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Nociones preliminares por Allan Kardec (página 5)


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Hemos dicho que los Espíritus se presentan vestidos con sus túnicas, ropajes o con sus trajes ordinarios. Los ropajes parecen ser la costumbre general en el mundo de los Espíritus; pero uno no comprende de dónde salen semejantes trajes, parecidos enteramente a los que llevaban en su vida, con todos los accesorios de tocador.

Es cierto que ellos no se llevaron estos objetos consigo, puesto que los que realmente vestían los tenemos aún a la vista; ¿de dónde provienen, pues, los que llevan en el otro mundo? Esta cuestión siempre ha embarazado bastante, pero para muchos era un simple asunto de curiosidad; confirma sin embargo, una cuestión de principio de gran importancia, porque su solución nos ha puesto en el camino de una ley general, que encuentra igualmente su aplicación a nuestro mundo corporal. Muchos hechos han venido a complicarla y a demostrar la insuficiencia de las teorías que se habían ensayado.

Hasta cierto punto podía darse cuenta del traje, porque puede considerársele como haciendo de algún modo parte del individuo; pero no es así en cuanto a los objetos accesorios, como por ejemplo la caja de tabaco del caballero que visitó a la señora enferma, de la cual hemos hablado (número 117). Notamos con este motivo que no se trata aquí de un muerto, sino de un vivo, y que este caballero cuando volvió en persona tenía una caja de tabaco parecida en un todo. ¿En dónde encontró, pues, el Espíritu, la que tenía cuando estaba al pie de la cama de la enferma? Podríamos citar gran número de casos en que Espíritus muertos o vivos se aparecen con diversos objetos, tales como bastones, armas, pipas, linternas, libros, etc.

Entonces se nos ocurrió la idea de que los cuerpos inertes podían tener sus análogos etéreos en el mundo invisible; que la materia condensada que forma los objetos podía tener una parte esencial fuera del alcance de nuestros sentidos. Esta teoría no estaba desnuda de verosimilitud, pero no era suficiente para dar razón de todos los hechos. Sobre todo hay uno que debe burlar todas las interpretaciones. Hasta entonces sólo se había tratado de imágenes o apariencias. Hemos visto muy bien que el periespíritu puede adquirir las propiedades de la materia y hacerse tangible, pero esta tangibilidad sólo es momentánea, y el cuerpo sólido se desvanece como una sombra.

Este es un fenómeno muy extraordinario, pero lo es mucho mayor el verse producir la materia sólida persistente, así como lo prueban numerosos hechos auténticos, y notablemente el de la escritura directa, de la que hablaremos en detalle en un capítulo especial. Sin embargo, como este fenómeno tiene íntima relación con el asunto que tratamos en este momento, y que es una de las aplicaciones más positivas, nos anticiparemos al orden que tenemos establecido.

La escritura directa o "pneumatografía" es aquella que se produce espontáneamente sin el auxilio de la mano del médium ni del lápiz. Basta tomar una hoja de papel blanco, lo que se puede hacer con todas las precauciones necesarias para no ser chasqueado por ninguna superchería, doblarla y colocarla en alguna parte, en un cajón o simplemente sobre un mueble, y si se tienen las condiciones que se requieren, al cabo de cierto tiempo más o menos largo se encuentran en el papel caracteres trazados, diversos signos, palabras, frases y aun discursos, las más de las veces con una sustancia parduzca parecida al plomo; otras veces con lápiz encarnado, tinta ordinaria y aun tinta de imprenta. He aquí el hecho en toda su sencillez, y cuya reproducción, aunque poco común, no es, sin embargo, muy rara, porque hay personas que lo obtienen con mucha facilidad. Si se ponía el lápiz con el papel se podría creer que el Espíritu se ha servido de él para escribir; pero desde el momento que el papel está enteramente solo, es evidente que la escritura está formada por una materia depositada. ¿De dónde ha tomado el Espíritu esta materia? Tal es la pregunta que hemos hecho, a cuya solución nos ha inducido la caja de tabaco de que más arriba hemos hablado.

El Espíritu de San Luis nos ha dado esta solución con las respuestas siguientes:

1. Hemos citado un caso de aparición del Espíritu de una persona viva. Este Espíritu tenía una caja de tabaco y tomaba polvo. ¿Sentía, efectivamente, la impresión del que toma polvo en realidad?

"No."

2. Esta caja de tabaco tenía la misma forma que la que él usaba ordinariamente y que estaba en su casa. ¿Qué era, pues, la caja de tabaco que tenía este hombre en sus manos?

"Una apariencia; sucedió de este modo para que se notase la circunstancia, como lo ha sido, y que la aparición no se tomase por una alucinación producida por el estado de salud del vidente. El Espíritu quería que esta se flora creyese en la verdad de su presencia, y tomó todas las apariencias de la realidad."

3. Decís que fue una apariencia; pero una apariencia nada tiene de real, es como una ilusión de óptica; nosotros quisiéramos saber: ¿esta caja de tabaco sólo era una imagen sin realidad, o tenía alguna cosa de material?

"Ciertamente; con ayuda de este principio material es como el periespíritu toma la apariencia de vestidos semejantes a los que llevaba el Espíritu cuando vivía."

Observación. – Es evidente que en este caso la palabra apariencia debe tomarse en el sentido de aspecto, imitación. La caja de tabaco real no estaba allí; la que tenía el Espíritu sólo fue la representación; era, pues, una apariencia comparada con el original, aunque formada de un principio material.

La experiencia nos enseña que no es necesario tomar siempre a la letra ciertas expresiones empleadas por los Espíritus; interpretándolas según nuestras ideas, nos exponemos a grandes equivocaciones por esto es menester profundizar el sentido de la palabra siempre que presenta la menor ambigüedad; esta recomendación nos la hacen constantemente los mismos Espíritus. Sin la explicación que hemos provocado, la palabra "apariencia" constantemente reproducida en casos análogos, podía dar lugar a una falsa interpretación.

4. ¿Acaso sería doble la materia inerte? ¿Y habría en el mundo de los Espíritus una materia esencial que revistiera la forma de los objetos que vemos? En una palabra, ¿estos objetos tendrían su "doblez etérea" en el mundo invisible, así como los hombres están representados en él por los Espíritus?

"Esto no se opera de este modo; el Espíritu tiene sobre los elementos materiales esparcidos por todas partes en el espacio y en vuestra atmósfera, una potencia que estáis lejos de adivinar. Puede a su gusto concentrar estos elementos y darles la forma aparente acomodada a sus proyectos."

Observación. – Esta cuestión como hemos visto, era la traducción de nuestro pensamiento, esto es, de la idea que nos habíamos formado sobre la naturaleza de estos objetos. Si las respuestas fuesen como algunos lo pretenden, el reflejo del pensamiento, hubiéramos obtenido la confirmación de nuestra teoría, en lugar de una teoría contraria.

5. Os haré la pregunta de nuevo de una manera categórica, a fin de evitar todo equívoco.

¿Los vestidos con que se cubren los Espíritus son alguna cosa?

"Me parece que mi respuesta precedente resuelve la cuestión. ¿No sabéis que el mismo periespíritu es también algo?"

6. Resulta de esta explicación que los Espíritus hacen sufrir a la materia etérea transformaciones a su gusto y que de este modo, por ejemplo, se hizo la caja de tabaco; el Espíritu no la encontró hecha, sino que la hizo él mismo en el momento que la necesitaba, por un acto de su voluntad, y que pudo deshacerla; lo mismo debe ser en cuanto a los otros objetos, tales como vestidos, joyas, etc.

"Esto es evidente."

7. Esta caja de tabaco fue visible para esta señora, al punto de hacerla ilusión. ¿Hubiera podido el Espíritu hacerla también tangible para ella?

"Lo hubiera podido."

8. ¿Si hubiese llegado el caso, hubiera podido tomarla en sus manos, creyendo tener una verdadera caja de tabaco?

"Sí."

9. ¿Si la hubiera abierto, probablemente habría encontrando tabaco; si lo hubiese tomado le hubiera hecho estornudar?

"Sí."

10. ¿El Espíritu puede, pues, dar no sólo la forma, sino las propiedades especiales?

"Si él lo quiere; y en virtud de este principio ha respondido afirmativamente a las preguntas precedentes. Tendréis pruebas de la poderosa acción que ejerce el Espíritu sobre la materia, lo que estáis lejos de comprender, como os he dicho ya."

11. Supongamos, pues, que hubiera querido hacer una sustancia venenosa, y si una persona la hubiese tomado, ¿se hubiera envenenado?

