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Conservadores chilenos y su oposición a las reformas neoliberales de Pinochet

Enviado por JAVIER PINEDO


     

     

    El gobierno militar de Augusto Pinochet (1973-1990), en colaboración con un grupo de profesionales seguidores de la Escuela de Chicago, impuso sobre la base de un intento de modernización económica de Chile una serie de reformas económicas que intentaban desarrollar un modelo neoliberal.

    Las drásticas reformas dividieron al país entre aquellos que veían en ellas la posibilidad de alcanzar el tan deseado desarrollo económico y aquellos otros que las rechazaban por considerar que no se ajustaban a la realidad chilena. Para conocer la profundidad de estas reformas se debe mencionar el contexto histórico vivido en Chile y especialmente el gobierno anterior a los militares, el de la Unidad Popular de Salvador Allende.

    La Unidad Popular propuso de manera muy extensa, y como ningún país de América Latina, la creación de un proyecto de sociedad socialista dentro del sistema democrático burgués. En sólo tres años nacionalizó la banca, la minería del cobre, grandes y pequeñas empresas. Esta política de nacionalizaciones, ya sea por factores externos (boicot norteamericano, negativa influencia cubana, ausencia de ayuda soviética), o por múltiples errores internos, fracasó, condenando frente a la opinión pública el modelo del estatismo como un modo de salir de la pobreza y alcanzar el desarrollo.

    Este fracaso, que se tradujo en Chile y más tarde en otros países latinoamericanos en golpes militares, hizo que en el caso chileno, y de manera casi exclusiva en la región, surgiera por oposición al estatismo la necesidad de buscar soluciones diferentes, dentro de las cuales el neoliberalismo que los economistas de la Universidad Católica le ofrecieron a los militares aparecía como la más coherente. Así, del mismo modo en que la sociedad chilena conoció las formas más fuertes de estatismo en América latina – y no sólo en forma de políticas económicas, sino también en el surgimiento de un grupo de intelectuales que promovieron una concepción marxista de la sociedad, de sus contradicciones y soluciones para resolverlas – , esta misma sociedad conoció tempranamente un modelo que, invirtiendo el anterior, ponía el acento en la libre empresa y la acción individual más allá de la acción del Estado como una forma de salir de la pobreza y alcanzar el desarrollo.

    En muchos sentidos, el neoliberalismo, más que un modelo económico, fue la esperanza que necesitaban muchos chilenos para salir de la postración y de graves contradicciones históricas y sociales que habían vivido en los últimos años. Por esta razón, fue apoyado por amplios sectores sociales: empresarios, sectores altos, medios y populares, líderes sociales y, en términos intelectuales, por los representantes de una nueva derecha renovada y voluntariosa, convencida de que era la oportunidad para ganar un espacio político que limpiara su pasado tradicionalista y reaccionario, y que incluso le permitiría superar la imagen negativa que arrastraba por su apoyo a las violaciones a los derechos humanos. Una nueva derecha modernizadora, que se postula como renovada y que trata de capitalizar para sí el derrumbe de la Unidad Popular en un nivel local, y del socialismo europeo en un plano internacional. Una derecha que se presenta como visionaria e innovadora, y que vislumbra la oportunidad de afianzarse en la sociedad y superar las décadas de derrotas políticas, la falta de programa y de líderes. Una derecha con un discurso renovado, que se hace cargo de los avances tecnológicos, de la libertad económica, con vocación popular, y que cree poder construir, como el general Franco en España, un país económicamente desarrollado pero aislado del resto del mundo occidental, al que se desprecia. Un país que se enfrentó a las decisiones de Naciones Unidas, un país que intentó ser autosuficiente en cuestiones de armamentos, economía y moral.

    Entre los que se opusieron a estas medidas encontramos, en un comienzo, los sectores de centro e izquierda, los cuales se vieron incrementados, más tarde, por intelectuales que reclamaban en contra del neoliberalismo y la modernización desde diversas posturas, ya sea por razones políticas, culturales o religiosas. Pero existió también un rechazo de sectores católicos conservadores, quienes consideraban que el país no estaba preparado para asumir esas medidas neoliberales, que afectaban negativamente su desarrollo como Nación, como pueblo y como cultura.

    Este artículo intenta exponer los argumentos de este sector conservador. ¿Cuáles son sus parámetros ideológicos, qué identidad de país propusieron, en qué se diferenciaron de las reformas neoliberales, qué piensan del proyecto moderno? Son las preguntas con las que me aproximaré a ellos.

    Me detendré en la corriente conservadora que surge desde mediados de los años 80 y en la que se aglutina una serie de intelectuales que coinciden en oponerse a las nuevas reformas, por considerarlas negativas para el país. Herederos de la antigua derecha tradicional, de los grupos nacionalistas más radicales o sectores católicos ultramontanos, surge este grupo marcado por su oposición al neoliberalismo y la derecha renovada.

    Lo escueto de los argumentos se debe a que el trabajo se inserta en una investigación mayor: analizar las formas de pensamiento surgidas en Chile, en los últimos 30 años, en torno al tema modernidad-identidad, y en este amplio panorama utilizo como eje metodológico los conceptos de identidad y modernidad para saber quiénes se opusieron y quiénes aplaudieron la inserción del país en el proyecto moderno.

     

    El pensamiento conservador

    El pensamiento conservador tiene una larga tradición en Chile. Entre sus representantes en el presente siglo se menciona a Francisco A. Encina, Alberto Edwards, Jaime Eyzaguirre, Mario Góngora, Osvaldo Lira, Julio Retamal Favereau, Juan Antonio Widow, Fernando Silva Vargas, Arturo Fontaine Aldunate, Javier González Echenique y otros, como el historiador Gonzalo Vial, que, sin embargo, ha negado pertenecer a esta corriente.1

    Al establecer las coordenadas ideológicas del pensamiento conservador se ve que se estructura en torno a la tradición, el catolicismo, el nacionalismo, el orden social y su desprecio por lo contrario: el liberalismo, la democracia, el laicismo, el internacionalismo.2 Además, es notoria la admiración de los conservadores por figuras como Diego Portales, Manuel Montt, Antonio Varas, representativas de un sistema que aseguraba el 'orden social' señorial, por el sistema presidencial autoritario, por la 'aristocracia castellano-vasca' y la desconfianza en el sistema de partidos políticos, la sociedad de masas, el liberalismo, la modernidad. Todos ellos defienden una identidad nacional tradicional y esencialista y un 'ayer' aceptado como un 'siempre'.

    Este pensamiento propone una concepción de Chile como una entidad social y cultural insular y diferente dentro de América Latina, que debe preservarse de un Occidente al que se admira y del que se desconfía, porque representa nuestras raíces (hispánicas, europeas), pero que al mismo tiempo las subvierte con el racionalismo laico.

