; es imposible que haya estado aquí la noche de ayer".

En efecto, cuando el estudiante regresó de Riobamba, una semana después, quedó perplejo al escuchar la historia. "La noche del lunes pasado, viajaba a la población de Chambo. Cerca de las ocho de la noche, la llanta delantera del lado derecho del bus en que íbamos, explotó. Afortunadamente, el conductor logró detener el vehículo al borde del abismo, cortado por el río. En esos instantes y a un metro de la tragedia, en mi mente apareció la carta que me enviara desde el extranjero, mi enamorada y que la leí, precisamente, en el escritorio anexo de la oficina del profe, donde me documentaba en antiguas investigaciones acerca del tema de los mercados".

Desde entonces, la secretaria nunca cierra pasadas las 18H30, procurando siempre alguna compañía desde su oficina hasta el lejano ascensor.

No cabe duda de que en ciertos lugares, el mal anda suelto.

  • Los "Amigos":

Y pensar que nos hallábamos en la planta baja del edificio en el que, supuestamente, se dieron esos hechos. Las risas del comienzo, habían mudado por gestos de interés y preocupación.

Afortunadamente, el turno le tocó al tonto del grupo. Carlos Telmo –a diferencia de los demás-, frisaba los treinta años. Tenía un cuerpo grande en contraposición a sus pies y cabeza que lucían, anormalmente, pequeños. Era un mulato de rostro abalonado y se caracterizaba por mentir de seguido. Más que pensar, alucinaba.

En fin, puesto en el predicamento de contar algo insólito y por no querer admitir que jamás había vivido algo importante, recurrió como siempre, a la mentira y a la exageración. Afortunadamente, el Telmo tiene conocidos consentidores que le ayudaremos a volver trascendente lo intrascendente.

Juró por todos los Santos, aunque se decía ateo, que había sido víctima de un encuentro cercano del tercer tipo. Desde un inicio, no se lo creímos porque juraba a cada paso, como intentando convencernos de algo que él mismo no podía sustentar. De todas maneras, había sido retado y tenía que continuar con su cuento. Aseguró que hallándose de unos quince años, en la parcela de sus padres, fue enviado en compañía de un hermano de once, a arrear unas vacas o algo parecido. Entendimos que esto ocurría –según él- campo adentro de la población de Alfalfas, Mote Chico o algo por el estilo. Era tarde ya y cuando volvían con el par de vacas, fueron sorprendidos no por un OVNI, sino por el tonto del tío que tenía la fea costumbre de contar hasta tres –lo que más pudo aprender en su primer y último Grado de escuela-, para descargar después un pescozón saca lágrimas en la tutuma de Carlos Telmito, para luego alejarse, rápidamente, profiriendo insultos y dando gritos. Recuperados de la impresión causada por el idiota, reanudaron su marcha hacia el lar familiar. Unos minutos después y cuando el crepúsculo cedía terreno a la noche, los dos pequeños quedaron, verdaderamente, sorprendidos al ver que entre unos arbustos, se encendía una enorme esfera de color naranja. Los rapazuelos soltaron las vacas y corrieron, lo mejor que pudieron, hacia el rancho de la familia.

En la puerta y sin aliento, Carlos Telmito pugnaba con su hermano, por entrar primero. De repente, una piedra de regulares dimensiones, se estrelló contra la cabeza de nuestro robusto informante. El chico gritó y dando una voltereta en el aire, cayó en el ahumado ambiente que en la casa de Carlos Telmo, hacía de comedor, cocina, dormitorio y pesebre de otros animales.

Su iracundo padre, nublado por el alcohol, se le acercó tambaleante, lo tomó del brazo y de un solo impulso, lo colocó en pie mientras le averiguaba por el destino de Hortensia y Clodomira, que así se llamaban las vacas del cuento. Tartamudeando, Carlos le contó lo ocurrido con el familiar primero, y con los "amigos" después. Por supuesto, su padre no se lo creyó y mientras empezaba a azotarlo con una soga que llevaba por correa, su abuela, la mulata Blanquita -como afectuosamente la llamaban por esos rumbos-, le reprochaba por sus malas inclinaciones que eran, en último término, las que propiciaban que al Telmo se le manifestara, a cada paso, el Maligno.

En honor a la verdad, debemos admitir que esta anécdota ha sido recargada un tanto, con miras a bajar la natural tensión causada por las anteriores, en los lectores. Sin embargo, ya en 1978, arrancó más de una carcajada y los respectivos comentarios.

En fin, sigamos con lo nuestro.

  • El Viaje:

Ahora viene el turno de Susana, A pesar de sus veinte y dos años, es la más madura del grupo. Había contraído matrimonio con un exitoso y joven industrial, unos dos años atrás.

