Nociones preliminares por Allan Kardec (página 11)
Enviado por Ing.+ Licdo. Yunior Andrés Castillo Silverio
"Ellos tienen su doctrina. Los que no están bastante adelantados, y creen estarlo, toman sus ideas por verdades. Sucede lo mismo que entre vosotros."
7. ¿Qué hemos de pensar de las doctrinas según las cuales podría comunicarse un solo Espíritu y que éste seria o Dios o Jesús?
"El Espíritu que enseña esto quiere dominar, por esto quiere hacer creer que es solo, pero el desgraciado que se atreve a tomar el nombre de Dios expiará caro su orgullo. En cuanto a estas doctrinas, se refutan por sí mismas, porque están en contradicción con los hechos más verídicos; no merecen examen formal porque no
tienen raíces.
"La razón os dice que el bien procede de un buen origen y el mal de un origen malo. ¿Por qué quisierais que un buen árbol diese mal fruto? ¿Habéis cogido nunca un racimo de uvas de un manzano? La diversidad de comunicaciones es la prueba más patente de la diversidad de su origen. Por lo demás, los Espíritus que pretenden comunicarse solos se olvidan de decir el porqué los otros no pueden hacerlo. Su pretensión es la negación de aquello que el Espiritismo tiene por más hermoso y consolador: las relaciones del mundo visible y del mundo invisible, de los hombres con los seres que les son queridos, y que de este modo se habrían perdido para ellos sin ninguna esperanza. Estas son las relaciones que identifican al hombre con su porvenir, que lo separan del mundo material; suprimir estas relaciones es sumergirle en la duda que es lo que hace su tormento; es dar pábulo a su egoísmo. Examinando con cuidado la doctrina de estos Espíritus, a cada paso se encontrarán contradicciones injustificables, las señales de su ignorancia sobre las cosas más evidentes, y por consiguiente los signos ciertos de su inferioridad. El Espíritu de Verdad."
8. De todas las contradicciones que se notan en las comunicaciones de los Espíritus, una de las más notables es la que hace relación a la reencarnación. Si la reencarnación es una necesidad de la vida de los Espíritus, ¿en qué consiste que no todos los Espíritus la enseñan?
"¿No sabéis que hay Espíritus, cuyas ideas son limitadas, por ahora, como entre muchos hombres de la Tierra? Creen que lo que pasa por ellos debe durar siempre; no ven más allá del círculo de sus percepciones y les tiene sin cuidado el no saber ni de dónde vienen ni a dónde van, y por lo mismo deben sufrir la ley de la necesidad. La reencarnación es para ellos una necesidad con la que no piensan hasta que llega; saben que el Espíritu progresa, pero ¿de qué modo? Para ellos es un problema. Entonces si les preguntáis, os hablarán de los siete cielos, sobrepuestos como pisos; aun habrá quien os hable de la esfera de fuego, de la esfera de las estrellas, después de la ciudad de las flores y de la ciudad de los elegidos."
9. Concebimos que los Espíritus poco adelantados, no comprendan esta cuestión; pero ¿en qué consiste que Espíritus de una inferioridad moral e intelectual notoria, hablen espontáneamente de sus diferentes existencias, y de su deseo de reencarnarse para rescatar su pasado?
"En el mundo de los Espíritus pasan cosas que es bien difícil que podáis comprender ¿No tenéis entre vosotros, personas muy ignorantes sobre ciertas cosas, y que están ilustradas sobre otras; personas que tienen más criterio que instrucción, y otras que tienen más genio que criterio? ¿No sabéis también que ciertos Espíritus se complacen en mantener a los hombres en la ignorancia, haciendo como que les instruyen, y que se aprovechan de la facilidad con que dan crédito a sus palabras?
Podrán seducir a aquellos que no buscan el fondo de las cosas, pero cuando se les conduce al fin por el razonamiento, no sostienen su papel por mucho tiempo.
"Por lo demás es menester tener cuidado con la prudencia que en general los Espíritus ponen en la promulgación de la verdad: la luz demasiado viva y repentina deslumbra y no da claridad. Pueden, pues, en ciertos casos juzgar útil el esparcirla sino gradualmente según los tiempos, los lugares y las personas. Moisés no enseñó todo lo que enseñó Cristo: y el mismo Cristo dijo muchas cosas, cuya inteligencia estaba reservada a las generaciones futuras. Habláis de la reencarnación y os admiráis que este principio no se haya enseñado en ciertos parajes; pero es menester que penséis que en un país en el que la preocupación del color tiene su reinado absoluto, en donde la esclavitud está arraigada en las costumbres, se hubiera rechazado el Espiritismo sólo porque proclamaba la reencarnación, porque la idea de que el que es amo o señor puede ser esclavo, y recíprocamente, hubiera parecido monstruosa. ¿No valía más hacer aceptar el principio general, para después sacar las consecuencias? iOh, hombres! qué corta es vuestra vista para juzgar los designios de Dios; sabed, pues, que no se hace nada sin su permiso y sin un fin que vosotros muchas veces no podéis penetrar. Ya os he dicho que la unidad se hará en la creencia del Espiritismo; y tened por cierto que las disidencias, ya menos profundas, se disiparán poco a poco a medida que los hombres se ilustrarán y que al fin desaparecerán completamente, porque tal es la voluntad de Dios, contra lo cual no puede prevalecer el error.
El Espíritu de Verdad".
10. ¿Las doctrinas erróneas que pueden enseñarse por ciertos Espíritus, tienen por objeto el retardar el progreso de la ciencia verdadera?
"Vosotros quisiérais tenerlo todo sin trabajo; sabed que no hay campo en que no crezcan malas yerbas que el labrador debe extirpar. Estas doctrinas erróneas son una consecuencia de la inferioridad de vuestro mundo; si los hombres fuesen perfectos, sólo aceptarían la verdad; los errores son como las piedras falsas que sólo un ojo ejercitado puede distinguir; os falta, pues, un aprendizaje para distinguir lo verdadero de lo falso; pues bien, las falsas doctrinas son útiles para que os ejerciten en la práctica de distinguir la verdad del error."
– ¿Los que adoptan el error, retrasan su adelantamiento?
"Si adoptan el error es que no están bastante adelantados para comprender la verdad."
Esperando que se haga la unidad, todos creen que la verdad está de su parte y sostienen estar ellos solos en lo verdadero; ilusión que no deja de ocupar a los Espíritus mentirosos; ¿en qué puede basarse el hombre imparcial y desinteresado para formar juicio?
"La más pura luz no la obscurece ninguna nubecilla, el diamante sin mancha es el que tiene más valor: juzgad, pues, a los Espíritus por la pureza de su enseñanza. La unidad se hará del lado en que el bien no habrá estado nunca mezclado con el mal; a este lado se reunirán los hombres por la fuerza de las cosas porque juzgarán que es en donde está la verdad. Observad, por lo demás, que los principios fundamentales por todas partes son los mismos y deben reuniros en un pensamiento común: el amor de Dios y la práctica del bien. Cualquiera que sea, pues, el modo de progresar que se suponga para las almas, el objeto final es el mismo y el medio de conseguirlo es también el mismo: hacer el bien; no hay, pues, dos modos de hacerlo. Si nacen disidencias capitales en cuanto al principio de la doctrina, tenéis una regla cierta para apreciarlas. Esta regla es la siguiente: La mejor doctrina es aquella que más satisface al corazón y a la razón, y que más elementos tiene para conducir a los hombres al bien; yo os aseguro que es la que prevalecerá. El Espíritu de Verdad".
Observación. – Las contradicciones que se presentan en las comunicaciones espiritistas pueden depender de las siguientes causas: de la ignorancia de ciertos Espíritus; de la superchería de Espíritus inferiores, que por malicia o maldad dicen lo contrario de aquello que ha dicho en otra parte el Espíritu cuyo nombre usurpan; de la voluntad del mismo Espíritu que habla según los tiempos, los lugares y las personas, y puede juzgar útil no decirlo todo a todo el mundo; de la insuficiencia del lenguaje humano para expresar las cosas del mundo incorporal; de la insuficiencia de los medios de comunicación que no siempre permiten al Espíritu manifestar todo su pensamiento; en fin, de la interpretación que cada uno puede dar a una palabra o a una explicación, según sus ideas, sus preocupaciones o el punto de vista desde el cual mira la cosa. El estudio, la observación, la experiencia y la abnegación de todo sentimiento de amor propio, pueden solos enseñar a distinguir estas diferencias.
