- Introducción
- El Concilio Vaticano
- Efectos del Concilio en Latinoamérica y Ecuador
- Tendencias actuales, desafíos para la pastoral ecuatoriana
- Conclusión
- Bibliografía
Introducción
Interés y curiosidad fueron las motivaciones de este escueto trabajo, determinado por el desarrollo histórico de la Iglesia, de su presencia e identidad en América Latina. Los derroteros recorridos invitan a profundizar la temática: Incidencia del Concilio Vaticano II en Ecuador; es un título bastante pretencioso, cuyo contenido es materia de amplia investigación; por ello, el presente trabajo investigativo es una aproximación en sentido estricto a esa realidad, pretendo dar una panorámica de los hechos más significativos observados desde mi óptica personal y considerados objetos de estudio.
Investigar la influencia del Concilio Vaticano II en nuestro país, tiene una intencionalidad actual, redescubrir las motivaciones primarias de los efectos reales de nuestro tiempo, mirar el contexto social, el imaginario colectivo, el comportamiento de los actores, las acciones ideadas, las luces y sombras; en una palabra: la sociedad inmediata. En esa dinámica nos proponemos dar a conocer los detalles primarios del Concilio Vaticano II y los efectos producidos en el ambiente religioso ecuatoriano. Mención particular son los grupos desprotegidos, siempre han sido el blanco de la evangelización, pero ¿hasta qué punto se han dado soluciones eficientes? Las dudas del entorno instigan a una respuesta, la cual está en manos de todos los cristianos, sobre todo de los pastores, la creatividad como mecanismo para abarcar a más fieles, no solamente en el plano de aumentar filas en capacidad numérica; sino, partiendo desde las mismas reflexiones conciliares, realizar en la vida cotidiana el respeto a la dignidad humana, centrar la evangelización en el hombre, destinario final del Verbo.
Para la realización de este cometido, he realizado una investigación documental, cerciorándose de fuentes fidedignas para poder crear una enfoque verás, lo más cercano posible a los hechos mencionados. Materia prima ha sido el mismo Concilio Vaticano II, los documentos aprobados por las Conferencias Episcopales de turno, en especial Medellín, se ha procurado tener concreción en las descripciones históricas, personajes, sustrato de conceptos, etc. Existe abundante literatura en referencia al Concilio Vaticano II en general, pero en relación con Ecuador son pocas las publicaciones, al menos eso hemos observado; hemos reunido eso sí, los elementos disponibles para el efecto. Una vez consultado el material, hemos hecho una presentación crítica del mismo, sometiendo a reflexión metódica distintos enunciados, dándole finalmente a este documento un tinte más personal y critico.
Se distribuye el estudio en tres capítulos. El primero aborda el contexto general de Concilio Vaticano II. El Segundo hace una apreciación en Latinoamérica y Ecuador, aspectos como la Segunda Conferencia del Episcopado en Medellín, la Teología de la Liberación, y la descripción del Exmo. Monseñor Leonidas Proaño. El tercero aborda ámbitos actuales de la pastoral, donde la Iglesia Ecuatoriana ha puesto un particular interés.
CAPITULO I:
El Concilio Vaticano
El Concilio Vaticano II, es una expresión histórica de los acontecimientos coyunturales de la época moderna, una respuesta a los múltiples paradigmas del devenir eclesial, manifestando una cercanía con la humanidad, en una dinámica de compresión de las realidades sociales, donde se encuentra como centro indudablemente el ser humano. Pero como sabemos, los sucesos trascendentales de la historia, no suceden inesperadamente o de súbito; existen situaciones precedentes modificatorias de las circunstancias del hecho. El contexto del entorno provoca una contestación de la Iglesia moderna: el "aggiornamento".
Las manifestaciones de los sistemas sociopolíticos marcan un contrapunto en la realidad mundial, de modo especial el socialismo, en contradicción con el capitalismo industrial. El socialismo en sí mismo, propugna una igualdad de oportunidades, liberación de la esclavitud y la miseria, una cultura ciudadana donde se evidencien el proyecto de la comunidad equitativa y justa. Sin embargo, no tratamos de justificar en este ensayo, la pertinencia o no de los sistemas, sino la reflexión otorgada por la Iglesia ante su participación en la sociedad inmediata. La Iglesia no opta por ningún sistema político, pero si destaca desde su ámbito su presencia en el actuar social.
"El socialismo coartaba la libertad al perseguir la práctica religiosa: la Iglesia afirmaba que el hombre buscaba la trascendencia y que la religión no era opio ni engaño. Ni la construcción de una comunidad, ni la paz o la justicia se lograrían sin Dios. Aunque el Estado socialista asumiera la función de ayudar a la gente, la Iglesia seguiría sosteniendo la necesidad de la propiedad privada, si bien este derecho mantenía una función social inalienable"[1].
