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Estas son las de: 1) Nación biológica, 2) Nación étnica, 3) Nación política y 4) Nación fraccionaria, como una acepción secundaria refleja. No pretendemos aquí, reexponer lo ya analizado extensamente en dicha obra más que en lo estrictamente necesario para nuestros propósitos: ilustrar las condiciones estructurales que determinan la escala de las diversas acepciones de Nación, pero en especial la de Nación política, y que vienen a construir —si se nos permite— su particular geometría constitutiva. La razón de esto no es otra que la de aceptar una perspectiva que resulta más convincente que otras, pues da cuenta de la morfología de ciertas estructuras (de la "nación" y el Estado moderno) con una capacidad de conformación y determinación de la realidad histórica, práctica y política inexcusable.

Desde el convencimiento de que no podemos saltarnos estos elementos –citados por Enrique Bernales– (5) en cualquier tipo de análisis mínimamente realista, pretendemos señalar (o simplemente asistir en este diagnóstico) aquellas estructuras cristalizadas por la acumulación de la historia que se presentan, ámbito de la discusión de la discusión política entre los nacionalismos y el Estado, como difícilmente ocultables a la consideración; lo cual a veces, en un orden de elección de las alternativas, no es poco. La "nación" en su primera acepción equivale a nacimiento, que e mantiene en la escala de lo que antiguamente se llamaba "naturaleza" y que correspondía precisamente con el lugar de nacimiento. La nación étnica incorpora la nación biológica (que por su parte responde a un orden individual). Así podemos afirmar, que la nación étnica se conforma por la afluencia de la nación biológica formada por una serie múltiple de individuos. A su vez y del mismo modo, la nación política se conforma por la afluencia de los diversos grupos agregados en naciones étnicas, aunque no por mera construcción sucesiva o automática. Esto es así ya que el Estado o la nación política se construye como resultado de la confluencia de la variedad determinada de étnias o culturas diferentes o culturas diferentes (de hecho, no existe ningún Estado canónico mono-étnico excepto aquellos que son resultado de la "creación artificial").

En este sentido y como lo deja expresamente señalado la Constitución Política de México (7), "Lanacióntiene una composición pluricultural sustentada originalmente en sus pueblos indígenas…". Pero como decimos, el proceso que por ampliación sucesiva conduce a la nación política no debe entenderse como una mera replicación de las estructuras sucesivas, pues concretamente en la nación étnica no se encuentra en miniatura lo que será la nación política. Esta transición necesita de un proceso externo a la mera confluencia de étnias y culturas de la que hablamos, pues sólo un Estado puede generar la nación política. Dicho Estado no es otro que el antiguo régimen, existente en todas las naciones canónicas europeas (Francia, España, Inglaterra, etc.) antes de la constitución del Estado moderno con la Revolución Francesa y la consiguiente disolución del antiguo régimen. Lo que se viene a sostener en definitiva es que el Estado es quien conduce a la formación de la "nación", lo que evidentemente conlleva la negación de la posibilidad inversa de índole mítica y tantas veces ejercida de forma ideológica que supone que las esencias ancestrales de la "nación" (los "espíritus" o "genios nacionales") son los que han creado los respectivos Estados.

A donde deseamos llegar, después de explicar los análisis que sobre la cuestión nos ofrece el materialismo filosófico de Gustavo Bueno en su célebre obra: "España no es un mito" (6), es a comprender lo que justifica y sostiene la escala de la nación política (canónica) frente a los nacionalismos fraccionarios.

No pretendemos hacer esto simplemente para tomar partido por una facción u otra de la lucha política, utilizando para ello –como es el proceder habitual– las justificaciones ideológicas que más tengamos a mano, sino para esclarecer una serie de realidades relativas a la política de nuestro tiempo (determinada cómo no, por la historia que lo precede), que desde nuestro punto de vista, una vez estudiadas y analizadas a partir de estos criterios, parecen indudables. Con esto, y precisamente por esta razón, no podemos ignorar nuestra propia implantación política (sin tampoco asumirla con las razones ideológicas más ópticas), suponiendo falsamente que uno puede estar por encima de naciones y fronteras, quizá adscribiéndose a un criterio género de "cultura universal".

Esta postura tantas veces esgrimida, de ser un ciudadano sin Estado (o "ciudadano del mundo"), es comparable sin lugar a dudas al planteamiento teológico de San Agustín en la Ciudad de Dios. Desde estas tesis que pueden identificarse como formas de "agustinismo político", se supone una unidad mítica e inexistente como sujeto de acción común (la humanidad) que se eleva sobre el mundo y específicamente en este caso, sobre lo político.