De las mixtificaciones
Si es desagradable el ser engañado, lo es más aun el ser mixtificado; por otra parte es uno de los inconvenientes más fáciles de salvar. Los medios de descubrir las astucias de los Espíritus mentirosos se han manifestado en todas las instrucciones precedentes; por esto hablaremos poco sobre el particular. Aquí están las respuestas de los Espíritus sobre este asunto:
1. Las mixtificaciones son uno de los escollos más desagradables del Espiritismo práctico; ¿hay un medio de preservarse de ellas?
"Me parece que podéis encontrar la respuesta en todo aquello que se os ha enseñado. Sí, cierto, hay para esto un medio sencillo, es no pedir al Espiritismo más que aquello que puede y debe daros; su objeto es el mejoramiento moral de la humanidad; si no os separáis de esto nunca seréis engañados, porque no hay dos modos de comprender la verdadera moral, la que puede admitir todo hombre de buen sentido.
"Los Espíritus vienen a instruiros y a guiaros por el camino del bien, y no por el de los honores y de la fortuna o para serviros en vuestras mezquinas pasiones. Si nunca se les pidiera nada trivial o que esté fuera de sus atribuciones, no se daría motivo a los Espíritus mentirosos; de donde debéis sacar en consecuencia que el que es mixtificado es porque lo merece.
"La misión de los Espíritus no es para enseñaros las cosas de este mundo, sino para guiaros con seguridad en lo que pueda seros útil para el otro. Cuando os hablan de cosas de aquí abajo, es porque lo juzgan necesario, pero esto no es según vuestra pregunta. Si viéseis en los Espíritus los substitutos de los adivinos y de los hechiceros, entonces sería cuando quedaríais engañados.
"Si los hombres sólo tenían que dirigirse a los Espíritus para saberlo todo, no tendrían ya su libre albedrío y se saldrían de la vía que Dios ha trazado a la humanidad.
El hombre debe obrar por si mismo; Dios no envía a los Espíritus para allanarles el camino material de la vida, sino para preparar el del porvenir."
– ¿Pero hay personas que no piden nada y son engañadas indignamente por los Espíritus que vienen espontáneamente sin que nadie les llame?
"Si no piden nada, dejan que digan, que viene a ser lo mismo. Si acogiesen con reserva y desconfianza todo lo que se separa del objeto esencial del Espiritismo, los Espíritus ligeros no les engañarían tan fácilmente."
2. Por qué permite Dios que personas sinceras que aceptan el Espiritismo de buena fe sean mixtificadas? ¿no podría esto tener por inconveniente el hacerles vacilar en su creencia?
"Si esto hiciera vacilar su creencia, su fe no sería muy sólida; las que renunciasen al Espiritismo por una simple contrariedad, probarían que no lo comprenden y que no se dedican a la parte formal. Dios permite las mixtificaciones para probar la perseverancia de los verdaderos adeptos, y castigar a aquellos que hacen de él un objeto de diversión. El Espíritu de Verdad".
Observación. – La truhanería de los Espíritus mixtificadores, sobrepuja muchas veces a todo lo que uno puede imaginarse; el arte con que dirigen sus tiros y combinan los medios de persuadir, sería una cosa curiosa, si sólo se tratase siempre de bromas inocentes, pero estas mixtificaciones pueden tener consecuencias desagradables para aquellos que se descuidan; somos bastante felices por haber podido abrir a "tiempo" los ojos a muchas personas que quisieron pedirnos nuestro consejo y haberles evitado acciones ridículas y comprometidas. Entre los medios que emplean estos Espíritus, es menester colocar en primera línea, como a más frecuentes, los que tienen por objeto tentar la avaricia, como la revelación de los pretendidos tesoros ocultos, el anunciar herencias u otros bienes de fortuna. También es menester mirar como sospechosos en primer grado los pronósticos en épocas fijas, así como todas las indicaciones precisas tocante a intereses materiales; guardarse de dar ningún paso prescrito o aconsejado por los Espíritus, cuando el objeto nos es eminentemente racional; no dejarse nunca cegar por los hombres que toman los Espíritus para dar una apariencia de verdad a sus palabras; desconfiar de las teorías y sistemas científicos aventurados; en fin, de todo lo que separa del objeto moral de las manifestaciones. Podríamos llenar un volumen muy curioso con la historia de todas las mixtificaciones que han venido a nuestro conocimiento.
CAPÍTULO XXVIII CHARLATANISMO Y JUGLERÍA
Médiums interesados. – Fraudes espiritistas
Médiums interesados
Como todo puede llegar a ser un objeto de explotación, nada tendría de extraño que se quisieran explotar a los Espíritus; falta saber cómo tomarían ellos la cosa si alguna vez se intentara introducir semejante especulación. Diremos en primer lugar que nada se prestaría más al charlatanismo y a la truhanería que semejante negocio. Si se ven falsos sonámbulos, aun se verían más falsos médiums y esta sola razón sería un
motivo fundado de desconfianza. El desinterés, por el contrario, es la respuesta más perentoria que pueda oponerse a aquellos que sólo ven en los hechos una hábil maniobra. No hay charlatanismo desinteresado. ¿Cuál sería, pues, el objeto de las personas que usasen la superchería sin provecho, con más motivo, cuando su honradez notoria no permite sospechar de ellos?
Si las ganancias que un médium sacara de su facultad podían ser un motivo de sospecha, no sería una prueba que esta sospecha fuese fundada; podría, pues, tener una aptitud real y obrar de muy buena fe aun haciéndose retribuir: veamos si en este caso podemos razonablemente esperar un resultado satisfactorio.
Si se ha comprendido bien lo que hemos dicho sobre las condiciones necesarias para servir de intérprete a los buenos Espíritus, las causas numerosas que pueden alejarles, las circunstancias independientes de su voluntad que muchas veces son un obstáculo para que vengan, en fin, todas las condiciones "morales" que pueden ejercer una influencia sobre la naturaleza de las comunicaciones, ¿cómo podría suponerse que un Espíritu por poco elevado que fuese viniese a todas horas del día a ponerse bajo las órdenes de un empresario de reuniones y someterse a sus exigencias para satisfacer la curiosidad del primero que se presente?
¡Se sabe la aversión de los Espíritus por todo lo que es concupiscencia y egoísmo, el poco caso que hacen de las cosas materiales, y se quisiera que ayudasen a traficar su presencia! Esto lo repugna el pensamiento, y sería necesario conocer muy poco la naturaleza del mundo de los Espíritus para creer que pueda ser de este modo. Pero como los Espíritus ligeros son menos escrupulosos y sólo desean ocasiones de divertirse a nuestras expensas, resulta que si uno no es mixtificado por un falso médium, corre todo el peligro de serlo por alguno de entre ellos. Estas solas reflexiones dan la medida del grado de confianza que debería concederse a las comunicaciones de este género. Por lo demás, ¿para qué servirían los médiums pagados, puesto que si uno mismo no tiene esta facultad, puede encontrarla en su familia, entre sus amigos o conocidos?
Los médiums interesados no son únicamente aquellos que podrían exigir una retribución fija; el interés no se traduce siempre por la esperanza de una ganancia material, sino por las miras ambiciosas de todas las clases sobre las cuales se pueden fundar esperanzas personales; éste es también un mal paso del que saben muy bien aprovecharse los Espíritus burlones, con una destreza y una truhanería verdaderamente notables, entreteniendo con engañosas ilusiones a los que de este modo se ponen bajo su dependencia. En resumen, la mediumnidad es una facultad dada para el bien, y los buenos Espíritus se alejan de cualquiera que pretenda hacer de ella una maravilla para conseguir cualquier cosa que sea que no esté conforme con las miras de la Providencia.
El egoísmo es la plaga de la sociedad; los buenos Espíritus la combaten, no se puede suponer que vengan a servirle. Esto es tan racional, que sería inútil insistir más sobre este punto.
Los médiums de efectos físicos no están en la misma categoría; generalmente estos efectos son producidos por Espíritus inferiores menos escrupulosos. No decimos que estos Espíritus sean necesariamente malos por esto: se puede ser mozo de cordel y hombre muy honrado; un médium de esta categoría, que quisiera explotar su facultad, podría, pues, tener quien le asistiera sin gran repugnancia; pero aun en esto se presenta otro inconveniente. El médium de efectos físicos, lo mismo que el de comunicaciones inteligentes, no ha recibido la facultad para su recreo; se le ha dado a condición de hacer de ella un buen uso, y si abusa puede serle retirada, o volverse en perjuicio suyo porque en definitiva los Espíritus inferiores están a las órdenes de los Espíritus superiores.