    Estas ideas conservadoras se mantuvieron durante todo el siglo XX en las obras de Francisco Antonio Encina y Alberto Edwards, y reflotaron con fuerza después de la intervención militar de Pinochet en 1973, que los conservadores apoyaron, y particularmente los fundamentos de la Declaración de Principios de la junta militar.3 Sin embargo, después del apoyo inicial, cuando el régimen militar avanzaba fuertemente en la aplicación del modelo neoliberal, aparecerá un grupo de pensadores que constituirá una oposición nacionalista-conservadora a la modernización económica iniciada por los economistas neoliberales.

    Surgen contradicciones dentro del gobierno militar entre nacionalistas, corporativistas, conservadores y neoliberales. Estos últimos finalmente vencen, imponiendo un sistema que, en palabras de uno de sus impulsores, José Piñera, se expresaba como un "nuevo Chile", a partir de las reformas que intentaban la modernización del país: "Se abrió la economía a la competencia internacional; se privatizaron la mayoría de las empresas estatales; se eliminaron los monopolios empresariales y sindicales; se flexibilizó el mercado de trabajo; se creó un sistema privado de pensiones y de salud; se abrieron sectores enteros como el transporte, la energía, las telecomunicaciones y la minería a la competencia y a la iniciativa privada".4 Los neoliberales intentaron fundar una nueva derecha que buscaba ponerse al día en cuestiones económicas y políticas, más allá de su apoyo a un gobierno dictatorial,5 convencidos de que se podía transformar a Chile en un país desarrollado y contagiarse con las ideas de cambio que caracterizaron la sensibilidad de los años 60. Una derecha, sin embargo, profundamente antidemocrática en lo político, como lo prueban sus acciones durante toda la dictadura y aún después de concluido el gobierno militar.

    Los conservadores que presentaremos a continuación, en cambio, miraron al gobierno militar de manera doble: por una parte, celebraron la concentración de poderes de Pinochet, su nacionalismo, el desprecio por la democracia; por otro lado, rechazaron la política económica, la no intervención del Estado en asuntos como educación y salud, criticaron la apertura internacional, el fomento de una sociedad de masas6 y otras consecuencias sociales y culturales del modelo neoliberal.

     

    La oposición conservadora a la modernización

    Entre los principales pensadores que hemos considerado, y advirtiendo que no todos coinciden en un programa común, incluimos por ahora a Mario Góngora, Pedro Morandé, Roberto Escobar, Julio Retamal Favereau. Dada la naturaleza del trabajo, sólo me limitaré a exponer sus ideas principales, tratando de ser fiel a sus propios argumentos.

     

    Mario Góngora y la oposición desde el estatismo

    El destacado historiador Mario Góngora (1915-1985) tuvo una compleja vida ideológica marcada por sus inicios conservadores, que más tarde negó acercándose a posiciones comunistas, de las que se decepcionó, volviendo al conservadurismo.7 En su juventud fue director (desde 1936) de la revista de la juventud conservadora, Lircay, en uno de cuyos ejemplares escribe: "…queremos una revolución espiritual real y el advenimiento de un régimen ideológico nuevo (…) La Falange llama a todos los chilenos para la gran tarea de rehacer material y moralmente a la Nación". Góngora se acercó, además, a las figuras de Oswald Spengler, A. Mohler y los llamados "revolucionarios conservadores", que buscaban una regeneración de Alemania y crear un nuevo orden social.8 En palabras de Cristián Gazmuri:

    Mario Góngora (quien luego de ser conservador, falangista y comunista, terminó integrista católico y lefebrista), un historiador profesional riguroso, erudito e inteligente como pocos, en una entrevista concedida a Simon Collier en el Hispanic American Historical Review, en 1983, reconoce que Spengler (cuyo prestigio intelectual está de baja en el presente) fue el filósofo de la historia que más influencia ejerció sobre él. Y en algunas de sus obras, particularmente en Ensayo sobre la noción de estado en Chile en los siglos XIX y XX, esto se nota. 9

    La presencia de Spengler en Góngora es muy clara y éste le dedicó un estudio en el que analiza su obra en detalle.10 Más aún, Góngora sostiene la existencia de un conservadurismo propiamente chileno, con una tradición y formas de pensamiento y de acción política (basadas en el 'régimen portaliano') diferentes del conservadurismo europeo y norteamericano. Más tarde, producido el golpe militar, Mario Góngora permaneció cerca de ese gobierno, pero manteniendo distancia respecto a la economía de libre mercado.

    Góngora publicó diversos libros considerados claves en el estudio de la Historia de las Ideas en Chile, y particularmente en temas de historiografía colonial, en los que, sin embargo, no se refleja su pensamiento político respecto al presente que vivía el país. Para conocer su pensamiento en este plano sugiero dos textos: el primero es un pequeño artículo, "Proposiciones sobre la problemática cultural en Chile", que publicó en la revista Atenea,11 en el que sostiene una posición idealista afirmando que la cultura (en individuos como en pueblos) vive del alma o "principio interior", el cual es más rico mientras más interior sea. Góngora estructura su pensamiento en torno a conceptos como cultura del alma, espíritu y la búsqueda de una identidad antimoderna con la que privilegia el espiritualismo. En una primera crítica al proyecto moderno en general y al neoliberalismo chileno en particular, Góngora señala que este principio interior se diferencia del sentido pragmático o económico dominado por el raciocinio y en el que el "alma" no está presente.

    Más adelante, como muchos otros de los neoconservadores que veremos, establece las diferencias de Chile con ese mundo moderno, debido, dice, a su constitución por raíces étnicas y culturales no modernas: a) la indígena, que para él no logró grandes realizaciones simbólicas en comparación con otras culturas del continente; y b) el mundo ibérico, igualmente pobre en lo simbólico pues, en su opinión, el español avecindado en Chile provenía de niveles populares-andaluces al margen de las realizaciones del Siglo de Oro. Es decir, para Góngora, nacimos de espaldas a la Modernidad.

    Por lo anterior, continúa, el criollo chileno no cono-ció el Renacimiento ni la Reforma religiosa luterana, el capitalismo, ni las cortes barrocas, es decir, la Modernidad, produciendo, en cambio, el caciquismo, el sentimiento guerrero, el casticismo y el clericalismo como partes constitutivas de su ser nacional. La misma ausencia de cultura moderna la observa en el Chile republicano del siglo XIX, aunque oculta bajo el lenguaje de una Ilustración y un liberalismo puramente epidérmico, que no afectó la profunda identidad del país. Y aunque sí surgieron algunas persona-lidades como Andrés Bello, José Victorino Lastarria, Valentín Letelier y otros, no lograron, para él, la creación suficiente de obras del espíritu, es decir: cultura. En el siglo actual, Góngora cree que Chile recién ha logrado una "verdadera cultura espiritual", especialmente a través de la poesía, en las obras de Gabriela Mistral, Vicente Huidobro y Pablo Neruda; pero mientras este grupo culto ha podido insertar a Chile en las realizaciones culturales, la otra parte del país (el sector popular) continúa al margen de la cultura, en "su curso intemporal".