"Lo hubiera podido, pero no lo hubiera hecho no se le hubiere permitido."

12. ¿Podría haber hecho una sustancia saludable y propia para curar una enfermedad, y se ha presentado este caso?

"Sí, muy a menudo."

13. Entonces podría hacer una sustancia alimenticia; supongamos que hubiese hecho un fruto, un manjar cualquiera, ¿se hubiera podido comer y quedar saciado?

"Sí, sí; pero no investiguéis tanto para encontrar lo que es tan fácil de comprender. Basta un rayo de sol para hacer perceptibles a vuestros órganos groseros estas partículas materiales que llenan el espacio en medio del cual vivís; ¿no sabéis que el aire con tiene vapores de agua? condensadlos, los pondréis en el estado normal;

privadles del calor y he aquí que esas moléculas impalpables e invisibles vienen a ser un cuerpo sólido y muy sólido, y muchas otras sustancias de las cuales los químicos os sacarán maravillas más admirables aún; sólo el Espíritu posee instrumentos más perfectos que los vuestros: la voluntad y el permiso de Dios."

Observación. – La cuestión de saciedad es aquí muy importante. ¿Cómo una sustancia que no tiene sino una existencia y propiedades temporales y en algún modo de convención puede producir la saciedad? Esta sustancia por su contacto con el estómago, produce la "sensación" de la saciedad, pero no la saciedad resultante de la plenitud. Si tal sustancia puede obrar sobre la economía y modificar un estado mórbido, puede del mismo modo obrar también sobre el estómago y en ello producir el sentimiento de la saciedad. Rogamos, sin embargo, a los señores farmacéuticos y fondistas que no conciban celos, ni crean que los Espíritus vengan a hacerles la competencia; estos casos son raros, excepcionales, y no dependen jamás de la voluntad; de otro modo se alimentaría y curaría a muy poco precio.

14. ¿Los objetos hechos tangibles por la voluntad del Espíritu, podrían tener un carácter de permanencia y de estabilidad, y venir a ser usuales?

"Esto se podría, pero no se hace; está fuera de las leyes."

15. ¿Todos los Espíritus tienen en el mismo grado el poder de producir objetos tangibles?

"Es cierto que cuanto más elevado está el Espíritu, más fácilmente lo obtiene; pero aún esto depende de las circunstancias: los Espíritus inferiores pueden obtener este poder."

16. ¿El Espíritu sabe siempre cómo produce ya sean sus vestidos, ya sean los objetos de los cuales ofrece la apariencia?

"No; muchas veces concurre a su formación por un acto instintivo que él mismo no comprende, si no es bastan te ilustrado para esto."

17. ¿Si el Espíritu puede tomar en el elemento universal los materiales para hacer todas estas cosas, darles una realidad temporal con sus propiedades, puede también sacar del él lo que necesite para escribir, y por consecuencia esto nos parece que da la llave del fenómeno de la escritura directa?

"¡Por fin hemos llegado adonde queríais!"

Observación. – Aquí era en efecto adonde queríamos venir a parar con todas nuestras preguntas preliminares; la respuesta prueba que el Espíritu había leído nuestro pensamiento.

18. ¿Si la materia de que se sirve el Espíritu no tiene persistencia, cómo es que las señales de la escritura directa no desaparecen?

"No censuréis las palabras; en primer lugar que yo no he dicho: jamás; se trataba entonces de un objeto material voIuminoso ahora se trata de caracteres trazados que siendo útil conservarles se les conserva. He querido decir que los objetos compuestos de este modo por el Espíritu no podrían llegar a ser objetos usuales porque en realidad no hay agregación de materia como en vuestros cuerpos sólidos."

La expresada teoría puede resumirse de este modo: El Espíritu obra sobre la materia; toma en la materia cósmica universal, los elementos necesarios para formar a su gusto los objetos, teniendo la apariencia de los diversos cuerpos que existen sobre la Tierra. Puede igualmente operar sobre la materia elemental, por su voluntad, una transformación íntima que le da propiedades determinadas. Esta facultad es inherente a la naturaleza del Espíritu, quien la ejerce muchas veces como un acto instintivo cuando esto es necesario, y sin darse cuenta. Los objetos formados por el Espíritu tienen una existencia temporal, subordinada a su voluntad o a la necesidad; puede hacerlos y deshacerlos a su gusto. Estos objetos pueden, en ciertos casos, tener a los ojos de las personas vivas, todas las apariencias de la realidad; esto es, venir a ser momentáneamente visibles y aún tangibles. Hay formación pero no creación, atendido que el Espíritu no puede sacar nada de la nada.

La existencia de una materia elemental única, poco le falta para ser generalmente admitida hoy día por la ciencia y confirmada como se ha visto por los Espíritus. Esta materia da nacimiento a todos los cuerpos de la naturaleza; por las transformaciones que sufre, produce también las diversas propiedades de estos mismos cuerpos, así es que una sustancia saludable puede convertirse en venenosa por una simple modificación; la química nos ofrece de ello numerosos ejemplos. Todos saben que dos sustancias inocentes combinadas en ciertas proporciones pueden producir una que sea muy perniciosa. Una parte de oxígeno y dos de hidrógeno ambos inofensivos, forman el agua; añadid un átomo de oxígeno y tendréis un líquido corrosivo. Sin cambiar las proporciones, basta muchas veces un simple cambio en el modo de agregación molecular para cambiar las propiedades; así es que un cuerpo opaco puede convertirse en transparente y "viceversa". Puesto que el Espíritu tiene por su sola voluntad una acción tan poderosa sobre la materia elemental, se concibe que pueda no sólo formar sustancias, sino también desnaturalizar las propiedades; aquí la voluntad hace el efecto de un reactivo.

Esta teoría nos da la solución de un hecho bien conocido en magnetismo, pero hasta ahora inexplicable: el cambio de las propiedades del agua por la voluntad. El Espíritu que obra es el de magnetizador, lo más a menudo asistido por un Espíritu extraño; opera una transmutación con ayuda del fluido magnético que, como se ha dicho, es la sustancia que se aproxima más a la materia cósmica o elemento universal. Si puede operar una modificación en las propiedades del agua, puede igualmente producir un fenómeno análogo sobre los fluidos del organismo, y de ahí el efecto curativo de la acción magnética convenientemente dirigida.

Se sabe ya el papel capital que hace la voluntad en todos los fenómenos del magnetismo; pero ¿cómo se explica la acción material de un agente tan sutil? La voluntad no es un ser, una sustancia cualquiera, ni siquiera es una propiedad de la materia más etérea; la voluntad es el atributo esencial del Espíritu, esto es, del ser pensador. Con la ayuda de esta palanca obra sobre la materia elemental, y por una acción consecutiva reacciona sobre sus compuestos, cuyas propiedades íntimas pueden así ser transformadas.

La voluntad es el atributo del Espíritu encarnado y del Espíritu errante; de ahí la potencia del magnetizador, potencia que se sabe está en razón de la fuerza de voluntad.

El Espíritu encarnado, pudiendo obrar sobre la materia elemental, puede igualmente variar las propiedades de ésta en ciertos límites; así es cómo se explica la facultad de curar por el contacto y la imposición de manos, facultad que algunas personas poseen en un grado más o menos grande. (Véase en el capítulo de los "médiums" el articulo relativo a los "médiums curanderos". Véase también la Revista Espiritista, julio de 1859, pág. 184 y 189: "El zuavo de Margenta; un oficial del ejército en Italia").

CAPÍTULO IX DE LOS LUGARES FRECUENTADOS POR LOS ESPÍRITUS

Las manifestaciones espontáneas que se han producido en todos los tiempos, y la persistencia de algunos Espíritus en dar señales ostensibles de su presencia en algunas localidades, son el origen de la creencia en los lugares frecuentados por aquellos. A las preguntas dirigidas con este objeto se nos ha contestado del modo siguiente:

1. ¿Los Espíritus sólo se apasionan de las personas o se aficionan también a las cosas?

"Esto depende de su elevación. Ciertos Espíritus pueden aficionarse a los objetos terrestres; los avaros, por ejemplo, que ocultaron sus tesoros y que nos están bastante desmaterializados, pueden aún vigilarlos y guardarlos."

2. ¿Los Espíritus errantes tienen lugares de predilección?

"Esto reconoce el mismo principio. Los Espíritus que no tienen apego a la Tierra van a donde encuentran simpatías; vienen aquí atraídos más bien por las personas que por las cosas materiales; sin embargo los hay que, momentáneamente, pueden tener una preferencia por ciertos lugares, pero estos son siempre Espíritus inferiores."

