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El ejército de la República del Ecuador

Enviado por luis pacheco


Partes: 1, 2, 3, 4

  1. El nacimiento del ejército ecuatoriano
  2. El primer grito de la independencia
  3. Los acontecimientos militares en el Estado quiteño de 1810 a 1812
  4. El poder militar en la independencia
  5. El poder militar ecuatoriano durante la gran Colombia y su participación en la independencia del Perú
  6. La batalla de Tarqui
  7. Combate naval de Malpelo
  8. Provocaciones del Perú y causas de la guerra
  9. La disolución de la gran Colombia
  10. El poder militar y su aporte a la consolidación de la República
  11. La batalla de Miñarica
  12. El nacionalismo y el poder militar nacional
  13. La consolidación de la nacionalidad y reformismo militar
  14. La desvirtuación del poder militar
  15. El poder militar en la revolución liberal
  16. Intervenciones rectificadoras de las Fuerzas Armadas
  17. La revolución juliana (9 de julio de 1925)
  18. El gobierno del General Alberto Enriquez Gallo
  19. La Junta Militar de Gobierno 1963-1966
  20. El gobierno nacionalista y revolucionario de las F.F.A.A.
  21. Mediación y dirimencia en el caos bucaramista
  22. Hastío y golpismo frente al desastre mahuadista
  23. El Poder Militar y su aporte para la consecución y mantenimiento de los objetivos nacionales permanentes
  24. Justicia social, desarrollo integral e integración nacional
  25. Transición, reforma institucional e imaginario democrático
  26. Escenarios complejos: retos democráticos y roles militares
  27. Conclusiones
  28. Recomendaciones
  29. Bibliografía
  30. Anexos

Evocamos las sombras de todos aquellos que, con el arma al brazo, arco, flecha, mosquete o fusil, vistiendo el distintivo de los ejércitos o sin ellos, se sacrificaron por sus ideales.- General Ángel Isaac Chiriboga.

El nacimiento del ejército ecuatoriano

El objetivo que persigue el presente trabajo, es brindar un aporte mínimo para preservar los resquicios de institucionalidad sobre los que debe refundarse el nuevo país político, militar, económico y social, que, en pocas líneas, debe acrecentar el desarrollo de sus Fuerzas Armadas. Un país cuya conciencia, límpida y pura, refleje en su Fuerza Terrestre, Institución que encarna, fundamentalmente, sus actividades en la gestación, desenvolvimiento y madurez de claros objetivos sociales.

  • Cuatro serán las partes de este artículo:

  • La prehistórica o antigua;

  • La media o colonial;

  • La moderna o de la Independencia; y

  • La contemporánea o vida de la República.

En la primera, debemos referirnos a aquellos períodos inciertos de nuestra Historia, de los cuales la tradición, hoy, fortalecida o debilitada por la Epigrafía, la Paleografía, la Criptografía, la Arqueología, la Eurística, la Numismática, va destacando, paulatina, pero seguramente, sobre bases de relatividad o de certeza, la histórica vida de aquellos pueblos que fecundaron, en la Atlántida de Hornero y de Virgilio, antes, mucho antes de que los conquistadores ibéricos, siguiendo la ruta trazada en el océano, por el magno Cristóbal Colón, hubieran penetrado en las entrañas mismas de este Continente, cuyas galas y exuberancias, cuyos tesoros y riquezas se sobrepondrían a las más fantásticas leyendas orientales.

En este período, época prehistórica, Quitus, Shyris y Caras, pueblos guerreros todos, deben hacer de la guerra una de sus funciones naturales, para abrirse campo a sus faenas y dotarse de los elementos de vida que les eran indispensables.

Ley del mundo, la lucha por la existencia, se deja sentir en toda su intensidad, en aquellas tribus. Los Shyris, nación poderosa, emprenden en la conquista de los Quitus.

En sus avances, fortifican los pueblos, despliegan asombrosa actividad guerrera, demostrándose dotados de singulares conocimientos, de lo que luego sería la táctica y la fortificación en el Arte Militar, confirmándose así, plenamente, que, muchos de sus principios, son de un orden meramente natural y que siempre, cuando la moral fortalece los espíritus, fue posible lanzar agudas flechas, luchar con las lanzas, con las hachas, o con las mazas de piedra o de cobre, abrigarse en el terreno y aumentar su solidez, con las fortalezas que en la época de los Shyris se constituían por grandes cuadrados de muros, en cuyo centro se guardaban las armas y las escalas de que se servían los defensores. Al abrigo de esos muros, se congregan los ejércitos, formados por voluntarios que, fuera de las épocas de guerra, vivían tranquilamente entre sus tribus y sus familias.

Los Shyris realizan su conquista; pero, los pueblos oprimidos no se conforman con su suerte y pronto se insurrecionan, para recobrar su libertad. Se producen nuevas guerras, hasta que las rebeliones terminan en atroces carnicerías, se diezman las provincias y se despueblan los territorios, enviándose a sus pobladores a establecerse en sitios a donde no les fuera posible practicar sus rebeldías.

Hijos de Imbabura, pobladores de Caranqui, defensores de Atuntaqui, nativos de Latacunga, Huancavilcas, Cañaris, Puruháes, Chimbos y Tiquizambis, en la larga sucesión de los Shyris, van formando sólidamente el Reino de Quito, que luego alcanzaría, cuando el Shyri XII, una enorme extensión y una unidad completa, que se afianza ante el temor de ser dominado por los Incas del Perú, de cuyas conquistas se hablaba constantemente y se hacía mérito en el Reino de Quito.