A los Espíritus inferiores les gusta mucho mixtificar, pero no quieren ser mixtificados; si se prestan voluntariamente a la broma y a las cosas de curiosidad, es porque quieren divertirse; no quieren que se les explote más que a los otros, ni servir de figurantes para que marche la conducta, y prueban a cada momento que tienen su voluntad, que obran cuando y como mejor les parece, lo que hace que el médium de efectos físicos esté aun menos seguro de la regularidad de las manifestaciones que el médium escribiente. Pretender el producirlas en días y horas fijas sería probar la mayor ignorancia. ¿En este caso qué es lo que se hace para ganar su dinero? Simular los fenómenos; es lo que puede suceder no solamente a aquellos que harían de esto un oficio reconocido, si que también a personas sencillas en apariencia que encuentran este medio más fácil y más cómodo que el trabajar. Si el Espíritu no da de sí, se le suple: ¡la imaginación es tan fecunda cuando se trata de ganar dinero! Siendo el interés un motivo legitimo de sospecha, da un derecho para el examen riguroso, de que uno no podría ofenderse sin justificar las sospechas. Pero cuanto más legítima es la sospecha en este caso, tanto más ofensiva es frente a frente de personas honradas y desinteresadas.
La facultad medianímica, aún limitada a las manifestaciones físicas, no se ha dado para hacer aparato sobre las tablas, y el que pretendiera tener a sus órdenes a los Espíritus para exhibirles en público, con mucho derecho puede ser sospechoso de charlatanismo o de prestidigitación más o menos hábil. No se olvide que todas las veces que se verán anuncios de pretendidas sesiones de "espiritismo" o de "espiritualismo" a tanto la entrada, debe recordarse el derecho que se compra al entrar.
De todo lo que precede, sacamos en consecuencia que el desinterés más absoluto es la mejor garantía contra el charlatanismo: si no asegura siempre la bondad de las comunicaciones inteligentes, quita a los Espíritus malos un poderoso medio de acción, y cierra la boca a ciertos detractores.
Quedaría lo que puede llamarse escamoteo de aficionados, es decir los fraudes inocentes de algunos bromistas del mal género. Sin duda podría practicarse como pasatiempo en las reuniones ligeras y frívolas, pero no en los grupos formales en los que no se admiten sino personas de carácter. Por lo demás, puede uno proporcionarse el placer de una mixtificación momentánea; pero sería menester estar dotado de una singular paciencia para hacer este papel durante meses y años, y cada vez durante muchas horas consecutivas. Sólo algún interés puede dar esta perseverancia, y lo repetimos, el interés puede hacerlo sospechar todo.
Puede que se diga que un médium que da su tiempo al público por interés de la cosa, no puede darlo si no le pagan, porque es menester vivir. ¿Pero es en el interés de la cosa o en "el suyo" que lo da, no es más bien porque en ello entrevé un oficio lucrativo? A este precio se encontrarán siempre personas adictas. ¿No hay más que esta industria a su disposición? No olvidemos que los Espíritus, cualquiera que sea su superioridad o su inferioridad, son las almas de los muertos, y cuando la moral y la religión hacen un deber de respetar sus restos, la obligación de respetar a su Espíritu es aun mayor.
¿Qué se diría del que sacase un cuerpo de la tumba y lo exhibiese por el dinero, porque este cuerpo había de llamar la atención? ¿Es menos irrespetuoso exhibir el Espíritu que el cuerpo bajo el pretexto de que es curioso el ver trabajar a un Espíritu? Notad bien que el precio de entrada estará en relación de las cosas que podrá hacer y del atractivo del espectáculo. Ciertamente si cuando vivía hubiese sido cómico, regularmente no hubiera creído que después de su muerte hubiera encontrado un director que le haría representar gratis, en su provecho.
No olvidar que las manifestaciones físicas lo mismo que las manifestaciones inteligentes, no las permite Dios sino para nuestra instrucción.
Prescindiendo de estas comunicaciones morales, no podemos negar que haya médiums interesados, honrados y concienzudos, porque en todos los oficios hay personas buenas; sólo hablamos de los abusos; pero se convendrá, por los motivos que hemos expuesto, que el abuso tiene más razón de estar entre los médiums retribuidos que entre aquellos que, mirando su facultad como un favor, no la emplean sino para hacer un servicio.
El grado de confianza o de desconfianza que puede concedérsele a un médium retribuido, ante todo depende del aprecio que se hace de su carácter y de su moralidad y además de las circunstancias. El médium que con un fin eminentemente formal y provechoso, estuviese impedido de utilizar el tiempo de otro modo y por esta razón "exhonerado", no puede confundirse con el médium "especulador", aquel que con designio premeditado se hiciera una industria de la mediumnidad. Según el "motivo" y el "objeto", los Espíritus pueden pues, condenar, absolver y aun favorecer; juzgan más bien la intención que el hecho material.
Los sonámbulos que utilizan su facultad de un modo lucrativo, no están en el mismo caso. Aunque esta explotación esté sujeta a abusos y que el desinterés sea una gran garantía de sinceridad, la posición es diferente, atendido a que su propio Espíritu es el que obra; de consiguiente le tiene siempre a su disposición, y en realidad se explotan a si mismos, porque son libres de disponer de sus personas, como ellos lo entienden, mientras que los médiums especuladores, explotan las almas de los difuntos. (Véase núm. 172, "médiums sonámbulos").
No ignoramos que nuestra severidad con respecto a los médiums interesados amotina contra nosotros a todos aquellos que explotan o tendrán intención de explotar esta nueva industria, y se nos hacen enemigos encarnizados, lo mismo que sus amigos que naturalmente toman su defensa; nos consolamos de ello, pensando que los mercaderes arrojados del templo por Jesús no debían mirarle con muy buenos ojos. Tenemos además contra nosotros a las personas que no miran la cosa con la misma gravedad; sin embargo, nos creemos con el derecho de tener una opinión y emitiría; no forzamos a nadie para que la adopte. Si se ha unido a ella una inmensa mayoría es que la encuentra justa; porque en efecto, no vemos cómo se podría probar que no hay más suerte en encontrar el fraude y los abusos en la especulación que en el desinterés. En cuanto a nosotros, si nuestros escritos han contribuido a poner en Francia y en otras partes el descrédito en la mediumnidad interesada, creemos que no será uno de los menores servicios que habrán hecho al Espiritismo "formal".
Fraudes Espiritistas
Los que no admiten la realidad de las manifestaciones físicas, generalmente atribuyen a fraude los efectos que se producen. Se fundan en que los prestidigitadores hábiles, hacen cosas que parecen prodigios cuando uno no conoce sus secretos; de aquí sacan la consecuencia que los médiums no son otra cosa que escamoteadores.
Hemos refutado ya este argumento, o más bien esta opinión, notablemente en nuestros artículos sobre Mr. Home y en los números de la "Revista" de enero y febrero de 1858; no diremos, pues, sino algunas palabras antes de hablar de una cosa más formal.
Por lo demás, hay una consideración que no puede pasar desapercibida a cualquiera que reflexione un poco. Sin duda hay prestidigitadores de una habilidad prodigiosa, pero son raros. Si todos los médiums practicaban el escamoteo, sería preciso convenir en que este arte hubiera hecho en poco tiempo progresos inauditos y hubiera venido a ser de repente muy común, puesto que se encontraría en estado innato entre gentes que no lo pensaban y aun entre los niños.
¿Por que hayan charlatanes que venden drogas en las plazas públicas, porque haya también médicos que sin ir a la plaza pública, abusan de la confianza, se sigue de esto que todos los médicos sean charlatanes y el cuerpo facultativo de medicina quede perjudicado en su consideración? ¿Por que haya gentes que venden tinte por vino, todos los taberneros son falsificadores y no puede haber vino puro? Se abusa de todo, aun de las cosas más respetables, y puede decirse que el fraude tiene también su genio. Pero el fraude tiene siempre un fin, un interés material cualquiera; en donde no hay nada que ganar, no hay ningún interés en engañar. Hemos dicho también a propósito de los médiums mercenarios, que la mejor de todas las garantías es un desinterés absoluto.
De todos los fenómenos espiritistas, los que más se prestan al fraude son los fenómenos físicos por motivos que es útil tomar en consideración. En primer lugar, porque se dirigen más a los ojos que a la inteligencia, éstos son los que la prestidigitación puede imitar muy fácilmente. En segundo lugar, llamando más la curiosidad que los otros, son más propios para atraer a la multitud, y por consiguiente más productivos. A este doble punto de vista, los charlatanes ponen todo el interés en simular esta clase de manifestaciones; los espectadores extraños a la ciencia en su mayor parte, generalmente van para procurarse una diversión más bien que una instrucción formal, y se sabe ya que se paga más lo que divierte que lo que instruye.
