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Nociones preliminares por Allan Kardec


Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13

  1. ¿Hay espíritus?
  2. Acción de los espíritus sobre la materia
  3. Manifestaciones físicas espontáneas
  4. Naturaleza de las comunicaciones
  5. Médiums escribientes o psycógrafos
  6. Influencia moral del médium
  7. De las evocaciones
  8. Reglamento de la sociedad parisiense de estudios espiritistas

CAPÍTULO PRIMERO

¿HAY ESPÍRITUS?

La duda concerniente a la existencia de los Espíritus, tiene por causa primera la ignorancia de su verdadera naturaleza. Se les figura generalmente como seres aparte en la creación, y cuya necesidad no está demostrada. Muchos no los conocen sino por los cuentos fantásticos que han oído desde la cuna, poco más o menos como se conoce la historia por los romances; sin investigar si estos cuentos, separados los accesorios ridículos, se apoyan sobre un fondo de verdad, sólo les impresiona lo absurdo; no quieren tomarse el trabajo de quitar la corteza amarga para descubrir la almendra y rehusan el todo, como hacen con la Religión los que, por ver ciertos abusos, todo lo confunden en la misma reprobación.

Cualquiera que sea la idea que se forme de los Espíritus, esta creencia está necesariamente fundada sobre la existencia de un principio inteligente fuera de la materia, y es incompatible con la negación absoluta de este principio. Tomamos, pues, nuestro punto de partida en la existencia, la supervivencia y la individualidad del alma, de lo que el "Espiritualismo" es la demostración teórica y dogmática, y el "Espiritismo" la demostración patente. Hagamos, por un instante, abstracción de las manifestaciones propiamente dichas, y raciocinando por inducción, veamos a qué consecuencia llegaremos.

Desde el momento que se admite la existencia del alma y su individualidad después de la muerte, es menester también admitir: 1º que es de una naturaleza diferente del cuerpo, pues que una vez separada de éste no tiene ya sus propriedades; 2º que goza de la conciencia de sí misma, puesto que se le atribuyen la alegria o el sufrimiento; de otro modo sería un ser inerte, y tanto valdría para nosotros no tenerla. Admitido esto, el alma va a alguna parte; ¿en qué se convierte y a dónde va? Según la creencia común, va al cielo o al infierno ¿pero dónde están el cielo y el infierno? Se decía en otro tiempo que el cielo estaba arriba y el infierno abajo; ¿pero qué es lo que está arriba o abajo en el universo desde que se conoce la redondez de la Tierra, el movimiento de los astros que hace que lo que es arriba en un momento dado venga a ser lo bajo en doce horas, lo infinito del espacio en el cual el ojo se sumerge en distancias inconmensurables? Es verdad que por lugares bajos se entienden también las profundidades de la tierra; ¿pero qué han venido a ser estas profundidades desde que se han ojeado por la geología? ¿Qué se han hecho estas esferas concéntricas llamadas cielo de fuego, cielo de las estrellas, desde que se sabe que la Tierra no es el centro de los mundos, que nuestro mismo sol no es más que uno de los millones de soles que brillan en el espacio, y que cada uno de ellos es el centro de un torbellino planetario? ¿Qué importancia tiene la Tierra perdida en esta inmensidad? ¿Por qué privilegio injustificable este grano de arena imperceptible, que no se distingue por su volumen ni por su posición, ni por un objeto particular, estaría él sólo poblado de seres racionales? La razón rehusa admitir esta inutilidad de lo Infinito, y todo nos dice que esos mundos están habitados. Si están poblados, suministran pues su contigente al mundo de las almas; pero repetimos, ¿qué es de estas almas, puesto que la Astronomía y la Geología han destruido las moradas que les estaban señaladas, y sobre todo desde que la teoria tan racional de la pluralidad de los mundos, las ha multiplicado hasta el infinito? La doctrina de la localización de las almas, no pudiendo ponerse de acuerdo con los datos de la ciencia, otra doctrina más lógica les señala por dominio, no un lugar determinado, y circunscrito, sino el espacio universal: es todo un mundo invisible en medio del cual vivimos, que nos circuye y nos rodea sin cesar. ¿Hay en esto una imposibilidad, alguna cosa que repugne a la razón? De ningún modo; todo nos dice, al contrario, que no puede ser de otra manera. ¿Pero entonces qué vienen a ser las penas y las recompensas futuras, si les quitáis los lugares especiales? Observad que la incredulidad, respecto a esas penas y recompensas, está, generalmente, provocada, porque se las presenta con condiciones inadmisibles; pero decid en lugar de esto que las almas sacan su dicha o su desgracia de sí mismas; que su suerte está subordinada a su estado moral; que la reunión de las almas simpáticas y buenas es una fuente de felicidad; que según su grado de depuración, penetran y ven cosas que se borran ante las almas groseras, y todo el mundo lo comprenderá sin trabajo; decid además que las almas no llegan al grado supremo si no por medio de los esfuerzos que hacen para mejorarse y después de una serie de pruebas que sirven a su depuración; que los ángeles son las almas que han llegado al último grado, el que todas pueden alcanzar con buena voluntad; que los ángeles son los mensajeros de Dios encargados de velar en la ejecución de sus designios en todo el Universo; que son dichosos de estas misiones gloriosas, y daréis a su felicidad un fin más útil y más atractivo que el de una contemplación perpetua, que no sería otra cosa que una inutilidad perpetua; decid, en fin, que los demonios no son otros que las almas de los malvados, todavía no depuradas, pero que pueden llegar a serlo como las otras, y esto parecerá más conforme a la justicia y a la bondad de Dios, que la doctrina de seres creados para el mal y perpetuamente dedicados a él. He aquí, repetimos, lo que la razón más severa, la lógica más rigurosa, en una palabra, el buen sentido, pueden admitir.

