Descargar

El ejército de la República del Ecuador (página 2)

Enviado por luis pacheco


Partes: 1, 2, 3, 4

Entre tanto, la anarquía devora al pueblo peruano y la traición consume su ejército, y la situación del Virrey, formidable por sí misma, vuélvese brillante. Apenas un puñado de peruanos leales, rodean al Libertador y las tropas de la Gran Colombia.

El Libertador toma el mando del ejército, movilizó sus tropas, pasa una gran Revista en Cerro de Pasco, el 2 de agosto de 1824, a 12.000 pies sobre el nivel del mar. El ejército ascendía en esa fecha a 7.700 hombres de todas las armas, pues el resto debía cumplir múltiples tareas, en un país en su mayor parte enemigo.

Divide sus tropas en tres divisiones y nombra Comandante en Jefe al General Antonio José de Sucre.

"Soldados, les dijo: vais a completar la obra más grande que el cielo ha podido encargar a los hombres: la de salvar al mundo entero de la esclavitud"…

"Soldados, el Perú y la América toda, aguardan de vosotros la Paz, hija de la Victoria, y aun la Europa liberal, os contempla con encanto, porque la libertad del nuevo mundo, es la esperanza del Universo"…

Pocos días de marcha, cuando el 6 de agosto de 1824, se avistan los dos ejércitos. Canterác continúa retirándose, en tanto que el Libertador se adelanta con la caballería y le alcanza el 5 en la tarde en las pampas de Junín.

La caballería patriota debe atravesar un desfiladero: los "Granaderos de Colombia", seguidos de los "Granaderos de Buenos Aires" y de los "Húsares de Colombia", salen a la llanura y se presentan en batalla, en tanto que los escuadrones del Perú, en columna, esperan entre las colinas y un riachuelo porque no había campo para desplegarse.

Canterác hace una conversión y carga con sus 1.200 jinetes a los regimientos republicanos. Se produce el choque formidable, en el cual no suena un tiro, y después de poco, aquella función épica se termina con la victoria de Bolívar.

Aquí, por honor de aquellos gloriosos jinetes, debemos hacer una pequeña aclaración histórica, sobre la batalla de Junín.

Desde los primeros años de la guerra de la Independencia, uno sólo fue siempre el sistema observado escrupulosamente por los jinetes de la Gran Colombia: atacar, retirarse y volver caras, para sorprender al enemigo o para separar la caballería enemiga de la infantería. No es, pues, verdad que en Junín, la caballería española, hubiera desconcertado o dispersado a la caballería colombiana al mando de Necochea. La caballería colombiana en esa batalla, como antes, en las inmortales del Apure, y en las del Occidente de Venezuela, en los años 13 y 14, como después en el propio campo de Ayacucho, no hizo sino aplicar la prescripción vigente entre los llaneros, dictada por el invicto Páez y que decía: "Es cosa esencialísima enseñar a la caballería a cargar, retirarse y volver caras, "a ser ternejal en sus cargas", como dicen nuestros llaneros". Ese hecho, realizado también en la Batalla de Riobamba, en nada mengua la gloria que le cupo a la reserva de caballería, formada por los "Húsares" del Perú, pero la aclaración histórica hace honor a los combatientes y por fundarse en severa justicia se deja constancia de ella.

Después de Junín, se realizan aquellas inusitadas marchas y contramarchas de los ejércitos contendores, en los desolados páramos de las cordilleras andinas. Ahí el espíritu previsor del Mariscal Sucre, brilla en todo su esplendor. Su previsión sustenta a las tropas en territorios en los que se carece de todo. La logística hace prodigios y en aquellos cuatro meses que transcurren, hasta la batalla de Ayacucho, las tropas del ejército libertador, dan muestras de asombrosa resistencia.

Bolívar debe volver a Lima, llamado por los negocios de la política y de la guerra.

El preclaro Sucre toma el mando de las tropas y al cabo de aquellos movimientos estratégicos sorprendentes, realizados entre riscos, breñas, desfiladeros, ríos y cañadas profundas, la aurora del día 9 de diciembre de 1824, ilumina a esos dos ejércitos dispuestos a jugar en la llanura de Ayacucho, al pie del Condorcunca, los destinos de la libertad de América.

Se libra la formidable batalla, en la cual 5.780 libertadores, de los cuales 3.500 ecuatorianos. 1.500 colombianos y venezolanos, 1.200 infantes y 80 jinetes, entre peruanos, argentinos y chilenos, triunfan sobre el ejército realista compuesto de 9,310 hombres.

Momentos antes de la batalla, el General en Jefe, que horas más tarde sería Mariscal de Ayacucho, había dicho: "De los esfuerzos de hoy pende la suerte de la América del Sur". "Otro día de gloria va a coronar vuestra admirable constancia".

"Soldados, dijo Bolívar, Colombia os debe la gloria que nuevamente le dais al Perú, vida, libertad y paz".

Con Ayacucho, terminó el dominio de España en sus colonias. Pronto se funda la República de Bolivia, completándose, así, la tarea que pocos meses antes se había impuesto el Libertador, al salir de la Gran Colombia.

Y, cuarto período de este ligero análisis, va a formar, la rápida reseña de los ocho años que formamos parte de la Gran Colombia, la gloriosa creación de Bolívar, y lo referente a los ciento ochenta y ocho años de nuestra vida independiente, dolorosa gestación de un país hidalgo, que va afianzando, una por una, todas sus libertades, conquistando, uno por uno, todos sus derechos, alcanzando todas sus prerrogativas y aspirando a fijar sus fronteras, dentro de las limitaciones territoriales con que le dotó la sabia naturaleza, le confirmaron los conquistadores y les sancionaron las victorias del año 1829, cuando se ensangrentaron, por primera vez, las tierras de Bolívar, con una guerra entre pueblos que sólo, pocos meses antes, habían unido sus banderas en una causa común, movidos por el deseo armónico de arrojar al invasor de estas tierras que tienen por símbolo el Sol de la Libertad.

Los ocho años del Ecuador colombiano, a consecuencia de las largas guerras sostenidas por la libertad, apenas, sí pueden considerarse que se han señalado por algunos progresos realizados, como no fueran otros que la lealtad manifiesta al Libertador Bolívar y a su obra de libertad, su inmenso cariño a Sucre y su consecuencia a toda prueba a su labor libertadora, pobre compensación de cuanto le debía la República a quien le libertó en la jornada legendaria de Pichincha.

Los primeros días del año 1829, abren en el libro de América, la primera página del dolor. El Perú, con incalificables pretensiones, sienta la discordia y Colombia debe ir a la guerra para sancionar sus derechos territoriales.

La escuadra peruana bloquea y ocupa Guayaquil, mientras un ejército de 8.000 hombres a órdenes del General Lamar, ocupa Loja y avanza en dirección de Cuenca. Detenido Bolívar por los insurrectos del Carchi, no puede, como eran sus deseos, acudir en auxilio de sus pueblos del Sur, y el Ecuador, solo, debe sostener la guerra y oponerse a la invasión peruana.

Felizmente, muchas Unidades, de aquellas que se ilustraron, a las órdenes de Sucre, en Ayacucho, puestas a órdenes del invicto Mariscal, están entre nosotros y antes de 30 días, el 27 de febrero de 1829, libran en Tarqui una sangrienta batalla, que termina en una nueva esplendorosa victoria, cuyos laureles ciñen, una vez más, las sienes de los veteranos de la Independencia.

El 13 de mayo de 1830, se disgrega la Gran Colombia. El invicto Páez se declara, en Venezuela, en Gobierno Independiente. Sucre, el ídolo del Ecuador y a quien este país le hubiera confiado sus destinos, cae asesinado en los desfiladeros de Berruecos el 4 de Junio, cuando ya, un mes antes, también el Ecuador se constituía en República independiente, pero leal siempre a la obra del Gran Bolívar.

Y entramos en el primer período de nuestra vida nacional.

Nuestra historia patria, como la de la antigua Roma, es historia esencialmente militar.

Después de tres siglos de coloniaje, después de 21 años de luchas cruentas por alcanzar la apetecida independencia; después de la jornada gloriosa del 10 de agosto de 1809, cuyo grito histórico fue repetido de ciudad en ciudad y de monte en monte por todo el Continente; después de la luctuosa hecatombe de los próceres quiteños en 1810; después de la feliz proclamación de la independencia de Guayaquil, el 9 de Octubre de 1820; después de la inmortal batalla de Pichincha, librada el 24 de Mayo de 1822; y, después de la anexión de los departamentos del Sur, que formaron antaño el Reino de los Quitas, de los Shyris y de los Incas, el Ecuador surge en 1830, como Nación libre, soberana e independiente.

Formada por elementos no bien amalgamados, el pueblo ecuatoriano, como un niño en su primera infancia, y como todos los demás pueblos que vivieron sometidos durante 300 años a la tutela de los Reyes Castellanos, no estaba, sin duda, preparado para la República.

La esclavitud colonial no fue una buena escuela para obtener el grado de perfeccionamiento que requería el Gobierno de la democracia y el triunfo de los dogmas proclamados por la Revolución Francesa; así como los esfuerzos de los Miranda, Espejo, Nariño, Bolívar, Sucre, Páez, Córdova y los demás próceres de la gloriosa epopeya colombiana, tuvieron que limitarse a su objeto principal, la emancipación, sin lograr la unión ni menos la cohesión de los nuevos Estados independientes, que empezaron desde luego su rudo aprendizaje, devorados por ambiciones corruptoras y por el monstruo disociador de la anarquía; ni tampoco los elementos de heroísmo y sacrificio que trabajaron en la obra prodigiosa iniciada en Puerto Cabello el 28 de abril de 1806 y terminada en Ayacucho el 9 de diciembre de 1824, pudieron darnos, en conjunto y en sus detalles, el modelo que nuestra futura vida ciudadana requería.