No pasó mucho tiempo, cuando ya el extenso y floreciente Reino de Quito, comenzó, en efecto, a desmembrarse en el reinado de Hualcopo, con las conquistas de Tupac – Yupanqui, el Inca XII del Perú, quien, por el año de 1450, inició aquella empresa que debía causar una serie de luchas en los pueblos de los Shyris; época en la cual brilla el genio militar de Epiclachima, notable estratega, que tomó para su cargo la defensa del Reino, en tanto que Hualcopo se ocupaba en levantar célebres fortalezas, en las que debían derramarse torrentes de sangre que debilitarían a estos pueblos que, pocos años más tarde, serían fácil presa de los audaces conquistadores.

El Inca Tupac-Yupanqui principia sus conquistas, sometiendo a las provincias de Paita y Tumbes. Pronto los Cañaris, aunque astutos y aguerridos, se someten, sin dificultad, al poder del nuevo soberano. Se vencen, luego, después de tenaz resistencia las fortalezas de Achupallas y Pumallacta y se marcha hacia el Reino de Quito. Epiclachima es vencido en Tiocajas, por las tropas del Inca y muere en la batalla aquel célebre General. El Inca domina las fortalezas de Mocha y Latacunga y pronto ocupa Quito, en tanto, que su gobernante, Hualcopo, parte con el resto de sus ejércitos a abrigarse en las fortalezas de Atuntaqui.

El vencedor regresa al Cuzco. Pero su sucesor, Huaina Cápac, heredero del trono de los hijos del Sol, continúa las conquistas. Llega a Quito, marcha al Norte y vence al último de los Shyris en Atuntaqui, aniquilando a su ejército a orillas del lago Yaguarcocha, afianzando definitivamente su empresa con un matrimonio concertado con la Princesa, única heredera del trono de los Shyris.

En este período de incertidumbre, encontramos un ejército dotado de especiales condiciones. Aquellas masas armadas, con las armas más primitivas, presentan caracteres que recuerdan a las vigorosas muchedumbres de combatientes de Egipto, de Caldea y de la Siria, que, conducidas por el gran caudillo, van a la lucha y, ciñéndose la corona del triunfo, esclavizan al pueblo vencido, sin ofrecer la rama de olivo, porque su pensamiento conquistador se extiende siempre, más allá de las fronteras y de los tiempos y porque sus aspiraciones, como insaciables, son insatisfechas siempre.

Durante el reinado de los Incas, todo varón debía saber manejar las armas y ser soldado. Principiaba la obligación del servicio militar, cuando el joven había cumplido 25 años, y no quedaba exento sino cuando había cumplido 60. Aunque todo hombre debía ser soldado, no obstante, no se le ocupaba sino por tiempo determinado y después se le permitía volver a descansar entre los suyos.

Se practicaba, pues, una forma de Servicio Militar Obligatorio de inusitada extensión, talvez como no so había realizado ni en la Grecia de las falanges, ni en la Roma de las legiones.

Los ejércitos se componían de cuerpos de compañías de soldados, que manejaban una misma arma; así había cuerpos de honderos, de lanceros, de maceros. El Jefe primero del ejército era, en rigor, el mismo Inca, pero siempre había un General que estaba a la cabeza de las tropas y a quien se le encomendaba el cuidado de todo lo relativo a la milicia; éste era siempre un Inca principal, que tenía bajo su dependencia a otros jefes y capitanes, porque en la organización del ejército, se había reproducido la organización de la Nación, distribuyéndole en decenas, centenas y millares. Cada compañía llevaba su insignia, y el ejército, la bandera o enseña del Inca, en la cual iba desplegado el Arco Iris con sus brillantes colores. El uniforme de la tropa consistía en el mismo vestido de la tribu a que pertenecían los soldados.

La fortificación la conocieron tanto los Quitus, como los Cañaris y los Puruháes, como sus conquistadores los Incas. La situación de las fortalezas, su trazado, la anulación de ángulos muertos, sus cortes, probando están que quienes las dirigían, penetrados debían estar de los principios que predominan en esas obras de defensa y auxilio, de apoyo para el combate y la maniobra.

En sus conquistas, observaban dos principios: conservar tropas regladas y disciplinadas, y mantener, a todo trance, el orden y la obediencia en los pueblos conquistados.

Su disciplina, estaba basada en la autoridad divina del Inca, teniendo así la solidez de un inmutable principio religioso observado invariablemente.

Sobrios y abnegados, los indígenas, hacían largas marchas a pie, llevando como los soldados de los buenos tiempos de las legiones romanas, un puñado de maíz o de cebada, con el cual se alimentaban en sus largos recorridos al través de nuestras montañas, serranías o costas, cruzando ríos o dominando cumbres.

Para una batalla campal, acostumbraban formar los honderos a la vanguardia y a la retaguardia los armados de rompecabezas, hachas y macanas. Cargaban sobre el enemigo varios cuerpos a un mismo tiempo, en medio de gritos atronadores y al son de sus trompetas y caracoles. No hacían uso de centinelas, pero sí practicaban el espionaje, y la guerra solía principiar, generalmente, con un brusco asalto nocturno de una tribu a otra.