3. Una vez que el apego de los Espíritus por una lo calidad, es una señal de inferioridad ¿es igualmente una prueba de que son malos Espíritus?

"Seguramente que no; un Espíritu puede estar poco adelantado sin ser malo. ¿No sucede lo mismo entre los hombres?"

4. La creencia de que los Espíritus frecuentan con preferencia las ruinas, ¿tiene algún fundamento?

"No; los Espíritus van a estos parajes como a todas partes; pero la imaginación, afectada por el aspecto lúgubre de ciertos lugares, atribuye a su presencia lo que muchas veces sólo es un efecto muy natural. ¡Cuántas veces el miedo ha hecho tomar la sombra de un árbol por un fantasma, el grito de un animal o el soplo del viento por almas en pena! Los Espíritus quieren la presencia de los hombres; por esta razón buscan con preferencia los parajes habitados que los lugares aislados."

– Sin embargo, según lo que sabemos de la diversidad de caracteres de los Espíritus, debe haber entre ellos misántropos que deben preferir la soledad.

"Por eso no he contestado de una manera absoluta a la pregunta; he dicho que pueden ir a los lugares desiertos lo mismo que por todas partes, y es bien evidente que los que quieren estar retirados es porque les gusta; pero esto no es una razón para que las ruinas sean forzosamente sus lugares predilectos; porque ciertamente hay muchos más en las ciudades y palacios que en el fondo de los bosques."

5. ¿Las creencias populares tienen en general un fondo de verdad, cual puede ser el origen de los lugares frecuentados por los Espíritus?

"El fondo de verdad es la manifestación de los Espíritus, en la cual el hombre ha creído en todo tiempo por instinto, pero, como he dicho, el aspecto de los lugares lúgubres afecta su imaginación, y, naturalmente, coloca en ellos los seres que mira como sobrenaturales. Esta creencia, que mira como supersticiosa, se conserva por las narraciones de los poetas y los cuentos fantásticos que se oyen desde la infancia."

6. ¿Los Espíritus que se reúnen tienen para esto días y horas de predilección?

"No; los días y las horas son los registros del tiempo para uso de los hombres y para la vida corporal, pero para nada sirven a los Espíritus; no lo necesitan ni hacen caso.

7. ¿Cuál es el origen de la idea que los Espíritus vienen con preferencia durante la noche?

"La impresión producida sobre la imaginación por el silencio y la oscuridad.

Todas estas creencias son supersticiones que el conocimiento razonado del Espiritismo debe destruir. Lo mismo sucede con respecto a los días y las horas que se cree serles más propicias; creedlo, a no dudar, que la influencia de media noche sólo ha existido en los cuentos."

– Siendo así, ¿por qué ciertos Espíritus anuncian su venida y sus manifestaciones para dicha hora y para días determinados, Como por ejemplo del viernes?

"Estos son Espíritus que se aprovechan de la credulidad y se divierten. Por la misma razón los hay de ellos que dicen ser el diablo o se dan nombres infernales.

Mostradles que no sois un juguete y no volverán."

8. ¿Los Espíritus vienen con preferencia a la tumba en que descansa su cuerpo?

"El cuerpo sólo fue un vestido; no piensan ya en la envoltura que les hizo sufrir como al prisionero sus cadenas. Sólo dan importancia a las personas que les son queridas."

– ¿Las oraciones que se hacen sobre sus tumbas, le son, acaso, más agradables, y les traen allí con preferencia a otra parte?

"La oración es una evocación que atrae a los Espíritus, bien lo sabéis. La oración tiene tanta más acción cuanto más ferviente y más sincera es; pero ante una tumba venerada se está más recogido, y la conservación de las reliquias piadosas en un testimonio de afección para el Espíritu, y al cual es siempre sensible. El pensamiento es el que obra siempre sobre el Espíritu y no los objetos materiales; estos objetos tienen más influencia sobre aquel que ruega filando en ellos su atención, que sobre el Espíritu."

9. Según eso, ¿la creencia en los lugares frecuentados por los Espíritus no parece absolutamente falsa?

"Hemos dicho que ciertos Espíritus pueden ser atraídos por las cosas materiales; pueden serlo por ciertos lugares que parece eligen para domicilio, hasta que cesan las circunstancias que les conducían a ellos."

– ¿Cuáles son las circunstancias que pueden conducirles allí?

"Su simpatía por algunas de las personas que los frecuentan o el deseo de comunicarse con ellas. Sin embargo, sus intenciones no son siempre tan laudables; cuando son Espíritus malos pueden querer ejercer una venganza sobre ciertas personas de las que tienen quejas. La permanencia en un lugar determinado puede ser también, para algunos, un castigo que se les ha impuesto, sobre todo si han cometido en él algún crimen, a fin de que tengan constantemente este crimen ante los ojos." (*)

10. Los lugares frecuentados por los Espíritus ¿lo son siempre por los antiguos habitantes de estas moradas?

"Algunas veces, pero no siempre, porque si el antiguo habitante es un Espíritu elevado, no se acordará ya de su habitación terrestre, como tampoco de su cuerpo. Los Espíritus que frecuentan ciertos lugares no tienen muchas veces otros motivo que el del capricho, a menos que no sean atraídos a ellos por su simpatía hacia ciertas personas."

– ¿Pueden fijarse en ellos con la mira de proteger a una persona o a su familia?

"Seguramente, si son buenos Espíritus; pero en este caso nunca manifiestan su presencia por cosas desagradables.

11. ¿Hay algo de real en la historia de la dama Blanca?

"Es un cuento formado de mil hechos que son verdaderos.

12. ¿Es racional el temer los lugares frecuentados por los Espíritus?

"No; los Espíritus que visitan ciertos lugares y arman en ellos ruido, más bien procuran divertirse a costa de la credulidad y del miedo que hacer mal. Por lo demás figuraos que hay Espíritus en todas partes, y que donde estéis los tenéis sin cesar a vuestro lado, aun en las casas más pacíficas. No frecuentan muchas veces ciertas

habitaciones, sino porque encuentran en ellas ocasiones de manifestar su presencia."

13. ¿Hay algún medio de expulsarlos?

"Sí, y lo más a menudo lo que se hace para esto, los atrae en lugar de alejarlos. El mejor medio de echar a los Espíritus malos es el atraer a los buenos. Atraed, pues, a los buenos Espíritus haciendo el mayor bien posible, y los malos se irán; porque el bien y el mal son incompatibles. Sed siempre buenos, y no tendréis más que buenos Espíritus a vuestro lado."

– ¿Hay, sin embargo, personas muy buenas que son el blanco de los enredos de los Espíritus malos?

"Si estas personas son realmente buenas, puede ser que esto sea una prueba para ejercitar su paciencia y excitarles a ser todavía mejores; pero creed bien que no son los más virtuosos los que más hablan de la virtud. El que posee cualidades reales las ignora muchas veces él mismo o no habla de ellas."

14. ¿Qué creeremos cuanto a la eficacia del exorcismo para echar los Espíritus malos de los lugares que frecuentan?

"¿Habéis visto muchas veces que este medio haya tenido resultados? Por el contrario, ¿no habéis visto redoblar la zambra y el ruido después de las ceremonias del exorcismo? Es que se divierten cuando se les toma por el diablo."

"Los Espíritus que no vienen con mala intención pueden también manifestar su presencia por el ruido y aun haciéndose visibles, pero nunca hacen ruido que incomode.

Estos son muchas veces Espíritus que sufren y que podéis aliviar rogando por ellos; otras veces son Espíritus benévolos que quieren probaros que están cerca de vosotros, o en fin Espíritus ligeros que juguetean. Como los que turban el reposo por el ruido, son casi siempre Espíritus que se divierten, lo que mejor puede hacerse es reírse; ellos se cansarán si ven que no consiguen asustar ni impacientar."

(Véase más arriba, capítulo V, "manifestaciones físicas espontáneas").

Resulta de las referidas explicaciones que hay Espíritus que se aficionan a ciertas localidades y dan a ellas la preferencia, pero que no tienen por esto necesidad de manifestar su presencia por efectos sensibles. Un lugar cualquiera puede ser la morada forzada o predilecta de un Espíritu, aún malo, sin que se haya producido en él ninguna manifestación.

Los Espíritus que se aficionan a las localidades o a las cosas materiales, no son jamás Espíritus superiores, pero sin ser superiores pueden no ser malos y no tener ninguna mala intención; algunas veces son comensales más útiles que dañosos, porque si se interesan por las personas, pueden protegerlas.