En el siglo XIX la Iglesia se percibía como una "sociedad perfecta", frente a la imperfección de los estados y la sociedad en general, esa actitud enmarcaba un hermetismo total ante las situaciones opuestas al imaginario eclesiástico; esa realidad se percibe en los documentos aprobados en el Vaticano I y el Syllabus, cuya característica global son los anatemas contrarios a su ideología. En las relaciones con el Estado, la Iglesia era la única capaz de otorgar cierta "perfección" al sistema, aunque obviamente las distancias ya se habían marcado desde la ilustración. La ciencia y la tecnología se miraban con recelo, abriéndose las brechas entre razón y fe, ciencia y religión. La teología occidental, ante estas manifestaciones, propone un dialogo con la cultura moderna, pues la Iglesia corría el riesgo de olvidar su cometido en el mundo, una reorientación de las ciencias al ser humano como centro de la sociedad.
"En el curso de la historia, pocas instituciones (la Iglesia Católica) han realizado una rectificación semejante. No hubo ni un solo texto del Syllabus y del Vaticano I (respecto del Vaticano II), de aquellos anatemas lanzados contra la libertad y la modernidad, que en esta ocasión no fuese contradicho en la letra y en el espíritu (…) Este mundo denunciado como perverso por los prelados de Pío IX en 1870 es ahora, en 1965, alabado, saludado por la constitución Gaudium et Spes"[2].
En ese "despertar" social de la época, las ideas conciliares se enfocarán con una gran intervención de las ciencias sociales, reflexión observada con diversos matices de intelectuales remotos, próximos y directos en la elaboración de una propuesta renovada, actualizada; pero sin olvidar los basamentos eclesiales fundamentales. Pensadores remotos del concilio en antropología, como: George Wihelm Friederich (1770 -1851), Soren Kierkegaard (1813-1855), Karl Marx (1818-1883), Edmund Husserl (1889-1976) y Jean Paúl Sarte; habían determinado un antropocentrismo, errado o no, se interesaban en el ser humano y sus connotaciones, unos para alabarlo, otros para denigrarlo. Se encuentran en este tiempo también, Jackes Maritain con su propuesta de las luchas del hombre en busca de la libertad, junto a otros pensadores externos a la vida eclesial.
El siglo XX, traía sus propios matices: un diálogo ecuménico interreligioso; un ateísmo creciente en contraposición al siglo XIX, donde el peor enemigo de la Iglesia era el socialismo; un comunismo inquietante con las consecuentes revoluciones sociales; la guerra mundial. En tal escenario la Iglesia inicia relaciones con la religión judía, da respuesta a las filosofías comunistas, elabora documentos magisteriales como: Mater et Magistra y Pacem in Terris, de Juan XXIII.
En el interior de la Iglesia también se gestaba un pensamiento mas pulido y conforme con su filosofía, capaz de entrar en diálogo con la cultura de la época. Intelectuales como: Pier Tailhard de Chardin (1881-1955), propone una alternativa de encuentro entre la religión y el pensamiento científico, frente a duras críticas realizadas en su momento. El Cardenal Jhon Henry Newman (1801-1890), convertido a la fe católica, anteriormente un presbítero anglicano, destacó la importancia de los Padres de la Iglesia, partiendo desde una relectura de la realidad actual; en el Concilio Vaticano I y el Syllabus, no se habían destacado a los Padres, por lo que su reflexión fue aceptada. El mismo Papa Juan XXIII o Angelo Giussepe Roncalli (1885-1963), es una figura central en la oficialización de este diálogo, convocando al deseado concilio.
a) Breve historia
El 25 de enero de 1959, el Papa Juan XXIII, convoca al Concilio Vaticano II, con la presencia de 17 cardenales reunidos en la Basílica de Roma, mediante la Constitución Apostólica "Humanae Salutis", determina la realización del evento en 1962, sin ubicar fecha, finalmente el 2 de febrero de 1962 se determina el acontecimiento, mediante "motu propio" (del modo, autoridad manada del Santo Padre). El objetivo del llamado era el de "contribuir más eficazmente a la solución de los problemas de la edad moderna"[3].
"La Iglesia asiste en nuestros días a una grave crisis de la humanidad, que traerá consigo profundas mutaciones. Un orden nuevo se está gestando, y la Iglesia tiene ante sí misiones inmensas, como en las épocas más trágicas de la historia. Porque lo que se exige hoy de la Iglesia es que infunda en las venas de la humanidad actual la virtud perenne, vital y divina del Evangelio. La humanidad alardea de sus recientes conquistas en el campo científico y técnico, pero sufre también las consecuencias de un orden temporal que algunos han querido organizar prescindiendo de Dios. Por esto, el progreso espiritual del hombre contemporáneo no ha seguido los pasos del progreso material. De aquí surgen la indiferencia por los bienes inmortales, el afán desordenado por los placeres de la tierra, que el progreso técnico pone con tanta facilidad al alcance de todos, y, por último, un hecho completamente nuevo y desconcertante, cual es la existencia de un ateísmo militante, que ha invadido ya a muchos pueblos"[4].
