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Los Rosacruces – Sabiduría Occidental (página 5)

Enviado por Antonio Justel


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Y si, como por ejemplo, al pintor le son mostradas las requeridas apreciaciones para que logre captar nuevas perspectivas, distinga colores y determine sombras delicadas, al matemático y al músico les interesarán no menos otras instancias, tales como los canales semicirculares del oído, con que podrán percibir con exactitud el primero el espacio y, el segundo, además de unas manos apropiadas para la expresión de cada composición percibida, el añadido de las Fibras de Corti, las cuales puedan permitirle descubrir tal vez hasta veinticinco tonalidades o gradaciones diferentes, cuando la normalidad de un músico ordinario no suele sobrepasar el número de quince. El oído es el órgano más acabado del cuerpo humano, el más perfecto y, por tanto, el que otorga la mayor fiabilidad en el espectro actual de nuestros sentidos. Lo primero que se emitió en el mundo fue el sonido de La Palabra, el sonido del Verbo, el emitido en calidad de Fiat Creador por el Cristo Cósmico. Si la Naturaleza contiene una sabia ley, cual es la de que nadie puede habitar un cuerpo más eficiente que el que a sí mismo pueda construirse, aquella ley no es sino la premisa mayor respecto del aprendizaje que, mediante la evolución por acumulación de conocimiento y su aplicación correcta, le es dado progresar al hombre. Por consiguiente, tras vivir realmente una y otra vez en nuestras propias construcciones, es como vamos dilucidando nuestros errores y la forma de corregirlos en este cielo de abundante y complejo trabajo. La detección, por tanto de tales errores, es lo que va a permitirnos introducir en sucesivas construcciones la Epigénesis, es decir, posibilidades originales que, cual aportes nuevos, vengan a resolver y subsanar los defectos observados y ahora tal vez resueltos con eficiencia innovadora, cuestión propia de un creador. La evidencia, pues, no es otra que lo que verdaderamente construimos en el Cielo lo usamos en la Tierra o la Naturaleza, una de las manifestaciones visibles de Dios al ojo humano.

Tercer Cielo

Una vez realizadas cuantas actividades han sido ya citadas respecto del cielo anterior, y tras disolver la mente que se portaba de la vida pasada en el triple espíritu, entonces el espíritu, el Ego, asciende a la más elevada región del pensamiento, cual es la del Pensamiento Abstracto o Tercer Cielo, lugar especialísimo en el que, por medio de la inexpresable armonía que aquí reina, el espíritu se fortalece a fin de afrontar su próxima inmersión en la materia: un nuevo renacimiento. Tras pasar aquí un tiempo, y bajo el impulso de desear renacer y adquirir nuevas experiencias, ello evoca ante el Ego evolucionante una serie sucesiva de cuadros, los cuales, si bien le dan una perspectiva de lo que ha de ser su nueva vida, éstos no contienen más que grandes líneas, rayas maestras exclusivamente, dejando los matices o detalles menores a su voluntad, además de ofrecer la siguiente particularidad, cual es la de que, habiendo elegido un determinado proyecto de vida, ya no podrá retroceder para efectuar una nueva elección. El símil podría hacer alusión a la necesidad imperante de tener que cruzar una calle, si bien el dónde y cómo cruzarla se otorgarían a la determinación o libre arbitrio del que renace. De cualquier modo, dichas evocaciones o cuadros son proporcionados por los Ángeles Archiveros o Ángeles del Destino, y abarcan absolutamente desde el nacimiento hasta la muerte, aunque el método de exposición, obviamente, sea en el sentido que se acaba de indicar y, por ello, en el contrario a lo que sucedía en el caso del Purgatorio, sentido que tenía lugar de los últimos acontecimientos de la vida hacia los primeros, y cuyo porqué consiste coherentemente en que en el Purgatorio se trataba de que el Ego evolucionante descubriera cómo determinados efectos devenían de ciertas causas, y ahora, por el contrario, en el hecho del nacimiento se trata de hacerle ver que determinadas causas van a producir efectos determinados. De aquí que a la experiencia sea definida como "la facultad de conocer cuáles son las causas que producen los actos". La pregunta que muchas almas se hacen a lo largo de la historia de la humanidad, es la de que por qué hemos de renacer y renacer, con el dolor y sufrimiento que ello encierra, y no efectuamos lo que corresponda de modo feliz, por ejemplo, en los cielos. Y la respuesta rotunda no puede ser otra que afirmar que "el propósito de la vida no consiste en la felicidad sino en la obtención de experiencia". ¿ Cómo si no se instruye un Creador ? ¿ Cómo si no se pasaría de la nesciencia a la omnisciencia y de la impotencia a la omnipotencia ? Conociendo y venciendo mediante la práctica de la vida las deficiencias de la materia, dominando y controlando ésta, sometiéndola y elevándonos a los planos superiores en que la luz incrementará paso a paso nuestra vibración y poder, y ello hasta vivir permanentemente en la luz porque seremos ya sólo luz con todo lo que en realidad ello implica. En su virtud, pues, señalaremos la experiencia únicamente puede adquirirse de dos modos: uno, mediante el duro camino del avatar personal; el otro, por medio de la observación de actos ajenos debidamente razonados y reflexionados a la luz de nuestras evidencias personales. Este segundo es el camino que usa el ocultismo; es un camino más rápido e inteligente también, dado que evita muchos de los sinsabores del método primero. Pero, dado que en definitiva gozamos de libre albedrío para detallar nuestras vidas, nuestra es por tanto la elección del método a emplear. Eso sí, algún día deberemos completar el conocimiento teórico y práctico a fin de dominar con perfección el mundo en que nos encontramos inmersos; en tanto no sea así, deberemos volver y volver a renacer como acontece con cualquier escuela ordinaria. Ahora bien, es tan grande, tan amplia la gama de asuntos y cuestiones a aprender, que resulta imposible en una sola encarnación abarcar lo que las correspondientes lecciones entrañan. No en vano, e invocando el axioma analógico por excelencia de "como arriba es abajo y como abajo es arriba", que permite el desvelamiento de todo misterio del universo, nos permite descubrir que también en el mundo invisible existen lapsus de tiempo de reposo o de descanso respecto de la actividad que en cada caso acabemos de abandonar, y ello ya sea en la Tierra o en el Cielo. El hecho de que no recordemos lo acontecido en nuestras vidas anteriores no es suficiente para negarlas, incluidas las facultades desarrolladas y acumuladas a través de ellas, porque ¿ acaso recordamos todos nuestros pasos, esfuerzos y sinsabores respecto a cuanto sabemos y ponemos en práctica hoy ? ¿ no es más cierto que al igual que sabemos escribir, gozando por tanto de dicha facultad, la misma constituye una clara evidencia de que en algún momento y en alguna parte hemos debido ganarla mediante el esfuerzo requerido para ello ? En consecuencia ¿ puede alguien dudar ahora de qué sea el genio ? Cuando Bach o Mozzart hicieron relampaguear sus facultades a tan temprana edad ¿ puede afirmar alguien, a partir de la presente lectura y razonamiento, que el motivo ha sido el don dado puntualmente a estas almas por Dios o que, meramente, las interrelaciones azarosas de la materia las hicieron posibles sin más ? Más bien, dirá ese alguien que no, que eso ha sido debido única y exclusivamente a los esfuerzos continuados vida tras vida en esa dirección y que, en determinado momento, a cada uno en su etapa, esa fue la causa real de este efecto de precocidad e iluminación musical que ambos demostraron.