CAPÍTULO X

NATURALEZA DE LAS COMUNICACIONES

Comunicaciones groseras, frívolas, formales o instructivas.

Hemos dicho que todo efecto que revela en su causa un acto de libre voluntad, por insignificante que sea este acto, acusa por esto mismo una causa inteligente. De este modo, un simple movimiento de una mesa que responde a nuestro pensamiento, O presenta un carácter intencional, puede considerarse como una manifestación inteligente. Si el resultado se limitara a esto solo, tendría para nosotros un interés muy secundario; sin embargo, algo sería ya el habernos dado una prueba de que hay en estos fenómenos otra cosa más que una acción puramente material; pero la utilidad práctica que sacaríamos de eso sería para nosotros nula, o al menos muy restringida; otra cosa sucede cuando esta inteligencia adquiere un desarrollo que permite un cambio regular y seguido de pensamientos; entonces ya no son simples manifestaciones inteligentes, sino verdaderas comunicaciones. Los medios de que disponemos hoy día permiten el obtenerlas tan extensas, tan explícitas y tan rápidas como las que nos comunicamos con los hombres.

Si nos penetramos bien, según la "escala espiritista" (Libro de los Espíritus, núm. 100), de la variedad infinita que existe entre los Espíritus, bajo el doble aspecto de la inteligencia y de la moralidad, se concebirá fácilmente la diferencia que debe haber en sus comunicaciones; en las que debe reflejarse la elevación o la bajeza de sus ideas, su saber y su ignorancia, sus vicios y sus virtudes; en una palabra no deben parecerse las unas a las otras, ni más ni menos que las de los hombres, desde el salvaje al europeo más ilustrado. Todos los matices que presentan pueden agruparse en cuatro categorías principales; según sus caracteres más marcados, son, pues, "groseras, frívolas, formales e instructivas".

Las "comunicaciones groseras" son aquellas que se traducen por expresiones que hieren la decencia. No pueden emanar sino de Espíritus de baja clase, manchados todavía con todas las impurezas de la materia, y no difieren en nada de las que podían dar los hombres viciosos y groseros. Repugnan a toda persona que tiene la menor delicadeza de sentimientos; porque son, según el carácter de los Espíritus, triviales, deshonestas, obscenas, insolentes, vanidosas, malévolas y aun impías.

Las "comunicaciones frívolas" emanan de los Espíritus ligeros, burlones y traviesos, más maliciosos que malvados, y no dan ninguna importancia a lo que dicen.

Como no tienen nada de indecentes, gustan a ciertas personas que se divierten con ellas y encuentran placer en estos entretenimientos fútiles en que se habla mucho para no decir nada. Estos Espíritus dicen de vez en cuando agudezas espirituales y satíricas, y en medio de sus chistes vulgares dicen algunas veces duras verdades que tocan casi siempre en el blanco. Estos Espíritus ligeros pululan alrededor de nosotros y aprovechan todas las ocasiones para mezclarse en las comunicaciones; la verdad es el menor de sus cuidados; por eso tienen el pernicioso placer de mixtificar a aquellos que tienen la debilidad y algunas veces la presunción de creerlos bajo su palabra. Las personas que se complacen con esta clase de comunicaciones dan, naturalmente, acceso a los Espíritus ligeros y mentirosos; los Espíritus formales se alejan de ellos como sucede entre nosotros, que los hombres formales se alejan de las reuniones de los atolondrados.

Las "comunicaciones formales" son graves en cuanto al objeto y a la manera como se hacen. Toda comunicación que excluye la frivolidad y la grosería, y que tiene un fin útil, aunque fuese de interés privado, es por lo mismo formal; pero no por esto está siempre exenta de errores. Los Espíritus formales no todos tienen igual ilustración. Hay muchas cosas que ellos ignoran y sobre las cuales pueden engañarse de buena fe; por eso los Espíritus verdaderamente superiores nos aconsejan sin cesar, que sometamos todas las comunicaciones al examen de la razón y de la más severa lógica.

El preciso, pues, distinguir las comunicaciones "verdaderamente formales" de las "falsas formales", y esto no es siempre fácil, porque es a favor de la misma gravedad del lenguaje ciertos Espíritus presuntuosos o falsos sabios procuran hacer prevalecer las ideas más falsas y los sistemas más absurdos; y para hacerse más verídicos y darse más importancia no tienen escrúpulo en adornarse con los nombres más respetables y más venerados. Ese es uno de los grandes escollos de la ciencia práctica; volveremos a tratar de ello más adelante, con toda la extensión que necesita un objeto tan importante, al mismo tiempo que daremos a conocer los medios de precaverse contra el peligro de las falsas comunicaciones.

Las "comunicaciones instructivas" son las comunicaciones formales que tienen por principal objeto alguna enseñanza dada por los Espíritus sobre las ciencias, la moral, la filosofía, etc. Son más o menos profundas, según el grado de elevación o de "desmaterialización" del Espíritu. Para sacar de estas comunicaciones un fruto real, es preciso que se regularicen y se continúen con perseverancia. Los Espíritus formales se interesan por aquellos que quieren instruirse y los secundan, mientras que dejan a los Espíritus ligeros el cuidado de divertir a los que sólo ven en estas manifestaciones una distracción pasajera. Por la regularidad y la frecuencia de estas comunicaciones es como se puede apreciar el valor moral e intelectual de los Espíritus con los cuales uno se comunica, y el grado de confianza que merecen. Si la experiencia es necesaria para juzgar a los hombres, mayor se necesita para juzgar a los Espíritus.

Dado a estas comunicaciones la calificación de "instructivas", nosotros las suponemos "verdaderas", porque lo que no fuese "verdadero" no podría ser "instructivo", aunque se dijera con el lenguaje más imponente. No podríamos, pues, colocar en esta categoría ciertas enseñanzas, que no tienen de formal sino la forma, a menudo pomposa y enfática, con ayuda de la cual los Espíritus más presuntuosos que sabios, que las dictan, pretenden hacer ilusión; pero estos Espíritus, no pudiendo suplir el fondo que no tienen, no podrían sostener mucho tiempo su papel; pronto descubren su flanco débil, por poco que continúen sus comunicaciones o se sepa acosarlos hasta sus últimos atrincheramientos.

138. Los medios de comunicación son muy variados. Los Espíritus obran sobre nuestros órganos y sobre todos nuestros sentidos; pueden manifestarse a la vista en las apariciones, al tacto por impresiones tangibles, ocultas o visibles, al oído por ruidos, al olfato por olores sin causa conocida. Este último modo de manifestarse, aunque muy real, es sin contradicción el más incierto por las numerosas causas que pueden inducir en error, por lo que no nos ocuparemos de ello. Lo que debemos examinar con cuidado son los diversos medios de obtener comunicaciones, es decir, un cambio regular y continuado de pensamientos. Es-tos medios son: "los golpes", la "palabra y la escritura".

Los desarrollaremos en capítulos especiales.

CAPÍTULO XI SEMASIOLOGÍA Y TYPTOLOGÍA

Lenguaje de los signos y de los golpes. – Typtología altabética

Las primeras manifestaciones inteligentes se obtuvieron por los golpes o la typtología. Este medio primitivo, que se resentía de la infancia del arte, no ofrecía más que recursos muy limitados, y en las comunicaciones estaba uno reducido a las respuestas por monosílabos de "sí" o "no", con la ayuda de un número convenido de golpes. Se le perfeccionó más tarde, como hemos dicho. Los golpes se obtienen de dos

maneras por médiums especiales; generalmente para este modo de operar es necesaria cierta aptitud para las manifestaciones físicas. La primera, que se podría llamar "typtología por báscula", consiste en el movimiento de la mesa que se levanta de un lado y vuelve a caer golpeando con el pie. Basta para esto que el médium ponga la mano sobre el borde de la mesa; si desea entrar en conversación con un Espíritu determinado, es menester hacer la evocación del mismo; en caso contrario el primero que llega es el que se presenta o el que tiene la costumbre de comunicarse. Conviniéndose, por ejemplo, en que un golpe quiera decir "sí" y dos golpes "no", lo que es indiferente, se dirigen al Espíritu las preguntas que se desean; más adelante veremos las que no deben hacerse. El inconveniente está en la brevedad de las respuestas y en la dificultad de formular la pregunta de modo que conduzca al Espíritu a contestar un "sí" o un "no".

Supongamos que se pregunta al Espíritu: ¿Qué deseas? No podría responder sino por una frase; es preciso entonces decirle: ¿deseas tal cosa? No; ¿tal otra? sí; y así sucesivamente.