Hasta aquí han sido explicados los diversos conceptos asociados al término "nación" y especialmente el origen de la nación política, pero no se ha dado más cuenta de lo que supone la estructura ya constituida de una nación canónica. A pesar de que no podemos recurrir sin más, a formulaciones ideológicas como las expresadas en la tríada clásica de la Revolución Francesa que prescribe que la nación política y el Estado son quienes posibilitan las condiciones de "Libertad", "Igualdad" y "Fraternidad". Ya sabemos, por ejemplo, que la libertad (de no ser invadido por otro país, de garantizar las fuentes de los recursos económicos, etc) está sostenida por la disuasión del poder militar y el control geoestratégico que este poder posibilita. O que la igualdad dentro de un Estado (no digamos ya entre Estados o entre culturas) es más un proyecto intencional, que una realidad, por lo menos mientras exista por ejemplo (como parece –por largo tiempo–) la sociedad de mercado capitalista, entre otras muchas circunstancias. Con todo ello, la nación política y el Estado Moderno suponen un salto fundamental respecto a las posibilidades de organizaciones anteriores, en lo que se refiere a capacidad de desarrollar planes y programas para la "generalidad" de los ciudadanos de un Estado, que puede formularse estructuralmente como una dinámica de ampliación progresiva en simetría parcial (o de recubrimiento recursivo) respecto a los individuos y sus posibilidades de organización social e individual. (2)

De acuerdo con este presupuesto, veamos cuál es el contenido real con el que se han rellenado en la actualidad los conceptos de "nación" e "identidad nacional" y veamos cuál es el marco actual de relaciones entre la "nación" y el Estado. En función de ese contenido podremos valorar el papel (positivo o negativo) que hoy está desempeñando el nacionalismo en la construcción del futuro.

No se trata de realizar aquí un excursus histórico o doctrinal sobre el concepto nación. Se trata tan sólo de precisar que es un concepto ambiguo y que podemos identificar en él tres significados diversos: a) En primer lugar, "nación" (casi siempre utilizado en plural) hace referencia a grupos de seres humanos que se diferencian entre sí por sus propias costumbres, usos, lengua, etc. No se trata de que un grupo se identifique por una, dos o tres de esas notas; se trata de que en él se ha verificado una mezcla de todas ellas hasta constituir lo que se suele denominar como un carácter propio» que los hace singulares.

Desde esta pespectiva, podemos entender que "nación" en un sentido objetivo quiere decir "comunidad nacional". De todos modos, sigue siendo un concepto impreciso puesto que no todo grupo con un carácter propio se considera a sí mismo una "nación" o es considerado por otros como tal. En esta tarea resulta clave el desarrollo político e histórico por el que ha discurrido el grupo, pero también resulta importante el factor psico-sociológico; una conciencia de la propia identidad nacional. Un ejemplo claro del carácter impreciso de este concepto lo representa el pueblo judío: ¿Quien es judío? Esta cualidad no queda definida específicamente por rasgos exteriores, por una lengua, por un territorio, ni siquiera por una religión. Lo realmente decisivo es que uno sienta su pertenencia al pueblo judío, si bien es cierto que la subjetividad debe sustentarse sobre la base de determinados rasgos objetivos. Esto significa que en el sentido objetivo de "nación" no se puede prescindir de una determinada componente subjetiva. b) En una segunda acepción, el concepto "nación" se encuentra inseparablemente ensamblado al concepto de Estado. En este caso, la voluntad de un grupo de seres humanos de constituir un Estado (de llegar a serlo o de seguir siéndolo), convierte a este grupo en una nación en el sentido subjetivo. Desde esta perspectiva, la "nación", no sólo contiene un elemento subjetivo, sino que se define específicamente en clave socio-psicológica. "Nación" (casi siempre en singular) significa en este caso una "comunidad de destino". Se tiene un pasado y una historia común y como consecuencia unos se sienten vinculados a otros en el presente y en el futuro. c) Por último, podemos considerar también una acepción jurídica de "nación". Desde esta perspectiva, nos estamos refiriendo a un sinónimo de población del Estado. Es decir, quien tiene la nacionalidad jurídica de un Estado pertenece jurídicamente al substrato de personas de ese estado. "Nación" significa aquí "comunidad jurídica". (2)

La crisis de la identidad nacional como fundamento legitimador de un nuevo Estado y las negativas sospechas que se ciernen sobre ella a raíz de la segunda guerra mundial, aparecen estrechamente relacionadas, a nuestro modo de ver, con la dificultad real para ejercitar el derecho a la autodeterminación proclamado solemnemente por los dos Pactos Internacionales de la ONU sobre Derechos Humanos en 1966.

Ninguna de las posteriores declaraciones y resoluciones que la ONU ha emitido sobre este derecho, define el concepto de "pueblo" o de "nación". De facto, sólo en el caso de las colonias y fideicomisos existentes después de la guerra mundial, se quiso precisar con cierta claridad quienes podrían ser sujetos del mencionado derecho. No obstante, el descrédito que el nacional-socialismo y el fascismo habían lanzado sobre el nacionalismo, provocó que el asentimiento internacional sobre el proceso de independencia de las colonias y fideicomisos no pudiera imputarse a un reconocimiento de la identidad nacional como fundamento de la autodeterminación, sino en el reconocimiento de una especie de derecho específico de las colonias a la independencia sobre su antigua metrópoli, basado en la redacción del artículo primero de los dos Pactos Internacionales de 1966: "Los Estados partes den este Pacto, incluyendo aquellos que tienen la responsabilidad de administrar territorios no autónomos y territorios en fideicomiso, promoverán el ejercicio al derecho de autodeterminación y respetarán este derecho de acuerdo con las disposiciones de la Carta de las Naciones Unidas".(8)

Confirmando este mismo criterio, en 1970 la ONU aprueba la importante Resolución 2635 (XXV), de 24.10.1970, (9) donde se contiene una importante restricción y matización al ejercicio del derecho de autodeterminación: "(…) Ninguna determinación de los párrafos precedentes se ha de entender como autorización o estímulo a cualquier acción que, en parte o completamente, menoscabara o destruyera la integridad territorial o la unidad política de Estados soberanos e independientes, que se inspiran en el principio arriba descrito del derecho a la igualdad y del derecho a la autodeterminación de los pueblos y, por consiguiente, poseen un gobierno que representa a todo el pueblo sin diferencia de raza, de creencias y de color". Esta resolución supone una práctica deslegitimación del principio de nacionalidad (identidad nacional) como fundamento de las aspiraciones independentistas, por parte de toda la comunidad internacional.