Las almas que pueblan el espacio son precisamente lo que se llaman "Espíritus"; los "Espíritus" no son, pues, otra cosa que las almas de los hombres despojadas de su envoltura corporal. Si los Espíritus fuesen seres aparte, su existencia sería más hipotética; pero si admitimos que hay almas, es necesario también admitir los Espíritus que no son otros que las almas; si se admite que las almas están por todas partes, es necesario admitir igualmente que los Espíritus están por todo. No se podría, pues, negar la existencia de los Espíritus sin negar la de las almas.

Esto no es, en verdad, sino una teoría más racional que la otra; pero ya es mucho una teoría que no contradiga ni la razón ni la ciencia; si además está corroborada por los hechos, tiene para sí la sanción del razonamiento y de la experiencia. Estos hechos, nosotros los encontramos en el fenómeno de las manifestaciones espiritistas, que son así la prueba patente de la existencia y de la supervivencia del alma. Pero para muchas gentes, su creencia no va mas allá; admiten la existencia de las almas y por consecuencía la de los Espíritus, pero niegan la posibilidad de comunicarse con ellos, por la razón, dicen, que seres inmateriales, no pueden obrar sobre la materia. Esta duda está fundada sobre la ignorancia de la verdadera naturaleza de los Espíritus, de la cual se forma generalmente una idea muy falsa, que se les considera sin razón como seres abstractos, vagos e indefinidos, lo que no es así.

Figurémonos desde luego el Espíritu en su unión con el cuerpo; el Espíritu es el ser principal, pues, que es el ser "pensador y superviviente"; el cuerpo no es, por consiguiente, más que un "accesorio" del Espíritu, una envoltura, un vestido que deja cuando está usado. Además de esta envoltura material, el Espíritu tiene una segunda, semi-material que le une a la primera; en la muerte, el Espíritu se despoja de ésta, pero no de la segunda a la que nosotros damos el nombre de "periespíritu". Esta envoltura semi-material que afecta la forma humana, constituye para él un cuerpo fluídico, vaporoso, pero que, por ser invisible para nosotros en su estado normal no deja de poseer algunas de las propiedades de la materia. El Espíritu no es, pues, un punto, una abstracción, sino un ser limitado y circunscrito, al cual sólo falta ser visible y palpable para parecerse a los seres humanos. ¿Por qué pues no obraría sobre la materia? ¿Por qué su cuerpo es fluídico? ¿Pero no es entre los fluidos los más rarificados, los mismos que se miran como imponderables, la electricidad, por ejemplo, que el hombre encuentra sus más poderosos motores? ¿Es que la luz imponderable no ejerce una acción química sobre la materia ponderable? Nosotros no conocemos la naturaleza íntima del periespíritu; pero supongámosle formado de materia eléctrica, o de otra tan sutil como ésta, ¿por qué no tendría la misma propiedad siendo dirigida por una voluntad?

La existencia del alma y la de Dios, que son la consecuencia una de la otra, siendo la base de todo el edificio, antes de entablar alguna discusión espiritista, importa asegurarse si el interlocutor admite esta base. Si a estas preguntas: ¿Creéis en Dios? ¿Creéis tener un alma? ¿Creéis en la supervivencia del alma después de la muerte? – responde negativamente, o si dice simplemente: "Yo no sé; querría que fuese así, pero no estoy seguro de ello", lo que, las más veces, equivale a una cortés negativa, disfrazada bajo una forma menos explícita a fin de no chocar muy bruscamente lo que él llama "preocupaciones respetables", sería tan inútil ir más allá, como el pretender demostrar las propiedades de la luz al ciego que no la admitiese, porque en definitiva, las manifestaciones espiritistas no son otra cosa que los efectos de las propiedades del alma; con aquél es necesario seguir otro orden de ideas si no se quiere perder el tiempo.

Si se admite la base, no a título de "probabilidad", si no como cosa segura, incontestable, la existencia de los Espíritus, se deduce naturalmente.

Resta ahora la cuestión de saber si el Espíritu puede comunicarse al hombre, esto es, si puede hacer con él cambio de pensamientos. ¿Y por qué no? ¿Qué es el hombre si no un Espíritu encarcelado en un cuerpo? ¿Por qué el Espíritu libre no podría comunicarse con el Espíritu en prisión, como el hombre libre con el que está entre cadenas? Desde luego que admitís la supervivencia del alma, ¿es racional no admitir la supervivencia de los afectos? Puesto que las almas están por todas partes, ¿no es natural el pensar que la de un ser que nos ha amado durante su vida, venga cerca de nosotros, que desee comunicarse, y que se sirva para esto de los medios que están a su disposición? ¿Durante su vida no obraba sobre la materia de su cuerpo? ¿No era ella quién dirigía sus movimientos? ¿Por qué, pues, después de su muerte, de acuerdo con otro Espíritu ligado a un cuerpo, no tomaría este cuerpo vivo para manifestar su pensamiento, como un mudo puede servirse de uno que hable para hacerse comprender?

