Descargar

Los Rosacruces – Sabiduría Occidental (página 3)

Enviado por Antonio Justel


Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8

 

CUESTIONES DE CONOCIMIENTO URGENTE

Aclaración previa

Decimos "urgente", sobre todo, porque para la construcción inteligente y eficiente tanto de la vida de cada individuo como de las mismas sociedades civiles, y en consecuencia para la evolución equilibrada del mundo, se requiere tener conocimiento acerca de lo que ocurre en esa otra realidad oculta que, por otro lado, es la realidad en que se desenvuelven las causas, la que tiene lugar tras el velo de lo "real", es decir, en el lado invisible en que se desarrolla la vida sintiente, a nuestro alcance ordinario. Alberga, pues, una gran importancia saber que por el mero hecho de que acaezca la muerte de una persona, ésta no sólo no desaparece ni ha de cambiar por ello de temperamento, ni tampoco sus fobias o empatías, sino que, una vez apartada del cuerpo denso, se encontrará ahora más libre, más viva, y mentalmente con mayor claridad para definir y concretar sus ideas. Así, por ejemplo, si una persona profesase odio profundo hacia otra y falleciese, el grado de odio con que partió volverá a renacer con ella en su nueva encarnación y hacia la misma persona, salvo la influencia que en conciencia haya podido causar tal vez su paso por el Purgatorio. De aquí que convenga y sea sumamente instructivo comprender esta realidad subyacente, a fin de que podamos prever, conectar e hilvanar debidamente en cada momento, ya hechos colectivos de naturaleza histórica en sí (recordemos el historicismo de Dilthey) ya meramente personales, aunque, tal vez por ello, más difíciles de aquilatar en éstos respecto al desarrollo y concordancia diarios de la casuística. Por lo mismo debemos insistir en que, al igual que la marcha del sol sobre la Tierra tiene lugar virtualmente para nosotros en dirección Este-Oeste, del mismo modo ocurre no sólo con la ola espiritual y su consiguiente de naturaleza económica, sino que también, y en general, los sucesivos renacimientos de los seres humanos se producen aproximadamente cada 1.077 años siguiendo, en general, similar orientación.

Acerca del suicidio y la eutanasia

Ante el hecho de un suicidio cualquiera, pensar que dicho acto entraña o requiere de un gran valor, es algo comúnmente muy admitido, por lo que con harta frecuencia el suicida es trasladado así, desde aquel anatema religioso y tradicional, por el que desde un punto de vista amplio su comportamiento era rechazado sin más, a otro muy diferente hoy en el que, por el contrario, parecería verse al suicida en posesión de "un porqué suficiente de naturaleza civil" y, desde luego, superior a aquella otra e implícita condena primera de procedencia sin duda clerical. De lo que se sabe y es aceptado por el vulgo con cierta naturalidad acerca del suicidio – bien porque los suicidas suelen dejar escritos al efecto, bien porque se conozcan previamente y de forma oral motivos que pudieran hacer o interesar respecto al hecho en sí – es que el suicida, en cualquier caso, ha debido disponer de valor suficiente para poner fin a su propia vida. Es verdad que existen muchos y muy diversos análisis y estudios acerca de ello en los que no se echa desde luego en olvido la posibilidad de que el suicida pudiera encontrase en pleno trastorno mental, o bajo algún tipo de ansiedad incontenible y con fortísima perturbación emocional, etc, etc, es decir, es decir, atenazado por un estado tal que probablemente pudiéramos señalarlo como de gran confusión y desorden del ser. Sin más. De cualquier manera, y planteando el suceso sin remilgos para la platea y en toda su crudeza, hemos de decir que por lo común, el suicidio deviene porque en la vida del suicida, de ordinario, se dan una o varias circunstancias simultáneas que le producen y dañan tanto, tal es la frustración o sufrimiento que le provoca la situación, que, en el grado que en que se diere el discernimiento que tuviere, prefiere optar en todo caso por la línea de menor resistencia a fin de eludir el agobio a que su alma se encuentra sometida. Por tanto, con el suicidio, el individuo suicida cree lograr evadirse, apartarse, desechar de sí aquel tormento, aquella zozobra que tiene consigo y que no le hace imposible vivir dentro de la normalidad o paz anheladas. Poco le importará seguramente que ello pueda resultar justo o injusto a la luz de sus propios actos, porque el dolor o sufrimiento constituyen en ese momento el elemento principal y absolutamente decisorio de su actitud. Digamos también que, en el suicida, previamente al hecho en sí, y en buena parte de casos, la salida a semejante encrucijada, aun si existiera, no es vista por él, pues todo suele presentársele internamente mediante una amalgama o borrón mental-emocional cuya carga, por otro lado, probablemente estime injusta y desde luego insoportable. Por ello acaba con su vida en este mundo en la creencia, la mayor parte de las veces, de que se liberará de semejante e injusto rigor. Sólo debe tener valor. Otro caso no muy raro en la actualidad, y que no pocos grupos tratan de imbuir a sus respectivas sociedades, enseñoreándose a sí mismos de la cualidad del progresismo, consiste en manifestar que, en determinadas condiciones físicas o mentales "la vida no merece ser vivida", poniendo por ende sobre la mesa el vidrioso, confuso y espinoso tema de la eutanasia.. Fijémonos bien, porque tal frase encierra un grado de totalitarismo y hedonismo tan alto, que no sólo cierra el paso a cualquier calificación subjetiva del individuo afectado en cuanto que atenta a su derecho a vivir una vida no llena de goce o placer, sino otra, si bien coherente con su modo de comprender o de creer acerca de la divinidad o del mundo. En todo caso, bien podría conducir a una disposición arbitraria y totalitaria sobre la vida de los ancianos y desvalidos, tal cual tuvo ya lugar, desgraciadamente, en nuestra cruel y reciente historia. Sin embargo, y advertidos ya de algún mal latente, desde el punto de vista oculto las cosas se presentan de forma muy diferente, y, ello, por lo que sigue:

En la Región del Pensamiento Concreto, todos y cada uno de nosotros disponemos de un arquetipo, el cual ha sido conformado previamente a renacer por nosotros mismos ayudados por las Jerarquías Creadoras; el arquetipo consiste en un "espacio vacío" que mantiene un movimiento vibratorio y sonante cuya virtualidad consiste en atraer materia física hacia él, haciendo al mismo tiempo que los átomos del cuerpo físico vibren en consonancia con un diminuto átomo – el átomo simiente – que se encuentra situado muy cerca del ápice, en el corazón. Es en el arquetipo – el cual insistimos que se encuentra en la Región del Pensamiento Concreto, es decir, en el Segundo Cielo – donde radica la virtualidad y duración prevista y definida de la vida de cada cual. Al ocurrir el término normal de la misma, corresponde a que el arquetipo ha dejado de vibrar, se detiene, se para por así decirlo, y no hay ninguna otra consecuencia. Pero no es el caso para el suicida, puesto que su arquetipo va a seguir vibrando ininterrumpidamente hasta que hubiese tenido término normal la vida terrestre que de éñ depende. Más o menos, al arquetipo podríamos compararlo a un sónar que enviase ondas electromagnéticas constantemente sin encontrar objeto sobre que chocar ni por tanto provocar retorno alguno. Peor aún, pues habiéndose llevado el suicida consigo el átomo del cuerpo denso, al no disponer de él y continuar vibrando el arquetipo sin posibilidad para aglutinar materia densa, aquél, el Ego del suicida siente una sensación como de hambre y sed permanentes y a la vez de vaciedad, puesto que las ondas vibratorias arquetípicas persisten resonando sin encontrar la percusión requerida con la consiguiente reunión de material físico que el átomo simiente reclama y reclama, pero que no puede colmar. El suicida, por tanto, sufre lo indecible porque el cuerpo denso ya no amortigua dolor alguno, y debe permanecer en este estado hasta que el tiempo normal programado en su arquetipo termine y cese éste en la vibración que debía mantenerle vivo durante toda su encarnación. Vemos, pues, que bajo la Ley de Causa y Efecto, eludir las clases de la vida produce un dolor ineludible e indirimible, además de constatar de que nada de cuanto hagamos infringiendo las normas ha de quedar impune. Abundando aún más en aquello que rodea al suicida en los mundos invisibles, podemos añadir sin duda algunas consideraciones más. Así – y sobre todo por lo que hace a los suicidas en etapa de juventud – y dado que se ha roto el cordón de plata antes del tiempo previsto, los vehículos superiores (cuerpo de deseos y cuerpo mental) no pueden ascender a sus respectivos mundos, motivo por el que rondará incesantemente por los lugares en que a diario vivía, deseará tal vez comer y beber aquello que solía sin poder lograrlo, de ahí aquella hambre proverbial que anteriormente señalábamos. En forma similar, tanto los efluvios del cuerpo muerto como los éteres inferiores tenderán a adherirse a los vehículos superiores, los que con tal adherencia se convertirán en extremadamente sensuales, con posibilidad de enfangarse de tal modo que bien pudiera resultar prácticamente difícil de explicar. En el otro extremo, si el Ego del suicida hubiese sido y fuese de modales exquisitos, el medio ambiente en el que va a encontrarse contrastará brutalmente con sus hábitos, dado que tendrá que habérselas con un ambiente de sensualidad y bestialismo. Hay quien ha comparado el dolor del suicida al de un dolor intensísimo de muelas, casi crujiente, pero con la particularidad de que el suicida lo sentirá extendido por todo su ser en lugar de hallarlo cobijado exclusivamente en su parte dental. De aquí que, amén de cuanto hemos indicado ya, en la próxima encarnación el suicida sentirá un terrible miedo a morir; a tanto puede llegar en algunos de ellos, que en cuanto les acontece la muerte, y sin aceptar que no deben seguir viviendo, en ese momento no les importa obsesionar a la persona más cercana si ello fuese posible, e incluso penetrar en el cuerpo de algún animal que encontrasen a mano, por lo que deberán padecer por tanto los correspondientes rigores que la vida de dicho animal pudiera implicar en la realidad y ello así hasta que también le advenga la muerte. Existen dos métodos para ayudar al suicida: Uno tiene lugar en la noche, durante el sueño, hablándole y diciéndole directamente al afectado la verdad, que ha cometido un error y que lo más aconsejable es que sufra con paciencia semejante estado – procurando no agravarlo – hasta que al arquetipo cese de vibrar en su debido tiempo. El segundo, o primero, según los casos, consiste en la oración en y por sí misma, pues la oración, al hacer de guía, puede conseguir que el estado mental del suicida cambie y de este modo logre progresar espiritualmente y adquirir mejor ánimo y la consiguiente paciencia. En definitiva, debemos tener en cuenta que el suicida no sólo intenta romper y rompe las reglas de juego establecidas en la vida y para la vida sin que por ello logre escapar al dolor y sufrimiento, sino que además, si nos detuviéramos a analizar las cosas, tal vez conviniéramos en que el mayor valor que en multitud de ocasiones se requiere es aquel con que se hace frente a los crudos avatares de la vida, sean cuales fueren. Porque la menor resistencia es, pues, la pretensión o intento de huida, lo que el suicidio realmente es, aparte de que, en algún otro momento de alguna otra encarnación posterior, ha de encontrarse de nuevo con situaciones semejantes – o aún más difíciles – de las que, con el suicidio, con anterioridad ha pretendido huir. Y ya, y por consecuencias comunes o concurrentes con las del suicidio, es por lo que desde el punto de vista oculto tampoco podemos recomendar la eutanasia pura y dura o sin más, es decir, aquella muerte que se dicta como consecuencia de un acto volitivo, propio o extraño, en cualquier momento en el decurso de una vida. Lo que las Enseñanzas de la Sabiduría Occidental sostienen al respecto es que, en estado constatadamente terminal, es verdaderamente desalmado y provocador administrar a un enfermo agonizante fármacos o someterlo a instrumentos que lo que realmente consiguen no es otra cosa que forzar a los vehículos superiores del paciente – ciertamente en aquella fase – a una y otra vez regresar y entrar en su cuerpo denso, del mismo modo a como si se produjese un alud con el consiguiente y descomunal choque, hecho que conlleva por tanto inevitable dolor y sufrimiento. Porque en modo alguno hay tortura o dolor al pasar al más allá en el trance de la muerte; por el contrario, lo que en verdad tortura y produce serios inconvenientes anímicos al ser que se encuentra en tal estado es – cual queda observado – obligarle a volver al cuerpo para continuar en un estado cierto de sinsabor y sufrimiento. En estos casos la "muerte digna" deberá consistir en "un no hacer que equivalga a que el proceso de desenlace aquí en la Tierra y su paso al otro lado tenga lugar sin provocar sufrimiento y angustia innecesarios", pues terrenalmente todo está acabado, ya no habrá lugar a nuevas experiencias de vida que aportar al crecimiento del alma. Los cuidados paliativos, en cuanto en sí entrañen de ayuda y confortación del moribundo, deberán prestarse siempre, pero siempre con y dentro de aquel límite racional, humano y amoroso. En estos días, la sentencia del juez Mark Hedley sobre la niña Charlotte Wyatt parece estar en consonancia con lo que acabamos de sostener. De aquí que, en función de lo advertido, la deducción sea fácil por demás. La frase tan a menudo pronunciada por miembros que pertenecen a grupos sociales que persiguen incluso de buena fe la liberación del dolor y el sufrimiento de las personas, – dado que también oímos que "una vida así no es digna de ser vivida", en clara referencia a existencia definidas o existencias en distintos grados de dificultad – si no se acota debidamente, excede con mucho las consideraciones que más arriba acabamos de exponer. Porque es absolutamente cierto que "lo que sembramos es lo que recogemos", y esta justicia retributiva es exacta, imperecedera y, por tanto inexorable, bien en esta o en cualquier otra vida posterior. Ello es expresión y consecuencia de las dos grandes y complementarias leyes que rigen el Universo: Ley de Causa y ley de Consecuencia. Sin ellas, combinadas entre sí, no habría lecciones que aprender ni progreso alguno que realizar. De aquí que, si tomásemos, por ejemplo, el supuesto de que "liberásemos" o "ayudásemos a liberarse" a algún anciano o inválido de cuerpo por medio de la muerte, deberíamos tener presente que el ahora "liberado" de forma abrupta, en su próximo renacimiento y de forma inequívoca volverá a encontrarse con el mismo inconveniente y presumiblemente agravado – pues habrá intentado huir de la lección que le imponía aprender sobre una anterior siembra por medio de la correspondiente y personal cosecha -, y que, asimismo, el cooperante necesario, obvio es decirlo, sembrará también una deuda personal de destino al interferir en un proceso estable y sin acceso inminente a la muerte, proceso que, por otro lado, tienen bien delimitado y perfectísimamente controlado para cada uno de nosotros los Ángeles Archiveros o Señores del Destino. Ellos dan a todos y a cada uno lo que en cada momento es requerido para nuestro adelanto. La resultante respecto a la Eutanasia es que, mientras no conozcamos y contemplemos con realismo espiritual las correspondientes necesidades del hombre, es probable que se cometan de forma alevosa atropellos sin cuento. Aunque más debido a la ignorancia de la verdad que a otra cosa, el egoísmo y el placer desatado en las sociedades civiles desde hace trescientos años no deben condicionar en ningún caso, sin embargo, un rasero tan ramplón y exiguo de lo que el hombre en sí es. Por tanto, las frases tan manidas por traídas y llevadas tales como "una vida así no es digna de ser vivida", y "por una muerte digna", no sólo requieren ser desechadas en sí mismas sin contemplación alguna, ya que cualquier estipulación que pretenda acortar el curso de la vida – sagrada en extremo – requerirá conocimiento debido de lo que acontece tanto en el mundo material como en el invisible, pues en ambos mundos es y tiene su haber el hombre. De aquí lo que antecede, pues así sabemos y defendemos que es, y sin ningún temor, para el mayor bien, así lo exponemos.