En definitiva, el conjunto de documentos de la ONU sobre la autodeterminación permiten establecer un doble significado del concepto. En primer lugar, se contempla una dimensión interna de la autodeterminación, cuyo contenido es el derecho fundamental a la cogestión política y a las relaciones democráticas dentro del propio estado, con la dimensión añadida del respeto a la identidad y derechos de las minorías.

Esta dimensión interna del derecho de autodeterminación no resulta problemática puesto que su ejercicio, en general, no pone en peligro la integridad de un Estado como tal Estado. Por otra parte, esta autodeterminación interna goza de gran estima puesto que es la base sobre la que puede apoyarse una eventual negativa a las pretensiones de determinadas minorías nacionales de abandonar su actual ubicación estatal.

El punto verdaderamente conflictivo y problemático se centra sobre la dimensión externa del derecho de autodeterminación. Esta dimensión podría definirse como el derecho de una nación o pueblo (comunidad nacional) a la propia estatalidad. Se trataría de afirmar la existencia de un derecho a fundar un Estado propio, compuesto por personas de la misma comunidad nacional o comunidad de destino (caso del país Vasco, por ejemplo), o bien de incorporarse a un Estado con el que dicho pueblo o nación se sienta histórica o culturalmente vinculado (caso del Kosovo y Albania).

Dado que el papel de la identidad nacional como camino hacia la estatalidad ya no se aceptan como fundamento de un posible y legítimo ejercicio del derecho de autodeterminación, hemos de preguntarnos, en consecuencia, si la "nación" y la "identidad nacional" tienen todavía un papel que desempeñar en el concierto mundial de los Estados que se proyectan hacia el siglo XXI, o si debe darse por definitivamente desacreditada y con tendencia a desaparecer. Nuestra respuesta es positiva: entendemos que la identidad nacional, más allá del debate sobre la autodeterminación, sigue teniendo un papel decisivo en la necesaria relación de identificación entre los ciudadanos y el Estado. (10)

Las dificultades de una definición conceptual de "nación" son tan grandes como compleja es la realidad de la entidad que tratamos de definir, determinada por múltiples elementos antropológicos, sociales, culturales, etc que configuran un tipo de sociedad global con manifestaciones políticas y económicas que le son propias. A esa dificultad de partida hay que añadir la ya mentada de la voluntad de los Estados-Nación ya constituidos y, en muchos casos, poderosos y con suficientes medios, para definir a la nación a partir de la realidad estatal ya establecida, ninguneando a cualquier comunidad que social y/o culturalmente se aparte de su autodefinición como producto del Estado. Por todo ello carecemos de una definición científica de "nación" y las aproximaciones existentes están basadas en tipos específicos de naciones y responden a la expresión política de una ideología determinada. (11)

A pesar de ello la "nación" no está determinada por una entidad jurídico-administrativa como es el Estado, como tampoco es el producto de un período histórico concreto, irreversible e irrepetible. Es un producto social dinámico en el que intervienen todos los complejos y variados elementos que constituyen cualquier sociedad que evoluciona constantemente y su definición, por lo tanto, es tan dinámica y compleja como la sociedad de la que emana.

Con "nación" también se designaba en la Edad media a grupos autónomos bien definidos independientemente de su lugar de nacimiento como gremios o corporaciones. Así nos encontramos con la "nación de los alfareros" la de los cordeleros o la de los poetas (concepto que en castellano llega hasta Lope), pero vemos que en todo caso la asociación es la misma "comunidad" específica y determinada o "nacimiento".

La historia no consiste solamente en apreciar el peso de las herencias, en esclarecer simplemente el presente a partir del pasado, sino que intenta  hacer revivir la sucesión de presentes tomándolos como otras experiencias que informan sobre la nuestra. Se trata de reconstruir la manera de cómo los individuos  y los grupos han elaborado su comprensión de las situaciones, de enfrentar los rechazos y las adhesiones a partir de los cuales han formulado sus objetivos, de volver a trazar de algún modo la manera como su visión del mundo ha acotado y organizado el campo de sus acciones. (12)

En las últimas décadas diversos autores se ocuparon de las naciones y los nacionalismos como Ernest Gellner, Eric Hobsbawn y Benedict Anderson, entre otros, vemos que, en mayor o menor medida todos hacen referencia a la elusividad, la complejidad,  y la polisemia del concepto.  Sin embargo, dentro de esa aparente indefinición hay cierto consenso en entender a la nación como una construcción político–cultural que varió en sus contenidos de acuerdo al momento histórico del que hablemos. Hobsbawn especialmente, desde el ámbito académico europeo, estudió la historicidad del concepto y sus variaciones desde 1789 hasta la contemporaneidad. (2)

