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Una moral agnóstica o científica para carabineros (página 3)


Partes: 1, 2, 3, 4, 5

El odio y la hostilidad entre las partes son reflejo de las viejas termitas que perturban el equilibrio de la sociedad y rompen la armonía de sus funciones. Estos funestos sentimientos solos podrán extinguirse poniendo la justicia como fundamento de la ética social, la VERDAD como base de la cultura colectiva y el Trabajo como primera condición del mérito. El privilegio, la superstición y la ociosidad son los enemigos de la paz social.

La solidaridad crece en razón directa de la justicia, lo otro es pena, es lástima. Quien dice que ella es una quimera irrealizable, conspira contra el porvenir.

Antes fue solidario el hombre en su familia, después lo fue en su Tribu, más tarde en su pueblo, en su provincia, en su comunión religiosa, en su grupo étnico. Hoy la solidaridad puede extenderse a todos los componentes de la nación, de cada nación, de cada continente, cuya unidad espiritual debe residir en la convergencia moral de cuantos piensan y trabajan bajo el mismo cielo. Y mirando más lejos…: ¿por qué la solidaridad no estrechará algún día en un solo haz fraternal a todos los pueblos?.

Un sueño… como tantas otras realidades actuales que en otros tiempos se dijeron ensueños. No neguemos a los corazones optimistas el hermoso privilegio de augurar el advenimiento de la paz y el amor entre los hombres; puede que en su ilusión haya una posibilidad, entre mil, de que llegue a realizarse. ¿Por qué cortaríamos esas únicas alas, que le impiden caer, a la más bella esperanza de la humanidad?.

Difundamos entre tanto una nueva educación moral que desenvuelva sentimientos propicios. La solidaridad convertirá en derechos todo los que la caridad otorga en favores, y muchos más que ella no puede otorgar; pero también impondrá a todos la aceptación de los deberes indispensables para que desaparezcan el odio entre los hombres, preparando el advenimiento de nuevos equilibrios sociales, incompatibles con la violencia y la injusticia.

VIOLENCIA: reclamar derechos sin aceptar el cumplimiento de los deberes que le son correlativos.

INJUSTICIA: imponer deberes sin respetar los derechos correspondientes.

Por eso la solidaridad puede considerarse definida en la más sencilla fórmula de moral social…:

­­­"NINGUN DEBER SIN DERECHOS: NINGUN DERECHO SIN DEBERES."!!!

"La inquietud espiritual revela gérmenes de renovación". Insatisfecha del pasado o anhelosa del porvenir, las nuevas generaciones de Oficiales Policiales presentirán el ritmo de lo que vendrá y anunciarán las posibilidades de algo mejor, aunque no acierten a definirlo en precisos ideales.

Frente al quietismo de los rutinarios la inquietud es vida y esperanza.

Los portavoces de la moral quietista, la de los viejos, destinada a obstruir todo espíritu de progreso, contemplan el universo como una obra armónica; de ello infieren que la vida humana se desenvuelve en la mejor de las formas posibles, en el más perfecto de los mundos.

Ese rancio optimismo de envejecidos metafísicos, que llevaría a mirar como grandes bienes las guerras y las revoluciones, el dolor y la muerte, por eso es que siempre recuerdan esa historia y han merecido críticas sarcásticas, jamás contradichas eficazmente.

La moral meliolista, buenista, mejorista, realista y científica, presupuesto necesario de todos los que tienen ideales, opone al quietismo abstracto la creencia activa en la perfectibilidad; su optimismo no significa ya simple satisfacción frente a lo actual, si no confianza en las posibilidades de perfecciones infinitas e incuestionables (Agnosticismo). Lo existente no es perfecto en sí, sino porque fue futuro y marcha hacia el perfeccionamiento; para el hombre; en particular se traduce en dignificación de su vida. Todo lo humano es susceptible de mejoramiento; es natural el devenir de un bien mayor, mensurable por el conjunto de satisfacciones en que los hombres hacen consistir la felicidad.

Afirmar que vivimos en una sociedad perfecta o decir que es imperfecta y no propender a perfeccionarla, implica prescribir a los jóvenes una mansedumbre de siervos y rastreros. De esa premisa escéptica partieron en todo tiempo los más hipócritas defensores de los intereses creados; mirar el inestable equilibrio actual como un orden definitivo, implica desconocer que en toda sociedad existen desarmonías eliminables por una perfección ulterior.

Cada nueva generación de Oficiales Policiales reconocerá la existencia de injusticias reparables y afirmará con su rebeldía que no hay orden social preestablecido, sino relaciones humanas destinadas a variar en el devenir. Su moral optimista no mirará hacia atrás, sino hacia adelante; no es para corazones seniles, que ya no pueden perfeccionar el ritmo de sus latidos. El espíritu conservador, es pasiva equiescencia de los viejos al mal presente. El destino de los pueblos florece en manos de los jóvenes que saben sentir la inquietud de bienes venideros.

"Todo esfuerzo renovador deja un saldo favorable para la sociedad. La lluvia que fecunda el surco no cuenta sus gotas ni teme caer en exceso, aunque una generación realice una parte mínima de sus ideales, (en eso estoy en este momento) esa parte justifica sobradamente la totalidad de su esfuerzo.

Cuantas veces hemos escuchado "renovarse o morir", lo dijeron en su tiempo los renacentistas, "renovarse o morir" repita siempre la juventud que entra a vivir en un mundo sin cesar renovado. Esa y ninguna otra será la fórmula de los hombres y de los pueblos que aspiren a tener un porvenir mejor que su pasado. Ser mejor que el padre no tiene ninguna gracia para el hijo, es un trabajo del padre y es por tanto, el padre responsable de que sus hijos sean delincuentes cuando son menores

La inquietud de saber más, de poder más, de ser más, renueva al hombre incesantemente. Cuando ella cesa, deja él de vivir, porque envejece y muere. La personalidad intelectual en función no en equilibrio; tiende a una integración permanente, enriquecida sin cesar por una experiencia que crece y un sentido crítico que le rectifica. Renovarse es prueba de juventud funcional, revela aptitud para expandir el yo más íntimo, sin apartarse de sus caminos hondamente trazados, lo que es muy distinto del variar con la moda, que solo denuncia ausencia de ideas propias y pasiva adhesión a las ajenas, lo que en la actualidad llamamos el "huevonismo", lo "superfluo", lo "banal".

La incapacidad de perfeccionar su ideología permite sentenciar el envejecimiento de un pensador; implica la declinación de esas aptitudes asimiladoras e imaginativas que ensanchan el horizonte elevando los puntos de vista.

En la sociedad, como en el hombre, la inquietud de renovación es la fuerza motriz de todo mejoramiento, cuando ella deja de actuar, las sociedades se envilecen, marchando a la disolución o a la tiranía. El progreso es un resultado de la inquietud implícita en todo optimismo social; la decadencia en el castigo de las épocas de escéptico quietismo.

"Lo bueno posible, se alcanza buscando lo imposible mejor". Dice la historia que ninguna juventud ha visto íntegramente realizados sus sueños, la práctica suele reducir sus ideales, como si la sociedad solo pudiera beber muy diluida la pura esencia con que aquélla embriaga su imaginación. Es cierto, pero dice también que en las exageraciones de los ilusos y utopistas están contenidas las realizaciones que, en su conjunto, constituyen el progreso efectivo. ­Alabados sean los jóvenes que equivocándose varias veces auguran un solo beneficio! ­Alabados los que arrojan semillas a puñados, generosamente, sin preguntar cuantas de ellas se perderán y solo pensando que la más pequeña puede ser fecunda!.

Para el perfeccionamiento humano son inútiles los tímidos que viven rumiando tranquilamente, sin arriesgarse a tentar nuevas experiencias; son los innovadores los únicos eficaces descubriendo un astro o descubriendo una fórmula química. Podrá ser más cómodo no equivocarse nunca que errar muchas veces; pero sirven mejor a la humanidad los hombres que, en su inquietud de renovarse, por acertar una vez aceptan los inconvenientes de equivocarse mil veces. Esta es una lógica humana que tiene cientos de años y que a pesar de sus vastas demostraciones de positivismo y de ser beneficiosa para la sociedad, aún no se implanta en las organizaciones militarizadas, por lo tanto aún no se implanta en Carabineros, donde hay instrucciones hasta como debe un funcionario "limpiarse el ano después de hacer sus necesidades fisiológicas; cómo debe doblarse el pañuelo, que tiene que andar siempre con dos y tienen que ser de color blanco"… miren que huevada… claro, esos reglamentos son solo para algunos porque en Carabineros hay algunos más iguales que otros.

Según el escritor George Bernard Shaw, "aquel que puede, lo hace, el que no puede, enseña". En este caso se aplica el refrán popular "el que sabe, sabe, el que no, es Jefe."

Los quietistas aconsejan dejar a otros la función peligrosa de innovar, reservándose el pacífico aprovechamiento de los resultados. No nos cansaremos de repetir que en Carabineros todas las ideas buenas son del jefe, las malas son indisciplina o locura a la que hay que aplicarle el reglamento. Cuando un Carabinero comete un acto de valentía, que hay muchos, cuando voluntariamente, de mutuo propio, por su impronta natural de humano, decide, talámicamente proceder en beneficio de un ciudadano aun a riesgo de su vida, que habría hecho lo mismo si fuera civil… ese es un Carabinero como todos los Carabineros y se hace un héroe y sale en todos los diarios y en la T.V. y se le dan premios… Si ese mismo Carabinero asesina a un vecino que no lo dejó entrar a una fiesta porque estaba en estado de ebriedad y no había sido invitado, ‚se es un mal elemento que traiciona los postulados de la Institución o simplemente estaba en tratamiento siquiátrico o depresivo por la recarga laboral y los bajos sueldos, es un infiltrado de reconocida mala conducta, etc. ¿cómo no lo echaron antes?.