Somos, pues, los ecuatorianos, como lo era nuestro Libertador "hijos de Colombia y Marte", nacidos en el vivac y arrullados por el estampido del cañón y por los fragores estruendosos de la guerra; y es el ejército, dueño de de nuestras glorias militares, quien a los destellos de su espada vencedora, reveló al mundo civilizado nuestra existencia como nación autónoma en el continente esencialmente democrático y republicano.

Pero, la misión del Ejército ecuatoriano, no se detiene, seguramente, allí, ni se limita al momento histórico, en que se manifestó como verbo fecundo de nuestra nacionalidad y soberanías autónomas y mal podía sustraerse a la ley general de sociología que armoniza toda evolución y todo progreso con el esfuerzo continuo y doloroso, con la lucha incesante, con la guerra sanguinaria, con la revolución demoledora; corrientes impetuosas que turban el curso normal de la vida de los pueblos; conflagraciones asoladoras, pero que dejan bajo los escombros el abono de las cenizas que harán brotar más vigorosas, las ciencias, las artes, las letras y las libertades.

Y así, en el primer siglo de nuestra vida independiente, puede afirmarse que nuestro ejército no ha podido ser extraño a ninguna de las fases de nuestros movimientos progresivos, siendo probable que hubiéramos progresado mucho más, si nuestro país hubiera estado militarizado antaño, como lo comprendió Montalvo, el gran Vidente Nacional, cuando dijo: "Que el pueblo donde cada ciudadano fuera soldado, y cada soldado ciudadano, sería el llamado a ocupar el primer puesto en el concierto mundial".

Evidentemente ciertas espadas sin honor, eclipsaron el porvenir que le esperaba al Mundo Bolivariano unido y su preponderancia lógica en el concierto de las nacionalidades no sólo de América, sino en las del Viejo Continente. La Gran Colombia, llamada a subsistir, diferentemente a los Imperios de Alejandro, el Romano y Carolingio, porque sus bases estaban sustentadas en condiciones de carácter eminentemente étnicas, como ser: la homogeneidad de raza, universalidad de idioma, unidad de religión, similitud de usos y de costumbres, nacidos a la vida independiente bajo el iris de una misma bandera, con puntos íntimos de contacto en su historia, por la continuidad geográfica, los pueblos diseminados en un país fértil y productivo en todas las comarcas, y, por fin, con aspiraciones y finalidades convergentes. Así, pues, decimos que a la separación del Departamento que hoy forma la República del Ecuador, el Ejército, por consiguiente, dejó de tener su carácter nacional, por cuanto las tropas que le guarnecían, en su mayor parte, eran neo-granadinas, pasando de hecho, y por la misma razón, a tener un carácter esencialmente mercenario, de cuyo elemento debió valerse el General Don Juan José Flores, para asegurar su obra separatista… La psicología del pueblo americano, corno pueblo afín del griego, es esencialmente ideológica: ama la libertad, conservando, por consiguiente, en su espíritu, germen de la disolución.

El mismo Ejército que tanto abusó en la primera administración del "Padre y fundador de la Patria", sin que su esfuerzo tendiera a refrenarlo y encauzarle por el sendero de la disciplina, puesto que de él necesitó para afianzar su obra, decimos, que, este mismo Ejército, fue el legado que dejó a su ilustre sucesor, Don Vicente Rocafuerte (1835), quien con la energía indomable, y contra las mayores resistencias, depuró sus filas de elementos extranjeros, y fue el verdadero fundador de nuestro Ejército Nacional; y, aún más, quiso darle desde sus comienzos una base de preparación científica y un espíritu inspirado en la honradez, lealtad y patriotismo; con tal motivo, fundó por primera vez "El Colegio Militar", en Quito, en 1838, llamado a cumplir los nobles propósitos en los que se inspiró su magnífica idea.

Desde el año 1830 hasta el 1845, el Gobierno del primer Presidente del Ecuador, General Juan José Flores, prócer de la Independencia, es un gobierno esencialmente militar. Manda al país, con sus Tenientes, apoyado en los gloriosos tercios que habían dado la libertad a esta República, bajo la espada de Bolívar.

Orgullosos, los invictos soldados por sus antecedentes, producen constantes disturbios en la naciente República, y, así, su organización no se consolida ni mejora en sentido alguno.

En un interregno en el período floreano, brilla el Presidente Rocafuerte, espíritu progresista y es él quien el 8 de marzo de 1838, establece un Colegio Militar, para formación de los Oficiales del Ejército y es él, también, quien el 5 de Mayo de 1838, ordena el alistamiento de todos los ciudadanos ecuatorianos de veinte a veinte y cinco años de edad, para formar un Ejército nacional.

Cuando el señor Francisco Aguirre, Vicepresidente de la República, se encarga del Gobierno, el 4 de septiembre de 1840, crea por primera vez un Estado Mayor General, y es en el tercer período del General Juan José Flores, que se ordena, el 19 de julio de 1843, la inscripción de todos los ciudadanos en los libros de alistamiento, formando las guardias nacionales.

Debemos dejar constancia, que el alistamiento nacional, tiene un gran ensayo, en la revolución iniciada en Guayaquil, el 6 de marzo de 1845, y es bajo el impulso de las fuerzas vivas de la nación que se cambia sustancialmente el sistema de Gobierno, en la República, formándose una serie de Cuerpos de Ejército ecuatorianos, que sustituyen a las reliquias de los batallones de la Independencia con los que gobernaba el General Flores.

De Flores a García Moreno, no hay reformas sensibles. Este último gobernante, decreta la creación de una Escuela práctica de cadetes, para la formación de oficiales y que reemplaza al colegio creado por Rocafuerte y extinguido poco después. Es García Moreno el que crea varios Regimientos de Caballería, considerando la importancia de esta arma, en nuestra República, y quien distribuye las guardias nacionales en batallones y regimientos, de infantería y artillería, y es él quien organiza y reglamenta los diversos departamentos de Guerra, Estado Mayor, Sanidad, Intendencia General del Ejército, afianzándolo todo en una férrea e indomable disciplina, pues él gobierna con el terror, sanciona las insubordinaciones con pena de la vida, pero eleva, evidentemente, el concepto moral profesional.

En la época de García Moreno, como en casi todas las anteriores, se desencadenan varias revoluciones. En su período se combaten con suerte diversa, contra contingentes colombianos en Cuaspud y Tulcán, y todo el país, aguerrido, esta listo para toda emergencia.

En la Presidencia del señor José María Urvina, se establece una Escuela Náutica en la ciudad de Guayaquil, el 1°. de Abril de 1853.

Con Veintemilla, el Ejército permanente, toma un nuevo carácter. Se personaliza, adora a su caudillo y le es leal, hasta quemar el último cartucho. Decidido este Gobernante a perpetuarse en el Poder, la República entera se levanta en armas el año 1883, pero sus fuerzas le sostienen y la nación debe tomar uno por uno todos sus reductos.

Los otros Gobiernos del Ecuador, que desfilan en una sucesión legal, hasta el doctor Luis Cordero, todos, cual más, cual menos, velan por el Ejercito, reglamentan la Institución, sostienen el Colegio Militar, pero no se desenvuelven ampliamente las energías militares de la Nación.

En toda esa época, rigen las ordenanzas españolas, y se practican los reglamentos franceses, traídos al país por el ilustre General Salazar, allá poco menos que a mediados del siglo pasado.

Con la saludable revolución del 5 de junio de 1895, se abre una nueva etapa para todas las Instituciones de la República, que, impulsadas por el General Eloy Alfaro, guerrillero valiente, notable conductor de tropas, formado en los campos de batalla, toman todas un impulso evolutivo muy notable.

El General Alfaro se preocupa fundamentalmente de las .instituciones armadas:

El 7 de mayo de 1896, establece una Comisión Codificadora de reformas de Leyes Militares.

El 12 de julio del mismo año, ordena el alistamiento de todos los ciudadanos en las guardias nacionales.

El 11 de agosto de 1898, reglamenta las brigadas, batallones y regimientos de caballería.

El 11 de diciembre de 1899, establece definitivamente el Colegio Militar.

El 30 de enero de 1900, decreta la creación de una Academia de Guerra.

El 31 de enero de 1900, funda la primera Escuela de Clases.

Y este mandatario, en su afanoso empeño de reformas, trae de la República hermana, de Chile, una Misión Militar, compuesta de un selecto personal que toma a su cargo la instrucción del Ejército y su organización.

Por siempre perdurarán en las memorias de los ecuatorianos los nombres de los Oficiales chilenos: General Luis Cabrera, Coronel Ernesto Medina, Comandantes Franzani, Olea, Bravo, Fuenzalida y los más que en el Ejército y en la Marina del Ecuador, dejaron la huella de sus luces y sus enseñanzas perdurables.

En los años de la administración del General Leónidas Plaza Gutiérrez, se dictan las Leyes: Orgánica Militar, Servicio Militar Obligatorio, Planta y Sueldos del Ejército, Retiros y Montepíos y Reglamentos de Instrucción para todas las armas y para todos los Institutos, basados en los similares vigentes en el Ejército de Chile, fundamentados, a su vez, en los del Ejército Alemán.

