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Reflexiones acerca de la noción de competencia (página 2)


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La OCDE clasifica las denominadas competencias-clave (generales, genéricas, etc) en tres categorías (Proyecto DeSeCo):

Categoría 1: Uso de instrumentos de forma interactiva

Categoría 2: Interactuar en grupos heterogéneos

  • Relacionarse bien con los otros
  • Cooperar, trabajar en equipo
  • Manejar y resolver conflictos.

Categoría 3: Actuar de forma autónoma

  • Actuar en contextos amplios
  • Formar y llevar a cabo planes de vida y proyectos personales
  • Defender y ejercer derechos, intereses, límites y necesidades.

Como es posible apreciar, a veces resulta difícil discriminar entre competencias genéricas y competencias transversales.

El Proyecto TUNING, coordinado por las Universidades de Deusto y de Groningen, Holanda y en el que participan 105 departamentos universitarios europeos, destaca 3 tipos de competencias

  • Competencias instrumentales, que incluyen:
  • Capacidades cognitivas (analizar, entender y manejar ideas)
  • Capacidades metodológicas para organizar el propio aprendizaje, la toma de decisiones, etc
  • Habilidades tecnológicas relativas al uso de medios técnicos.
  • Habilidades lingüísticas, como comunicación oral, escrita y manejo segunda lengua.
  • Competencias interpersonales, como:
  • Capacidades individuales para expresar los propios sentimientos, autocrítica, etc.
  • Habilidades sociales, tales como habilidades de relación interpersonal, trabajo en equipo, responsabilidad social o compromiso ético.
  • Competencias sistémicas, relativas a la integración de las competencias anteriores, tales como habilidades directivas, creatividad, etc.

A pesar de que al enunciarse las competencias-tipo incluidas dentro de cada grupo general se continúan utilizando etiquetas como las de capacidad o habilidad, confusión terminológica que debiéramos superar definitivamente en el futuro inmediato si es que queremos ser consecuentes con el nuevo enfoque defendido, sí nos parece muy interesante esta delimitación de tipos de competencias, muy similar al defendido por otros estudiosos del tema como Carmen Rosa Serrano (Serrano, C. R., 2003), cuando declara que las competencias pueden ser clasificadas en técnicas, afectivas y gerenciales. Estas últimas suelen ser consideradas competencias más abarcadoras y que integran las especificidades de los otros dos grupos designados, dada la complejidad evidente de las funciones de dirección.

Dentro de las 30 competencias genéricas detectadas a partir de los estudios del Proyecto TUNING, se incluyen las siguientes:

  • INSTRUMENTALES: competencias para el análisis y la síntesis, para comunicarse de forma oral y escrita en la propia lengua, para comunicarse en una segunda lengua, para manejar la información de distintas fuentes, para tomar decisiones y para solucionar problemas.
  • INTERPERSONALES: competencias para el trabajo en equipo, para las relaciones interpersonales, para el ejercicio de la crítica y la autocrítica, para apreciar la diversidad multicultural y para comprometerse éticamente, entre otras.
  • SISTÉMICAS: competencias para el liderazgo, la investigación, la adaptación a nuevas situaciones, la creación o generación de nuevas ideas, la aplicación del conocimiento en la práctica, para diseñar y dirigir proyectos, trabajar de forma autónoma, para la motivación de logro, el espíritu emprendedor y otras.

La tipología antes descrita puede parecer discutible en algunos puntos. Por ejemplo, pudiéramos preguntarnos por qué la toma de decisiones y la resolución de problemas se insertan dentro de las competencias instrumentales, ya que también son competencias necesarias para las relaciones interpersonales. El pensamiento crítico es imprescindible para la vida social, pero es también un instrumento de trabajo y actuación ineludible para cada ser humano en función de la mejora en el orden técnico de su accionar y el de otros, ¿en este sentido, no cabría considerarlo como una competencia instrumental?

Se alude a competencias comunicativas en plural; sin embargo, diversos autores hablan de la competencia comunicativa como una macrocompetencia. Aunque esta competencia/ o estas competencias, según el referente que se asuma, tienen una connotación reconocida para cualquier ocupación o actividad humana, su relevancia para las relaciones sociales y los vínculos interpersonales resulta indiscutible.

De igual manera pudiéramos preguntarnos qué lugar ocupa la resolución de conflictos, la jerarquización de tareas y motivos, la autoestima y otras que no son competencias listadas por los investigadores del Proyecto TUNING. Las disidencias teóricas y polémica subyacente entre investigadores de la temática, resulta evidente, no obstante lo cual nos parece sumamente importante incorporar a nuestra práctica, las sustantivas transformaciones que implica el modelo de formación en competencias, ya que ello hará posible mejorar la calidad de los procesos formativos en el marco universitario y el del resto de las instituciones educativas de los niveles precedentes.