Sin duda, la figura carismática de este concilio es el Papa Juan XXIII, logró asimilar en sí mismo las necesidades de su tiempo, enfrentó duras críticas al ser el portavoz de algunas reformas en la Iglesia. Angelo Giuseppe Roncalli nació el 25 de noviembre de 1881 en el caserío Brúsico de Sotto il Monte, provincia y diócesis de Bérgamo, de familia pobre. Ingresó al seminario de Bérgamo para cursar los estudios superiores. En 1901 fue enviado a Roma para seguir sus estudios como alumno del seminario romano dell'Apollinare, donde se graduó en teología. Fue ordenado sacerdote a la edad de 23 años en 1904. En 1905 fue nombrado secretario del obispo de Bérgamo, Giacomo Radini Tedeschi, ejerció la docencia en ésa ciudad. Presenció en su vida la Guerra mundial, ejerciendo de sargento médico y más tarde de capellán militar. El 19 de marzo de 1925 Angelo Giuseppe Roncalli fue consagrado obispo titular de Areopoli; elige como su lema episcopal "Obedientia et Pax". Luego el papa Pío XI le nombra Visitador Apostólico de Bulgaria este mismo año. Allí realizó su labor apostólica visitando las comunidades católicas y estableciendo relaciones de respeto y estima con otras comunidades cristianas, en especial de la Iglesia Ortodoxa. En 1934 fue trasladado a la nunciatura en Turquía, concretamente fue nombrado Vicario Apostólico de Estambul (antigua Vicaría Apostólica de Constantinopla). Su intervención fue indispensable para socorrer a los judíos ante la persecución nazi. El 12 de enero de 1953 el papa Pío XII le nombra cardenal presbítero del título de Santa Prisca y tres días después le envía a Venecia como Patriarca. El 28 de octubre de 1958, es elegido Pontífice de la Iglesia. Se desatacó por realizar importantes cambios en la administración de la curia romana y nombró obispos de todos los lugares; estas decisiones significaron duras críticas a su gestión. El papa Juan XXIII escribió ocho encíclicas en total. Su magisterio social se revela en las encíclicas "Pacem in terris" y "Mater et Magistra", ésta última fue profundamente apreciada. En ambas pastorales se insiste sobre los derechos y deberes derivados de la dignidad del hombre como criatura de Dios.
En sus asombrosas decisiones, convoca al Concilio Ecuménico Vaticano II, donde llama a diversidad de veedores, destacan entre ellos: creyentes islámicos hasta indios americanos, no sólo miembros de todas las Iglesias cristianas (Ortodoxa, Anglicanos, Calvinistas, Cuáqueros, Protestantes, Evangélicos y Metodistas no presentes en Roma desde el tiempo de los Cismas).
Una vez convocado, a partir de 1962, tuvo 4 sesiones, una presidida por el Papa Juan XXIII, quien fallece el 3 de junio de 1963. Las otras tres etapas son abordadas bajo la mirada del Papa sucesor, Pablo VI o Giovanni Batista Montini.
El concilio Vaticano II, elaboró y promulgó tres clases de documentos[5]constituciones, decretos, y, declaraciones. Las constituciones, dos de ellas dogmáticas (Lumen Gentium y Dei Verbum), disciplinar (Sacrosanctum Concilium), y sobre la relación de la Iglesia en el mundo actual (Gaudium et Spes). Los decretos son nueve: Christus Dominus, sobre el oficio pastoral de los obispos; Presbiterorum Ordinis, sobre el ministerio y vida de los sacerdotes; Optatam Totius, sobre la formación sacerdotal; Perfectae Caritatis, sobre la vida religiosa consagrada; Apostolicam Actuositatem, sobre el apostolado laical; Orientalum Ecclesiarum, sobre las Iglesias Orientales católicas; Ad Gentes, sobre la actividad misionera en la Iglesia; Unitatis Redintegratiio, sobre el ecumenismo; Inter Mirifica, sobre los medios de comunicación. Las declaraciones son tres: Dignitatis Humanae sobre la libertad religiosa; Gravissimun Educationis sobre la educación cristiana de la juventud; y, Nostrae Aetate sobre las relaciones de la Iglesia con la religiones no cristianas. Por la temática amplia de estos temas, resaltaremos los aspectos pivotantes del concilio, presentados a continuación.