José Carlos Chiaramonte, se propone reconstruir que significó la "nación" y el Estado en el lenguaje político de las élites que lideraron las independencias iberoamericanas. Desde la introducción el autor nos advierte del riesgo del anacronismo, de proyectar lo que entendemos actualmente por nación  un pasado que no lo entendía de la misma manera. Así toma distancia de una retórica política y ensayística,  que entiende el problema nacional iberoamericano como un relato de precursores que no lograron plasmar la verdadera Nación; o fueron traicionados en sus proyectos a posteriori. (2) 

Dicha retórica se expresó en la Argentina en el llamado "Revisionismo Histórico", corriente historiográfica, que en décadas anteriores tuvo cierta repercusión en ámbitos políticos y de público masivo. El revisionismo partía de un concepto esencialista de nación, frecuentemente combinado con un discurso antiimperialista. En el resto de Latinoamérica hubo también corrientes de pensamiento historiográfico similares, y aún podemos encontrar resignificaciones políticas del mismo en retóricas como el "bolivarianismo" del presidente Venezolano Hugo Chávez. (13)

Las investigaciones académicas actuales sobre el siglo XIX iberoamericano, de Francios Xavier Guerra, Antonio Annino, Murilho de Carvalho, y del propio Chiaramonte, entre otros, no discuten directamente con esta retórica, pero la desarman de cualquier fundamento científico, al estudiar las distintas formas de identidades colectivas, que existieron durante ese período.

Así, los trabajos reunidos en este Libro –nos dice José Carlos Chiaramonte–, (13) van descomponiendo los distintos elementos que forman el concepto de "nación",  en la búsqueda de restituir los significados que tuvo para elites dirigentes de las independencias. La introducción está dedicada a revisar lo que el autor llama prejuicios ideológicos y metodológicos, que el nacionalismo ha creado y dificultan el trabajo historiográfico. Uno de ellos es el de que, en el período independentista, ya estaban prefiguradas las actuales naciones iberoamericanas, cuando había muy pocos indicios al principio, de que una entidad llamada Argentina tendría las fronteras que tiene actualmente, que Uruguay sería un país independiente, al igual que Paraguay y Bolivia, y que se iba a desmembrar el Río de la Plata.

José Carlos Chiaramonte, en el capítulo II de su libro, titulado "Mutaciones del Concepto de Nación", el autor historiza las distintas acepciones que tuvo el término, durante el siglo XVIII y la primera mitad del siglo XIX. Así, "nación" aparece en un primer momento en su acepción étnica y cultural, desvinculada del concepto de Estado, entendido como comunidad política. Progresivamente se estableció una sinonimia entre los dos conceptos, prevaleciendo el de Estado. Finalmente, a mediados del siglo XIX, en el se planteó el "principio de las nacionalidades", que presuponía una homogeneidad cultural de los Estados–Naciones, un origen y una comunidad de destino.  De este examen surge la constatación de que en el momento de las Independencias, el principio de nacionalidad, era aún desconocido. (2)

¿Por qué entonces, existiendo distintas concepciones históricas del término,  está tan arraigado tanto en el sentido común como en la propia historiografía el último sentido?. Quizás la respuesta esté en que el nacionalismo del siglo XX, como creencia social, piensa la continuidad de "su" "nación" desde el fondo de los tiempos, por lo tanto tiende a ver cualquier identidad colectiva en el pasado, como el preanuncio de la futura identidad nacional. En el caso latinoamericano ese preanuncio fue encontrado en las Independencias.

Precisamente en el capítulo III, José Carlos Chiaramonte, analiza la evolución de los dos términos (Estado y Nación) en el lenguaje político e intelectual latinoamericano. En este sentido, verifica que los propios actores, entendían a la "nación" como una forma de organización política, sinónimo prácticamente de Estado. Esos Estados–Naciones se definieron en sus fronteras y legalidad sobre la base de pactos y acuerdos entre formaciones políticas preexistentes, de las cuáles las más importantes eran las de las ciudades y provincias.

¿Cuál o cuáles serían los fundamentos de las nuevas naciones iberoamericanas?. Este punto es analizado por el autor en los dos capítulos siguientes con una refinada y minuciosa erudición en la que cruza, la filosofía política dominante del período, con textos de los actores políticos iberoamericanos. El resultado al que arriba es que el fundamento es el iusnaturalismo y el derecho de gentes. Ahora bien el derecho natural y de gentes es tomado aquí en un sentido más complejo que una doctrina jurídica, ya que constituía la ciencia política de la época, y funcionaba como creencia o sentimiento de legitimación incuestionable de la acción.

Motiva el presente trabajo el indagar las repercusiones que tienen en la actual época de transformaciones en el orden mundial los cambios en el pensamiento político que ocurrieron en el ocaso de la Edad Media europea, también denominada la Baja Edad Media y que cubre los siglos XIV y XV (años 1300-1500 aproximadamente), empezando con la decadencia del régimen feudal a fines de las Cruzadas, pasando por la crisis estructural y dogmática sufrida por la Iglesia Católica ("El Cautiverio de Babilonia") hasta el establecimiento de fuertes poderes monárquicos centrales, sobre todo en Francia e Inglaterra, encarnando la idea de la "nación", base para la constitución de las teorías políticas que fundamentaron los Estados europeos desde la Edad Moderna y su posterior difusión al resto del orbe a través de la colonización occidental, sistema que hoy ha entrado en crisis, tal como trataremos posteriormente, pero influyendo en fuerte medida los actuales procesos de cambio.