A todo el análisis anterior pudieran incorporarse otras clasificaciones sobre competencias. Así, el Consejo y del Parlamento Europeo recomienda a la Comisión Europea, las siguientes 8 competencias clave a desarrollar en el espacio continental (MEMO/05/416;

http://europa.eu.int/comm/education/policies/2010-fr.html)

  1. Comunicación en lengua materna
  2. Comunicación en lenguas extranjeras
  3. Competencias básicas en matemáticas, ciencia y tecnología
  4. Competencia digital
  5. Aprendizaje autónomo, formación permanente a lo largo de toda la vida
  6. Competencias interpersonales, interculturales, sociales y cívicas
  7. Iniciativa / carácter emprendedor
  8. Expresión cultural

Y el Sistema Nacional Inglés (Qualifications and Curriculum Authority, Reino Unido, http://www.keyskillsnet.org.uk), propone el siguiente conjunto de 6 competencias genéricas clave, definidas como resultados de aprendizaje, con 5 niveles de logro:

  1. Aplicación de números (cálculo, estadística, representaciones gráficas, etc)
  2. Comunicación (oral, escrita y lectora)
  3. Mejora del propio aprendizaje y realización
  4. Tecnologías de la información (web, internet, etc)
  5. Solución de problemas (toma de decisiones, creatividad, etc)
  6. Trabajo con otros (trabajo en grupo, habilidades de relación interpersonal, etc).

La mayor parte de las competencias delimitadas, son de tipo socio-emocional: iniciativa, motivación, competencia para el trabajo en equipo, liderazgo, compromiso, creatividad, etc. Y las competencias crecientemente demandadas en el mundo del trabajo y el ejercicio profesional, están vinculadas con (Matos, Yacayra, 2005):

a) La capacidad de autonomía en torno a las decisiones,

b) Posibilidad de pensar estratégicamente y planificar y responder creativamente a demandas cambiantes

La sociedad contemporánea exige a los egresados universitarios que se incorporan al mundo laboral un conjunto de competencias que les permitan un desempeño profesional más eficiente, a la vez que favorezcan su convivencia, interacción con otros y su propia realización personal. No es un secreto para nadie la necesidad actual del aprender a vivir juntos, declarada desde el connotado Informe Delors (UNESCO, 1996) como pilar básico de la educación en el siglo XXI. El aprendizaje emocional es un tema que se hace cada vez más necesario para el desarrollo de otras competencias exigidas en la actualidad como son: liderazgo, trabajo en equipo, negociación, iniciativa, adaptación al cambio, comunicación, entre otras.

En la actualidad, pocos son los proyectos institucionales, sociales y hasta personales que no requieran del concurso de varias personas y el enfoque desde diferentes perspectivas. En este sentido comienza a proliferar el término de competencia social, socioafectiva o socioemocional.

Las competencias emocionales deben entenderse como competencias genéricas que la mayoría de las personas van a necesitar en su vida personal y profesional. Su desarrollo se realiza a través de la educación emocional. La educación emocional pretende dar respuesta a un conjunto de necesidades sociales que no quedan suficientemente atendidas en la educación formal. Estas necesidades están relacionadas con la regulación de la ira, ansiedad, estrés, tristeza, impulsividad, tolerancia a la frustración, estados depresivos, síndrome de burn-out, consumo de drogas, conflictos, violencia, vandalismo, etc. Para hacer frente a estas necesidades se trata de desarrollar competencias básicas para la vida para que las personas puedan afrontar los retos existenciales con mayores probabilidades de éxito. De  ello se deriva una mejor convivencia y mayor bienestar personal y social (Rafael Bisquerra, 2004).

El esfuerzo de los teóricos por delimitar conceptos como competencia social, habilidad social, inteligencia social, por citar algunos, es abrumador y no siempre operativo en términos prácticos. La competencia social forma parte de la conducta adaptativa del sujeto y es un constructo sumamente controvertido.

De acuerdo con Monjas (1999, 28), las habilidades sociales son las "conductas o destrezas sociales específicas requeridas para ejecutar competentemente una tarea de índole interpersonal. Implican un conjunto de comportamientos adquiridos y aprendidos y no un rasgo de personalidad. Son un conjunto de comportamientos interpersonales complejos que se ponen en juego en la interacción con otras personas".