Con la presidencia del General Plaza, se fundan Cursos de Aplicación, por los cuales pasan los Oficiales de todos los grados, renovando y perfeccionando sus conocimientos, y el Ejército entra en una época que enaltece al país, garantizándole el ejercicio de todos sus derechos. La Misión Militar Chilena, se ve sólidamente sostenida por el General Plaza y se hace posible dar inusitada extensión a todos sus programas.

Vuelve el General Alfaro al poder y en este segundo período, siguen funcionando las Escuelas e Institutos de Instrucción, lo mismo que acontece en la segunda presidencia del General Plaza, magistrado que tanto ha hecho por el progreso del Ejército del país.

Anotamos que en 1910, ante la amenaza de una guerra internacional, el país entero se movilizó, sin mayores tropiezos.

El Gobierno del Dr. Alfredo Baquerizo Moreno, trae consigo la paz a la República; pero, al mismo tiempo se desencadena en Europa, la más formidable de las contiendas, paralizando múltiples condiciones económicas de la vida nacional.

Con todo, este Magistrado, de alto espíritu progresista, vincula firmemente las Instituciones militares a los intereses del país. Vigoriza a la Escuela Militar, dotándole de varios elementos y es en su período que se funda el Museo Militar Nacional, templo en el cual se guardan los trofeos de la Nación.

Con el Centenario de la Independencia de Guayaquil y al celebrarse el primer Centenario de la gloriosa batalla de Pichincha, conmemorada el 24 de mayo de 1922, bajo la presidencia progresista del Dr. José Luis Tamayo, se produce un entusiasta afán de reformas, todas bien encaminadas.

En esté período, el Ejército ha entrado en una franca evolución.

Fue uno de los primeros pasos del Gobierno del Dr. Tamayo, gestionar en Italia, país de múltiples afinidades geográficas con el nuestro y que acababa de salir triunfante en el conflicto mundial, una Misión Militar que se encargara primeramente de la Instrucción y especialización de los Oficiales del Ejército y que, luego, tomara parte en su organización.

El 22 de mayo de 1922, arribó la Misión presidida por el connotado organizador General Alejandro Pirzio Bíroli, compuesta de los Coroneles Amadeo Bracciaferri, Vittorio Ferlosio, Alberto Trenti, Mayores Federico di Giorgis, Errico Pitassi Manella, Giuseppe Pipitó, Alberto Ynzani, Vicenzo Carbone; Capitanes Mario Carasi, Humberto Ravazzoni, Giovani Giurato, Ettore Lodi; Tenientes Pietro Salvestroni, Antioco Piras, Entnanuele Campagnoli, asistidos de cuantos útiles y materiales requiere su labor.

Con su intervención y sabia dirección, se han fundado sucesivamente, los siguientes Institutos que funcionan en la actualidad:

  • Escuela de Oficiales Ingenieros, creada el 16 de junio de 1922.

  • Escuela Especial de Artillería, fundada el 20 de septiembre de 1922.

  • Escuela de Educación Física, fundada el 19 de junio de 1922.

  • Escuela Especial de Radio – Telegrafía, creada el 14 de marzo de 1923.

  • Escuela Especial de Caballería, creada el 6 de Febrero de 1924.

  • Escuela Especial de Mariscalía, organizada el 19 de junio de 1922.

  • Academia de Guerra, creada por Decreto Ejecutivo de 15 de Diciembre de 1922, para Oficiales Superiores.

  • Escuela de Aviación, que funciona en la ciudad de Guayaquil.

  • En Quito, también funciona la Escuela de Ametralladoras con 80 alumnos y una completa organización.

La reforma se ha extendido, a todos nuestros reglamentos y leyes, habiéndose también verificado grandes adquisiciones de vestuarios, equipos, elementos de guerra, materiales de Instrucción, Sanidad, Intendencia e Ingeniería.

También en este período, la Legislación Militar Ecuatoriana, se innovó de tal manera que puede considerarse como un modelo en su género. Una Comisión Codificadora de Oficiales Generales, ha elaborado los Códigos Militares que hoy rigen en la República, aprobados por el Gobierno.

El Escalafón está limitado por Leyes de Planta y Sueldos. Las promociones se hacen por mérito y por antigüedad unida al mérito.

Está vigente la Ley de Servicio Militar Obligatorio y la de Enseñanza Militar Obligatoria en Escuelas, Colegios, Liceos y Universidades de la República de manera de obtener la preparación general ciudadana militar.

Orgánicamente considerado el Ejército Ecuatoriano, tiene como Unidad de combate la Brigada; como Unidad de Operaciones, la División y cuando bajo un solo comando actúan dos o tres Divisiones se constituye el Cuerpo de Ejército.

También se considera la existencia de Brigadas de Caballería independientes que pueden ser anexadas a la División o al Cuerpo de Ejército.

La Legislación Militar ecuatoriana, comprende también un cúmulo de Leyes protectoras de la clase militar, siendo las principales, la Ley de Retiros y la Ley de Montepío.

Apenas se extinguían los últimos disparos de Ayacucho que sellaban la libertad del Nuevo Mundo, cuando el Congreso Nacional reunido en Bogotá, decretaba en 28 de julio de 1823, la primera subvención vitalicia de 30.000 pesos anuales concedida al Libertador, como una manifestación de gratitud en favor del Héroe, que había emprendido y llevado a cabo la obra titánica de la Emancipación política de millares de pueblos y como una recompensa ofrecida al eminente político, al sabio estadista, al guerrero invencible, que había perdido el último maravedí de su fortuna particular en las peligrosas encrucijadas que abrieron el camino de sus homéricas hazañas y que se encontraba pobre, paupérrimo, cuando al llegar a la cumbre de su gloria, rehusaba con la altivez sencilla de los dioses el opulento donativo que la República peruana le ofrecía.

El 26 de julio de 1823, se decretaba también el reparto de tierras baldías y ganados, como premio a los veteranos de Apure y Casanare. En 1824, se reconoció una especie de privilegio que beneficiaba a los soldados ausentes o prisioneros, era el derecho de postliminio, derecho reconocido también por los romanos, cuando sus legiones luchaban por someter todo el mundo antiguo bajo el Imperio de los Césares.

El Congreso de 1831, dictó la primera Ley Orgánica Militar, estableciendo un Estado Mayor General, Estados Mayores Departamentales, Comandancias Generales y Comandancias de Armas. La Convención Nacional de 1835, dio un Decreto Orgánico del Ejército, reglamentando su organización, composición y número, en tiempo de paz como de guerra. Nada tiene de notable la Ley Orgánica Militar de 1837, aprobada durante el Gobierno del Presidente Rocafuerte.

La Ley Orgánica Militar de 1847 contiene reformas más amplias y determinantes que las anteriores, para sufrir luego algunas transformaciones en 1854, 1861, 1863 y 1871, la cual fue elaborada por el General Francisco Javier Salazar y sancionada por el Presidente García Moreno, estuvo vigente hasta que se promulgó la Constitución de 1897. El libro está dividido en diez tratados y cada tratado, en varios títulos; en ellos se consignaron muchos preceptos de las Ordenanzas y Leyes militares españolas, preceptos y anotaciones de la obra "Juzgados Militares de España y sus Indias".

En 1908, se realizó una reimpresión oficial del Código Militar de 1871, con las reformas de 1875, pero no se consideraron las reformas posteriores

En 1912 y 1913 se sancionaron y publicaron la Ley de Planta y Sueldos del Ejército Permanente, la Ley sobre Determinación del Servicio Activo para los oficiales y la Ley de Pensiones de Retiro.

Hubo algunas reformas durante 1884, 1896, 1904, 1944, 1978, 1990 hasta la publicación de la última Ley Orgánica de la Defensa Nacional de 2007, vigente en la actualidad.

Nada, pues, puede ya extrañar el Ecuador en su aspecto Orgánico Militar. Cuales más, cuales menos, todas sus leyes, satisfacen las aspiraciones del Ejército y persiguen su desenvolvimiento normal al través de los tiempos.

El Ecuador ha raíz del triunfo militar del Alto Cenepa tenía la imagen de un país renovado y sólidamente unido. El protagonista de esta nueva imagen fue el Poder Militar en base a su profesionalismo y patriotismo sin límites que le permitió definir y mantener los objetivos nacionales.

Sin embargo y aunque pudiese parecer destinada a satisfacer un simple juego retórico, la pregunta más acuciante del Ecuador actual es hasta dónde puede llegar la crisis institucional, cuánto durará y sobre todo en dónde están las reservas morales y sociales que preserven del caos a un país que se ha acostumbrado a vivir, cada vez con más frecuencia, la suecuela de la ingobernabilidad política, la indolencia social y la inequidad económica.

La historia reciente es pródiga en ejemplos en los que se han desbordado los límites institucionales. Las mediaciones políticas y sociales parecerían no funcionar, al punto que la "ecuatorianización" de la política es exhibida como un mal ejemplo internacional y como una muestra del desencuadernamiento institucional sin futuro.

El vértigo de los sucesos tiene paralelo con la confusión institucional que reina en el país desde hace varios años. El Ecuador debe tomar conciencia de que uno de sus principales problemas radica en qué hacer con un sistema en el que tampoco la sociedad civil asume sus tareas, no exige las suyas a los políticos y no llena el vacío que han obligado a las Fuerzas Armadas a tomar un papel deliberante a despecho de la urgente redefinición de sus tareas.

Cuando existe la certeza de que la crisis durará todavía varios años aún si se toman las medidas adecuadas, instituciones como las periodísticas deben aferrarse a cumplir su tarea esencial: informar con objetividad y contextualizando, revelar las partes no evidentes de la noticia y en las que sin embargo está su juicio personal.

