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Intelculturalidad en el Perú


Partes: 1, 2

  1. Presentación
  2. Introducción
  3. Interculturalidad
  4. Interculturalidad en el Perú
  5. Interculturalidad en América Latina
  6. Conclusiones

Presentación

Este trabajo lo presentamos con el fin de rescatar la importancia de la interculturalidad tanto en América Latina y en el Perú, porque gran cantidad de su población pertenece a la raza indígena y por lo tanto se reconoce su inclusión en la sociedad de cada país a través de las cuales se afirman conductas éticas sustentadas en valores democráticos, que se expresan en el respeto de los principios del derecho, de la responsabilidad individual y social; así como a la reflexión sobre las vivencias relacionadas con la espiritualidad y trascendencia.

Introducción

Cuando hablamos de Educación Intercultural Bilingüe en América Latina y en el Perú estamos hablando de educación para las poblaciones indígenas alejadas de los centros urbanos y por largo tiempo olvidadas por el estado como sujeto de derechos, entre ellos el de la educación. Desde que la escuela llegó a las zonas rurales de América Latina, selvas, montañas y llanos habitados por las poblaciones indígenas, el sistema educativo dio rienda suelta a la labor civilizadora y de reproducción del orden hegemónico criollo que le había sido encomendada, desconociendo las instituciones y manifestaciones socioeconómicas, culturales y lingüísticas de las poblaciones a las que decía atender. Entonces la educación no era ni intercultural, ni bilingüe, ni siquiera educación, era simple adoctrinamiento, primero de mano de las misiones evangelizadoras y luego a través de las campañas de castellanización que buscaban la uniformidad lingüístico-cultural para contribuir a la conformación de los Estados nacionales.

Para tal proyecto, la diversidad era considerada como un problema que era necesario superar o erradicar. Pese a los acelerados procesos de aculturación y al avance de un sistema educativo uniformizador en los territorios indígenas en aquellos lugares en los cuales las lenguas autóctonas son idiomas de uso predominante, la persistencia de lo indígena es tal que su presencia es no sólo innegable sino incluso más obvia que antes. La toma de conciencia y movilización de las poblaciones indígenas en defensa de sus territorios y derechos ha determinado que un número creciente de países reconozca su carácter multiétnico y haga alusión a la deuda histórica que tiene frente a las primeras naciones que poblaron el continente y sobre cuyo sojuzgamiento se constituyeron los actuales Estados nacionales. Ahora las constituciones de por lo menos once países (Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador, Guatemala, México, Nicaragua, Paraguay, Perú y Venezuela) reconocen su pluriculturalidad o multiculturalidad y algunos, como en el caso ecuatoriano, dejan incluso traslucir el carácter «multinacional» del país. A estos se suman otros cuatro (Chile, El Salvador, Honduras y Panamá) que, con disposiciones de menor rango, reconocen también tales derechos y, entre ellos, el relativo a una educación diferenciada.

En este nuevo escenario, la EIB parece transitar el camino del cambio dejando atrás una modalidad compensatoria sólo para indígenas y en la que el aprendizaje de las lenguas maternas era sólo instrumental para la adquisición del idioma hegemónico, para convertirse en alternativa educativa destinada a dotar de mayor calidad a los sistemas educativos oficiales. A través de este texto veremos cuál ha sido la historia de este caminar. Rescataremos el protagonismo de los movimientos indígenas en esta labor de dignificar la educación como instrumento de empoderamiento y acceso a mayores oportunidades, de reinserción social de sus culturas y lenguas originarias. Profundizaremos en la concepción educativa y pedagógica de la Educación Intercultural Bilingüe. E identificaremos algunos de los agentes que están apostando porque la EIB juegue un papel relevante en los sistemas educativos oficiales de los diferentes países latinoamericanos. De este modo pretendemos que el lector de este documento, que sólo tiene pretensión de convertirse en una guía básica de introducción al tema, cuente con los datos básicos para orientarse y sumergirse si lo desea por el mundo de la Educación Intercultural Bilingüe en América Latina.

CAPÍTULO I

Interculturalidad

I.1 ¿Qué es cultura?

Algunos reclaman por la vaguedad con que se suele utilizar el término cultura y su derivado intercultural; pero ni bien se intenta una definición se descubre la complejidad que encierra el concepto y. por tanto. La dificultad que representa definirlo. Ante este escollo, muchas veces se renuncia al esfuerzo de precisar nuevas expresiones.

En realidad, si bien es cierto que el tema es muy complejo y que la definición de cultura conlleva toda una perspectiva teórica, en el marco de un discurso orientado a elaborar una propuesta educativa, es indispensable y de hecho no es tan difícil como se piensa proponer una definición operativa de cultura y de interculturalidad. Así, por cultura podemos entender los modos de vivir o los modos de ser compartidos por seres humanos.