    En este pequeño texto están algunas de las claves ideológicas que utilizará para analizar el desarrollo histórico del país y el presente sometido a la acción de los neoliberales. Fundamentalmente, una imagen negativa del país, tanto a través de la historia como por la crisis vivida por Chile desde los años 70 y que se traducía en la imagen de un país que no lograba encontrar un camino político y económico propio.

    En 1981 Mario Góngora publicó el libro en el que dio a conocer definitivamente su posición crítica: Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX.12 Este texto constituye el caso más claro de oposición al proyecto neoliberal, por considerar que evitaba la participación del Estado en el desarrollo nacional, y realiza una crítica ultra-conservadora al régimen de Pinochet, por parecerle grave la disminución del Estado durante el gobierno militar. Para Góngora, Chile primero fue un Estado antes que una Nación, o fue desde el Estado que se constituyó la Nación.

    Sus críticas se dirigen a una excesiva economización de la sociedad, lo que complota contra el ser nacional. Góngora compara "los ideales tradicionalistas y nacionalistas de la primera hora", de la Declaración de Principios de la junta militar, con la aplicación posterior -sostiene – de un modelo ajeno a la realidad chilena: "El neoliberalismo no es, efectivamente, un fruto propio de nuestra sociedad, como en Inglaterra, Holanda o los Estados Unidos, sino una 'revolución desde arriba', paradójicamente antiestatal, en una Nación formada por el Estado".13 En este sentido, coincido con la opinión de Sol Serrano:

    Por ello, para autores como Jaime Eyzaguirre, Mario Góngora o Gonzalo Vial, la crisis no está en la Independencia, sino en el fin del estado portaliano pelucón, pues es allí donde el estado pierde su carácter 'unitario' – es decir católico y autoritario – y la sociedad se 'divide' – es decir, se hace plural. De allí en adelante, la crisis es manifiesta con la democracia liberal y luego con la sociedad de masas y el marxismo. No hay conciliación posible con la cultura secular. 14

    Aquí conservadurismo se asocia con estatismo, identidad nacional, tradición, espíritu y, sobre todo, desconfianza de la Modernidad y la Ilustración. Este último punto es particularmente interesante y podemos asegurar que Mario Góngora rechazó no sólo la modernización neoliberal, sino el proyecto ilustrado en su conjunto, tanto en su versión socialista y liberal, consideradas como filosofías ajenas a la identidad del país: "La política gira entre opciones marxistas a opciones neoliberales, entre las cuales existe en el fondo 'la coincidencia de los opuestos', ya que ambas proceden de una misma raíz, el pensamiento revolucionario del siglo XVIII y de los comienzos del siglo XIX". Góngora coincidirá con otros exponentes de la corriente identitaria conservadora al rechazar este universalismo moderno. Para Góngora, como antes para Francisco A. Encina y la mayoría de los conservadores, Chile, debido a las características de su historia, no contaba con un ambiente que permitiera una llegada natural de la Modernidad: no había tenido una burguesía industrial y mercantil durante el siglo XIX, y su lugar lo había ocupado la antigua aristocracia señorial. El país había estado marcado por un prolongado ambiente militar, así como ciertas incapacidades culturales que permitieran la apertura y la tolerancia, además de otros argumentos, según los cuales el país aparecía como refractario a la Modernidad.

    Góngora, influido por los autores contrarios a la Revolución Francesa, o desilusionados de ella (de Maistre, Burke, Burckhardt), se transforma él mismo en un desilusionado, pero no frente a un gobierno revolucionario sino justamente uno contrarrevolucionario, como el de Pinochet. O mejor, Góngora se opone a la "revolución capitalista"15 que intenta el gobierno militar desde una posición espiritualista-estatista.

    Si en un comienzo Góngora aplaudió el sistema dictatorial del gobierno de Pinochet, poco más tarde se fue separando de la economía abierta, considerando que la "eliminación del proteccionismo debilita considerablemente el papel del Estado productivo, que también ha sido una aspiración secular del nacionalismo",16 por lo que terminó oponiéndose a la economía neoliberal que defendía la dictadura.

    Mario Góngora defiende la importancia del Estado en la formación de la nacionalidad chilena, y la disminución de éste en el gobierno de los militares le parece más que preocupante.17 Una de sus críticas más claras se refiere al abandono de la educación universitaria por parte del gobierno militar. Lo que le molesta particularmente es que la economía de mercado promueve la aparición de la sociedad de masas, los procesos técnicos y la pérdida, citando a Jasper, del "ser-sí-mismo del hombre", y de una democracia que gira en torno al marketing. Todo lo cual lo lleva a expresar una percepción negativa de la época presente. Y para destacar la crisis que vivía el país, Góngora agregó en su libro el texto "Balance patriótico", publicado por Vicente Huidobro en 1925, que aunque no corresponde a un pensamiento conservador, daba cuenta de su propio malestar "espiritual".

     

    Pedro Morandé y la oposición a la modernización desde la identidad católica

    Una perspectiva similar, pero con variantes de carácter religioso, presentan las tesis de Pedro Morandé, quien desde un punto de vista cultural y religioso profundamente crítico del proyecto neoliberal, señala que Chile y América Latina no tuvieron Ilustración, reforma religiosa, pensamiento racional, laicismo, ni desarrollo científico, por lo que no se podían poner en práctica, sino por la fuerza, las reformas económicas que intentaba Pinochet.

    El descubrimiento de América es, para Morandé, el hecho que justamente da inicio a la Modernidad. Pero si somos modernos, lo somos de una manera opuesta a la luterana, centroeuropea. Morandé observa en América un modelo paralelo de Modernidad, marcado por el Barroco, el pensamiento de Suárez y Vitoria y fundamentalmente por un cristianismo latinoamericano de carácter contrarreformista.18 Al igual que Góngora, Morandé critica a la Ilustración como un modelo estrechamente racional en comparación con la amplitud espiritual del mestizaje, que ha sobrevivido más allá de los débiles momentos de predominio del Iluminismo racionalista.