Los honderos iniciaban el combate a la distancia, lanzando piedras y dardos y en el combate cuerpo a cuerpo esgrimían largas espadas o mazas de madera, ingeridas de agudos pedernales. Los maceres, robustos y entrenados, con sus enormes mazas, entraban los últimos en la contienda.

Otras muchedumbres, en cambio, se presentaban al combate, desnudas, pintadas con varias tintas y colores, galas militares que consideraban como influyentes para producir terror a sus enemigos, convencidos, también, según dice la leyenda, de que eran los ojos lo primero que se ha de vencer en la batalla.

Llevaban en sus cabezas coronas hechas con diversas plumas, porque creían que el penacho les hacía más altos y daba más cuerpo a sus ejércitos.

Formaban sus escuadrones, amontonando más bien que distribuyendo la gente; pero siempre dejaban algunas tropas de reserva para que socorriesen a los que peligraban. "Embestían con ferocidad, espantosos en el estruendo con que peleaban, porque daban grandes alaridos y voces para amedrentar al enemigo, costumbres que refieren algunos entre las barbaridades y rudezas de aquellos indios, sin reparar en que la tuvieron diferentes naciones de la antigüedad y no la despreciaron los romanos".

"Julio César alaba los clamores de sus soldados. Culpando el silencio en los de Pompeyo y de Catón el Mayor, solía decir que debía más victorias a las voces que a las espadas, creyendo unos y otros que se formaba el grito de los soldados en el aliento del corazón".

Terribles todos esos ejércitos en la contienda, educados en una envidiable moral patriótica, luchaban bajo la vista del Dios Sol, que iluminaba con sus más vividos destellos los campos de exterminio y muerte. Generales y soldados tenían de su deber tan alta idea, que el sacrificio era una esperanza cumplida y una redención alcanzada y que iban al combate entonando el himno de la vida, rodeados de vestales que se enorgullecían con el honor de que se riegue el campo de batalla con la sangre de los suyos y que morían de remordimiento, de vergüenza y de pena, por la derrota, la cobardía y el deshonor.

En algunas batallas, como la de Quipaipán, brillan geniales concepciones de los Generales Quisquís y Calicuchima, honor de su tiempo y de su raza, servidores del gran Atahualpa en la injusta guerra promovida por su hermano Huáscar, heredero del Cuzco, que declaró la guerra al Reino de Quito y como consecuencia de la cual, Atahualpa extendió sus dominios enormemente, llegando a dominar desde Angasmayo, en Colombia, hasta el río Maule, en Chile; y desde el Pacífico hasta las selvas orientales, Imperio en cuyo territorio hoy están formados Ecuador, Perú, Bolivia, una parte de Chile y otra de Colombia.

En la clásica batalla de Quipaipán, Huáscar cuenta con superioridad numérica de tropas; pero las maniobras de los Generales quiteños, ya nombrados, se imponen al número y en una impetuosa carga sobre los flancos de las tropas del Cuzco, arrollan a todo el ejército y los derrotan en una espantosa confusión. Huáscar, en persona, cae en poder de las tropas de Atahualpa, dándose así término a aquella guerra que llevó al Monarca quiteño hasta el Cuzco, en donde, más tarde, debía caer en manos de los soldados de Pizarro.

Si se prescinde de las armas de fuego, cuyo conocimiento tampoco era completo en Europa, cuando la conquista de América, los Incas conocían casi todas las armas y aun algunas armaduras defensivas. Tenían lanzas grandes y pesadas, fabricadas de madera fuerte; otras, chicas, de cobre; alabardas y picas de chonta; espadas de cobre templado; sables grandes, de madera; dardos arrojadizos; puñalones de dos filos; arcos y saetillas; y, entre las defensivas, eran célebres, un morrión de madera fuerte o de metal lustroso, engalanado con plumas de diversos colores y con pendientes de oro y plata, una visera de metal y una rodela con su respectiva empuñadura.

Para la guerra, recibían una educación enteramente especial. Cuando un Inca llegaba a mayor edad era sometido a una serie de pruebas, a una vida llena de privaciones en cuyo tiempo vivía en el suelo comiendo poco y vistiendo apenas. Duraba el período de rigor una luna, pasada la cual se le permitía restablecer sus perdidas energías físicas con abundante comida para que se manifestara vigoroso en los simulacros de batallas, ataques y defensas ante una de las fortalezas.

Debían también probar la resistencia física con acometidas violentas lanzando grandes mazas o bien con prolongados ayunos que no debían alterar su hercúlea consistencia.

Los Incas cuidaban también de la preparación moral, se obligaban a cumplir los fines sagrados de su misión a la cual se preparaban con el mismo fervor, con idéntica fruición que para una práctica religiosa.

Cuando se llenaban todos los deberes, cuando ya el espíritu y el cuerpo se habían fortalecido para la guerra, el Inca recibía el "huaro", se le abrían las orejas con un punzón de oro, y se le calzaba la sandalia guerrera.

Para asegurar la alimentación de los ejércitos, existían grandes depósitos escalonados en los puntos más apropiados de los caminos, en los cuales se encontraban desde antes de que un ejército saliera a campaña, víveres, armas y vestuarios.