Hagamos por un instante abstracción de los hechos que, para nosotros, hacen la cosa incontestable; admitámoslos a titulo de simple hipótesis; pidamos que los incrédulos nos prueben, no por una simple negativa, porque su dictamen personal no puede hacer ley, sino por razones perentorias, que esto no puede ser. Nosotros nos colocaremos sobre su terreno, y puesto que quieren apreciar los hechos espiritistas con ayuda de las leyes de la materia, que tomen, por consiguiente, en este arsenal, alguna demostración matemática, física, química, mecánica, y fisiológica, y prueben por "a" más "b", partiendo siempre del principio de la existencia y supervivencia del alma:

1º Que el ser que piensa en nosotros durante la vIda no debe pensar más después de la muerte;

2º Que, si piensa, no debe pensar más en los que ha amado;

3º Que si piensa en aquellos que ha amado, no debe querer ya comunicarse con

ellos;

4º Que si puede estar por todas partes, no puede estar a nuestro lado;

5º Que si está a nuestro lado, no puede comunicarse con nosotros;

6º Que por su envoltura fluídica no puede obrar sobre la materia inerte;

7º Que si puede obrar sobre la materia inerte, no puede obrar sobre un ser animado;

8º Que si puede obrar sobre un ser animado, no puede dirigir su mano para hacerle escribir;

9º Que pudiendo hacerlo escribir, no puede responder a sus preguntas y trasmitirle su pensamiento.

Cuando los adversarios del Espiritismo nos hayan demostrado que esto no puede ser, por razones tan patentes como aquellas por las cuales Galileo demostró que no es el Sol el que da vueltas alrededor de la Tierra, entonces podremos decir que sus dudas son fundadas; desgraciadamente hasta este día toda su argumentación se resume en estas palabras: Yo no creo, luego esto es imposible. Nos dirán sin duda que toca a nosotros probar la realidad de las manifestaciones; nosotros se la probamos por los hechos y el raciocinio; si no admiten ni lo uno ni lo otro, si aún niegan lo que ven, corresponde a ellos el probar que nuestro raciocinio es falso y que los hechos son imposibles.

CAPÍTULO II LO MARAVILLOSO Y LO SOBRENATURAL

Si la creencia en los Espíritus y en sus manifestaciones fuese una concepción aislada, el producto de un sistema, podría con alguna apariencia de razón ser sospechosa de ilusión; pero que se nos diga ¿por qué se la encuentra tan viva entre todos los pueblos antiguos y modernos, y en los libros santos de todas las religiones conocidas?

Esto es, dicen algunos críticos, porque en todo tiempo el hombre ha amado lo maravilloso. – ¿Qué es, pues, lo maravilloso según vosotros? – Lo que es sobrenatural. –Qué entendéis por sobrenatural? – Lo que es contrario a las leyes de la naturaleza. -¿Acaso conocéis estas leyes con tanta perfección que os sea posible marcar un límite a la potencia de Dios? ¡Pues bien! Probad entonces que la existencia de los Espíritus y sus manifestaciones son contrarias a las leyes de la naturaleza; que esto no es y no puede ser una de estas leyes. Seguid la Doctrina Espiritista y ved si se eslabona con todos los caracteres de una admirable ley que resuelve todo lo que las leyes filosóficas no han podido resolver hasta este día. El pensamiento es uno de los atributos del Espíritu; la posibilidad de obrar sobre la materia, de hacer impresión sobre nuestros sentidos y por consecuencia de transmitir su pensamiento, resulta, si podemos expresarnos así, de su constituición fisiológica: luego no hay en este hecho nada de sobrenatural, nada de maravilloso. Que un hombre muerto y bien muerto, resucite corporalmente, que sus miembros dispersos se reúnan para volver a formar su cuerpo, he aquí lo maravilloso, lo sobrenatural, lo fantástico; eso sería una verdadera derogación que Dios no puede cumplir sino por un milagro, pero no hay nada de esto en la Doctrina Espiritista.

Sin embargo, se dirá, admitís que un Espíritu puede levantar una mesa y mantenerla en el espacio sin punto de apoyo; ¿acaso no es ésto una derogación de la ley de gravedad? De la ley conocida, sí, ¿pero la Naturaleza ha dicho su última palabra?