Desde una dimensión teórica "nación" se presenta como una forma específicamente moderna de la identidad colectiva y como un principio dominante de la legitimidad estatal, ya que el Estado procuraría fundar su legitimidad en la existencia de una "nación" en su base, pero a la vez "nación" como concepto resulta una creación ex nihilo del propio Estado. Estos supuestos ponen entonces en el centro de la cuestión el tema de "los comienzos" y los grandes relatos de la historia respecto de la fundación del Estado y de "nación".

Al respecto, y en un sentido teórico, Chiaramonte va a sostener que la referencia del concepto "nación" no se corresponde con una realidad histórica, sino que el mismo puede ser aplicado a distintas realidades según el sentido que le asignaron los protagonistas de esas realidades históricas. En función de ello, el uso del término revela la existencia de tres problemas diferentes: por un lado, la alusión a "nación" como sinónimo de estado nacional contemporáneo; por otro, la referencia a un grupo humano, que sólo en ciertos casos puede conformarse como organismo político estatal; finalmente, el uso de "nación" aplicado a "La justificación de la legitimidad del Estado Nacional contemporáneo; legitimación que inicialmente se hizo en términos contractualistas… hasta la llegada del 'principio de las nacionalidades', que lo hará en términos étnicos". En este sentido, la existencia de estas problemáticas plantea la necesidad de apreciar estas mutaciones de sentido, "no como correspondientes a la verdad o falsedad de una definición, sino a procesos de explicación del surgimiento de los estados nacionales".

En ese proceso histórico, puede advertirse aún hoy la tendencia a identificar a emergencia de "nación" como fundamento de las Independencias y no como "resultado": "Ello remontando la supuesta existencia de "la nación" a un comienzo, o proyectando la evolución histórica como una conformación teleológica. Al colocarse a ‘nació’ como punto de partida no se hace sino interpretar todo sentimiento de identidad colectiva como manifestación anticipada de las identidades nacionales del siglo XIX, lo cual equivaldría "a confundir la ficción del Estado contemporáneo, implícita en el principio de las nacionalidades, de estar fundado en una nacionalidad". En esta línea de sentido, Chiaramonte va a señalar que al hacerlo así, "se admite implícitamente que la identidad nacional actual, contraparte de un Estado nacional, no es una construcción de base política sino un sentimiento reflejo de una supuesta homogeneidad étnica. Homogeneidad que… no es sino otro caso de 'invención de tradiciones"; posterior a los procesos de las independencias iberoamericanas. En efecto, Chiaramonte identifica el funcionamiento de un concepto político de "nación" operante en las independencias iberoamericanas a partir de las perspectivas contractualistas propias del iusnaturalismo y de la Revolución Francesa. En este sentido, nada más lejos de este uso político que la idea de "identidad nacional" en un sentido que haga referencia a substratos étnicos, lingüísticos o territoriales compartidos como fundamento de emergencia de los Estados nacionales en las independencias iberoamericanas. Con posteridad, recién hacia 1830, cuando la reflexión sobre el Estado se rodee con la constelación semántica del Romanticismo, el concepto de "nación" comenzará a funcionar en conjunción con un sentido étnico, lingüístico y territorial para convertirse en "fundamento de la legitimidad política" del Estado.

Frente a este proceso, la preocupación de Chiaramonte no se centra en la "peculiaridad étnica de las naciones", sino en "por qué la etnicidad se convertirá, en cierto momento, en factor de legitimación del Estado", al reconocer que se ha perdido tiempo en tratar de explicar qué cosa sea "nación", "como si existiera metafísicamente una entidad de esencia invariable llamada del tal modo, en lugar de hacer centro en el desarrollo del fenómeno de las formas de organización estatal". En este sentido, el autor recuerda que las nacionalidades son un "producto", y no un fundamento, de la historia del surgimiento de los estados nacionales, frente a lo cual se hace necesario "despojar al concepto de ‘nación’ y de nacionalidad de su presunto carácter natural… para instalarse en el criterio de su artificialidad, esto es, de ser efecto de una construcción histórica o ‘invención’". Así el punto central de la pregunta pasa entonces a ser cuáles fueron los acuerdos políticos que dieron lugar a la aparición de diversas nacionalidades y cuáles fueron los procedimientos utilizados por el Estado y los intelectuales para contribuir a reforzar la cohesión nacional mediante el desarrollo del sentimiento de identidad nacional.

"Nación", en sentido estricto, tiene dos acepciones básicas. La "nación política", en el ámbito jurídico-político, es el sujeto político en el que reside la soberanía constituyente de un Estado. La "nación cultural", concepto socio-ideológico más subjetivo y ambiguo que el anterior, se puede definir a grandes rasgos como una comunidad humana con ciertas características culturales comunes a las que da un sentido ético-político. En sentido lato "nación" se emplea con variados significados: Estado, país, territorio o habitantes de ellos, etnia, etc.

En el campo del Derecho político, la nación política es el sujeto cuyo ejercicio de la soberanía afecta a las normas fundamentales que rigen el funcionamiento del Estado. Es decir, a aquellas que están en la cúspide del ordenamiento jurídico y de la cuales emanan todas las demás.