Apenas sí en los tiempos que vivimos, quedan en el Ecuador unos pocos vestigios de civilización precolonial; apenas sí una que otra joya brilla en los museos pregonando el poderío de las civilizaciones pretéritas; apenas sí restos de fortalezas, armas de piedra, algunas hachas de bronce se conservan para pregonar las capacidades guerreras de nuestros antepasados americanos, y con todo, aquellos guerreros tenían, como se ha visto, grandes conocimientos del arte de combatir.

Se hallaba Atahualpa, en Huamachuco, con 50.000 soldados bien armados y disciplinados, élite de su ejército, cuando los primeros españoles llegaban a Tumbes y cuando el célebre Pizarro, después de obtener para sí prerrogativas y títulos, se internaba en Cajamarca con sólo 160 hombres, con los cuales iba a dominar un imperio desconocido para el mundo, pero firmemente consolidado por los siglos, por las guerras, por la religión y por las victorias.

Y entramos en el segundo período de este estudio, que debe referirse brevemente a aquella época en la cual las espadas de los conquistadores cortan la vida de los pueblos progresistas y taciturnos del nuevo mundo. Época en la cual aquellos nuevos jinetes del Apocalipsis: Hernán Cortez, Sebastián de Benalcázar, Francisco Pizarro, Pedro de Valdivia, Diego de Almagro. Benalcázar, lanzan sus escuadrones entre las muchedumbres indianas, entre la gleba carcomida por las predicciones de Viracocha y que se asombra, se aturde y humilla y desconcierta con el fuego de los arcabuces, el estruendo de los cañones y la velocidad de los caballos que persiguen sin tregua y que arrollan inmisericordes a los que hacen frente como a los que huyen de los campos de matanza.

Astuto Pizarro, al saber la situación de Atahualpa, a pesar de las ofertas del gentil Monarca que cede a los conquistadores, sus casas doradas por el sol, su amistad y sus alianzas con el gran Monarca a cuyo nombre avanzaban, forma consejo de sus oficiales y acuerda una celada para apoderarse del gran Inca en medio de todos sus invictos vasallos. Sabe que las tropas del Inca, habían recibido orden expresa de no hacer mal a los extranjeros. Invita al Monarca confiado, a su propia casa, dispone sus tropas y con un golpe audaz, se apodera de Atahualpa, en tanto que disparan los suyos sobre las muchedumbres que sorprendidas y obedientes no ponen resistencia, dando así un golpe de muerte a aquel imperio, que sin más que la audacia de un puñado de conquistadores se transformaría en un dominio de España, sobre la sangre inocente del glorioso Atahualpa, la primera víctima de la gentileza y de la hidalguía incásicas.

Pizarro fija un tesoro fabuloso, como precio del rescate del Inca Ilustre, el que en parte satisfecho, no le libra del patíbulo, al que le condena un tribunal que le acusa sirviéndose de una argumentación que hace honor al destituido Monarca.

El 29 de agosto de 1533, Atahualpa, encadenado, sube al suplicio y muere con la entereza de su raza y la protesta en sus labios, por el atropello que se cometía en su Imperio, a nombre de una civilización y de una religión desconocidas, impuesta a punta de la espada.

La muerte de Atahualpa, desconcierta al gran Imperio. Rompe los vínculos entre gobernantes y gobernados; ya no hay firmeza ni estabilidad en sus instituciones, y así los españoles pueden continuar su marcha triunfante en todos los dominios de Atahualpa. La resistencia de Quisquís en el Reino de Quito, el heroísmo del terrible Rumiñahui que sostiene sangrientos combates con Benalcázar ya no son sino últimos vislumbres de una luz que se extingue. Quisquís muere en manos de Huaina – Palcon, a quien sostenía y con él se extingue la última resistencia en el antiguo Reino de Quito, al cual penetran libremente los conquistadores.

Pero, los fabulosos tesoros del imperio de Atahualpa, producen entre el puñado de conquistadores celos y rivalidades tremendas. Pronto los soldados de Carlos V se disputan, a sangre y fuego, el áureo botín, y las tierras de América, ante el asombro de los conquistados y el gran desconcierto de los propios conquistadores, se riegan con la sangre hispana. Luego la intriga y la deslealtad son armas que se esgrimen ante la Corte española, a la cual le llegan los ecos de los grandes dolores que se sufren en las colonias, a la vez que bajeles cargados de riquezas de todo género. Con todo, la metrópoli, en muchos años, no se preocupa de establecer en sus colonias sistemas de gobierno y gobernantes que hicieran honor a sus grandes destinos.

En toda la época del coloniaje, ningún sistema militar se observa en las colonias, lo cual era lógico desde que, cesadas las disputas sangrientas entre los conquistadores, tanto en el vasto Imperio de Ana-Huac como en el no menos importante de Atahualpa, nada ni nadie había que inquiete ni turbe, la obscura tranquilidad del incierto vasallaje. En los primeros tiempos, Cortez, Pizarro, Valdivia, habían impulsado sus poderíos hasta un inusitado grado de grandeza. Después, ante el sosiego de los pueblos conquistados, Virreyes y Audiencias, pequeñas Cortes, no disponen para su defensa, sino de algunas compañías veteranas y una que otra porción de milicias urbanas.

Por lo demás, en los siglos transcurridos bajo la dominación española, en la hoy República del Ecuador, apenas sí pueden anotarse como importantes las sublevaciones de Cañar en 1557, sofocada por el Capitán Gil Ramírez Dávalos, fundador de Cuenca.