Los epicúreos de todos los tiempos han resuelto la cuestión según su temperamento, pero los inquietos renovadores de la ciencia, de las artes, de la filosofía, de la política, de las costumbres sociales, de los agentes del orden, son los arquetipos selectos, las afortunadas variaciones de la especie humana, necesarias para revelar a los demás hombres algunas de las formas innumerables que incesantemente vienen. No me llego a explicar que hace que en Chile en los últimos 30 años los Carabineros no hagan transformaciones sustantivas a sus procedimientos y sus estructuras y solo banales adornos en cuanto a los formulismos, que pueden o no haber sucedido, sin que ello haya sido significante o sustantivo…

Que un parche más en la blusa, que una correa de lona, que un color más claro, que muchos más jefes; puros accesorios, nada sólido.

­­ Qué desilusión si viera como está su Institución el General Carlos Ibañez, el General Arriagada, el general Merino o el general Queirolo!!, por nombrar algunos de los más conocidos.

La juventud es por definición, inquieta y renovadora. Miles de Carabineros se han salvado de ser procesados de sumarios administrativos, incluso de supuestos delitos aduciendo en su defensa que actuaron "por un impulso juvenil irresistible"

La virilidad misma, más que por los aspectos genitales, se mide por la capacidad de renovar las orientaciones ya adquiridas. Cuando se apaga, cuando se miran con temor las ideas y los métodos que marcan el sendero del futuro, podemos asegurar que el hombre comienza a envejecer y es este un asunto de tratamiento siquiátrico y estudios sicosocial individual y colectivo en Carabineros.

Los funcionarios son jóvenes de edad, pero tienen actitudes de viejos, sobre todo sus jefaturas superiores, incluso lo único que quieren es jubilar o ascender lo más rápidamente posible y en ello no escatiman acciones reñidas con la moral, la ética y las buenas costumbres, para salir con mejor pensión.

Y si este quietismo se convierte en odio sordo, en suspicacia hostil a toda renovación, debemos mirarlo como un signo de irreparable decrepitud, donde hay que hacer de prisa una cirugía mayor. Porque en realidad no es que no se acepte las críticas externas, es que sencillamente NO se aceptan críticas de ningún tipo y las sugerencias se constituyen en un mero formulismo a la que nadie, ni un solo jefe que se precie hace caso… y sin insistir sobre el asunto… ­punto!.

"Revelarse, es afirmar un nuevo ideal". Tres yugos impone el espíritu quietista a la juventud; rutina de ideas; hipocresía en la moral, domesticidad en la acción. Todo esfuerzo por librarse de esas coyundas es una expresión del espíritu de rebeldía.

La sociedad es enemiga de los que perturban sus "mentiras vitales". Frente a los hombres que le traen un nuevo mensaje, su primer gesto es hostil; olvida que necesita de esos grandes espíritus que, de tiempo en tiempo, desafinan su encono, predicando "verdades vitales".

Casi nos acostumbramos a que todos los que renuevan y crean son subversivos: contra los privilegios políticos, contra las injusticias económicas, contra las supersticiones dogmáticas. Sin ellos sería inconcebible la evolución de las ideas y de las costumbres; no existiría la posibilidad de progreso, lo mismo sucede en Carabineros.

Los espíritus rebeldes siempre acusados de herejía, de resentidos de antisociales, de descriteriados e indisciplinados, pueden consolarse pensando que también Cristo fue hereje contra la rutina, contra la Ley y contra el dogma cerrado de su pueblo como lo fuera antes Sócrates, como después lo fue Bruno. La rebeldía es la más alta disciplina de carácter; templa la fe y enseña a sufrir, poniendo en su mundo ideal la recompensa que es común destino de los grandes perseguidos; la humanidad venera sus nombres y no recuerda a los de sus perseguidores.

Siempre ha existido, a no dudarlo, una conciencia moral de la humanidad, que da su sanción. Tarda a veces, cuando los regatean los contemporáneos; pero siempre llega y acrecentada por la perspectiva del tiempo, cuando la discierne

la posteridad.

"El espíritu de rebeldía emancipa de los imperativos dogmáticos". Creencias que el tiempo ha transformado en supersticiones, siguen formando una atmósfera letal que impide el desenvolvimiento de la cultura humana. En cada momento de la historia se yergue heroico contra ellos el espíritu de rebelión, que es crítica, libre examen, libre albedrío e iconoclástia.

Atrincherarse en tradiciones significa renunciar a la vida misma cuya continuidad se desenvuelve en constante devenir. La obsecuencia al pasado cierra la inteligencia a toda verdad nueva, aparta de la felicidad todo elemento no previsto, niega la posibilidad misma de la perfección. ¿Por qué?, se preguntó José Ingenieros en su obra póstuma en la que se basa este Ensayo, ¿Por qué seguiremos bebiendo aguas estancadas en pantanos seculares, mientras la naturaleza nos ofrece en la veta de sus rocas el chorro fuerte De La Fuente cristalina, que puede apagar nuestra sed infinita de saber y de amor?. Las aguas estancadas son los dogmas consagrados por la añeja tradición, De La Fuente, de las rocas son las fuerzas morales que siguen manando de nuestra naturaleza humana, incesantes, eternas.

Esas fuerzas rebeldes nunca han dejado de brotar; viven, crean todavía, cada vez mejor. Renunciar a ellas, como quiere el tradicionalismo inmoral, el decir ­ alto! a la vida misma; es decir ­ no! a los ideales de la juventud.

El espíritu de la rebeldía es la antítesis del dogma de obediencia, que induce a considerar recomendable la sujeción de una voluntad humana a otras humanas voluntades.

En ese inverosímil renunciamiento de la personalidad, la obediencia no es a un ser sobrenatural sino a otro hombre, al superior. Ilustres teólogos han dado de ella una explicación poco mística y muy utilitaria, mirándola como uno de los mayores descansos y consuelos, pues el que obedece no se equivoca nunca, quedando el error a cargo del que manda. Este dogma lleva implícito un renunciamiento a la responsabilidad moral; el hombre se convierte en un ente irresponsable; instrumento pasivo de quien le maneja, sin opinión, sin criterio, sin iniciativa. Esta es la premisa que opera en la justicia militar, lo que se llama "la verticalidad del mando".

La rebeldía intelectual es eterna y creadora, La leyenda personifica en Satanás al Angel denunciador de las debilidades y corrupciones de la humanidad; y es Satanás en la poesía de Carducci el símbolo más puro del libre examen, del derecho de crítica, de todo lo que significa conciencia rebelde a la cuadriculación previa del pensamiento humano.

No es admisible ninguna limitación de buscar nuevas Fuentes que fertilicen la vida. Obra de bienhechora rebeldía es descubrirlas, afirmarlas, aprovecharlas para el porvenir, impregnando la educación, ajustando a ellas la conducta de los hombres. La sabiduría antigua, hoy condensada en lo más variados dogmas, solo puede ser respetable como punto de partida y para tomar de ellas lo que sea compatible con las nuevas creencias; pero aceptarla como inflexible norma de la vida social venidera, como si fuese un término de llegada que estamos condenados a no sobrepasar, es una actitud absurda frente al eterno mudar de la naturaleza.

El arte y las letras, la ciencia y la filosofía, la moral, la política y los deportes, deben todos sus progresos al espíritu de rebeldía. Los domesticados y serviles los rastreros e inútiles gastan su vida en recorrer las sendas trilladas del pensamiento y de la acción, venerando ídolos y apuntalando ruinas y estatuas; los rebeldes hacen obra fecunda y creadora, encendiendo sin cesar luces nuevas en los senderos que más tarde recorre la humanidad.

Juventud sin espíritu de rebeldía es servidumbre precoz, es larva de lacayo, es huevo de rastrero que pasa su vida aletargado esperando que el sol le de la suficiente energía para vivir.

En todo lo que existe, existen fuerzas de perfección social, salvo en lo antes nombrados que solo persiguen su supuesta perfección personal. La perfectibilidad se manifiesta como tendencia a realizar formas de equilibrio, eternamente relativas e inestables en función del tiempo y del espacio. Nada puede permanecer invariable en un cosmos que incesantemente varía; cada elemento de lo inconmensurable tiene a equilibrarse con todo lo variable que lo rodea. En esa adecuación de la armonía del todo consiste la perfección de las partes.

El sistema solar varía en función del universo; el planeta en función del sol que lo conduce, la humanidad en función del planeta que habita; el hombre en función de la sociedad que constituye su mundo moral.

La más imprecisa nebulosa, la estrella más brillante, las cordilleras, los océanos, el roble y la mariposa, los sentimientos y las ideas, lo que conocemos y lo que concebimos entre la vía láctea y el átomo, está en perpetuo perfeccionamiento. La muerte misma es palingenesia renovadora: solo nos parece quietud y estabilidad porque suspende funciones que, en una parte mínima de lo real, llamamos vida.

Esa perfectibilidad incesante, al ser inteligida por la mente humana, engendra creencias aproximativas acerca de la perfección venidera; se concibe como futuro lo mejor de lo presente, lo susceptible de variar en función de nuevas condiciones de equilibrio, lo que sobrevivirá selectivamente en formas siempre menos imperfectas. Los ideales son hipótesis de perfectibilidad, simples anticipaciones del eterno devenir.