Pero además de esto hay otro motivo no menos perentorio. Si la prestidigitación puede imitar efectos materiales, para los que sólo necesita la destreza, no le conocemos, hasta el presente, el don de improvisación que requiere una dosis de inteligencia poco común, ni el de producir estos bellos y sublimes dictados, llenos a menudo de cosas que vienen muy a tiempo, que los Espíritus dan en sus comunicaciones. Esto nos recuerda el siguiente hecho.
Un letrado bien conocido vino un día a vernos y nos dijo que era muy buen médium escribiente "intuitivo", y que se ponía a la disposición de la sociedad espiritista.
Como tenemos por costumbre el no admitir en la sociedad sino médiums cuyas facultades nos son conocidas, le rogamos que viniera más adelante para hacer las pruebas en una reunión particular. En efecto, vino; muchos médiums experimentados dieron ya sea disertaciones, ya sea contestaciones de una notable precisión sobre las preguntas propuestas y asuntos desconocidos para ellos. Cuando a este señor le tocó el turno, escribió algunas palabras insignificantes; dijo que este día estaba mal dispuesto, y no lo hemos visto más; seguramente vio que el papel de médiums de efectos inteligentes era más difícil de representar de lo que había creído.
En todas las cosas, las personas más propensas a ser engañadas son aquellas que no son del oficio; y lo mismo sucede con el Espiritismo; los que no le conocen, son engañados muy fácilmente por las apariencias, mientras que un estudio preparatorio y atento les inicia, no solamente en la causa de los fenómenos, si que
también en las condiciones normales en las cuales se pueden producir, y de este modo les proporciona el medio de reconocer el fraude, si existe.
Los médiums mentirosos son sellados como lo merecen en la siguiente carta que hemos reproducido en la "Revista" del mes de agosto de 1861.
"París, 21 julio 1861.
"Señor:
"Puede uno no estar acorde en ciertos puntos, y estarlo perfectamente sobre otros. Acabo de leer en la página 213 del número último de su diario, reflexiones sobre fraudes en materia de experimentos espiritualistas (o espiritistas) y tengo la satisfacción de asociarme a ellas con todas mis fuerzas. Allí toda disidencia en materia de teorías y de doctrinas desaparece como por encanto.
"Puede que yo no sea tan severo como usted con respecto a los médiums que bajo una forma digna y conveniente, aceptan una remuneración como indemnización del tiempo que consagran a los experimentos, muchas veces muy largos y pesados; pero lo soy tanto – y no podría uno serlo bastante – con respecto a aquellos que en semejante caso, suplen en momentos dados, por la fullería y el fraude, la ausencia o la insuficiencia de los resultados prometidos y esperados. (Véase número 311).
"Mezclar lo verdadero con lo falso, cuando se trata de fenómenos obtenidos por la intervención de los Espíritus, es una infamia y habría alteración del sentido moral en el médium que creyese poderlo hacer sin escrúpulo. De la misma manera que usted lo hace observar "perfectamente, es desacreditar la cosa en el espíritu de los indecisos, desde el momento en que se conoce el fraude". Añadiré que es comprometer del modo más deplorable a los hombres honrados que prestan a los médiums el apoyo desinteresado de sus conocimientos y de sus luces que se declaran garantes de su buena fe, y de algún modo les apadrinan; es cometer con ellos un verdadero delito.
"Todo médium que estuviese convicto de maniobras fraudulentas; que se sorprendiese para servirme de una expresión trivial, con la mano en el saco, merecería ser proscripto por todos los espiritualistas o espiritistas del mundo, porque éste sería un deber riguroso para quitarles la máscara o para avergonzarles.
"Si a usted le conviene insertar estas cuantas líneas en su periódico, las pongo a su servicio.
"Reciba usted, etc.
Matieu".
No todos los fenómenos espiritistas se imitan con la misma facilidad, hay algunos que desafían evidentemente a toda la habilidad de la prestidigitación: tales son notablemente el movimiento de los objetos sin contacto, la suspensión de los cuerpos graves en el espacio, los golpes que se dan en diferentes partes, las apariciones, etc., salvo el empleo de los secretos y la inteligencia con algunos amigos; por esto decimos que lo que conviene hacer en casos semejantes, es observar con atención las circunstancias, y sobre todo hacerse cargo del carácter y de la posición de las personas, del objeto y del interés que podrían tener en engañar: este es el mejor de los comprobantes, porque hay ciertas circunstancias que quitan todo motivo de sospecha. Creemos, pues, en principio, que es menester desconfiar de aquel que hiciere de estos fenómenos un espectáculo o un objeto de curiosidad o de diversión y pretendiera producirlos a su gusto y en un punto dado como lo hemos dicho ya. No sabemos cómo repetirlo, las inteligencias ocultas que se nos manifiestan tienen sus susceptibilidades, y quieren probarnos que tienen también su libre albedrío y que no se someten a nuestro capricho. (Núm. 38).
Nos bastará el señalar algunos subterfugios empleados, o que es posible que se empleen en ciertos casos, para prevenir contra el fraude a los observadores de buena fe.
En cuanto a las personas que se obstinan en juzgar sin profundizar, sería perder el tiempo procurar desengañarles.
Uno de los fenómenos más ordinarios es el de los golpes íntimos dados en la sustancia misma de la madera, con el movimiento de la mesa o sin moverla, o de otro objeto del que se sirva para el caso. Este efecto es uno de los más fáciles de imitar, sea por el contacto de los pies, sea provocando pequeños crujidos en el mueble; pero es una pequeña maña especial que es muy útil de manifestar. Basta poner las dos manos extendidas sobre la mesa y bastante juntas para que las uñas de los pulgares se apoyen con fuerza el uno contra el otro; entonces, por un movimiento muscular casi imperceptible, se les hace experimentar una frotación que hace un pequeño ruido seco, que tiene una gran analogía con el de la tiptología íntima. Este ruido se refleja en la madera y produce una ilusión completa. Nada hay más fácil que hacer oír tantos golpes como se deseen, una banda de tambores, etc., responder a varias preguntas por "sí" o por "no", por nombres y también con la indicación de las letras del alfabeto.
Una vez sabido, el modo de reconocer el fraude es muy sencillo. No es posible si las manos están separadas la una de la otra y se tiene la seguridad que ningún otro contacto puede producir el ruido. Los golpes reales se caracterizan también porque cambian de punto y timbre a voluntad, lo que no puede tener lugar cuando se debe a la causa que hemos dicho o a otra cualquiera análoga; que salga de la mesa para trasladarse a otro mueble cualquiera que nadie toque, en las paredes, en el techo, etc., o que responde a preguntas no previstas. (Véase núm. 41).
La escritura directa es aún más fácil de imitar; sin hablar de los agentes químicos bien conocidos para hacer aparecer la escritura en un tiempo dado en el papel blanco, lo que puede descubrirse con las precauciones más vulgares, podría suceder que por medio de un escamoteo hábil, se substituyera un papel por otro. Podría suceder también que aquel que quisiera cometer el fraude, tuviese la maña de distraer la atención mientras que escribiese con destreza algunas palabras. Se nos ha dicho también haber visto escribir de este modo con un pedazo de lapicero de plomo metido disimuladamente en la uña.
El fenómeno de aportes no se presta menos al artificio, y se puede con mucha facilidad ser engañado por un escamoteador más o menos diestro, sin que por esto sea necesario habérselas con un prestidigitador de profesión. En el artículo especial que hemos publicado más arriba (núm. 96) los mismos Espíritus han determinado las condiciones excepcionales con las cuales se puede producir, de donde debe sacarse la consecuencia que la obtención "fácil" y "facultativa" puede poco o mucho tenerse por sospechosa. La escritura directa está en el mismo caso.
En el capítulo de los "médiums especiales" hemos mencionado con respecto a los Espíritus, las aptitudes medianímicas comunes y las que son raras. Conviene, pues, desconfiar de los médiums que pretenden tener estas últimas con demasiada facilidad, o que ambicionan la multiplicidad de facultades, pretensión que rara vez se justifica.
Las manifestaciones inteligentes son, según las circunstancias, las que ofrecen más garantía y sin embargo no están al abrigo de la imitación, al menos por lo que toca a las comunicaciones ligeras y vulgares. Se cree tener más seguridad en los médiums mecánicos, no sólo por la independencia de las ideas, sino también contra las supercherías; por esta razón ciertas personas prefieren los intermediarios materiales.