La cultura y el lenguaje articulado son propios de los humanos; es lo que diferencia específicamente a nuestra especie de todas las demás. Los humanos tenemos la capacidad de ir amoldando y transformando no sólo la naturaleza, sino nuestras propias relaciones con el mundo y nuestra propia forma de vivir. A través de nuestra historia, hemos ido creando y modificando nuestra relación con el mundo en un proceso acumulativo y evolutivo hecho posible porque lo que creamos y aprendemos lo transmitimos también a nuestra descendencia sin necesidad de modificación genética. Para ello, hemos inventado y seguimos renovando constantemente sistemas simbólicos complejos, que son muy variados en el mundo entero. Tienen también un importante grado de arbitrariedad; ante cualquier reto nuevo que se nos plantea, los humanos siempre tenemos varias y a menudo muchas alternativas y posibilidades de creación. Las respuestas a las necesidades y la propia construcción de nuevas necesidades son así un producto de nuestra historia. Hoy en día reconocemos que la facultad de creación de sistemas simbólicos no es exclusivamente humana [1] , lo que nos abre una importante perspectiva ecológica, pero nos hace ver también con mayor claridad la importancia decisiva que tiene esa facultad para la especie humana a diferencia de todas las demás. Por ello seguimos hablando de cultura como el modo propio del ser humano de relacionarse con el mundo.

La relación con el mundo implica la relación con la naturaleza, con los demás, consigo mismo, con la trascendencia; nos relacionamos con el mundo con formas de mirar; de sentir, de expresarnos, de actuar, de evaluar. Aunque las expresiones materiales manifiestas son parte de la cultura, es importante entender que, en tanto es vida, una cultura no se reduce nunca a la suma de todas sus producciones. Lo central de la cultura no se ve, se encuentra en el mundo interno de quienes la comparten; son todos los hábitos adquiridos y compartidos con los que nos relacionamos con el mundo. Por esta razón, podemos afirmar que la cultura, a la vez que se internaliza individualmente, es un hecho eminentemente social, puesto que es compartida y se socializa permanentemente en todas las interacciones de la sociedad, y en forma muy particular en tos procesos educativos.

Al asumir esta definición operativa de cultura, recordemos que una cultura se gesta al interior de los diversos grupos a los que los humanos se unen por diversas afinidades, sean éstas ideológicas, de clase, de credo, de origen territorial, de origen étnico, de edad, de sexo, etc. En estos grupos se generan y comparten modos de ser y hasta un lenguaje propio que son cultura. La relación entre las diversas culturas que coexisten en cualquier país es una relación entre personas y de ahí deviene su complejidad. Cuanto más estratificado socialmente sea el país, esa relación tenderá a ser no sólo compleja, sino conflictiva. Es necesario reconocer y asumir el conflicto cuando se presente, pues éste implica contacto con el otro, condición básica para la construcción de una identidad, sea personal o cultural, social. Por esta razón, si pensamos en la gestación de una identidad nacional, debemos admitir que el conflicto entre los ciudadanos de un país puede ser el germen de un entendimiento. El diálogo, por difícil que sea, es mejor que la incomunicación. El volver la espalda al otro, por ser diferente y desigual, conlleva desarticulación, imposibilidad de entendimiento, de lograr acuerdos, consensos de compartir historia. Reconocer relaciones conflictivas conlleva el deseo incluso oculto o tardío en manifestarse de solucionar el conflicto. En la búsqueda de soluciones se descubrirá que hay Intereses comunes, hecho que ayuda a comprender al otro y a tomar conciencia de que yo tanto como el otro tenemos responsabilidades que cumplir en la gestación de un proyecto político, un futuro mejor para todos. En suma, en las relaciones entre miembros de culturas diferentes está presente el conflicto, pero no todo es conflicto.

Ahora bien, de hecho es posible calificar la relación entre culturas distintas como una "relación intercultural". Sin embargo, cuando escuchamos hablar de una "educación intercultural", es probable que nos cueste un poco saber exactamente qué significa la expresión, a qué tipo de educación se refiere. Más aún, si nos preguntaran qué es interculturalidad como hablantes intuimos que hay algo más en ella que una mera relación entre culturas; el término se refiere a una noción cuyo contenido semántico requiere ser explicitado. La comprensión del abstracto interculturalidad nos llevará a emplear el calificativo intercultural con mayor precisión, buscando que se ajuste a la definición del concepto que lo subyace.

I.2 ¿Qué es interculturalidad?