Antes que se hubiese conocido la fuerza ascensional de ciertos gases, ¿quién hubiera dicho que una pesada máquina llevando muchos hombres, pudiera triunfar a la fuerza de atracción? A los ojos del vulgo ¿no debería parecer maravilloso, diabólico? El que hubiera propuesto, hace un siglo, transmitir un despacho a 500 leguas, y recibir la contestación en algunos minutos, hubiera pasado por un loco; si lo hubiese hecho, se hubiera creído que tenía el diablo a sus órdenes, porque entonces sólo el diablo era capaz de ir tan aprisa. ¿Por qué, pues, un fluido desconocido, no tendría la propiedad en circunstancias dadas, de contrabalancear el efecto de la gravedad, como el hidrógeno contrabalancea el peso del globo aereostático? Hacemos esta observación de paso, que es una comparación, mas no una asimilación, y únicamente para demostrar, por analogía que el hecho no es físicamente imposible. Pero fue precisamente cuando los sabios, en la observación de estas especies de fenómenos, quisieron proceder por vía de asimilación que se engañaron. Por lo demás el hecho existe; todas las denegaciones no podrán hacer que no sea, porque negar no es probar; para nosotros no hay nada de sobrenatural; es todo lo que podemos decir por el momento.

Si el hecho está constatado, se dirá, nosotros lo aceptamos, aceptamos aún la causa que acabáis de señalar, la de un fluido desconocido; ¿pero que prueba la intervención de los Espíritus? En esto está lo maravilloso, lo sobrenatural.

Sería menester aquí una demostración que no estaría en su sitio y tendría por otra parte doble colocación, porque resalta de todas las otras partes de la enseñanza. Sin embargo, para resumirla en pocas palabras, diremos que está fundada, en teoría, sobre este principio: todo efecto inteligente debe tener una causa inteligente; en práctica: sobre la observación que los fenómenos llamados espiritistas, habiendo dado pruebas de inteligencia, debían tener su causa fuera de la materia; que esta inteligencia no siendo la de los asistentes – esto es un resultado de experiencia – debía estar fuera de ellos; pues que no se veía el ser en acción, debía ser un ser invisible. Desde entonces fue, que de observación se llegó a reconocer que este ser invisible, al cual se ha dado el nombre de Espíritu, no es otro que el alma de aquellos que han vivido corporalmente, y que la muerte ha despojado de su grosera envoltura visible, no dejándoles más que una envoltura etérea, invisible en su estado normal. He aquí pues, lo maravilloso y lo sobrenatural reducidos a su más simple expresión. Una vez acreditada la existencia de seres invisibles, su acción sobre la materia resulta de la naturaleza de su envoltura fluídica; esta acción es inteligente, porque muriendo, ellos no han perdido más que su cuerpo, pero han conservado la inteligencia que es su esencia; ahí está la llave de todos estos fenómenos reputados sin razón sobrenaturales. La existencia de los Espíritus no es pues un sistema preconcebido, una hipótesis imaginada para explicar los hechos; es un resultado de observaciones y la consecuencia natural de la existencia del alma; negar esta causa, es negar el alma y sus atributos. Aquellos que crean poder dar, de estos efectos inteligentes, una solución más racional, pudiendo sobre todo dar razón de "todos los hechos" , que tengan la bondad de hacerlo y entonces se podrá discutir el mérito de cada uno.

A los ojos de estos que miran la materia como la sola potencia de la Naturaleza, "todo lo que no puede ser explicado por las leyes de la materia es maravilloso o sobrenatural"; y para ellos, "maravilloso" es sinónimo de superstición.

Bajo este título la religión, fundada sobre la existencia de un principio inmaterial, sería un tejido de supersticiones; no se atreven a decirlo en voz alta, pero lo dicen bajito, y creen salvar las apariencias concediendo que es necesaria una religión para el pueblo, y para hacer que los niños sean sabios; luego, de dos cosas la una, o el principio religioso es verdadero o es falso; si es verdadero, lo es para todo el mundo; si falso, tan malo es para los ignorantes como para las gentes ilustradas.

Los que atacan al Espiritismo en nombre de lo maravilloso, se apoyan, pues, generalmente, sobre el principio materialista, porque negando todo efecto extra-material, niegan, por lo mismo, la existencia del alma; sondead el fondo de su pensamiento, escudriñad bien el sentido de sus palabras, y veréis casi siempre este principio, si no es categóricamente formulado, despuntar bajo las apariencias de una pretendida filosofía racional con que ellos lo cubren. Rebatiendo a cuenta de lo maravilloso, todo lo que se deduce de la existencia del alma, son consecuentes consigo mismos; no admitiendo la causa, no pueden admitir los efectos; de ahí en ellos una opinión preconcebida que les hace impropios para juzgar sanamente el Espiritismo porque parten del principio de la negación de todo lo que no es material. En cuanto a nosotros, de que admitamos los efectos que son la consecuencia de la existencia del alma, ¿se sigue acaso que aceptemos todos los hechos calificados de maravillosos; que seamos los campeones de todos los que sueñan, los adeptos de todas las utopías, de todas las excentricidades sistemáticas? Sería menester conocer muy poco el Espiritismo para pensarlo; pero nuestros adversarios no miran éste tan de cerca: la necesidad de conocer aquello de que hablan es el menor de sus cuidados. Según ellos, lo maravilloso es absurdo; pues el Espiritsmo se apoya sobre hechos maravilosos, luego el Espiritismo es absurdo: esto para los mismos es un juicio sin apelación. Creen oponer un argumento sin réplica, cuando después de haber hecho eruditas investigaciones sobre los convulsionarios de San-Medard, los calvinistas de las Cevenas, o las religiosas de Londun, han conseguido descubrir hechos patentes de superchería que nadie niega; ¿pero estas historias son el evangelio del Espiritismo? ¿Sus partidarios han negado que el charlatanismo haya explotado ciertos hechos en su provecho; que la imaginación los haya creado; que el fanatismo los haya exagerado mucho? No es solidario de las extravagancias que se pueden cometer en su nombre, como la verdadera ciencia, no lo es de los abusos de la ignorancia, ni la verdadera religión, de los excesos del fanatismo. Muchos críticos juzgan el Espiritismo sobre los cuentos de hadas y las leyendas populares que son sus ficciones; es como si juzgáramos la historia sobre los romances históricos o las tragedias.