b) La Palabra de Dios
El mayor referente de este apartado es la Dei Verbum, donde se enfatiza la Palabra como revelación de Dios, la Iglesia recibe el pan de la mesa Eucarística, como el pan de la palabra de Dios. Como resultado inmediato se pedía dar a conocer la Sagrada Escritura a la comunidad de fieles; pero para ello se hacen algunas recomendaciones: traducciones bien cuidadas (cuya fuente será para el Antiguo Testamento la versión de los Setenta). Conjuntamente con la lectura de las Sagradas Escrituras se recomienda la lectura de los Padres de la Iglesia, de cuyo oficio se encargaran los exégetas católicos, bajo la vigilancia del Magisterio. La Sagrada Escritura se convierte en fuente de la Teología, que en íntima relación con la Tradición se robustecen continuamente; propagando de esta manera una formación bíblica asequible a todos, parte de la teología como disciplina y en aspectos pastoral: catequesis. Predicación pastoral, homilías, toda acción evangelizadora.
c) La Iglesia Sacramento de Salvación
En los documentos del Concilio Vaticano II, existe una eclesiología sistemática, destacan ante todo la Cristología como fundamento de la misma Iglesia. En el tema de la Iglesia en relación con el mundo, resultaron algunas divergencias en el interior de los conciliares; sin embargo, se abordó soluciones destacables, como el tema del diálogo, un elemento esencial en la soteriología eclesial (es decir la salvación de las personas).
"La actitud fundamental de diálogo, que la Gaudium et Spes impone a la Iglesia posconciliar, exige que ésta reconozca y defienda los valores auténticamente humanos y con todos los hombres de buena voluntad en la construcción de un mundo más humano"[6].
Se aborda el tema de los carismas, llamando al encuentro como "nuevo pentecostés", los carismas son dones entregados a todo el pueblo cristiano lo que expresa la diversidad de la Iglesia. El tema de María es también abordado en plena relación con Iglesia, María Madre de la Iglesia. Los documentos que detallan este aspecto son la Lumen Gentium y Gaudium Et Spes, entre otros en relación interdisciplinaria.
d) Liturgia y sacramentos
La Constitución Sacrosantum Concilium, subraya una nueva teoría de ver la liturgia, en relación con lo observado anteriormente, se da la posibilidad de celebrar en lenguaje vernáculo o propio, incentivando a la participación de los asistentes. Este aspecto, sin negar el papel de la jerarquía y sus poderes recibidos de Cristo, recuerda ante todo, una Iglesia convocada por Dios con vistas a su salvación, donde todos los miembros están unidos en el mismo Espíritu Santo por la misma fe, sacramentos, gobierno, sacramento universal de salvación de todos los hombres.
"¿Manifiesta habitualmente la celebración litúrgica esta dimensión comunitaria, esta vocación misionera? Era necesario hacer la liturgia menos clerical, más eclesial y abierta a la participación. En esta participación los cristianos se darán cuenta más fácilmente de que son la Iglesia que Cristo ha asociado en el ejercicio de su sacerdocio para dar culto al Padre y santificar al hombre (SC 7). Este es el objetivo de la constitución conciliar"[7]
e) Antropología
La cuestión humana de la búsqueda de Dios, como una realidad evidente. Se aborda el problema del conflicto entre razón y fe, problema heredado de la modernidad, en pleno auge en ese momento; donde se tiene una visión positiva del ser humano, por los aportes de los pensadores conciliares, de la Iglesia en general, y pensadores sociales externos. La religión se ha manifestado en todos los tiempos y épocas de la historia humana, en las religiones mistéricas y monoteístas; es decir, la religión es un hecho antropológico, en oposición al ateísmo. El documento clave es la Gaudium et Spes, donde se abordan todos los referentes y perspectivas de la dignidad humana, el ser humano colabora en la obra creadora de Dios, la actividad humana goza de valor; pero debe estar sometida al bien para que no caiga en deformación por el pecado. Se enfoca en esta misma línea conciliar, los valores humanos, los derechos del hombre; ante esta visión antropológica se fortalece la visión de moral y ética cristiana, alimentando una relación entre cristología, antropología, y teología moral.
f) Ecumenismo y diálogo interreligioso
No es lo mismo ecumenismo que diálogo interreligioso. El ecumenismo es posible con aquellos cristianos procedentes de una misma fe, en este caso quienes se desprenden del seno de la Iglesia y conservan en parte los vínculos básicos en la doctrina, sacramentos, etc., en relación con la Iglesia Primitiva; entre ellos tenemos a los Ortodoxos. El diálogo interreligioso es más una actitud de conciliación de aquellos grupos sectarios, creadores de una filosofía religiosa.
En este aparatado se destacan las denominadas "semillas del verbo", terminología propia del Vaticano II. La experiencia religiosa y la revelación cristiana se compenetran. Por ello, en las religiones no-cristianas, que derivan de la experiencia religiosa, actúa ocultamente la revelación. Desde este punto, la Iglesia entra en dialogo con todas las denominaciones de fe, iluminadas desde luego por un punto de caridad y hermandad; diálogo a su vez fructífero, que no significa la disolución de la identidad eclesial, sino más bien de comunión humana, en un fin teológico: Dios ama a todos los hombres.