De la incineración y embalsamamiento del cuerpo

Probablemente no haya forma más rápida ni acaso más limpia de hacer desaparecer el cuerpo denso que sirviéndonos de la incineración. Se trata de un medio que se está imponiendo muy rápidamente a la tradicional inhumación en todo Occidente, hecho por el cual, y urgentemente, deseamos señalar lo tocante a qué es lo que ocurre en la parte espiritual del ser humano cuando la incineración no es practicada de acuerdo con las Enseñanzas de los Misterios del Mundo Occidental. Y decimos urgente, porque de ordinario, a través de los medios de comunicación solemos enteramos de que fulanito y manganito han sido incinerados dentro de las rigurosas veinticuatro horas de haberse producido el desenlace, motivo por el que uno desearía que antes de llevarse a cabo esta práctica, cada cual supiese qué implica incinerar al fallecido antes del plazo de tres días y medios posteriores al hecho de la muerte. Y es que el ser humano no muere tan pronto como suele ser certificado por los médicos forenses, dado que el cordón de plata sigue intacto en tanto el Ego permanezca revisando su recién terminada vida, acto que lleva a efecto de sus últimos actos hacia atrás, es decir, comenzando por el último acontecimiento y terminando por el de su nacimiento e incluso en el de su misma entrada en el claustro materno, efectuada la concepción. Es un trabajo delicadísimo el que efectúa mientras grava en el Cuerpo de Deseos aquellas imágenes de hechos, actos y medio ambiente reinante ha ido recogiendo – cual cámara fotográfica de sensibilidad y alcance inimaginables – el éter del cuerpo vital a lo largo de toda la vida, mediante el aire que se inspira y se lleva a los pulmones, donde dichas imágenes son transferidas y absorbidas por la sangre, la cual, a su vez, y a su paso por el corazón, las graba o deposita de manera indeleble en el átomo simiente, que como bien es sabido por todo ocultista, contiene el registro completo y pormenorizado de todos los momentos de todas nuestras vidas a lo largo de nuestra existencia. De no existir perturbación, tal grabación desde el cuerpo vital al de deseos durará de acuerdo con el vigor y fortaleza que ostente el propio cuerpo vital para mantener despierto al individuo. La citada grabación en el Cuerpo de Deseos resulta de extraordinaria importancia para el Ego que se va, pues ella va a ser el soporte – fidedigno o no – de que el Ego va a hacer uso en el nuevo mundo al que accede, el Purgatorio, para hacer la primera parte de la cosecha de su vida, pues de nuevo, de los últimos episodios hacia atrás, recapitulará desde la muerte al nacimiento todos y cada uno de los actos en que, dentro de los cuatro reinos, causó dolor o sufrimiento a alguien o a algo, percibiendo y sintiendo el daño causado en su propio ser de forma intensificada (en el mundo celeste se triplica la intensidad y celeridad a estos efectos) de modo que, encontrando primero los efectos, el Ego pueda descubrir con facilidad las causa o causas que los produjeron. De esta forma, lógica por demás, le ayudará no sólo a obtener comprensión de los actos examinados con la consiguiente experiencia que acumulará, sino que en la próxima encarnación, y una vez torne a encontrarse con alguna situación similar a las ya purgadas, el dolor padecido le hablará a través de su conciencia y le contendrá para no causar mal similar a nada ni a nadie. Una vez haya traspasado las tres regiones que comprende el lugar purgatorial, el Ego asciende al Primer Cielo. Se compone éste de las tres regiones superiores del Mundo del Deseo, siendo la cuarta, la región denominada "Fronteriza", a la que son llevadas las almas una vez traspasado el velo, y en la que permanecen antes de ascender al Segundo Cielo. Aquí estarán las almas estrictamente cumplidoras de las leyes y el orden social establecidos, las que no han sido "ni calientes ni frías" y que, por tanto, padecen una mortal monotonía porque no fueron capaces de "dar algo de sí mismas a los demás" en ningún tiempo ni en ninguna oportunidad, pues el amor del cielo – gozo en la alegría – exige superar lo meramente establecido por las convenciones sociales y la ley. El Primer Cielo es un lugar donde, por el contrario al Purgatorio, el Ego ha de revisar de nuevo y como siempre, de atrás hacia delante, los actos de su vida; pero si en el aquél lo que hizo fue revisar el daño efectuado, lo que ahora va a hacer es examinar lo bueno que haya hecho, es decir, va a percibir y sentir también intensamente tanto la alegría que ha causado a otros como la gratitud que él ha sentido hacia los demás por el bien o la alegría que le hayan causado, por lo que estos sentimientos entrarán a formar parte de su conciencia para dar lugar a la virtud, los que le llamarán e incitarán a hacer el bien en las próximas encarnaciones cuando retorne a la escuela de la vida. Por tanto, y en conclusión, si lo extraído del purgatorio es la voz de alarma para evitar en lo sucesivo el mal, lo extraído en el Primer Cielo va a ser la voz de la intuición que internamente va a aconsejar al Ego con el fin de que haga el bien. Con su misión respectiva, ésta es la constitución y construcción progresiva de la conciencia dentro de la Teoría del Renacimiento con sus leyes fundamentales, la de Causa y Efecto. "Se recoge, pues, lo que se siembra". Pero volvamos al tema trascendental de la incineración y de lo que, como decíamos, entraña llevarla a cabo en tiempo debido o, por el contrario, fuera de él. Suponiendo que en estos momentos decisivos, de grabación de cada acto de vida, haya en el entorno del moribundo silencio, de procederse a la incineración en el plazo actualmente vigente en numerosos países (en España, por ejemplo, es de veinticuatro horas) el fuego hará que se rompa el cordón de plata y los recuerdos grabados alcanzarán únicamente una parte – tal vez muy pequeña de la vida que acaba. Consecuencia: el Ego recién pasado al otro lado no podrá obtener los beneficios de creación y acumulación de conciencia ni, por tanto, de aprovechar su última estancia en la Tierra para progresar en la evolución. Una desgracia, un verdadero desastre para el que acaba de morir. Algo similar, si no idéntico, ocurre cuando alrededor del que va a fallecer hay tumultos o griterío, ruidos, explosiones, alteraciones del silencio que el que se va requiere para su labor de grabar los acontecimientos de su vida: aún sin culpa, pérdida de los frutos que hubiera cosechado de haber accedido a la muerte en un estado, si no de respeto, sí al menos de silencio. Hacer las cuentas propias y rendirlas ante su conciencia y la divinidad es el tributo más grande que un ser evolucionante puede hacer por sí mismo. De ellas, de estas cuentas, va a depender su progreso o retardación en la evolución, de ellas su pronto pase a otros mejores estados de renacimiento con mejores y provechosas vidas. Sin embargo, en un estado de lógica y asistido por la gracia divina, no sería muy justo que alguien, debido a impedimentos ajenos y externos, fuese retardado en su evolución o fuese ésta detenida. Por tanto, quienes custodian el orden, la justicia y demás instrumentos que conducen el mundo, han tenido a bien lo siguiente: una vez ocurrido el óbito y pasado el fallecido al otro lado, entre los dos y veinte años siguientes, se hace que el Ego nazca, haciéndosele morir en su edad infantil. Como nada de lo que no ha nacido es susceptible de morir (el cuerpo vital nace a los siete años, el de deseos a los catorce y el mental a los veintiuno) el Ego del niño va directamente al Primer Cielo. Aquí, en clases específicas, en las que se reúne a los colegiales por carácter y no por edad, le serán enseñadas aquellas experiencias que dejó de asimilar de haber habido en su entorno un ambiente propicio para el repaso y grabación correspondiente de los actos de su vida. Estos egos nacen generalmente bien dentro de la misma familia, bien en una familia próxima; rara vez, aunque también, lejos, en otro país. De esta forma, viene a restituirse aquel bien perdido, si bien ello requiere el interregno de la muerte prematura, que siempre supone un hecho doloroso (el de la entrada del espíritu dentro de sus vehículos, sobre todo del denso) con una pequeña demora y el gasto de energía que ello implica. Tras el análisis de los hechos incineratorios, la consecuencia no debiera ser más contundente: no a la incineración, en ningún caso, antes de pasados tres días y medio de ocurrido el deceso. Algo semejante podemos señalar respecto del embalsamamiento, costumbre por demás tan habitual en otros lugares, pero que no es menos perjudicial para el desarrollo del alma por las intensas molestias (angustia y sufrimiento) que ocasionan al Ego tanto por los pinchazos que absolutamente el Ego ve y percibe, porque de ordinario aún está vivo, como por el frío y el calor espantosos a que son sometidos órganos y vísceras del fallecido a efectos de la conservación. A pesar de que estos escritos comprendidos en este Manifiesto hacen afirmaciones fuera del alcance probatorio normal, insistimos en que no por eso dejan de referir la verdad. Habrá muchos que, lejos aún del poder de comprobación, intuyan que las cosas deben o pueden ser así, tal vez que son así. Humildemente, el autor pide a los lectores que lean dejando reflexionar sus almas, porque algo de estas verdades, puede asegurarles, les está tocando. De otro modo, quiera Dios que la relación lógica-intuición, pueda pasar el vado que todos nosotros intentamos cruzar de la forma más provechosa.

De la aplicación de la pena capital

Es de vital importancia e interés para todo el género humano que la pena de muerte quede definitivamente abolida en todos los países. Es verdad que durante los últimos tiempos no sólo la han suprimido una serie de ellos de sus códigos de represión penal, es verdad asimismo que algunas autoridades norteamericanas han reflexionado y suspendido, siquiera transitoriamente, su aplicación, y es verdad también que de forma muy acentuada, y hasta a veces de forma clamorosa, gran parte de la Humanidad exige que privar de la vida desde el estamento estatal de su país o de cualquier país, sea considerado un acto deleznable y abyecto que debe ser absolutamente erradicado, que debe ser sustituido en el peor de los casos por el de prisión perpetua. Recordemos que el progreso del mundo no se basa en el exterminio, el apartamiento y reclusión, sino en la ayuda, la cooperación, la reinserción y la convivencia, y este postulado sirve absolutamente tanto a niveles individuales y grupos reducidos como tocante al concierto internacional más amplio, donde nadie sobra y todos pertenecen. Porque, aparte de que nadie, y ello ya sea individual o colectivamente, tiene derecho a privar a un semejante de la propia vida porque ninguno de ellos se la dio – ni siquiera sus propios padres, quienes si es cierto que colaboran lo hacen únicamente dando vía y constitución a la forma – hemos de alertar sin ningún reparo, dada la magnitud del problema, de los peligros y riesgos en que incurre la Humanidad cuando, uno tras otro, a los criminales, de forma legal, va privándoseles de la vida. Y, naturalmente, no decimos bajo ningún aspecto que un criminal muerto por alguien que no corresponda al Estado no sea un acontecimiento deplorable y peligroso. Nada más lejos. Aparte de desechar que constituya un acto de venganza, el Estado suele refugiarse en que hay que librar a la sociedad del criminal y darle seguridad, cuestión que alcanzaría con apartarle meramente. El hecho es que existen muchísimas personas que poniendo en manos del Estado la responsabilidad de la muerte de alguien, del cual se afirma previamente que constituye un enemigo – y puede ser que en realidad y temporalmente lo sea – creen liberar sin embargo sus conciencias individuales diluyendo su parte en aquélla otra abstracta de más alta dignidad, la del Estado, al que, en su calidad de representante común, entregan en la práctica la "razón" del ejecutante-verdugo, pero encontrándose por tanto a salvo.. Pero el hecho real es que el Estado mata así de forma sibilina y sin que apenas el resto de los ciudadanos logren enterarse o lo perciban, si bien, y en lo esencial, es que a un ser humano se le ha dado muerte por encargo de todos. De cualquier manera, antes de pasar a poner en evidencia lo que realmente ocurre una vez muerto el reo, es elemental que insistamos en preguntarnos acerca de quiénes son los delincuentes en general y quiénes son los criminales. Con harta frecuencia – quizás a raíz de un hecho delictivo de incidencia directa o colateral – oímos frases como "debieran matarlo como él hizo", "por mí que se pudra en la cárcel", "que no salga en la vida", "el que a hierro mata…" y otras que vienen a poner bien a las claras no ya el olvido de que el delincuente convicto, en cuanto que ser humano, es susceptible de ser ayudado, rehabilitado y devuelto mental y moralmente diferente a la sociedad a la que pertenece y con capacidad para insertarse con garantías suficientes de convivencia sana y útil, sino que, el pensamiento mayoritario oscila teniendo la altura de la pena como única medida a tener en cuenta respecto al preso. Sin embargo, qué lejos y a buen recaudo deberíamos poner tales mentalidades si en verdad deseáramos y quisiéramos "darnos" a nosotros mismos un trato no vejatorio ni humillante, pues debiera comprenderse que a la mayoría de los encarcelados no es a un lugar carcelario adonde debiéramos enviarles, sino a instituciones en las que de forma real pudieran ser ayudados, que quiere decir enseñados, curados, restablecidos, mirados, acompañados, etc. El tratamiento, por tanto, a dar a quien tropieza en la vida no debe consistir en ningún caso para vilipendiarlo o tacharlo para siempre como un apestado de los viejos tiempos; antes bien, quien tropieza es uno de nosotros, o nuestro hijo, o nuestro hermano, o un padre, o una madre… Si el equivocado fuese uno de ellos ¿ no nos esforzaríamos para que se levantase y pudiese retornar cuanto antes en las mejores condiciones posibles y continuar con nosotros ? Por tanto, la noción y concepto que tengamos dentro de nuestra alma, será la vasija de medir para enfocar el tema respecto a cuál deba ser el objeto de una sentencia judicial y su pena: privar de libertad a rajatabla o ayudar. Esa es la cuestión. Por fin, volviendo a lo que prometimos, queremos significar que, cuando se ha ejecutado a un criminal (alguien que fuese tal vez capaz de vanagloriarse en y con el mal) bajo la creencia de que definitivamente se ha librado de él a la sociedad, nada más lejos de la realidad se encuentra la verdad. Y afirmamos esto porque al provocarle la muerte, ésta lo deja libre en el Mundo del Deseo y por tanto con libertad total y absoluta para entrar y salir donde quiera, acercarse a unos u otros, sugerirles, atosigarles, inducirlos en consecuencia mediante pensamientos de la peor especie, los cuales van a conducir a muchas personas "débiles" o"propicias" a provocar típicos hechos de odio o de venganza, cuando no a cometer desastres de inimaginable gravedad y magnitud. Un asesino o criminal, en definitiva, no viene a ser más que una persona enferma y con determinados puntos débiles en el carácter, tal vez falto de modos de ver y, por tanto, de comprender. En casos ordinarios, en ningún caso debiéramos enviar a tales personas a prisión, sino al lugar o lugares apropiados donde pueda prestársele la ayuda humana y urgente que necesitan.