Poco antes de su matrimonio y en casa de los padres de su prometido, escuchó una historia insólita. Su futuro suegro mantenía relaciones comerciales con un consorcio español. Un día, a inicios de esa década, el padre de su novio hospedó en la casa, a un ejecutivo de la firma española con la que mantenía las mencionadas relaciones. En una noche de tertulia, el peninsular le contó al futuro suegro de Susana, sobre una experiencia ocurrida en España, a mediados de la década de los años ´60. Se trataba de una noticia increíble que, poco a poco, fue minimizada y finalmente archivada por las agencias de prensa españolas.

La novedad involucraba a tres jóvenes que siendo nativos de un pequeño pueblo del Norte, cursaban sus primeros años de universidad, en una ciudad distante tres o cuatro horas de su lugar natal. Un viernes, los jóvenes recordaron que en la pequeña población, se daría una fiesta popular al día siguiente. Decidieron, entonces, embarcarse en el automóvil que tenía uno de ellos y dirigirse hacia aquella población, en busca de esparcimiento y para encontrarse con sus parientes y amigos.

El viaje de ida fue tranquilo; los muchachos arribaron al pueblo hacia la medianoche y durmieron en las casas de sus respectivos familiares, disfrutaron de los festejos del día sábado y descansaron todo el domingo.

Después de la merienda y como quedó acordado, se encontraron en la plaza mayor para iniciar el viaje de regreso a la universidad. El viaje se desarrollaba con normalidad, cuando una espesa neblina los envolvió. El conductor redujo la velocidad para evitar dificultades. Adicionalmente y en medio de la bruma, buscaba una estación de servicio para llenar el casi exhausto tanque de su vehículo. Los kilómetros se sumaban y los tres jóvenes ya angustiados, rezaban por hallar ese servicio en la carretera. Cuando la persistente neblina cedió un punto, uno de los muchachos alcanzó a divisar luces, unos cincuenta metros más adelante. Llenos de esperanza, los chicos se dirigieron hacia aquel lugar. En efecto, era una gasolinera. El conductor estacionó el vehículo al lado de una de las bombas y, sin más trámite, solicitó a un corpulento mulato, que llenase el tanque de su coche. Mientras se daba esta operación, notaron que el calor y la humedad, eran sofocantes.

Finalizado el proceso del surtido, el operario se acercó a la ventanilla y solicitó la cancelación del servicio en tal cantidad de bolívares. Los jóvenes intentaron hacerlo en pesetas. La discusión surgió. El hombre de la estación decía hallarse en Venezuela; los sorprendidos estudiantes sostenían estar en España. Finalmente, los muchachos aceptaron bajar del vehículo para inspeccionar el lugar. La vegetación circundante era tropical, el hombre hablaba con acento venezolano, los productos que vendía eran de Venezuela y las estaciones de radio que se podían escuchar en la gasolinera, eran caraqueñas.

Horas después y escoltados por funcionarios de la Embajada española en Caracas, los tres jóvenes eran embarcados rumbo a Europa. Su automóvil sería transportado por barco, después de someterlo a ciertas pruebas.

Dos días después, los inquietos universitarios llegaron a su Casona de estudios cuando profesores, compañeros y parientes iniciaban ya una vigilia, esperando una explicación satisfactoria al extraño "viaje" de los tres amigos.

Como nos dijo Susana al comienzo de su narración, el asunto fue silenciado y nunca más se volvió a hablar de aquel hecho tan singular. Porqué se guardan o silencian este tipo de noticias es tan enigmático como las narraciones que llevo registradas hasta ahora. En todo caso, la cuestión del silencio no compete a este trabajo.

  • Los Visitantes:

Empieza a oscurecer y es hora de asistir a nuestra siguiente clase, pero a nadie parece importarle ese detalle. Todos queremos seguir escuchando estas estupendas y extravagantes historias. Damos la palabra a Raúl para que inicie su relato.

Raúl había concluido sus estudios en un prestigioso colegio de Quito. A despecho de aquello, hasta el final, perteneció a la "pata" o grupo de los cuatro más vagos de su promoción. No hay que decirlo, pero eso lo llenaba de orgullo. "Oigan –decía-, eso de ser uno de los cuatro más flojos de la promoción más floja del colegio, es privilegio de pocos".

Cuando terminaban Sexto Curso, uno de los profesores, les propuso hacer su viaje de fin de bachillerato a la Amazonía del Ecuador. En medio del bosque oriental, la orden religiosa propietaria del colegio, mantenía una extensa hacienda. Sería una experiencia interesante para aquellos muchachos ávidos de aventuras. Desafortunadamente, en esos días, Raúl enfermó y no pudo acompañar a sus amigos. Lo que más le entristecía era no poder pasar sus últimos días de colegial con aquellos tres amigos que, si bien, no fueron aprovechados en sus estudios, lo fueron, y largamente, en amistad, bondad y entusiasmo para emprender los más atrevidos programas.

Partes: 1, 2, 3
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