    Lo anterior confirma la incompatibilidad del proyecto moderno con un ethos popular, barroco, cristiano y mestizo de América Latina. Morandé rechaza cualquier universalismo, por lo que exige a la sociología – su disciplina – que considere la "situación" latinoamericana, que se expresa a través de su literatura y su particular cultura identitaria.

    El texto de Morandé – Cultura y modernización en América latina – es de 1983, época de fuerte imposición del modelo neoliberal, al que ataca apoyándose en una recuperación de la religiosidad popular, particularmente del marianismo latinoamericano y del modelo social de la hacienda,19 ambos opuestos a la modernización, al desarrollismo y a la Ilustración. Una identidad refractaria al capitalismo.

    El verdadero pago al trabajo fue durante todo el período colonial, y aún más allá de él, la participación en la fiesta. Era éste un medio, además, para evangelizar a la población (…) Hasta el día de hoy, allí donde se conservan las fiestas de religiosidad popular, ellas constituyen el punto de referencia que da sentido a toda la actividad anual. (…) A su vez, la fiesta explica también por qué América Latina nunca se ha orientado a la inversión y el ahorro. Le faltaba para ello la teología y filosofía correspondiente.20

    Una postura con la que critica, una vez más, tanto las posiciones marxistas como neoliberales, por corresponder ambas, dice, a un pensamiento burgués, no popular, no católico, no latinoamericano. Se prefiere un 'ayer' que se transforma en un 'siempre'.

    Morandé se acerca a las posiciones conservadoras en la crítica al presente y en su predilección por la tradición y el pasado, en definir una identidad de manera esencialista, en no reconocer los elementos inmigratorios recientes que han afectado a la sociedad chilena y, sobre todo, en la presentación del modelo de la hacienda como paradigma y sello de la cultura y la política latinoamericanas con huellas desde el siglo XVII hasta el presente. Las tesis de Morandé no eran nuevas cuando publicó su libro a comienzos de los años 80, pero adquirieron un renovado ímpetu al haber creído que se establecían los rasgos definitivos de una singular identidad nacional opuesta a la modernidad.

    Sin embargo, aunque tenemos dificultades para incorporar a Pedro Morandé como nacionalista y aún como conservador, pues no calza con todo ese programa, nos permite mostrar la amplitud de la oposición a las reformas económicas neoliberales. Morandé no denuncia para intentar un cambio social. Simplemente define una identidad cultural chilena en oposición a la Modernidad.

     

    Roberto Escobar y la incapacidad cultural ante la modernización

    Probablemente Roberto Escobar21 no acepte su incorporación en el conservadurismo, aunque sí en las corrientes nacionalistas. Si lo incluimos aquí, es por la semejanza con las tesis indicadas previamente, especialmente cuando señala la incapacidad del habitante del país para adaptarse a los modos de vida de un liberalismo que considera "impuesto" por los economistas de Chicago, y que para él empequeñecía el alma del pueblo, poniendo en peligro los valores nacionales.

    Encontramos en su trabajo una preocupación por la identidad nacional, aunque de modo muy distinto a otros textos de los años 60, 70 y 80: no elogia la identidad popular, a partir de su incompatibilidad con el proyecto neoliberal, proyecto que por lo demás menosprecia. Es decir, un pensamiento que critica una economía (no una política) y un país en el que se aplica ese proyecto.

    Escobar describe un país constituido por una identidad profundamente antimoderna, basada en una concepción "atemporal" de la historia y "fragmentada" del espa-cio, opuesta a la del europeo moderno. Una psicología especial marcada por el aislamiento, la soledad, el ocultamiento y el uso de un lenguaje paratáctico (parataxis: una expresión no sintáctica en su significación lingüística) que utiliza el chileno. Tales afirmaciones no se sustentan en ninguna comprobación histórica, sino que se mantienen en el nivel del ensayo. Escobar entrega una serie de argumentos con los que intenta mostrar la incapacidad del chileno para asumir el proyecto modernizador, y por tanto el fracaso de éste en el mediano plazo en Chile.

    Tal vez lo más interesante de su análisis es que tempranamente incorpora los conceptos de "femenino" y "masculino" como categorías para definir el mundo chileno y latinoamericano, y a partir de las cuales determina su carácter no moderno. Así, por ejemplo, y de nuevo desde una posición puramente ensayística, define el gobierno de Carlos V como "patriarcal" y el de los Borbones como "matriarcal", llegando a dividir la historia del país en dos grandes sectores: "el grupo liberal" (masculino) y el "conservador" (femenino). El primero lo asocia con la figura del "padre", corresponde a figuras histórico-políticas que el autor define con rasgos de "agresividad". Sus mejores representantes son para él los líderes de la Independencia, los gobernantes de los quinquenios, Balmaceda, etc.

    El sector conservador, en cambio, lo asocia con la "noche", lo femenino y la estabilidad, pues la mujer en Chile representa el "buen sentido". Menciona como representantes a los gobiernos conservadores de los decenios, al sistema parlamentario, al general Ibáñez. Es al elemento femenino al que se debe la cohesión de la sociedad chilena: "una presencia real pero suave de la mujer en la vida del hombre chileno", tanto en la educación, en el hogar, como en la políti-ca, en oposición a lo masculino disociador.

    Por lo anterior, resulta evidente su apoyo al gobierno de Pinochet, considerado como protector, nacionalista, tradicional, aunque reprochándole el haber fomentado la sociedad de masas y el sistema de libre mercado. Por otro lado, señala que esta identidad (infantil) del chileno tiene su origen tanto en su lado aborigen como en la herencia medieval española, época, en su opinión, muy presente en la cultura chilena. Esta simbiosis, que se amalgamó sin dificultades y sólo se vio interrumpida en el siglo XIX con la imposición de formas culturales traídas de Francia e Italia, ha quedado, sin embargo, en el arte chileno impregnado para siempre del sello paratáctico.

    Un rasgo relacionado directamente con el fracaso del liberalismo es la incapacidad del chileno para captar las interpretaciones históricas, el escaso aporte científico e intelectual, el menor desarrollo de la "psi-cología económica" y, por último, las dificultades para diferenciar las causas verdaderas de lo que se supone intuitivamente. Escobar cierra así el círculo de su imagen de Chile como un país no evolucionado en su inteligencia, cultura, economía y política. Es decir, una identidad acorde con la establecida por los autores precedentes, por lo que su incompatilidad con el neoliberalismo es total.