La interculturalidad se refiere a la interacción entre culturas, de una forma respetuosa, donde se concibe que ningún grupo cultural esté por encima del otro, favoreciendo en todo momento la integración y convivencia entre culturas. En las relaciones interculturales se establece una relación basada en el respeto a la diversidad y el enriquecimiento mutuo; sin embargo no es un proceso exento de conflictos, estos se resuelven mediante el respeto, el diálogo, la escucha mutua, la concertación y la unión. Es importante aclarar que la interculturalidad no se ocupa tan solo de la interacción que ocurre, por ejemplo, entre un chino y un boliviano, sino además la que sucede entre un hombre y una mujer, un niño y un anciano, un rico y un pobre, un marxista y un liberal, etc.

Por qué no "mestizaje cultural". La noción de "mestizaje cultural" ha tenido cierto éxito en el Perú al buscar dar cuenta del encuentro o del choque si se prefiere de las culturas autóctonas con la de los colonizadores españoles. Tal vez el término pueda seguir siendo interesante para expresar la voluntad de quienes, desde tradiciones étnicas y culturales diversas, buscan construir un terreno común de entendimiento. Sin embargo, expondremos ahora varias razones que nos hacen pensar que en la actualidad su uso no es muy conveniente.

Por todo ello, nos parece más provechoso dejar de lado ese término para centrarnos en lo que realmente importa: el estudio de las transformaciones que ocurren en nosotros y que compartimos con otros al entrar en contacto permanente con personas y grupos que suelen expresarse, actuar, pensar o sentir de modo distinto al que acostumbramos. Lo importante es entender de qué manera en el contacto cotidiano entre grupos de orígenes históricos distintos, ocurren las transformaciones sociales y cómo van de la mano con cambios en las mentalidades, en los universos simbólicos, en el imaginario de las personas, en sus maneras de sentir y percibir el mundo y, en especial, en sus maneras de acercarse y enfrentar situaciones nuevas, de relacionarse con datos culturales distintos a los propios. En este sentido, el mundo andino se ha caracterizado siempre por una gran diversidad cultural.

Ahora bien, puede ser, muy variada la actitud frente a la diversidad cultural y a las consiguientes relaciones interculturales en las que uno se encuentra sumergido. Por ejemplo, es posible que ciertas influencias no sean reconocidas e incluso sean rechazadas. El reconocimiento, desconocimiento o rechazo de influencias culturales depende, naturalmente, del prestigio que está socialmente asociado a cada uno de los ámbitos culturales. Pensemos cuánto de influencia árabe hay en la cultura hispana, sin que sea generalmente reconocida. Del mismo modo ¿cuánto de influencia andina habrá en la cultura criolla del Perú, aunque no se la quiera admitir? Es de esperar que cada persona tienda a reconocer y valorar dentro de sí misma las influencias culturales de ámbitos que gozan de mayor prestigio. Este proceso es complejo, no unilineal, y depende incluso en parte del contexto en el que se encuentre la persona, aquí simplemente interesa señalar que existen influencias que, pese a no ser reconocidas, actúan eficazmente en el comportamiento individual o colectivo. Pensemos, por ejemplo en la influencia de la lengua materna en la manera de hablar otro idioma: aunque se la quiera negar, esta influencia jamás desaparece por completo.

I.3 La Interculturalidad como principio normativo

Más allá de la existencia de las relaciones interculturales, la interculturalidad puede tomarse como principio normativo. Entendida de ese modo, la interculturalidad implica la actitud de asumir positivamente la situación de diversidad cultural en la que uno se encuentra. Se convierte así en principio orientador de la vivencia personal en el plano individual y el principio rector de los procesos sociales en el plano axiológico social. El asumir la interculturalidad como principio normativo en esos dos aspectos individual y social constituye un importante reto para un proyecto educativo moderno en un mundo en el que la multiplicidad cultural se vuelve cada vez más insoslayable e intensa.

En el nivel individual, nos referimos a la actitud de hacer dialogar dentro de uno mismo y en forma práctica las diversas influencias culturales a las que podemos estar expuestos, a veces contradictorias entre sí o por lo menos no siempre fáciles de armonizar. Esto supone que la persona en situación de interculturalidad, reconoce conscientemente las diversas influencias y valora y aquilata todas. Obviamente, surgen problemas al intentar procesar las múltiples influencias, pero al hacerlo de modo más consciente, tal vez se facilita un proceso que se inicia de todos modos al interior de la persona sin que ésta se dé cabal cuenta de ello. Este diálogo consciente puede darse de muchas formas y no sabemos bien cómo se produce, aunque es visible que personas sometidas a influencias culturales diversas a menudo procesan estas influencias en formas también similares. Por ejemplo, en contraposición a la actitud de desconocimiento y rechazo de una vertiente cultural con poco prestigio, actualmente ciertas comentes ideológicas están desarrollando una actitud similar de rechazo de la vertiente cultural de mayor prestigio.