La de 1692, conocida como la revolución de las Alcabalas, en la cual, los quiteños se hicieron dueños de la ciudad, llegando en sus entusiasmos hasta a tratar de proclamar la Independencia. Le tocó la pacificación, a Pedro Araure, con 300 hombres, enviados por el Virrey Mendoza.

También es célebre la conjuración del 22 de mayo de 1695, que se produjo en Quito, para atacar la Administración de Aduana, insurrección que, al grito de ¡mueran los chapetones!, se apodera de las defensas de la Audiencia, poniendo en grave peligro la estabilidad de las instituciones españolas.

En cuanto a los pueblos de la costa, son dignas de notarse, las frecuentes incursiones de piratas de las cuales fue víctima predilecta la ciudad de Guayaquil, que llegó, en algunas ocasiones, a ser ocupada por los aventureros del mar. En esos casos extremos, fueron tropas de la sierra, las que debieron marchar en socorro del pueblo hermano.

Con todo, las insurrecciones anotadas y otras de menor importancia no fueron consideradas en España, como síntomas de insurrección; pero, cosa distinta sucedió, cuando ya se produjo la Independencia de las colonias inglesas, pues ya España, temerosa de que sus vasallos de ultramar les imitasen, principió a enviar fuerzas a las colonias, las que sólo en Nueva Granada, sumaron pronto, 4.000 soldados, a los que se agregaban las milicias criollas, en número de 8.400 hombres.

Fue, eso sí, considerado como un serio síntoma de que las colonias despertaban de su letargo, la sublevación del Inca Tupac – Amaru, indio genial que trató de restablecer el Imperio de sus ascendientes.

Sin mayores novedades, transcurren los siglos en la Colonia, sin manifestación alguna armada y, en consecuencia, poco o nada se puede decir de organización militar, salvo que se tratara de analizar las ordenanzas de Carlos II, vigentes en España, para aplicarlas a nuestro caso concreto, lo que no consideramos procedente.

Y sin mayores detalles, entramos al período tercero, en el cual, delinearemos, a grandes rasgos, la intervención ecuatoriana en su Independencia y en las de los pueblos libertados por Bolívar. Revolución originada en los brillantes escritos de Eugenio Espejo, de Antonio Ante, de Nariño, de Unanue, y que explosiona el 10 de agosto de 1809, lanzando el grito de libertad, que repercute airoso en todo el Continente Americano y que siembra en el corazón de todos los hombres del mundo de Colón, la simiente sagrada que, luego, había de fructificar, con Francisco Miranda, el Precursor, con Bolívar, el Grande entre los grandes, con Sucre, el Héroe sin tacha y sin miedo, con el legendario Córdova, con el invicto Montúfar y con todos los conductores de los ejércitos que, surgidos de la revolución de agosto, debían vengar la sangre de esos mártires quiteños y coronar su obra libertaria, en Boyacá, en Carabobo, en Bomboná, en Pichincha, en Junín y en Ayacucho.

Himnos de glorificación entonemos en honor de Bolívar, de sus oficiales gloriosos y del medio millón de soldados de la Gran Colombia, que recogieron la bandera tricolor de Miranda, en Puerto de Vela de Coro y la condujeron victoriosa, desde el Orinoco hasta el Potosí.

Los derechos del hombre, proclamados por la gran revolución francesa, la doctrinas de Voltaire y de Rousseau, que, burlando la inquisitorial vigilancia española, llegan hasta nosotros, a lasque analiza el gran Espejo, criticando los caducos sistemas de gobierno, penetran, lentamente, en la conciencia americana, y como ya han madurado los pueblos y como las instituciones sociales no siguen un desenvolvimiento paralelo, el pensamiento de los americanos, contempla más vastos horizontes y dirige sus esperanzas y sus anhelos hacia la Independencia.

Pronto, en Quito, se agrupan los americanos más ilustrados, admiran la Independencia ya realizada en los Estados Unidos de América, rememoran la acción de Miranda en 1806, corren en todos los labios los principios de igualdad, libertad y fraternidad, y la conspiración, como las raíces de las plantas que en los inviernos trabajan en el interior de la tierra, sin surgir a la superficie, los ensueños de libertad inflaman de entusiasmo el alma de los quiteños y después de algunas reuniones ocultas o disimuladas, en la noche del 9 de agosto de 1809, los conjurados sesionan en la casa de la mujer fuerte, doña Manuela Cañizares y el 10 de agosto, nuestros padres acuerdan la constitución de una Junta Soberana, desconocen a los gobernantes españoles, proclaman la Independencia, con la participación de los Comandantes Salinas y Ascázubi y de las tropas a sus órdenes.

Surgen, entonces, voluntarios de los confines de la Audiencia, se buscan armas, se acuartelan tropas, y la revolución progresa. Un gobierno independiente, una administración autónoma, parecen ya nacer de la gloriosa escena.

La Junta Republicana invita a los pueblos colindantes a que se unan a los próceres quiteños y constituyan juntas similares.

Mas, protesta Pasto, el Virrey de Lima moviliza tropas y condenando la audacia de los autores de la revolución desde Santa Fe, se discute la actitud de los quiteños, se anubla el horizonte, y si los voluntarios quiteños se movilizan hacia el Norte y el Sur para oponerse al avance de las tropas realistas, no son suficientes, ni están preparados para la lucha. El Coronel Ascázubi es derrotado en Zapuyes, y las tropas independientes deben volver a la Capital. Todavía, en los pueblos limítrofes al de Quito, no estaba preparado el espíritu de sus hombres para la libertad.