Se debe observar que en el empleo de este medio, el Espíritu añade muchas veces una especie de mímica, esto es, que expresa la energía de la afirmación o de la negación por la fuerza de los golpes. Expresa también la naturaleza de los sentimientos que le animan; la violencia por lo brusco de los movimientos, la cólera e impaciencia, dando con fuerza golpes reiterados como una persona que patea con furia, echando algunas veces la mesa por el suelo. Si es benévolo y cortés, al principio y al fin de la sesión inclina la mesa en forma de saludo; si quiere ir directamente a una persona de la sociedad, dirige la mesa hacia ella con dulzura o violencia, según lo que quiere demostrar, afección o antipatía. Esto es, hablando con propiedad, la "semasiología" o lenguaje de los signos, como la "typtología" es el lenguaje de los golpes. He aquí un notable ejemplo de la espontaneidad de la semasiología: Un caballero conocido nuestro, estando un día en su salón, donde muchas personas se ocupaban de manifestaciones, recibió a la sazón una carta nuestra. Mientras que la leía, el velador que servía para los experimentos se dirigió repentinamente hacia él. Acabada la lectura de la carta, fue a ponerla sobre una mesa en el otra extremidad del salón; el velador le siguió y se dirigió hacia la mesa en que estaba la carta. Sorprendido de esta coincidencia, pensó que había alguna relación entre este movimiento y la carta; interrogando el Espíritu respondió ser nuestro Espíritu familiar. Habiéndonos informado este caballero de esta circunstancia, suplicamos por nuestra parte a dicho Espíritu que nos dijera el motivo de la visita que había hecho, y respondió: "Es natural que vaya a ver las personas con las cuales estás en relación, a fin de dar, en caso necesario, los avisos convenientes tanto a los unos como a los otros."

Es, pues, evidente, que el Espíritu quiso llamar la atención de este caballero, y buscaba una ocasión de hacerle saber que estaba allí. Un mudo no se hubiera explicado mejor.

La typtología no tardó en perfeccionarse y se enriqueció con un medio de comunicación más completo: el de la typtología alfabética Consiste en hacer designar las letras del alfabeto por medio de golpes; entonces se pudieron obtener palabras, frases y aun discursos enteros. Siguiendo cierto método, la mesa da tantos golpes como es preciso para indicar cada letra, esto es, un golpe por "a" dos por "b" y así consecutivamente; durante este tiempo una persona escribe las letras a medida que se designan. Cuando el Espíritu ha concluido, lo hace saber por un signo convenido.

Este modo de proceder, como se ve, es muy largo y necesita un tiempo enorme para las comunicaciones de alguna extensión; sin embargo hay personas que han tenido la paciencia de servirse de él para obtener dictados de muchas páginas; pero la práctica hizo descubrir medios abreviados que permitieron ir con cierta rapidez. El que está más en uso consiste en tener delante un alfabeto escrito, así como la serie de los números marcando las unidades. Mientras que el médium está en la mesa, otra persona recorre sucesivamente las letras del alfabeto si se trata de una palabra, o la de las cifras si se trata de un número; llegando sobre la letra necesaria, la misma mesa da golpe y se escribe la letra; después se vuelve a empezar por la segunda, la tercera y así sucesivamente.

Si se ha engañado en una letra, el Espíritu lo advierte por muchos golpes o por un movimiento de la mesa y se vuelve a empezar. Con la práctica se va con bastante rapidez; pero se abrevia sobre todo mucho adivinando el fin de una palabra comenzada, y que el sentido de la frase hace conocer; si se está en la incertidumbre, se pregunta al Espíritu si ha querido poner tal palabra, y él responde por "sí" o por "no".

Todos los efectos que acabamos de indicar pueden obtenerse aún de una manera más sencilla por los golpes que se hacen oír en la misma madera de la mesa, sin ninguna especie de movimiento, y que hemos descrito en el capítulo de las manifestaciones físicas, número 64; esto es, la "typología íntima". Todos los médiums no son igualmente propios para este último modo de comunicación, porque los hay que no obtienen más que los golpes por báscula; sin embargo, con el ejercicio pueden conseguirlo la mayor parte, y esta manera tiene la doble ventaja de ser más rápida y de prestarse menos a la sospecha que la báscula, que se puede atribuir a una presión voluntaria. Es verdad que los golpes íntimos podrían también imitarse por médiums de mala fe. Las mejores cosas pueden sofisticarse; lo que no prueba nada contra ellas. (Véase al fin de este volumen el capítulo titulado "Fraudes y supercherías").

Cualesquiera que sean las perfecciones que se hayan podido alcanzar en esta manera de proceder, no puede jamás conseguirse la rapidez y facilidad que presenta la escritura; así es que se emplea ahora muy poco; sin embargo es algunas veces muy interesante al punto de vista del fenómeno, principalmente para los novicios, y tiene, sobre todo, la ventaja de probar de una manera perentoria la independencia absoluta del pensamiento del médium. Se obtienen muchas veces así respuestas tan imprevistas, tan a propósito, que seria preciso haber tomado un partido muy determinado, para no convencerse hasta la evidencia. Por lo tanto esto es para muchas personas un poderoso motivo de convicción; pero por este medio, como tampoco por los otros, los Espíritus no quieren prestarse a los caprichos de los curiosos que desean ponerlos a prueba con preguntas fuera del caso.

Con el fin de asegurar mejor la independencia del médium, se han imaginado diversos instrumentos consistentes en cuadrantes sobre los cuales están trazadas las letras a la manera de los cuadrantes de los telégrafos eléctricos. Una aguja movible, puesta en movimiento por la influencia del médium, con ayuda de un hilo conductor y una polea, indica las letras. No conocemos estos instrumentos sino por los dibujos y las descripciones que se han publicado en América; no podemos, pues, hablar sobre su mérito, pero creemos que su misma complicación es un inconveniente; que la independencia del médium está del todo bien atestiguada por los golpes íntimos, y que lo es mucho más aún por lo imprevisto de las contestaciones que por todos los medios materiales. Por otra parte, los incrédulos, que están siempre dispuestos a ver por todas partes hilos y preparaciones, están aún más inclinados en suponer a éstas un mecanismo especial, que en la primera mesa desprovista de todo accesorio.

Un aparato más sencillo, pero del cual la mala fe puede fácilmente abusar, como lo veremos en el capítulo de los fraudes, es el que nosotros designaremos bajo el nombre de "Mesa-Girardin", en recuerdo del uso que hacía de ella madama Emilia de Girardin en las numerosas comunicaciones que obtuvo como médium; porque madama Girardin, aun cuando era mujer de genio, tenia la debilidad de creer en los Espíritus y en sus manifestaciones. Este instrumento consite en un sobre-velador movible, de treinta o cuarenta centímetros de diámetro, girando libre y fácilmente sobre su eje a manera de ruleta. Sobre la superficie y en la circunferencia están trazadas, como sobre un cuadrante, las letras, los números y las palabras si y no. Al centro hay una aguja fija.

Colocando el médium sus dedos sobre el borde de la mesita, ésta gira y se detiene cuando la letra deseada está bajo la aguja. Se toma nota de las letras indicadas y se forman así bastante rápidamente las palabras y las frases.

Es de observar que la mesita no se escurre bajo los dedos, sino que los dedos quedan en ella aplicados siguiendo el movimiento de la mesita. Puede ser que un médium poderoso pudiese obtener un movimiento independiente, lo creemos posible, pero no hemos sido jamás testigos. Si la experiencia pudiera hacerse de esta manera, seria infinitamente más concluyente, porque apartaría toda posibilidad de superchería.

Nos queda por destruir un error bastante extendido, y que consiste en confundir todos los Espíritus que se comunican por golpes con los Espíritus golpeadores. La typtología es un medio de comunicación como otro, y que no es más indigno de los Espíritus elevados que la escritura o la palabra. Todos los Espíritus, buenos o malos, pueden, pues, servirse de él como de los otros modos. Lo que caracteriza a los Espíritus superiores es la elevación del pensamiento y no el instrumento del que se sirven para transmitirlo; sin duda prefieren los medios más cómodos y sobre todo más rápidos; pero a falta de lápiz y papel, se servirán sin escrúpulo de la vulgar mesa parlante, y la prueba de esto es que se obtienen por este medio las cosas más sublimes. Si nosotros no nos servimos, pues, de ella, no es que la despreciemos, sino únicamente porque, como fenómeno, nos ha enseñado todo lo que podíamos saber, que no puede añadir nada a nuestras convicciones y que la extensión de las comunicaciones que recibimos exige una rapidez incompatible con la typtología.