El primer grito de la independencia

El 10-AGO-1809, constituye en la historia del Ecuador y de América un hito glorioso por su gran connotación en las colonias españolas, pues en él se expresó el indómito espíritu quiteño, espíritu de rebeldía, de libertad y de autonomía, que ya antes de la conquista española surgió como el obstáculo infranqueable que se opuso a la invasión incásica de Túpac Yupanqui y Huayna Cápac.

Los antecedentes y las causas de la Revolución Quiteña han sido recogidas, analizadas, juzgadas y criticadas por plumas de grandes historiadores, más, el motivo que trata este trabajo, son los hechos desde la óptica militar, con esa óptica serán analizados y juzgados para ratificar la participación del Poder Militar en estos sucesos, origen de la independencia del Ecuador.

Cuando en 1808 Napoleón Bonaparte invadió España, obligó a abdicar al Rey Carlos IV y tomó prisionero al heredero don Fernando VII, en cada provincia y ciudad grande del reino se formaron "Juntas Soberanas de Gobierno" que rechazaron al régimen usurpador de José Bonaparte, proclamado soberano de España por voluntad de su hermano Napoleón.

Muy pronto las noticias de lo que acontecía en España se regaron por toda América, resaltando sobre todo la actitud de rechazo del pueblo español que jamás aceptó el dominio francés. Sin embargo, varias autoridades españolas en América, que recibían órdenes y pagos de Madrid, juraron obediencia al gobierno de Bonaparte. Una de ellas fue el Presidente de la Real Audiencia de Quito, Conde Ruiz de Castilla.

Esta circunstancia fue determinante en la actitud de los quiteños, quienes invocando los derechos de Fernando VII se reunieron el 25-DIC-1808, en la hacienda de Chillo de don Juan Pío Montúfar, Marqués de Selva Alegre, para organizar la primera Junta Soberana de Gobierno de Quito, que expuso los primeros planes para deponer a las autoridades españolas que obedecían a los franceses. Se propuso también nombrar a las autoridades criollas que gobernarían en nombre de Fernando VII, y se consideró muy seriamente la posibilidad de que el Rey venga a gobernar desde América.

"En estas reuniones figuraban hombres de distintas intenciones, aunque acordes en el plan revolucionario. Los nobles de Quito se proponían simplemente despojar y suplantar a los funcionarios españoles. Estos revolucionarios, los más numerosos, habrían continuado sirviendo al Rey, unidos a la madre patria si se les hubiera asegurado exclusivamente los principales puestos de la colonia. En realidad, lo único en que pensaban era en la formación de su aristocracia criolla. Había, sin embargo, algunos pocos animados de verdadero patriotismo e ilustración, que querían la independencia de las colonias, bajo un sistema de gobierno republicano" (Aguirre Abad.- Bosquejo Histórico de la República del Ecuador, p. 154).

"Espejo había expirado como mártir, pero vivían D. Antonio Ante, D. Javier Ascázubi, D. Juan Larrea, D. Antonio Bustamante, D. Juan Pablo Arenas, D. Antonio Pineda, D. Luis Saa, D. Miguel Donoso, y sobre todo, Juan de Dios Morales, Manuel Rodríguez de Quiroga y Juan Salinas, todos amigos de Espejo, quienes, en compañía de otros entusiastas, difundían, a todo riesgo, su humanitario proyecto, cual era, la emancipación absoluta…" (Andrade Roberto.- Historia del Ecuador, tomo I, p. 177).

Los acontecimientos militares en el Estado quiteño de 1810 a 1812

Luego de los acontecimientos que concluyeron el 02-AGO-1810, día fatídico en la historia patria, no sólo porque se produjo la horrenda masacre de los próceres de la independencia, sino porque allí se eliminó a la élite política y militar de lo que sería la patria ecuatoriana, se anuló a los potenciales líderes políticos y a los potenciales generales de la independencia nacidos en suelo quiteño; sin embargo, la sangrientas bayonetas de la soldados del Real de Lima no pudieron jamás eliminar el pensamiento libre de los quiteños.

De los acontecimientos sucedidos en la Real Audiencia de Quito a partir del 02-AGO-1810, en los que el pueblo de 1809 impulsado por el pensamiento del prócer Eugenio Espejo, motivado profundamente por la sangre derramada en el Real de Lima, sangre convertida en sables y bayonetas y organizado por la presencia, el conocimiento y el patriotismo del Coronel Carlos Montúfar, que proclamado Comandante en Jefe del Ejército Quiteño, estableció el Estado Soberano de Quito, se deduce sin lugar a dudas que el Poder Militar ecuatoriano tiene su origen en esa época, ya que al mando de un profesional de carrera formado en España y con gran experiencia de combate como el Coronel Montúfar, se conforma la base de su primer fundamento, los recursos humanos. Tanto Montúfar como varios oficiales que integraron el Ejército Quiteño tuvieron valores cualitativos excepcionales dados por su educación militar y experiencia de combate obtenida en España en las guerras contra los ejércitos de Napoleón Bonaparte. El elemento humano que constituyó el Poder Militar del Estado Quiteño fue de tan alta calidad que, en sublimes actos de heroísmo, muchas vidas se ofrendaron al servicio de la patria.

El segundo fundamento constitutivo del Poder Militar, el territorio, se ve representado por que se mantuvo el Estado Quiteño y su extensión abarcó por el norte hasta Pasto y por el sur hasta el departamento de Cuenca. Este elemento influyó directamente en la organización, composición y empleo del Ejército quiteño, lo que obligó a dividir sus fuerzas al mando del coronel Carlos Montúfar y de su tío el coronel Pedro Montúfar.

Los factores específicos del Poder Militar también pueden observarse en el Ejército quiteño, la doctrina militar, fundamentada en la doctrina militar española, dio al ejército una organización adecuada basada en la falange y sustentada en la caballería e infantería.

El poder militar en la independencia

La Batalla de Ibarra, ganada por el cruel Coronel Sámano al Coronel Carlos Montúfar, puso el sello de seguridad al dominio español en el Reino de Quito e inmortalizó el nombre de centenares de quiteños que ofrendaron sus vidas en el campo del honor, después de cien combates en desigualdad de condiciones y con triunfos y derrotas que concluyeron en Ibarra el 01-DIC-1812. Los nombres que deben mencionarse son los del Coronel Francisco García Calderón, padre del "héroe niño", Abdón Calderón y del Comandante Aguilar, que fueron fusilados por Sámano.

Montes confinó a algunos caudillos del movimiento quiteño. El Marqués de Selva Alegre fue desterrado a Loja; el obispo Cuero y Caicedo, a Lima, y el Coronel Carlos Montúfar, hecho prisionero y cargado de grillos y cadenas, fue desterrado a Panamá. En esta ciudad logró fugar de la cárcel y se dirigió al valle del Cauca para unirse a los ejércitos del Libertador Bolívar que habían ya receptado el eco heroico del pueblo quiteño.

Montúfar se dirigió a Buenaventura en búsqueda de tropas patriotas a las pudiera unirse, pero fue capturado y llevado a Buga, en donde un consejo de guerra español lo condenó a la pena de muerte. Fue fusilado el 31-JUN-1816, fecha en la que se inmortalizó ofrendando su vida como aporte quiteño a la independencia americana.

El 08-FEB-1816, fondea en la isla Puná, deseoso de fomentar la insurrección en el puerto y arsenal español de Guayaquil, idea que resultó vana y contraproducente por cuanto el pueblo guayaquileño no estaba ni política ni militarmente preparado para la revolución. "Su misión no fue comprendida y los patriotas del litoral, creyeron la versión de las autoridades de que Brown era corsario inglés, ayudaron a rechazarlo. Sólo el doctor José María Villamil había reconocido a la Escuadra de Brown. Desde la isla Puná regresó a Guayaquil con la noticia, pero llegó tarde con ella, pues la ciudad empezó a emigrar y estaba preparada militarmente para su defensa.

EL PODER MILITAR DESDE LA INDEPENDENCIA DE GUAYAQUIL HASTA LA BATALLA DEL PICHINCHA

Sofocada la revolución quiteña y a partir de 1815, comenzaron a propagarse en Guayaquil las ideas de libertad que se generalizaban en América India. Las batallas de "Boyacá" en Nueva Granada, las de "Chacabuco" y "Maipú" en Chile y los combates navales del corsario chileno Illingworth en los mares de Ecuador motivaron el espíritu revolucionario de los jóvenes guayaquileños, mientras que los españoles se preparaban para la defensa contra los enemigos exteriores.

El 09-OCT-1820, se inició la Revolución Guayaquileña, con la sublevación del Batallón "Granaderos de Reservas" y el apoyo de las otras unidades españolas de la plaza se proclamó la independencia de la ciudad y se nombró la Junta Provisional, compuesta por el Coronel peruano Escobedo, el doctor Vicente Espantoso y el Teniente Coronel Rafael Jimena. Inmediatamente se establecieron los contactos necesarios con los patriotas de Chile que mantenían una Escuadra Naval en el Pacífico y con Bolívar que había liberado a la Nueva Granada.

Los patriotas de Quito acogieron con gran entusiasmo la revolución del 09-OCT-1820 y varios de ellos marcharon a esa ciudad y solicitaron que se enviasen tropas para expulsar a los españoles que dominaban todos los pueblos del interior.

La revolución de Guayaquil estaba realmente aniquilada con la derrota de los patriotas en Huachi; si los españoles, aprovechando la victoria y la moral muy alto de su ejército, hubiesen bajado a la costa es seguro que hubieran tomado Guayaquil sin encontrar resistencia. Pero el General Aymerich no explotó el triunfo de Huachi ni sacó de ninguna ventaja táctica ni estratégica.