En lógica elemental, para discutir una cosa es menester conocerla, porque la opinión de su crítico no tiene valor, hasta tanto que hable con perfecto conocimiento de causa; sólo entonces aunque su opinión fuese errónea, puede tomarse en consideración ¿pero qué valor tendrá sobre una materia que no conoce? El verdadero crítico debe hacer prueba, no sólo de erudición, sino de un saber profundo respecto del objeto que trate, de un juicio sano y de una imparcialidad a toda prueba; de otro modo el primer músico del lugar podría arrogarse el derecho de juzgar a Rossini, y un aprendiz el de censurar a Rafael.

El Espiritismo no acepta, pues, todos los hechos reputados maravillosos o sobrenaturales; lejos de eso, demuestra la imposibilidad de un gran número, y el ridículo de ciertas creencias que constituyen, propiamente hablando, la superstición. Es verdad que en lo que admite, hay cosas que para los incrédulos, son puras maravillas, o sea, de la superstición; que sea, pero, al menos no discutáis sino estos puntos, porque sobre los otros no hay nada que decir y predicáis a convertidos. Atacándoos con lo mismo que él refuta, probáis vuestra ignorancia de la cosa, y vuestros argumentos caen en falso. ¿Pero, se dirá, en dónde se detiene la creencia del Espiritismo? Leed, observad, y lo sabréis. Toda ciencia sólo se adquiere con el tiempo y el estudio; así es que el Espiritismo que toca las cuestiones más graves de la filosofía, a todas las ramas del orden social, que abraza a la vez al hombre físico y al hombre moral, es por sí mismo toda una ciencia, toda una filosofía que no puede ser aprendida en algunas horas como cualquiera otra ciencia; habría tanta puerilidad en querer ver todo el Espiritismo en una mesa giratoria, como en ver toda la física en ciertos juegos de niño. Para aquel que no quiera detenerse en la superficie, no son horas, sino meses y años que son necesarios para sondearle todos los arcanos. Que se juzgue por eso del grado de saber y del valor de la opinión de aquellos que se arrogan el derecho de juzgar, porque han visto uno o dos experimentos, las más veces a manera de ditracción y pasatiempo. Ellos dirán sin duda que no están siempre en disposición de ocuparse en este estudio: concedido; nada les obliga; pero entonces cuando no se tiene tiempo de aprender una cosa, que no se hable de ella y aun menos se la juzgue, si no se quiere ser acusado de ligero; y cuando más se ocupa una posición elevada en la ciencia, menos se le disimula el que trate ligeramente un objeto que no conoce.

Nosotros nos resumimos en la siguientes proposiciones:

1º Todos los fenómenos espiritistas tienen por principio la existencia del alma, su supervivencia al cuerpo, y sus manifestaciones;

2º Estos fenómenos, estando fundados sobre una ley de la Naturaleza, no tienen nada de maravilloso ni de sobrenatural en el sentido vulgar de estas palabras;

3º Muchos de los hechos son reputados sobrenaturales porque no se conoce su causa; señalándoles el Espiritismo una causa, les hace entrar en el dominio de los fenómenos naturales;

4º Entre los hechos calificados de sobrenaturales, hay muchos cuya imposibilidad demuestra el Espiritismo, y coloca entre las creencias supersticiosas;

5º Aunque el Espiritismo reconozca en muchas creencias populares, un fondo de verdad, no acepta de ningún modo la solidaridad de todas las historias fantásticas creadas por la imaginación;

6º Juzgar al Espiritismo por los hechos que no admite, es manifestar ignorancia, y quitar todo el valor a su opinión;

7º La explicación de los hechos admitidos por el Espiritismo, sus causas y sus consecuencias morales, constituyen toda una ciencia y toda una filosofía, que requieren un estudio serio, perseverante y profundo;

8º El Espiritismo no puede mirar como critico serio sino el que ha visto, estudiado y profundizado todo, con la paciencia y perseverancia de un observador concienzudo; la del que sabrá tanto sobre este objeto, como el adepto más ilustrado; la del que habrá por consiguiente sacado sus conocimientos de otra parte que de los romances de la ciencia, a quien no se podría oponer "ningún" hecho de que no tuviera conocimiento, ningún argumento que no hubiese meditado; que refutaría, no por negaciones, sino por otros argumentos más perentorios; la del que podría, en fin, señalar una causa más lógica a los hechos averiguados. Este crítico está todavía por encontrarse.

Hemos anunciado ahora mismo la palabra "milagro", una corta observación sobre este objeto, no estará mal colocada en este capítulo sobre lo maravilloso.