Todos los Espíritus que golpean no son, pues, Espíritus golpeadores; este nombre debe quedar reservado para aquellos que se pueden llamar golpeadores de profesión, y que con ayuda de este medio se complacen en hacer jugarretas para divertir a una sociedad o vejar con su importunidad. De su parte pueden esperarse algunas veces cosas espirituales pero nunca cosas profundas; así es que será perder el tiempo en dirigirles preguntas de cierto alcance científico o filosófico; su ignorancia y su inferioridad les han valido con justo titulo, de parte de otros Espíritus, la calificación de Espíritus titiriteros o saltimbanquis del mundo espiritista. Añadamos que si obran muchas veces por su propia cuenta son, a menudo también, instrumentos de que se sirven los Espíritus superiores cuando éstos quieren producir efectos materiales.

CAPÍTULO XII PNEUMATOGRAFÍA O ESCRITURA DIRECTA. – PNEUMATOFONÍA

Escritura directa

La "pneumatografía" es a escritura producida directamente por el Espíritu, sin ningún intermediario; difiere de la psycografía en que ésta es la transmisión del pensamiento del Espíritu por medio de la escritura ejecutada por la mano del médium.

El fenómeno de la escritura directa es, sin contradicción, uno de los más extraordinarios del Espiritismo; pero por anómalo que parezca a primera vista, es hoy día un hecho verídico e incontestable. Si la teoría es necesaria para comprender la posibilidad de los fenómenos espiritistas en general, de seguro que lo es más aún en este caso uno de los más extraños que se hayan presentado hasta ahora, pero que cesa de parecer sobrenatural, desde que se comprende el principio.

En la primera revelación de este fenómeno, el sentimiento dominante fue el de la duda; la idea de una superchería vino al pronto al pensamiento; en efecto, todo el mundo conoce la acción de las tintas llamadas simpáticas, cuyos caracteres, al principio completamente invisibles, aparecen al cabo de algún tiempo. Se podía, pues, haber abusado de la credulidad, y no afirmaremos que no se haya hecho nunca; estamos también convencidos de que ciertas personas, ya sea con un objeto mercenario, ya sea únicamente por amor propio y para hacer creer en su potencia, hayan empleado subterfugios. (Véase el capítulo de los "fraudes").

Pero no porque pueda imitarse una cosa debe sacarse en consecuencia que la cosa no existe: esto sería un absurdo. ¿No se ha encontrado en estos últimos tiempos un medio de imitarse la lucidez de los sonámbulos, hasta el punto de hacer ilusión? ¿Y porque este procedimiento de escamoteador ha recorrido todas las ferias hemos de decir que no hay verdaderos sonámbulos? ¿Porque ciertos taberneros vendan vino adulterado es una razón para que no haya vino puro? Lo mismo sucede en cuanto a la escritura directa; las precauciones para asegurarse de la realidad del hecho eran, además, sencillísimas y muy fáciles, y gracias a estas precauciones no puede hoy día ser objeto de ninguna duda.

Puesto que la posibilidad de escribir sin intermediario es uno de los atributos del Espíritu, que los Espíritus han existido en todo tiempo y que han producido los diversos fenómenos que conocemos, han debido igualmente producir la escritura directa, en la antigüedad lo mismo que en nuestros días; y así es cómo se explica la aparición de las tres palabras en la sala del festín de Baltasar. La edad media, tan fecunda en prodigios ocultos, pero que fueron sofocados en las hogueras, debió conocer también la escritura directa, y quizá en la teoría de las modificaciones encontraríamos que los Espíritus pueden operar sobre la materia; en el capítulo VIII hemos explanado el principio de la creencia sobre la transmutación de los metales.

Cualesquiera que sean los resultados obtenidos en diversas épocas, sólo se ha tratado formalmente de la escritura directa, desde la vulgarización de las manifestaciones espiritistas. El primero que parece haberla hecho conocer en París en estos últimos años fue el señor Barón de Guldenstubbe, que publicó sobre este objeto una obra muy interesante, conteniendo gran número de "facsímiles" de las escrituras que obtuvo (*). El fenómeno era ya conocido en América desde algún tiempo. La posición social del señor de Guldenstubbe, su

independencia y la consideración de que goza en la sociedad más elevada, incontestablemente quitan toda sospecha de fraude voluntario, porque no puede moverle ninguna clase de interés. Todo lo más que podría creerse es que el mismo podía ser juguete de una ilusión; pero a esto responde perentoriamente el hecho de la obtención del referido fenómeno por otras personas con todas las precauciones necesarias para evitar toda superchería y toda causa que pudiese inducir a error.

La escritura directa se obtiene como en general la mayor parte de las manifestaciones espiritistas no "espontáneas", por el recogimiento, la oración y la evocación. Se han obtenido muchas veces de estas en las iglesias, sobre las tumbas, al pie de las estatuas o de las imágenes de los personajes que se les llama; pero es evidente que la localidad no tiene otra influencia que provocar mayor recogimiento y concentración del pensamiento; porque está probado que se obtienen igualmente sin estos accesorios y en los parajes más vulgares, sobre un simple mueble doméstico, si uno se encuentra en las condiciones morales requeridas, y si se goza de la facultad medianímica necesaria.

Al principio se pretendía que era preciso colocar un lápiz con el papel; el hecho entonces podía explicarse hasta cierto punto. Se sabe que los Espíritus operan el movimiento y cambio de los objetos de un punto a otro, que los cogen y los lanzan algunas veces a través del espacio; podían, pues, del mismo modo coger el lápiz y servirse de él para trazar caracteres; ya que ellos dan el impulso por el intermediario de la mano del médium, de una tablita, etc., podían igualmente hacerlo de una manera directa. Pero no se tardó en reconocer que la presencia del lápiz no era necesaria, y que bastaba un simple pedazo de papel doblado o no, sobre el cual se encuentran, después de algunos minutos, caracteres trazados. Aquí el fenómeno cambia completamente la faz y nos pone en otro orden de cosas enteramente nuevo; estos caracteres se han trazado con alguna sustancia; desde el momento en que no se ha facilitado esta sustancia al Espíritu, debe, pues, haberla hecho él mismo, debe hacerla compuesto. ¿De dónde la ha sacado? Este es el problema. Si nos queremos atener a las explicaciones dadas en el capítulo VIII, números 127 y 128, encontraremos allí la teoría completa de este fenómeno. En esta escritura, el Espíritu no se sirve ni de nuestras sustancias, ni de nuestros instrumentos; él mismo hace la materia y los instrumentos que le son necesarios, tomando sus materiales en el elemento primitivo universal, al cual hace sufrir, por su voluntad, las modificaciones necesarias para el efecto que quiere producir. Puede, pues, muy bien fabricar lápiz encarnado, tinta de imprenta o tinta ordinaria, así como lápiz negro, los mismo que presentar caracteres tipográficos bastante consistentes para dar un relieve al impreso, así como hemos visto de ello varios ejemplos. La hija de un caballero que conocemos, joven de doce a trece años, obtuvo páginas enteras escritas con una sustancia análoga al pastel.

Tal es el resultado a que nos ha conducido el fenómeno de la caja de tabaco referido en el capítulo VII, número 116, y sobre el cual nos hemos extendido largamente, porque hemos visto en aquél la ocasión de sondear una de las más graves leyes del Espiritismo, ley cuyo conocimiento puede ilustrar más de un misterio aun del mundo visible. Así es que de un hecho, vulgar en apariencia, puede salir la luz; todo consiste en observar con cuidado, y esto es lo que cada uno puede hacer como lo hemos hecho nosotros, si es que no quieren limitarse a ver efectos sin buscar sus causas. Si nuestra fe se afirma de día en día, es porque comprendemos; haced que os comprendan si queréis hacer prosélitos formales. La inteligencia de las causas tiene otro resultado, y es el de trazar la línea de demarcación entre la verdad y la superstición.

Si mirásemos la escritura directa desde el punto de vista de las ventajas que puede ofrecer, diríamos que hasta ahora su principal utilidad ha sido la prueba material de un hecho grave: la intervención de una potencia oculta que encuentra por este medio un nuevo modo de manifestarse. Pero las comunicaciones que se obtienen de este modo rara vez son extensas; generalmente son espontáneas y limitadas a palabras, sentencias, a menudo a signos ininteligibles; se han obtenido en todas las lenguas, en griego, en latín, en siríaco, en caracteres geroglíficos, etc., pero no se han prestado todavía a estas conversaciones continuadas y rápidas que permite la psycografía o escritura por médiums.