Vencidos los patriotas por los españoles, la asamblea provincial que se hallaban reunida en Guayaquil tuvo que ocuparse de organizar un gobierno general, lo que se hizo por medio de un pequeño reglamento en que se consignaron los principales derechos y garantías de los ciudadanos. Se nombró una Junta de Gobierno compuesta por José Joaquín Olmedo, el Teniente Coronel Rafael Jimena y Francisco Roca, secretario y vocal fue nombrado el doctor Francisco Marcos.

La Junta de Gobierno inmediatamente se dedicó a conformar una nueva división de combate, a buscar recursos adicionales para sostener la guerra y a planificar la conducción de los refuerzos, que se habían prometido de Nueva Granada y que, aunque atrasados, comenzaron a llegar. Sobre esta base se formó un escuadrón, completándolo con jinetes de Guayaquil. Enseguida llegó el General Antonio José de Sucre, enviado por Bolívar con las siguientes instrucciones: La primera, pedir la incorporación de la provincia a la República de Colombia; la segunda, si esa pretensión no era aceptada, proponer que se le diera el mando de las tropas aliadas; y, la tercera, en último caso, servir con sus tropas como auxiliar en la guerra contra los españoles de Quito.

En efecto, Sucre organizó en Guayaquil las fuerzas del Ejército Libertador en los territorios del Gran Reino de Quito, en base al Batallón colombiano "Santander" y al Batallón "Albión", compuesto de ingleses, a más de un escuadrón de caballería, fuerzas incrementadas con voluntarios guayaquileños y con desertores de los ejércitos realistas.

Organizado el ejército de Sucre marchó hacia Quito, sede del gobierno realista presidido por Aymerich, para liberar la capital y sus provincias. A lo largo de su itinerario viven los patriotas una serie de victorias y fracasos militares. Los campos de Camino Real, Huachi, Cone, Tanizahua, segundo Huachi, Verdeloma y Tapi son los testigos de la epopeya patriota.

Luego de los primeros meses de lucha, el ejército patriota fue reestructurado para iniciar la campaña sobre Quito. Guayaquil contribuyó con dos batallones: el "Guayaquil", que permaneció en la plaza como seguridad de la misma, y el "Vengadores".

Para reforzar al ejército que se dirigía a Quito, Colombia pide al Perú la devolución del Batallón "Numancia" que un año antes había enviado al Perú. Los españoles reforzaban sus unidades con el "Tiradores de Cádiz" y el "Cataluña" que llegaron desde Panamá. Desde Guayaquil, Sucre al frente del ejército libertador, inició su marcha gloriosa.

El 24-MAY-1822, con la Batalla de Pichincha, concluyó una de las páginas de la epopeya ecuatoriana; pues en esta acción gloriosa el poder español sucumbió definitivamente.

Mientras tanto en Guayaquil la situación se presentaba totalmente contraria, la provincia se debatía por la independencia bajo la protección del Perú o de Colombia y no faltaban quienes propusieran la formación de "una nueva república" compuesta por todos los pueblos de la Presidencia de Quito. Enterado el Libertador de esta situación, marcha a Guayaquil y al frente de un ejército de 3.000 soldados entró en la ciudad el 11-JUL-1822. Con la dirección de Bolívar se anexó Guayaquil a Colombia, a pesar de la gran oposición de algunos guayaquileños que consideraban ésta una decisión arbitraria del Libertador, pues lo hizo destituyendo a la Junta Soberana de Guayaquil y sin la voluntad mayoritaria del pueblo.

El poder militar ecuatoriano durante la gran Colombia y su participación en la independencia del Perú

Una vez obtenida la libertad de Quito en Pichincha y anexado éste y Guayaquil a Colombia, existe un acontecimiento importantísimo en la historia nacional y es la participación del poder militar ecuatoriano en la independencia del Perú. En este país se hallaban reunidas la mayor cantidad de fuerzas españolas, las que entusiasmadas por una serie de triunfos consecutivos continuaban oprimiendo al pueblo de lo que era el último reducto español en América.

Con Bolívar y Sucre, la guerra de movimiento se practicó en toda su amplitud. La caballería fue el arma preponderante durante los veintiún años de las luchas por la libertad; realizaba sus ataques en escuadrones, en línea o en columna, ejecutaba la explotación del éxito activa y tenazmente y exploraba y brindaba seguridad en marchas o estacionamientos. El Libertador manifestó que Colombia cumpliría con su deber en el Perú.

Bolívar fue a la capital y organizó batallones de voluntarios en los pueblos de Ecuador, y, después de una marcha por la cordillera, atacó el 17-JUL-1823 a los rebeldes, los destruyó en las orillas del Tahuando, los persiguió incansablemente y volvió a Quito victorioso.

Bolívar activó la concentración de las tropas que debían embarcarse para el Perú. El 02-AGO-1823, ya se encontraba en persona en el puerto de Guayaquil y el 07-AGO-1823, se emitió el decreto en que el Congreso le concedía el permiso para que se traslade al sur.

La batalla de Tarqui

Una vez liberado el Perú del yugo español, gracias a las armas ecuatorianas, se despertaron las ambiciones personales y políticas de los generales peruanos de la independencia, ambiciones que constituyen el germen del militarismo peruano del presente tiempo y que se ha desarrollado a través de la historia.

Se generó un hecho que demostró las ambiciones del Perú al incentivar la traición de la Tercera División Auxiliar Grancolombiana que fue retomado por el General Juan José Flores, demostrando como el Perú desde el inicio se apartó del camino de la concordia y siempre buscó el enfrentamiento.

Parte de la Batalla de Tarqui

República de Colombia.

El Jefe Superior del Sur.

Cuartel General en Tarqui a 2 de marzo de 1829.-19º.

Al Excelentísimo señor ministro Secretario de Estado de Despacho de la Guerra.

Mi último despacho para VE. con detalles sobre movimientos militares, fué el diez y ocho del próximo pasado desde Guaguatarqui. Allí participé a VE. que el 21 de enero recibí las decisivas órdenes del gobierno para tomar el mando del Sur; que el 27 me incorporé en Cuenca al ejército, compuesto de seis batallones y seis escuadrones, con la fuerza disponible de tres mil ochocientos infantes y seiscientos caballos; que fuí reconocido en mi destino el 28; y que el 29 marcharon las tropas en busca del enemigo, cuyos cuerpos avanzados en escalones hasta Nabón a trece leguas de Cuenca, replegaron sobre Saraguro, donde nos encontrábamos el 4 de febrero, sin que ocurriera mas que un ligero encuentro de dos compañías nuestras, contra un batallón peruano, que fué obligado a pasar el río, y apoyarse del ejército enemigo, situado en impenetrables posiciones. Que en virtud de la autorización que recibí del gobierno, había entrado desde el 28 de enero en comunicaciones con el General La Mar, Presidente del Perú, y Comandante en Jefe del ejército invasor, con el objeto de entablar una negociación, que pacíficamente terminara la guerra; que para ello se reunieron comisionados el 11 y 12 en Saraguro y Paquishpa, los cuales nada arreglaron por las exhorvitantes y ridículas demandas del jefe peruano.

Que el mismo día 12 supe que una columna de doscientos cincuenta infantes y cincuenta caballos conducidos por la vía de Yunguilla y Girón, ocuparon a Cuenca el 10 dispersando allí nuestros hospitales, a pesar de la vigorosa resistencia del General Intendente a la cabeza de sesenta convalecientes; que sospechando por las observaciones en el campo contrario que se hacía algún movimiento, previne al señor General Flores, Comandante en Jefe, de hacer por la noche un reconocimiento y que ejecutado por veinte soldados de Yaguachi, protegidos de la componía de Granaderos del Cauca, y 4º de Caracas, lograron aquellos dispersar completamente los dos batallones peruanos 1º. de Ayacucho, y No. 8 que cerraban la retaguardia de su ejército, el cual marchaba en la dirección de Yunguilla a Girón; y que por resultados de este triunfo, se le tomaron la mitad de sus municiones de repuesto, una porción de sus bagajes, algún armamento, y prisioneros, y destruídole dos piezas de batalla.

Informé también a VE. los motivos que tuve para no ejecutar un ataque por la espalda del enemigo, aprovechando tan importante suceso; y porque preferí al amanecer del 13 un movimiento retrógrado sobre Oña y Nabón para salir el 16 a Girón, donde debíamos encontrarnos con la cabeza del ejército peruano, que se dirigía por nuestra derecha a Cuenca, a ponerse en contacto con sus fuerzas en Guayaquil, cortar nuestras comunicaciones, molestar al Departamento del Ecuador, y facilitar su correspondencia con los tumultuarios de Pasto. Le dije en fin, que sintiendo el enemigo nuestra llegada a Girón se detuvo en Lenta, a cuatro leguas, y corriéndose luego más sobre nuestra derecha, se situó entre aquel punto y San Femando, cortando los puentes del Ricay y Ahillabainba, lo cual lo colocaba en difíciles posiciones; que notando que excusaba combatir o precipitarnos a un encuentro sumamente desventajoso para nosotros, resolví ocupar la llanura de Tarqui, como lugar de donde podía observar sus maniobras; y que con estos motivos quedábamos el 18 en Guaguatarqui.