La interculturalidad como principio rector orienta también procesos sociales que intentan construir sobre la base del reconocimiento del derecho a la diversidad y en franco combate contra todas las formas de discriminación y desigualdad social relaciones dialógicas y equitativas entre los miembros de universos culturales diferentes. La interculturalidad es así concebida.

"(….) Posee carácter desiderativo; rige el proceso y es a la vez un proceso social no acabado sino más bien permanente, en el cual debe haber una deliberada intención de relación dialógica, democrática entre los miembros de las culturas involucradas en él y no únicamente la coexistencia o contacto inconsciente entre ellos. Esta sería la condición para que el proceso sea calificado de intercultural" (Zúñiga, 1995)

En este sentido, la interculturalidad es fundamental para la construcción de una sociedad democrática, puesto que los actores de las diferentes culturas que por ella se rijan, convendrán en encontrarse, conocerse y comprenderse con miras a cohesionar un proyecto político a largo plazo. En sociedades significativamente marcadas por el conflicto y las relaciones asimétricas de poder entre los miembros de sus diferentes culturas, como es el caso peruano, un principio como el de la interculturalidad cobra todo su sentido y se torna imperativo si le desea una sociedad diferente por ser justa.

El asumir así plenamente la interculturalidad implica confiar en que es posible construir relaciones más racionales entre los seres humanos, respetando sus diferencias. EL mundo contemporáneo cada vez más intercomunicado, es también un mundo cada vez más intercultural como situación de hecho en el que, sin embargo, pocas culturas (y en el límite una sola) disponen de la mayor cantidad de recursos para difundir su prestigio y desarrollarse. Es decir, vivimos en un mundo intercultural en el que tiende a imponerse una sola voz: la apuesta por la interculturalidad como principio rector se opone radicalmente a esa tendencia homogenizante, culturalmente empobrecedora. Parte de constatar las relaciones interculturales y afirma la inviabilidad a largo plazo de un mundo que no asuma su diversidad cultural como riqueza y como potencial.

I.4 Formulación del problema

Conocer e identificar la importancia que tiene la interculturalidad para la buena convivencia entre países, porque las relaciones que existen entre las sociedades actuales con las diversas culturas que existen en cada país. Es por ello que es necesario que se fortalezcan estas relaciones, ya que la interculturalidad es una actitud que va directamente en contra del racismo y la discriminación y esto se orienta a reconocer la riqueza cultural del mundo.

I.5 Objetivos

Razón por la cual la interculturalidad es hoy más importante que nunca, para enriquecernos, para crecer, para unirnos cooperativamente, para ser más flexibles, tolerantes y eficaces en nuestra comunicación y por nuestra cultura.

I.6 Citas

Fragmentos de texto extraídos del artículo "La comunicación intercultural" de Miquel Rodrigo Alsina:

-Toda cultura es básicamente pluricultural. Es decir, se ha ido formando, y se sigue formando, a partir de los contactos entre distintas comunidades de vidas que aportan sus modos de pensar, sentir y actuar. Evidentemente los intercambios culturales no tendrán todos, las mismas características y efectos. Pero es a partir de estos contactos que se produce el mestizaje cultural…

– Una cultura no evoluciona si no es a través del contacto con otras culturas. Pero los contactos entre culturas pueden tener características muy diversas. En la actualidad se apuesta por la interculturalidad que supone una relación respetuosa entre culturas.

– Mientras que el concepto "pluricultural" sirve para caracterizar una situación, la interculturalidad describe una relación entre culturas. Aunque, de hecho, hablar de relación intercultural es una redundancia, quizás necesaria, porque la interculturalidad implica, por definición, interacción.

– No hay culturas mejores y ni peores. Evidentemente cada cultura puede tener formas de pensar, sentir y actuar en las que determinados grupos se encuentren en una situación de discriminación. Pero si aceptamos que no hay una jerarquía entre las culturas estaremos postulando el principio ético que considera que todas las culturas son igualmente dignas y merecedoras de respeto. Esto significa, también, que la única forma de comprender correctamente a las culturas es interpretar sus manifestaciones de acuerdo con sus propios criterios culturales. Aunque esto no debe suponer eliminar nuestro juicio crítico, pero si que supone inicialmente dejarlo en suspenso hasta que no hayamos entendido la complejidad simbólica de muchas de las prácticas culturales. Se trata de intentar moderar un inevitable etnocentrismo que lleva a interpretar las prácticas culturales ajenas a partir de los criterios de la cultura de la persona intérprete.