La Junta Soberana de Quito se debilita, por la desconfianza de sus miembros que no dan oído a Morales y a Quiroga, que encuentran en sus aspiraciones, la fortaleza necesaria.

El General Aymerich, desde Cuenca, avanza con 2.000 hombres, sobre Quito; el Coronel Arredondo llega con 500 peruanos, y la Junta Soberana, después de sólo dos meses de existencia, se ve obligada a disolverse, volviendo al poder el Conde Ruiz de Castilla que promete perdón y olvido.

Mas, muy luego, apoyado en las tropas extranjeras, quebranta sus promesas, arrastra a las prisiones a los próceres de agosto, decreta sentencia capital contra 46 patriotas e impera de nuevo el despotismo colonial.

Evidentemente, en este corto período de Independencia, faltaron Jefes de cualidades guerreras para manejar esos voluntarios, en los que no podían primar la disciplina ni la unidad de acción; pero, el grito de agosto echó los fundamentos sobre los cuales surgirían luego, la independencia y la libertad de América.

Ascázubi, Salinas, Morales, Larrea, Quiroga, Arenas, Vélez, Villalobos Olea, Cajías, Peña, Vinueza, Riofrío y otros muchos de los héroes de agosto, yacen en las prisiones. Siéntese que la muerte se cierne sobre aquellos ilustres varones, y el pueblo de Quito, se exalta contra el Presidente que quebranta sus promesas. Suena la campanada de alarma y puñados de quiteños se lanzan sobre el Cuartel del Real de Lima, desarman a la Guardia y abren las puertas de los calabozos para dar libertad a los ilustres presos. Mas, las tropas del batallón realista "Popayán", dominan a los conjurados, recuperan el Cuartel del Real de Lima y asesinan a los próceres sellando con su sangre la libertad apetecida.

Con la llegada a Quito del Coronel Carlos Montúfar, constituyese una nueva Junta Soberana. Las tropas extranjeras son sustituidas con cuerpos de tropas patriotas. Como Arredondo se estaciona en Guaranda, marcha Montúfar contra él, obligándolo a retirarse sobre Cuenca, después de un combate entre las vanguardias. Montúfar, soldado educado en las Escuelas militares de España, marcha al Norte con 500 hombres, al encuentro del Coronel Tacón, que quiere invadir el territorio, le vence en el paso de Funes, triunfa en Calabozo y se apodera de Pasto, la Vende realista.

La revolución independiente cambia, entonces, de aspecto. Tiene ya en el Ecuador, el apoyo de la opinión pública. Triunfante la revolución, se convoca un Congreso Constituyente que decreta la Constitución de la República el 1°. de enero de 1812, dictándose la primera Carta Fundamental.

Pero, se hace menester iniciar en el acto una nueva campaña. Desde Guayaquil, Cuenca y Pasto, avanzan tropas realistas. En Paredones la caballería quiteña dispersa la vanguardia enemiga. Se combate victoriosamente en Verde Loma, el 24 de junio de 1812. El Coronel Checa reorganiza el ejército, después de esa jornada. Calderón marcha al Norte. El Coronel Zaldumbide asalta Pupiales el 5 de septiembre de 1812. El Coronel Montúfar, con su espíritu guerrero y patriota, se multiplica, con asombrosa actividad.

El General Montes, con una expedición de tropas españolas y peruanas, en número de 4,000 hombres, se mueve sobre Quito. Se combate en Mocha con suerte adversa para las armas de la República, se triunfa en Latacunga, pero Montes recibe nuevos refuerzos y ataca a Quito el 6 de noviembre, estrellándose contra una inusitada resistencia que le ofrecen los patriotas hasta el día 7 en la tarde, en que los asaltantes ocupan la cumbre del Panecillo apoderándose del parque republicano.

El Coronel Montúfar, con 600 hombres, se retira a Ibarra, libra en San Antonio, el 27 de noviembre, un combate en que triunfa, pero sufre en Ibarra un descalabro final. En esta acción, el Teniente Landaburo, muere abrazado de la enseña tricolor, teñida en sangre.

Así termina este segundo período de la República, que había durado dos años.

De 1812 a 1822, Ecuador participa en las jornadas de la Independencia, con sus hombres que van a servir a las órdenes de Bolívar, en Colombia y en Venezuela. Fueron 100.000 ecuatorianos el contingente de sangre que se dio a la libertad de América.

Entre tanto, ya Bolívar había libertado en Boyacá a Nueva Granada y en Carabobo, a Venezuela. En 1820, ya en toda América, eran notables los progresos alcanzados por las tropas independientes de Bolívar y de San Martín.

El pueblo de Guayaquil, animado de su gran espíritu de libertad, encuentra el momento propicio y proclama el 9 de octubre su Independencia, acto que influye, en forma trascendental, en los futuros destinos del Ecuador.

La Junta de Gobierno, la componen los preclaros patriotas, Olmedo, Ximena y Roca. Pronto a las órdenes de los Coroneles Febres Cordero y Urdaneta, marchan 1.800 voluntarios guayaquileños a dar libertad al pueblo de Quito.