De la obsesión

En términos populares la obsesión es conocida como "posesión". Y es de tal importancia y tan urgente comunicar con precisión en qué consiste que, una vez sean conocidas sus delineaciones y los contextos en que puede ponerse en evidencia, muchas personas podrán reaccionar sobre sí mismas o en relación a seres cercanos y queridos en evitación de su internamiento en instituciones psiquiátricas, pues tocante a lo que vamos a denunciar hay un buen repertorio de manifestaciones efectuadas durante los procedimientos judiciales por múltiples inculpados y reos. Una descripción breve podría efectuarse diciendo que la obsesión tiene lugar cuando un espíritu desencarnado toma posesión permanente del cuerpo de alguien, habiendo sido despojado por tanto su propietario del mismo. Ni que decir tiene que una persona obsesionada lo es generalmente por un espíritu de baja o muy baja moralidad, dado que los de alta moralidad no suelen obsesionar a nadie ni despojarle de su cuerpo. Por tanto ¿ hemos de recordar cuanto ya se dijo más arriba referente a las actividades de los criminales en el mundo invisible ? Pues si es así, precisemos que en aquel caso el espíritu desencarnado y acosador se encontraba fuera del cuerpo, es decir, sin tomar posesión de los órganos vitales y de expresión, pero que aquí, en el supuesto que estamos comentando, sí se encontraría dentro, motivo por el que el obseso, o dueño del cuerpo, es sacado y desplazado al Mundo del Deseo desde el que quizás, atónito, contemple la disponibilidad de sus cuerpos físicos y vital sin posibilidad de recuperarlos a no ser por abandono voluntario del espíritu control que los domina. Estos espíritus que como hemos señalado son de muy baja estofa moral, pueden llevar a cometer a su anfitrión, y de hecho así lo hacen, los mayores desaguisados imaginables, actos por los que el obseso ha de pagar bien ante la justicia, bien ante la sociedad o ante la familia. Son espíritus de tan perniciosa catadura moral que el mal causado les produce orgullo y ufanía, abandonando a las víctimas una vez han caído presas de la ley o del descrédito social o familiar mencionados. Hasta aquí una configuración sucinta y urgente de los hechos, puesto que las implicaciones e interrelaciones en sí alcanzarían supuestos y explicaciones de amplio tamaño. Tomar conciencia de cuanto hemos dicho y tomar algunas precauciones sería, pues, lo deseable en cuanto a enseñanza se refiere en el contexto de este libro. Así propondremos, por ejemplo, ¿ cómo evitar ser obsesionado ? Todo aquél que mantenga una actitud mental positiva, es decir, afirmando su personalidad individual y propia, en ningún caso podrá serlo. En consecuencia, piénsese en quienes acuden – incluso de buena fe y sonrientes – a alguna sesión de carácter espiritista (ouija, escritura automática, bola de cristal, cirios, espejos, etc.) Inmediatamente hay que señalar que por el mero hecho de acudir a tales sesiones, ya y por esa única circunstancia, abren sus vehículos y se predisponen a la negatividad precisa para ser dominados por terceros a los que no pueden ver ni mucho menos catalogar moralmente. Piénsese asimismo, en que estos espíritus que acuden a tales sesiones suelen mentir y proceder al engaño con absoluta normalidad, con la pretensión de que tanto el preguntante como los reunidos crean que en realidad sabe acerca de lo preguntado o que tiene poder para realizar determinados acciones. En conclusión, se recomienda muy seriamente la no asistencia a reuniones o sesiones de tal naturaleza. En el mejor de los casos, y presuntamente, los espíritus circundantes les extraerán los éteres con que se alimentan y podrán dejarlos anémicos, estado en el cual no se encontraban antes de asistir a una de estas convenciones en extremo inapropiadas y peligrosas. No obstante, no queremos dejar este asunto sin antes enunciar el modo o modos en que, llegado el caso, se pueda disponer a fin de confirmar o no un estado objetivo de presunta obsesión. Y es aquí donde el diagnóstico del ojo es un medio absolutamente consistente. Dado que los ojos constituyen las verdaderas ventanas del alma, sólo y exclusivamente el dueño natural del cuerpo es capaz de dilatar o contraer la pupila de aquél órgano. ¿ Cómo llevarlo a cabo ? Simplemente. A la persona, acerca de la cual dudemos que pueda encontrarse bajo un estado de obsesión, la introduciremos en un recinto oscuro, y, si ciertamente, estuviera bajo control de un espíritu desencarnado, la pupila no se le expandirá. Del mismo modo que tampoco no se contraerá si la expusiésemos a la luz del sol, como, asimismo, tampoco se moverá al ser sometida a la lejanía o cuando le pidamos que procure leer impresiones de un tamaño reducido. Existe no obstante una excepción y es la siguiente: Cuando una persona se encuentra bajo la enfermedad denominada ataxia locomotriz, la pupila, aunque no responda a la distancia, sí deberá responder en cambio a motivaciones luminosas. De modo que se trataría, en todo caso, de una excepción y meramente relativa.

Del llamado "Cuerpo del Pecado"