CAPITULO II:
Efectos del Concilio en Latinoamérica y Ecuador
Repercusiones en Latinoamérica
Años anteriores al Concilio Vaticano II, en Latinoamérica su historia y su realidad le habían marcado una postura distinta frente a la teología occidental; una sociedad explotada por las grandes mayorías, impulsaba frenéticamente un perspectiva distinta a la europea, donde el problema eclesial se interesaba en encontrarse ellas. En Latinoamérica se observa una necesidad social en todos lados, mientras en Europa es más una cuestión intelectual que práctica, estos puntos de vista aunque insignificantes, serán aspectos esenciales que marcaran distinción en las visiones teológicas continentales. Por esta razón, los documentos sociales tuvieron gran acogida en los sectores eclesiales latinoamericanos, la encíclica de Pablo VI, Populorum Progressio aborda temáticas de justicia social en los países del tercer mundo. Este punto de vista, será el que marque golpes de efecto en las mentalidades tanto de Europa como de América.[8]
"La Iglesia, sostenían los obispos, no estaba casada con ningún sistema y menos con el "imperialismo internacional del dinero." Por eso sostenían que si un sistema político dejaba de asegurar el bien común, la Iglesia no solo debía denunciar la injusticia sino también colaborar con un orden de cosas más justo. El socialismo era más justo que el capitalismo porque "el verdadero socialismo es el cristianismo integralmente vivido", el sistema que mejor adaptaba los requerimientos morales del Evangelio, en donde el trabajo humano ocupaba el puesto que se merecería"[9].
La cultura es un tema necesario en América Latina, porque no se trata tan solo de salvar almas si no se adentra a la realidad particular a la que pertenece el hombre, el Concilio Vaticano II, sin ser el único en preocuparse, propone algunos elementos necesarios para la reflexión. La cultura dominante en Latinoamérica es la occidental, existen también grupos diversos de mestizaje cultural, culturas no son conocidas, en su lenguaje, cosmovisión, aspiraciones sociales; la integración de los grupos se comprende como destrucción e imposición de un sistema que una promoción humana a favor de sus más amplios intereses, una evangelización en la autenticidad e identidad de las raíces culturales. Todo ser humano requiere de un pasado para mirarse a sí mismo y valorarse en toda su esencialidad, poniendo su contingente particular en la construcción de una sociedad justa, esta aspiración noble de los grupos humanos es necesaria en la evangelización. La promoción humana propuesta por muchos documentos latinoamericanos, en respuesta al Vaticano II, engloba aspectos como: la educación y el desarrollo Económico[10]en ese sentido hay que percibir las semillas del Verbo, comprendidas como el aspecto cultural en el que Dios se ha manifestado parcialmente, donde el misionero debe adentrarse para la proclamación de la palabra divina en el anuncio del kerigma, el mensaje evangélico debe asumir las culturas existentes como una pedagogía.
Una preocupación posconciliar son los grupos descristianizados, en las diócesis o lugares de misiones no existen "ni los organismos, ni las personas promotoras de Misiones, ni la debida formación de los seminarios para crear sacerdotes, religiosos y laicos de una auténtica conciencia misionera"[11]. De ese modo el documento de Caracas (1969), resalta la preparación del misionero en lo situacional real y concreto del sujeto a evangelizar, lleno de una historia, un pasado y presente que requiere una asimilación cultural, no para desestructurarla, sino más bien para enriquecer esa cultura con el evangelio. Los valores culturales no deben ser menospreciados bajo ningún aspecto, cada espacio misional debe elaborar un método apropiado a la circunstancia particular de los hombres a quienes se dirige; ineludiblemente este es un error del pasado, consciente o no, ha marcado un contrapunto general. La imposición de una fe y más todavía un sistema, será la huella de modo violento de proceder del cristianismo occidental. "En religión como en cualquier otra área de experiencia o conocimiento del ser humano, la finitud humana significa estar obligados al ejercicio o a praxis de la tolerancia, que es también ejercicio de consulta y escucha del otro"[12]; criticas como éstas siguen resonando en el imaginario teológico actual de Latinoamérica, porque si se predica a un Dios de amor vivo, no deja de ser incoherente la practica superficial, carente de los elementos propios del lenguaje conciliar: diálogo, humildad, paz. Han pasado 45 años del Concilio Vaticano II, hasta nosotros, nos cuestiona en la práctica su ejecución en los sectores de los sujetos emergentes, la inculturación como concepto es muy interesante; sin la puesta en marcha, es totalmente infecundo. De hecho hasta el mismo término inculturación ha sido puesto en tela de juicio por algunos autores, porque todavía expresa prelación, una superioridad cultural, de la que dependen el éxito de las otras cultura, ya que como dijimos anteriormente la enriquecen[13]En todo caso, la realidad cultural es actual, necesita una revisión eficiente de la Iglesia, con todos sus agentes de pastoral, primeros destinatarios del impulso evangelizador. Ante las actuales circunstancias de la posmodernidad, se debe hacer un autoexamen de las estrategias utilizadas en la evangelización, desde su profundidad teórica, porque el pivote suele esconderse allí, y, a su vez la praxis como elemento revelador de la imagen divina en el entorno social.