Toda perfección en el mundo moral se concibe en función de la sociedad mayoritaria, sacudiendo la herrumbre del pasado, desatando los lazos del presente. Una visión de genio, un gesto de virtud, un acto de heroísmo, son perfecciones que se elevan sobre las ideas, los sentimientos y las costumbres de su época, no pueden pensarse sin quietud, ni pueden actuarse sin rebeldía.

La perfectibilidad es privilegio de la juventud mental. Solo puede concebir una futura adecuación funcional la mente plástica y sensible al devenir de la realidad: solo en los jóvenes nace el sentimiento de perfección, como un deseo que invita a creer y como esperanza que impulsa a obrar. El anhelo temprano de lo mejor dignifica la personalidad: la concepción meliorista, perfeccionista, de extrema delicadeza de la vida impide al joven acomodarse a los intereses creados y le pone en tensión hacia el porvenir.

La perfectibilidad, no obstante, es educable como todas las aptitudes desde fuera. El hábito de la renovación mental extendiendo la curiosidad al infinito que nos rodea, observando, estudiando, reflexionando, puede prolongar la juventud en la edad viril.

El hombre perfectible, si considera incompleta su doctrina o insegura su posición, busca fórmulas nuevas que superen el presente, en vez de cerrar los ojos para volver a los errores tradicionales. La juventud cuando duda, rectifica su marcha y sigue adelante; la vejez incapaz de vencer el obstáculo, desiste y vuelve atrás. Es este el gran problema filosófico que en la actualidad tiene entrampada a la sociedad chilena con las FF.AA. En Carabineros se han modernizado solo los medios técnicos y se han postergado, incluso retrasado los procedimientos y comportamientos morales.

En todos los campos de actividad el deseo de perfección impone deberes de lucha y de sacrificio; el que dice, enseña o hace, despierta la hostilidad de los quietistas. No afrontan ese riesgo los hombres moralmente envejecidos, han renunciado a su propia personalidad, entrando a las filas, marcando el paso, vistiendo el uniforme del conformismo. Incapaces de esfuerzo, será siempre contra los ideales de la nueva generación, aunándose en defensa de los intereses creados y sintiéndose respaldados por el complejo aparato coercitivo que les proporciona la misma sociedad. La forma natural de la defensa social será entonces el restar poder coercitivo, por ejemplo restándoles el "ministerio de la fe", o creando otras organizaciones que cumplan esa función social.

Amar la perfección implica vivir en un plano superior al de la realidad inmediata, renunciando a las complicidades y beneficios del presente. Por eso los grandes caracteres morales se han sentido atraídos por una gloria que emanará de sus propias virtudes; y como los contemporáneos no podían discernir la vivieron imaginativamente en el porvenir, que es la posteridad.

Camino de perfección es vivir como si el ideal fuese realidad. Fácil es mejorarse pensando en un mundo mejor; está cerca de la perfección el que se siente solidarizado por las fuerzas morales que en su rededor florecen. Es posible acompañar a todos los que ascienden, sin entregarse a ninguno se puede converger con ideales afines sin sacrificar la personalidad propia.

No es bueno que el hombre esté solo, pues necesita la simpatía que estimula su acción, pero es temible que esté mal acompañado, pues las imperfecciones ajenas son su peor enemigo. Hay que buscar la solidaridad en el bien, evitando la complicidad en el mal.

El hombre perfectible sazona los más sabrosos frutos de su experiencia cuando llega a la serenidad viril, si el hábito de pensar en lo futuro le mantiene apartado de las facciones henchidas de apetitos. En todo tiempo fue de sabios poner a salvo los ideales de la propia juventud, simplificando la vida entre las gracias de la naturaleza, propicias a la meditación. Que en la hora del ocaso es dulce la disciplina iniciada por Zenón, renovada por Séneca y Epicteto, practicada por Marco Aurelio, cumbres venerables de la trova ejemplar cuyo ideal cantó Horacio en versos inmortales. Y fácil es, como desde una altura abarcan a las nuevas generaciones en una mirada de simpatía, no turbada por la visión de sus pequeños errores.

Quien tiende hacia la perfección procura armonizar su vida con sus ideales. Obrando como si la felicidad consistiera en la virtud, se adquiere un sentimiento de fortaleza que ahuyenta el dolor y vence la cobardía. Todos los males resultan pequeños, frente al supremo bien de sentirse digno de sí mismo. (No basado en la fuerza o en la cobardía del otro). La santidad es de este mundo; entran a ella los hombres que merecen pasar al futuro como ejemplos de una humanidad más perfecta.

"Rectilíneo debe ser el servicio de un ideal" y no es un ideal cuando es un trabajo remunerado. Quien ha concebido un arquetipo de "VERDAD" o de "BELLEZA", de "VIRTUD" o de "JUSTICIA", solo puede acercársele resistiendo mil asechanzas que le desvían. La vida ascendente exige una vigilancia de todas las horas; el favor y la intriga conspiran contra la dignidad de la juventud, apartándola de sus ideales mediante fáciles prebendas. Toda concesión, en el orden moral, produce una invalidez, todo renunciamiento es un suicidio. La historia reciente de Chile nos lo comprueba.

Avergüenzate joven, de torcer tu camino cediendo a tentaciones indignas. Si eres artesano evita enlodazarte recibiendo cosa alguna que no sea compensación de tus méritos; si eres poeta, no manches la técnica de tu musa cantando en la mesa donde se embriagan los cortesanos; si eres sembrador, no pidas la protección de ningún amo espera la espiga lustrosa que al encantamiento de tus manos rompe el vientre de la tierra; si eres sabio, no mientas, si eres maestro, no engañes, si eres policía no cometas delitos, ni calles los delitos de tus compañeros. Pensador o filósofo, no tuerzas tu doctrina ante los poderosos que la pagarían sobradamente; por tu propia grandeza debes medir tu responsabilidad y ante la estirpe entera tendrás que rendir cuenta de tus palabras. Sea cual fuere tu habitual menester, – hormiga; ruiseñor o león- trabaja, canta y ruge con entereza y sin desvío: vibre en ti una partícula de tu pueblo.

Joven Servidor del pueblo, no imites al siervo que se envilece para aumentar la ración de su escudilla. Desprecia al corruptor, acúsalo y compadece al corrompido. Desafía, si es necesario el encono y la maledicencia de ambos, pues nunca podrán afectar lo más seguramente tuyo de ti: tu personalidad. Ninguna turba de domésticos rastreros, puede torcer a un hombre libre. Es como si una piara (manada de cerdos) diese en gruñir contra el chorro De La Fuente dulce y fresca: el agua seguiría brotando sin oír y, al fin los mismos gruñientes acabarían por abrevarse en ella.

Algo necesita cada hombre de los demás; respeto. Debe conquistarlo con su conducta. No es respetable el que obra contra el sentir de su propia conciencia; todos respetan al que sabe jugar su destino sobre la carta única de su dignidad.

No hay delincuentes respetables, ni inductores, complotadores, cómplices, encubridores, ayudistas y cobardes que guardan silencio u obstruyen la justicia. Todo es doblemente sancionable cuando proviene de Organizaciones policiales o policías individualmente. Pierde la autoridad moral y la dignidad y queda destinada a la desaparición toda la organización

La firmeza es acero en la palabra y diamante en la conducta. La palabra es sonora cuando es clara; todos la oyen si la pasión se caldea y a todos contagia si inspira confianza. La autoridad moral es su eco, la multiplica. Más vale decir una palabra transparente que murmurar mil enmarañadas. Los que tienen una fe o una ideología desdeñan a los retóricos y a los sofistas; nunca se construyen templos con filigranas, ni se ganaron batallas con fuegos de artificios.

Cuando es imposible hablar con dignidad, solo es lícito callar. Decir a medias lo que se cree, disfrazar las ideas, corromperlas con reticencias, hacer concesiones a la mentira hostil, es una manera hipócrita de traicionar el propio ideal. Las palabras ambiguas se enfrían al ir de los labios que las pronuncian a los oídos que las escuchan; no engañan al adversario que en ellas desprecia la cobardía, ni alientan al amigo que descubre la defección.

De la palabra debe pasar a la firmeza de la conducta. No se cansaban los estoicos de recordar el gesto firme del senador Helvitio Prisco. Pidiole un día Vesasiano que no fuera al Senado, para que su austera palabra no perturbara sus planes.

– Está en vuestras manos quitarme el cargo, pero mientras sea senador no faltar‚ al Senado.

– Si vais, repuso el emperador, será para callar vuestra opinión.

  • No me pidáis opinión y callar‚

– Pero si estáis presente no puedo dejar de pedírosla.

– Y yo no puedo dejar de decir lo que creo justo.

– Pero si la decís os haré morir…

– Los dos haremos lo que está en nuestra conciencia y depende de nosotros. Yo diré la verdad y el pueblo os despreciará.

Vos me haréis morir y yo sufrir‚ la muerte sin quejarme. ¿Acaso os he dicho que soy inmortal?.

Graba este ejemplo en tu memoria Joven Oficial Policial, ahora que eres artesano, estudiante, poeta, sembrador o filósofo. Probable es que no puedas imitarlo en grado heroico, pero no lo olvides de tu habitual escenario. Haz de él un mandamiento de tu credo. Piensa que el porvenir de tu pueblo está en el temple moral de sus componentes.

"El que duda de sus fuerzas morales está vencido". Manos que tiemblan no pueden plasmar una forma, apartar un obstáculo, izar un estandarte. La confianza en las fuerzas morales debe ser integral para actuar con eficacia. La vida es lucha incesante para los caracteres firmes, pues los intereses creados reclaman complicidad en la rutina común. No puede resistir quien teme ceder.