    Frente a este diagnóstico, era inevitable ofrecer soluciones políticas, y aunque Roberto Escobar no trata directamente el tema, al plantear su admiración por Diego Portales, sus alabanzas a Francisco Antonio Encina y la búsqueda para Chile de un lugar de liderazgo en el continente americano, es posible identificar su pensamiento con algunos de los conservadores de la "Generación del Centenario"22 que establecieron sus diagnósticos hacia 1910. Escobar postula un nacionalismo desde el que rechaza tanto un sistema económico de tipo socialista como de tipo liberal. Señala que el sistema de libre mercado en los últimos años (el libro es de 1981) ha traído estabilidad económica, pero espera que el modelo no sea "impuesto" sino "adaptado", respetando los modelos culturales y los hábitos del país. Citando a Weber, advierte que el capitalismo conlleva una ética protestante completamente opuesta a la filosofía "subsoleana" chilena.

    Escobar tiene, sin embargo, sus diferencias con respecto a los autores anteriores. Rechaza el nivel señorial, hacendal, así como los rígidos esquemas religiosos; desmitifica al "huaso" y en general al Valle Central como símbolo [utópico] del país. Escobar asocia el trabajo agrí-cola con el [despreciable] patriarcado y valoriza como positivos – dada su constitución subsoleana – "la minería" y el "comercio", prototipos del matriarcado. No adopta ni el indigenismo ni el hispanismo, aunque sí la constitución mestiza del chileno, pero un mestizaje que, aunque singularizador de una identidad, no calza con el liberalismo pleno y para el que se postula un proyecto alternativo: humanista, no moderno, espiritual, con lo cual vuelve a aproximarse a los conservadores mencionados.

    Los argumentos de Roberto Escobar pueden ser fácilmente cuestionables, y nada nos puede asegurar que sus postulados patriarcales/matriarcales, liberales/conservadores, tengan alguna realidad histórica. A pesar de esto, y como en los casos anteriores, lo que me interesa señalar es la existencia de un pensamiento, o de una mentalidad, que adhirió al gobierno militar pero rechazó su sistema económico desde el nacionalismo conservador.

     

    Julio Retamal Favereau y la oposición "moral" a la modernización

    Por último, veremos el caso del historiador Julio Retamal Favereau, quien publicó Y después de Occidente ¿qué?,23 en el que confirma los postulados anteriores. Retamal establece su posición desde el inicio de su libro. En los "Agradecimientos", por ejemplo, menciona a connotados conservadores: Mario Góngora, Juan Antonio Widow y Osvaldo Lira. En los epígrafes que introducen el texto establece una relación entre una verdad revelada, cristiana, tomista, única y la opinión del Premio Nobel de física, Max Born, para quien, contrariamente, la creencia de que sólo hay una verdad, y que uno puede estar en posesión de ella, constituye la "raíz de todo lo que es maligno en el mundo". Retamal, contra toda la lógica de la Modernidad, señala obviamente su preferencia por la posición opuesta a la de Max Born.

    Julio Retamal señala su rechazo al siglo XX, que califica de "desquiciado", así como a las filosofías en que se ha expresado (existencialismo, marxismo, freudianismo). En el mundo actual, para él, domina la "confusión", lo que provoca "angustia" en el autor. El presente es descrito como una visión "apocalíptica de un fin de milenio más pavoroso que el de nuestros antepasados de hace diez siglos". Y luego la tesis central, en la que insiste en su visión pesimista:

    Occidente ha perdido el consenso interno que lo mantenía cohesionado y le daba sentido, a lo largo de un proceso de desintegración de la Verdad (…) Reina la confusión más absoluta en el plano de los principios y propósitos; Occidente no sabe dónde ir porque ha olvidado de dónde viene. Las ideologías más absurdas se disputan la primacía y, por eso, por todas partes se alzan los signos fatídicos de la destrucción, el odio, la lucha de clases, el terrorismo y la muerte. Cuando no son los del indiferentismo, el cinismo, el hedonismo o la apatía.

    Es evidente que Julio Retamal ofrece una visión parcial de Occidente, entendido sólo como una cultura católica, negando la capacidad crítica de éste y la existencia de una mentalidad laica, que han caracterizado los momentos más altos de una cultura muy crítica consigo misma.

    Sin embargo, y en oposición a los autores mencionados anteriormente, Retamal no propone una identidad chilena particular, sino que establece una estrecha relación de Chile con Occidente – "la cultura más fecunda que ha conocido el hombre" – , la que, sin embargo, tiende hoy a la autodestrucción. Luego menciona a los causantes de esta crisis: "Hay quienes, siendo hijos desnaturalizados de Occidente, no desean más que su hundimiento final, para dar paso a quimeras socializantes y materialistas, o a tecnocracias agnósticas y relativistas".

    Hay aquí un desprecio por el mundo moderno causante de la crisis de la sociedad tradicional, a través de la revolución política, económica y cultural que inició el mundo burgués. Desprecio por el mundo surgido de la Revolución Francesa, por lo que se opone al liberalismo, a toda idea de progreso, de avances materiales y científicos y, en definitiva, una oposición a la racionalidad cartesiana que es, en última instancia, lo que se cuestiona. Como en los anteriores, un claro desprecio por la técnica, la sociedad de masas, la Modernidad, frente a todo lo cual Retamal adopta un postura redentora: "Para mí, a través de este libro, la decisión es clara. Tratar de salvar a Occidente, con su Verdad, sus valores, su cultura y su modo de vida, es un deber y una obligación".

    No es mi intención descalificar una posición que no comparto, sino exponer los ejes de este pensamiento conservador, desde el cual Retamal rechaza el mestizaje y la fusión de culturas ("…la solución del sincretismo espiritual o cultural es barata e improductiva"); es decir, cualquier otra forma de vida diferente a la occidental, como por ejemplo las sociedades mestizas latinoamericanas. Sin pudor alguno, señala: "Por haber llegado a la íntima convicción de que los sincretismos culturales son falaces y las civilizaciones híbridas, infecundas, no queda otra solución que defender la integridad de mi cultura hasta donde pueda…y más allá si fuera necesario".

    Rechaza, además, las nuevas sociedades de masas desde la visión de las elites: "La desaparición o destrucción de las elites acarrea siempre la de la cultura toda". Pero aún muestra su preferencia – por razones espirituales – por la Edad Media antes que por la Ilustración racionalista, y la contradictoria pretensión, a pesar de lo anterior, de que Chile pertenece completamente al mundo occidental en tanto cultura, y al universalismo en tanto religión.