Han sido objeto de debate desde la Revolución Francesa hasta nuestros días las diferencias y semejanzas entre los conceptos de "nación política" y pueblo, y por consiguiente entre soberanía nacional y soberanía popular. Para los primeros teóricos la primera residía en un parlamento elegido por sufragio censatario (visión conservadora), y la segunda en el pueblo entendido como conjunto de individuos, lo que conduciría a la democracia directa o el sufragio universal (visión revolucionaria). Sin embargo, estos significados se han ido difuminando a lo largo del tiempo. Para otros autores la diferencia estriba en que como sujetos políticos, la nación sería inter-temporal y el pueblo temporal. Es decir, la primera abarcaría a las varias generaciones de ciudadanos que han vivido bajo los mismos fundamentos de un mismo Estado democrático y el segundo sólo a los de un momento concreto.

El concepto de "nación cultural" es uno de los que mayores problemas ha planteado y plantea a las ciencias sociales, pues no hay unanimidad a la hora de definirlo. Un punto básico de acuerdo sería que los miembros de la nación cultural tienen conciencia de constituir un cuerpo ético-político diferenciado debido a que comparten unas determinadas características culturales. Estas pueden ser la etnia, lengua, religión, tradición o historia común, todo lo cual puede estar asumido como una cultura distintiva, formada históricamente. Algunos teóricos añaden también el requisito del asentamiento en un territorio determinado.

El concepto de "nación cultural" suele estar acoplado a una doctrina histórica que parte de que todos los humanos se dividen en grupos llamados naciones. En este sentido, se trata de una doctrina ética y filosófica que sirve como punto de partida para la ideología del nacionalismo. Los (co)nacionales (miembros de la nación) se distinguen por una identidad común y generalmente por un mismo origen en el sentido de ancestros comunes y parentesco.

La "identidad nacional" se refiere especialmente a la distinción de características específicas de un grupo. Para esto, muy diferentes criterios se utilizan, con muy diferentes aplicaciones. De esta manera, pequeñas diferencias en la pronunciación o diferentes dialectos pueden ser suficientes para categorizar a alguien como miembro de una nación diferente a la propia. Asimismo, diferentes personas pueden contar con personalidades y creencia distintas o también vivir en lugares geográficamente diferentes y hablar idiomas distintos y aún así verse como miembros de una misma nación.

Un Estado que se identifica explícitamente como hogar de una nación cultural específica es un Estado-nación. Muchos de los Estados modernos están en esta categoría o intentan legitimarse de esta forma, aunque haya disputas o contradicciones en esto. Por ello es que en el uso común los términos de nación, país, tierra y Estado se suelan usar casi como sinónimos (pese al sentido ideológico profundo adverso).

Interpretaciones del concepto de nación cultural únicamente por razón de etnia o raza llevan también a diversas naciones sin territorio como la nación gitana o la nación negra en los EEUU (pese a que los últimos, de origen, pertenecerían a diferentes naciones africanas, así como existen diferentes "naciones blancas"). Según este punto de vista, sin embargo, queda claro que una nación cultural no necesita ser explícitamente un Estado independiente y que no todos los Estados independientes son "naciones culturales", sino que muchos simplemente son uniones administrativas de diferentes naciones culturales o pueblos, en ocasiones parte de naciones geográficamente más grandes. Algunas de estas uniones se ven, asimismo, como "naciones culturales", o intentan crear un sentimiento o historia nacional de legitimación.

Otro ejemplo de nación cultural sin Estado propio es el del pueblo judío antes de la aparición del Estado de Israel o el del pueblo Palestino, cuyos miembros se encuentran en diferentes países, pero con un origen común, según el sentido de la diáspora. También se encuentran pueblos como los kurdos o los asirios, que se describen como naciones culturales sin Estado. Igualmente se puede ver a Estados como Bélgica (valones y flamencos), Canadá (la provincia francófona de Québec, ante la mayoría anglófona del resto de las provincias) o Nueva Zelanda (los maorí) como compuestos por varias naciones culturales. En España se encuentra esto también, partiendo especialmente de diversificaciones lingüísticas. No obstante, hay que tener en cuenta que, aunque común, es erróneo identificar por principio (per se) comunidad lingüística con nación cultural. El hecho de que ciertas corrientes políticas lo hagan es objeto de estudio como fenómeno político–ideológico, pero no necesariamente sociológico (sentido amplio).