XV

CRISTO Y JESÚS, sus respectivas identidades y diferencias

Cristo es el más elevado iniciado de los Arcángeles durante el Período Solar, el segundo del septenario plan en el que se encuentra inmersa la evolución del hombre. Por tanto, en aquel momento los arcángeles constituían la correspondiente humanidad, humanidad en la que el cuerpo más denso estaba formado de materia de deseos. Ello conlleva necesariamente que los arcángeles sean verdaderos expertos en la construcción de cuerpos de dicha sustancia, pero sin poder conformar otros en mundos más bajos por la sencilla razón de desconocer el medio y método de construcción, dado que nunca han pasado por una evolución semejante a la del hombre. De ahí que Cristo, como tal arcángel, y en concordancia con lo expuesto, en principio le hubiera resultado imposible de todo punto construir un cuerpo físico y tridimensional, cual es el nuestro, para encarnar y ejercer nuestra redención aquí en la Tierra, dándose la circunstancia – según una ley cósmica – de que nadie puede funcionar en un mundo determinado si no poseyese un vehículo adecuado para funcionar en él. Que hubiera podido intervenir desde el Mundo de Deseos cual hacían los Espíritus de Raza, sí, obviamente. Pero no era ése el plan concebido para la humanidad, pues Cristo debía nacer como un "hombre entre los hombres", es decir, desde dentro y no aparecer milagrosamente, o incluso en el sentido a como lo hicieron los Señores de Venus o Mercurio en la antigüedad, pues el hombre disponía de libre arbitrio y por él mismo debía admitir o no el ministerio de Cristo. Entonces ¿ quién era Jesús ? Jesús, al igual que José, su padre terrestre, desde el punto de vista espiritual era un constructor, un tekton, palabra griega que originalmente fue empleada con el significado de "carpintero", era un hijo de la luz o francmasón verdadero, aquél que se esfuerza por construir el templo místico o modelo divino dado por el Padre, motivo por el que dedica a ello todo su corazón, con toda su alma y toda su mente. Esta es la aspiración del tekton y su guía: la de ser el mayor en el reino de Dios y, por tanto, deberá ser al mismo tiempo el sirviente de todos. Jesús nace en los tiempos en que aproximadamente refiere la Historia y no en el 105, a.c., como alguna obra ha señalado, pues el individuo a que se hace alusión bajo la misma denominación – muy común por otro lado en Palestina en aquel entonces – efectivamente era un iniciado, si bien lo había conseguido a través de la iniciación egipcia y no esenia, cual fue la de Jesús de Nazareth. María y José, sus padres, fueron asimismo dos iniciados de rango muy elevado, motivo por el que el hecho de "conocerse" devino en sí no con la desatada pasión del común, sino como un acto de profundo y limpísimo amor a través del cual podían ofrecer al Señor el oportuno cauce para, mediante el cuerpo de Jesús, su hijo, fuese posible el advenimiento del Gran Espíritu Redentor de la humanidad, el Espíritu de Cristo. Ambos, José y María, mucho antes del tiempo de que tratamos, fueron conscientes por completo de "la encarnación que habría de venir", y durante edades trabajaron para perfeccionar sus cuerpos y sus espíritus a fin de procurar acceso a la Tierra al que sería El Redentor. Este apunte, en el sentido explicado, se halla reconocido del mismo modo por San Agustín que dice: " … lo que hoy se denomina religión cristiana existía entre los antiguos y nunca cesó de existir desde el origen de la raza humana hasta que el mismo Cristo llegó y el hombre comenzó a llamar cristianismo a la verdadera religión que ya existía antes." El cristianismo continuó, por tanto, y exactamente, en el lugar donde las revelaciones previas habían cesado. Es este uno de los dogmas católicos que deja de serlo tan pronto es explicado y comprendido. Ninguna alma pura puede nacer a través de un alma impura y viceversa, pues así es como actúa la ley de afinidad. Del mismo modo, ningún Salvador puede nacer de alguien cuya virginidad de alma no permanezca a través del acto físico de la concepción. No se trata, pues, y en ningún caso, de una condición de naturaleza meramente física. Todas las Grandes Religiones de Raza y en todos los países se hace alusión a "Aquél que debe venir", pero no así la cristiana, que hace referencia a Aquél que debe volver, cual si todas ellas fuesen un escenario previo, una preparación para la "Luz del Mundo", cual es la del Sol, en cuyo centro Cristo habita. No olvidemos que, por ejemplo, en Egipto se adoró a Osiris e Isis, en Babilonia a Izdubar e Istar, en Grecia a Apolo y Atenea, en India a Buda y su madre Maya, en Persia a Zoroastro y a Ainyaita, como, asimismo se adoró en Palestina a Jesús y la Virgen María. ¿ Y de qué habría de redimirnos Cristo ? Como bien puede suponerse, para concebir y llevar a cabo un plan cósmico – y sabiendo que en la economía de la Naturaleza la oportunidad y el aprovechamiento y eficiencia de las energías es máximo – es fácil deducir que los motivos para venir Cristo a la Tierra debieron ser varios y de redención simultánea: Así, piénsese que, hasta entonces, habíamos vivido bajo la ley de Jehová, quien, al utilizar como vehículo de funcionamiento terrestre el Mundo del Pensamiento Abstracto, vehículo que tiende a la separatividad y al egoísmo personal, la unidad resultaba de todo punto imposible para la condición del unificador Espíritu de Vida, vehículo de Cristo; y la humanidad, en su camino evolutivo, debía pasar de una situación de Ley y, por tanto de pecado, debido al incumplimiento de aquélla, a otra de Amor, a una situación en la que cada hombre pudiera reconocer como igual a su semejante y, mediante el sacrificio propio y una entrega personal y amorosa, condujese a la fraternidad universal; su implementación debía hacerla desde "dentro", es decir, desde el interior de la raza, nacer como "hombre entre los hombres", única posibilidad de conquistar las normas religiosas dadas por el Espíritu de Raza – Arcángel Miguel -; otro de los motivos-fundamento de la venida de Cristo fue el que, bajo el egoísmo desatado por la tendencia a la separatividad, el patriotismo deducido por las religiones jehovísticas, y las pasiones inducidas por los Espíritus Luciferes para la generación de cuerpos en cualquier tiempo o por simple gozo (el gasto sin finalidad generativa de la fuerza creadora es el denominado "pecado contra el Espíritu Santo", o de lujuria, el que no se perdona) la atmósfera en que se desenvolvía la humanidad era tan densa, tan difícil de concebir un acto noble y llevarlo a la práctica, que, en realidad, casi no existía la vida celeste, por lo que la vía de la evolución se encontraba absolutamente atascada, puesto que le mejora no existía y sí las condiciones de que pudiera darse una verdadera retrogradación y práctica desaparición de la estirpe humana. De modo que, en el momento de la inmersión en las aguas del Jordán, (de forma similar a la Pila de la Consagración o Mar Fundido de los Misterios Atlantes) fue el momento elegido para que se produjera la toma por Cristo tanto del cuerpo denso como del cuerpo vital de Jesús. De aquí el nombre de Jesucristo (Jesús-Cristo, o Cristo-Jesús), quien a partir de ese instante pasaría a poseer la cadena ininterrumpida de los doce vehículos que median entre el mundo físico y el propio Trono de Dios y, por tanto, a ser el único mediador verdadero y abogado del hombre. Él no sólo es la Luz Espiritual del Sol y Luz del Mundo, sino la expresión consumada del Amor, sentimiento que se expresa a través del corazón y que, andando el tiempo, vencerá al luciferino cuerpo de deseos, asiento principal del Espíritu de Raza, que exige "ojo por ojo y diente por diente" a través del sentimiento de venganza. Los elevados sentimientos de compasión, misericordia, perdón y justicia, queramos o no, van alzándose de continuo aun bajo el marasmo del egoísmo y la violencia, pero de seguro que, en sus alas, acabarán llevándonos hacia épocas luminosas de altruismo, de solidaridad y verdadera fraternidad planetaria. Concluyendo, pues, queremos resumir diciendo que si bien el Arcángel Cristo es el Redentor, el más elevado iniciado del Período Solar, Jesús es un espíritu humano – probablemente el más elevado iniciado del Período Terrestre una vez éste haya concluido -, quien habiendo conocido de antemano su esfuerzo preparatorio y el sacrificio a que debía someterse, cedió voluntariamente su dos vehículos inferiores a Cristo – cuerpo denso y cuerpo vital – a fin de que Aquél tuviese acceso a nuestro planeta y pudiera ayudarnos en nuestra evolución mediante una nueva y superior fase. (Oportunidad de insertar una nota como la presente: donde no crezca el trigo no ha de florecer el cristianismo)

XVI

QUÉ ES LA MEMORIA DE LA NATURALEZA O REGISTROS AKÁSHICOS

En estrecha correspondencia existen el Macrocosmos y el Microcosmos, el universo y el hombre. Y si "lo que arriba es abajo y lo de abajo es arriba", este axioma fundamental nos llevará inevitablemente a que, mediante deducción e inducción, podamos resolver todos los misterios con su problemática acerca de las cosas que nos sea dado o no percibir o contemplar. Así, descartando ya a quienes estén capacitados para poder ver sus propias vidas anteriores, de similar manera a como echando la vista a atrás somos capaces de "contemplar" escenas muy lejanas para nosotros pertenecientes a nuestra presente vida y no sólo respecto del último día, del mismo modo existe guardado en la Naturaleza un recuerdo detallado y exacto de todas sus encarnaciones con todo aquello que ha acontecido a lo largo de ellas, si bien estos registros se gravan en varios mundos o estratos de muy diverso compendio y nitidez. Puede decirse certeramente que a mayor elevación del mundo, mayor será el compendio y la nitidez de lo allí registrado. La característica particular de este estrato o estratos a qué mirar, consiste en que el desarrollo de los acontecimientos, a partir de la escena a que dirijamos nuestra atención, tiene lugar hacia atrás, Así, si quisiésemos ver la muerte de Napoleón y el porqué de la misma por medio del éter reflector, podría tener lugar mientras a través de la concentración mantuviésemos esa escena in mente bajo el esfuerzo de la voluntad y sería percibido, mejor aún, visto, mediante una especie de cinta cinematográfica. Pero si deseáramos ver seguidamente quién le enterró y dónde, nuestra expectativa resultaría vana, enteramente frustrada, por lo que deberíamos recomenzar de nuevo en un punto posterior para, a continuación, de manera semejante a como ocurre en el hecho purgatorial, seguir retrocediendo hasta alcanzar lo pretendido. Conviene hacer notar que, en este estadio primero o mirador natural del pasado del mundo, lo conservado – y ello dependiendo siempre de la propia capacidad del ensayante – no suele alcanzar de ordinario mucho más allá de los setecientos u ochocientos años. Esta visión puede ser obtenida mediante una ligera extensión de la normal vista física. El éter reflector es el encargado de, a través de su vibración, llevar a cabo la acumulación requerida, dándose la paradoja asimismo de que cualquier átomo de éter que interpenetre cualquier cosa, contendrá en sí mismo, y a un tiempo, las imágenes de cuanto lo rodea. A la vista de alguien que detente visión etérica, un pedacito mínimo de piedra de las Pirámides de Egipto le permitirán ver, como en una fotografía, y en toda su magnitud, los grandiosos monumentos, de igual modo que otro pedacito de pared de cualquier casa o habitación, le permitirán descubrir cuantas escenas hayan tenido lugar en la misma desde el mismo momento de su construcción y aun más atrás. En todo caso, debemos diferenciar de forma tajante, aun de forma esquemática, las dos formas en que puede contemplarse esta memoria o registro universal: por un lado la del psicómetra, el cual, tomando el "pedacito" del algo citado, y mediante una actitud pasiva, sí logra ver, pero se trata de una segunda vista sin control alguno, viendo en consecuencia tanto lo que desea como lo que no desea ver, puesto que no dispone de poder para controlar a voluntad lo que exclusivamente pudiera interesarle. La otra forma correspondería al clarividente educado por medios científicos con el añadido de una vida moral apropiada, quien a voluntad y en cualquier tiempo puede ver aquello que a sí mismo se exige, aunque con el importantísimo matiz de que lo hará con finalidad de servicio o ayuda y nunca por mero afán de lucro o curiosidad. Sin embargo, quien se encuentre preparado para leer la Memoria de la Naturaleza o Registros Akáshicos en la más alta subdivisión del Pensamiento Concreto, región ésta en que se encuentran las fuerzas arquetípicas, hallará que tanto la visión como el modo de percibirla son absolutamente diferentes a lo referido respecto del Éter Reflector. Se trata de una visión en la que el inicio y el fin no importan en absoluto, pues el vidente tendrá al instante – si de Napoleón se tratase – un compendio exacto y riguroso de su vida así como la esencia o alma mater que la animó. Más aún, en ningún caso mantendrá la visión como si fuésemos contempladores externos, antes bien, nos daríamos cuenta de que la visión se produce internamente, formando parte de nuestro Yo y sintiendo tal cual si fuésemos el mismo que fue Napoleón Bonaparte. Por tanto, no sólo podremos adquirir su propio conocimiento, sino que además sentiremos cuanto él pudo sentir, logrando así obtener una comprensión álgida de su vida y propósito, mucho más que si hubiéramos tratado de conseguirlo a través de los libros o de cualquier otro medio. En consecuencia, la visión de que estamos tratando proporciona una asunción tan grande y recóndita del hecho o personaje requerido, que probablemente en este caso ni el propio Napoleón hubiese sospechado acerca de pensamientos y sentimientos que el presunto lector puede descubrir, vivir en sí mismo ahora y comprender. Pero, si tras dar esta descripción somera, alguien creyese que podría narrar exhaustivamente cuanto le fuera dado ver, se equivocaría por completo, pues una vez que se regresa a la conciencia normal el pasmo puede resulta asombroso, pues si es verdad que allí acababa de ver un eterno aquí y ahora, es decir, acabaría de contemplar un presente sin tiempo y sin espacio, sin principio ni fin, no es menos cierto que la ordenación de ideas, de actos y sentimientos resulta de imposible logro para ser todo ello expresado por el cerebro y plasmado debidamente en el mundo ordinario. No existe medio humano de poder trasmitir una realidad tan excelsa, no hay palabras, no hay idioma, no hay posibilidad, solamente se "vive" entera y perfectamente la visión. Eso es todo. Reseñado lo anterior, aún queda otro lugar o registro más alto, más elevado para entrar en la Memoria de la Naturaleza. Es el que se encuentra este en el Mundo del Espíritu de Vida, el cual, de acuerdo con las informaciones recibidas de los Hermanos Mayores de la Orden Rosacruz, contiene un compendio íntegro de nuestro mundo desde el mismo inicio de su manifestación. Únicamente ellos, los HH.MM., y los Adeptos graduados, están capacitados para utilizar registro tan sublime y grandioso. Como última anotación, no podemos de hacer mención de la poderosísima herramienta de que el hombre dispone – si bien muy pocos de forma adecuada – para indagar acerca de cuestiones ya históricas, ya geológicas, de flora, de fauna, etc., etc., pues mucho mejor que las aproximaciones mediante los correspondientes, pertinaces y eficaces estudios, ha de ser el contacto exacto. por medio de su contemplación – con aquello que se encuentre sometido a la correspondiente investigación directa.