Firme es el hombre que sabe corregir sus juicios, reflexionando sobre la experiencia propia o la ajena; voluble es el que sigue las últimas opiniones que escucha o acepta por temor las que otros le imponen.

Firmeza es virilidad lúcida, distinta de la ciega testarudez; tan grande es la excelencia del que sabe querer porque ha pensado, como pequeña es la miseria del que se obstina en mantener decisiones no pensadas.

La firmeza puesta al servicio de una causa justa, que beneficie a una mayoría sin perjudicar a una minoría, alcanza al heroísmo cuando contra ella se adunan los domesticados y los serviles. En toda lucha por un ideal se tropieza con adversarios y se levanta enemigos, el hombre firme no los escucha ni se detiene a contarlos. Sigue su ruta, irreductible en su fe, imperturbable en su acción. Quien marcha hacia una luz no puede ver lo que ocurre en la sombra.

Nada deben los pueblos a los que anteponen el inmediato provecho individual al triunfo de finalidades sociales, más remotas cuanto más altas; todo lo esperan de jóvenes capaces de renunciar a bienes, aún contradiciendo a su mujer; a honores aun contradiciendo a su egoísmo y a la vida, antes que traicionar la esperanza puesta en cada nueva generación.

"Los jóvenes sin derrotero moral son nocivos para la sociedad". La incomprensión de un posible enaltecimiento los amodorra en las realidades más bajas, acostumbrándolos a venerar los dogmatismos envejecidos. Su personalidad se amolda a los prejuicios, su mente adhiere a las supersticiones, su voluntad se somete a los yugos. Pierden la posición de su yo, la dignidad, que permite abstenerse de la complicidad en el mal. La historia reciente de cada individuo en Carabineros nos ha demostrado que ha aumentado en un 500% la cantidad de ingreso a otros credos, sectas o religiones no católica, principalmente a los evangélicos. ¿Qué cree Ud. que induce que cinco veces más Carabineros busquen el refugio en una nueva fe desde 1980?.

Se envilece a la juventud aconsejándole el fácil camino de las servidumbres lucrativas. Cierren los jóvenes el oído a esas palabras de tentación y de vergüenza. Quien ame la grandeza de su pueblo debe enseñar que el buen camino suele resultar el más difícil, el que los corazones acobardados consideran peligroso. No merecen llamarse libres los que declinan su dignidad. Con temperamentos mansos que forman turbas arrebañadas, capaces de servir pero no de querer. Aquí empieza la Ley del Rebaño. Donde se diluyen las responsabilidades individuales, en la multitud de los iguales.

La dignidad se pierde por el apetito de honores actuales, trampa en que los intereses privados aprisiona a los hombres supuestamente libres; solo consigue renunciar a los honores el que siente superior a ellos. La gacetilla fugaz, el pasquín indecente o el liviano volante promocional, escribe sobre arena ciertos nombres que suenan con transitorio cascabeleo; los arquetipos de un pueblo son los que anhelan esculpir el propio en los sillares de la raza.

"No es digno juntar migajas en los festines de los poderosos". Si jóvenes deshonran su juventud, la traicionan, prefiriendo la dádiva a la conquista. En toda actividad social, arte, ciencia, incluso en las policías, fórmanse con el andar del tiempo castas de hombres que han llegado a perder su dignidad. Desean mantener las cosas como están, oponiéndose a cuanto signifique renovación y progreso; son los enemigos de la juventud, sus corruptores.

Todos, insisto, todos ofrecen a cambio de la adulación y del renunciamiento, sinecuras en la burocracia, rangos en las academias. Aceptar es complicarse con el pasado. Juventud que se entrega es fuerza muerta, pierde el empuje renovador.

La burocracia es una podadora que suprime en los individuos todo brote de dignidad. Uniforma, enmudece, paraliza.

NO puede existir moralidad en la nación mientras los hombres se alivianen de méritos y se carguen de recomendaciones, acumulándolas para ascender, sin más anhelo que terminar su vida en la jubilación. Una casta de funcionarios es la antítesis de un pueblo.

Donde los parásitos abundan, se llega a mirar con desconfianza la iniciativa y parece herejía toda vibración de pensamiento, vigor de músculo y despliegue de alas, No se emprende cosa alguna sin el favor del Estado, convirtiendo al erario en muleta de lisiados y paralíticos. Las andaderas, las muletas y la ortopedia, son disculpables para los niños y para los enfermos, el adulto que no puede andar solo es un inválido; la organización del Estado que no puede andar sola o no cumple sus objetivos no es válida para la sociedad y esta invalidez real debe ser compensada en forma efectista, con falsos méritos, honores y piochas que adornen su magra existencia.

Libres son los que saben querer y ejecutar lo que quieren; nunca hacen cosa alguna que les repugne, ni intentan justificarse culpando a otros de sus propios males.

Esclavos son los que esperan el favor ajeno y renuncian a dirigirse a sí mismos incurriendo en mil pequeñas vilezas que carcomen su conciencia.

"La independencia moral es el sostén de la dignidad". Si el hombre aplica su vida al servicio de sus propios ideales, no se baja nunca. Puede comprometer su rango y perderlo, exponerse a detracción y al odio, arrastrar las pasiones de los ciegos y la oblicuidad de los serviles, pero salva siempre su dignidad. Nunca se avergüenza de sí mismo, meditando a solas.

El que cifra su ventura en la protección de los poderosos vive desmenuzando su personalidad, perdiéndola a pedazos, como cae en fragmentos un miembro gangrenado. Su lengua pierde la aptitud de articular la verdad. Aprende a besar la mano de todos los amos y, en su afán de domesticarse, él mismo los multiplica, para todo ello, debe mejorar su presentación y su apariencia, ingresando a las filas del hedonismo, que considera al placer como único fin en su vida.

Para seguir el derrotero de la dignidad deben renunciarse a las cosas bastardas que otorgan los demás; todas tienen por precio una ABDICACION MORAL. El mayor de los bienes consiste en no depender de otros y en seguir el destino elaborado por las propias manos.

Joven que piensas, estudias y trabajas, que sueñas y amas, joven que quieres honrar tu juventud, nunca desees lo que solo puedes obtener por favor ajeno; anhela con firmeza todo lo que pueda realizar tu propia energía. Si quieres incar tu diente en una fruta sabrosa, no la pidas; planta un árbol y espera. La tendrás, aunque tarde, pero la tendrás seguramente y será toda tuya y sabrá a miel cuando la toquen tus labios. Si la pides, no es seguro que la alcances; acaso tardes en obtenerla mucho más que si hubieras plantado un árbol, y, en teniéndola tu paladar sentirá el acíbar (acidez) de a servidumbre a que la debes.

"Las fuerzas morales convergen al sentimiento del deber". La personalidad solo es coherente y definida a quien llega a formularse deberes inflexibles, que impliquen un pacto rectilíneo con los mandatos de dignidad. Sin ser Ley escrita, el sentimiento del deber es superior a los mandamientos revelados y a los códigos legales: impone el bien y execra el mal, ordena y prohibe. Refleja en la conciencia moral del individuo la conciencia moral de la sociedad; en su nombre juzga las acciones, las conmina o las veta.

El deber no es una vana premisa dogmática de viejas morales teológicas o racionales. Más que eso, mejor que eso, es toda la moral efectiva y afectiva, toda la moralidad práctica: un compromiso entre el individuo y la sociedad. Nace y varía en función de la experiencia social; con ella se encuentra o se abisma. En la medida en que la justicia va consagrando los derechos humanos, surgen los deberes que son su complemento natural y les corresponden como la sombra al cuerpo. Puesto que los hombres no viven aislados, es deber de cada uno concurrir a todo esfuerzo que tienda al mejoramiento de su pueblo, desempeñando con eficacia las funciones apropiadas a sus aptitudes. Por tanto si no tiene aptitudes debe renunciar a esa función en busca de su propia identidad. El hombre que elude el deber social es nocivo a su gente, a su raza, a la humanidad.

En los jóvenes que no deshonran su juventud, los deberes son el reflejo de los ideales sobre la conducta, cuanto más intensa es la fe en un ideal, más imprescindible es el sentimiento que compele a servirlo.

"El deber es un corolario de la vida en sociedad". Si la moral es social, los deberes son sociales. Quimérica es toda noción de un deber que no se refiera al hombre y a su conducta afectiva; el deber trascendental, divino o categórico, ha sido una hipótesis ilegítima de las antiguas morales especulativas e intimidantes. En todas las razas y en todos los tiempos existió el sentimiento del deber, pero manifestado concretamente en deberes variables con la experiencia social, distintos en cada época y en cada sociedad, todos perfectibles, como la moralidad misma.

Han aumentado simultáneamente los derechos reconocidos por la justicia y los deberes impuestos por la solidaridad. Reducir el deber a un mandamiento sobrenatural o a un concepto de la razón, importa substraerlo a la sanción real de la sociedad y relegarlo a sanciones hipotéticas e indeterminadas.

Ignorando el origen social del deber, no lo pudieron definir los estoicos, aun concibiendo magníficamente la perfección humana, por desconocer ese origen dieron los dialécticos en construir con genio admirable absurdas doctrinas del deber absoluto. Absurdas, como todo lo que contradice a la naturaleza. Si la justicia fuese perfecta en la sociedad, podría concebirse el deber absoluto; pero esa hipótesis no ha sido efectivamente realizada en ninguna sociedad, ni es posible cosa alguna invariable en una realidad que eternamente varía y variará.

La injusticia ha existido y existe, creando el privilegio que es violación del derecho. De ello no se infiere que no ha existido el deber, ni que debe existir respetando la injusticia.