El 21 tuve avisos de que todas las fuerzas peruanas se concentraban en San Femando, y que hacían reconocimiento sobre Baños a una legua de Cuenca, mientras nos distraían con otros reconocimientos por Girón. El señor General Flores se encargó de examinar el intento de éstos, y con una ligera partida atacó el destacamento que había venido, tomando prisionero a un oficial, matando algunos soldados, y dispersando el resto. En tanto ordené que el ejército retrogradase dos leguas más hacia Cuenca, y se situase en Narancay cerca de Baños, teniendo en este movimiento mayor consideración a las bajas que nos causaba el frío de Tarqui, que temores del enemigo; bien que nos importaba cubrir la ciudad de nuestros depósitos, y estorbar la comunicación de aquel con Guayaquil.

Permanecimos así a diez leguas distantes uno de otro, sin más novedad que la venida de un parlamentario con pretextos insignificantes y con el objeto de examinar nuestra situación; se lo noté, y lo devolví haciéndolo pasar por nuestros cuerpos, para que se convenciera de que apenas teníamos la mitad de fuerzas que el ejército peruano. El 24 supe que una columna de dos batallones, y un escuadrón enemigo al mando del General Plaza estaban en Girón; juzgué que sería un fuerte reconocimiento, porque no me persuadí que se avanzara sola esa división; pero el 25 hallándome con el General Flores, examinando por Tarqui la verdad, me informaron nuestros espías, que aún permanecía en Girón, y su ejército en San Fernando. El 26 resolví atacarla, y nuestros cuerpos todos se pusieron en marcha a las tres de la tarde con tres mil seiscientos hombres de combate. Al comenzar nuestro movimiento sobrevino una fuerte lluvia, que apenas nos permitió llegar a Tarqui a las siete de la noche.

Dando un descanso a las tropas, tuve partes que la división del General Plaza estaba en el Portete de Tarqui a tres leguas de nosotros, y que el resto del ejército peruano llegaría aquella tarde a Girón. Determiné dar una acción general, y el señor Comandante en Jefe dispuso que en lugar de las compañías de cazadores, que debían precedernos, lo hiciese un destacamento de ciento cincuenta hombres escogidos de todos los batallones, al mando del Capitán Piedrahita, apoyado del escuadrón Cedeño, para que preparase la función por una sorpresa, en esta forma continuamos la marcha a las doce de la noche.

A las cuatro y tres cuarto de la madrugada del 27 tuvimos que hacer alto a las inmediaciones el Portete, con la primera división de infantería compuesta de los batallones Rifles, Yaguachi y Caracas, para esperar a la segunda y la caballería, que se habían retardado sobre manera, cuando una descarga del enemigo sobre el escuadrón Cedeño fué el primer aviso de que Piedrahita se había extraviado y perdido su dirección.

La posición del Portete de Tarqui es una alta colina con una quebrada a su frente que no permite el paso sino hombre a hombre; a su derecha (izquierda nuestra) unas breñas escarpadas del más difícil acceso, y a su izquierda un bosque todo cortado, por entre el cual está el desfiladero para Gírón, y que es lo que propiamente llaman el Portete. La división del General Plaza ocupaba la colina y las breñas de su derecha, dejando como impenetrable el bosque de su izquierda por la dificultad del paso de la quebrada. Comprometido el escuadrón Cedeño en esta peligrosa situación, fue necesario sacarlo y protegerlo con el pequeño batallón Rifles constante apenas de tres cientas cincuenta plazas. La falta de suficiente claridad y las dificultades naturales, redujeron a este cuerpo a combate sin el orden debido y a quedar sólo más de un cuarto de hora; el mal se aumentó con la llegada el destacamento del bizarro Piedrahita, porque nuestros soldados sin conocerse se hicieron algunos fuegos; más disipada un poco la obscuridad, pudo reconocerse la posición, y destinarse la compañía de Cazadores de Yaguachi por nuestra izquierda, mientras el señor General Flores con el último resto de este batallón y el de Caracas penetraba por el bosque de la derecha y formalizaba el ataque.

El batallón Yaguachi había pasado la quebrada reforzando a Rifles y batido ya la división del General Plaza, cuando apareció sobre la colina una fuerte columna conducida personalmente por el General La Mar que restableció instantáneamente el combate. En este mataron el caballo del General Flores y al remontarse se reunió conmigo, cuando disponía el paso del Batallón Caracas. Entrando éste al fuego; se presentaron subiendo a la colina los batallones peruanos Pichincha y Sepita de la división de Gamarra, con este General a su frente: y ya fué comprometida totalmente la batalla entre mil quinientos soldados de nuestros tres batallones y un corto escuadrón, contra cinco mil hombres de la infantería enemiga. La resistencia de ésta se hacía fuerte sobre las breñas de nuestra izquierda, cuando apareció la cabeza de nuestra segunda división bastante distante del lugar de combate. Se le ordenó abreviar su marcha, y que de paso reforzara con una compañía de cazadores a la de Yaguachi, lo cual ejecutó con el más grande acierto el Coronel Manzano, Comandante del Cauca.

Reunidos Caracas y Yaguachi con Rifles, y dominando ya nuestros cazadores las breñas de la izquierda, se precipitaron simultáneamente a la carga a la vez que lo hacía el escuadrón Cedeño bajo la dirección del Coronel O'Leary. A este ataque violento todo plegó; y a las siete de la mañana no habían más peruanos sobre el campo de batalla; la fuga fue su única esperanza, y armándose por el Portete al desfiladero de Girón hallaron allí su sepulcro.

El Comandante Alzuro a la cabeza de Yaguachi los perseguía infatigablemente, y encontrando en su tránsito al General Cerdeña con un fuerte cuerpo rehecho, lo cargó solo con sus gastadores, y los destruyó en el acto. Del batallón Caracas, una parte con su denodado Comandante Guevara, siguió a Yaguachi, junto con el pequeño escuadrón Cedeño, conducido ya por el Coronel Braun, mientras que el resto con Rifles recogía los fugitivos de la colina por los bosques y pantanos de su espalda.

Destruido ya el ejército peruano, y mientras se aclaraban nuestros flancos, mandé un oficial de E.M. donde el General La Mar (que con sus restos de infantería, con toda su caballería y artillería se hallaba situado en la llanura al salir del desfiladero) a ofrecerle una capitulación que salvara sus reliquias, por que satisfecha la venganza y el honor de Colombia, no era el deseo del gobierno, ni del ejército derramar más sangre peruana, ni combatir sin gloria. El General La Mar contestó pidiendo las concesiones que se le harían y los comisionados, que estipulasen la negociación. Fueron a ello el General Heres y Coronel O'Leary.

Se suspendió en tanto la persecución, cuando el enemigo había perdido entre muertos y heridos, prisioneros y dispersos, más de dos mil quinientos hombres, incluso sesenta Jefes y Oficiales, y dejado por despojos, multitud de armamento, cajas de guerra, banderas, vestuario, etc. El campo de batalla era un espectáculo de horror, mil quinientos cadáveres de soldados peruanos han expiado en Tarqui las ofensas hechas por sus caudillos a Colombia y al Libertador; y talvez los crímenes del 2 de Agosto de 1810 en Quito.

Llegando las órdenes del gobierno de no abusar en ningún caso de la victoria, reduje mis instrucciones a los comisionados, a las bases que en tres de febrero se propusieron en Oña al General La Mar, cuando me pidió las condiciones sobre las que Colombia consentiría en la paz. Juzgué indecoroso a la república y a su Jefe, humillar al Perú después de una derrota, con mayores imposiciones que las pedidas cuando ellos tenían un ejército doble en número al nuestro; y mostrar que nuestra justicia era la misma antes, que después de la batalla.

Los comisionados peruanos observaron al cabo de mucha discusiones, que su Jefe declaró en las contestaciones de Saraguro.

"…que las bases de Oña eran las condiciones que un ejército vencedor Impondría a un pueblo vencido, y que no podrían convenir en ellas"

Ya era tarde cuando se me dió esta respuesta; y la devolví con el ultimátum, de que si no las aceptaba al amanecer del día siguiente, no concedería luego ninguna transacción, sin que a las bases de Oña, se agregara la entrega del resto de sus armas y banderas, y el pago efectivo de todos los gastos de esta guerra.

A las cinco de la mañana del día 28 se apareció un Coronel de E.M. peruano, solicitando de parte de su General la suspensión de toda hostilidad; y que para comprobar su anhelo de una transacción, me pedía que yo que conocía todos los Jefes de su ejército nombrase los dos que más me inspiraran confianza de su buena fé, para que fuesen sus comisionados. Contesté que cualesquiera eran para mí iguales; pero que en Paquishapa había indicado mi deseo de que el General Gamarra fuera uno de los negociadores.

A las diez de la mañana se reunieron en una casa intermedia de los dos campos los SS. General Flores y Coronel O'Leary con amplios poderes, por nuestra parte; y los Generales Gamarra y Orbegoso por la del Perú. Después de largos razonamientos en que sobre todo se reclamó la indulgencia y generosidad colombiana, y los intereses y fraternidad de americanos, se formaron los tratados que ayer incluí a V.E. en copia, y de que acompaño ahora uno de los originales habiendo remitido el otro al Ministerio de Relaciones Exteriores, por cuyo órgano he recibido algunas comisiones relativas a las cuestiones con el gobierno del Perú.

En esta Mañana se ha puesto en retirada desde Girón como dos mil quinientos hombres del ejército peruano, resto de ocho mil cuatrocientos que ellos mismos confesaron espontáneamente haber introducido en el territorio de Colombia; y no vacilo en aseguro a V.E. que en el estado de desmoralización e indisciplina en que esta derrota va poniendo las reliquias de nuestros invasores, apenas mil soldados repasarán el Macará.