XVII

LA ORACIÓN DEL PADRENUESTRO: su exégesis

Dada por el mismo Cristo, no se trata sino de una composición abstracta y algebraica de naturaleza espiritual que sirve para ayudarnos a mejorar y purificar todos y cualquiera de nuestros vehículos. Se compone de siete oraciones, de las que tres de ellas hacen alusión a los vehículos del Ego, otras tres al mismo Ego, o triple espíritu (no tres espíritus, sino tres fuerzas de un espíritu único) y una más, la final, que lo hace respecto de la mente. La introducción, que dice "Padre nuestro, que estás en los cielos", en realidad no conforma sino una mera y cabal introducción, algo sinónimo a la dirección que pudiéramos poner sobre la cubierta del sobre de una carta que tuviésemos intención de enviar a alguna parte a su destinatario. Siendo tal su estructura, pasemos a continuación a analizar sus partes una a una. Tras la invocación de hacia dónde se dirige, enseguida, mediante el vehículo inferior de nuestro triple espíritu, el Espíritu Humano, nos acercamos para adorar al aspecto inferior y en correspondencia de la deidad, el Espíritu Santo (Jehová) al decir: "Santificado sea Tu Nombre". Por medio de nuestro segundo vehículo o fuerza del triple espíritu, cual es el Espíritu de Vida, nos postramos ante su correspondiente contraparte, el Hijo, (Cristo) y decimos: "Venga a nosotros tu reino". Y, ante el Padre, nuestro tercer aspecto del Yo Superior, el Espíritu Divino, se arrodilla y dice: "Hágase Tu voluntad". Entonces, y llegados aquí, es cuando el Espíritu Divino pide al Padre, el más elevado aspecto de la deidad, por nuestra parte más densa o contraparte, y pide: "El pan nuestro de cada día dánosle hoy". El Espíritu de Vida, continúa la súplica ante el Hijo y pide por su contraparte en la naturaleza inferior, el cuerpo vital, diciendo: "Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores". Y por fin el Espíritu Humano, nuestro aspecto personal divino inferior, pide a la deidad por su correspondiente contraparte, el cuerpo de deseos, de la siguiente manera: "No nos dejes caer en la tentación". Para finalizar, nuestros tres aspectos se acercan, se aúnan, para postrarse ante Dios para rogar con esta oración: "Más líbranos del mal". Los Guías de la humanidad han proporcionado siempre a los hombres motivaciones suficientes para que pudieran obrar y obtener experiencias por medio de las cuales pudieran aprender y evolucionar. El Amor, la Fortuna, la Fama y Poder constituyen los cuatro asientos sobre los que descansan todas las ambiciones humanas, de modo que aislados o conjuntamente han estado presentes en todos y cada uno de los eventos que han conformado la historia global e individual de la humanidad, y siendo el deseo a la vez motor y tentador en las almas, a él corresponde la idea de venganza, que en forma de memoria imprime en el cuerpo de deseos. En consecuencia controlar y dominar el cuerpo de deseos es de la mayor importancia en quien aspire a gobernarse a sí mismo. Más útil a estos efectos que las meras oraciones dictadas por la iglesia, ello podrá alcanzarse mediante la concentración en altos y nobles ideales y vigorizando el cuerpo vital, salvo en aquellos casos en que la oración se deba a una devoción de una gran pureza, pues aquélla llevará sin duda el aliento del devoto ante el mismo trono de la deidad. En consecuencia, y bajo este prisma de carácter estrictamente espiritual, al igual que decimos que el amor al que debe aspirar el alma debe estar referido a todos los seres de la humanidad; que la fortuna a que se aspire debe encuadrarse en cuanto al número de oportunidades para servir a los demás, y la fama deberá atender a la capacidad hallada para dar y trasmitir la buena nueva, tocante al amor y al servicio que se desean prestar, el poder debe consistir, en conclusión y en definitiva, en aquél que se ejerce propiciando prácticas que sirvan para ayuda y mejora de la humanidad.

XVIII

EXPOSICIÓN ABREVIADA DEL PROCESO EVOLUTIVO

Se dice que en el principio un Gran Ser Creador (el Ser Supremo, el Gran Arquitecto del Universo y, por tanto también de nuestro Sistema Solar) procede a aislarse en una porción de espacio en la que conforma o crea nuestro mundo mediante el cual procurará tanto nuestra evolución como el aumento de la propia conciencia., e incluyendo dentro de Sí huestes y huestes de Jerarquías Creadoras de inmenso poder y esplendor espiritual, fruto de anteriores manifestaciones de tal Gran Ser, además de otras Inteligencias de inferior grado de conciencia y desarrollo, por debajo aun del trance más profundo. Y si en cada período de manifestación, quienes ya hayan alcanzado las más altas cotas de espiritualidad han de trabajar sobre los más atrasados, induciendo en ellos un fermento de conciencia propia que les permita progresar, aquéllos que en su evolución quedaron aparentemente interrumpidos mediante una Noche Cósmica – y al igual que un niño continúa en su escuela tras haberse repuesto y descansado en una noche ordinaria – continuarán su evolución ordinaria al amanecer de un nuevo Día de Manifestación. En la Naturaleza no existe ningún proceso instantáneo. Sí se trata, en cambio, de un proceso de suma lentitud a través del cual, con seguridad absoluta, se alcanzará la más acabada perfección. Y si "como abajo es arriba" y viceversa, el universo, el macrocosmos, de forma semejante al hombre, también discurre por estados de infancia y adolescencia, de madurez y decrepitud. Si cuando acontece el nacimiento y la infancia de un niño, éste no puede valerse por sí mismo, debiendo obviamente ser cuidado y ayudado por sus padres, pues carece tanto de suficiente fuerza física como de mente eficiente, del mismo modo viene a ocurrir en los mundos que vienen a ser con sus criaturas primigenias o inmaduras, sobre quienes los guías deben ejercer un tutelaje apropiado a fin de que, llegado su tiempo, puedan emprender su propio desarrollo de manera autónoma y con libre albedrío. Éste será el tiempo en que tanto la experiencia obtenida como el pensamiento tomen las riendas de la propia vida de manos de los correspondientes instructores y llevar adelante la expansión de la conciencia. Todo el tiempo transcurrido en la obtención de conciencia de sí mismo, del Yo, y de la construcción de aquéllos vehículos a través de los que el espíritu del hombre se manifiesta, se le denomina Involución, proceso de inmersión en la materia hasta alcanzar su punto más denso, más bajo, su nadir. El período que le sigue, aquél por el cual el hombre, tomando la dirección de sus propias fuerzas y vehículos se eleva desde la inconsciencia y la nesciencia a la omnisciencia consciente, se le llama Evolución. Pero si el hombre sólo desarrollase dinámicamente las potencialidades originarias de su Padre, sería un mero imitador y no un creador; por lo que aquella fuerza de que cada hombre dispone, la que hace que cada evolución personal difiera de cualquier otra, esa fuerza interna y exclusiva de en cada cual proporciona aportes originales respecto de la forma y tanto en el propio individuo como en el mundo externo, es la que se denomina Epigénesis. (Véase la diferencia sustancial que existe entre el mero descubrimiento científico y la naturaleza innovadora y única de la invención, de lo que no existía en la Naturaleza) Sin embargo, dado que el tratamiento que efectúa la ciencia atañe exclusivamente a la forma, aquélla solamente reconoce la evolución, puesto que la involución corresponde a la línea de la vida. De todos modos, la Epigénesis, desenvolvimiento original de la forma, en los últimos tramos de tiempo tiende a ser admitida por la ciencia. Las Enseñanzas Occidentales toman, por supuesto, la Involución, la Evolución y la Epigénesis como una trinidad inquebrantable con que explicar y comprender el pasado, el presente y el desarrollo futuro del universo.