En su acepción primitiva, y por su etimología, la palabra milagro significa "cosa extraordinaria"; "cosa admirable de ver"; pero esta palabra, como tantas otras, se ha separado de su sentido originario, y hoy día se dice (según la Academia) "de un acto de la potencia divina contrario a las leyes comunes de la Naturaleza. Tal es en efecto su acepción usual, y sólo por comparación y por metáfora se aplica a las cosas vulgares que nos sorprenden y cuya causa es desconocida. No entra, de ninguna manera, en nuestras miras examinar si Dios ha podido juzgar útil en ciertas circunstancias, derogar las leyes establecidas por él mismo; nuestro fin es únicamente demostrar que los fenómenos espiritistas, por extraordinarios que sean, no derogan de ningún modo estas leyes, no tienen ningún carácter milagroso, como tampoco son maravillosos o sobrenaturales. El milagro no se explica; los fenómenos espiritistas, al contrario, se explican de la manera más racional; éstos no son, pues, milagros, sino simples efectos que tienen su razón de ser en las leyes generales. El milagro tiene además otro carácter, el de ser insólito y aislado. Luego, desde el momento que un hecho se reproduce, por decirlo así, a voluntad y por diversas personas, éste no puede ser milagro.

La ciencia hace todos los días milagros a los ojos de los ignorantes; he aquí porque en otro tiempo, los que sabían más que el vulgo pasaban por hechiceros; y como se creía que toda ciencia sobrehumana venía del diablo, se les quemaba. Hoy día que se está mucho más civilizado, se contentan con enviarles a los manicomios.

Que un hombre realmente muerto, como hemos dicho al principio, vuelva a la vida por una intervención divina, eso es un verdadero milagro, porque es contrario a las leyes de la naturaleza. Pero si este hombre tiene sólo las apariencias de la muerte, si hay todavía en él un resto de "vitalidad latente", y que la ciencia o una acción magnética consigue reanimarle, para las gentes ilustradas, es un fenómeno natural; pero a los ojos del vulgo ignorante, el hecho pasará por milagroso, y el autor será apedreado o venerado, según el carácter de los individuos. Que en medio de ciertas aldeas un físico lance un cometa eléctrico y haga caer el rayo sobre un árbol, este nuevo Prometeo será ciertamente mirado como armado de una potencia diabólica; y sea dicho de paso, Prometeo nos parece singularmente haber adelantado a Franklin; pero Josué deteniendo el movimiento del Sol, o mejor, de la Tierra, he aqui el verdadero milagro, porque nosotros no conocemos ningún magnetizador dotado de tan gran potencia para operar tal prodigio. De todos los fenómenos espiritistas, uno de los más extraordinarios es, sin contradicción, el de la escritura directa, y uno de aquellos que demuestran de la manera más patente la acción de las inteligencias ocultas; pero aunque el fenómeno sea producido por seres ocultos, no es más milagroso, que los otros que son debidos a agentes invisibles, porque estos seres ocultos, que pueblan los espacios, son una de las potencias de la Naturaleza, potencia, cuya acción es incesante sobre el mundo material, así como sobre el mundo moral.

El Espiritismo, ilustrándonos sobre esta potencia nos da la llave de una porción de cosas inexplicadas e inexplicables, por cualquier otro medio, y que han podido en tiempos anteriores pasar por prodigios; revela lo mismo que el magnetismo, una ley, si no desconocida, al menos mal comprendida; o por mejor decir, se conocían los efectos, porque se han producido en todo tiempo, pero no se conocía la ley, y la ignorancia de esta ley es la que ha engendrado la superstición. Conocida esta ley, lo maravilloso desaparece, y los fenómenos entran en el orden de las cosas naturales. He aquí porque los espiritistas no hacen milagros haciendo girar una mesa o escribir a los difuntos, como el médico haciendo revivir a un moribundo, o el físico haciendo caer el rayo. Aquel que pretendiese, con la ayuda de esta ciencia, "hacer milagros", sería, o un ignorante de la cosa o un farsante.

Los fenómenos espiritistas, lo mismo que los fenómenos magnéticos, han debido pasar por prodigios antes que se conociese la causa; pero, como los escépticos, los espíritus fuertes, esto es, aquellos que tienen el privilegio exclusivo de la razón y del buen sentido, no creen que una cosa sea posible desde el momento que no la comprenden: he aquí porque todos los hechos reputados prodigiosos, son objeto de sus bufonadas; y como la religión contiene gran número de hechos de este género, no creen en la religión, y de ahí a la incredulidad absoluta, sólo hay un paso. El Espiritismo explicando la mayor parte de estos hechos, les da una razón de ser. Viene pues en ayuda de la religión, demostrando la posibilidad de ciertos hechos, que por no tener el carácter milagroso, no son menos extraordinarios, y Dios no es por esto menos grande ni menos poderoso, que si hubiera derogado sus leyes. ¡De cuántas pullas ha sido objeto, San Cupertin, por elevarse con su cuerpo en el espacio! Mas la suspensión etérea de los cuerpos graves es un hecho explicado por la ley espiritista; hemos sido "personalmente testigo ocular" y M. Home, así como otras personas conocidas, han renovado muchas veces el fenómeno producido por San Cupertin. Luego este fenómeno entra en el orden de las cosas naturales.