En tanto nuestras pérdidas en la espléndida victoria de Tarqui, y a quienes lloramos como los mártires de la venganza nacional, consisten, en cincuenta y cuatro muertos y doscientos seis heridos; entre los primeros están el bravo Comandante Nadal, que murió cargando con su cuerpo contra las fuerzas de la colina; el Comandante Vallarino, segundo del Yaguachi, que persiguiendo con admirable audacia se adelantó solo, y tomado prisionero fue luego degollado por los enemigos junto con el Comandante Camacaro; los tenientes Pérez, Ávila y Santa Cruz; y los subtenientes Pinto, Carrillo y Triana, que con sus vidas han sellado su patriotismo y su arrojo en los combates. Entre los segundos se hallan los capitanes: Bravo, Méndez y Hernández: los tenientes Sotillo y Silva y los subtenientes Álvarez, Gil y Casanoba que son dignos de un especial nombre.

Es inútil hacer recomendaciones por la conducta del señor General Flores, gallardo en todas ocasiones y señalado siempre. Yo aproveché del mejor momento de la batalla para nombrarlo sobre el mismo campo General de División, y para expresarle la gratitud de la República y del gobierno pro sus servicios. El señor General Heres se ha recomendado por una admirable serenidad en los riesgos de esta jornada. Los Generales Sandes y Urdaneta han desempeñado sus deberes en toda la campaña. Los Coroneles Cordero, O'Learey, Braun, León y Guerra, se han distinguido, el primero y último por la escrupulosa exactitud, el uno como Jefe de Estado Mayor General, y el segundo como Jefe de Estado Mayor de la primera división, y los otros tres por un valor eminente. Los Comandantes Alzura y Guevara han mostrado un arrojo y entusiasmo singular. Mis ayudantes el Coronel Wright y los comandantes Rivas y Montúfar desempeñaron sus funciones al tanto de mis deseos, y el último recibió una fuerte contusión. Los del General Flores, comandantes Pachecho, Bravo, Sucre y Capitán Portocarrero merecen una expresa mención. Es adjunta la relación nominal de todos los oficiales recomendados por los cuerpos y a los cuales dado a nombre del Libertador Presidente las recompensas debidas. Si estos guerreros han derramado su sangre por la Patria, y sufrido gustosamente todas las penalidades por vengar a Colombia de los ultrajes de sus enemigos, no ha sido menos su entusiasmo por sostener el honor del ilustre Bolívar, insultado por ingratos y desleales.

Treinta días de campaña del ejército del Sur, han hecho desaparecer los aprestos de dos años, y las amenazas con que el Gobierno peruano invadió a Colombia; y dos horas de combate han bastado para que mil quinientos de nuestros valientes hayan vencido todas las fuerzas militares del Perú.

Ojalá que esta lección dolorosa sea motivo para que concluyamos una paz inalterable, y para que el respeto a la independencia de cada estado, sea la base fundamental en política de los gobiernos americanos.

Al ofrecer al gobierno los frutos de esta victoria, réstame manifestar las protestas del ejército del Sur, de conservar por sobre todos los riesgos el honor y la integridad nacional; y que los batallones Cauca, Pichincha y Quito, y los escuadrones 2º. 3º. Y 4º. De Húsares, el de Granaderos y el del Istmo, que sólo han sido testigos de la batalla de Tarqui, ansían por ocasiones en que justificar con su sangre este sentimiento de fidelidad a su patria. Los pueblos del Sur merecen una encarecida recomendación del gobierno, por sus sacrificios para llevar al cabo esta guerra, en que estaban comprometidos los intereses y el decoro de Colombia; por la provincia de Cuenca es digna de un recuerdo particular, por sus esfuerzos generosos y heroicos sosteniendo el ejército.

Los resultados de la batalla de Tarqui y de la campaña de treinta días, son importantes a la República; y excede de toda expresión el placer de mi alma, tributando una victoria como mi homenaje, al momento de pisar la tierra patria, después de seis años de ausencia, sirviendo a la gloria y el lustre de sus armas.

Dios guarde a V.E.

Antonio José de Sucre. (Se mantiene la ortografía original)

Combate naval de Malpelo

El 20-MAY-1828, en circunstancias en que los nuevos Estados libres de América aún no se encontraban definitivamente estructurados, el Perú inició una serie de acciones militares en contra de Colombia (el Ecuador no existía aún como república) reclamando para sí el derecho sobre las zonas australes o del sur, incluyendo la ciudad de Guayaquil. Fue así que, mientras el Mariscal La Mar avanzaba con sus tropas por el interior, hacia Cuenca, la corbeta peruana "La Libertad", capitaneada por el Comandante Póstigo, inició un mal disimulado bloqueo al golfo de Guayaquil.

Advertido de esta situación, el Gral. Juan José Flores, desde Cuenca, ordenó al Gral. Illingworth, Intendente de Guayaquil, que adopte las medidas necesarias para romper el bloqueo y proteger a la ciudad. Illingworth llamó entonces al Capitán de Navío Tomás Carlos Wrigth y le encomendó la misión de salir inmediatamente al encuentro del invasor, para lo cual fueron armadas las corbetas "La Guayaquileña" y "Pichincha".

El 31-AGO-1828, a la altura de "Punta Malpelo", cerca de Túmbez, Wrigth avistó a la nave peruana, a la que se acercó para exigir las explicaciones pertinentes relacionadas con su presencia en aguas de Colombia, pero sus requerimientos fueron respondidos por parte de la nave peruana con el fuego de los cañones. Ante la inesperada y traicionera acción peruana, Wrigth ordenó amarrar la "Pichincha" a la "Libertad", y desde "La Guayaquileña", a pesar de que la nave peruana tenía el doble de su calado y el triple de sus cañones, inició un intenso cañoneo al tiempo que pasaba con sus hombres al abordaje.

En medio del fragor del combate estalló en la "Guayaquileña" un gran incendio, circunstancia que fue aprovechada por los peruanos para iniciar la huida, mientras la tripulación de la nave siniestrada intentaba apagar el fuego. La "Guayaquileña" sufrió tremendas averías, y al terminar el combate, de una tripulación total de 96 hombres, tuvo 60 bajas entre muertos y heridos. Entre los sobrevivientes de esta heroica jornada estuvieron el alférez de navío José María Urbina, de 18 años de edad y el joven guardiamarina Francisco Robles, quienes posteriormente llegarían a ostentar el grado de generales y Presidentes de la República, y Luis de Tola, quien años más tarde sería Obispo Auxiliar de Guayaquil.

Provocaciones del Perú y causas de la guerra

La negativa rotunda por parte del gobierno del Perú a pagar la deuda contraída por Colombia para solventar los gastos de la independencia del antiguo Virreinato de Lima, que en su parte fue acreditada por ciudadanos del Departamento del Sur, como lo demuestra el siguiente texto del informe del General Santander presentado al Congreso de 1826 "No se ha podido concluir la liquidación de la deuda del Perú en favor de la República, aunque Colombia es la que se presenta como acreedora, ella es deudora a muchos ciudadanos de los departamentos para auxiliar al Perú."

El despido injustificado e injurioso del ministro colombiano Armero en Lima, constituyó un acto de flagrante provocación, y la última, la más grave de todas, la detención indebida de Jaén y Mainas, que sería la causa fundamental de la guerra de 1829.

El gobierno peruano envió en FEB-1828, como ministro Plenipotenciario al señor José Villa, que venía a contestar los cargos que le hacía Colombia sobre los tres aspectos citado; mas Villa indicó que venía solamente a presentar las satisfacciones sobre el despido del ministro Armero y que no estaba autorizado para tratar del pago de la deuda, la devolución de las provincias de Jaén y Minas, lo que provocó el reclamo airado de Colombia con un ultimátum que decía: "El Libertador, pues, que como tal se ha consagrado al bien de Colombia, ya que como Presidente de la República es el custodio de sus derechos, no pudiendo ya equivocarse sobre la injustas miras a que el largo padrón de agravios mencionados pruebas que se adhiere el Perú…"

Las ambiciones de los colombianos, CRNL José María Obando y su segundo, CRNL López, insurrecionaron a finales de 1828 los Departamentos de Popayán y Pasto, en manifiesta insubordinación al Libertador con afanes personalistas de poder y con el objetivo de aislar al Departamento del Sur del resto de Colombia.

LA SUPERVIVENCIA DEL ESTADO GRACIAS A LA PRESENCIA DEL PODER MILITAR

Los ejércitos peruanos al mando del cuencano, General José La Mar, habían hollado suelo ecuatoriano a fines de noviembre de 1828. Flores, al mando de su ejército, conformado por la Tercera División Auxiliar y pocos soldados existentes, como base de las fuerzas para la defensa del sur, se encontraba en Cuenca reorganizando su ejército, "para el 28-ENE-1829, en los alrededores de Cuenca, Flores había puesto casi 5.000 hombres. Allí estaban los batallones "Caracas", Cauca", "Rifles", "Pichincha", "Quito", los Escuadrones Segundo, Tercer y Cuarto del "Húsares", "Granaderos a Caballo" y "Dragones del Istmo"; mientras que otro contingente compuesto por el "Cedeño" el batallón "Ayacucho" y media brigada de artillería, defendían al Puerto de Guayaquil. No podía pedirse más al genio militar de un gran general, cuando medita en la creación de esas fuerzas, tiene que repetirse palabras como éstas: Si se dispone de un ejército organizado por un general como Flores, ya se puede vencer; con mayor razón, si lo mandan Sucre y Flores".

El bloqueo del Golfo de Guayaquil por parte de la escuadra peruana, concretamente con la corbeta "Libertad", a partir de AGO-1828, se realizó en forma parcial y mal disimulada.