Por otro lado y de acuerdo con la autora ya citada (Rojas, 1999, 28), la competencia social es "un constructo hipotético y teórico global, multidimensional y amplio, mientras que las habilidades sociales pueden verse como parte del constructo de competencia social. Las habilidades sociales son comportamientos sociales específicos que, en conjunto, forman las bases del comportamiento socialmente competente. El término competencia se refiere a una generalización evaluativa y el término habilidades se refiere a conductas específicas".

Como puede apreciarse, las definiciones anteriores poseen una carga profundamente conductista. Aun cuando pueden resultar muy polémicas por su contenido, sí nos parece acertado reconocer que la categoría de competencia social involucra a las habilidades (sociales en este caso), pero las trasciende, ya que tiene una mayor amplitud, en correspondencia con lo antes analizado en torno a la noción de competencia, en general. En el presente trabajo hemos partido de una perspectiva histórico-social, en virtud de lo cual entendemos que las competencias (incluidas las sociales) son el resultado de un proceso de educación de la personalidad, que no culmina con el egreso del estudiante de una institución educativa, sino que se desarrollan de manera permanente a través del proceso de la vida de cada sujeto concreto, en el proceso de su actividad y su comunicación con otros.

Las competencias sociales o socioafectivas, comúnmente se asocian a los términos de inteligencia social/sociopersonal/interpersonal (Pelechano, 1984), inteligencia intrapersonal/interpersonal (Gardner, 1983) e inteligencia emocional (Goleman, 1996; Shapiro, 1997). Uno de los modelos más conocidos sobre la inteligencia emocional, corresponde a Daniel Goleman (1997); quien se refiere a tres tipos de competencias emocionales por el modo en que nos relacionamos con nosotros mismos: de autoconocimiento, de autorregulación y de automotivación. Las primeras (las de autoconocimiento) guardan relación con la conciencia de uno mismo, sus recursos, estados internos y emociones, la valoración adecuada de nuestras personas y actuaciones y con la confianza en nuestras fortalezas y potencialidades. Las competencias de autorregulación permiten el autocontrol de nuestras emociones e impulsos, suponen la flexibilidad de nuestras actuaciones, la apertura y la innovación. Las de automotivación incluyen el compromiso, la motivación de logro, la iniciativa y el optimismo al actuar.

Según Manuel Jiménez, la competencia social es un concepto complejo, que involucra diferentes áreas y niveles. Según la posición de este autor, cualquier definición acerca de la competencia social, debiera tomar en cuenta los elementos que a continuación se señalan (Jiménez, Manuel, 2000, págs. 53-54), los cuales compartimos:

  • La competencia social se define por la presencia de una serie de capacidades y habilidades que permiten tener éxito en las relaciones interpersonales.
  • Debe existir una correspondencia o adecuación entre esas habilidades y las características de la situación interpersonal en la que se está (sintonía).
  • La competencia social ha de producir unos resultados concretos que permitan determinar su presencia en una persona. Se espera que la persona competente socialmente logre una mejor adaptación y salud mental que la persona incompetente.

En síntesis y a partir de lo anterior puede concluirse que la presencia de una competencia social se evidencia en elementos atribuibles al sujeto (capacidades y habilidades), a la situación (sus características y demandas peculiares) y a los resultados que se obtengan por la persona como producto de lo anterior.

Entre las competencias sociales, pueden destacarse la autoestima, la toma de decisiones, la solución de problemas, la jerarquización de tareas y motivos y la vinculada a la comunicación interpersonal. La autoestima, aunque se refiere al propio sujeto, al establecimiento de su identidad y valía como ser humano, tiene una repercusión considerable en la manera de relacionarnos con los demás, el aceptarlos y convivir de manera satisfactoria con ellos. Por tal razón la consideramos una competencia social.

En cuanto a la competencia para la comunicación interpersonal, esta desempeña un importante papel: la posibilidad de fundamentar e intercambiar opiniones mediante una expresión oral y escrita adecuada, saber escuchar, propiciar la participación de otros profesionales en actividades conjuntas y dirigir personas, son algunas de las exigencias más frecuentes para las cuales cualquier estudiante y cualquier profesional, debe estar debidamente preparado. En este sentido pudiera asumirse como competencia transversal o como genérica, ya que como se expresó anteriormente, los límites entre estos grupos taxonómicos no están bien delimitados.