I.7 Actitudes

La interculturalidad se consigue a través de tres actitudes:

  • Visión dinámica de las culturas.

  • Considerando que las relaciones cotidianas se producen a través de la comunicación.

  • Construcción de una amplia ciudadanía, sólo aceptada con la igualdad de derechos como ciudadanos.

I.8 Etapas

El enfoque intercultural tiene tres etapas:

  • 1. Negociación: es la simbiosis. Compresiones y avenencias necesarias para evitar la confrontación.

  • 2. Penetración: salirse del lugar de uno, para tomar el punto de vista del otro.

  • 3. Descentralización: perspectiva en la que nos alejamos de uno mismo, a través de una reflexión de sí mismo.

CAPÍTULO II

Interculturalidad en el Perú

II. 1 Derechos Humanos y democracia

Según un estudio realizado el año 2005, el país latinoamericano que más preocupa en términos de cultura social autoritaria (orden sin libertad) y de ilegitimidad del sistema democrático es el Perú. Al parecer, los peruanos preferimos el orden al ejercicio de las libertades, de ahí la demanda social de liderazgos personalizados fuertes que ofrecen orden y disciplina. La educación no ha hecho nada significativo para erradicar el autoritarismo como cultura social. Si no priorizamos la educación ciudadana en la educación pública, el retroceso continuará, la gobernabilidad democrática será cada vez más frágil y la institucionalización del país seguirá siendo una retórica sin contenido.

El estado actual de la cultura ciudadana y de la legitimidad del sistema democrático en el Perú es deplorable. Y si comparamos estos fenómenos con los otros países de la región el panorama es bastante preocupante.

Frente a la "cultura autoritaria instalada en el sentido común" que no concibe el orden con libertad, ¿qué podemos y qué debemos hacer desde la educación? Una primera posibilidad es ajustarnos a estas expectativas y empezar a ofrecer una educación conservadora que refuerce los prejuicios existentes. Creo que esta posibilidad hay que descartarla de entrada. La educación es, por esencia, opción por el cambio, el mejoramiento, la excelencia humana. Por ello, los educadores son por naturaleza disconformes. Un educador conformista es una contradicción. La otra posibilidad, es optar por introducir cambios en la cultura social existente, ilustrarla, democratizarla. ¿Y cómo se democratiza el sentido común desde la educación? La respuesta es: construyendo ciudadanía.

Creo que de no ser atacada desde sus raíces la cultura social autoritaria actualmente vigente, ésta se reproducirá incontroladamente y el descrédito de la democracia que tenemos seguirá en ascenso. Si no optamos por introducir cambios en la cultura autoritaria de las escuelas para ir sustituyéndola paulatinamente por una cultura democrática auténtica, el autoritarismo social seguirá creciendo y la legitimidad social de las opciones políticas autoritarias irá en aumento. Si las prácticas democráticas de resolución de conflictos -vía deliberación en común- están ausentes en el día a día de la vida escolar, los educandos incorporarán los hábitos autoritarios que encuentran e internalizarán los valores antidemocráticos que la cultura de la escuela les inculca.

II.2 La situación actual

Desde hace aproximadamente diez años, se hace un seguimiento sostenido sobre el estado de la ciudadanía y la evolución de los grados de apoyo y de satisfacción con la democracia en un conjunto de países latinoamericanos, entre ellos el Perú.

El informe del 2005 hace un sugerente y lúcido balance comparativo de la evolución de los grados de apoyo y satisfacción con la democracia en América Latina (AL) durante los últimos diez años. En éste, el Perú es el país que más preocupa en términos de cultura social autoritaria (orden sin libertad) y de ilegitimidad del sistema democrático.

Independientemente de los éxitos macroeconómicos, que hasta ahora no han tenido ningún efecto significativo en términos de reducción de la pobreza (seguimos siendo una democracia de mayorías pauperizadas). En general los datos del Perú son muy preocupantes por el impacto negativo que está teniendo en la cultura política y cívica (la crítica al desempeño del gobierno).

Podemos decir enfáticamente que en términos de cultura política y cultura cívica, no sólo hemos "experimentado un (grave) retroceso en los últimos años, sino que somos el país que más ha retrocedido en toda la región. Este retroceso se evidencia: primero, en el hecho de que en nuestro país -a diferencia de los otros países de la región- el índice de "apoyo a la democracia" ha descendido 18 puntos (de 63 % en 1996 a 45 % en el 2004 %) -el índice de descenso más alto de la región-, y que tengamos el índice más bajo en AL de satisfacción con la democracia (7 %, nos sigue luego Paraguay con 13 % , Ecuador con 14 % y Bolivia con 16 %).