Diseño y construcción de los diversos mundos

De modo semejante a como una persona es capaz de diseñar su propia casa y dividirla en diferentes espacios vitales de acuerdo con la finalidad buscada; del mismo modo que busca un lugar adecuado para ubicarla y luego determina su construcción, así Dios, al desear crear busca una ubicación apropiada en el espacio cósmico, llena ese espacio con su aura, compenetra cada átomo de la siempre existente Raíz Cósmica con su vida, y son despertadas las actividades latentes en cada átomo indivisible. Cuando decimos "siempre existente Raíz Cósmica"no estamos haciendo alusión sino al polo negativo del Espíritu Universal (el Absoluto), a la vez que, cuando hacemos referencia a un Gran Ser Creador, al que llamamos Dios (Ser Supremo) y de quien en cuanto espíritus formamos parte, no estamos aludiendo sino a la expresión del polo positivo del mismo Espíritu Universal, es decir, también al Absoluto. Por tanto, todo cuanto somos capaces de descubrir como tierra, océanos o formas minerales, vegetales o animales, absolutamente todo aquello que podamos percibir, en realidad se trata de espacio o espíritu cristalizado, emanado de aquella "siempre existente Raíz Cósmica, de aquel Espíritu Universal a través de su polo negativo, única cosa existente en el alborear del Nuevo Día de Manifestación. Resumiendo, podemos decir que de la actuación del polo positivo sobre el negativo del Absoluto, viene a ser en su manifestación el Universo, y que las distintas formas densas observadas, en sí cristalizaciones, son concreciones en torno al polo negativo del Único Espíritu. Pues bien, una vez que Dios ha concebido y diseñado debidamente el Mundo que desea crear – en este caso nos estamos ocupando ya de nuestro Sistema Solar – lo dota, pues, de orden, y si todo el sistema lo interpenetra con su conciencia y vida, lo cierto es que cada "habitación" o espacio diferenciado queda sometido a una vibración o conciencia diferente, específica, motivo por el que cada mundo, cada región o subdivisión se encuentra constituido de diferente manera a cualquier otro. Sin embargo, en ningún caso puede pensarse que los mundos se encuentren superpuestos, unos encima de otros, o separados mediante espacio y por tanto con distancia entre ellos, muy al contrario. Aunque ellos son distintos estados de materia, con distinta vibración y densidad, se interpenetran, es decir, los más sutiles interpenetran a los más densos, sobresaliendo un trecho de espacio en derredor de éstos. Tampoco los mundos son creados desde el principio ni tienen por qué durar hasta el final. Bajo el diseño previamente concebido, Dios los va creando de acuerdo con las condiciones que van exigiendo las necesidades evolutivas de su plan; y si la función de algo concluyera, la forma respectiva pronto degeneraría y acabaría por desaparecer. La economía en los procesos de la Naturaleza hace gala de proverbial sabiduría. Los mundos inmediatos a su propio Ser son los primeros construidos, y dado que la involución consiste en infundir la vida en la materia de constitución densa creciente para la concreción de las formas – las cuales, todas, no se olvide, son construidas por la vida – de forma gradual los Mundos más sutiles son los primeros que se condensan, diferenciándose a su vez otros nuevos que sirvan de eslabones entre aquéllos ya consolidados y el mismo Dios. A través de la inmersión involutiva se llega a un punto de máxima densidad: el nadir de la materialidad. Mediante la evolución, por el contrario, los Mundos inferiores o más bajos, y sucesivamente, van quedando despoblados de vida, por lo que desaparecerán las formas que les dieron base para ser. De esta observación, acerca de la creación de mundos y su consiguiente y paulatina desaparición, podrá fácilmente deducirse que "los últimos serán los primeros y los primeros los últimos" y ello sin equivocación posible.

Los 7 Períodos del Plan Divino de Creación.

A través de cinco Mundos y siete Grandes Períodos de Manifestación, en que los Espíritus Virginales se convierten evolutivamente primero en hombres y después en dioses, se desarrolla el presente Plan Divino. Cual si chispas de una Llama, es decir, de su propia naturaleza, Dios nos diferencia dentro de Sí Mismo, (y no de Sí mismo), con capacidad para transformarnos también en fulgentes y poderosas Llamas creadoras, pues en dichas chispas (nosotros, Espíritus Virginales) se hallan latentes todas las posibilidades de Padre, incluido el germen para llevar a cabo aportes originales a la creación, tan propios de un ser libre y poderoso, cual es un Dios. Pero ¿ dónde nos encontrábamos, en cuanto que Espíritus Virginales ? Comenzando por el más bajo del sistema solar, nuestro mundo hace el número seis, es decir, el más inmediatamente próximo al más elevado o Mundo de Dios. Tales Espíritus Virginales, al comienzo de la Manifestación, aunque disponen de conciencia divina, no tienen en cambio conciencia de sí mismo, de su Yo, la que adquirirán y elevarán a lo largo del Plan concebido por Dios, del mismo modo que la mente propia y el poder anímico necesario, características de la condición creadora de que se habrá de dotar. Al principio, una vez sumergidos en la materia, ellos, la Espíritus Virginales, se encuentran ciegos e inconscientes, ajenos por completo a toda condición exterior, como si estuvieran en estado de trance profundo, de forma similar al mineral. En este estado hemos permanecido, ha permanecido el hombre, durante el primer período evolutivo. Durante el segundo de los períodos va a adquirir la conciencia del sueño sin ensueños, o sea, un estado semejante al de la planta; en el tercero obtendrá la conciencia de sueño con ensueños, propia del animal, para, a mediados del período siguiente – el cuarto, en el que actualmente nos encontramos – adquirir la conciencia de plena vigilia, lo que define y caracteriza al hombre pleno. Y es a partir de aquí, momento de adquisición de la mente, de donde arranca la Evolución, la cual, desarrollando todas las potencialidades y aportes originales que han sido citadas más arriba, comprenderá el resto de este cuarto período, así como los tres que tendrán lugar después hasta completar el Plan Septenario y Divino. Mientras el hombre descendió a través de los elevados mundos para alcanzar el nadir de la materialidad, sus energías, las que las Jerarquías Creadoras le ayudaron a guiar inconscientemente hacia dentro a tal fin, fueron las que consiguieron construir los vehículos apropiados para funcionar en este mundo tridimensional en que vivimos. Sin embargo, una vez que además de un triple espíritu dispuso de un triple cuerpo, las Jerarquías le "abrieron los ojos" haciendo que dirigiera su vista hacia fuera, hacia la Región Química del Mundo Físico para que con sus energías vueltas pudiera conquistarla. Y de forma similar y sucesiva, progresando lentamente, es como habrá de conquistar próximamente la Región Etérica, el Mundo del Deseo, la Región del Pensamiento Concreto, etc., etc. Siguiendo, pues, la trayectoria de cuanto estamos exponiendo, cual es la concepción y terminología Rosacruz, la denominación de cada período evolutivo de acuerdo con el Plan Divino, es la siguiente:

1.- Período de Saturno 2.- Período Solar 3.- Período Lunar 4.- Período Terrestre 5.- Período de Júpiter 6.- Período de Venus 7.- Período de Vulcano

Siendo éstos, no se olvide, renacimientos sucesivos de nuestro planeta: la Tierra. Advertimos, no obstante, que los nombres arriba citados no están relacionados con los planetas de igual nombre, haciendo alusión únicamente a "condiciones" por las que la Tierra ha pasado o pasará en su devenir. Actualmente, como se dijo, nos encontramos en el cuarto período o Terrestre, por lo que pertenecen al pasado el de Saturno, el Solar y el Lunar, por lo que próximamente pasaremos a las condiciones de Júpiter, después a las de Venus, y alcanzar las de Vulcano poco antes de concluir el septenario o Gran Día de Manifestación y todo cuanto sea sumergido de nuevo en el Absoluto para descanso y asimilación de los frutos de la evolución precedente, reemergiendo como espíritus evolucionantes en otro Plan Divino de signo más elevado en la aurora de otro Gran Día. Como tal vez haya podido intuir ya el estudiante o lector de estos sucintos escritos, tanto la complejidad como al tiempo el maravilloso desarrollo de este proceso son dignos de ser resaltados, existiendo bibliografía específica al efecto que adjunta se cita. No obstante, sí queremos remarcar con empeño que nos encontramos bajo un contexto de leyes naturales bajo las cuales vivimos y trabajamos, sin que podamos efectuar en ellas modificación alguna. En consecuencia, si nos son conocidas y cooperamos de acuerdo con ellas, ellas han de mostrarse nuestros aliados y servidores más valiosos y útiles; en cambio, no conociéndolas u obrando en desacuerdo con ellas, se transformarán en los más aguerridos enemigos con capacidad increíble de destrucción. Por ello, nada mejor que, conociendo tanto las Fuerzas de la Naturaleza (símbolo del Dios invisible) como sus métodos de trabajo, utilizar este conocimiento, puesto que además de aprovechar nuestras oportunidades con sus correspondientes ventajas, será un medio apropiado y legítimo para obtener a un tiempo crecimiento anímico y poder.