"No basta por cierto reflexionar, lograr mayor clarividencia y hablar; es menester obrar. No ha dejado de ser esta la hora de la palabra, pero se ha tornado, con dramática urgencia, la hora de la acción. Es el momento de inventar con imaginación creadora la acción que corresponde realizar, que habrá de ser llevada a término con la audacia del Espíritu y el equilibrio de Dios"[14].
Nombramos a continuación, como referencia, a los participantes de la jerarquía eclesial ecuatoriana en el Concilio Vaticano II[15]como intervención fehaciente; se distingue a los nuncios del Ecuador: Monseñor Efrén Forni; Monseñor Opilio Rossi; Alfredo Brunera, Giovanni Ferrovino. Los obispos asistentes de la Arquidiócesis de Quito son: Pablo Muños Vega, Nicanor Roberto Aguirre, Leonidas Proaño, Silvio Luis Haro, Bernardino Echeverría, Cándido Rada, Benigno Chiriboga, Luis Celemente de la Vega. Por la Arquidiócesis de Guayaquil: Cesar Antonio Mosquera, José Gabriel Diaz Cueva, Nicanor Carlos Gavilanes, Victor Garay Gordobil. De la Arquidiócesis de Cuenca: Manuel de Jesús Serrano, Juan Riofrío, Luis Alfonso Crespo Chiriboga, Vicente Maya. Vicariatos: Maximiliano Spiller, Domingo Comín, José Felix Pintado, Jorge Mosquera Barreiro, Alberto Zambrano Palacios, Wenceslao Gomez Frande, Higinio Gamboa, Alejandro Labaca, Angel Maria Barbisotti, Juan de Dios Campusano.
a) Documento de Medellín
En nuestra América Latina la tendencia social adquiere mayor espacio en los ámbitos de reflexión teológicos, el tema de los pobres se tornaba en una urgencia. Fruto de ese deseo se convoca a la Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, celebrado en Medellín, reunida desde el 26 de agosto al 6 de septiembre de 1968, este hecho es la respuesta a la aplicación conciliar del Vaticano II para su realidad inmediata. En él se reconocía la lucha de los pueblos en contra de la injusticia social, cuyos efectos la habían convertido en "violencia institucionalizada". Medellín aspira a ver al hombre en el proceso histórico que le ha tocado vivir; "conocer a Dios es conocer al hombre", son las palabras puestas como punto de partida en la introducción del documento, palabras tomadas del Papa Pablo VI en la clausura del Concilio Vaticano II. El tema de la justicia se reclama activamente en los grupos colectivos: jóvenes, mujeres, artesanos, etc, fruto de la inequidad social, ello amerita una pastoral en la conciencia de los creyentes. El "cambio social", debe estar presente en: la familia, la organización profesional, la empresa y la economía, en los trabajadores, se debe manifestar la unidad de acción, una transformación en el campo del trabajo, dando un cuidado a la industrialización. El ámbito político tiene repercusiones significativas en la vida de la población, a su cargo tiene la Iglesia la misión de formar y concientizar, mediante la creación de comisiones de Acción o pastoral social, pequeñas comunidades sociológicas, cáritas, Comisión de Justicia y Paz, el reconocimiento a las comisiones civiles. El tema de la paz posee un detallado esquema, donde se invita abandonar toda clase de "colonialismo"; sea éste, interno, externo, o de la región latinoamericana. Se hace una invitación a observar las líneas pastorales con el trabajo a los pobres y marginados, denunciar aquello que se opone a la justicia y la paz en todas sus manifestaciones, una renovación en la catequesis, en la formación sacerdotal, y en toda acción evangelizadora, tener en cuenta el aspecto social. Entre otros acápites presentes en el documento están: la familia, la educación, la juventud, pastoral popular, la pastoral de las "elites", catequesis, liturgia, movimientos laicales, sacerdocio, religiosos, formación sacerdotal, medios de comunicación.
A Medellín se le ha catalogado como un encuentro renovador en el interior de la Iglesia Latinoamericana, lleno de grandes ámbitos de la pastoral inclusiva, eso se ha destacado en el mismo documento. Empero, se le critica arduamente por el ineficaz tratamiento de la cultura, acuñando el término "pobres" a todas las personas o sujetos emergentes de la acción evangelizadora renovada; no se tiene en cuenta el sentido de las culturas, es decir no se destaca a indios, negros, mestizos, etc., se unifica a todos en el mencionado impulso. Se detalla por otro lado, el vigor de la Iglesia Latinoamericana al proponer interesantes reformas, oficializando una pastoral más concreta en los distintos sectores, siendo la primera expresión de actividad.