Pues bien, es un error. El fraude se desliza por todo, y sabemos que con la habilidad se puede también dirigir un cestito o una tablita que escriba y dar todas las apariencias de los movimientos espontáneos. Lo que quita todas las dudas, son los pensamientos que se expresan, que vengan de un médium mecánico, intuitivo, auditivo, parlante o vidente.
Hay comunicaciones que están de tal modo fuera de las ideas, de los conocimientos y aun del alcance intelectual del médium, que sería preciso engañarse de un modo extraño para hacerle honor. Reconocemos al charlatanismo una gran habilidad y fecundos recursos, pero aun no le reconocemos el don de dar sabiduría a un ignorante o genio al que no lo tiene.
En resumen, lo repetimos, la mejor garantía está en la moralidad notoria de los médiums y en la ausencia de toda causa de interés material o de amor propio, que podrían estimular en él el ejercicio de las facultades medianímicas que posee; porque estas mismas causas pueden inducirle a simular las que no tiene.
CAPÍTULO XXIX REUNIONES Y SOCIEDADES ESPIRITISTAS
De las reuniones en general. – De las sociedades propiamente dichas. -Objetos
de estudio. – Rivalidad entre las sociedades
De las reuniones en general
Las reuniones espiritistas pueden tener grandes ventajas, porque permiten ilustrarse por el cambio recíproco de pensamientos, por las preguntas y las observaciones que cada uno puede hacer y de las que se aprovechan todos; pero para sacar de ellas todo el fruto que se desea, requieren condiciones especiales que vamos a examinar, porque no se tendría razón en asimilarías a las sociedades ordinarias. Por otra parte, formando las reuniones un todo colectivo, lo que les concierne es la consecuencia natural de las instrucciones precedentes; tienen que tomar las mismas precauciones y preservarse de los mismos escollos que los individuos; por esto hemos colocado este capítulo en último lugar.
Las reuniones espiritistas tienen caracteres muy diferentes según el objeto que se proponen, y por lo mismo su condición de ser debe diferir también. Según su naturaleza pueden ser "frívolas", "experimentales" o "instructivas".
Las "reuniones frívolas" se componen de personas que sólo ven el lado complaciente de las manifestaciones, que se divierten con los chistes de los Espíritus ligeros muy amantes de esta clase de asambleas, en las que tiene toda la libertad de producirse y no hacen falta a ellas. Allí se piden toda clase de ligerezas, se hacen decir la buenaventura por los Espíritus, se pone su perspicacia a prueba para adivinar la edad, lo que se lleva en el bolsillo, descubrir pequeños secretos y mil otras cosas de esta importancia.
Estas reuniones son sin consecuencias; pero como los Espíritus ligeros son algunas veces muy inteligentes y que por lo general son de humor fácil y jovial, se producen a menudo cosas muy curiosas de las que el observador puede sacar provecho; el que no hubiese visto otra cosa y juzgase el mundo de los Espíritus según esta muestra, se haría una idea tan falsa, como aquel que juzgase a toda la sociedad de una ciudad por la de ciertos barrios. El simple buen sentido dice que los Espíritus elevados no pueden venir a tales reuniones, en las que los espectadores son tan formales como los actores. Si se quiere ocupar de cosas triviales, es menester llamar francamente a Espíritus ligeros, como se llamaría a farsantes para divertir una sociedad, pero habría profanación convidando nombres venerados, mezclando lo sagrado con lo profano.
Las "reuniones experimentales" tienen por objeto la producción de manifestaciones físicas. Para muchas personas es un espectáculo más curioso que instructivo; los incrédulos salen de ellas más maravillados que convencidos cuando no han visto otra cosa, y todo su pensamiento se dirige a buscar los hilos, porque no pudiendo hacerse cargo de nada, suponen desde luego subterfugios. Lo contrario sucede con aquellos que han estudiado; comprenden anticipadamente la posibilidad y los hechos positivos determinan en seguida o acaban su convicción; si hubiese subterfugio, estarían en disposición de descubrirlo.
Sin embargo de esto, esta clase de experimentos tienen una utilidad que nadie podría desconocer, porque ellos son los que han hecho descubrir las leyes que rigen el mundo invisible y para muchas gentes son sin contradicción un poderoso motivo de convicción; pero nosotros sostenemos que ellos solos no pueden iniciar en la ciencia Espiritista, como la vista de un ingenioso mecanismo, no podrá hacer conocer la mecánica, si no se conocen sus leyes; sin embargo, si estuviesen dirigidos con método y prudencia, se obtendrían resultados mucho mejores. Volveremos luego al mismo asunto.
Las "reuniones instructivas" tienen un carácter muy diferente, y como de ellas es de donde puede sacarse la verdadera enseñanza, insistiremos más sobre las condiciones que deben llenar.
La primera de todas, es el permanecer formales en toda la extensión de la palabra. Es preciso convencerse que los Espíritus a los cuales queremos dirigirnos son de una naturaleza enteramente especial; que no pudiéndose aliar lo sublime con lo trivial, ni el bien con el mal, si se quieren obtener cosas buenas, es menester dirigirse a Espíritus buenos; pero no basta pedir buenos Espíritus; es menester condición expresa; estar en disposición propicia para que "quieran venir", así, pues, los Espíritus superiores no irán a las asambleas de hombres ligeros y superficiales, como tampoco hubieran ido cuando vivían.
Una sociedad no es verdaderamente formal sino a condición de ocuparse de cosas útiles con exclusión de todas las otras; si aspira a obtener fenómenos extraordinarios por curiosidad o pasatiempo, los Espíritus que los producen podrán ir, pero los otros se alejarán. En una palabra, cualquiera que sea el carácter de una reunión, encontrará siempre Espíritus dispuestos a secundar sus tendencias. Una reunión formal se separa, pues, de su objeto si deja la enseñanza por la diversión. Las manifestaciones físicas como ya lo hemos dicho, tienen su utilidad; los que quieren ver, que vayan a las reuniones experimentales, y los que quieran comprender, que vayan a las reuniones de estudio; de este modo los unos y los otros podrán completar su instrucción espiritista, como en el estudio de la medicina los unos van a la clase y los otros a la clínica.
La instrucción espiritista, no comprende sólo la enseñanza moral dada por los Espíritus, si que también el estudio de los hechos; a ella incumbe la teoría de todos los fenómenos, la investigación de las causas, y como consecuencia, la confirmación de lo que es posible y de lo que no lo es; en una palabra, la observación de todo aquello que puede hacer adelantar la ciencia. Así, pues, sería engañarse el creer que los hechos estén limitados a los fenómenos extraordinarios; que aquellos que hieren más los sentidos sean los solos dignos de atención; se encuentran a cada paso en las comunicaciones inteligentes y que los hombres reunidos para el estudio no sabrían despreciar; estos hechos, que sería imposible enumerar, surgen de una multitud de circunstancias fortuitas; aunque menos ingeniosas, no dejan de tener interés para el observador que encuentre en ellas o la confirmación de un principio conocido, o la revelación de un principio nuevo que le hace penetrar más adelante en los misterios del mundo invisible esto pertenece también a la filosofía.
Las reuniones del estudio son además de una inmensa utilidad para los médiums de manifestaciones inteligentes, sobre todo para aquellos que tienen deseo formal de perfeccionarse y que no van a ellas con una vana presunción de infalibilidad. Uno de los grandes escollos de la mediumnidad, es como lo hemos dicho ya, la obsesión y la fascinación; pueden, pues, hacerse ilusión de muy buena fe sobre el mérito de lo que ellos obtienen, y se concibe que los Espíritus mentirosos encuentran el camino expedito cuando tienen que habérselas con un ciego; por esto alejan a su médium de toda comprobación; que también le hace tomar aversión a cualquiera que pueda ilustrarle; a favor del aislamiento y de la fascinación, pueden a su gusto hacerle aceptar todo lo que quieren.
No nos cansaremos de repetirlo; aquí está no sólo el escollo sino el peligro; sí, lo decimos, un verdadero peligro. El sólo medio de librarse de él, es la comprobación de personas desinteresadas y benévolas que juzgando las comunicaciones con sangre fría e imparcialidad, pueden abrirle los ojos y hacerle ver lo que él no puede por si solo. Así, pues, todo médium que teme este juicio está ya en el camino de la obsesión; el que cree que la luz sólo se ha hecho para él, está completamente bajo el yugo; si toma a mal las observaciones, si las rechaza, si le irritan, no puede quedar duda sobre la mala naturaleza del Espíritu que le asiste.