El ejército realista que toma nota del notable acontecimiento, se alista para dominar a la Provincia libre, Se combate en Camino Real, triunfando las armas independientes. Se avanza sobre Quito, pero, una división realista, a órdenes del Coronel Francisco González, triunfa en Huachi el 22 de noviembre, y las tropas independientes deben volverse a Guayaquil.

Pero ya una derrota o una victoria, no influyen mayormente en el espíritu de la revolución.

El 3 de noviembre, la ciudad de Cuenca proclama su Independencia. Riobamba el día 12 y Ambato el 13, secundan el grito de libertad.

El 3 de enero de 1821, el Coronel García, con 600 voluntarios, es vencido en Tanizahua.

Pero, ya Bolívar, informado de los acontecimientos en los pueblos del Sur y aun cuando se hallaba combatiendo a las puertas de Pasto, apresta su genial concurso y envía al General Sucre, el más selecto espíritu guerrero de la época de la Independencia, a Guayaquil, con una división de 1.500 veteranos, para que abra operaciones sobre el interior de aquel Departamento.

Sobre la base de esas tropas, Sucre organiza un ejército regular, con los voluntarios de Guayaquil. Con ellos, el 19 de agosto de 1821, triunfa en Cone, pero el 12 de septiembre del mismo año, en cruenta batalla, es vencido en Huachi, en donde se desorganiza su ejército.

Sucre vuelve a Guayaquil y procede a organizar un nuevo ejército. Acepta los auxilios que desde el Sur le ofrece San Martín. Se une con ellos en el Azuay. La caballería independiente triunfa sobre la realista en Riobamba, el 21 de abril de 1822, y el ejército avanza sin dilación hacia Quito, ciudad defendida por 2.000 realistas.

En la noche del 23 de mayo, asciende al Pichincha, realizando una marcha sin precedentes. A las 9 del día 24, domina la cumbre y contempla la ciudad. Inmediatamente se inicia la batalla que, después de pocas horas, se traduce en una esplendente victoria en que brilla el genio militar de Sucre y el valor de sus batallones: "Yaguachi", "Alto Magdalena", "Tiradores de Paya", "Albión", "Trujillo", "Voluntarios de la Patria", "Vengadores", "Granaderos de los Andes" y "Dragones de Colombia".

Capitula el ejército español que se entrega sin mayores exigencias al ejército republicano.

Quito firma definitivamente su Acta de Independencia y el pueblo cuna de la libertad es libre.

Entre tanto, el Libertador Bolívar libra la sangrienta batalla de Bombona, el 7 de abril de 1822, y abiertas las puertas de Pasto, marcha a Quito a donde entra triunfalmente.

En todo este período, por lo que se refiere a los contingentes realistas, se observaban las ordenanzas vigentes en España. En cambio, las tropas independientes operaban siguiendo las prescripciones napoleónicas, agrupadas en batallones de infantería, regimientos de caballería o baterías de artillería, en las que reúnen sus poquísimos cañones. No se tiene más objetivo que la batalla y en la batalla se persigue el aniquilamiento total del adversario, para poder, sobre esa base, levantar enhiesta la bandera de la libertad.

Es curioso observar, afirma un autor moderno, cómo los Generales de la revolución de América, aplicaban, casi por instinto, los mismos principios de los Mariscales de la Guerra de Europa, observaban idénticos procedimientos, deduciéndolos todos del conocimiento de la naturaleza y del análisis del factor hombre, procedimientos que aquí, en América, no tenían otro nombre que el de los "caminos de la libertad".

Organizar una fuerza, darle forma y espíritu, comunicarle impulso, perseguir en la maniobra la sorpresa y en la sorpresa la ofensiva inmediata, eran maniobras estratégicas de carácter napoleónico, practicadas constantemente, sin espíritu de imitación, por Bolívar y sus tenientes.

Una vez en el Ecuador, Bolívar pudo ya contemplar el problema de la libertad de los pueblos del Sur, Alto y Bajo Perú, los que, después de las batallas de Moquegua, de Ica y de la Torata, se hallaban dominados por las armas hispanas, a órdenes de Generales tan distinguidos como Valdez, La Serna y Canterác.

En el Perú, se hallaban concentrados los mayores núcleos de fuerzas españolas, entusiasmadas por una serie de triunfos consecutivos.

Y allá había que ir, y con esa autoridad fascinadora que Bolívar sabía incrustar en el corazón de sus soldados, da fórmula definitiva a sus vastos proyectos y, antes de ser solicitado, traza ya sus planes de guerra, que luego serían sancionados en las victorias de Junín y de Ayacucho.

Recordemos que antes de Carabobo, ya las tropas independientes tenían una sólida organización; que ellas fueron instruidas por soldados que habían hecho la guerra en Europa: franceses, ingleses e italianos; que obedecían ya a reglamentos y ordenanzas de instrucción y que ya se afirmaban definitivamente los principios que debían informar todos los procedimientos de guerra.

Con Bolívar y con Sucre, la guerra de movimiento se practica en toda su amplitud.

La caballería fue durante todos los 21 años de las luchas por la libertad, una arma preponderante, que realiza sus ataques en escuadrones, en líneas o en columnas, que persigue la explotación del éxito, activa y tenazmente, y que explora y da seguridad en marcha o en reposo.