El sentimiento del deber, si absoluto en la conciencia del individuo, es relativo en la justicia de la sociedad. Donde es violado el derecho, tórnase menos imperativo, cuando todos los derechos son respetados, cada hombre se inclina a cumplir sus deberes. Ninguna fuerza coercitiva impone normas de conducta contrarias a la propia conciencia moral. La obligación del deber solo reconoce la sanción de la justicia.

En efecto, el hombre que dobla su conciencia bajo la presión de ajenas voluntades ignora el más alto entre todos los goces, que es obrar conforme a sus inclinaciones; se priva de la satisfacción del deber cumplido por el puro placer de cumplirlo. La obediencia pasiva es domesticidad y servilismo sin crítica y sin contralor, signo de sumisión, audacia e insolencia; el cumplimiento del deber implica entereza y valentía, cumpliéndolo mejor quien se siente capaz de imponer sus derechos.

Afirmar que el deber es social no significa que el Estado o la Autoridad puedan imponer su tiranía al individuo. El sentimiento del deber es siempre individual y en él se refleja la conciencia moral de la sociedad; pero cuando el Estado, la Autoridad o los Jefes circunstanciales no son la expresión legítima de la conciencia social, puede consistir el deber en la desobediencia, aun a precio de la vida misma. Así lo enseñaron con alto ejemplo los mártires de nuestra independencia, de la libertad y de la justicia. Cuando la conciencia moral considera que la Autoridad es ilegítima, obedecer es una cobardía y el que obedece traiciona a su sentimiento del deber. Acaso sea ésta la única falla de Socrates en la cárcel, si hemos de creer en la letra de su platónico diálogo con Critón, donde el respeto a la Ley impone la obsecuencia a la injusticia.

La sociedad y el individuo se condicionan recíprocamente. Por el respeto a la justicia medimos la civilización en la primera; por la austeridad en el deber valoramos la moralidad del segundo. La fórmula de la justicia social es garantizar al hombre todos sus derechos; la fórmula de la dignidad individual es cumplir todos los deberes correspondientes. Los pueblos nuevos como Chile, persiguen ese equilibrio ideal. Quien siempre habla de nuestros derechos, sin recordarnos nuestros deberes traiciona a la justicia; pero mancilla nuestra dignidad, quien predica deberes que no son la consecuencia natural de los derechos efectivamente ejercitados.

"El rango solo es justo como sanción al mérito".

En efecto, en Carabineros el rango debiera ser filosóficamente justo, como sanción del mérito. No van siempre juntos, ni guardan armónica proporción, menos en organizaciones militarizadas y jerarquizadas.

El rango se recibe, es adventicio y su valor fluctúa con la opinión de los demás, como las acciones de la bolsa, pues necesita la convergencia de sanciones sociales que le son extrínsecas; el mérito se conquista, vale por sí mismo y nada puede amenguarlo, porque es una síntesis de virtudes individuales intrínsecas.

Una madre no es madre porque pare a un hijo, si no hasta cuando este hijo es un adulto honesto que hace el bien a la sociedad. Cuanto mayor es la inmoralidad social, más grande es su divorcio; el mérito sigue siendo afirmación de aisladas excelencias, el rango se convierte en premio a la complicidad en el mal.

Los jóvenes funcionarios que olvidan estos distingos viven geniflexos, rindiendo homenaje al rango ajeno para avanzar el propio; empampanándose de cargos y de títulos medran más que resistiendo con firmeza la tentación de la domesticidad. Cegados por bastos apetitos llegan a creer, al fin, que los funcionarios de más bulto son los hombres de mayor mérito y se encumbran a medirlos por el número de favores que pueden dispensar. El aumento de los delincuentes así lo dice.

En mérito está en ser y no en parecer, en la cosa y no en la sombra. Construir una doctrina, arar un campo, crear una industria, escribir un poema, son obras cuajadas de méritos, nimban de luz la frente y en ella encienden una chispa de personalidad: nebulosa, astro, estrella.

El mérito del pensador, del sabio, del energeta, del artista, es el mismo en la cumbre o en el llano, en la gloria o en la adversidad, en la opulencia y en la miseria. Puede variar el rango que los demás le conceden, pero si es mérito verdadero sobrevive a quienes lo otorgan o niegan, y crece, y crece, prolongándose hacia la posteridad, que es la menos injusta de las injusticias colectivas.

La servidumbre moral es el precio del rango injusto. En las generaciones sin ideales, se advierte una sorda confabulación de mediocridades contra el mérito. Todos los incapaces de crear su propio destino conjugan sus impotencias y las condensan en una moral burocrática que infecta a la sociedad entera. Los hombres aspiran a ser medidos por su rango de funcionarios; el culto cuantitativo de la actitud suplanta el respeto cualitativo de la aptitud.

Cuando el mal es hondo, como ocurre en el fracaso de la lucha antidelincuancia y el crecimiento de la inseguridad ciudadana, adquiere esta inmoralidad estructura de sistema, los individuos se miden entre sí según sus jerarquías, como fichas de valor diverso en una mesa de juegos.

El hábito de ver tasar a los demás por los títulos que ostentan, despierta en todos un obsesivo anhelo de poseerlos y hace olvidar que el Estado puede usar en su provecho la competencia individual, pero no puede conferirla a quien carece de ella. Se distrae en beneficio propio, en perjuicio del país.

En el engranaje de la burocracia, no es necesariamente el mejor economista el catedrático universitario, ni mejor astrónomo el director del observatorio, ni historiador el archivero, ni escritor el secretario, como hemos visto, tampoco es fuerza obligada que sea estadista el gobernante.

Las más de estas personas respetadas por su rango, ruedan al anonimato el mismo día en que lo pierden; en esa hora se mide la vanidad de su destino por el empeño que sus serviles domésticos alaban a los nuevos amos que los sustituyen.

El hombre que se postra ante el rango de fetiches pomposos, logra hacer carrera en el mundo convencional a que sacrifica su personalidad; lo merece, su destino es frecuentar antesalas para mendigar favores, perfeccionando en protocolos serviles su condición de siervo, obnubilado en la apariencia de los demás.

Desdeñen las nuevas generaciones de policías esos falsos valores creados por la complicidad con la ignorancia y en el hartazgo. Burlándose de ellos, el hombre libre es un amo natural de todos los necios que lo admiran. Respetando la virtud y el mérito, antes que el rango y la influencia, aprenderán los jóvenes a emanciparse de la servidumbre moral y dedicarán más tiempo y sus mejores esfuerzos en la producción fundacional. La prevención y el control de la delincuencia.

El mérito puede medirse por las resistencias que provoca. Toda afirmación de la personalidad suscita un erizamiento de nulidades; los jóvenes que alienten ideales deben conocer esos peligros y estar dispuestos a vencerlos. En el campo de la acción y del arte, del pensamiento y del trabajo el mérito vive rodeado de adversarios; la falta de éstos es inapelable testimonio de insignificancia.

Aspero es todo sendero que se asciende sin cómplices; los que no pueden seguirlo conspiran contra el que avanza, como si el mérito ofendiera por el simple hecho de existir. La rebeldía de los caracteres firmes humilla a los que se adaptan con blandura de molusco; la originalidad de los artistas que crean subleva a los académicos cautelosos; el verbo nuevo de los sabios desconcierta a los glosadores de la ruina común. Todos los que se han detenido son enemigos naturales de los que siguen andando.

Sobresalir es incomodar; las medianías se creen insuperables y no se resignan a celebrar el mérito de quien las desengaña. Admirar a otros es un suplicio para los que en vano desean ser admirados. Toda personalidad eminente mortifica la vanidad de sus colegas y contemporáneos y los inclina a la venganza.

El anhelo de acrecentar los propios méritos obliga a vivir en guardia contra infinitos enemigos imperceptibles; de cada inferioridad humillada manan sutiles ponzoñas, de cada‚ mulo rezagado parte una flecha traidora. Los jóvenes que sueñan una partícula de gloria deben saber que en su lid sin término solo tienen por arma sus obras; el mérito está en ellas y triunfa siempre a través del tiempo, pues la envidia misma muere con el hombre que la provoca. Por eso tener ideales es vivir pensando en el futuro, sin acomodarse al azar de la hora presente; para adelantarse a ésta es menester vivir desorbitados, pues quien se entrega a la masa, envejece y muere con ella. Si el mérito culmina en creaciones geniales, ellas son de todos los tiempos y para todos los pueblos

"Valorizando el tiempo se intensifica la vida". Cada hora, cada minuto, debe ser sabiamente aprovechado en el trabajo o en la distracción del placer y del descanso. Vivir con intensidad no significa extenuarse en el sacrificio ni refinarse en la disipación, sino realizar un equilibrio entre el empleo útil de todas las aptitudes y la satisfacción deleitosa de todas las inclinaciones personales. La juventud que no sabe trabajar es tan desgraciada como la que no sabe divertirse.

Todo instante perdido lo está para siempre; el tiempo es lo único irreparable y por el valor que le atribuyen puede medirse el mérito de los hombres. Los perezosos, indolentes, gandules, y desidiosos viven hastiados y se desesperan no hallando entretenimiento para sus días interminables; los activos no se tedian nunca y saben ingeniarse para centuplicar los minutos de cada hora. Mientras el flojo no tiene tiempo para hacer cosa alguna de provecho, al laborioso le sobra para todo lo que se propone realizar

El estéril no comprende cuando ni como trabaja el fecundo, ni adivina el ignorante cuando estudia el sabio. Y es sencillo: trabajan y estudian siempre, por hábito, sin esfuerzo. Descansan de ejecutar, pensando; descansan de pensar, ejecutando. Al conversar aprenden lo que otros saben; al reír de otros aprenden a no equivocarse como ellos. Aprenden siempre, aun cuando parece que pararan, porque de toda actividad propia o ajena, es posible sacar una enseñanza y ello permite obrar con más eficacia, pues tanto puede el hombre cuanto sabe.