Lo hemos dicho, a un médium pueden faltarle los conocimientos necesarios para comprender los errores; puede dejarse engañar por grandes palabras y por un lenguaje pretencioso, ser seducido por los sofismas y esto con toda la buena fe del mundo; por esto, en defecto de sus propias luces, debe modestamente buscar el recurso de otros, según estos dos adagios que cuatro ojos ven más que dos y que uno nunca puede ser juez de su propia causa. A este punto de vista las reuniones son para el médium de una grande utilidad si es bastante sensato para escuchar las amonestaciones, porque allí se encontrarán personas más ilustradas que él, que observarán las diferencias a menudo muy delicadas por donde el Espíritu hace traición a su inferioridad.
Todo médium que desee sinceramente no ser el juguete de la mentira, debe, pues, buscar producirse en las reuniones formales y llevar a ellas lo que obtenga en particular; aceptar con reconocimiento y solicitar del mismo modo el examen crítico de las comunicaciones que recibe; si es el objeto de Espíritus mentirosos, es el medio más seguro de desembarazarse de ellos probándoles que no pueden engañarle. Por lo demás, el médium que se irrita de la crítica es con tan poco fundamento como que su amor propio no debe resentirse por nada, puesto que lo que él dice no es suyo, y que no es más responsable que si leía los versos de un mal poeta.
Hemos insistido sobre este punto, porque si éste es un escollo para los médiums, lo es también para las reuniones a las cuales conviene no conceder confianza ligeramente a todos los intérpretes de los Espíritus. El concurso de todo médium obcecado o fascinado les sería más pernicioso que útil; no deben, pues, aceptarle. Creemos haber entrado en los desarrollos suficientes para que les sea imposible engañarse sobre los caracteres de la obsesión, si el mismo médium no puede conocerla; uno de los más marcados es, sin contradicción, la pretensión de tener sólo razón contra todo el mundo. Los médiums obcecados que no quieren convenir en que lo están, se parecen a aquellos enfermos que se hacen ilusión sobre su salud y se pierden por no querer someterse a un régimen saludable.
Lo que debe proponerse una reunión formal es separar a los Espíritus mentirosos; estaría en el error si se creyese al abrigo por su objeto y por la cualidad de sus médiums; no lo alcanzará hasta que ella misma se halle en condiciones favorables.
Para comprender bien lo que pasa en esta circunstancia, rogamos que se atienda a lo que hemos dicho más arriba, núm. 231 sobre la "influencia del centro". Es menester representarse a cada individuo como rodeado de cierto número de acólitos invisibles que se identifican con su carácter, sus gustos y sus inclinaciones; pues toda persona que entra en una reunión lleva con ella Espíritus que le son simpáticos. Según su número y su naturaleza, estos acólitos pueden ejercer sobre la asamblea y sobre las comunicaciones una influencia buena o mala. Una reunión perfecta sería aquella en que todos sus miembros, animados por un mismo amor al bien, no llevasen consigo sino buenos Espíritus; a falta de la perfección, la mejor será aquella en que el bien sobrepujará al mal. Esto es demasiado lógico para que sea necesario insistir en ello.
331. Una reunión es un ser colectivo cuyas cualidades y propiedades son la resultante de todas las de sus miembros, y forman como un manojo; así, pues, este manojo tendrá tanta más fuerza cuanto más homogéneo sea. Si se ha comprendido bien lo que se ha dicho (núm. 282, pregunta 5a.) sobre la manera que los Espíritus son advertidos de nuestro llamamiento, se comprenderá fácilmente el poder de la asociación del pensamiento de los asistentes. Si el Espíritu es de algún modo herido por el pensamiento como nosotros lo somos por la voz, uniéndose veinte personas con la misma intención, necesariamente tendrán más fuerza que una sola; pero para que todos estos pensamientos concurran a un mismo fin, es menester que vibren unísonos; que se confundan por decirlo así, en uno solo; lo que no puede tener lugar sin el recogimiento.
Por otra parte, llegando el Espíritu a un centro simpático, está más a gusto; no encontrando allí sino amigos, va con más voluntad y está mejor dispuesto a contestar. El que haya seguido con alguna atención las manifestaciones espiritistas inteligentes se habrá podido convencer de esta verdad. Si los pensamientos son divergentes, resulta un choque de ideas desagradables para el Espíritu, y de consiguiente pernicioso para la manifestación. Lo mismo sucede con un hombre que debe hablar en una asamblea; si siente que todos los pensamientos le son simpáticos y benévolos, la impresión que de ello recibe obra sobre sus propias ideas y le dan más verbosidad; la unanimidad de este concurso ejerce sobre él una especie de acción magnética que duplica sus medios, mientras que la indiferencia o la hostilidad le turba y le paraliza; así es que los actores están electrizados por los aplausos; luego los Espíritus mucho más impresionables que los humanos deben sentir aun mucho mejor la influencia del centro.
Toda reunión Espiritista debe, pues, procurar la mayor homogeneidad posible; bien entendido que hablamos de aquellas que quieren llegar a resultados formales y verdaderamente útiles; si se quieren obtener simplemente comunicaciones, aun cuando sea sin reparar en la cualidad de aquellos que las dan, es evidente que todas estas precauciones no son necesarias, pero en tal caso no hay que quejarse tampoco de la cualidad
del producto.
El recogimiento y la comunión de pensamientos, siendo las condiciones esenciales de toda reunión formal, se comprende que el número demasiado crecido de los asistentes, debe ser una de las causas más contrarias a la homogeneidad.
Ciertamente no hay ningún límite absoluto para este número, y se concibe que cien personas, suficientemente recogidas y atentas, estarán en mejores condiciones que diez que estuviesen distraídas y en desorden; pero también es evidente que cuanto más grande es el número, más difícil es que las condiciones tengan efecto. Es un hecho probado por la experiencia que los pequeños grupos íntimos están siempre más favorecidos por hermosas comunicaciones, y es por los motivos que hemos explicado.
Hay también otro punto que no es menos necesario: la regularidad de las reuniones. En todas hay siempre Espíritus que podrían llamarse los "acostumbrados" a la asistencia, y no se entienda por esto que queremos decir que estos Espíritus se encuentran por todo y se mezclan en todo; estos son ya Espíritus protectores, ya aquellos a quienes se pregunta más a menudo. No debe creerse que estos Espíritus no tengan otra cosa que hacer que escucharnos; tienen sus ocupaciones y también pueden encontrarse en condiciones poco favorables para ser evocados. Cuando las reuniones tienen lugar en días y horas fijas se disponen en consecuencia, y es raro que falten. Los hay también que llevan la puntualidad hasta el exceso; se formalizan si se retardan un cuarto de hora, y si ellos mismos señalan el momento de una conversación, se les llamaría en vano algunos minutos más pronto. Sin embargo, añadamos que aun cuando los Espíritus prefieren la regularidad, los que verdaderamente son superiores, no son meticulosos sobre este punto. La exigencia de una puntualidad rigurosa es una señal de inferioridad, como todo lo que es pueril. Fuera de las horas consagradas sin duda pueden venir, y aun vienen con gusto si el objeto es útil; pero nada es más pernicioso para las buenas comunicaciones que el llamarles a diestro y siniestro, cuando se apodera de nosotros la fantasía y sobre todo sin motivo formal; como no están obligados a someterse a nuestros caprichos, podría ser muy bien que no quisieran incomodarse, y entonces es cuando sobre todo otros pueden tomar su puesto y su nombre.
De las sociedades propiamente dichas
Todo lo que hemos dicho sobre las reuniones en general, naturalmente se aplica a las sociedades regularmente constituidas; éstas, sin embargo, tienen que luchar contra algunas dificultades especiales que nacen del mismo lazo que une los miembros. Habiéndosenos pedido algunas veces consejos sobre su organización, los reasumiremos a continuación con pocas palabras.