Pneumatofonía

Los Espíritus pueden producir ruidos y dar golpes, pueden también hacer oír gritos de cualquiera naturaleza y sonidos vocales imitando la voz humana, a nuestro lado o en la vaguedad del aire; este es el fenómeno que designamos bajo el nombre de "pneumatofonía". Según lo que conocemos de la naturaleza de los Espíritus, se puede pensar que algunos de entre ellos, cuando son de orden inferior, se hacen ilusión y creen hablar como cuando vivían. (Véase Revista Espiritista, Febrero 1858: "Historia del aparecido de la señora Clairon").

Será preciso, sin embargo, guardarse de tomar por voces ocultas todos los sonidos que no tienen causa conocida, o simples zumbidos de oídos, y sobre todo de creer que haya la menor verdad en la especie vulgar de que el oído que zumba nos advierte que se habla de nosotros en alguna parte. Esos zumbidos cuya causa es puramente fisiológica, no tienen, por otra parte, ningún sentido, mientras que los sonidos pneumatofónicos expresan pensamientos y sólo por esto se puede reconocer que son debidos a una causa inteligente y no accidental. Se puede poner por principio que los efectos "notoriamente inteligentes" son los únicos que pueden atestiguar la intervención de los Espíritus; en cuanto a los otros hay al menos cien probabilidades contra una que se deben a causas fortuitas.

Acontece bastante a menudo que dormitando se oyen pronunciar palabras claras, nombres, algunas veces frases enteras, y bastante fuertes que nos despiertan con sobresalto. Aunque puede suceder que en ciertos casos sea esto una manifestación muy real, este fenómeno nada tiene que sea bastante positivo para que no se pudiese atribuir a una causa análoga a la que hemos manifestado en la teoría de la alucinación, capítulo VII, números 111 y siguientes. Además de que lo que se oye de esta manera, no tiene ninguna ilación; no sucede lo mismo cuando a uno se le despierta de repente, porque entonces si es un Espíritu quien se hace oír, casi siempre puede cambiar con él algunos pensamientos y ligar una conversación regular.

Los sonidos espiritistas o pneumatofónicos tienen dos maneras bien claras de producirse; algunas veces es una voz íntima que resuena en el interior; pero aunque las palabras sean claras y distintas, sin embargo nada tienen de material; otras veces son exteriores y tan distintamente articuladas, como si proviniesen de una persona que se tuviera a nuestro lado.

De cualquier manera que se produzca, el fenómeno de la pneumatofonía es casi siempre espontáneo y no puede ser sino muy raramente provocado.

CAPÍTULO XIII PSYCOGRAFÍA

Psycografía indirecta: cestitas y tablitas.

Psycografía directa o manual

La ciencia espiritista ha progresado como todas las otras, y con más rapidez aún; porque apenas hace algunos años que empezaron estos medios primitivos e incompletos que se llaman trivialmente mesas parlantes, y estamos ya en disposición de poder comunicarnos con los Espíritus, con tanta facilidad y tanta rapidez como los hombres lo hacen entre sí, y por los mismos medios: esto es, la escritura y la palabra. La escritura tiene sobre todo la ventaja de acusar la intervención de una potencia oculta con más materialidad y dejar señales que se pueden conservar, como nosotros lo hacemos con nuestra propia correspondencia. El primer medio que se observó fue el de las tablitas y cestitas provistas de un lápiz. He aquí cual es el modo de servirse de las mismas.

Hemos dicho que una persona dotada de una aptitud especial puede imprimir un movimiento de rotación a una mesa o a un objeto cualquiera; tomemos, en lugar de una mesa, una pequeña cestita de quince a veinte centímetros de diámetro (que sea de madera o de mimbre poco importa, la sustancia es indiferente). Si a través del fondo de esta cestita se hace pasar un lápiz sujetado sólidamente, la punta por fuera y hacia abajo, y que se mantenga el todo en equilibrio sobre la punta del lápiz, colocado el mismo sobre una hoja de papel, poniendo los dedos sobre los bordes de la cestita, ésta tomará su movimiento; pero en lugar de girar paseará el lápiz en sentido diverso sobre el papel, formando ya sean trazos insignificantes, ya sean caracteres de escritura. Si se evoca a un Espíritu y quiere comunicarse, responderá no ya por golpes, como en la typtología,

sino por palabras escritas. El movimiento de la cestita no es ya automático como en las mesas giratorias; viene a ser inteligente. En esta disposición el lápiz, llegado al extremo de la línea, no vuelve sobre si mismo para empezar otra; continúa circularmente de tal modo que la línea de escritura forme una espiral y que es preciso volver muchas veces el papel para leer lo que está escrito. La escritura obtenida de este modo no siempre es muy legible, porque las palabras no están separadas; pero el médium, por una especie de intuición, las descifra fácilmente. Por sistema de economía se puede sustituir la pizarra y el pizarrín al papel y al lápiz ordinario. Nosotros designaremos esta cestita bajo el nombre de "cestita-trompo". A la cestita se sustituye algunas veces un cartón bastante semejante a las cajas de dulces; el lápiz forma el eje como el juego llamado "perinola".

Muchas otras disposiciones se han imaginado para alcanzar el mismo objeto. La más cómoda es la que llamaremos "cestita de pico", y que consiste en adaptar sobre la cestita pedazos de un palo inclinado, saliendo de diez a quince centímetros de un lado, en la posición del mástil de bauprés de un buque. Por un agujero practicado en la extremidad de este palo o del pico, se hace pasar un lápiz bastante largo para que la punta descanse sobre el papel. El médium, poniendo los dedos sobre los bordes de la cestita, todo el aparato se agita, y el lápiz escribe como en el caso arriba dicho, con la diferencia que la escritura es, en general, más legible, las palabras separadas y las líneas no forman espiral, y siguen como la escritura ordinaria, pudiendo el médium fácilmente llevar el lápiz de una línea a otra. Se obtienen así disertaciones de muchas páginas tan rápidamente como si se escribía con la mano.

La inteligencia que obra se manifiesta a menudo por otras señales no equívocas. Llegado al fin de la página, el lápiz hace espontáneamente un movimiento para volverla; quiere referirse a un pasaje precedente, en la misma página o en otra, busca con la punta del lápiz, como lo haría con el dedo, después lo subraya, Quiere, en fin, el Espíritu dirigirse a uno de los asistentes, la punta del palo se dirige hacia él. Para abreviar, expresa a menudo las palabras "sí" y "no" por los signos de afirmación y negación como nosotros hacemos con la cabeza; si quiere expresar la cólera y la impaciencia da golpes redoblados con la punta de lápiz y muchas veces lo rompe.

En lugar de cestita, algunas personas se sirven de una especie de mesita hecha expresamente, de doce a quince centímetros de largo, sobre cinco o seis de altura, de tres pies, de los cuales el uno lleva el lápiz; los otros dos están redondeados o guarnecidos de una bolita de marfil para deslizarse fácilmente sobre el papel. Otros se sirven simplemente de una "tablita" de quince a veinte centímetros cuadrados triangular, oblonga u ovalada; sobre uno de los bordes hay un agujero "oblicuo" para meter el lápiz; colocada para escribir, se encuentra inclinada y se apoya por uno de sus lados sobre el papel; el lado que descansa sobre éste está algunas veces guarnecido de dos ruedecitas para facilitar el movimiento. Se concibe, por otra parte, que todas estas disposiciones no tienen nada de absoluto; la más cómoda es la mejor.

Con todos estos aparatos es preciso casi siempre ser dos personas; pero no es necesario que la segunda esté dotada de la facultad medianímica: sirve únicamente para mantener el equilibrio y disminuir la fatiga del médium.

Llamamos "psycografía indirecta" la escritura obtenida así, en oposición a la "psycografía directa o manual" obtenida por el mismo médium. Para comprender este último procedimiento es necesario hacerse cargo de lo que pasa en esta operación. El Espíritu extraño que se comunica obra sobre el médium; éste, bajo su influencia, dirige "maquinalmente" su brazo y su mano para escribir, sin tener (es al menos el caso más

ordinario) la menor conciencia de lo que escribe; la mano obra sobre la cestita y la cestita sobre el lápiz; de este modo "no es la cestita la que es inteligente", es un instrumento dirigido por una inteligencia; no es en realidad sino un lapicero, un apéndice de la mano, un intermediario entre la mano y el lápiz; suprimid este intermediario y colocad el lápiz en la mano, tendréis el mismo resultado, con un mecanismo mucho más sencillo, puesto que el médium escribe como lo hace, en condiciones normales; así es que toda persona que escribe con la ayuda de una cestita, tablita u otro objeto, puede escribir directamente. De todos los medios de comunicación, la "escritura de la mano", designada por algunos bajo el nombre de "escritura involuntaria", es, sin contradicción, la más sencilla, la más fácil y la más cómoda, porque no exige ninguna preparación y se presta, como la escritura corriente, a las comunicaciones más extensas. Volveremos a esto mismo hablando de los médiums.