    Estamos frente a una actitud de militancia activa que le impide a Retamal desaparecer como individuo perteneciente a una cultura y una sociedad: "Debo pasar una antorcha que parece extinguirse, para aliviar mi conciencia y desechar el fatalismo y la decadencia". El autor no pretende escribir un libro más sobre historia universal, sino que intenta la defensa de la cultura occidental desde una imagen mitificada y redentora: "Poco importa si tengo éxito; mi conciencia y mi formación, mis antepasados y mis contemporáneos me lo exigen". Retamal intenta una nueva cruzada: desde la periferia chilena, salvar al Occidente cristiano, lo que no deja de ser curioso. Como he dicho, sus contactos con el pensamiento conservador son evidentes, y particularmente con el de Spengler. "En cuanto a mis inspiradores, confieso que fue Oswald Spengler quien primero me alertó. Su concepción de una historia cíclica, sin progreso indefinido, calza mejor en las circunstancias actuales que las viejas hipótesis del avance incontenible del hombre". Y, por otro lado, menciona a "los historiadores y filósofos cristianos de corte tradicionalista". Por si quedaran dudas acerca de su posición dentro de la Iglesia, lo señala explícitamente: "…la creciente crisis interna de la Iglesia Católica, antigua y venerable Mater et Magistra de Occidente, a partir del Concilio Vaticano II. Al ver cómo sectores claves de este faro, esta roca, esta fuente de la Verdad vacilaban en su identidad y se sumergían en complejos de culpa, diálogos con el error o aggiornamentos injustificados".

    La misma división del libro en capítulos denominados: "Época de la unidad de la verdad", "Época de la diversidad de la verdad", "Época de la imposibilidad de la verdad" y "Época de la verdad indeseable", dan muestra de un acontecer histórico, de un momento de glorificación (el pasado) a uno de degradación (el presente). En esta mirada, los más altos logros de la Modernidad – la industrialización, el reconocimiento del trabajo científico, el racionalismo, la democracia – son vistos como una "crisis". Kant, Marx, Darwin, Nietzsche, Kierkegaard son señalados como caminos erróneos en la definición de una "Verdad" que Retamal expresa con mayúscula.24

    En conclusión, se puede decir que el aporte de Retamal Favereau a una visión del país consiste en su intento por incorporarlo plenamente a la tradición occidental, en su versión católica tradicional y premoderna. Por ser un texto de historia universal, por lo demás de gran erudición, no se le debe exigir mayores reflexiones sobre el papel específico de Chile en ese contexto, ni tampoco sobre una particular política de Estado, que sin embargo aparece explícita en los términos expresados.

    Las críticas de Retamal, como es habitual en el pensamiento que hemos reseñado, apuntan de igual modo a socialistas y liberales, manteniendo siempre como último refugio el de la elite occidental cristiana. Sus críticas son amplias y afectan al conjunto de posiciones políticas: "La ideologización de la izquierda contagió también a los demás grupos y es así como ha surgido, últimamente, una 'derecha' igualmente ideologizada. Ella puede asumir diversas formas: conservadora, liberal, moderada, de tendencia centrista, etc. Pero no es más que una contra-réplica de la izquierda, en cuanto también ha renunciado para siempre a la Verdad y su búsqueda". Las menciones concretas a Chile se refieren a sus críticas a la ideologización de los años 60 y 70,25 y algunos comentarios concretos al gobierno de la Unidad Popular, que describe como "degenerado en ilegalidad completa".

    En este contexto, sus reparos al proyecto liberal son notorios: "No hay Verdad Absoluta, dice la derecha liberal, y no conviene que la haya, para mantener la completa libertad del individuo, sin sometimiento a ningún patrón o modelo fijo, y para permitir el libre vuelo de la imaginación y la creatividad". Por momentos, las críticas a la política económica de los militares son muy agudas y concretas: " (…) la derecha ha ido dejando de defender intereses. Por eso también ha adoptado las tácticas de la izquierda para tratar de imponer sus convicciones a la sociedad (…) Como muestra, un ejemplo: somos testigos en este momento del creciente influjo de las teorías de la llamada 'Economía Social de Mercado', surgida de los magines de Von Hayek y Milton Friedman, dos premios Nobel de economía. Diversos países de Occidente, entre los cuales Chile figura en primera fila, aplican esta teoría y desmontan el aparataje estatal que siglos de regalismo, de absolutismo y de socialismo habían montado. En un verdadero desenfreno economicista, métodos, objetivos e instituciones son pasados por el cedazo de la teoría y remodelados para entrar en acuerdo con ella".

    Una crítica a toda política que postule la economía por sobre el espíritu de manera similar a Góngora, Morandé y los demás autores analizados: "Los argumentos políticos, sociales, científicos y hasta culturales son aplanados por este economicismo copiado de la izquierda socialista y transformado en medida de todas las cosas. Mas, tras las teorías en cuestión no existe atisbo alguno ni deseo alguno de alcanzar la Verdad trascendente".

    Retamal Favereau muestra un escepticismo que no estaba presente en el programa del gobierno militar, que utilizó algunas externalidades del diagnóstico conservador, pero reservándose para sí la confianza en el proyecto modernizador; en cambio, no cree en absoluto en el futuro: "Es posible que la corrupción mental y la decadencia moral sean tan fuertes que no haya posibilidad ya de recuperación para la Cultura Occidental". La única esperanza que manifiesta es en una recuperación espiritual, consolidada en torno a la Iglesia, para desde allí volver a la Verdad revelada. Una actitud sacrificial que, por lo demás, iba muy bien con el espíritu de la época: "En cuanto a mí, no puedo sino ser consecuente con lo que aquí he expresado: mi estandarte flameará sobre la última línea de defensa del espíritu occidental, o se hundirá con él, si es necesario".

     

    Conclusiones

    He intentado identificar la existencia de un pensamiento conservador, cuyo programa se basa en la desconfianza del proceso neoliberal que se impuso en Chile y que propone una identidad nacional de la que señalan rasgos positivos o negativos, pero siempre ajenos a la Modernidad. Estos autores se igualan en ofrecer una visión de los tiempos presentes como catastróficos.

    En un estudio más extenso se deben considerar los trabajos de Bernardino Bravo Lira26 que se refieren a la crisis y decadencia del Estado liberal en Chile. De igual manera, los textos de Jaime Eyzaguirre, Jaime Antúnez Aldunate,27 los de Armando Roa,28 y Juan Antonio Widow,29 uno de los casos más extremos al expresar sus preferencias por el orden, la autoridad y la espiritualidad, en contra de todo pluralismo y democracia en cualquiera de sus formas: liberal, socialista o cristiana.

    El pensamiento conservador no tuvo representación política, aunque es posible que sus argumentos hayan hecho algún efecto en los militares,30 incorporando algunos de sus argumentos – desprecio por la democracia, visión decadente de Occidente, desconfianza del proyecto moderno – como una manera de no perder el aura nacionalista, aunque fuera más fuerte la fascinación por las recetas neoliberales que les ofrecían la posibilidad de pasar a la historia como el gobierno que había logrado hacer de Chile un país desarrollado.