Período de Saturno

Previamente hemos de advertir de que, de acuerdo con el diagrama 14, cada Período está compuesto por siete globos (del A al G) los cuales se encuentran situados en diversos mundos o regiones de mundo con sus correspondientes inclinaciones de ejes, sus ángulos, sus densidades y niveles de vibración, y de que, a su vez, el impulso evolutivo da siete vueltas o revoluciones alrededor de cada uno de ellos, antes de que cada oleada de vida, a la conclusión de aquél, se sumerja en la Noche Cósmica (tiempo de descanso y asimilación de duración igual al del período habido) para reemerger después en un nuevo Período de Manifestación. La síntesis en este apartado, tocante a Saturno, la que deberá servir para cualquier Período, a excepción de Vulcano, es la siguiente: Los espíritus virginales, toman su camino para la adquisición de forma y de conciencia en el globo A, y en este globo, el más sutil y menos denso por tanto, dan sus primerísimos pasos evolutivos mediante la involución o descenso a la materia, ese viaje que ha de durar hasta bien entrado el Período Terrestre, en que la introducción de la mente transformará la involución en evolución. De manera lenta la vida evolucionante va accediendo al globo B, en el que, de igual modo, realizas su particular trabajo; similarmente va pasando a través de todos los globos hasta culminar en el G, concluido el cual habrá transcurrido por los cuatro Mundos (Espíritu Divino, Espíritu de Vida, Región del Pensamiento Abstracto, Región del Pensamiento Concreto) y descrito una vuelta o revolución, formando siete revoluciones un período completo. Inmediatamente después de que la oleada de vida abandona por última vez un globo, éste comienza a desintegrarse, si bien su átomo-simiente – al igual que ocurre en el hombre, y "como arriba es abajo" – será empleado para la construcción del mismo globo en el siguiente período o Día de Manifestación. Los siete globos del nuevo período, en este caso el Solar, se encontrarán un grado más bajo en relación con los Mundos, es decir, de arriba abajo: Mundo del Espíritu de Vida, Región del Pensamiento Abstracto, Región del Pensamiento Concreto y Mundo del Deseo, es decir, adquiriendo lentamente un grado mayor de densidad. Hace ya varios millones de años alcanzamos aquí, en el Período Terrestre, el punto de inflexión máxima respecto a la materialidad. De entonces a acá, y mediante el tramo evolutivo, o tramo vuelto o hacia arriba, iremos levantándonos, espiritualizando nuestros vehículos y desprendiéndonos de ellos para, proceso tras proceso, convertirnos en algo tan grandioso en esencia como Nuestro Padre a la conclusión del Período de Vulcano. Entonces, al tiempo que sus correspondientes globos sean disueltos, la vida será reabsorbida por Dios durante la consiguiente Noche Universal de asimilación y preparación para el surgimiento de otro y más glorioso Gran Día. Esta noche, en la que Dios mismo se sumerge en El Absoluto, tendrá una duración semejante a todo el tiempo empleado conjuntamente por los siete períodos o Días de Manifestación comprendidos en el Plan de Evolución. Y, como la perfección, ajustada a planes concretos o ciclos deviene infinita en sí misma, otras evoluciones superiores y grandiosas para nosotros vendrán, evoluciones de un esplendor y magnitud por completo inimaginables. Como ya quedó indicado, los globos de este período de Saturno abarcaban desde el Mundo del Espíritu Divino a la Región del Pensamiento Concreto; la idea más cercana para la comprensión de su constitución es la de "calor" y en él reinaba una intensa oscuridad. Este primer período nuestro evolutivo estuvo constituido exclusivamente por el primer elemento que vino a ser, es decir, el fuego; en verdad su manifestación constituyó el "fuego oscuro", aquél previo y latente de la llama que ha de venir. No en vano hemos de pensar que la nebulosa antes de iluminarse debió haber sido oscura, así como caliente antes de encenderse. Los Espíritus Virginales llenaban este globo. Es aquí donde el hombre cruzó por su "estado mineral". Dentro de las Jerarquías Creadoras que nos ayudaron más destacadamente, y que se encontraban fuera – similarmente a la atmósfera actual – haremos mención a las siguientes: Los Señores de la Llama ( Tronos para la Biblia, y quienes se hicieron cargo de nuestra evolución en este período) nos ayudaron de forma voluntaria y sus cuerpos emitían una intensísima luz; proyectaban sobre este globo de Saturno sus imágenes que, cual un eco, eran reflejadas y multiplicadas, hecho éste al que hace alusión el mito griego acerca de que Saturno devoraba a sus propios hijos. Ellos fueron quienes nos implantaron el germen de lo que ha llegado a ser nuestro cuerpo físico. El germen en cuestión se desarrolló un tanto durante el resto de las seis revoluciones con capacidad para ordenar los sentidos, sobre todo en cuanto al oído se refiere. De ahí que el oído sea el sentido más antiguo y desarrollado que poseamos hoy. Hacia mediados de la séptima revolución (aclarando que el trabajo a realizar, el que fuere, nunca es comenzado al dar comienzo el globo A de un Período o Revolución, sino siempre a la mitad de una revolución y que tiene su apogeo en la mitad de la Noche Cósmica, la cual tiene lugar lo mismo entre períodos que entre revoluciones) éstos mismos, los Señores de la Llama, se pusieron en actividad a fin de despertar en nosotros el principio espiritual más elevado de los que disponemos, es decir, el del espíritu divino. Tras cada Noche Cósmica con su conglomerado, formado por la vida y la forma bajo un polo único, surgen o renacen los cinco globos correspondientes al nuevo Período o Día de Manifestación de la oleada de vida, conglomerado aquél al que habían sido llevados a través de sus fuerzas los átomos-simiente de los anteriores y disueltos globos. Los nuevos globos, obviamente, deberán estar constituidos de diferente sustancia, de acuerdo con las actividades que habrán de ser llevadas a cabo en el nuevo Día. No obstante, advirtamos de que, previamente a que dé comienzo la actividad propia de cualquier Período, tiene lugar una recapitulación de todo cuanto hayamos hecho desde nuestra salida a la evolución, desde el momento inicial en el estado mineral; si bien, y dado el progreso en espiral en que se sustenta la evolución, cada recapitulación siempre lo será en un estado más elevado que aquél que recapitula. Por tanto, el trabajo específico sólo dará comienzo una vez que hayan concluido todos los tramos recapituladores. Así, la primera revolución de un período tendrá como trabajo la recapitulación de lo efectuado durante el Período de Saturno; la segunda deberá referirse al Período Solar; y la tercera tendrá como objeto recapitular lo habido en el Período Lunar. En Vulcano, seis revoluciones se dedicarán a recapitular, y únicamente durante la última, la séptima, será llevado a cabo el trabajo específico o correspondiente a dicho período.

Período Solar

Lo que este período fue difiere radicalmente del anterior, pues su manifestación inmediata la podemos catalogar como "luz". Sus globos semejaban esferas luminosas de un extraordinario brillo y cuya consistencia hace recordar la consistencia de los gases, teniendo una cualidad muy a tener en cuenta, cual era la de absorber y obrar sobre cualquier luz o sonido que fuesen proyectados sobre sus superficies, una cualidad siquiera semejante a la que actualmente conocemos en relación con alguna de las propiedades de los prácticamente desconocidos agujeros negros. En este período fue incorporado un nuevo elemento, el oxígeno, por lo cual contó ya con dos elementos: el fuego y el oxígeno. Las Jerarquías Creadoras continuaban aún, no obstante, fuera, en su atmósfera, como en el Período de Saturno. Téngase presente que la vida tanto puede expresarse a través de formas minerales o vegetales, animales u hombres, como por medio de forma ígneas. En la primera mitad de la primera revolución, o revolución de Saturno, los Señores de la Llama incorporaron al germen del cuerpo denso la capacidad de desarrollar los órganos correspondientes a los sentidos. Durante la sexta revolución, y cooperando mutuamente, los Señores de la Llama y los Señores de la Sabiduría (Dominaciones) nos proporcionaron el germen del cuerpo vital, despertándonos los Querubines, en la sexta, el germen o principio del segundo aspecto más elevado del triple espíritu del hombre: el Espíritu de Vida. Nuestra conciencia a lo largo del presente período adquiriría el estado de sueño sin ensueños, similar al de la planta. Ya, en la séptima revolución, el germen del espíritu de vida fue ligado al espíritu divino y éste siguió siendo trabajado más ampliamente. De esta forma, al finalizar el Período de Saturno disponíamos de los gérmenes de un cuerpo denso y de un espíritu divino, a la terminación del Período Solar poseíamos, además de aquéllos, los correspondientes al cuerpo vital y al espíritu de vida. A la terminación de este período, naturalmente, tuvo lugar una nueva Noche Cósmica de descanso y asimilación además de la correspondiente actividad subjetiva a fin de dar comienzo posteriormente al Período Lunar que vendría a ser.