Prevengamos acerca de que esta entidad, o cuasi entidad por así decirlo, es exactamente de la misma clase que aquéllos de que Cristo hizo mención cuando habló de demonios, ellos eran entonces, ciertamente, y aún lo son, la principal causa de las muchas y cuantiosas obsesiones y enfermedades físicas que ya entonces la Biblia citaba. De cualquier modo, ahora, nosotros vamos a hacerlo de la siguiente forma: El cuerpo vital (compuesto por sus cuatro éteres: químico, de vida, luminoso y reflector) el vehículo relacionado con el Espíritu de Vida, la verdad, la intuición, es el vehículo por donde discurren las fuerzas de la vida, permitiéndonos además ponernos en comunicación, en contacto con el resto del mundo. El cuerpo vital está por tanto relacionado no sólo con la intuición, sino con la moral y la ternura. El de la mujer, siendo de signo positivo, da esencia y fuerza a su capacidad imaginativa así como las tendencias que manifiesta en relación con la mejora y desarrollo moral de la Humanidad. Su participación en el quehacer del mundo es de primera magnitud e indispensable. Entre sus innumerables funciones, el cuerpo vital ostenta también la de construir y reconstruir el cuerpo físico, haciendo frente constantemente al cuerpo de deseos, el cual actúa de forma contraria, es decir, destruyéndolo y endureciéndolo. Es por medio de este continuo choque – cuerpo vital frente a cuerpo de deseos, cual si de una chispa eléctrica se tratara – que nace la conciencia y, a la par que, tal cual ha quedado señalado, los tejidos van endureciéndose dada la victoria final y a ultranza que obtendrá en su lucha el cuerpo de deseos. En consonancia con las funciones y cometidos más relevantes del cuerpo vital, una vez que elevados ideales han hecho su labor durante suficiente tiempo a través no sólo de pensamientos y sentimientos impregnados de espiritualidad, sino mediante aplicación de obras concretas de desinteresado servicio hacia los demás, lentamente van desvaneciéndose y disipándose los apetitos animales e incrementándose en la misma proporción aquellos que expresan vida, luz y poder anímico. Con ello, los éteres más bajos, el químico y el de vida, disminuirán su presencia a favor de los propiamente inmortales, el luminoso y reflector, los que por otra parte, y mientras vivimos, conforman el cuerpo del alma, símbolo por excelencia del nacimiento del Cristo interno, coraza de Dios, pote de oro, dorado vestido de bodas, piedra filosofal o también soma psuchicon, como lo llama San pablo, entre las denominaciones con que en el seno ocultista se le conoce o designa a este vehículo esplendente e inmortal. Así, pues, es un hecho contrastado que en la misma medida en que crecen los dos éteres superiores decrecen los inferiores y que asimismo ocurre a la inversa. Pero, sin embargo, y siendo así, al acaecer la muerte, en los días próximos que la siguen, tiene lugar una separación – dos a dos – de los éteres: el químico y el de vida gravitarán sobre el cuerpo denso para descomponerse de forma simultánea, mientras el luminoso y reflector, tal y como se ha señalado un poco más arriba, acompañarán a los vehículos superiores para servir de conciencia mientras el Ego va pasando a través del Purgatorio y del Primer Cielo, hasta ser absorbido por aquél cual pábulo de fuerza espiritual o alimento anímico. Pero, dado que estamos tratando acerca del Cuerpo del Pecado, obviamente – y ateniéndonos de manera simbólica y representativa de un individuo indeterminado – estaríamos ante el crecimiento y fortalecimientos de los dos éteres más bajos, cuestión que nos pondría sobre la pista de alguien a quien nada importarían los asuntos del alma, antes bien, se trataría de una naturaleza tan malvada, que el egoísmo y una vida transcurrida entre vicios y degeneradas y brutales prácticas en la producción de sufrimiento, serían los componentes de un gozo constante en el mal y para el mal. Tan puede llegar a ser de este modo, que aquellos pocos que intencionadamente acuden o en el futuro acudan a las artes ocultas a fin de causar con plena conciencia mayores sufrimientos y tragedias, son los denominados "magos negros" (Klingsor) cuya terrible y particular tragedia consistirá en la pérdida por el espíritu de todos sus vehículos, y por tanto del alma, motivo tan exageradamente extremo y dramático (segunda muerte) que dichos espíritus, desnudos absolutamente, en primera instancia habrán de ser expelidos necesariamente hacia la luna para, con posterioridad, serlo hacia Saturno, puerta que conduce al Caos, en el que deberán permanecer esperando tal vez eones y eones de tiempo para poder acogerse a otra oleada de vida con la que poder continuar la evolución que una vez perdieron Aunque el individuo símbolo aquí tomado no constituyera semejante caso extremo, sí existe un gran número de quienes se gozan en el mal y su causación. En consecuencia, con el tiempo y sus acciones, no sólo harán desaparecer sus éteres superiores o morales, sino que los inferiores llegarán en consecuencia a un grado de increíble endurecimiento. La traducción consiguiente deberá consistir en que aquella separación de éteres que en los casos normales tenía lugar, por manifiesta imposibilidad no se producirá, teniendo lugar, por contra, una unión inquebrantable entre los éteres que quedan y el cuerpo de deseos. Y como tal individuo ha debido desarrollar una vida de actos terribles, la fortificación resultante será de una naturaleza altamente extraordinaria. La línea de continuidad de este Ego nos hablaría acerca de alguien que se abraza a la vida terrena con tremenda pasión, y que tendría poder para alimentarse a base del olor que emanan de los alimentos y los licores. Inevitablemente nos recordará a los criminales, los cuales, decíamos, deambulaban de acá para allá en busca de prosélitos, de espíritus débiles a quienes engatusar sugiriéndoles prácticas similares a las que él debió llevar a cabo durante toda su vida, pero con una diferencia sustancial: a él nadie podrá descubrirlo, ni siquiera detenerlo la policía, ni tampoco ser enjuiciado. Si ciertamente fuésemos capaces de tomar conciencia de este mundo descrito y real, podríamos en verdad darnos cuenta tanto de la gravedad del tema como del riesgo que socialmente se corre. En tiempos pasados el egoísmo y el deseo fueron tan intensificados y fortalecidos bajo el fin de la propia evolución que, al venir el Cristo, apenas si tenía vida celestial la Humanidad de aquel tiempo. Un espíritu con tal cuerpo de pecado, gravitará permanentemente en las regiones más densas del Mundo del Deseo – las que interpenetran el éter – y se pondrá en contacto con aquellas personas que podrán servirle de enlace para seguir promoviendo situaciones angustiosas y de dolor. De esta forma, por tan apegado a la tierra y al mal que pueda pergeñar, ansiará permanecer en este status por muchísimo tiempo, por lo que, cual ocurre en casos extremos, tal vez consiga permanecer aquí durante siglos y siglos. A muchos de ellos se les ha visto como espectros. Recordemos, o bien sépase, que antiguos y poderosos señores, conociendo el poder de impregnación y magnetismo del cuerpo vital, una vez preveían cercano el hecho de su propia muerte, ordenaban reunir en lugares determinados sus tesoros así como los útiles de mando y de guerra más amados por ellos, tras lo cual ordenaban matar no sólo a sus esclavos o sirvientes próximos sino igualmente a sus caballos, a fin de ser ellos mismos atrapados y retenidos el mayor tiempo posible tanto en el goce de sus pertenencias y posesiones como, del mismo modo, para el caso de una nueva encarnación, y a través de las leyes de afinidad y asociación, ser atraídos inevitablemente hacia aquellos lugares previamente por ellos diseñados y preparados. Para espíritus de este calibre sus intereses no se encuentran en el plano celeste; la densidad de sus cuerpos vitales, en duro y denso armazón con sus cuerpos de deseos, vienen a constituir un todo de difícil disolución y con cortísima estancia ya en el primer cielo, ya en el segundo. Pero, dado que de todos modos ha de llegar un tiempo en que este tipo de espíritus deberán pasar por el Purgatorio y asimismo abandonarlo, en ese momento deberán abandonar también, obviamente, el Cuerpo del Pecado, si bien, dada la composición de éste, su desintegración será lentísima, puesto que su "conciencia" habrá sido profundamente fortalecida. En realidad no es que puedan razonar, puesto que naturalmente no disponen de mente, pero pueden recurrir y recurren a la astucia como arma primordial para hacer creer que se trata realmente de un Ego, de una presencia espiritual, hecho éste que puede permitirles una vida individual, como hemos dicho, durante siglos. Sus estancia en los distintos cielos, también se ha resaltado ya, resulta mínima, puesto que nada que pertenezca a su vida pasada puede merecer recompensa celeste alguna. Por tanto, donde su estancia ha de ser más duradera será en el segundo cielo, donde permanecerá el tiempo justo para conformar para sí un nuevo ambiente en la Tierra; posteriormente, y tras elevarse con brevedad al tercer cielo, tenderá a renacer muchísimo antes de lo normal con el afán y ansia por aquellas cosas materiales que dejó u otras similares que en realidad tanto le atraen e interesan. De esta forma, y en el momento de conformar sus nuevos vehículos, el Cuerpo del Pecado que dejó en el Mundo del Deseo como cascarón sin desintegrarse, se sentirá atraído de forma natural por la entidad que lo creó, se unirá al nuevo ser en la Tierra, y permanecerá con él durante toda la vida como un demonio ( Mr. Hayde). En los tiempos bíblicos estos cascarones sin alma abundaban enormemente, y, como también hemos mencionado más arriba, a ellos era a quienes se refirió Cristo Jesús cuando habló de los demonios, causantes de numerosas obsesiones y enfermedades de entonces que en el libro sagrado se describen. Como derivación próxima a lo que ha quedado descrito, queremos poner de manifiesto que en algunos casos, si un elemental (espíritu subhumano) tomara para sí un Cuerpo del Pecado, en definitiva uno de aquellos cascarones, agregaría a éste sus propias capacidades. Ello sería de tal manera que, una vez que renazca el espíritu o Ego que lo creo, lo atraería, naturalmente, pero debido a la intromisión previa del elemental, la resultante habría de dar un personaje muy diferente a los del resto del grupo o comunidad (Así, por ejemplo, médicos, hechiceros, curanderos, etc.) Otra consideración más grave que la anterior consistiría en lo siguiente: es bastante frecuente que dichos elementales actúen como espíritus controladores sobre el cuerpo de algunos médiums a lo largo su la vida; pero, una vez que llegado el momento de la muerte del médium, el espíritu controlador ha llegado a obtener tanto poder sobre el controlado, que en realidad se permite expulsarlo y robarle sus vehículos superiores, y dado que estos vehículos recogen las experiencias habidas en la vida recién concluida, la evolución del Ego-médium puede retardarse, como ya se apuntó en otro lugar, durante eones de tiempo, dado que no parece haber poder alguno que pueda expulsar a tales elementales de los vehículos robados. Por supuesto, una observación al respecto habría que dirigirla mayormente hacia quienes están ejerciendo o puedan ejercer en el futuro de mediums y que, por añadidura, permiten o pueden permitir tomar a otro la posesión de su cuerpo, ya que, como hemos reflejado, en el momento de su muerte pueden encontrarse con la desagradabilísima sorpresa de no poder impedir que el alma les sea robada y su evolución en consecuencia no sea sólo meramente retardada, sino, en sí, realmente detenida sine die.