    Pinochet no estuvo totalmente ajeno a las posturas conservadoras (despreciando la política,31 negando la Ilustración y la Modernidad), entendidas como el programa de la emancipación del individuo. En este contexto, se logró hacer un frente común en el que estuvieron conservadores, nacionalistas, y aún neoliberales, que aceptaron sólo la tecnología y el libre mercado por sobre las otras características de la Modernidad. Es decir, una modernización a todas luces parcial; crear un mundo económicamente desarrollado, desconociendo las consecuencias sociales y culturales de la Modernidad.

    Con tal trasfondo, la Modernidad no tuvo defensores. Y a las antiguas dicotomías del siglo XIX – civilización/barbarie, liberalismo/conservadurismo, laicismo/catolicismo – los conservadores agregaron dos nuevas: tradición/Modernidad, proyecto hispano/mundo sajón, en las cuales expresaban la desconfianza por el proyecto moderno, considerado como ajeno a la realidad cultural y política nacional.

    A su vez, los conservadores criticaron a Pinochet por la aplicación de las reformas económicas, la disminución del Estado y de los gremios, la economización de la sociedad. Pero también lo apoyaron en otras: la imposición del orden social, el nacionalismo, la oposición al marxismo, la conducción autoritaria de la Nación. Aunque existe entre ellos una oposición radical frente al neoliberalismo, estos conservadores no actuaron como bloque. El historiador Gonzalo Vial, por ejemplo, apoyó el proyecto y estuvo dispuesto a ser ministro de educación de Pinochet.

    Este pensamiento conservador tuvo la oportunidad de expresar con fuerza su oposición a la Modernidad, aunque los conservadores no tenían al frente un gobierno con un proyecto moderno completo, sino uno que se afirmaba solamente en el desarrollo económico. La paradoja es doble: por una parte, es la negación de la Modernidad, según se expresa en un mundo ajeno al propio (Europa) y al que se critica desde un nacionalismo basado en una identidad (premoderna) a la que finalmente se desacredita. De alguna manera, así como en los años 70 todos estuvieron contra la democracia, en los 80 muy pocos (en términos intelectuales) estuvieron a favor de la Modernidad.

    Con excepción de Pedro Morandé, quien sí asume una identidad, los demás postulan un nacionalismo imaginario, sin base social real en la que apoyarse. Un extraño nacionalismo basado en una imagen negativa del país, ya sea porque, recurriendo a la fórmula de Encina, el país vive en una "infancia mental", o por su atraso cultural, su permanencia "intemporal" ante la historia, su sicología paratáctica. Así, en la dialéctica Modernidad-identidad, muchos conservadores estuvieron a favor de la identidad, sobre todo por temor a la Modernidad, postulando un débil "ayer" que dará origen a un "siempre" que sólo podrá mantenerse por la fuerza de la dictadura.

    Para concluir, debo señalar que estas dos posturas continuarán, de alguna manera después de Pinochet. El neoliberalismo será retomado por los gobiernos de la Concertación de Partidos por la Democracia (en el gobierno desde 1990), que lo ha mantenido en áreas claves: previsión social, universidades privadas, sistemas de salud, etc. Aunque aumentando la base social con una política tolerante y otorgando cada vez más amplios espacios a la democracia. Es decir, incorporando tibiamente la otra cara de la Modernidad, la civil, que Pinochet tanto se esforzó por negar.

    Por otro lado, aunque el pensamiento conservador durante el gobierno de los militares fracasó en lo económico y no logró detener las reformas neoliberales, su posición se ha reactualizado en la derecha actual en lo político, y sobre todo ha sabido instalarse en el mundo cultural, influyendo en la ciudadanía desde la prensa, la Iglesia, y ciertas corrientes de opinión, más allá de Pinochet. Lo que explica que aún hoy la sociedad chilena se plantee tímidamente frente a ciertos cambios necesarios: ley de divorcio, sistemas de educación sexual escolar, disminución de la presencia de las Fuerzas Armadas en política, apertura cultural internacional, cambios en la Constitución política, etc. Aspectos heredados de Pinochet como pruebas fehacientes de su desconfianza de la Modernidad y la sociedad civil.

     

    NOTAS

    Este trabajo forma parte del proyecto: "Chile a fines del siglo XX. Ensayística, identidad, Modernidad", financiado por Fondecyt, Nº 1990944. Una versión abreviada fue leída en el IX congreso de la FIEALC, celebrado en Tel Aviv entre el 12 y el 15.4.1999.

    1. Vial aún ha negado la imposibilidad de definir esa postura. Ver, Gonzalo Vial, "Alrededor de los sucesos de 1973", en Dimensión histórica de Chile, Santiago, Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación, Número 3, 1986. Sin embargo, muchos de los rasgos con que Vial ha definido a Chile (ausencia de una burguesía industrial, aspectos raciales y sicológicos marcados por la premodernidad, predominio del espíritu militar por sobre el civil, incapacidad política durante el parlamentarismo) coinciden plenamente con los argumentos de los conservadores y particularmente con Francisco A. Encina y Mario Góngora.

    2. Renato Cristi y Carlos Ruiz, en El pensamiento conservador en Chile, Santiago, Editorial Universitaria, 1992, señalan algunos ejes semánticos en torno a los cuales se estructura el pensamiento conservador: democracia/corporativismo; liberalismo/autoritarismo; presidencialismo/parlamentarismo; liberalismo económico/control estatal; catolicismo/laicismo. Algunas de estas oposiciones se han ido manifestando por sobre otras en determinadas circunstancias históricas. Así, en las disputas del siglo pasado entre liberales y conservadores, destacaron los aspectos religiosos y políticos por sobre los económicos. En el siglo XX, aun cuando lo católico sigue siendo una prueba diferencial, algunos conservadores como Góngora y Vial no manifiestan un catolicismo explícito.

    3. Uno de los primeros libros publicados por la Editorial Nacional Quimantú, rebautizada por los militares como Editora Nacional Gabriela Mistral, es justamente un volumen dedicado al pensamiento nacionalista. Ver, AA.VV., Pensamiento nacionalista, Santiago, Editora Nacional Gabriela Mistral, 1974. Particularmente interesantes para este propósito son los artículos de Osvaldo Lira, "Nación y nacionalismo"; Jorge Prat, "Pensamiento nacionalista"; Arturo Fontaine, "Ideas nacionalistas chilenas"; Miguel Serrano, "Nacionalismo telúrico".

    4. José Piñera, "Chile: El poder de una idea", en Barry Levine (comp.), El desafío neoliberal. El fin del Tercermundismo en América Latina, Bogotá, Ed. Norma, 1992.