II.3 ¿Qué es necesario hacer desde la educación?

En lo que a nosotros nos concierne como educadores, no hemos hecho nada significativo desde la educación para erradicar el autoritarismo como cultura social y para Sentar las bases de una cultura cívica y ciudadana que le dé legitimidad y sustento a la democracia incipiente que tenemos.

Ni la deliberación pública ni la participación política son hábitos sociales, y la tolerancia ni el respeto a las diferencias son virtudes públicas. Se entiende que las virtudes de la vida pública se deberían aprender en los espacios de socialización secundaria, y de manera privilegiada en la escuela. Pero para ello habría que transformar la cultura de las escuelas y hacer de ellas espacios privilegiados de formación ciudadana. Pero si persistimos en no hacer de la educación ciudadana la columna vertebral de la educación pública, la involución de la ciudadanía y la praxis de la antipolítica continuarán en ascenso. Y es que en educación no hay estancamientos, o se avanza o se retrocede. Si no se implementan procesos formativos que integren a las culturas, los procesos reformativos no se detienen.

Las instituciones educativas fomentan una educación intercultural para todos contribuyendo a la afirmación de la identidad personal y social del estudiante como parte de una comunidad familiar escolar, local, regional, nacional, latinoamericana y mundial. Esta es la condición para que el estudiante comprenda la realidad en la que vive, se sienta parte importante de ella y construya relaciones equitativas entre hombres y mujeres.

La identidad cultural se afirma, desde los primeros años de vida, con la comunicación a través de la lengua materna, porque ésta expresa la cosmovisión de la cultura a la que es estudiante pertenece. El dominio de la lengua, aprendida desde la infancia, posibilita el desarrollo de la función simbólica de la que se vale el pensamiento para representar la realidad y comunicarla a través del lenguaje.

II.4 Conclusiones provisionales

Que construir ciudadanía es la tarea más importante que nos compete hoy como educadores. En un país donde la mayoría de los ciudadanos y las ciudadanas están en situación de pobreza, donde nos negamos sistemáticamente a reconocer que el racismo y la discriminación cultural -que campean en la vida cotidiana- son expresiones privilegiadas de fracturas de identidades fundacionales, sólo construyendo interculturalidad se puede cambiar el rumbo de los acontecimientos. Se nos ha enseñado, y muy bien, que la pobreza es fundamentalmente ausencia de libertades (no sólo de recursos) y que no se combate con políticas de tutelaje sino al revés, construyendo ciudadanía y fortaleciendo la inclusión cultural.

La educación ciudadana no debe convertirse en una nueva estrategia subrepticia de homogeneización de las diferencias y de pasiva asimilación cultural. Las diferencias culturales no son ni deben ser entendidas como un obstáculo para el ejercicio de la ciudadanía. No hay una sino muchas maneras de ser ciudadanos y de entender lo que ello implica. La ciudadanía se concibe de muchas maneras. Todas las culturas poseen concepciones de la dignidad humana, pero no todas la conciben en términos de derechos humanos."8 Por otro lado, no se puede establecer a priori una jerarquía de concepciones de manera imparcial. "…Todas las culturas son incompletas y problemáticas en sus concepciones de la dignidad humana.

La educación ciudadana debe ser para todos – indígenas y no indígenas- , pero no debe ser la misma para todos. Debe ser diferenciada, significativa y adaptada a las características culturales de los educandos. Y además de ser pertinente y significativa, debe ser intercultural. ¿Qué es lo que esto quiere decir?

Que se tiene que empezar por "identificar, interpretar y orquestar una multiplicidad de puntos de vista culturalmente diferenciados (sobre la cultura política), para poder propugnar una comunidad argumentativa democrática en la cual todos tengan igual poder de habla"9. En esta línea venimos implementando hace tres años un proyecto a nivel latinoamericano de educación ciudadana intercultural para pueblos indígenas en Perú, Bolivia, Nicaragua, México y actualmente han ingresado Ecuador y Brasil.