De las acciones del ejército en Tarqui, cuya esplendorosa victoria se dio el 27-FEB-1829 y las acciones de la Armada Nacional hasta la liberación de Guayaquil concluimos que el Poder Militar, con el Ejército en la gesta gloriosa del 27-FEB-1829, y con la Armada Nacional durante las acciones navales desarrolladas en el Golfo en ese año, ratifican su vital importancia, pues a él se debe la existencia del Estado ecuatoriano cuya presencia nacional cuando estaba amenazado uno de sus elementos, su territorio.

La disolución de la gran Colombia

El triunfo de las armas nacionales en el Portete de Tarqui defendió la soberanía nacional y consolidó la libertad e independencia de la Gran Colombia, las armas nacionales rechazaron y vencieron la ignominia pero no consiguieron cerrar las profundas divisiones intestinas provocadas y originadas por políticos ambiciosos.

Bolívar hacía grandes esfuerzos por mantener la integridad colombiana. Habiendo el Libertador convocado, con fecha 24-SEP-1829, a la Asamblea Constitucional proyectada para el 02-ENE-1830, se encaminó a Colombia. Llegó a Bogotá el 15-ENE-1830; tuvo la satisfacción de instalar el Congreso con insólita solemnidad, el día 20-ENE-1830.

El 08-MAY-1830, finalmente, tuvo lugar su solemne despedida del Gobierno y del pueblo de la capital. En medio de las calumnias con que se denigraba la reputación del gran ciudadano y soldado, se hacían con presteza los últimos preparativos para la separación de Venezuela. Se celebró la Asamblea Constituyente en ABR y MAY-1830.

El 24-ENE-1830, se instaló en Bogotá el Congreso Constituyente, última asamblea Grancolombiana, el cual mereció el nombre de "Admirable", tanto por la categoría de sus miembros como por la sabiduría de las disposiciones que dictó; pero resultó extemporáneo para impedir la disolución.

Participaron en él, 32 granadinos, 10 ecuatorianos y 6 venezolanos. Presidieron el gran Mariscal de Ayacucho y el Vicepresidente monseñor José María Esteves, los que, al irse de comisión a Venezuela, fueron reemplazados por Vicente Borrero, de Cali y José Modesto Larrea de Quito.

El 13-MAY-1830, es, desde el punto de vista geopolítico y considerando el ciclo vital de un Estado, la fecha de nacimiento del Estado Ecuatoriano. Del análisis realizado podemos concluir que el origen de la República del Ecuador está íntimamente ligado al Poder Militar, a sus hombres, a sus instituciones, a su capacidad, a su doctrina y sobre todo a las virtudes militares de su pueblo, manifestadas en la heroica resistencia de Rumiñahui.

Vemos que nuestra historia es esencialmente militar, y que el nacimiento del Estado ecuatoriano se debe a la fuerza de las armas; pues, gracias a la espada victoriosa del Libertador, a la magnanimidad de Sucre, a la capacidad política y militar de Flores, los ecuatorianos, gracias al poder militar, reveló al mundo civilizado la existencia de la República del Ecuador como nación libre y soberana. La trayectoria brillante del poder militar no se detiene durante este momento histórico, pues su presencia es indispensable para consolidar la república naciente.

El poder militar y su aporte a la consolidación de la República

El 14-AGO-1830, se reunió en Riobamba la primera Asamblea Nacional Constituyente, con representantes de los Departamentos de Quito, Guayaquil y Azuay, en ella, además de la redacción de la primera Constitución del Estado, se tributó un homenaje "de eterna memoria y eterna gratitud" al Libertador, a quien lo proclamaron "Padre de la Patria y protector del sur de Colombia".

El 11-SEP-1830, se aprobó la primera Carta Fundamental del Estado, en la que se considera y legaliza la existencia de la Fuerza Armada subordinada al Poder Político. Los individuos del Ejército y Armadas están sujetos en sus juicios a sus peculiares ordenanzas. El siguiente artículo destinado a la Fuerza Armada considera: "Art.52: la milicia nacional que no se halle en servicio no estará sujeta a la leyes militares, sino a las leyes comunes, y a sus jueces naturales, se entenderá que se halla en actual servicio, cuando esté pagada por el Estado".

Ese mismo día y una vez aprobada y legalizada la Constitución, se eligió al General Juan José Flores, como el primer Presidente Constitucional del Ecuador, con 19 de los 20 votos posibles, además fue elegido Vicepresidente José Joaquín Olmedo con 14 votos.

Se inició así el período floreano, en el que Flores hace gobiernos esencialmente militares, pues ejerce el poder apoyado en las gloriosas fuerzas que habían independizado al Ecuador, pero es necesario destacar que no sólo fue por la capacidad propia de Flores que obtuvo la casi unanimidad en su elección, se debió a que el pueblo ecuatoriano estaba absolutamente consciente de que para desarrollar un proceso histórico como Estado soberano que iniciaba el camino como tal y la nación debía estar profundamente unida al Poder Militar, era necesario e indispensable que el Poder Militar, a través de su representante el Comandante en Jefe, sea el elemento consolidador de la naciente república.

Fue el general Flores uno los más destacados soldados de la época de la Independencia, a cuya causa sirvió, sin interrupción, en campaña, desde 1814 hasta 1825. Desde este año hasta 1830 a la causa Gran-colombiana, y después, hasta 1845 en el ejercicio del poder en el Ecuador. Volvió al país en 1859 y murió en 1864. En la primera época asistió a 43 acciones de armas y libró en el Ecuador, en Nueva Granada y en la frontera del Perú 42 batallas y combates; es decir, 85 acciones de guerra, habiendo obtenido grado por grado sus ascensos desde cadete hasta General de División. En 1835 la Convención de Ambato lo ascendió a General en Jefe del Ejército, grado que se le reconoció posteriormente, en Venezuela, su país natal.

Flores, entonces representante del Poder Militar, cuando naciera la república, no debe quedar la menor duda de su desempeño, después de analizar el juicio del Cervantes de América, Juan Montalvo, quien dice: "Flores, Juan José Flores, soldado de Colombia, valiente de primera clase en la batalla, condecorado por Bolívar; Flores, el héroes del Portete; Flores, dueño del afecto de la aristocracia de Quito, Flores, fundador de la República".

Por consiguiente, es con Flores al frente del Poder Político y del Poder Militar que el Ecuador inicia su período histórico como República Soberana.

LA OPOSICIÓN DEL PODER MILITAR ECUATORIANO AL MILITARISMO EXTRANJERO

Es frecuente en nuestra historia la alusión, entre despectiva y rencorosa, al militarismo, causa de tantos males y desgracia en los primeros años republicanos, pero la falta de conocimiento y la exageración dan lugar a muchos errores de concepto. Por militarismo, entiéndase, según la ciencia política, "el predominio del elemento militar en el Gobierno" y en sentido más vulgar, los abusos propios de la clase militar, despótica o indisciplinada contra la sociedad puesta a su custodia.

La separación del Sur de Colombia puso en manos de Flores un ejército compuesto por unos dos mil efectivos y conformado por unidades como el batallón "Quito", que estaban integrados totalmente por ecuatorianos, que bajo la autoridad de jefes competentes, como León de Febres Cordero, Ignacio Torres, Antonio España, Juan B. Pereira, Antonio Martínez Pallares, Sandes y Whittle, se fue conformando con un alto grado de disciplina; pero la aguda crisis fiscal y la falta de presupuesto, hizo que el ejército se fuera disolviendo sistemáticamente; para evitarlo hubiera sido necesario pagar el atraso en los haberes de oficiales y tropa; además, el viaje a su patria de aquellos veteranos de Colombia y Venezuela que combatieron por nuestra independencia y la falta de dinero para esto provocó las tres insurrecciones que tuvo que enfrentar Flores en sus primeros años de gobierno.

En su tercer año de gobierno, los periódicos de oposición, como el "Quiteño Libre", no dejaron de publicar noticias falsas sobre supuestos "abusos propios del militarismo". Nuestra historia no recuerda militarismo más horrendo que el del ejército restaurador antifloreano en 1834. Por otra parte, todos convienen en que Flores fue siempre quien impuso la disciplina militar en su ejército y quien escogía a sus oficiales superiores; así, la elección de Otamendi en dos momentos críticos no significa militarismo, sino represión a sublevaciones militaristas, como en el caso específico del General Urdaneta, quien víctima otra vez de su genio aventurero, había perecido en Panamá, fusilado en unión de varios conjurados y del mismo CRNL Alzuru, que se había alzado con el mando.

El Ejecutivo dispuso que todos aquellos batallones sublevados que fueron derrotados por Otamendi, acudiesen en perfecto orden al cuartel general, donde fueron disueltos y borrados de la lista militar, en presencia de los que habían permanecido fieles a la Institución, al mismo tiempo, se expidieron licencias para el extranjero a más de 150, entre jefes y oficiales, reos de haber violado sus juramentos. De este modo terminó la gran revolución que expuso a fracasar la nave del Estado.

Concluida la revolución liderada por Urdaneta y propiciada por el verdadero militarismo extranjero, son dos sublevaciones más las que intranquilizaron al país, con los mismos afanes, el sueño de reconstruir la Gran Colombia. La primera fue propiciada por el glorioso batallón Vargas. Agobiado por una situación calamitosa se insurreccionó contra el gobierno ecuatoriano, el 11-OCT-1832. Flores entregó raciones a los insurrectos y canceló la suma de 5.698 pesos, con lo cual 433 hombres emprendieron la marcha hacia su país.

Partes: 1, 2, 3, 4
 Página anterior Volver al principio del trabajoPágina siguiente