De los vampiros

Después de ver tantos filmes referentes a Drácula, y de rememorar aquel momento en que Peter Cusing (pongamos por ejemplo) cogiendo una afilada estaca y un buen martillo procedía a atravesar el corazón truculento e infecto del hombre-vampiro ¿ cómo no haber respirado el cinéfilo tal vez con satisfacción o con descanso ? Sin embargo, la enorme complejidad a que está sujeto el mundo en sus infinitas articulaciones y desarrollos, nos trae también aquí, en calidad de algo que debe ser sabido por la generalidad, con el aserto de que, entre una numerosísima serie de entidades malignas, efectivamente existen los vampiros. Qué sean y en qué consistan sus actividades o cómo sobrevivan, es de lo que en un exiguo tratado vamos a ocuparnos seguidamente. Hay que partir de que un vampiro en los términos aquí tratados – es una entidad humana ya fallecida que después de la muerte consigue "vivir" en la tierra a base de alimentarse con el cuerpo vital tanto de personas muertas como vivas, y la sangre es una de las más altas expresiones de aquél. Un vampiro es desde luego siempre una entidad de naturaleza perversa que casi con absoluta seguridad ha ido arrastrando en sucesivas vidas "cuerpos de pecado" acumulativos o bien engrandecidos, de tal suerte que, cuando en el mundo físico se materializa, puede vérsele con las más estrafalarias u horrendas formas que uno pueda imaginarse, así humanas como de animales. Recuérdese, o anotemos en todo caso, que las formas que presentan las entidades por medio de los "cuerpos de pecado" las expresan de ordinario a través de desmesuras, o bien de naturaleza estrambótica: enormes y desproporcionados manos o brazos, cabezas abultadas y descuadradas, dedos como garras, rostros monstruosos, etc. De cualquier modo, debemos remarcar como nota muy importante que el vampiro tiene poder para revivificar la sangre coagulada que encuentra en los cadáveres, pudiendo entrar en uno de ellos nada más haber muerto. Por tanto, lo que permanentemente hace el vampiro es aspirar la vitalidad de cuantas personas son accesibles para a continuación inyectarla en la sangre de su cadáver-casa, a fin de mantener constantemente abundante y fresco su sustento, es decir, lo renueva de forma continua. Esta es su forma de poder continuar en este mundo. Tan esa así que, en algún caso, se halló que el vampiro se había comido el cuerpo por dentro, dejando intactos tanto los huesos como la piel. O sea, había conformado su casa-cadáver cual un auténtico cascarón. Los vampiros – seres humanos fallecidos, no se olvide semejante detalle – tienen la virtualidad de no incorporarse al Mundo del Deseo – es decir, al Purgatorio – durante siglos. Seguramente muchos de los lectores hayan oído historias de personas que, tras haberse sentado en determinando lugar o asiento, de repente se han sentido exhaustas por completo, faltas de vitalidad… (Recordemos que existen personas vivas que de forma inconsciente y natural vampirizan a cuantas las rodean) Aquellas personas altamente negativas, tanto en pensamientos como en sentimientos, suelen ser presas preferidas de los vampiros reales. Antes de dar por terminado este brevísimo relato acerca de los vampiros, sí queremos relativizar algunos de los acomodos que seguramente, sin otro remedio, hubieron de ser efectuados en las películas de cine en torno al presente tema. Así, por ejemplo, cuando veíamos al elegante vampiro Drácula saltar por las ventanas y volar, la relación que tiene este pasaje con la realidad es que, en la realidad, el vampiro no dispone de cuerpo físico y por tanto visible. Ni mucho menos configuraría un cuerpo esbelto y delicado con maravillosos smókings, trajes y capas, puesto que sus atuendos de conformación naturales encajan con la abyección más disoluta y las formas más animalescas y demacradas posibles. En cuanto a la escena final, o prácticamente final, cual era aquélla ya citada del martillo y la estaca a clavar en el corazón del abominable, tras haber perseguido crucifijo en mano al usurpador de sangres hasta la catacumba de uno de los castillos de Transilvania, referirles que mantiene cierta similitud con lo que acaece en la realidad, puesto que la manera de expulsar a la entidad de su casa-cadáver, consiste en rajar con un cuchillo el cascarón de piel y huesos en que en definitiva se oculta y vive el vampiro. Una vez que la sangre se derrama y cae a tierra, el vampiro muere definitivamente para este mundo, puede decirse que es el momento en que realmente muere, dado que no tiene otra alternativa que la de ascender al Mundo del Deseo (Purgatorio) para purgar cruda y debidamente el mal ocasionado. Si señalamos de forma principal que las variadísimas prácticas tanto de vudú como de makumba son generadoras en si mismas de múltiples cuerpos de pecado, de elementales en toda su gama, y lugares propicios para cometer las más terroríficas fechorías a petición de los vampiros (cual sería aspirar la sangre de la víctima a través de la sección de una venilla a la altura del cuello, seccionada por el oficiante) seguramente no estaríamos descubriendo nada nuevo si estos escritos generales no fueran dirigidos a personas que aspiran a elevarse física, moral y espiritualmente.

Del hipnotismo

En el hipnotismo, lo primero que hace el hipnotizador es preparar a su presa, la induce a que se deje llevar, a que se haga absolutamente pasiva para que obedezca sus órdenes; es el momento en que aquél comenzará a trabajar sobre la cabeza del cuerpo vital de la víctima hasta lograr descolgárselo y que le cuelgue sobre los hombros en forma de espesos rollos alrededor del cuello. Es a partir de ese momento cuando la conexión directa entre el Ego de la víctima y el cuerpo denso ha dejado de existir, por lo que se encontrará en una situación similar a la del sueño, en la que el Ego sale fuera de su vehículo y únicamente subsiste como unión entre ellos el cordón de plata. Sin embargo, esta es la ocasión buscada por el hipnotizador porque precisamente es cuando llena con su propio éter la cabeza de la víctima, medio perfecto por medio del cual adquirirá poder total sobre ella, pues le va a permitir darle órdenes, las cuales aquélla cumplirá sin rechistar. Por tanto, la voluntad del hipnotizador sobre el hipnotizado se basa en una relación de imperio. Una vez que el hipnotizador ha logrado su propósito, es decir, establecer por una vez contacto y dominio sobre alguien, le va a permitir sostener dicho control durante todo el tiempo que el dominante desee, sin importar la decisión de la víctima, así como tampoco importará la distancia. Sólo la muerte puede romper vínculo establecido. Por tanto, no sólo lo hacemos saber, sino que lo decimos notoriamente alto y claro a fin de que cualquier lector tome sus precauciones tocantes a esta cuestión. Resulta verdaderamente lamentable ver a menudo, como espectáculo de gran atracción, cómo las presuntas e inmediatamente víctimas, suben animosas al escenario con caras sonrientes en busca tal vez de una situación de zozobra insospechada. Es cierto, evidentemente, que lo hacen de manera voluntaria, al menos en Occidente, pero de cualquier manera estimamos preciso lanzar un s.o.s. escrito y general que trate de prevenir de verdaderas e ignoradas ignominias. Consecuentemente, y de semejante manera a como lo hacíamos respecto de reuniones espiritistas, y sobre todo de ouija, recomendamos evitar y hasta presenciar demostraciones hipnóticas, dado que siempre existe el peligro de que algún espíritu del bajo astral se nos adhiera y nos cause molestias inesperadas. Por parecidos motivos tampoco es recomendable quemar incienso, puesto que, al inhalarlo, aspiramos a un tiempo espíritus elementales (creaciones demoníacas propias o de terceros formadas ya a base de éter, de materia de deseos o mental), los que nos incitarán a la sensualidad más depravada o a llevar a cabo prácticas negativas que en el mejor de los casos retardarán sin duda nuestro desarrollo espiritual. Como a través de lo dicho y advertido podrá observarse, existen medios en apariencia inocuos que inevitablemente pueden conducir a la dependencia o a la total esclavitud, por cuya apariencia resulta a veces es muy difícil detectarlos y realmente comprender ciertas acciones de determinadas personas. ¿ Acaso no hemos leído o escuchado alguna vez a un asesino o asesina que al tratar de justificarse manifestaba que "una voz que escuchaba dentro de sí le ordenaba herir o matar" ? Pensar siempre de forma positiva y sin admitir que nadie puede entrometerse y ordenar nuestra conciencia y dominar nuestro Yo, es un buen método para andar diariamente sin temor. Estas enseñanzas van dirigidas, no obstante, y precisamente, a emancipar la propia voluntad frente a la de cualquier otro y a tener confianza en sí mismo frente a toda contingencia y dificultad. La liberación no consiste sólo en el dominio frente a uno mismo, también frente a cualquier voluntad extraña y opresora.

Enseñanzas directas acerca del renacimiento en la Biblia

En el versículo 21 del primer capítulo de San Juan, se pregunta a Juan el Bautista: ¿ Eres tú Elías ? Y puesto que se efectúa tal pregunta, ciertamente ello entraña estar de acuerdo con el renacimiento como hecho admitido y normal de la vida. Pero en San Mateo II, 47, figuran además las siguientes palabras del propio Cristo referidas a Juan el Bautista: "Éste es Elías", dando por sobreentendido también y no sólo el renacimiento, sino la inmortalidad del espíritu humano tras la muerte, pues no de otra forma, si no hubiera sobrevivido a la muerte del cuerpo, es que podría haber renacido Elías ahora como Juan el Bautista. En cierto momento, mientras Cristo y sus discípulos se encontraban Cristo en el monte de la transfiguración, dijo Aquél: "Elías ha venido y le hicieron todo lo que quisieron", entendiendo sus discípulos "que Él hablaba de Juan", a quien Herodes había ordenado decapitar. La consiguiente deducción es tan contundente, que por sí misma ni en sí misma requiere de mayores digresiones. En el Cap. XVI, 14 de San Mateo, Cristo pregunta a los discípulos: "¿ Quién creen que soy yo ?"; contestándole ellos: Algunos creen que eres Juan el Bautista, otros dicen que eres Elías y otros que Jeremías o uno de los profetas". Y oyéndolo, Cristo no los contradijo en absoluto, dado que Cristo era un instructor, y, de haber encontrado alguna afirmación errónea acerca del renacimiento, sin duda Él les hubiera hecho las correcciones oportunas. No fue así, sino que tal y como puede apreciarse, Él mismo enseñó esta doctrina a través de todos estos pasajes. No obstante, a título informativo, sobre todo para quien pretenda indagar a fondo en ocultismo e incluso aspire a pisar el sendero, queremos traer aquí algunos ejemplos de seres humanos conocidos, algunos de cuyos sucesivos renacimientos, de un modo u otro son conocidos o han sido dados a conocer. Así:

.- Enoc – Noé – Abraham – Salomón – Jesús de Nazaret.

.- Moisés – Quetzalcóatl (quetzal=pluma, elevarse, volar; cóatl=serpiente) ¿serpiente emplumada, serpiente espíritu-espinal ? – Elías – Juan el Bautista – San Jerónimo.

.- David – Jonás – San Pedro – San Francisco de Asís.

.- Job – José de Arimatea – Sir Galahad.