Como apunta de manera acertada María Julia Becerra, ser competente en la esfera de las relaciones humanas implica que el egresado no solo domine conocimientos, hábitos o habilidades, vinculados a la comunicación interpersonal sino que desarrolle un conjunto de necesidades, motivaciones y actitudes favorables a la relación humana, entre otros elementos de carácter personológico, porque para funcionar como alguien competente hay que poner estos recursos en función del desempeño, para ser eficiente, aún más si se trata de la comunicación interpersonal (Becerra, M. J. , s/a).

Dentro de la competencia comunicativa o competencia vinculada a la comunicación interpersonal (ya que es en esta acepción que se asume como competencia social), pueden identificarse habilidades, dentro de las cuales la asertividad es una de las de mayor impacto. La asertividad es una habilidad social que constituye la expresión de un modelo de vida personal enfocado a lograr el éxito en la comunicación humana y referido tradicionalmente a las pautas de autoafirmación, expresión directa de sentimientos y opiniones propios y la defensa de los derechos personales, sin negar los derechos ajenos. Su esencia radica en la transmisión y recepción de mensajes, haciéndolo de forma honesta, profundamente respetuosa, directa y oportuna. Implica el ser proactivo, el ser responsable de nuestro propio destino y de nuestras respuestas ante cualesquier estímulo de éxito o fracaso que nos plantee el medio.

El tema de las competencias sociales o socioafectivas resulta inagotable en el marco del presente trabajo, pero su importancia para el desempeño laboral, el ejercicio de cualquier profesional y la vida cotidiana, resulta incuestionable. Esta es la razón por la cual se le ha concedido un espacio en el marco de la presente monografía.

Finalmente deseamos puntualizar que las competencias no nacen con el sujeto, sino que son construidas por él en el proceso de su formación y desarrollo profesional y personal. Esto no niega la participación de componentes innatos, tales como las aptitudes y las cualidades del sistema nervioso asociadas al temperamento, que pueden constituir premisas sobre las cuales el sujeto construye su competencia profesional u otras. La construcción de la competencia es individual aún cuando siempre se realiza en condiciones sociales. Ello implica la necesidad de lograr por parte del docente y los tutores una atención y orientación diferenciadas en el proceso de educación de la competencia profesional en los centros de formación profesional y en los centros laborales. Esta idea cobra significativo valor en el contexto del nuevo modelo de universidad cubana que estamos desarrollando, en las condiciones de universalización de nuestras instituciones de educación superior.

En este trabajo y en nuestro quehacer profesional nos afiliamos a la perspectiva histórico-social del desarrollo humano, en virtud de la cual entendemos que la competencia profesional, como cualquier otra, es el resultado de un proceso de educación de la personalidad para un desempeño pertinente y responsable, que no concluye con el egreso del estudiante de un centro de formación profesional, sino que lo acompaña durante el proceso de su desarrollo, a través de todo el ejercicio de la profesión, del crecimiento personal y la convivencia social.

Coincidimos con Viviana González, al afirmar que las competencias profesionales suelen asociarse a la etapa de la postgraduación, pero se comienzan a desarrollar desde la formación inicial.

En la formación inicial, el estudiante desarrolla las competencias profesionales en un proceso que va transitando de ejecuciones más inacabadas, estandarizadas, desestructuradas, dispersas, dependientes, a ejecuciones más estructuradas, estables, diversificadas e independientes en las que aumenta la implicación del sujeto en el proceso y sus resultados (González, V., 2002). Ello requiere una preparación del discente para que se produzca este proceso de complejización gradual, a partir de condiciones pedagógicas tales como una metodología participativa de enseñanza-aprendizaje; el empleo de estrategias didácticas diversificadas y que tomen en cuenta la atención individual al alumnado; una comunicación interpersonal docente-alumnos basada en el diálogo, la empatía, la apertura y la reflexividad; el empleo de la autoevaluación y la heteroevaluación en el ejercicio profesional; entre otras.

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Autores de este trabajo:

Dra. C. Silvia Colunga Santos.

Doctora en Ciencias Pedagógicas. Profesora Titular e Investigadora del Centro de Estudios de Ciencias de la Educación "Enrique José Varona" de la Universidad de Camagüey, Cuba.

Dr. C. Jorge García Ruiz.

Doctor en Ciencias Pedagógicas. Profesor Auxiliar. Decano de la Facultad de Profesores Generales Integrales de Secundaria Básica. Instituto Superior Pedagógico "José Martí" de Camagüey, Cuba.

jorgegarciaruiz[arroba]yahoo.com

Lic. Carlos Joaquín Blanco Colunga.

Profesor de la Universidad de Oriente, Facultad de Ciencias Sociales. Santiago de Cuba.

Partes: 1, 2
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