En el número de los hechos de este género es menester colocar en primera línea las apariciones, porque éstas son las más frecuentes. La de la Salette, que dividió al mismo clero, no tiene para nosotros nada de insólito. Seguramente no podemos afirmar que el hecho haya tenido lugar, porque no tenemos la prueba material; mas para nosotros es posible, atendido que millares de hechos análogos "recientes" nos son conocidos; creemos en ellos, no sólo porque su realidad se ha averiguado por nosotros, sino sobre todo porque nos damos perfectamente cuenta del modo como se producen. Quien pretenda reportarse a la teoría que damos más lejos de las apariciones, verá que este fenómeno viene a ser tan sencillo y tan plausible, como una porción de fenómenos físicos que no son prodigiosos, sino por falta de tenerles la llave. En cuanto al personaje que se presentó a la Salette, es otra cuestión; su identidad no nos ha sido demostrada de ningún modo; nosotros hacemos constar simplemente que una aparición puede haber tenido lugar, lo demás no es de nuestra competencia; cada uno puede, respecto a esto, guardar sus convicciones; el Espiritismo no tiene que ocuparse de ello; nosotros decimos solamente que los hechos producidos por el Espiritismo nos revelan leyes nuevas, y nos dan la llave de una porción de cosas que parecían sobrenaturales; si algunos de aquellos que pasaban por milagrosos encuentran en él una explicaión lógica, es un motivo para no apresurarse en negar lo que no se comprende.

Los fenómenos espiritistas son contestados por ciertas personas, precisamente porque parecen salir de la ley común y por lo mismo no pueden comprenderlos. Dadles una base racional y la duda cesa. La explicación, en este siglo en que no bastan palabras, es, pues, un poderoso motivo de convicción; así vemos todos los días personas que no han sido testigos de ningún hecho, que no han visto ni girar una mesa, ni escribir a un médium, y que, sin embargo, están tan convencidas como nosotros, únicamente porque han leído y comprendido. Si sólo se debía creer en lo que uno ha visto con los ojos, nuestras convicciones se reducirían a muy poca cosa.

CAPÍTULO III MÉTODO

El deseo muy natural y muy laudable de todo adepto, deseo que todo sería poco para alentar, es el de hacer prosélitos. Con la mira de facilitar su tarea, nos proponemos examinar aquí la marcha más segura, según nosotros, para alcanzar este objeto, a fin de ahorrarles esfuerzos inútiles.

Hemos dicho que el Espitismo es toda una ciencia, toda una filosofía; aquél que quiera reconocerla seriamente, debe, pues, como primera condición, dedicarse a un estudio serio, y persuadirse que, más que ninguna otra ciencia, no puede aprenderse jugando. Ya hemos dicho también, que el Espiritismo toca todas las cuestiones que interesan a la Humanidad; su campo es inmenso, y sobre todo debe considerárselo por sus consecuencias. La creencia en los Espíritus forma de él sin duda la base, pero no basta para hacer un espiritista ilustrado, como la creencia en Dios no basta para hacer un téologo. Veamos, pues, de que manera conviene proceder en esta enseñanza para conducir con más seguridad a la convicción.

No deben asustarse los adeptos por esta palabra: "enseñanza"; la enseñanza desde la cátedra o de la tribuna no es la única; hay también la de la simple conversación. Toda persona que quiere persuadir a otra, ya por la vía de las explicaciones, ya por la de las experiencias, también enseña; lo que nosotros deseamos, es que su trabajo dé fruto, y para esto creemos deber dar algunos consejos, de los cuales podrán igualmente aprovecharse aquellos que quieran instruirse por sí mismos; aquí encontrarán el medio de llegar más pronto y con más seguridad al objeto.

Se cree generalmente, que para convencer basta mostrar los hechos; esto parece en efecto la marcha más lógica, y sin embargo, la experiencia enseña que no es la mejor, porque se ven muchas veces personas a quienes los hechos más patentes no convencen de ningún modo. ¿En qué consiste? Esto es lo que nos proponemos demostrar.

En el Espiritismo, la cuestión de los Espíritus es secundaria y consecutiva; no es el punto de partida, y aquí precisamente está el error en que se cae, y que muchas veces hace fracasar ante ciertas personas. Los Espíritus no siendo otra cosa que las almas de los hombres, el verdadero punto de partida es la existencia del alma. ¿Pero cómo puede admitir el materialista que haya seres que vivan fuera del mundo material, cuando cree que él mismo no es sino materia? ¿Cómo puede creer en Espíritus fuera de él, cuando no cree tener uno? En vano se acumularían a sus ojos las pruebas más palpables, pues las negaría todas, porque no admite el principio. Toda enseñanza metódica debe proceder de lo conocido a lo desconocido; para el materialista lo conocido es la materia ¿partid, pues, de la materia y procurad ante todo, haciéndosela observar, de convencerle que en él hay alguna cosa que escapa a las leyes de la materia; en una palabra, "antes de hacerle" Espiritista, "procurad hacerle" Espiritualista; pero para esto es necesario otro orden de hechos, una enseñanza enteramente especial, a la cual se debe proceder por otros medios; hablarle de los Espíritus antes que esté convencido de tener un alma, es comenzar por donde debería acabar, porque no puede admitir la conclusión si no admite las premisas. Antes, pues, de emprender el convencer a un incrédulo, aun por los hechos, conviene asegurarse de su opinión con relación al alma, esto es, si cree en su existencia, en su supervivencia al cuerpo, en su individualidad después de la muerte; si su contestación es negativa, sería trabajo perdido hablarle de los Espíritus. He aquí la regla; no decimos nosotros que sea sin excepción, pero entonces es que hay probablemente otra causa que le hace menos refractario.