Este documento, contiene expresiones explicitas del análisis social, posteriormente será el que determine algunos puntos de vista de los teólogos latinoamericanos en su exposición sobre la Teología de la Liberación; para otros en cambio, no significa una propuesta en extremo radicalista de tinte revolucionario; sino más bien, una renovación en la mirada eclesial, que no amerita un exceso de apreciación que no sea ese.
b) Visión de la Teología de la Liberación
La propuesta de la Teología de la Liberación, radica en un examen minucioso de la realidad social, con objeto de salir al encuentro de los pobres, pues ello es un escándalo para los mismos cristianos, hay que dar soluciones atacando el mal de raíz: la injusticia social. De los documentos latinoamericanos como Medellín, Puebla y Santo Domingo, la Iglesia toma una postura de "opción por los pobres", de esta premisa se justifica la necesidad del cristiano en intervenir ante las estructuras sociales contrarias a la dignidad de la persona. Se requiere intervenir de palabra y obra en la solución de los inconvenientes, no ser testigos pasivos de las estructuras de opresión, la Iglesia no solo debe dar el pan espiritual, sino promover el pan material. La teología latinoamericana se ha elaborado bajo la inspiración desde los pobres y para los pobres. Para Leonardo Boff, uno de los máximos exponentes, las personas se encuentran por el deseo de pertenecer a un cuerpo social determinado en una comunidad, esa unidad forma el cuerpo de Cristo.
"El interés radica exclusivamente en lograr que el rico epulón deje caer más migajas al pobre Lázaro, tendido al pie de la mesa junto a los perros. Conforme a la estrategia asistencialista, el rico debe ser bueno, el burgués debe ser generoso. Deben ser padres y auxiliadores de los pobres. De ahí que esta estrategia se denomine, con toda razón "asistencialista y paternalista"[16]
Ésta postura no ha sido asimilada por la Iglesia católica oficial, es más ha sido motivo de polémicas por las autoridades de turno. La razón es que el método de reflexión es el materialismo dialéctico, en clara relación con el socialismo y comunismo; hecho inaceptable, ya que según los eclesiásticos, la Iglesia no adopta ningún sistema político como relectura de su accionar, está para todos. Para el Papa Juan Pablo II se trataba de una "infiltración de doctrinas equivocadas", mientras que el actual Papa Benedicto XVI, en aquel tiempo Prefecto para la Congregación en la Doctrina de la Fe, condenó el pensamiento teológico. Con todo manifestamos que todo cristiano está convocado a vivir en solidaridad con el desamparado, de hecho eso tiene su base en Cristo.
c) Monseñor Leonidas Proaño
Figuras excepcionales desarrollaron el pensamiento social en Latinoamérica, como respuesta al Concilio Vaticano II. Como por ejemplo, Helder Cámara en Brasil, propuso un pensamiento social basado en la defensa de los pobres, una de sus frases celebres detalla su accionar "Cuando alimenté a los pobres me llamaron santo; pero cuando pregunté por qué hay gente pobre me llamaron comunista"; aportó con el desarrollo de la Teología de la Liberación. En Nicaragua, destaca el sacerdote y escritor Ernesto Cardenal, quien intervino en los ámbitos políticos, propiamente en contra de la dictadura Somocista, ocupó el cargo de Ministro de Educación después de la revolución sandinista, su ideología se centraba en la teología de liberación. En Perú Gustavo Gutiérrez sentó las bases del pensamiento. Así también en Chile, y Colombia. En Ecuador destaca Monseñor Leonidas Proaño, de quien argumentamos.
Leonidas Eduardo Proaño nació en San Antonio de Ibarra, el 29 de Junio de 1936. Fue ordenado sacerdote el 29 de junio de 1936, se destacó por su inteligencia brillante y su profundo espíritu de servicio a la comunidad. Fundó el periódico "La Verdad". Fue consagrado obispo de la Diócesis de Bolívar, posteriormente se creará la Diócesis de Riobamba, a la que será destinado. Participó activamente en el Concilio Vaticano II, en sus intervenciones representó a su Jurisdicción, "colocándolo entre los primeros obispos de Latinoamérica"[17]. En sus intervenciones ocurridas en septiembre de 1964, explicó la importancia del pastor junto a las ovejas, se hace necesario –según su parecer en las intervenciones conciliares- "instaurar un auténtico diálogo entre el pastor y su grey". Incentivó en sus ponencias a poner énfasis en la formación sacerdotal en el ámbito teológico y espiritual, educación y difusión de la cultura.