Se encontraba el Libertador Bolívar, en la ciudad de Guayaquil, que acababa de proclamar su incorporación a Colombia, el 30 de junio de 1822, cuando recibió de parte del Gobierno del Perú, la primera delegación que solicitaba el auxilio de Colombia para salvación de ese país, dominado por el General Canterác y sus fuerzas victoriosas.

El Libertador manifestó que Colombia haría su deber en el Perú; llevaré sus soldados, dijo, hasta el Potosí y estos bravos volverán a sus hogares, con la sola recompensa de haber destruido los últimos tiranos del Nuevo Mundo.

Agregó, responda usted al Gobierno del Perú, que los soldados de Colombia, ya están navegando en los bajeles de la República, para ir a disipar las nubes que turban el Sol del Perú. El Libertador, dijo también, que si el Congreso General de Colombia, no se oponía, ya pronto tendría la honra de ser soldado del gran ejército americano, reunido en el suelo de los Incas.

Nuevas delegaciones de parte del Perú, instan al Libertador para que destruya con sus armas al ejército español. Mas, antes, debió abrirse un paréntesis por nuevas luchas en el suelo de la Gran Colombia.

1.500 soldados de Pasto, dirigidos por su caudillo Agualongo, de singular bravura, avanzan sobre Quito, insurreccionados, proclamando al Rey de España.

El Libertador Bolívar con aquella asombrosa actividad que fue una de sus características excepcionales, arriba a la Capital. Organiza batallones de voluntarios en los pueblos del Ecuador, y, repentinamente, después de una legendaria marcha por las cordilleras, cae el 17 de de julio de 1823, sobre los rebeldes, los deshace en las orillas del Tatuando, los persigne incansablemente y vuelve a Quito victorioso, ciudad en donde le espera una tercera embajada del Perú, que clama por la pronta intervención de los bravos de Colombia en sus destinos.

El Libertador activa las concentraciones de las tropas que debían embarcarse para el Perú. El día 2 de agosto, ya se encuentra en persona en el puerto de Guayaquil y como en la mañana del día 7, recibe el decreto en que el Congreso le concedía el permiso para que se traslade al Perú, porque la seguridad de Colombia, dependía de su presencia en aquel país, una hora después, se embarca para el Callao, a bordo del Bergantín "Chimborazo".

Hoy es el Aniversario de Boyacá, dijo uno de sus tenientes, al embarcarse; buen presagio para la futura campaña.

Honor y muy singular para el Ecuador de hoy, es el de que para la campaña del Perú, se hubieran alistado voluntarios de todas las regiones en los cuadros de las invictas unidades que debían triunfar en Junín y libertar a América en los campos de Ayacucho.Del centro de Nueva Granada y de Venezuela, apenas llegaron a los Departamentos del Ecuador, gloriosos restos de Unidades consumidas en las batallas de la libertad. No debemos olvidar que las tropas de Bolívar, acababan de combatir en la sangrienta batalla de Bomboná, que los auxilios que trajo Sucre, fueron considerablemente mermados en las batallas de Cone, de Huachi, de Pichincha y de Ibarra y que todas esas Unidades debieron llenar sus claros con ecuatorianos antes de su marcha al Perú.

Sólo en el Puerto de Guayaquil, se embarcaron para la guerra del Perú, organizados en los departamentos del Ecuador, los siguientes contingentes:

  • El 23 de marzo de 1823, la primera división, a órdenes del General Valdez, formada por los batallones, "Voltíjeros", "Pichincha", "Vencedores" y "Yaguachi", con un contingente de 3.000 soldados armados, municionados y equipados;

  • El 17 de abril del mismo año, la segunda división, al mando del General Lara, compuesta de los batallones "Vargas", "Bogotá", "Rifles" y el Escuadrón "Lanceros", con un total de 2.450 soldados;

  • El 1°. de mayo, un tercer auxilio, de 878 soldados de distintas guarniciones;

  • El 7 de agosto, se embarca el Libertador en persona, con un contingente de 1.365 hombres;

  • En febrero 26 de 1824, sale el quinto auxilio, formado por 900 reclutas ecuatorianos, que llevan gran cantidad de elementos de guerra y vestuarios para el ejército Unido.

  • En abril 23, se embarcan directamente para Huanchaco, a órdenes del Coronel Figueredo, 1.050 hombres que forman el sexto auxilio;

  • El 20 de mayo, se embarca el batallón "Zulia", al mando del Comandante León, llevando un contingente de tropas voluntarias, con un total de 1.070 soldados;

  • En enero 14 de 1825, la división Valero, que llegó de Venezuela a Guayaquil, salió también para el Perú engrosada con voluntarios ecuatorianos con un contingente de 1.574 hombres;

  • Y por último, el 21 de mayo de 1825, una compañía de artillería se embarcó en Guayaquil, para cooperar al bloqueo del Callao, con 63 artilleros, cuyos cañones iban a resonar por última vez ante las fortalezas que arriarían el pendón de Castilla en las tierras americanas.

Fueron, pues, 12.331 hombres, el auxilio que del puerto principal del Ecuador, salió, condujo personalmente, o llamó el Libertador para la campaña del Perú y fueron, pues, ecuatorianos en gran número los que integraron aquellas gloriosas Unidades que dieron Independencia a los pueblos del Sur.

Pronto el Libertador, desde Pativilca, lanzó su profético "triunfar", ya que para ello disponía de las tropas de la Gran Colombia ilustradas en cien combates.

Partes: 1, 2, 3, 4
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