Entre los materialistas, es menester distinguir dos clases: en la primera ponemos todos aquellos que lo son por "sistema"; entre éstos no es la duda, es la negación absoluta, razonada a su manera; a sus ojos el hombre no es más que una máquina que marcha mientras está montada, que si descompone, y sólo queda de ella después de la muerte el esqueleto. Su número es felizmente muy restrIngido, y no constituye, en ninguna parte, una escuela altamente reconocida; no tenemos necesidad de insistir sobre los deplorables efectos que resultarían para el orden social de la vulgarización de semejante doctrina: nos hemos suficientemente extendido sobre este objeto en el Libro de los Espíritus (núm. 147 y conclusión § III).

Cuando hemos dicho que la duda cesa entre los incrédulos en presencia de una explicación racional, es necesario cuando menos exceptuar de ellos a los materialistas, aquellos que niegan toda potencia y todo principio inteligente fuera de la materia; la mayor parte se obstinan en su opinión por orgullo, y creen que su amor propio está obligado a persistir: persisten por y contra todas las pruebas contrarias, porque no quieren quedar debajo. Con estas gentes no hay nada que hacer; tampoco es conveniente dejarse sorprender por el falso semblante de sinceridad de aquellos que dicen: hacedme ver y creeré. Los hay que son más francos y dicen claramente: vería y no creería.

La segunda clase de materialistas, y de mucho la más numerosa, porque el verdadero materialismo es un sentimiento antinatural, comprende a aquellos que lo son por indiferencia, y se puede decir "a falta de otra cosa mejor"; no lo son con propósito deliberado, y su deseo es el de creer, porque la incertidumbre es para ellos un tormento.

Hay en ellos una vaga aspiración hacia el porvenir; pero este porvenir se les ha presentado bajo unos colores que su razón no puede aceptar; de ahí la duda, y como consecuencia de la duda, la incredulidad. Entre éstos la incredulidad no es, pues, un sistema; presentadles alguna cosa racional, y la aceptan con anhelo; éstos pueden comprendernos, porque están más cerca de nosotros de lo que ellos mismos creen; con el primero no habléis ni de revelación, ni de ángeles, ni de paraíso, no os comprenderán; pero colocándoos sobre su terreno, probadle desde luego que las leyes de la fisiología son impotentes para dar razón de todo; lo demás vendrá en seguida. Otra cosa sucede cuando no se tiene opinión preconcebida, porque entonces la creencia no es absolutamente nula; es un germen latente, oculto y oprimido por malas yerbas, pero que una chispa puede reanimar; es el ciego a quien se le vuelve la vista, y se llena de gozo cuando puede volver a ver la luz; es el náufrago a quien se le echa una tabla de salvación.

Al lado de los materialistas propiamente dichos, hay una tercera clase de incrédulos, que aunque espiritualistas, al menos de nombre, no son por eso menos refractarios: estos son los "incrédulos de mala voluntad". Les sabría mal el creer, porque esto alteraría su quietud en los goces materiales; temen ver en ello, la condenación de su ambición, de su egoísmo y de las vanidades humanas, de las que hacen sus delicias; cierran los ojos para no ver y se tapan las orejas para no oír. No puede hacerse otra cosa si no compadecerles.

No hablaremos sino de memoria, de una cuarta categoría que llamaremos la de los "incrédulos interesados o de mala fe". Estos saben muy bien a qué atenerse sobre el Espiritismo pero, ostensiblemente, lo condenan por motivos de interés personal. Nada hay que decir y hacer con ellos. Si el materialista puro se engaña, hay al menos para él la excusa de la buena fe; se le puede conducir, probándole su error; éste, es ya un partido tomado contra el cual todos los argumentos vienen a estrellarse; el tiempo se encargará de abrirles los ojos y demostrarles, puede ser a sus costas, dónde estaban sus verdaderos intereses, porque no pudiendo impedir que la verdad se propague, serán arrastrados por el torrente, y con ellos los intereses que creían salvar.

Además de estas diversas categorías de opositores, hay una infinidad de grados, entre los cuales se pueden contar los "incrédulos por pusilanimidad": el valor les vendrá cuando vean que los otros no se queman; los "incrédulos por escrúpulo religioso": un estudio ilustrado les enseñará que el Espiritismo se apoya sobre las bases fundamentales de la religión, y que respeta todas las creencias, que uno de sus efectos es dar sentimientos religiosos a aquellos que no los tienen, y fortificarlos en los que están vacilantes. Después vienen los incrédulos por orgullo, por espíritu de contradicción, por indolencia, por ligereza, etc.

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