El tiempo es el valor de ley más alta dada la escasa duración de la vida humana. Perderlo es dejar de vivir. Por eso cuanto mayor es el mérito de un hombre, más precioso es su tiempo; ningún regalo puede hacer más generoso que un día, una hora, un minuto. Quitárselo, es robar el tesoro; gran desdicha es que lo ignoren los holgazanes.

"Cada actividad es un descanso de otras. El organismo humano es capaz de múltiples trabajos que exigen atención y voluntad; la fatiga producida por cada uno de ellos puede repararse con la simple variación del ejercicio.

Solamente el conjunto de fatigas parciales produce una fatiga total que exige el reposo completo de las actividades conscientes: el sueño.

No necesita el hombre permanecer inactivo, mientras esté despierto. Del trabajo muscular se descansa por el ejercicio intelectual; de las tareas de oficina con un poco de gimnasia; de las faenas rudas, por la delectación artística; de la actividad sedentaria, por los deportes o simplemente caminar. Es innecesario reparar una fatiga parcial con un reposo total, renunciando a otras actividades independientes de esa fatiga; el sentimiento de pereza y el hábito de la holgazanería son insuficiencias vitales muy próximas a la enfermedad.

El hombre solo tiene conciencia de vivir su vida durante la actividad voluntaria y en rigor nadie vive más tiempo del que ha vivido conscientemente; las horas de pasividad no forman parte de la existencia moral. Nada hay, por eso, que iguale al valor del tiempo. El dinero mismo no puede comparársele, pues éste vuelve y aquél no; en una vida se pueden rehacer diez fortunas, pero con diez fortunas no se puede recomenzar una vida. La pasividad es la madre de todos los vicios.

Cada hora es digna de ser vivida con plenitud; cada día el hombre debiera preguntarse si ha ensanchado su experiencia, perfeccionado sus costumbres, satisfecho sus inclinaciones, servido sus ideales. Estacionarse mientras todo anda, equivale a desandar camino. La pasividad, en los jóvenes, es signo de prematuro (antes que maduro) envejecimiento.

Aprovechando el tiempo se multiplica la dicha de vivir y se aprende que las virtudes son más fáciles que los vicios; aquellas son un perfeccionamiento de las funciones naturales y estos son aberraciones que la desnaturalizan.

"La acción fecunda exige continuidad en el esfuerzo". Toda actividad debe tener un propósito consciente: no hacer nada sin saber para qué, ni empezar obra alguna sin estar decidido a concluirla. Solo llega a puerto el navegante que tan seguro está de su brújula como de la vela.

La brevedad de vivir impide realizar empresas grandes a los que no saben disciplinar su actividad. Descontando la adolescencia y la vejez, no llega a durar cincuenta años la vida viril fecunda; de ese libro que tiene escasas cinco docena de hojas, el tiempo arranca una cada año. A menos que se renuncia a hacer cosas duraderas, conviene regatear los minutos, pues las obras persisten en relación al tiempo empleado en pensarlas y construirlas. Los jóvenes que se fijan un derrotero debe reflexionar sobre la angustia del plazo; hay que empezar temprano, jamás holgar, no morir pronto.

Con eso, y mediando las aptitudes que "Salamanca no presta", pueden realizarse empresas dignas de sobrevivir a su autor.

Los tipos representativos de la humanidad han sido hombres y mujeres que han sabido contar sus minutos con tanto escrúpulo como el avaro su dinero. Todo el que persigue una finalidad vive con la obsesión de morir sin haberla alcanzado; pocos logran su objeto, siendo toda vida corta y largo todo arte. Pero al llegar la edad en que las fuerzas fallan solo pueden esperar serenamente la muerte, los que aprovecharon bien el tiempo; si no alcanzaron su ideal en la medida que se proponían, les satisface la certidumbre de que, con medios iguales, hubiera sido imposible acercarse más.

"Hay estilo en toda forma que expresa con lealtad un pensamiento". Las artes son combinaciones de gestos destinados a objetivar adecuadamente los modos de pensar o de sentir; cuando la forma expresa lo que debe y nada más que ello, tiene estilo propio. No basta, en arte alguno, poseer concepciones originales; es necesario encontrar la estructura formal que fielmente las interprete.

Todo ritmo de pensamiento humano que alcanza expresión adecuada crea un estilo. Cada característica intelectual, de un pueblo, de una empresa, de una institución de una época, es sentida con más intensidad por hombres originales que le dan forma y renuevan la técnica de la expresión y de la función; en torno a ellos los imitadores y continuistas se multiplican y forman escuela; que también puede ser una escuela de secuencias erróneas o degradantes, hasta que la sociedad siente su influencia, adapta a ella su gusto y surge una moda. Seguir una escuela de no tener estilo personal, es por ello peligroso socialmente seguir tendencias quietistas o equivocadas, entregarse a una moda es el método más eficaz para carecer de originalidad. En cualquier arte, en cualquier función humana, solo puede adquirir estilo propio quien repudia escuelas y desdeña modas, pues unas y otras tienden a poner marcos prestados a las inclinaciones naturales y a las necesidades sociales.

No se adquiere estilo glosando la forma ajena para expresar las ideas propias, ni torciendo la expresión propia para adular los sentimientos ajenos.

Estilo es afirmación de personalidad; el que combina palabras, colores, sonidos, líneas gestos o actitudes para expresar lo que no siente o no cree, carece de estilo, no puede tenerlo. Cuando el pensamiento no es íntimo y sincero la expresión es fría y amanerada; se rumian formas ya conocidas, se retuercen, se alambican, procurando en vano suplir la ausente virilidad creadora con estériles artificios.

El arte de escribir, el más común en Carabineros, particularmente carece de excelencia mientras se preocupa de acariciar el oído o de engañar la razón con sofísticas oblicuas con mentiras o con doctrinas absoletas y comprobadamente insuficientes para las necesidades de la sociedad. Una máxima de Epicteto, desnuda, sin adverbios pomposos ni adjetivos sibilinos, tiene estilo y deja una impresión de serena belleza incluso de heroísmo, nunca igualado por los retorcidos discursos que abundan en esta época de mal gusto; sobra, en la simple sentencia, la adecuación inequívoca de la forma al contenido, realizando una armonía que nunca alcanzan las prosas torturadas para disimular la oquedad.

El más noble estilo es el que transparenta ideales hondamente sentidos y los expresa en forma contagiosa, capaz de transmitir a otros el propio entusiasmo por algo que embellece la vida humana: salud moral, firmeza de querer, y serenidad optimista.

"La corrección preceptiva es la negación del estilo original". En todas las artes el tiempo acumula reglas técnicas que constituyen su gramática y permiten evitar las más frecuentes incorrecciones de la expresión y del funcionamiento; cualquier hombre de inteligencia mediana puede aprenderlas y aplicarlas, sin que por ello adquiera capacidad de expresar en forma propia su pensamiento. A nadie dan estilo las estéticas ni las retóricas que reglamentan la expresión, haciéndola tanto más impersonal cuanto más perfecta, esta situación conspira contra el caudillismo de los sistemas militarizados.

Los modelos y los cánones solo enseñan a expresarse correctamente, sin que la corrección sea estilo. Las academias y las escuelas son almácigos de mediocridades distinguidas y oponen firmes obstáculos al florecer de los temperamentos innovadores.

La adquisición de un estilo personal suele comenzar cuando se violan cánones convencionales del pensamiento, del comportamiento y de la expresión.

En cada arte o género y en cada actividad humana existen normas de corrección, que son doblemente rigurosas para quien las aplica, pero no hay arquetipos de estilo, pues todo nuevo pensar requiere una nueva expresión; las formas que el tiempo ha consagrado como clásicas e indestructibles, fueron en su origen rebeldías contra las de las épocas precedentes. Hablar de estilo, en si, es abstraer de todos los estilos individuales su común carácter de creación, omitiendo las diferencias que tipifican a cada uno y sin las cuales ninguno existiría. El estilo es lo individual, lo que no se aprende de otros, lo que permite reconocer al autor en la obra sin necesidad de que la firme. Por eso hay tanto estilo en la expresión de un artista como carácter en su personalidad; y siendo síntesis de su mente toda, vibrante en la expresión integral, no puede ser forma sin ser antes pensamiento, por ello que es importante pensar, pensar en el bien, en el bien de la sociedad mayoritaria sin perjudicar a las minorías.

Lo militarista es igualitario, por tanto es lo opuesto a la diferencia que implica un estilo o forma de ser.

La técnica correcta es una cualidad que embellece la obra, como la ormentación al monumento, sin que por eso tenga valor propio fuera de la obra misma. La corrección es anónima, no eleva aunque impide descender; rara vez requiere verdadero talento. Un ejercicio suficiente permite escribir al más ágil, dibujar o construir con corrección; en un adiestramiento físico y para él no se requiere más ingenio que para poner diez centros seguidos tirando al blanco.

Muchos profesores eximios (no ex- simios) conocen las intimidades de la preceptiva y poseen la técnica correcta de su arte; son, sin embargo, banales prosistas, pintores o músicos, sin personalidad y sin estilo, por falta de ideas y sentimiento originales. En cambio, sin corrección técnica, suelen resultar admirables las formas en que dicen un Dante o un Pascal, porque su estilo expresa una nueva orientación de ideas o de sentimientos, imposibles de remedar con mosaicos de palabras.