.- Hirám Abiff (constructor del Templo de Salomón) – Lázaro (amigo de Jesús) – Cristián Rosenkreuz – José Balsamo (Cagliostro, conde de) – Saint Germain (Conde de)

1 A.- El hombre de Lemuria

La Época de Lemuria es, tras la Polar e Hiperbórea, la tercera de las épocas correspondientes al actual Período Terrestre. Con posterioridad a ella advino la Época Atlante y, seguidamente, la Aria, en la que en la actualidad nos encontramos. ¿ … que cómo era el hombre de tan lejanísimo tiempo ? Nos ha parecido sumamente ilustrativo tratar acerca de este hombre porque, con ello, podrá contribuirse a que nos formemos una idea, ya remota, ya aproximada, de la transformación o transformaciones habidas hasta llegar, en sus líneas más generales, al hombre de hoy. De todos modos, si bien a título meramente orientativo, incluyamos previamente unas leves nociones acerca del hombre tanto "polar" como "hiperbóreo". De las sustancias en fusión en que en aquél entonces se encontraba la Tierra, y ayudado por los Señores de la Forma, denominados Potestades por la Iglesia Católica, construyó el hombre "polar" su cuerpo mineral. Consistía más que en un cuerpo, modernamente hablando, en un objeto de grandes proporciones y pesado, el cual presentaba un órgano en su parte superior, órgano que venía a servirle como de sistema de dirección y orientación. En cualquier caso, dada la ebullición en que se encontraba la Tierra (aún en el sol) suponía un instrumento valiosísimo por cuanto le avisaba del peligro inminente, lo cual permitía a este hombre primigenio variar su trayectoria como un autómata para evitarlo. Por tanto, lo que ahora conocemos como glándula pineal – glándula por demás especial, dada su naturaleza espiritual – conformaba entonces este órgano, entre cuyas funciones se encontraban en aquel lejano principio las de detectar tanto el calor como el frío. Tocante al modo de propagarse, diremos que aquellas enormes y pesadas criaturas que éramos, y de reducidísima conciencia, a semejanza de las células se escindían en dos partes iguales, las cuales no aumentaban ni decrecían a partir del tamaño que heredaban. El hombre hiperbóreo, en cambio, dado que ya recibe junto al cuerpo denso un cuerpo vital, éste va a permitirle crecer exageradamente a base de atraer materiales del exterior, de modo muy similar a lo que ocurre en la ósmosis, y no escindiéndose en dos partes iguales al reproducirse sino desiguales, si bien creciendo únicamente hasta alcanzar tamaño previo de su padre. En esta época o etapa atravesó el hombre el estado análogo al vegetal, siendo su conciencia similar a la del estado de trance. En las Enseñanzas Occidentales se dice acerca de este estado como de "sueño sin ensueños". Volvamos a señalar que fue antes de finalizar esta época cuando la Tierra fue arrojada del Sol, describiendo una órbita en sí diferente a la que actualmente describe. El motivo de dicha expulsión no consistió sino en que la cristalización del hombre había alcanzado tal magnitud, que realmente impedía la evolución de seres más elevados, soportando, por otra parte, la incandescencia, una vibración calorífica demasiado alta para su propia evolución.. Sólo al final de esta interesantísima época es que podemos encontrar, bajo cierto modo de mirar las cosas, lo que podría denominarse, y ello no sin esfuerzo, primera raza humana. Las condiciones de Lemuria fueron duras por demás. La atmósfera, muy densa, semejaba una niebla ígnea, las durezas de la tierra comenzaban a manifestarse, si bien enormes extensiones se encontraban en absoluta fusión, y, entre la prodigiosa conformación de islas, se hallaba en ebullición un mar recalentado una y otra vez debido a las lavas de incesantes erupciones volcánicas. Es, por otro lado, el tiempo de los bosques lujuriosos y de los animales gigantescos. El esqueleto del hombre, aunque formado, el resto de sus formas eran aún muy plásticas, al igual que las de los animales. El hombre lemur oía y tenía tacto, y sus presuntos ojos, los que en el futuro habrían de llegar a ser, no eran entonces sino dos meros puntos marcados y sensibilizados sobre la piel que progresivamente irían siendo afectados por la difusa luz que se filtraba a través de la citada inmensa neblina. En realidad, no ha sido sino la luz la que ha construido los ojos de que hoy disponemos. Tenía nuestro hombre por lenguaje el de los sonidos naturales, sonidos que imitaba. No tuvo percepción acerca de cómo ni cuando nació su cuerpo aunque sí podía detectar a otros hombres, si bien se traba de una percepción interna, espiritual, pero que le proporcionaba claridad y lógica acerca de lo percibido. Ni siquiera sabía en ese tiempo que tenía un cuerpo, tal era su inconsciencia en este mundo tridimensional. Y, sin embargo, habría de ser el dolor el instrumento de hacerles tomar conciencia de su propia realidad física. No es de extrañar, por tanto, que entre los misterios enseñados entonces uno de los más importantes consistiera en hacerle ver que ello era así. Fue éste asimismo el tiempo en que la procreación – ya descrita más arriba – se encontraba bajo la guía de los ángeles de Jehová, procreación que, tras comer del Árbol del conocimiento a raíz de la revelación efectuada por los ángeles caídos o luciferes, es pudo el hombre alterar mediante la realización del acto generativo en cualquier tiempo en cuanto búsqueda del placer, hecho que provocaría no sólo dolor, sino múltiples enfermedades sin cuento que encontramos relatadas en la Biblia. Por tanto, el hombre lemur – todos los lemurianos fueron de piel negra – aparte de estar inconsciente mientras cambiaba un cuerpo para tomar otro, su conciencia, tal, y como hemos referido, se encontraba muchísimo más centrada en los mundos internos, en el mundo espiritual. Y si del lenguaje hemos dicho que era imitativo de los sonidos naturales, estos sonidos eran en cambio para él sagrados, pues cada sonido emitido disponía de poder que podía obrar sobre la naturaleza, sobre los animales o los propios semejantes. En consecuencia, bajo la guía de los Señores de Venus, instructores tenidos por mensajeros divinos, el lenguaje lo usaron con absoluta displicencia y sacralidad. Tal cual estamos viendo, el incipiente hombre lemur fue un verdadero mago, motivado su poder por su inicial y alto estado de pureza e inocencia (que no virtud). Y, siendo así, por fuerza las enseñanzas iniciáticas no tuvieron por otra finalidad que, siguiendo las reglas del desarrollo que acontecía, enseñar y tratar de mostrar a aquel ser, además de arte, las realidades físicas y exteriores que lo circundaban con las leyes que regían las mismas y las gobernaban. Es aquí cuando abre los ojos, que no es otra cosa que decir que, efectivamente, sus ojos físicos habían progresado lo suficiente para verse a sí mismo y, por tanto, toma conciencia de sí, de su propia existencia desnuda en medio de un mundo en el que, poco a poco, habrá de llevar a cabo todavía una inmersión más profunda, una inmersión absoluta. El lemur, aun teniendo a su disposición el poder que ostentaba, hizo sin embargo buen uso de él, dado que siempre tuvo presente tanto su procedencia como su relación con los dioses. Tras la separación de los sexos, de la que enseguida se hablará y que también tuvo lugar en esta época, la educación específica para los hombres consistió, no obstante, en el crecimiento y fortalecimiento de la voluntad, mientras que la mujer era instruida mediante situaciones que propiciaran el despertar y acrecentamiento de la imaginación, una y otra características naturales y predominantes la primera en el hombre, la segunda en la mujer.

1 B.- La separación de los sexos

El espíritu es bisexual y no asexual. Piénsese que, en este último caso, el cuerpo, en cuanto a la forma, también sería irremediable asexual, puesto que éste, en el mundo tridimensional, no es sino la manifestación externa del espíritu individual e interno que lo creó. En cambio, en los mundos internos del hombre, la sexualidad se pone de manifiesto mediante dos fuerzas muy distintas si bien complementarias. Una, la voluntad, en cuanto fuerza masculina y en consonancia con las fuerzas solares, y otra la imaginación, en cuanto fuerza femenina y ligada a las fuerzas lunares, hecho éste palpable tanto por el poder imaginativo que ostenta la mujer como por la influencia que ejerce la Luna sobre el organismo femenino. Durante la Época Hiperbórea, cuando aún permanecían en el sol la Tierra y la Luna, las fuerzas masculinas y femeninas obraban sin dificultad en los respectivos cuerpos del hombre. Sin embargo, una vez que la Tierra fue separada del sol y posteriormente la Luna lo hubo sido de la Tierra, las fuerzas solares y lunares, bajo el nuevo status, no encontraron modo posible de ejercer la igualdad con que lo habían efectuado anteriormente, por lo que determinados cuerpos se prestaron mejor a la recepción solar y otros a la lunar, es decir, unos seres se inclinaron hacia el desarrollo intenso y predominante de la masculinidad y otros de la feminidad. En esta etapa el hombre era hermafrodita, capaz de dar lugar, cual determinadas plantas, a otro ser por sí mismo, sin intervención exterior alguna. Sin embargo, a efectos de que aquél pudiese llegar a convertirse en verdadero creador, similar a los Elohim, resultaba indispensable que pudiera disponer de un cerebro que, albergando la mente, permitiera utilizar la materia mental para razonar y concebir imaginativamente aquello que por sí mismo libremente desease crear. Y, de similar forma, era preciso que dispusiera de un instrumento cual es la laringe, capaz de articular y emitir con el tiempo la palabra creadora. No de otra forma pudo emanar del Uno La Palabra, el sonido, el Fiat Creador citado por San Juan, a través del cual "La Palabra se hizo carne" y no por medio de encarnar y tomar la figura de un cuerpo físico, sino "haciéndose carne" a través de todo lo que es y constituye la materia del universo con sus millones y millones de sistemas solares. La consecuencia fue que, mientras una mitad de energía creadora, ya masculina ya femenina, ascendía para la conformación y desarrollo del cerebro y la laringe, la otra mitad que libre para darla a otro ser y poder llevar a efecto el acto de generación de nuevos cuerpos. Es en este preciso momento cuando el hombre deja de "conocerse a sí mismo" para pasar a "conocer" a su esposa, cuya resultante habría de consistir en el advenimiento de los hijos físicos tal cual son conocidos. Si observamos con atención el proceso, podremos nos daremos cuenta de que, a partir de aquí, se ha producido un lapsus de tiempo especial, el cual comienza al ser expulsado el hombre del Jardín del Edén, o región etérica -, hacia la mitad de la Lemuria – en plena involución y camino del nadir de la materialidad, para cruzar ésta e, investido ya su ser de mente y convertido en humano, comenzar a elevarse mediante un proceso evolutivo de regeneración, regeneración que deberá durar hasta que vuelva a conocerse internamente por sí solo y a sí mismo. Habrá tornado entonces no sólo a ser hermafrodita como antaño fue, sino que por medio del pensamiento podrá imaginar, concebir y dar expresión concreta a sus criaturas mediante la palabra creadora, la "palabra perdida", aquélla con la que en sus primeros estadios en la Lemuria usó para construir formas físicas de animales y vegetales. Esta consecución es precisamente a lo que se refería aquella famosa inscripción que se hallaba en el frontispicio del Oráculo de Delfos y que rezaba: "Hombre, conócete a ti mismo", es decir, "engendra dentro de ti mismo". No obstante, hagamos notar que si bien el hombre, con la construcción del cerebro (en cuya construcción fue ayudado directamente por los ángeles) y la laringe, dio un paso gigantesco en dirección a sus futuros desarrollos creadores, no es menos cierto, evidentemente, que le costó a cambio la posibilidad – al menos transitoria – de procrear una unidad completa en sí mismo y por sí mismo. Ello habría de dar lugar, tras haber sufrido esta pérdida, a la labor conductora angélica anual a fin de que el hombre se reprodujera por medio de un apareamiento inconsciente, y a que, más tarde, tuviese lugar la denominada "caída" debido a la intervención de los Luciferes en el sistema de reproducción, como ya ha sido reseñado.