El concepto de "nación cultural" cambia, si para definir a la "nación" se da mayor relevancia a la religión. El Estado alemán, en este sentido, tradicionalmente se divide en católicos y luteranos (religión dada originalmente, de acuerdo a la religión del señor feudal: cuius regio, eius religio), de facto en más. El Estado español, así como el Italiano, por ejemplo, tradicionalmente no se subdivide entonces. La interpretación de nación cultural por base religiosa tuvo una mínima importancia en la formación de los Estados europeos (por formarse las bases de los Estados antes de la aparición del concepto de nación); éstos ven muchas veces su origen especialmente en las divisiones dadas tras Carlomagno y en las divisiones romanas clásicas, cuando la religión no tomaba un papel para ello (la cristianización de la Germania y Alemania no era total en esas fechas e incluso Carlomagno se dejó bautizar muy tarde) o era clara (en el Imperio Romano tardío, la religión oficial era la católica). El caso de España, por ejemplo, es más complejo, pues apareció básicamente en lo que era la Hispanía Romana, pero tomando la religión un carácter especial, que se encuentra en el concepto de la Reconquista delEmirato de Córdoba. A diferencia de en Europa Central, donde apareció tras la caída del Imperio Romano un Estado supranacional (el Imperio Franco) que se dividió a grandes rasgos de manera tal que aparecieran las futuras naciones, en España aparecieron señoríos y reinos diferentes que más adelante se unificaron bajo el concepto del Reino de España y del Rey español). Sin embargo, la religión toma un papel muy diferente en la aparición de los Estados-Nación de África del Norte y del concepto de "nación" de Medio Oriente y del Islam. En estos países, el Estado suele estar íntimamente relacionado con la religión y los miembros de estos países suelen verse como parte de una nación islámica, en muchas ocasiones, por sobre diferencias étnicas o lingüísticas, también de origen histórico de grupos especiales (excepción suele ser hasta cierto grado Irán, que suele basar su sentido nacional en el origen persa, así como se suele excluir a Turquía por su origen otomano, cuyo imperio dominó el Medio Oriente y al cual se suele ver como una razón de inestabilidad actual).

Igualmente se puede encontrar el pueblo judío, que se ve como nación especialmente con base en la religión común, con o sin la existencia de un Estado propio (que actualmente es Israel).

Además de los dos usos rigurosos de nación antes expuestos, existen otros latos, algunos de ellos muy frecuentes.

En ocasiones el término "nación" (política) se equipara, por extensión, a Estado, incluso cuando éste no es democrático. Así, por ejemplo, la llamada Organización de las Naciones Unidas en puridad hace referencia a Estados. También se emplea como territorio, país, o "conjunto de los habitantes de un país regido por el mismo gobierno".

El vocablo "nación" se encuentra también como sinónimo de grupo étnico, cultural o lingüístico, pero desprovisto del sentido ético-político que caracteriza a la definición estricta de nación cultural. En este sentido puede coincidir con alguno de los usos de la palabra que se daban antes del surgimiento del concepto de nación cultural a principios del siglo XIX. En tal caso, su aplicación como concepto histórico a dichos grupos anteriores a las mencionadas fechas sí sería ajustada.

El concepto de "nación" en Latinoamérica tampoco es claro. Mientras a nivel oficial se suele utilizar el concepto como equivalente a Estado territorial, los ideólogos y filósofos promulgan el sentido de nación latinoamericana, así como se encuentra también el de nación iberoamericana o a mayores generalizaciones, partiendo especialmente de la lengua no española, sino latina y viendo los países romances como aquellos Estados pertenecientes a una nación común. Asimismo, existe también el sentimiento nacionalista de carácter regional que se contrapone al de una nación general. De manera general, los estados latinoamericanos buscan mantener claras ciertas diferencias respecto unos a otros, motivados por el hecho de procurar legitimar el carácter de independencia cultural al cual tienen derecho.

El concepto de "nación" promulgado por filósofos latinoamericanos suele ser el de ver a las regiones hispanas en América como parte de una nación, la cual no va seguida por un Estado. Este concepto se basa en un mismo origen colonial, la lengua y paralelos históricos. Para diferenciarse de Europa, se promulgó paralelamente con el movimiento nacionalista étnico en Europa el concepto de la nación iberoamericana como unidad étnica, basada en el mestizaje se intentó demostrar por qué ésta debería ser superior a otras, mientras que en Europa se intentaba demostrar por qué la mezcla de antiguas etnias sería malo.

4. Conclusiones.

En suma, concluimos que el concepto de "nación" ha sobrevivido en el mundo moderno, pero no como ha sido planteado originalmente en el ocaso de la Edad Media, en base a lo siguiente:

1) La globalización no constituye una teoría política sino un medio de ordenar económica y financieramente al orbe, por lo que los regionalismos que resurgen en el mundo configuran una reacción contra aquella y no son buscan necesariamente transformar los contenidos esenciales del Estado-Nación.

2) Existen corporaciones multinacionales más poderosas que muchos Estados, por lo que sus soberanías se ven rebasadas, como en el caso de los países de África y Latinoamérica.

3) Los casos del Islam y de la ex Unión Soviética ilustran sobre la irrupción de tradiciones culturales por largo tiempo contenidas y que no guardan relación con la clásica concepción política del Estado-Nación: sus sistemas formales no reflejan su pasado histórico y se originan enfrentamientos entre ambos sistemas, el formal y el real.

4) La Unión Europea redefine económicamente sus relaciones interestatales, renunciando a las antiguas pretensiones nacionales de conquistar una a todas las restantes por un sentido de unidad financiera y jurídica fundamental.

5. BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA.

(1) DICCIONARIO DE LA REAL ACADEMIA DE LA LENGUA ESPAÑOLA. Barcelona. 2002;

(2) NAVARRETE OBANDO, Luis Alberto: "DERECHO Y SOCIEDAD". Ensayo. Cajamarca-Perú. 2002. Ed. Área de Investigaciones de la Universidad Nacional de Cajamarca;

(3) ERNET, Renán: "¿QUÉ E UNA NACIÓN?". Madrid. 2006;

(4) DICCIONARIO JURÍDICO CABANELLAS. Bs.As. 2000;

(5) BERNALES BALLESTEROS, Enrique: "LA CONSTITUCIÓN POLÍTICA DE 1993". Lima. 2002;

(6) BUENO, Gustavo: "ESPAÑA NO ES UN MITO". Madrid. 2005;

(7) GÓMEZ PARRAL, Máximo N. "LA CONSTITUCIÓN POLÍTICA DE LOS ESTADOS UNIDOS DE MÉXICO". México. 2006. Ed. LIMUSA NORIEGA EDITORES;

(8) ;

(9) Ibíb;

(10) MENESES LINARES, Javier: "EL CONCEPTO DE NACIÓN A TRAVÉS DE LA IDENTIDAD INDIVIDUAL Y COLECTIVA". Maracaibo. 2006;

(11) GONZALES, Francisco Javier: "NACIÓN Y ESTADO". Madrid. 1999;

(12) DURÁN, Víctor Manuel: "ESTADO SOCIAL". Madrid. 2006;

(13) CHIARAMONTE, José Carlos: "NACIÓN Y ESTADO EN IBEROAMERICA: EL LENGUAJE POLÍTICO EN TIEMPOS DE LAS INDEPENDENCIAS". Venezuela. 2005;

A S P I R A C I O N E S

In memoriam, a Ernesto "Che" Guevara de la Serna;…

Al pueblo de nuestra hermana República de Cuba;…

A nuestros hermanos del Perú Profundo; ante quien juro que algún día seremos libres; donde hagamos de nuestro lugar de trabajo, nuestra trinchera de lucha…

A mis hijos, Luis Ernesto, José Luis; a Eduardo Wenceslao; Jorge Luis, a Carlos Daniel y a Karla Isabel; a Walter Júnior y Pool Edwards; a Katty Patricia; y, a mi nieta Valeria;; con el amor más profundo, que siento por ustedes;…

 

El Hombre no sólo tiene hambre de pan, el Hombre tiene hoy más que nunca, hambre de dignidad.

No quiere ser más un Hombre como número incremento, o una cifra en el cálculo de todo un proceso económico. Quiere ser un Hombre en el verdadero sentido, quiere amar, sufrir, trabajar, desafiar el destino, triunfar o fracasar, pero vivir humanamente.

El pueblo está hastiado de improvisaciones que le halagan para mejor explotarlo, que le consulten sobre todo lo que no sabe, que le pidan lo que no tiene, que le hacen arrodillar ante lo que no cree.

Pero es hora. Ha sonado en el inexorable reloj de la historia el momento de terminar con los juegos y de empezar a planificar científicamente, y hacer un trabajo político serio. Urge plantear en el horno del mundo las formas maravillosas que sobrevuelan en los despejados cielos del ideal. Las aves sagradas de la justicia, el conocimiento, la belleza, el bien, la felicidad, la paz, aletean en busca de un pueblo que quieren hacerles nido en los que ellos puedan habitar.

La liberación del sufrimiento no está en seguir experimentando a ciegas, y cargar con este gran odio que terminará por devorar a la humanidad.

La liberación del sufrimiento está en el conocimiento; y luego vendrá el orden, la armonía, la risa y las espigas, el taller y el libro, el amor y la brillante gloria, a dignificar a quienes se atreven a construir el Estado como templo de un ideal venidero, como verdadera aspiración.

Luis Ernesto*

 

(Poema extraído del Poemario "ASPIRACIONES")

TE AMO A MI MANERA

A Mary Francisca; mi entrañable esposa; con el amor de siempre….

 

Te propongo que subamos a la vida

con los ojos abiertos, germinando soles,

amasando ayes de antier,

yéndose los pasos

tras las almas desbocadas

y culminemos siendo un solo ser.

 

Volvamos a reñirle a la sobra

anidando banderas

en un poema humano, dando voces

en grito triunfal,

y decir urgente

que el Hombre no ha muerto !;

entonces,

indefectiblemente,

él dirá : El poeta canta a la vida !

 

Te propongo, entonces,

que en medio de nuestras vidas

haya un perfume de abismo

donde nuestras sonrisas

no puedan disolverse.

Te propongo, también,

que corra tu voz

en innecesaria prisa

para apagar la luz de mi recorrido

y existamos ―por ϊnica vez―,

un instante puramente eterno.

Luis Ernesto*

(Poema extraído del Poemario "ENSUEÑOS")

Dr. Luis Alberto Navarrete Obando

Catedrático de la Escuela de Post Grado

Universidad Nacional de Trujillo

Abogado; Doctor en Filosofía y Humanidades; Escritor, Ensayista y Poeta; Catedrático Principal de la Escuela de Post Grado de la Universidad Nacional de Cajamarca, Jefe del Área de Derecho y Humanidades de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas (U.N.C.), Coordinador del Área de Investigaciones de dicha Universidad; Catedrático invitado de la Escuela de Post Grado de la Universidad Nacional de Trujillo; Catedrático de la Universidad Privada del Norte – Filial Cajamarca; y Catedrático de la Universidad Privada "San Pedro" – Filial Cajamarca; colaborador de la Revistas www.rie[arroba]oei.uh.cu, www.monografias.com.es, www.derechoycambiosocial.com, www.derechoypolitica[arroba]groups.msn.com, www.juspolis[arroba]hotmail.com; y otras.

Cajamarca, mayo 12 del 2007.

Partes: 1, 2
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