¿Qué sacan los Carabineros y preferentemente sus autoridades superiores, de tener tantos títulos, diplomas y honores; másteres, posgrados y doctorados; tantos supuestos conocimientos legales, técnicos y procesales, si van perdiendo por goleada en su partido contra la delincuencia?; y lo que es peor, no los aplican en beneficio de la sociedad y solo sirven para aumentar sus ingresos personales; ¿Qué sacan con disponer de inmensos salones, pinacotecas, los mejores atriles, la mayor variedad de pinturas, pinceles, aerógrafos, scáners computarizados y la más alta tecnología, si el cuadro que quieren pintar, resulta incomprensible para la sociedad?; es más, la sociedad se ha visto en la necesidad, y prefiere contratar a un pintor de brocha gorda, para que le pinte la casa o la empresa, en el mercado más cautivo de la economía nacional, la seguridad privada.

"La originalidad se revela en todas las formas de expresión". Es raro que un hombre de genio culmine excelentemente en varias artes o géneros; pero si lo hace como Leonardo o Goethe, lo mismo tendrá estilo en la pintura y en la poesía en la novela y en la ciencia.

Pondrá su marca en todo lo que pase por sus manos, pensando lo más hondo, expresando lo más justo. Es común, sin embargo, que se circunscriba a un arte o género, acentuando su estilo en una forma única de expresión.

A las dos grandes categorías mentales, la apolínea (Cristo no está hecho a semejanza del hombre) y la dionisíaca, (perteneciente al Dios Baco), corresponden dos tipos de estilo, dos idiomas diferentes, rara vez armonizados en un mismo pensador. El uno es lógico y habla de la inteligencia; el otro es afectivo y habla del sentimiento. Tal como el Quijote y Sancho, la misma historia con un distinto punto de vista o estilo.

El estilo que anhela expresar la VERDAD se estima por su valor lógico; su claridad es transparente, sus términos precisos, su estructura crítica; es el estilo que falta en Carabineros, ya que es el lenguaje de las ciencias.

Por su valor estético es eficaz el estilo que expresa su belleza; su fuerza es emocional; figurados sus términos, lírica su estructura. Es el lenguaje de las artes.

Es raro que los valores lógicos y los valores estéticos culminen igualmente en un estilo. A la concepción general de altos problemas suele llegarse por un solo camino; difícilmente el esteta aprende a interpretar la belleza en consonancia con la VERDAD, y es lógico, rara vez consigue caldear la VERDAD con el fuego de la belleza. Es por ello que en Carabineros están tan preocupados de la estética, del protocolo, la parafernalia, (para hacer, es el medio que se utiliza para algo lograr), la presentación, los gestos y ademanes, los desfiles y las representaciones.

Acaso una educación especial permitiera desenvolver con paralela intensidad las aptitudes críticas y las imaginativas; pero los que en su juventud lo consiguieron, acaban prefiriendo un camino, el del arte o el de la ciencia, acentuando en su expresión las características del estilo estético o del lógico… Honestamente, el lector ¿cuál estilo cree que predomina en Carabineros?.

Una verdad expresada en teoremas puede ser comprendida por toda la inteligencia educada, pero mejor se comprendería si vistiera formas embellecidas de armonía y acaloradas de entusiasmo. Sensible es que la brevedad del humano vivir sea obstáculo a la formación de un estilo integral en que se combinen los más altos valores lógicos y estéticos, la verdad más diáfana con la más emocionante belleza.

La perfección ideal del estilo, en todas las artes, en todas las formas de vida humana, consiste en adecuar la expresión al pensamiento de tan manera que la transparencia de las ideas no sea empañada cuando la subraye el latir del corazón.

"No hay bondad sin tensión activa hacia la virtud". La disciplina mansa, la condescendencia pasiva, la sumisión resignada, son simples formas de incapacidad para el mal, el hipócrita que obra bien por simple miedo a la coerción social es peor que el malo desembozado, pues sin librarse de su maldad la complica de cobardía. Ese conformismo negativo, tan presente en Carabineros de Chile a contar de 1.973, suele dar a sus hombres el bienestar de la servidumbre; solo virtudes pasivas, militantes, pueden decrecer la propia felicidad y multiplicar la ajena.

Obediencia NO ES BONDAD. La excesiva domesticación paraliza en el hombre las más loables inclinaciones, cierra a la personalidad sus más originales posibilidades. El respeto a los convencionalismos injustos corrompe la conciencia moral y convierte a cada uno en cómplice de todos. Los caracteres débiles acaban obrando mal por no contrariar la maldad de los demás.

Es perpetua lucha obrar bien entre malvados. Sería fácil proceder conforme a la propia conciencia si la común hipocresía no conspirase contra el hombre recto, tentándole de cien maneras para conseguir su complicidad en el mal. La mayor vigilancia es pequeña contra las redes invisibles tendidas en todas partes por lo intereses creados.

Es despreciable el juicio de los malos, aunque ellos sean los más. El bueno es juez de sí mismo y se siente mejor cuanto más grande es la hostilidad que le rodea; sabe que cada gesto suyo es un reproche a los que no podrían imitarle. Los hombres de conciencia turbia temen la amistad de los caracteres rectilíneos; huyen de ellos, como las alimañas de la luz. La bondad activa reacciona sembrando tantos bienes que al fin los malos se avergüenzan de sí mismos.

"La bondad no es norma, sino acción". Un acto bueno es moralidad viva (no es bueno ni es un acto si no es voluntario, por tanto NO remunerado) y vale más que cualquier agatología muerta (denuevo los dejé metidos). El que obra bien traza un sendero que muchos pueden seguir; el que dice bien no puede encaminar a otros si obra mal. La humanidad debe más a los mudos ejemplos de los santos hombres que a los sutiles razonamientos de los sofistas.

Si la bondad no está en la conducta y en los actos, sobra en las opiniones. El hombre puede ser bueno sin el sostén de teorías filosóficas o de mandamientos religiosos; que son estériles patrañas en los doctores sin austeridad. Ninguna confianza merece las buenas palabras de los que ejecutan malas acciones; solo puede prescribir celo moral a los demás el que renuncia a pedir indulgencia para sí mismo.

El hombre puede "abuenarse" adquiriendo hábitos que le orienten hacia alguna virtud; el largo camino sin desvíos ni término, hay que emprenderlo precozmente para acendrar (depurar) la personalidad, sembrando en la conciencia el pudor de las malas acciones. El bueno se mejora al serlo, pues cada acto suyo marca una victoria sobre la tentación del mal; y mejora a los demás, educando con la inobjetable lógica del ejemplo.

Si generosa de favores ha sido con él la naturaleza, más obligado está el hombre a vivir de manera transparente; es justo que la exigencia del bien sea inflexible para con los que descuellan (elevan), porque su mal obrar tiene más grave trascendencia.

ATENCION: El que se encumbra está obligado a servir de modelo, sin que el exceso de ingenio pueda justificar la más leve infracción moral; cuanto más expectable es la posición de un hombre en la sociedad tanto más imperativos se tornan sus deberes para con ella.

"Donde disminuye la injusticia aumenta la bondad". Hay hombres irremediablemente malos, la historia reciente de Carabineros de Chile, está plagada de esos malos ejemplos iban para buenos camuflándose en la manada, pero el 11 de septiembre de 1973 se les gatilló su gen "sof-3", felizmente son una ínfima minoría; los más, obran mal compelidos a ello por una supuesta injusticia de la sociedad. El espectáculo de vicios reverenciados y de virtudes encarnecidas perturba la conciencia moral de la mayoría, haciéndole preferir el camino del rango al del mérito.

En una sociedad organizada sin justicia no resulta evidente que la conducta buena es de preferir siempre a la mala, pues lo refutan a menudo los beneficios inmediatos de la segunda.

Combatir la injusticia es la manera eficaz de capacitar a los hombres para el bien; ser bueno sería más fácil, y aun menos peligroso, cuando en todos los corazones vibrase la esperanza de que la bondad será alentada, no encontrando el mal atmósfera propicia. Se puede entrenando, cultivar la bondad donde existe, lo que está haciendo este autor, sembrándola donde falta. Aunque el resultado inmediato fuera ilusorio, el esfuerzo de cada uno para "abuenarse" podría disminuir los obstáculos que dificultan el advenimiento de una justicia cada vez menos imperfecta. La ilusión misma es una fuerza moral y sentirse más bueno es mejorarse.

Con la bondad aumenta la propia dicha; el que no es bueno no puede creerse feliz, aunque de vez en cuando se ría y utilice las compras compulsivas que le permiten la situación económica que le da la misma maldad como terapia.

Pero es necesaria la bondad de todos para que sea completa la felicidad de cada uno, pues el que soporta la maldad ajena, aunque no sea responsable directo de ella, está condenado a sacrificarle alguna parte de su dicha. El problema individual de cada conducta está implícito en el de la ética social, en cuanto la bondad se desenvuelve en función de la justicia.

Cuando la policía comete actos injustos, aunque sean legales, está fuera la ética profesional y carece de la fuerza moral.

"La moralidad se renueva con la experiencia social". No se ciñe a principios quiméricos que pudieran suponerse demostrados una vez para siempre, pues en cada tiempo y lugar se coordinan diversamente las relaciones entre los hombres. Los criterios de obligación y sanción se vivifican sin cesar, regulando la adaptación del individuo a la sociedad y de ésta a la naturaleza, en un ritmo que varía a compás de la experiencia.

Una ética nueva no es una serie de normas originales, sino una nueva actitud frente a los problemas de la vida humana; determinar lo que puede hacer el hombre para su elevación moral, por cuáles medios, en qué medida, es más útil que teorizar sobre deberes imposibles y finalidades extrahumanas.