Período Lunar

Si la característica principal del Período de Saturno fue la de "calor" y la del Período Solar la de "luz", o resplandeciente calor, la más sobresaliente del Período Lunar la podemos catalogar como de "humedad". Constaba de un centro o núcleo de costra ardiente y, alrededor, en contacto con el inmenso espacio exterior y el frío en él generado, existía una espesa humedad, la cual, siendo transformada permanentemente en vapor por el calor, permitía que se elevase hasta la periferia para una y otra vez retornar hacia el centro en una especie de sesión interminable de lucha entre elementos. De aquí que, en ocultismo, a los globos de este período se les denomine "agua" y sea descrita su atmósfera como "niebla ígnea", pero, obviamente, no eran de agua. En el alborear de este período reaparecieron los Señores de la Sabiduría, quienes a la vez que traían consigo los gérmenes correspondientes al hombre hasta ese momento, junto a los Señores de la Individualidad (Virtudes) – que se hicieron cargo de la evolución en este período – llevaron a cabo tanto la remodelación del cuerpo denso, al que posibilitaron para que formara órganos digestivos, glándulas y otros. Aún no era un cuerpo denso al uso, sino etérico, aunque visible a la observación del clarividente debidamente educado. Asimismo lo reconstruyeron para que pudiese ser interpenetrado por un cuerpo de deseos y pudiera desarrollar un sistema nervioso y muscular, como también un esqueleto aún muy primario. En la segunda revolución, dichas jerarquías modificaron el cuerpo vital para que pudiese ser interpenetrado posteriormente por un cuerpo de deseos. Y, naturalmente, habría de ser en la tercera revolución, – en la que correspondía dar comienzo el trabajo específico del período – cuando los Señores de la Individualidad (Virtudes) emitieron de sí mismos la sustancia precisa para que el hombre construyese un germen de deseos, incorporándolo durante las revoluciones tercera y cuarta a los cuerpos denso y vital que ya poseía. En la quinta revolución, y de forma voluntaria, vinieron los Serafines para despertar el tercer principio o aspecto de nuestro triple espíritu: el Espíritu Humano. A lo largo de la sexta revolución volvieron a aparecer los Querubines para eslabonar el Espíritu de Vida con el recién germinado Espíritu Humano; y en la revolución séptima, habrían de hacerlo los Señores de la Llama (Tronos) para hacerlo entre el Espíritu Divino y el Humano. Por tanto, si el hombre antes del inicio del Período de Saturno era una entidad omniconsciente mientras se encontraba en cuanto que espíritu de tal naturaleza en el Mundo de los Espíritus Virginales y, en definitiva como Dios, en Quien (y no de Quien) se diferenció, no estaba sin embargo consciente de sí mismo, de su propio Yo, labor que en buena parte corresponde al proceso evolutivo, si bien, antes, habrá de ser sumergido en un lecho gradual de materia y ser privado de aquella omniconsciencia. Esta inmersión, como ya se ha apuntado en otro lugar, comienza con el velo del Espíritu Divino y tiene lugar en el Período de Saturno; más tarde es sumergido en el velo del Espíritu de Vida en el Período Solar, siendo en el Período Lunar, cuando, por así decirlo, fue introducido en el velo del Espíritu Humano – Región del Pensamiento Abstracto – y cuando quedó cegado definitivamente, por lo que el hombre en ciernes perdió su omniconsciencia y ya no pudo traspasarlo y mirar hacia fuera y ver a los moradores de los mundos invisibles con los cuales se encontraba en contacto permanente. De aquí que tuviera que dirigir su atención "hacia dentro", hacia sí mismo para encontrarse y percibirse como un Ego diferente y separado de todos los demás. Es digno de ser notado aquí que mientras el hombre se encontró aún dentro del Espíritu de Vida – el cual es un mundo de alcance universal – podía tener conciencia de aquella universalidad de la existencia de la vida, y que, sin embargo, con la ceguera espiritual impuesta por el tercer velo, el Espíritu Humano, fue cuando comenzó a tener lugar en él la impresión ilusoria de la separatividad, la que, siendo efectiva y únicamente propia del proceso correspondiente a la involución, paulatinamente habrá de ser disuelta a medida que la evolución arranque y eleve al hombre sobre su inmersión en la materia, hecho con el que no sólo adquirirá de nuevo la omniconsciencia, sino que añadirá a un tiempo la conciencia obtenida de sí mismo. La conciencia propia de este período se corresponde a la del sueño con ensueños, es decir, tiene similitud con la de los animales actuales, si bien la del hombre es de naturaleza racional. A la vista del clarividente, el hombre Lunar aparece entre aquella niebla ígnea citada más arriba como suspendido de cordones, muy cercano a la manera en que actualmente el embrión cuelga de la placenta por medio del cordón umbilical. A través de estos cordones fluían corrientes nutricias, de manera similar al juego que desempeña nuestra sangre en los organismos presentes, si bien anotando que entonces la sangre aún no era roja, puesto que esta condición ha sido adquirida con posterioridad. No respiraba naturalmente en aquel entonces por pulmones, sino por una especie de branquias que aspiraban y expulsaban el vapor casi hirviente de la niebla ígnea. Esta fase aún se recapitula hoy día, pues el ser humano, en un momento determinado de su proceso gestatorio tiene branquias. Y, como una similaridad más con los animales, la disposición de la espina dorsal de aquel ser era asimismo la de la horizontalidad. Antes de concluir el Período Lunar, el globo que constituía el campo para nuestra evolución además de otra evolución distinta, sufrió una división. Esta división fue motivada por la alta cristalización a que el hombre había sometido la parte por él habitada, hecho éste que impedía la evolución del resto de vibrantes seres que compartían globo, por lo que, por medio de la fuerza centrífuga, el globo compartido expulsó de sí al espacio la parte más inerte, parte que comenzaría a girar alrededor de la ígnea y luminosísima región central. Si aprovechamos la ocasión para la observación meticulosa y así evitar errores actuales de concepto, podremos darnos cuenta de que, cual ley cósmica, cuando en el mismo lugar de desenvolvimiento una parte es cristalizada por la baja vibración (evolución espiritual) de otros, esta parte será expulsada y apartada a la distancia oportuna en el espacio para que los seres evolucionantes que la ocupan puedan continuar progresando, donde girará en torno de la parte de alta vibración en calidad de un satélite. Este fue nuestro caso, fuimos expulsados. El planeta formado se condensó con relativa facilidad y prontitud, cual luna sin fases y con la mitad permanentemente iluminada y la otra mitad oscura – cual ocurre en la actualidad con Venus – y allí permanecimos durante el resto de este Período Lunar. En esta especie de luna, unas corrientes del Espíritu Grupo circulaban a su alrededor, corrientes que el hombre incipiente seguía instintivamente desde la parte luminosa a la oscura donde tenía lugar una cierta propagación – semejante a la que habría con posterioridad en la Época de Lemuria y guiada por los Ángeles -, de cuyo atavismo son tributarias las migraciones de aves de paso, los cuales responden al impulso del Espíritu-Grupo, e incluso esa tendencia aún de nuestros viajes de "luna de miel", síntoma esquemático de lo impregnado que desde entonces quedó en el hombre el hecho correspondiente a la fecundación en sí. En este estadio de nuestra evolución éramos capaces de emitir sonidos en cuanto que sonidos cósmicos, los cuales no eran expresiones de dolor o alegría, puesto que en ese entonces no había individuos concretos sino en proyecto aún, puesto que ello, y andando el tiempo, no habría de llegar hasta encontrarnos en el Período Terrestre. La Noche Cósmica sobrevino obviamente tras este Período Lunar, por lo que sus globos fueron disueltos y reabsorbidos en el Caos. De allí reemergerían los átomos-simiente para la reorganización los globos que habrían de sustentar el Período Terrestre. Los Señores de la Forma (Potestades) habían evolucionado lo suficiente como para tomar a su cargo el desarrollo de nuestro tercer aspecto espiritual en el Período Terrestre: el espíritu humano. Asimismo, y ya, dentro de este período último, los Señores de la Mente (Principados) alcanzaron el estado Creador, por lo que ellos fueron quienes de sí mismos emitieron el germen preciso con que nosotros procuramos construir una mente organizada y eficiente. A ellos fue a quien San Pablo dio el nombre de "Poderes de las Tinieblas", puesto que fue en el Período de Saturno – período caracterizado por la absoluta oscuridad – en el que surgieron como humanos. En los tiempos actuales trabajan exclusivamente con la humanidad, pues es este reino el único que detenta la posesión de una mente. Los Arcángeles, dado que fueron humanos en el Período Solar, se convirtieron en especialistas en la construcción del cuerpo de deseos, la más densa materia de dicho período, circunstancia que los acredita como especialistas para dirigir funciones respecto del vehículo del deseo, y ello tanto del hombre como de los animales. Y, por último, los Ángeles, quienes estando su cuerpo compuesto de éter y habiendo alcanzado el estado humano en el Período Lunar, se encuentran muy capacitados para la construcción del cuerpo vital. En función de ello, son instructores no sólo respecto del hombre, sino también de los animales y vegetales en lo concerniente a crecimiento, propagación, nutrición, etc.

Avanzados y rezagados

En la escuela de la evolución, en la que la vida se une a la forma (la forma siempre es creada por la vida) para la adquisición de conciencia y elevarse espiritualmente con ella y a partir de ella, cual si se tratase de una escuela ordinaria de nuestro tiempo actual, siempre existe quien o quienes no pueden o no logran realizar el esfuerzo necesario para alcanzar el grado siguiente, tener derecho a él y continuar el progresando al ritmo con que comenzó. Ello, siendo así, en el Período de Saturno hubo un número que no logró el punto evolutivo requerido; se trataba de espíritus virginales que no eran ni tan flexibles ni tan adaptables como los avanzados. Por tanto, vemos aquí dos términos empleados, flexibilidad y adaptabilidad, que, cuan ley inexorable, vienen a configurar la posibilidad o no de progresar y, por tanto, configurándose como aliados imprescindibles de la Ley de Consecuencia. Por lo que se acaba de decir, a algunos de los espíritus resultó imposible despertarles el Espíritu Divino, motivo por el que continuaron como tales minerales y únicamente con el cuerpo denso. En consecuencia, en el Período Solar se dieron cita tres clases de espíritus evolucionando a un tiempo: la de los avanzados de Saturno, la de los rezagados del mismo, y la de los principiantes o nueva oleada de vida que había iniciado su andadura en dicho período. A partir de lo anterior, fijémonos bien: obviamente, el reino mineral se encontró compuesto por los rezagados de Saturno y la nueva oleada de vida, pero con una notabilísima diferencia porque, mientras los rezagados podían alcanzar y sobrepasar a los avanzados, la nueva oleada de vida solar no tenía esta posibilidad., dado que el estado humano es alcanzado en el cuarto período y en su globo más bajo tras su salida a la arena de la evolución. El corte correspondiente a los primeros rezagados se produjo en la séptima revolución del Período de Saturno, cuando los Señores de la Llama intentaron, sin lograrlo, despertar el Espíritu Divino, dado que algunas entidades habían cristalizado de tal manera que ello resultó imposible, motivo por el que se quedaron sin la indispensable "chispa" divina para continuar progresando, por lo que debieron permanecer en el grado o nivel en el que se encontraban. Estos rezagados fueron los que, junto a la nueva oleada vital, formaron machas oscuras en la fulgente esfera gaseosa que entonces era el globo más bajo del Período Solar. En la sexta revolución de este último período, el Solar, los Querubines, al intentar despertar el Espíritu de Vida en la nueva oleada, se encontraron también con que algunos de los que felizmente habían cruzado Saturno, resultaba imposible despertarles el nuevo aspecto, por lo que, en su grado, cayeron de entre los más avanzados, pasando a formar parte del esquema general de rezagados. Por último, en la séptima revolución Solar, los Señores de la Llama procuraron y consiguieron despertar el Espíritu Divino en aquéllos que, si bien habían fracasado en el Período de Saturno, se encontraban ahora en disposición para ello. Del mismo modo, despertaron este aspecto en la nueva oleada de vida Solar, en la que, sin embargo, se produjeron también, y no obstante, rezagados. Por tanto, es exclusivamente en función del propio esfuerzo, o bien por el contrario, por la inacción a que se somete por su parte, lo que hace que cada entidad evolucionante determine y establezca su status particular en relación con la propia oleada de vida de que formó parte en el principio, o inicio, de un Día de Manifestación. De esta suerte, si al dar comienzo al Período Lunar existían seis grupos de espíritus evolucionantes, ya eran ocho al comenzar el Terrestre, los cuales vamos enumerar y agrupar, haciendo hincapié a la vez en sus correspondientes vehículos. Así:

1º.- Avanzados de los Períodos de Saturno, Solar y Lunar, cuyos vehículos estaban formados por el Espíritu Divino, Espíritu de Vida, Espíritu Humano, cuerpo denso, cuerpo vital y cuerpo de deseos. Son las Razas Arias. 2º.- Son los rezagados del Período Lunar, y sus vehículos son el Espíritu Divino, Espíritu de Vida, cuerpo denso, cuerpo vital y cuerpo de deseos. Comprende a los mogoles, razas nativas africanas y otras razas semejantes. 3º.- Están aquí los rezagados del Período de Saturno y del Período Solar, con vehículos de Espíritu Divino y de Vida, cuerpo denso y vital. Corresponde los antropoides en general. 4º.- En ella se encuentran los precursores de la nueva oleada de vida Solar, que disponiendo de los mismos vehículos que la clase anterior, se corresponde con los animales. 5º.- La constituyen los rezagados de la nueva oleada de vida Solar, que disponen de Espíritu Divino y de cuerpo denso exclusivamente. Se identifica con los árboles en general y las plantas de hoja perenne. 6º.- En esta clase se ubican los adelantados de la nueva oleada de vida Lunar; tienen también Espíritu Divino y cuerpo denso, y se reflejan a través de flores y hierbas. 7º.- Rezagados de la nueva oleada de vida Lunar. Disponen sólo de cuerpo denso y se manifiestan como arenas, tierras blancas, etc. 8º.- Nueva oleada de vida del Período Terrestre, que, teniendo como el grupo anterior, exclusivamente cuerpo denso, constituyen las montañas, las rocas, etc.