El Espiritismo que apenas acaba de nacer se aprecia aun diversamente, y es aun poco comprendido en su esencia por un gran número de adeptos, para ofrecer un lazo poderoso entre los miembros de lo que podría llamarse una asociación. Este lazo sólo puede existir entre aquellos que ven en él un objeto moral, lo comprenden y se "lo aplican a si mismos". Entre aquellos que sólo ven en si hechos más o menos curiosos, no podría establecerse nada formal; poniendo los hechos sobre los principios, una simple divergencia en el modo de verlos pudiera dividirles. No sucede lo mismo con los primeros, porque sobre la cuestión moral no puede haber dos modos de ver; también es de notar que por todas partes en donde éstos se encuentran, una confianza recíproca atrae los unos hacia los otros; la benevolencia mutua que reina entre ellos destierra el disgusto y la violencia que nacen de la susceptibilidad, del orgullo que se resiente de la menor contradicción y del egoísmo, que todo se lo atribuye. Una sociedad en la que reinasen tales sentimientos sin división, en donde se fuera únicamente con el fin de instruirse en la enseñanza de los Espíritus, y no con la esperanza de ver las cosas más o menos interesantes, o para hacer prevalecer su opinión, una sociedad así, decimos, no sólo seria viable, sino que sería indisoluble. La dificultad también de reunir numerosos elementos homogéneos desde este punto de vista, nos obliga a decir que, en interés de los estudios, y por el bien de la cosa misma, las reuniones espiritistas deben procurar multiplicarse por pequeños grupos, más bien que constituirse en grandes aglomeraciones. Estos grupos correspondiéndose entre si, visitándose y transmitiéndose sus observaciones pueden desde luego formar el núcleo de la grande familia espiritista, que un día fusionará todas las opiniones y unirá a los hombres en un mismo sentimiento de fraternidad sellado por la caridad cristiana.
Hemos visto la importancia de la uniformidad de sentimientos para obtener buenos resultados; esta uniformidad necesariamente es tanto más difícil de obtener cuanto más grande es el número. En las pequeñas reuniones se conoce uno mejor, se está más seguro de los elementos que se introducen en ellas el silencio y recogimiento son más fáciles; y todo se pasa allí como entre familia. Las grandes asambleas excluyen la intimidad por la variedad de los elementos de que se componen; exigen locales especiales, recursos pecuniarios y un aparato administrativo inútil en los grupos pequeños; la divergencia de caracteres, de ideas y de opiniones se manifiesta mejor y ofrece a los Espíritus enredadores más facilidad para sembrar la discordia. Cuanto más numerosa es la reunión, más difícil es poder contentar a todo el mundo; todos quisieran que los trabajos fuesen dirigidos a su gusto, que con preferencia se ocupasen de los asuntos que más les interesan; algunos creen que el título de asociado les da el derecho de imponer su manera de ver las cosas; de aquí se sigue la tirantez, una causa de malestar que conduce tarde o temprano a la desunión, después a la disolución: suerte de todas las sociedades, cualquiera que sea su objeto.
Las pequeñas reuniones no están sujetas a las mismas fluctuaciones; la caída de una grande sociedad sería una desgracia aparente para la causa del Espiritismo y sus enemigos no dejarían de aprovechar la ocasión; la disolución de un grupo pequeño pasa desapercibida, además que si uno se dispersa, al lado de él se forman otros veinte; así, pues, veinte grupos de quince a veinte personas, obtendrán más y harán más para la propagación, que una asamblea de tres a cuatrocientas.
Sin duda se dirá que los miembros de una sociedad que obrasen del modo que acabamos de manifestar no serían verdaderos espiritistas, puesto que el primer deber que impone la doctrina, es la caridad y la benevolencia. Esto es perfectamente justo; también aquellos que piensan de este modo son más bien espiritistas de nombre que de hecho; seguramente no pertenecen a la tercera categoría (véase número 28). ¿Pero quién dice que éstos sean ni siquiera espiritistas? Aquí se presenta una consideración que no deja de tener alguna gravedad.
No olvidemos que el Espiritismo tiene enemigos interesados en contrarrestarle y que ven su buena marcha con despecho; los más peligrosos no son los que atacan abiertamente, sino los que trabajan en secreto; éstos con una mano lo acarician, y con otra lo destrozan. Estos seres mal intencionados se introducen por todas partes en donde puedan hacer mal; como saben que la unión es la fuerza, procuran destruirla poniendo la tea de la discordia. ¿Quién no pensará, pues, que aquellos que en las reuniones siembran la turbación y cizaña no sean los agentes provocadores que procuran el desorden? Seguramente éstos no son ni verdaderos ni buenos espiritistas; nunca pueden hacer bien y pueden hacer mucho mal. Se comprende que tienen mucha más facilidad en insinuarse en las reuniones numerosas que en los pequeños grupos en los que todo el mundo se conoce; a favor de sordos manejos que pasan desapercibidos, siembran la duda, la desconfianza y la defección; bajo la apariencia de un hipócrita interés por la cosa, todo lo critican, forman conciliábulos y corrillos que muy pronto rompen la armonía del conjunto; esto es lo que ellos quieren.
Con respecto a estas personas, acudir a los sentimientos de caridad y de fraternidad es como si se hablase a sordos voluntarios, porque su objeto es precisamente el destruir estos sentimientos, que son el más grande obstáculo para sus manejos. Este estado de cosas, fastidioso en todas las sociedades, loes aun más en las sociedades espiritistas, porque si no conduce a un rompimiento, causa una preocupación incompatible con el recogimiento y la atención.
Si la reunión, se dirá, está en mal camino, ¿los hombres sensatos y bien intencionados no tienen el derecho de la crítica, y deben dejar pasar el mal sin decir nada y aprobarlo con su silencio? Sin duda están en su derecho: además es un deber; pero si su intención es verdaderamente buena, admiten su parecer con prudencia y benevolencia, abiertamente y no ocultamente; si no se les secunda, se retiran; porque no se podría concebir que aquel que no tuviese una segunda intención, se obstinase en quedarse en una sociedad en la que se hicieran cosas que no le convinieran.
Pueden, pues, establecerse en principio que cualquiera que en una reunión espiritista provocase el desorden o la desunión, ostensiblemente o bajo mano, por cualesquiera medios, o es un agente provocador, o al menos muy mal espiritista del que debe desembarazarse muy pronto; pero las mismas obligaciones que atan a todos los miembros a menudo son un obstáculo para ello; por esto conviene evitar las obligaciones indisolubles; los hombres de bien siempre están bastante obligados, los mal intencionados lo son siempre demasiado.
Además de las personas notoriamente malévolas que se entrometen en las reuniones, hay aquellos que por carácter, llevan la turbación en si mismos por todas partes en donde se encuentran: no se podía pues ser bastante circunspecto sobre los elementos nuevos que se introducen en ellas. Los más incómodos en este caso, no son los ignorantes en la materia, ni tampoco los que no creen: la convicción no se adquiere sino por la experiencia, y hay personas que quieren ilustrarse de buena fe. De los que uno debe guardarse es de las gentes que tienen un sistema preconcebido; de los incrédulos que dudan de todo, aun de la evidencia; de los orgullosos, que pretendiendo tener ellos solos la ciencia infusa, quieren imponer en todo su opinión y miran con desdén a cualquiera que no piense como ellos. No os dejéis seducir por su pretendido deseo de ilustrarse; hay más de uno que se incomodaría si se le forzara en convenir que se le engaña; guardáos sobre todo de esos peroradores insípidos que quieren ser siempre los últimos y de aquellos que sólo se complacen en la contradicción; los unos y los otros hacen perder el tiempo sin provecho para ellos mismos; los Espíritus no quieren palabras inútiles.
Vista la necesidad de evitar toda causa de turbación y de distracción, una sociedad espiritista que se organice debe llamar toda su atención sobre los medios propios para quitar a los promovedores de desórdenes los medios de incomodar y en dar la más grande facilidad para separarlos. Las reuniones pequeñas sólo tienen necesidad de un reglamento disciplinario muy sencillo para el orden de las sesiones; las sociedades regularmente constituidas exigen una organización más completa; la mejor será aquella cuyas ruedas serán menos complicadas; las unas y las otras encontrarán aquello que les será aplicable, o lo que creerán útil, en el reglamento de la Sociedad Parisiense de Estudios Espiritistas, que damos más abajo.