    5. Arturo Fontaine Aldunate señaló, siguiendo a Hayek, que era posible la existencia de gobiernos autoritarios "que actúen sobre la base de principios liberales" en economía. Citado por Cristi y Ruiz, op. cit., p. 142.

    6. En este punto los conservadores recibieron la influencia de autores como Gustavo Le Bon, La psicología de las muchedumbres, y más probablemente de José Ortega y Gasset, La rebelión de las masas.

    7. Para mayores antecedentes sobre Mario Góngora, ver Renato Cristi y Carlos Ruiz, "Estado nacional y pensamiento conservador en la obra madura de Mario Góngora", en op. cit., pp. 140-157; Jorge Larraín, Modernidad. Razón e identidad en América Latina, Santiago, Andrés Bello, 1996; Alfredo Jocelyn-Holt, El Chile perplejo. Del avanzar sin transar al transar sin parar, Santiago, Planeta, 1998.

    8. Armin Mohler, La revolución conservadora en Alemania, 1918-1932, citado por Keith Bullivant, "La revolución conservadora", en A. Phelan, El dilema de Weimar. Los intelectuales en la República de Weimar, Valencia, Edicions Alfonsel Magnanim, 1990.

    9. Cristián Gazmuri, "Historiografía Conservadora Chilena: La Influencia de Oswald Spengler", Santiago, El Mercurio, Artes y Letras, 12.11.2000.

    10. Mario Góngora, Historia, Nº 16, Universidad Católica de Chile, 1981, pp. 335-341.

    11. El volumen recoge algunos trabajos leídos en las "Quintas Jornadas Nacionales Uni-versitarias de Cultura", que corresponde a los esfuerzos del grupo de apoyo intelectual al gobierno militar para realizar actividades que contrarrestaran el llamado "apagón cultural". Atenea, Universidad de Concepción, 1980.

    12. Mario Góngora, Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX, (primera edición, 1981). Citamos por la edición de Editorial Universitaria, Santiago, 1986. Sobre la recepción del libro, véase, Arturo Fontaine T., "Un libro inquietante", Santiago, Economía y sociedad, junio de 1982; Sergio Villalobos, "El papel histórico del Estado", Hoy, Santiago, 12 y 19.3 y 1.6.1982; Patricio Prieto Sánchez, "El Estado, ¿Formador de la Nación chilena?", El Mercurio, 1.8.1982, todos incluidos en la edición de Universitaria.

    13. Góngora, op. cit., p. 267.

    14. Sol Serrano, "Conservadurismo y Democracia Cristiana", Santiago, El Mercurio, Artes y Letras, 12.11.2000.

    15. Concepto utilizado por Tomás Moulián para definir el proyecto militar; ver Tomás Moulián, Chile Actual. Anatomía de un mito, Santiago, Lom-Arcis, 1997.

    16. Cristi y Ruiz, op. cit., p. 141.

    17. En opinión de Marcos García de la Huerta, Mario Góngora, "…no consiguió conciliarse con la política neoliberal impulsada bajo el régimen de Pinochet, a la que asocia con la era de las 'planificaciones globales' iniciadas con Frei y proseguidas con Allende, y a las que considera como intentos de encauzar a Chile siguiendo pautas y cánones 'extranjeros' ." Marcos García de la Huerta, La Época, 2.8.1992.

    18. Pedro Morandé, Cultura y modernización en América latina, Santiago, Instituto de Sociología, Universidad Católica de Chile, 1984. He tratado con mayor atención el tema en, Javier Pinedo, "Chile a fines del siglo XX: entre la modernidad, la modernización y la identidad", Universum, Universidad de Talca, Nº 12, 1997.

    19. Para un análisis más detallado sobre el tema del marianismo y el funcionamiento de la hacienda, sugiero el mencionado libro de Morandé y la crítica al mismo en, Larraín, op. cit..

    20. Morandé, op. cit., p. 183.

    21. Roberto Escobar, Teoría del chileno, Santiago, Corporación de estudios contemporáneos, 1981. He analizado este texto en "La ensayística y el problema de la identidad", en José L. Gómez-Martínez y Javier Pinedo, Chile 1968-1988, Georgia, Series on Hispanic Thought, 1988.

    22. Además de Francisco Antonio Encina, se debe considerar a Nicolás Palacios, Tancredo Pinochet, Alberto Cabero, Darío Salas, quienes ofrecieron soluciones nacionalistas a la crisis económica e histórica de comienzos de siglo.

    23. Julio Retamal Favereau, Y después de Occidente ¿qué?, Santiago, Editorial Conquista. Aunque no hay fecha de publicación, el autor señala en la última página los años 1980-81.

    24. En diversas oportunidades Retamal Faverau convierte la verdad en una categoría y se refiere a ella como "Verdad Única", "Verdad Absoluta". Con la misma lógica se refiere a la Contrarreforma: " …la llamada Contra-Reforma o Reforma Católica ( que yo prefiero denominar como Reafirmación de la Verdad Única)…" (p. 299).

    25. "…Esta posición, (la de intentar hacer dialogar a la Verdad con el Error) popularizada durante aquella terrible y destructora década de 1960-1970, si es aplicada a fondo, desemboca necesariamente en el sincretismo cuando se trata de filosofías o ideologías, y en el ecumenismo cuando se trata de religiones" (p. 283).

    26. Bernardino Bravo Lira, Historia de las instituciones políticas de Chile e Hispanoamérica, Santiago, Andrés Bello, 1985.

    27. Jaime Antúnez Aldunate, El comienzo de la historia: impresiones y reflexiones sobre Rusia y Europa Central, Santiago, Patris, 1992; Crónica de las ideas: para comprender un fin de siglo, Santiago, Andrés Bello, 1988; Amar lo creado, Santiago, Patris, 1991; Aquellos años 80, Santiago, 1989. De los sueños de la razón, al despertar: nueva crónica de las ideas, Santiago, Zig-Zag, 1990; En busca del rumbo perdido, Tercera crónica de las ideas, Santiago, Universidad Católica de Chile, 1998.

    28. Armando Roa, Modernidad y postmodernidad. Coincidencias y diferencias fundamentales, Santiago, Andrés Bello, 1995.

    29. Ver, El hombre, animal político. El orden social: principios e ideologías, Santiago, Editorial Universitaria, 1988.

    30. Algunos de estos pensadores ocuparon cargos durante el gobierno militar. Julio Retamal, por ejemplo, fue nombrado agregado cultural en París entre 1976 y 1980.

    31. Sobre este punto, sugiero la lectura de Jeffrey Herf, El modernismo reaccionario. Tecnología, cultura y política en Weimar y el Tercer Reich, México, FCE, 1990.

     

    JAVIER PINEDO

    Universidad de Talca, Chile