Cuando inicio sus labores en Riobamba, se empapó de la realidad cultural de las comunidades indígenas, como una urgencia aportó a un desarrollo de la promoción humana, mediante talleres de enseñanza en oficios artesanos. Alfabetizó a las comunidades indígenas mediante la creación de las llamadas "escuelas radiofónicas", siguiendo el modelo de la vecina República de Colombia. En sus escritos se lo describe como un hombre de profundo celo misionero, que busca una relación auténtica con sus feligreses. Organizó una pastoral de conjunto con todos los sacerdotes la zona, para atender a todos o la mayoría de los indígenas, promovió escuelas de formación de líderes de las comunidades, formando luego, grupos de acción social y cooperativismo. Su participación en el Concilio Vaticano II le movió a replantearse su estilo de evangelizar, manifestado expresamente en la acción social.
"Con la concientización política se lograría ayudar a los campesinos para que se unan, formen comisiones, reclamen comisiones, reclamen tierra, compren los páramos de las haciendas, demanden salarios y ganen juicios de afectación a las grandes propiedades. Con la reevangelización se evitaría la violencia y se arremetería contra la religiosidad popular. Ésta era la fórmula de Proaño: Política sin violencia, compromiso parcial de iglesia hasta donde no afecte el juego de fuerzas al interior de su diócesis"[18]
Una postura diferente ocasiona cierto asombro en quienes lo viven o perciben, la novedosa ideología de Monseñor Proaño, crea una división en la Diócesis a su cargo, algunos a favor de las renovaciones en la curia, otros totalmente opuestos a las mismas. Es motivo de elogio, sin embargo el hecho de ser el primero en acercarse a los indígenas y darles las herramientas sociales: educación, liderazgo, capacitación, participación; aspectos denodados en su labor apostólica. Su pensamiento del sentido de comunidad lo persuaden en sus decisiones, practicando la opción preferencial por los pobres, ideario tomado de las propuestas de Medellín y demás documentos del Episcopado Latinoamericano.
"En ellas (las comunidades) se congregan los fieles por la predicación del Evangelio de Cristo y se celebra el ministerio de la Cena del Señor para que por medio del cuerpo y la sangre del Señor que unida toda la fraternidad". En toda comunidad de altar, bajo el sagrado ministerio del obispo, se manifiesta el símbolo de aquella caridad y unicidad del cuerpo místico de Cristo sin la cual no puede haber salvación"[19]
Cuestiona un tiempo después el cambio religioso de la jurisdicción riobambeña, la mayoría de los asentamientos y comunidades indígenas en la actualidad no son católicos, como sería de esperarse, son protestantes evangélicos, de distintas denominaciones o sectas. Como opinión personal de esto, considero se debe al abandono de los Obispos a los indígenas, posteriores a Monseñor Proaño; otro aspecto es por el resquebrajamiento de la fe ya asimilada anteriormente, existieron sacerdotes que destruyeron imágenes donde ellos –los indígenas- habían proyectado lo sagrado de sus culturas (con ocasión de reformas conciliares y radicalizaciones de pensamientos como la Teología de la Liberación); o posiblemente se trata de un aspecto de participación: los sacerdotes no dan protagonismo a los indígenas laicos, mientras los otros grupos religiosos les delegan protagonismo en funciones religiosas.
CAPITULO III:
Tendencias actuales, desafíos para la pastoral ecuatoriana
REALIDAD DE LA IGLESIA ECUATORIANA
La Iglesia en el Ecuador, goza de credibilidad ante las instituciones públicas, con limitaciones propias, con conciencia de transformación ante los "errores, infidelidades, incoherencias y lentitudes". Para estas acciones se necesita asumir a la Iglesia como misterio de comunión, reflejada en la comunión y colegialidad episcopal; de este modo la Iglesia es considerada por la sociedad como "signo de paz y de justicia", siendo la causa de esta aceptación: "el acercamiento a los pobres, su solidaridad con las angustias y esperanzas de los ecuatorianos". Esa cercana comunión eclesial se evidencia en los pastores, parroquias (comunidades cristianas, movimientos apostólicos, grupos juveniles, etc.); se vislumbra además, en el crecimiento del laicado, dando su pertenencia a la Iglesia dentro del mundo, la vida consagrada desde su propio carisma enriquece las iglesias particulares, insertándose en la pastoral de conjunto de la Conferencia Episcopal. Entre las limitaciones podemos observar falta de fraternidad e individualismo y la vida cómoda de las comunidades religiosas, disminución del diálogo en los grupos o movimientos apostólicos. La iglesia ha alcanzado un nivel de neutralidad para no intervenir en decisiones de orden político, "falta a veces denunciar abiertamente las irregularidades y la corrupción de algunos políticos y sectores sociales". A continuación presentamos algunos enfoques positivos y negativos de la realidad ecuatoriana[20]
La evangelización es una tarea prioritaria porque "constituye la dicha y la vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda", expresado en la catequesis, misiones populares en diócesis, parroquias, animados por subsidios; sin embargo la ignorancia religiosa sigue siendo fuerte, y sigue en aumento el "cambio" a las sectas.
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