Fruto de los trabajos de investigación iniciados en el marco de este proyecto es posible afirmar que hay diferencias significativas entre la concepción ilustrada y la concepción amerindia de los derechos humanos que es importante considerar en programas de educación ciudadana con pueblos indígenas. Así por ejemplo, mientras que desde la concepción ilustrada liberal-republicana de los derechos fundamentales, éstos son derechos individuales, desde la concepción amerindia el derecho a la vida, por ejemplo, pasa necesariamente por el derecho a la tierra, que por su connotación simbólica y religiosa es un derecho colectivo fundamental. Los derechos fundamentales incluyen pues -desde esta perspectiva- a los derechos colectivos, sin los cuales, los derechos individuales pierden sentido y concreción real. Otra diferencia es que la diferencia entre derechos individuales y derechos colectivos no es -desde la perspectiva amerindia- ni evidente ni obvia. Y esto es así porque se parte de una concepción comunitaria, no liberal individualista, de la identidad personal (las personas se identifican normalmente por su comunidad de procedencia, lo que no sucede en las urbes modernas pues en ellas se pierde el sentido comunitario). En tercer lugar, desde la concepción amerindia de la dignidad, no tiene sentido establecer una diferenciación entre derechos de primera, segunda y tercera generación, porque derechos de tercera y cuarta generación son, desde esta mirada, derechos tan o más fundamentales que los derechos civiles y políticos, que son los de primera generación. Esta taxonomía, si bien da cuenta de cómo se ha ido desarrollando la teoría clásica de los derechos, introduce de manera soslayada y tal vez no intencional, una jerarquía que a todas luces no es universalizable ni multicultural.

Que la educación ciudadana en nuestro país sea prioridad número uno de educación nacional, significa que ésta no se debe restringir a los pueblos indígenas ni a las zonas rurales; se debe impartir también en las ciudades, priorizando los espacios urbano-marginales, porque son espacios privilegiados de encuentros y desencuentros interculturales.

II.5 Tarea a futuro

La gran tarea a futuro que nos concierne a todos es la de construir políticas de Estado auténticas, es decir, desde abajo. Y para ello tenemos que aprender a partir del reconocimiento de la diversidad cultural y del pluralismo político que nos conforma como el punto de partida de los consensos a largo plazo que aún no hemos sabido construir en el país.

En las sociedades pluriculturales como la nuestra, la construcción de consensos interculturales es la base de la gobernabilidad democrática sobre la que se erige la posibilidad del desarrollo humano como realidad tangible. Sin gobernabilidad no hay desarrollo humano. La verdadera gobernabilidad se logra generando procesos amplios de consulta y deliberación pública inclusivas de la pluralidad política y la diversidad cultural. La deliberación pública sobre los asuntos públicos es la esencia de la democracia Deliberar es construir dialógicamente soluciones compartidas a problemas comunes. La deliberación es el punto de partida de la praxis política basada en el debate racional y la concertación de voluntades; es la negación de la violencia como medio para solucionar problemas.

La participación y el buen gobierno presuponen una cultura política intercultural común y una ética de la responsabilidad compartida que es preciso construir en el día a día, en el aula, en la escuela, en la universidad, etc. Para que los canales institucionalizados de participación y deliberación pública funcionen como debe ser, se requiere instalar hábitos sociales de participación ciudadana. Se requiere la formación de una cultura política pública que sea transcultural, es decir, que incorpore y no censure las diversas maneras culturalmente diferenciadas de entender el buen gobierno.

Pero sólo desde Estados multiculturales inclusivos de la diversidad es posible impulsar procesos sociales significativos de educación ciudadana intercultural para todos. Los Estados nacionales monoculturales colocan y están destinados a colocar, por ideología, la educación ciudadana intercultural como un tema marginal de la educación pública, prescindible, descartable. Esto quiere decir que el cambio cultural que nuestro país requiere involucra un cambio de modelo de Estado, no sólo la descentralización la cual ya tenemos, implica su modificación sustancial. Pero el Estado nacional moderno no tiene -en este campo- capacidad de autotransformación. Esto es tarea de los movimientos sociales, es el gran reto de la sociedad civil en las sociedades pluriculturales y por qué no, el gran reto de la educación nacional.

CAPÍTULO III

Interculturalidad en América Latina

III.1 Nociones normativas, derecho consuetudinario y culturas diversas

Estamos acostumbrados a que las fundamentaciones o lineamientos jurídico-normativos de los Estados, en materia de derechos educativo-culturales y de derechos civiles de los pueblos indígenas, tiendan a volverse parte del derecho positivo. Un sector de las tendencias de la reorganización de las relaciones sociales en conflicto se expresa en las tentativas de uno y otro —es decir, de los indígenas y los no indígenas— de reformar las constituciones y los recursos normativos: leyes, decretos, reglamentos.

En América Latina las más importantes —o quizá visibles— modificaciones normativas han ocurrido en las legislaciones de educación y cultura, dejando desarticulados los espacios relativos a los derechos estratégicos de los pueblos respecto a la territorialidad o a la tierra y el acceso, en condiciones de equidad y respeto a sus peculiaridades, a los servicios y necesidades fundamentales: capital, crédito, tecnología, control de la cadena productiva y de circulación, poder jurisdiccional, gobierno y gobernabilidad local, espiritualidad, salud, etc.