Al principio de las manifestaciones, cuando se tenían sobre este objeto ideas menos precisas, se publicaron muchos escritos con esta designación: "Comunicaciones de una cestita, de una tablita, de una mesita," etc. Hoy día se comprende lo insuficiente y erróneo de estas palabras, hecha abstracción de su carácter poco formal. En efecto, como acabamos de ver, las mesas, tablitas y cestitas, no son más que instrumentos ininteligentes, aunque animados momentáneamente de una vida ficticia, y que no pueden comunicar nada por sí mismas; esto es tomar el efecto por la causa, el instrumento por el principio; esto equivaldría a que un autor pusiera sobre el título de su obra que la escribió con una pluma metálica o una pluma de ave. Por otra parte estos instrumentos no son absolutos; conocemos a uno que en lugar de la "cestita-trompo" que hemos descrito, se servía de un embudo o gollete por el cual pasaba el lápiz. Se hubieran, pues, podido tener las comunicaciones de un embudo, lo mismo que de una cazuela o de una ensaladera. Si han tenido lugar por medio de golpes, y que estos golpes los haya dado una silla o un bastón, tampoco es una mesa parlante, sino una silla o un bastón parlante. Lo que importa conocer no es la naturaleza del instrumento, sino el modo como se obtiene. Si la comunicación ha tenido lugar por la escritura, cualquiera que sea el instrumento que ha sostenido el lápiz, para nosotros es la "psycografía"; si es por los golpes, es la "typtología". Tomando el Espiritismo las proporciones de una ciencia, le es preciso un lenguaje científico.

CAPÍTULO XIV DE LOS MÉDIUMS

Médiums de efectos físicos. – Personas eléctricas. – Médiums sensitivos o impresionables. – Médiums auditivos. – Médiums parlantes. – Médiums videntes. –Médiums sonámbulos. – Médiums curanderos. – Médiums pneumatógrafos.

Toda persona que resiente en cualquier grado la influencia de los Espíritus, es por esto mismo médium. Esta facultad es inherente al hombre, y por consecuencia no es privilegio exclusivo; así es que hay pocos entre los que no se encuentren algunos rudimentos. Se puede, pues, decir, que casi todos son médiums. Sin embargo, en el uso, esta calificación sólo se aplica a aquellos cuya facultad medianímica está claramente caracterizada y se conoce por los efectos patentes de cierta intensidad, lo que depende de una organización más o menos sensitiva. También debemos notar que esta facultad, no se revela en todos de la misma manera; los médiums tienen generalmente, una aptitud especial para tal o cual orden de fenómenos, y en esto consiste que se hagan tantas variedades, como hay clases de manifestaciones. Las principales son: "Los médiums de efectos físicos, los médiums sensitivos o impresionables, auditivos, parlantes, videntes, sonámbulos, curanderos, pneumatágrafos, escribientes o psycógrafos".

1. Médiums de efectos físicos

Los "médiums de efectos físicos" son más especialmente aptos para producir fenómenos materiales, tales como los movimientos de los cuerpos inertes, los ruidos, etc. Se puede dividir en "médiums facultativos y médiums involuntarios". (Véase segunda parte, cap. II y IV).

Los "médiums facultativos" son aquellos que tienen la conciencia de su poder y que producen los fenómenos espiritistas por un acto de su voluntad. Esta facultad, bien que inherente a la especie humana, como ya lo hemos dicho, está lejos de existir en todos en el mismo grado; pero si hay pocas personas en que es absolutamente nula las que son aptas para producir los grandes efectos, tales como la suspensión de los cuerpos graves en el espacio, la traslación aérea y sobre todo las apariciones, son más raras aún. Los efectos más sencillos son los de la rotación de un objeto, los golpes que da levantándose este objeto, o en su misma sustancia. Sin dar más importancia capital a estos fenómenos, aconsejamos que no se desprecien, pueden dar lugar a observaciones interesantes y ayudar a la convicción. Pero es de notar que la facultad de producir efectos materiales existe rara vez entre aquellos que tienen medios más perfectos de comunicación como la escritura o la palabra. Generalmente la facultad disminuye en un sentido a medida que se desenvuelve en otro.

Los "médiums involuntarios o naturales" son aquellos cuya influencia se ejerce sin saberlo ellos mismos. No tienen ninguna conciencia de su poder, y muchas veces lo anómalo que pasa a su alrededor no les parece de ningún modo extraordinario; esto forma parte de sí mismos, absolutamente como las personas que están dotadas de la doble vista y ellas mismos no lo saben. Estos sujetos son muy dignos de observación y deben recogerse y estudiarse los hechos de este género que vengan a nuestra noticia; éstos se manifiestan en cualquier edad y a menudo en niños muy jóvenes. (Véase más arriba capítulo V, "Manifestaciones espontáneas").

Esta facultad no es por sí misma el indicio de un estado patológico, porque no es incompatible con una salud perfecta. Si el que la posee sufre, es por razón de una causa extraña; así los medios terapéuticos son impotentes para hacerla cesar. Puede, en algunos casos, ser consecuencia de cierta debilidad orgánica, pero nunca es causa eficiente. No se podría, pues, razonablemente, concebir ninguna inquietud al punto de vista higiénico; no podrá tener ningún inconveniente, a no ser que si el sujeto que ha llegado a ser médium facultativo, abuse de la facultad, porque entonces habría en él emisión demasiado abundante de fluido vital, y por consecuencia debilidad de los órganos.

La razón se subleva a la idea de las torturas morales y corporales, a las que la ciencia ha sometido algunas veces a seres débiles y delicados con el fin de asegurarse si por su parte había superchería; estos "experimentos", hechos muchas veces con malevolencia, son siempre dañosos a las organizaciones sensitivas; de esto podrían resultar graves desórdenes en la economía; hacer tales pruebas es jugar con la vida. El observador de buena fe no tiene necesidad del empleo de estos medios; aquel que está familiarizado con esta especie de fenómenos sabe que pertenecen más bien al orden moral que al orden físico, y que en vano se buscaría la solución en nuestras ciencias exactas.

Por lo mismo que estos fenómenos corresponden al orden moral, se debe evitar con un cuidado no menos escrupuloso todo lo que pueda sobreexcitar la imaginación.

Se saben los accidentes que puede ocasionar el miedo, y se sería menos imprudente si se conocían todos los casos de locura y de epilepsia que tienen su origen en los cuentos de hechiceros y brujerías. ¿Qué sería, pues, si se persuadía que es del "diablo"? Los que difunden tales ideas no saben la responsabilidad que contraen: "pueden matar". Pues el peligro no es sólo para el sujeto, es también para los que le rodean, que pueden asustarse pensando que su casa es una guarida. de demonios. Esta funesta creencia es la que ha causado tantos actos de atrocidad en los tiempos de ignorancia. Con un poco más de discernimiento, sin embargo, se hubiera podido pensar que quemando el cuerpo poseído por el diablo, no se quemaba al diablo. Puesto que querían deshacerse del diablo, a él era a quien se debía matar; la Doctrina Espiritista, ilustrándonos sobre la verdadera causa de estos fenómenos, le da el golpe de gracia. "Lejos, pues, de avivar este pensamiento, es un deber de moralidad y de humanidad combatirle si existe".

Lo que es preciso hacer cuando una facultad semejante se desenvuelve espontáneamente en un individuo, es dejar al fenómeno seguir su curso natural: la Naturaleza es más prudente que los hombres; la Providencia, por otra parte, tiene sus miras, y el más pequeño puede ser instrumento de los más grandes designios. Pero es menester convenir en que este fenómeno adquiere algunas veces proporciones fatigosas e importunas para todos; (*) pero he aquí en todos los casos lo que deberá hacerse. En el cap. V., de las "Manifestaciones físicas espontáneas" hemos dado ya algunos consejos con este objeto, diciendo que es necesario procurar ponerse en relación con el Espíritu para saber de el lo que quiere. El siguiente medio está igualmente fundado sobre la observación.

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