Período Terrestre y sus cuatro primeras revoluciones:

Tal vez, una de las cosas que más llame la atención, sea el hecho de que la materia de que está formado nuestro cuerpo físico, y por tanto el mismo planeta, esté interpenetrada por otros mundos que, aún asumiendo expresamente la relatividad del término "denso" en esta materia, son memos "densos" que aquéllos acerca de los que no tenemos conciencia aunque continuamente los estemos traspasando o habitando. Se trata exclusivamente de un tema referente a tipos de densidad y su percepción por nosotros o no, y, naturalmente, el vehículo o vehículos interpenetrantes, sin roces ni choques conocidos en el mundo tridimensional, no proporcionan en nuestro caso aquél posible "darse cuenta" o consciencia por nuestra parte y en su caso en cuanto posibilidad.. De todos modos, el globo más cristalizado de los de este período se encuentra en el mundo físico, nuestra Tierra sólida, estando los seis restantes en la Región Etérica (2), en el Mundo del Deseo (2) y en la Región del Pensamiento Concreto los dos más elevados. Si de forma sucesiva, y de acuerdo con cada período, se había ido añadiendo un nuevo elemento (calor, aire, agua) ahora, en el terrestre, se añade el cuarto: la tierra. No obstante, sépase ya que durante el Período de Júpiter, el posterior al terrestre, será añadido uno nuevo de naturaleza espiritual, el cual, en cuanto que afectará a la cualidad del lenguaje, consistirá en que cada palabra emitida ha de llevar inmersa en sí la comprensión adecuada y no ninguna otra, a fin de que, de lo contrario a lo que ocurre en la actualidad, nada pueda inducir a equívocos respecto del concepto que se pretende trasmitir. En el período de que estamos tratando, en general los que eran minerales-vegetales (nótese que con ello nos estamos refiriendo a la forma, y no a la vida), habiendo avanzado decididamente se adentraron en el reino vegetal y conformaron la verdura de los campos; otros en cambio, habiendo retrocedido, pasaron a formar parte del reino mineral como tal. En cuanto a los vegetales-animales, muchos adelantaron hasta el reino animal y conservan aún la sangre incolora, otros, tal como la estrella de mar, conservan las cinco puntas correspondientes a los pétalos de una rosa de la que procede. Pues bien, al comienzo del período el triple espíritu se hallaba fuera, separado de sus vehículos, justo cuando se había alcanzado el punto en que debían unirse para continuar progresando. En ese entonces, cuando el cuerpo de deseos podía dividirse en dos partes, la superior pasaba a ser una especie de "señor dominador" de la parte inferior, algo semejante a un alma-animal a la que podía ser unido el espíritu por medio de la mente. En otro caso, es decir, cuando no podía producirse dicha división, la parte inferior se entregaba con frenesí a los deseos y pasiones más bajos, motivo por el que excluía toda unión con el espíritu a través de la mente. El grupo en estas últimas condiciones fue puesto bajo el gobierno de un espíritu-grupo, si bien su dirección venida ejercida desde fuera. Los miembros de tal grupo son los que han dado lugar a nuestros actuales antropoides. En cualquier caso, a medida que el cuerpo de deseos se dividía, entonces la forma, el cuerpo denso, iba levantándose y adquiriendo la posición de verticalidad, motivo por el que ya podía eludir de esta forma la influencia del Mundo del Deseo que actúa por medio de la horizontalidad de la columna vertebral. De este modo, el Ego, el espíritu individual podía entrar dentro del hombre, tomar posesión de sus vehículos y gobernarlos, al tiempo que le era dado poder construir tanto el cerebro para poder crear mediante el pensamiento, como una laringe vertical, mediante la cual poder expresar aquél al emitiendo la "palabra creadora". Si nos empeñamos en fijar con nitidez que la expresión del pensamiento a través de las palabras constituye el más elevado don de la humanidad, puesto que únicamente puede ser llevado a cabo por una entidad capaz de pensar y razonar a un tiempo, no nos será realmente difícil seguir y comprender los diferentes grados que han conducido sucesivamente a semejante desarrollo a lo largo de la evolución.

Revolución primera o saturnina

En cualquier período, la primera revolución es en la que se lleva a cabo la reconstrucción del cuerpo denso, y, como se ha acaba de decir, el cerebro fue la reconstrucción que le dio fin, al mismo tiempo que lo dotó de una eficiencia indescriptible, pues el cerebro es un portento de construcción divina para la asunción y funcionamiento perfecto de la mente. El primer impulso fue dado a fin de construir la parte frontal de aquel así como para llevar a cabo la división del incipiente sistema nervioso en voluntario y simpático, de los cuales sólo el voluntario fue adquirido en el Período Terrestre, pero por medio de él el cuerpo pasaría de ser un autómata dirigido desde el exterior, a ser un instrumento cualificadísimo y flexible al ser gobernado por el Ego desde dentro, desde el mismo interior. Los Señores de la Forma (Potestades) fueron quienes intervinieron principalmente, y ello ya en la correspondiente reconstrucción como en la nueva construcción habida. Nos encontramos, por tanto, en un período eminentemente auspiciado por y hacia la forma, dado que es aquí donde ésta se encuentra en su punto más hondo y culminante; aunque, por contra, y al ser el punto de arranque, es en el que el espíritu se halla más cohibido, más constreñido. Es por tanto el reino de los Señores de la Forma.

Segunda revolución o solar

En este revolución, la segunda, se reformó el cuerpo vital al objeto no sólo de que se pudiese ajustar a la mente germinal que ya poseía el hombre, sino también para que más adelante, en el Período de Júpiter, el cuerpo vital pudiese ser utilizado como cuerpo más denso, una vez espiritualizado y desaparecido, por innecesario en el ambiente de dicho período, el actual cuerpo físico. Para ello, se hizo que aquél fuese tomando una forma más homogénea a la que ya había adquirido el cuerpo denso, y ayudados por los Señores de la Forma, fueron los Ángeles los encargados de llevar a cabo dicha reforma. Hemos de afirmar sin embargo, frente a otras enseñanzas, dignas por supuesto de respeto, que el cuerpo vital sí es capaz de ser utilizado como vehículo independiente respecto al denso, si bien en el hombre ordinario esto resulta actualmente imposible, dado que la separación absoluta entre el cuerpo denso y vital provocaría sin duda la muerte. Desde los lejanísimos tiempos de la Lemuria y la Atlántida, en que el hombre era un clarividente involuntario, por la escasa unión existente entre los cuerpos denso y vital, ellos, posteriormente, se han unido y entrelazado fuertemente a excepción de en los llamados "sensitivos". Sin embargo – y a diferencia del médium, el cual, y a través del plexo solar u otros órganos conectados con el sistema involuntario, despierta las fuerzas de la clarividencia, motivo por el que se convierte en sujeto pasivo de ellas y, por tanto sin control alguno sobre las mismas – el clarividente voluntario trabaja por medio del sistema nervioso voluntario, lo que le llevará a convertirse en ocultista debidamente educado, con dominio y control tanto de sus cuerpos como de la visión en todo tiempo y condición. Hemos de recordar que, en el Período de Júpiter, el cuerpo vital será un cuerpo de extraordinaria flexibilidad y ductilidad, con un grado de eficiencia incomparablemente mayor al que en la actualidad tiene el cuerpo denso. De aquí que deba notarse la antelación con que, previendo el futuro, los guías de la humanidad dispusieron que comenzara la separación metódica de los vehículos de que en este momento tratamos: denso y vital. Nada en la Naturaleza acontece de forma súbita o espontánea.

Tercera revolución o Lunar

De manera similar al período que recapitula, una vez más se repitió aquella niebla ígnea tan característica de su atmósfera; hubo un centro en continua fusión, y existió la división del globo al objeto de que seres más avanzados pudieran continuar una evolución más alta entonces. Como sucediera en el Período Lunar, fue cuando se dotó al hombre del cuerpo de deseos, siendo ahora los Arcángeles quienes, cual especialista, y ayudados por los Señores de la Forma, se encargaron de llevar a efecto la reconstrucción oportuna. Y como la división del globo ocasionó, asimismo, la división del cuerpo de deseos en buena parte de la especie, los Señores de la Mente – la humanidad del Período de Saturno – procedieron a implantar en la parte superior del cuerpo de deseos el Yo individual, obra fundamental para que el hombre haya podido llegar a ser lo que es y continuar una evolución de alcance inimaginable. Hecho lo anterior, los Arcángeles prosiguieron no obstante su trabajo sobre la parte inferior del cuerpo de deseos, dotándolo de deseos de naturaleza puramente animal. Sería a lo largo del resto del Período Terrestre que se reconstruiría el último vehículo citado, a fin de que pudiera ser interpenetrado por el reciente germen mental de que el hombre disponía. La forma del cuerpo de deseos es por ahora de forma ovoidal y se encuentra muy inorganizado; teniendo como centro al cuerpo denso, dispone de un cierto número de centros sensoriales o vórtices que, encontrándose latentes en la mayoría de los hombres, han ido haciendo aparición sin embargo a lo largo de este período terrestre. En el hombre ordinario aquel ovoide semeja estar compuesto por innumerables líneas de fuerza bajo un movimiento continuo de imponderable rapidez. En él el reposo no existe. Si los centros sensoriales o vórtices fuesen despertados, en el clarividente involuntario girarían de derecha a izquierda, mientras que en el clarividente voluntario lo harían de izquierda a derecha, es decir, en el sentido de las agujas del reloj y con luminosidad esplendorosa. En todo caso, dichos vórtices son medios de visión o percepción en el Mundeo del Deseo, pero, si en el clarividente voluntario le permiten ver e investigar a voluntad en cualquier ocasión, en el involuntario no ocurre de la misma manera, pues debe limitarse a "ver" lo que discurre y acontece ante sí, sin ningún control ni dominio de la realidad; sus investigaciones no pueden alcanzar conocimientos adornados por la consistencia de la incuestionable veracidad. La distinción entre ellos no es fácil por lo común, por lo que, al efecto, nos permitimos alentar una regla de oro: el vidente voluntario nunca, jamás cobrará cantidad alguna por sus servicios ni empleará su facultad tampoco por motivos de curiosidad, dado que sólo ayudar a la humanidad será su objeto, nunca otro, y ello lo hará de forma callada, anónimamente. Del mismo modo, nadie que ostente competencia para "enseñar" el método apropiado para el desarrollo de la mencionada facultad cobrará tampoco nada ni en ningún caso; decaí que quien solicite dinero para impartir lecciones de desarrollo espiritual no tenga en realidad nada que ofrecer. Advertimos que las reglas expuestas entrañan absoluta fiabilidad al efecto.