1 C.- De la Epigénesis al "eslabón perdido".

Las Enseñanzas de la Sabiduría Occidental afirman que el contenido concreto de la evolución consiste en convertir al hombre desde un dios potencial, inconsciente de sí mismo y nesciente, y en definitiva estático, hasta un dios consciente y omnisciente a través de un desarrollo dinámico. Pero este desarrollo no puede ser un despliegue de las potencialidades recibidas de Dios, su progenitor, sino que, para ser un creador original, es preciso que aquel proceso se lleve a cabo bajo la premisa de que el dios en formación tenga la posibilidad de realizar nuevos y originales aportes, incorporaciones que den sentido y autenticidad a un verdadero creador, pues, de lo contrario, no pasaría de ser un mero imitador, por muy perfecto que llegase a ser. Ello, de forma inevitable, nos lleva a considerar dentro del ocultismo, cual predican las enseñanzas para Occidente, a incluir en tal proceso, además de la Involución y Evolución a la Epigénesis, es decir, aquella virtualidad de introducir novedades que vengan a hacer progresar los horizontes y posibilidades a lo largo de su marcha evolutiva. Si el hombre actualmente se encuentra enfrascado en los trabajos sobre La Forma en nuestro Período actual, el Terrestre – en el de Júpiter comenzará a trabajar con la vida – necesariamente ha de ser sobre la forma de los materiales donde aquellas incorporaciones deben tener lugar. Mediante su trabajo ha de convertir los materiales en más dúctiles, en más flexibles, más duros, más resistentes, logrará transformarlos en mejores transmisores y con óptimas condiciones para suministrar nuevas oportunidades no sólo al hombre sino también al conjunto del mundo, puesto que al hombre incumbe realizar su tarea de acuerdo con su oleada de vida, y esta contribución deberá ser hecha lo más acabada y perfecta. Piénsese en que hubo un tiempo en el que la fuerza que en la actualidad estamos empleando en conformar aviones, barcos, transbordadores espaciales y la última tecnología de comunicación o cualquier otra, esa misma fuerza, insistimos, es exactamente la misma que en otro tiempo anterior – el de la Involución – hubimos de emplear para construir nuestros vehículos (cuerpo físico, de deseos y mental) los precisos para poder manifestarnos en forma tridimensional como seres humanos como el mundo físico requiere. Pues bien, ¿ qué arquitecto o constructor podría llegar a ser un verdadero genio creador si no estudiase a través de cada caso concreto no sólo los errores cometidos, sino las necesidades que van a imponerse en el futuro y, por tanto, no procediera a reconstruir una y otra vez los primeros proyectos a fin de alcanzar su objetivo ? Luego, la Epigénesis – como ya afirmó Haeckel hace tanto tiempo – a través del microscopio debe pasar de denominarse hipótesis a constituir un hecho constatable. Por otro lado, quienes se adhieran férrea y permanentemente a viejas formas, no podrán elevarse más allá de la especie, por lo que necesariamente han de quedarse atrás en calidad de rezagados. A lo largo de la inmensa marcha de la evolución del ser humano y en todo tiempo, en cada etapa con su forma respectiva, ha habido siempre rezagados, espíritus menos flexibles, menos adaptativos, menos esforzados. De tal manera ha sido así que, estos rezagados, a modo de estriberones, han ido tomando las formas dejadas por los adelantados con el fin de alcanzarlos, si bien los adelantados ya se encontraban utilizando otras formas nuevas, las que habían construido en un nuevo despliegue de Epigénesis tocante a la forma, ya que si el espíritu que habita una forma no es capaz de renovarla, de acrecentarla, mejorándola como ya dijimos, debe degenerar. En esta marcha evolutiva enunciada, en que se produce un sistemático abandono de formas por parte de los adelantados, las cuales van siendo recogidas por los rezagados, existirán formas tomadas por estos últimos mientras aún queden individuos pertenecientes a dicha especie y bajo esa condición, por lo que en el instante en que deje de haber espíritus rezagados de tales características, muy gradualmente, dicha forma comenzará a desintegrarse y a resumirse en los distintos estratos del planeta. Llegados a este punto, debemos recordar que la ciencia materialista enseña que, si bien el hombre fue ascendiendo por evolución de la ameba hasta el ser que hoy es, sí procede introducir el importantísimo matiz de que también afirma que, una vez hubo evolucionado hasta los antropoides, aquí se escindió en dos, evolucionando una rama hasta el hombre actual, mientras que otra se estancaba para aparecer a través de los diversos tipos de monos. Las Enseñanzas de la Sabiduría Occidental difieren radicalmente acerca de tal aseveración, puesto señala que el hombre jamás habitó formas idénticas a las de nuestros animales ni antropoides actuales. Sí dispuso de formas similares, pero siempre superiores a las de unos y otros. Es admisible que, tal vez a consecuencia del parecido anatómico en general, la deducción haya conducido a esta especie de "callejón sin salida" al admitir no obstante la ciencia y afirmar después que, teniendo lugar la evolución perfectiva, evidentemente los antropoides han sido superados por el hombre. De aquí proviene la afirmación muy común de que descendamos del mono, máxime, para algunos, al advertirnos la biología moderna de la tan cercana identidad génica entre unos seres y otros, pero no la razón última. Por tanto, el punto que ahora tratamos es de la mayor entidad en cuanto afirmamos que desde el ancestral momento en que las razas arias tuvieron como cobijo formas parecidas a las de los antropoides, dichas razas han alcanzado el presente estado de desenvolvimiento, a la vez que sus "formas habitadas" – aquellas que dejaron atrás, y que eran el eslabón de unión con los rezagados, han degenerado y degenerado, estando habitadas por los últimos rezagados del Período de Saturno, primer período del actual ciclo o Gran Día de Manifestación. Y asimismo que, dentro de los mismos monos, los inferiores, en lugar de ser los progenitores de sus especies más avanzadas, no es así en cambio, dado que estos monos inferiores son rezagados que animan los ejemplares de formas aún más degeneradas de lo que, muy lejos ya, correspondió a la forma humana. En cualquier caso, que los antropoides pueden alcanzarnos convirtiéndose en seres humanos, es posible. Pero sólo ellos podrán hacerlo. Ningún otro animal. Los demás alcanzarán su estado humano bajo otro período cósmico posterior – el de Júpiter – y bajo condiciones absolutamente diferentes a las que observamos hoy. El mono, en consecuencia, y por tanto, no es sino un hombre degenerado. Añadamos que los pólipos constituyen la forma más degenerada dejada por los mamíferos, y que los musgos conforman lo más degenerado respecto del reino vegetal. Y de acuerdo con lo que ya hemos señalado con anterioridad, al alcanzar cualquier reino el cenit de la degeneración, será absorbido por el reino mineral irremediablemente. Cual nota ilustrativa de la última apreciación efectuada, queremos citar, además del carbón, en cuanto a que en un tiempo anterior fue poseedor de una forma vegetal, a la piedra común o roca, la cual, habiendo tenido por base igualmente su conformación primigenia en el reino vegetal, y dejándonos en su composición minerológica blenda, feldespatos y mica, el clarividente avanzado nos diría, sin embargo, que lo que se llama blenda y feldespato son tallos y hojas de flores prehistóricas, y que la mica, por otro lado, es lo que queda como residuos de los pétalos. La vida antenatal es, en esta materia, otra corroboración de las Enseñanzas Occidentales, pues éstas afirman que dicho desarrollo, desde la concepción al nacimiento, no es en sí más que una recapitulación de los pasados y sucesivos desenvolvimientos obtenidos por el hombre. En consecuencia, si se observa un óvulo animal con todo detenimiento y atención durante el período de gestación, podrá apreciarse que únicamente discurre a través de los estados mineral y vegetal, naciendo, al alcanzar el estado animal. En cambio, el óvulo del ser humano, tras discurrir por los tres reinos inferiores, y disponiendo del poder epigenésico, el cual le permite hacer aportes adicionales a las condiciones de la forma, continúa su desarrollo hasta alcanzar el estado que en realidad le corresponde: el humano. Cuando la Epigénesis deja de actuar y queda inactiva en un individuo, en una familia, nación o una raza, la evolución se detiene y comienzan sus entropías particulares: la degeneración.

 

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8
 Página anterior Volver al principio del trabajoPágina siguiente