Pese a la diversidad y singularidad de los movimientos étnicos, existe un denominador común en todos ellos: sea por la impugnación sea por la negociación o por las dos vías, si en un momento dado es necesario, sus demandas tienen que ver con la reorganización misma del poder en las sociedades locales, regionales e incluso nacionales. Estas reelaboraciones políticas, el modo de organizar las relaciones sociales, económicas y culturales, tienen, claro está, un valor simbólico, pero también un valor operacional y práctico porque se constituyen en alternativas distintas a las normadas y están al servicio de la redefinición de la participación en el poder político. Impugnación y concertación son complementarias y se definen por el contexto y la coyuntura. Y cada uno de estos campos de acción se constituye en los frentes de lucha del movimiento popular.

La legalización de los derechos étnicos, siendo un bien y un valor apetecido y en cuyo logro se invierten esfuerzos y luchas, es también un terreno inseguro y huidizo, lo cual determina que, a través de nuevas luchas, se amplíen por un lado los horizontes jurídicos y, por otro, se extiendan los espacios y los ámbitos del ejercicio de esos derechos.

El eje de la reflexión tiene entonces que ver con el modo en que se debe organizar el poder dada la necesidad histórica de participar en los escenarios políticos, económicos y culturales donde los movimientos que expresan las diversidades buscan espacios para disputar y ejercer los derechos cívico-culturales, los derechos ciudadanos y los derechos de los pueblos.

El punto de conflicto aparente es el juego recíproco entre el reconocimiento de la igualdad de todos ante la ley (como consta en la mayoría de las Constituciones latinoamericanas) y, al mismo tiempo, la necesidad de reconocer y discriminar positivamente los derechos colectivos de los pueblos y de los grupos específicos, es decir, de todos aquellos que aspiran al reconocimiento de sus diferencias.

El derecho al derecho consuetudinario, ilustrado con ejemplos distintos, como el de Chiapas (México) en lo que se refiere a gobernabilidad regional, elección de autoridades, constitución de instancias de representación moderna, etc., o el de Guatemala, ilustrado por las luchas del movimiento maya en búsqueda de sus formas de viabilizar la justicia ancestral, recuperar preceptos éticos, religiosos y tradicionales propios, o el caso del movimiento indígena ecuatoriano, que se sirve de conceptos de la propia reproducción cultural para sustentar nociones como la de territorialidad, o el de Costa Rica, ilustrado con el ejemplo del proyecto de Ley para el Desarrollo Autónomo de los Pueblos Indígenas, cuya meta es hacer converger coherentemente los distintos servicios del Estado[1]

Las tensiones legales, políticas y sociales son una especie de telón de fondo de esta discusión sobre el derecho consuetudinario, particularmente en escenarios que todavía padecen la violencia institucionalizada, la violencia de Estado, la violencia cultural, la violencia urbana y la rural. Sirvan como ejemplo las oleadas de linchamientos, ajusticiamientos y toma de la justicia por mano propia, dada la desconfianza en el sistema de justicia normado por el derecho que es universal para todos. Casos de aplicación de justicia por mano propia, basados en buena cantidad de ejemplos en normas consuetudinarias, se dan en Ecuador, Guatemala, Perú y México, y revelan a mi juicio la percepción que tienen los movimientos sociales acerca de la impunidad, la corrupción y el hermetismo de los sistemas de justicia que, a la larga, son expresiones pragmáticas de las formas que tiene «el otro» para apoderarse, controlar y ejercer el poder.

Pero, finalmente, ¿qué o quién pone en tela de juicio el orden establecido? Tendremos que reconocer que son los movimientos étnicos con un mayor nivel de organización política los que están en condiciones de cuestionar a fondo el orden legal y que, a través de sus cuestionamientos y razonamientos, vuelven obsoletas las leyes y las normas producidas por la sociedad política latinoamericana.

Hay que reconocer, así mismo, que el cuadro orgánico de los movimientos étnicos es flexible pero, además, aleatorio. Flexible porque se adapta a las necesidades de la institucionalidad moderna a fin de mediar los consensos posibles; porque recupera recursos de la cultura ancestral para potenciar la aceptación de las bases sociales comunitarias y, aleatorio porque es selectivo y coyuntural y debe trabajar orgánicamente de un modo diferenciado, según los contextos, las circunstancias y las discusiones que sobre «interculturalidad» y «multiculturalidad» o «pluriculturalidad» nos indican énfasis e intereses distintos.

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