Cuarta revolución:

El trabajo de recapitulación y reposo se aplica, dentro de cada revolución, a los diferentes globos, dado que los brazos de espirales se solapan continuamente dentro de otros brazos y así hasta el infinito. Por tanto, únicamente cuando la oleada de vida evolucionante hubo llegado al globo D de este período Terrestre en su cuarta revolución – en la cual correspondía comenzar el trabajo específico – y una vez transcurridas sus noches cósmicas y períodos de reposo respectivos entre Períodos revoluciones y globos, fue cuando verdaderamente aquel trabajo dio comienzo. Con todo, se inició en la cuarta época, la Atlante, puesto que el germen mental no se obtuvo hasta el último tercio de la misma. En calidad de nota aclaratoria, queremos señalar que en las recapitulaciones de lo que se trata no es de "volver" a redefinir situaciones habidas con anterioridad sin más, sino que siempre – pues que le evolución nunca se detiene – se tratará de situaciones que, si bien y ciertamente gozan de analogías, entrañarán siempre un nivel más alto de desarrollo que aquél al que efectivamente hacen alusión. Asimismo, y si la Noche Cósmica conlleva destrucción total de globos y mundos a base de una resolución compacta de forma y espíritu, por medio de la cual éste renueva fuerzas para proseguir con posterioridad el camino evolutivo, los reposos en cualquier caso son más cortos, no suponiendo en determinadas ocasiones aquella destrucción total. Así como el hombre se acuesta y se levanta día tras días, muere al cabo del tiempo, su cuerpo es destruido y vuelve a renacer, así, también el universo toma sus correspondientes reposos sin destrucciones a la vez que sus noches cósmicas con destrucción y resolución total.

Época Atlante

Tras haber efectuado más arriba anotaciones más o menos amplias acerca de las épocas Polar, Hiperbórea y Lemúrica, y una vez documentados en cierto modo en torno al modo y al porqué de la evolución a través de los distintos períodos con sus numerosísimas modificaciones, estimamos oportuno traer a colación esta época, la Atlante, la inmediatamente anterior a la actual, la Aria, y ello no sólo por cuanto hace a la cercanía evolutiva en sí, sino por cuanto de mítica haya podido ser considerada desde la antigüedad griega, una vez mencionado dicho continente por el iniciado y filósofo Platón. La desaparición de Lemuria estuvo ocasionada tanto por los cataclismos geológicos como por una actividad volcánica incesante; pero el continente que en su lugar surgió, la Atlántida, justo en el corazón que el Océano Atlántico ocupa, difería mucho, como no podía ser menos, de nuestro hábitat actual, radicando sus más importantes contrastes en la composición de su atmósfera y su agua. Que por qué su atmósfera se encontraba cargada de una pesada y densa niebla, es fácil de deducir si indicamos que desde el norte, procedentes del polo, llegaban incesantes témpanos de hielo, mientras que del sur planetario lo hacían ardientes corrientes, procedentes de la actividad desmesurada de los volcanes. Este choque o confrontación dio como resultado la atmósfera de ese tiempo, una atmósfera con desmesurada cantidad de agua en suspensión, en la que, por otra parte, el contenido de aire, en proporción, era mucho más alto que el que contiene hoy. En consecuencia, a través de atmósfera semejante, apenas si brillaba el sol, y si aparecía, lo hacía con una luz tenue y rodeada de un halo vaporoso como a veces vemos la luna o lo hacen las bombillas de nuestro mundo en los días de abundante niebla. Este motivo hacía que la visión en la distancia fuese muy corta y que las líneas de los objetos apareciesen verdaderamente atenuadas y borrosas. En este contexto, mejor que aquélla que obtenía del medio exterior, el hombre atlante sólo podía regirse de forma más certera a través de su visión interna. Por ende, y de manera análoga, el ahombre atlante también difería enormemente del hombre del día. Así, apenas disponía de frente, dado que su cerebro no había adquirido aún desarrollo frontal; por tanto, su cabeza huía hacia atrás desde la parte inmediatamente superior a los ojos. De otra parte, era un verdadero gigante, pues proporcionalmente sus brazos y piernas eran mucho más largos que su cuerpo, y se desplazaba de manera similar a como lo hacen los canguros, dando saltos. Las orejas de los atlantes se separaban ostensiblemente de la cabeza, sus ojos eran parpadeantes y diminutos, y su cabello, lacio y negro, describía una sección redonda y no oval, cual es la de las actuales razas arias. De este modo, y en las condiciones en que se producía en aquél entonces la evolución, los vehículos superiores del hombre no se hallaban en posición concéntrica respecto del cuerpo denso, por lo que el espíritu se encontraba parcialmente fuera, motivo por el que no podía dominarlo, tal cual podemos hoy. Por ejemplo, la cabeza perteneciente al cuerpo vital se mantenía más arriba que la correspondiente al cuerpo físico, por lo que aquel dominio devenía imposible, dado que para ello debe existir coincidencia y ajuste pleno en cierto punto superciliar entre ambos (asiento del Espíritu Divino) y que el hombre se torne consciente respecto del mundo físico que lo rodea. Debido a este motivo, nuestro hombre atlante gozaba de una visión – similar aún a laque tuvo el hombre lemur – más amplia en los mundos internos que en el externo, con el añadido de la atmósfera citada y aquella neblina que señalábamos con agua en suspensión. Del hombre atlante podríamos decir que era realmente un hombre del agua, sin que por ello viviese o viniese de ella. De esta suerte, y a medida que ambos puntos citados, el del cuerpo vital y el del cuerpo denso fueron acercándose, el hombre fue perdiendo el contacto y la conciencia de los mundos internos, los cuales se expresaban cada vez en él con mayor oscuridad, si bien, y en el mismo grado, los mundos externos iban adquiriendo más y más claridad. La aclaración final tuvo lugar en el último tercio de esta época: los puntos de referencia habían por fin coincidido. La trascendencia sería enorme: por primera vez aparecía el hombre plenamente consciente. Queremos reseñar que una de las particularidades de aquel incipiente y primer hombre atlante – cuando aún no era poseedor perfecto de una visión y percepción externa – consistió en que, si bien no veía completamente bien, sí "veía" en cambio el alma de sus oponentes con sus correspondientes atributos, capacidad que le permitía, tanto frente a sus coetáneos como respecto de los animales, tomar de manera oportuna posiciones de defensa, puesto que dentro de sí mismo podía detectar el modo en que debía reaccionar en cada uno de semejantes momentos en particular. De ahí que, una vez perdida semejante visión y facultad respecto de los mundos espirituales, el hombre atlante padeciera una gran añoranza, a la vez que una larga y honda tristeza. Fue el momento en que se le dio, tanto como medio para mitigar sus aspiraciones, como de instrumento para ponerse en contacto con su Dios, el Tabernáculo en el Desierto. Es, pues, el tiempo de los Semitas originales, quinta raza de esta época, germen de todas las posteriores y, aún presentes, razas arias.

Época Aria

No hay demasiado que decir respecto a ella, puesto que numerosísimas cosas hemos tenido oportunidad de conocerlas a través de medios historiográficos. Tal, por ejemplo, no es novedad alguna recalcar que Asia Central constituyó la patria original de las razas arias, puesto que allí se habían asentado los primeros semitas y de ellos descendieron todas ellas. Sin embargo, hagamos notar que habría de ser en esta época cuando el hombre conoció tanto el fuego como otras fuerzas, las cuales, siendo de origen divino, intencionadamente le fue ocultada la procedencia a fin de que, sin constreñimiento alguno, pudiera usarlo y usarlas sin coacción ni mediatización alguna de cara a su lucha por la supervivencia, el desenvolvimiento y el desarrollo. Al comienzo de la época, con la finalidad de que pudieran ocupar la función que desempeñaban los Mensajeros de Dios, es decir, las Señores de Mercurio, fue cuando los más avanzados humanos obtuvieron las más altas iniciaciones, por lo que ellos pasaron a constituir los únicos mediadores desde entonces entre el hombre y Dios. El anonimato y una vida normal y sencilla han constituido siempre notas singulares de estos Guías y Maestros de la humanidad. Finalizando la presente época, la Aria, hará acto de presencia pública el iniciado más elevado, a quien de forma voluntaria acogeremos como líder. Para ese final se dispondrá ya de un grupo muy especial, será aquél que dará inicio y lugar a la última raza, la cual tendrá su ser al comienzo de la Sexta Época. A partir de entonces, tanto las razas como las naciones cesarán de existir y la humanidad pasará a formar una Fraternidad Espiritual como la que, en muy distinto grado o nivel, tuvo lugar antes de concluir la Época de Lemuria. En calidad de Rey y Sacerdote a un tiempo, Cristo será el Gran Unificador de esta Sexta Época.

 

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