Las sociedades, pequeñas o grandes, y todas las reuniones, cualquiera que sea su importancia, tienen que luchar contra otro escollo. Los promovedores de disturbios no sólo están en su seno, están también en el mundo invisible. De la misma manera que hay Espíritus protectores para las sociedades, las ciudades y los pueblos, los Espíritus malhechores se unen a los grupos lo mismo que a los individuos; primeramente atacan a los más débiles, a los más accesibles, de los cuales procuran hacer sus instrumentos, y poco a poco intentan invadir las masas; porque su alegría perversa está en razón del número de aquellos que tienen bajo su yugo. Todas las veces, pues, que en un grupo, una persona cae en un lazo, es preciso decir que hay un enemigo en el campo, un lobo en el redil, y que debe uno prevenirse, porque es más que probable que multiplicará sus tentativas; si no se le corta el vuelo por una resistencia enérgica, la obsesión viene a ser entonces un mal contagioso que se manifiesta en los médiums por la perturbación de la mediumnidad, y en los otros por la hostilidad de sentimientos, la perversión del sentido moral y la turbación de la armonía. Como el más poderoso
antídoto de este veneno es la caridad, tratan de sofocarla. Es preciso, pues, no esperar que el mal sea incurable para poner remedio, tampoco es menester esperar los primeros síntomas, es preciso saberlo precaver; para esto hay dos medios eficaces si se emplean bien: la oración de corazón y el estudio atento de las menores señales que revelan la presencia de los Espíritus mentirosos; el primero atrae a los buenos Espíritus que no asisten con celo sino a los que les secundan por su confianza en Dios; el otro prueba a los Espíritus malos que tienen que habérselas con personas que ven bastante claro para que se dejen engañar. Si uno de los miembros sufre la influencia de la obsesión, todos los esfuerzos deben dirigirse, desde los primeros indicios, a abrirle los ojos por temor de que el mal no se agrave, a fin de convencerle de que es engañado y con el deseo de secundar a los que quieren desembarazarle.
La influencia del centro es la consecuencia de la naturaleza de los Espíritus y de su modo de acción sobre los seres vivientes; de esta influencia cada uno puede deducir las condiciones más favorables para una sociedad que aspira a conciliar la simpatía de los buenos Espíritus, y a no obtener sino buenas comunicaciones separando las malas.
Estas condiciones están todas en las disposiciones morales de los asistentes; se resumen en los puntos siguientes:
Perfecta comunidad de miras y de sentimientos;
Benevolencia recíproca entre todos los miembros;
Abnegación de todo sentimiento contrario a la verdadera caridad cristiana;
Deseo único de instruirse y mejorarse por la enseñanza de los buenos Espíritus y sacar provecho de sus consejos. Cualquiera que se persuada que los Espíritus superiores se manifiestan con el objeto de hacernos progresar y no para nuestro placer, comprenderá que deben retirarse de aquellos que se limitan a admirar su estilo sin sacar de él ningún fruto, y no toman el atractivo de las sesiones, sino por el mayor o menor interés que les ofrecen según sus gustos particulares;
Exclusión de todo lo que en las comunicaciones pedidas a los Espíritus, sólo tendrían un objeto de curiosidad;
Recogimiento y silencio respetuosos durante la conversación con los Espíritus;
Asociación de todos los asistentes, por el pensamiento, al llamamiento que se hace de los Espíritus que se evocan;
Concurso de los médiums de la asamblea con abnegación de todo sentimiento de orgullo, de amor propio y de supremacía y por el único deseo de hacerse útiles.
¿Son tan difíciles de llenar estas condiciones que no se puedan encontrar? No lo creemos así; esperamos, por el contrario, que las reuniones verdaderamente formales, como las que existen ya en diferentes partes se multiplicarán, y no nos escondemos para decir que a ellos deberá el Espiritismo su más poderosa propagación; reuniendo a los hombres de bien y de conciencia, impondrán silencio a la crítica y cuanto más puras serán sus intenciones, más respetadas serán también de sus adversarios; cuando la burla ataca lo bueno, cesa de hacer reír: se vuelve despreciable. Entre las reuniones de este género un verdadero lazo simpático, una solidaridad mutua, se establecerá por la fuerza de las cosas y contribuirán al progreso general.
342. Sería un error el creer que las reuniones que se ocupan especialmente de manifestaciones físicas, estén fuera de este concierto fraternal, y que excluyen todo pensamiento formal; si no requieren condiciones tan rigurosas, tampoco se asiste a ellas impunemente cuando hay ligereza, y se engañaría cualquiera si creyera que el concurso de los asistentes sea absolutamente nulo; si tiene la prueba de lo contrario en el hecho de que a menudo las manifestaciones de este género, aun cuando sean provocados por excelentes médiums, no pueden producirse en ciertas reuniones. Hay, pues, también influencias contrarias para esto, y estas influencias sólo pueden estar en la divergencia o en la hostilidad de los sentimientos que paralizan los esfuerzos de los Espíritus.
Las manifestaciones físicas, como hemos dicho, son de una gran utilidad, abren un vasto campo al observador, porque es todo un orden de fenómenos insólitos que se desarrollan a sus ojos, y cuyas consecuencias son incalculables. Una asamblea, puede, pues, ocuparse de ello con miras muy formales, pero no podría conseguir su objeto, sea como estudio, sea como medio de convicción, si no se coloca en condiciones favorables; la primera de todas es, no la fe de los asistentes, sino su deseo de recibir la luz sin segunda intención, sin haber tomado el partido de rechazar la misma evidencia; la segunda es la restricción de su número para evitar la mezcla de elementos heterogéneos.
Si las manifestaciones físicas son producidas en general por los Espíritus menos avanzados, no por esto tienen un objeto menos providencial, y los Espíritus buenos las favorecen todas las veces que pueden tener un resultado útil.
Objetos de estudio
Cuando evocamos a nuestros parientes y amigos, y a algunos personajes célebres para comparar sus opiniones de ultratumba con las que tenían cuando vivían, se halla uno embarazado para continuar la conversación sin que se caiga en las ligerezas y en las fruslerías. Muchas personas creen también, que el Libro de los Espíritus ha agotado la serie de preguntas de moral y de filosofía; esto es un error; por esto puede ser útil indicar el manantial de donde pueden sacarse motivos de estudio, por decirlo así, ilimitados.
Si la evocación de los hombres ilustrados, de los Espíritus superiores, es eminentemente útil para la enseñanza que nos dan, la de los Espíritus vulgares no lo es menos, bien que sean incapaces de resolver las cuestiones de alta importancia; por su inferioridad se pintan ellos mismos, y cuanto menos es la distancia que nos separa, más reacciones encontramos con nuestra propia situación, sin contar que muchas veces nos ofrecen rasgos característicos de la más alta importancia, como lo hemos explicado más arriba, número 281, hablando de la utilidad de las evocaciones particulares. Es, pues, una mina inagotable de observaciones, no tomando aun sino los hombres cuya vida presenta alguna particularidad con respecto al género de muerte, a la edad, a las buenas o malas cualidades, a su posición, feliz o infeliz sobre la tierra, a sus costumbres, al estado mental, etc.
Con los Espíritus elevados, el cuadro de los estudios se ensancha; además de las cuestiones psicológicas que tienen un límite, se les pueden proponer una multitud de problemas morales que se extienden hasta el infinito sobre todas las posiciones de la vida, sobre la conducta mejor que puede observarse sobre tal o cual circunstancia dada, sobre nuestros deberes recíprocos, etc. El valor de la instrucción que se recibe sobre algún asunto moral, histórico, filosófico, científico, depende enteramente del estado del Espíritu a quien se pregunta; a nosotros toca el juzgar.
Además de las evocaciones propiamente dichas, los dictados espontáneos, ofrecen objetos de estudio hasta el infinito. Consisten en esperar el asunto que quieran tratar los Espíritus. Muchos médiums pueden en este caso trabajar simultáneamente.
Alguna vez puede llamarse a un Espíritu determinado; lo más regular es esperar a los que quieran presentarse, y algunas veces vienen del modo más imprevisto. Estas comunicaciones pueden dar lugar en seguida a una multitud de cuestiones, cuyo tema se encuentra de este modo preparado. Deben ser comentadas con cuidado para estudiar todos los pensamientos que encierran y juzgar si llevan el sello de la verdad. Este examen hecho con severidad es, como hemos dicho, la mejor garantía contra la instrucción de los Espíritus mentirosos; con este motivo y también para la instrucción de todos, podrá darse conocimiento de las comunicaciones obtenidas fuera de a reunión.
Hay en esto, como se ve, un manantial inagotable de elementos eminentemente formales e instructivos.
Las ocupaciones de cada sesión pueden arreglarse del modo que sigue:
1º Lectura de las comunicaciones espiritistas obtenidas en la última sesión, puestas en limpio.
2º Noticias diversas. – Correspondencia. – Lectura de las comunicaciones obtenidas fuera de las sesiones. – Relación de los hechos interesantes del Espiritismo.
3º Trabajos de estudio – Dictados espontáneos. – Cuestiones diversas y problemas morales propuestos a los Espíritus. – Evocaciones.
4º Conferencia – Examen crítico y analítico de las diversas comunicaciones. –Discusión sobre los diferentes puntos de la ciencia espiritista.
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