El eticismo afirma la preeminencia de los intereses morales en la vida social, prescindiendo de cualquier limitación tradicionalista o dogmática, pues la ética es un proceso activo que crea valores adecuados a cada ambiente en cada momento. Ningún viejo catálogo de moralidad contiene preceptos universales o inmutables; sus cuerpos de mandamientos y sus sistemas de doctrinas solo expresan el interés de castas que pretenderán prolongar su influjo en el tiempo o dilatarlo en el espacio. Síndrome que afecta a los Oficiales de Carabineros a contar de los 20 años de antigüedad.

El sentimiento de una obligación moral no es categoría lógica ni mandamiento divino, existe como producto de la convivencia y engendra sanciones efectivas en la conciencia social. La vida en común exige la aceptación del deber por cada individuo y el respeto de los derechos por toda la sociedad; en la medida en que se armonizan lo individual y lo social, condicionándoseles recíprocamente la solidaridad reemplaza al antagonismo y la cooperación a la lucha, que es exactamente lo que le falta a la economía de libre mercado para transformarse en economía social de mercado.

En toda realidad social, según su coeficiente de experiencia, se elaboran ideales éticos que son hipótesis de futura perfección y difieren sin cesar de los que han servido en sociedades ya decaídas. Las experiencias de los pueblos europeos son valederas en Chile como punto de referencia solo, no se pueden aplicar tajantemente, no debería un europeo entonces venir a dirigir nuestros comportamientos sociales, solo a explicar como se comportan ellos. Lo mismo pasa en Carabineros, es imposible que su mismo personal sobre todo el más antiguo detecte sus errores y defectos, simplemente porque él es parte de ellos, de los defectos; está contaminado y comprometido.

Cada era, cada raza, cada generación, concibe diversamente las condiciones de la vida social y renueva en consecuencia los valores morales, por tanto la formación capacitación y perfeccionamiento de los futuros Oficiales policiales será externa totalmente, tanto los planes y programas, la malla curricular y los docentes, incluso la mayoría de las clase se realizarán en establecimientos universitarios y técnicos, conjuntamente y mezclados con estudiantes civiles. En la actualidad los formadores e instructores son seleccionados precisamente por ser y constituir verdaderos discípulos continuistas de los errores morales y legales cada vez más frecuentes, siendo seleccionados por valores subjetivos, como la presentación personal, la talla, las notas brujas, las vinculaciones familiares, etc. etc., todo lo que se contradice con la capacidad operativo-profesional misma.

"Los dogmas son obstáculos al perfeccionamiento moral". Los hombres de cada época adaptan su personalidad a relaciones sociales que incesantemente se renuevan. Asisten primero a la formación del bien en mal, porque es lo más fácil, luego el mal en bien, porque es lo más difícil; la moralidad y la inmoralidad son muy distintas en la Ilíada, en la Biblia y en el Corán. Frente a esta inestable realidad, es absurdo concebir la permanencia de dogmas abstractos que se pretendan eternos y absolutos.

Los intereses morales de la humanidad son hoy muy diversos de los que inspiraron las éticas clásicas, compuestas de cánones muertos cuya función normativa se ha extinguido con el tiempo. Hoy no es ayer, ni mañana será hoy; no es admisible para un individuo culto e inteligente, que fórmulas legítimas en algún momento del pasado puedan considerarse intransmutables en todo el infinito porvenir, incluso, en Chile lo que pareció ético entre 1973 y 1990, es exactamente lo contrario hoy el año 2.000. Los dogmáticos tradicionales son grillos que en vano pretenden paralizar la eterna renovación de los deberes y de los derechos.

La moralidad es SAVIA VERDE que circula en las sociedades, condicionando la actividad recíproca de los individuos, sin cristalizarse en formularios, ni ajustarse a sentencias que limitan su devenir. El arquetipo ideal de conducta se integra a través de experiencias inagotables que transmutan los juicios de valor, fundando la obligación y la sanción en cimientos adecuados a la cultura de cada sociedad.

No se piense por esto, que renovar los valores morales implica arrevesarlos, considerando bien todo lo que antes fuera mal y viceversa; tan desatinada interpretación, que intimida a los mismos tradicionalistas que la inventan, solo denuncia incomprensión, no siempre involuntaria. Es esta la raíz del totalitarismo a través de cauces obsesivos.

Podar un árbol no es abatirlo ni cortar sus raíces; si no despojarlo del seco ramaje que floreció en la estación anterior y ya estorba a su retoñar en la siguiente.

Cada revisión de valores equivale a una poda del árbol de la experiencia moral, duradero como la humanidad, pero cambiante como las sociedades humana.

"En cada renovación aparecen gérmenes de nueva moralidad". De tiempo en tiempo el contenido de la realidad social rompe los moldes formales de las instituciones, como la granada madura agrieta su corteza y muestra sus granos vitales por la roja herida, en esta situación se encuentra hoy 27 de abril de año 2000 Carabineros de Chile. Al transformarse las relaciones entre los individuos y su sociedad, va acentuándose la ineficacia normativa de la moral precedente y se produce una decadencia. Es vano esperar que ésta pueda remediarse apuntalando los preceptos que la engendraron. Los hombres nunca descubrieron en el pasado antídotos eficaces contra los males presentes; las normas viejas no pueden regular las funciones de la vida nueva.

Cada hombre joven debe buscar en torno suyo los elementos de renovación que incesantemente germinan, cultivándolos en sí mismos, alentándolos en los demás. La voluntad de vivir en continua ascensión y la energía para perseverar en el esfuerzo, exigen confianza en la dignidad propia y en la justicia social; quien logra fiar en ellas no necesita apoyarse en dogmatismos providenciales ni en preceptivas metafísicas.

La juventud es, de todas, la fuerza renovadora más digna de confianza; los hombres maduros son árboles torcidos que difícilmente se enderezan y los ancianos no podrían destorcerse sin morir. Cada nueva generación contiene gérmenes de perfeccionamiento moral; guay (­Ay!) de los pueblos en que los viejos logren ahogar en la juventud los ideales y rebeldías que son presagio de renovación ulterior. Los que afirman la peremnidad del orden moral presente, conspiran contra su posible perfeccionamiento futuro.

"La creencias colectivas se idealizan en función de la cultura". En forma directamente proporcional, más ignorante, más idealismo, más fanatismo, más obsesión.

La honda emoción del hombre ante los misterios de la naturaleza dio origen a sentimientos religiosos, más tarde puestos al servicio del legítimo anhelo de la perfección moral; aquella emoción y este anhelo, consolidados en muchos milenios de experiencia, parecen destinados a persistir en la humanidad, aunque variando de contenido y de forma. A medida que aumenta la cultura se plasman y extinguen los mitos, nacen, mueren dogmas, se organizan y disgregan iglesias. La emoción ante el misterio aspira a depurarse de su contenido supersticioso, el anhelo de perfección moral se eleva a voluntad de ser mejor y de vivir entre hombres mejores; el sentimiento religioso, al idealizarse, conviértese en puro amor, en pura idolatría al deber, a la justicia, a la belleza, a la verdad.

Convirtiendo en función colectiva ese sentimiento, organizándolo, las religiones han tenido en su comienzo un fin ético y han sido fuerzas eficientes de cohesión social, sin que a ello fuera obstáculo sus inevitables quimeras, debidas a la falsa explicación de lo desconocido por lo sobrenatural.

Solo más tarde, al constituirse en iglesias y ejercitar un poder temporal, han adquirido una estructura política y antepuesto los intereses materiales al fervor sentimental de sus orígenes. Al misticismo, rebeldía que afiebra las horas iniciales, ha seguido en las religiones el dogmatismo, osificación que apuntaba intereses creados. Mientras los apóstoles creen recibir revelaciones y las narran en sus textos, los teólogos razonan para interpretar lo que no siempre creen y adaptarlo a las conveniencias de sus iglesias.

Frente a las religiones que envejecen y se materializan, el sentimiento místico sigue engendrando subjetivas herejías, que puede el tiempo convertir en nuevas religiones; las actuales han sido heréticas (herejes) de las precedentes el cristianismo, del judaísmo, el protestantismo del catolicismo, el unitarismo, del protestantismo etc. etc.. En cada tiempo y lugar la herejía de los místicos ha sido un factor de progreso moral, ora desacatando los dogmas de las iglesias decadentes, ora afirmando la posibilidad de orientar el sentimiento hacia ideales menos imperfectos.

En el devenir multisecular los pueblos se han apartado gradualmente de sus primitivas supersticiones, humanizando sus creencias y adaptando las condiciones sin cesar renovadas de la vida social. A esto responde que el Papa Juan Pablo II, diga ahora que el cielo y el infierno no existen, que son estados de sensaciones personales y más recientemente que reconoce que el catolicismo mandó a asesinar miles de personas para imponer sus ideas y que el Papa Pio XII, se confabulo con Adolf Hitler para exterminar al pueblo judío y muchas otras modificaciones a sus dogmas con el fin de hacerse más creíbles, dado al desmesurado avance de otras creencias en todo el mundo.

Los dogmas de las iglesias pueden considerarse tanto menos adecuados a los fines éticos cuanto más divino y sobrenatural se pretende su origen, pues el mejoramiento de la moralidad efectiva, solo es posible en los límites de lo humano y lo natural.

"La moralidad está en razón inversa de la superstición". Las religiones más supersticiosas son las menos morales, pues más atienden a la materialidad de las ceremonias que al contenido ético de la conducta. Lo mismo ocurre entre los adeptos de cada religión; la masa ignorante posee menos moralidad que las minorías cultas.

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