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La Familia (página 2)

Enviado por ivan_escalona


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El don expresado en el consentimiento "personal e irrevocable", que establece laAlianza del matrimonio, lleva el sello y la calidad de una donación definitiva y total de unoal otro (cf. C.E.C, n. 2364).

La donación hasta formar "una sola carne" es un otorgarse personal, no se ofrecencosas, que se articula en la palabra-promesa y se funda en el Señor. Porque es unadonación personal, no entra en juego, en su proyecto original, la dialéctica de laposesión, del dominio. Por ello no es destrucción de la persona, sino realización de lamisma en la dialéctica del amor, que no ve en el otro una cosa, un instrumento que seposee, se usa, sino el misterio de la persona en cuyo rostro se delinean los perfiles de la imagen de Dios. Sólo una adecuada concepción de la "verdad del hombre", de laantropología que defiende la dignidad del hombre y de la mujer, permite superarplenamente la tentación de tratar al otro como cosa y de interpretar el amor como unaempresa de seducción. No es un amor que degrada, elimina, sino que exalta y realiza.Solo así se descifra e interpreta esta categoría del don, que libera del egoísmo, de unamor vacío de contenido, que es insuficiente e instrumentalización, y que liga la uniónsimplemente a un gozo sin responsabilidad, sin continuidad, que es ejercicio de unalibertad que se degrada lejos de la verdad.

Se impone, con toda fuerza la categórica declaración Conciliar: "El hombre que es en latierra la sola creatura que Dios ha querido por sí misma no puede encontrarseplenamente sino a través del don sincero de Sí mismo" (GS 24). Tiene, pues, la dignidad de fin, no de instrumento o cosa, y en su calidad de persona es capaz de darse, no solo de dar.

Los esposos en esa entrega recíproca, en la dialéctica de una entrega total, "forman una sola carne", una unidad de personas "communio personarum", desde su propio ser, enla unidad de cuerpos y espíritus. Se dan con la energía espiritual y de sus propioscuerpos en la realidad de un amor en el cual el sexo está al servicio de un lenguaje queexpresa esa entrega. El sexo, como recuerda la Exhortación Apostólica FamiliarisConsortio, es un instrumento y signo de recíproca donación: "la sexualidad mediante lacual el hombre y la mujer se dan uno a otro, con los actos propios y exclusivos de losesposos, no es en efecto algo de puramente biológico sino que afecta al núcleo íntimode la persona humana en cuanto tal. Ella se realiza de modo verdaderamente humano,solamente cuando es parte integral del amor con el que el hombre y la mujer secomprometen totalmente entre sí hasta la muerte (FC 11).

Es bien difícil abordar toda la riqueza que contiene la expresión "una sola carne", en ellenguaje bíblico. En la Carta a las Familias, el Santo Padre profundiza en su significación a la luz de los valores de la "persona" y del "don", como lo hará también en relación conel acto conyugal, que está ya incluido en esta concepción de la Sagrada Escritura.

Así escribe el Papa, quien ofrece, en diferentes escritos, un cuidadoso análisis, en laGratissimam sane: "El Concilio Vaticano II, particularmente atento al problema delhombre y de su vocación, afirma que la unión conyugal -significada en la expresiónbíblica "una sola carne"-,no puede ser comprendida y explicada plenamente sinorecurriendo a los valores de la "persona" y del "don". Cada hombre y cada mujer serealizan en plenitud mediante la entrega sincera de sí mismo; y, para los esposos, elmomento de la unión conyugal constituye una experiencia particularísima de ello. Esentonces cuando el hombre y la mujer, en la "verdad" de su masculinidad y de sufeminidad, se convierten en entrega recíproca. Toda la vida en el matrimonio es un don,pero esto se hace singularmente evidente cuando los esposos, ofreciéndoserecíprocamente en el amor, realizan aquel encuentro que hace de los dos "una solacarne" (Gen. 2,24). Ellos viven entonces un momento de especial responsabilidad,incluso por la potencialidad procreativa vinculada con el acto conyugal. En aquelmomento, los esposos pueden convertirse en padre y madre, iniciando el proceso deuna nueva existencia humana que después se de-arrollará en el seno de la mujer" (Grat. sane, 12)

En esta perspectiva, y comentando el "misterio de la feminidad", en su Catequesissobre el amor humano, Juan Pablo II, observa (en relación con Génesis 4,1): "El misterio de la feminidad se manifiesta y se revela hasta el fondo mediante la maternidad, comodice el texto: "la cual concibió y dio a luz". La mujer está de frente al hombre comomadre, sujeto de la nueva vida humana que en ella es concebida y se desarrolla, y deella nace al mundo. Así también se revela en profundidad el misterio de la masculinidaddel hombre, es decir, el significado generador y paterno de su cuerpo". Y luego subraya:"La paternidad es uno de los aspectos de la humanidad más sobresalientes en laSagrada Escritura"10. Sobre el tema tornaremos al examinar el don del hijo.

A la luz de la teología de la donación, reflexiona el Papa sobre el lenguaje del cuerpo yen el conjunto de su expresividad y significación como don personal de la personahumana. "Como ministros de un sacramento que se constituye a través delconsentimiento, y se perfecciona a través de la unión conyugal, el hombre y la mujer son llamados a expresar ese misterioso lenguaje de sus cuerpos en toda la verdad que le es propia. Por medio de gestos y de reacciones, por medio de todo el dinamismo,recíprocamente condicionado, de la tensión y del gozo, a través de esto habla el hombre, la persona (…). Y, precisamente en el nivel de este "lenguaje del cuerpo" -que es algo más de la sola reactividad sexual y que, como auténtico lenguaje de las personas, está puesto bajo la exigencia de la verdad, es decir, a normas objetivas-, el hombre y la mujer se expresan recíprocamente a ellos mismos en el modo más pleno y profundo, encuanto le es consentido por la misma dimensión somática de la masculinidad y feminidad: el hombre y la mujer se expresan ellos mismos en la medida de toda la verdad de sus personas"11. Esa relación y dimensión personal, así expresada, en "una sola carne", dice relación a Dios mismo, en cuanto la pareja, como tal, es imagen de Dios. "Podemos deducir que el hombre se ha vuelto imagen y semejanza de Dios, no solamente a través de la propia humanidad, sino a través de la comunión de las personas"12.

Es esta verdad que enaltece y dignifica lo que debiera ser transmitido en un contenido digno de tal nombre, en la educación sexual, que señala la grandeza de la sexualidad, en su dimensión personal, como un lenguaje de amor: donación aceptación – compromiso, que no encierra las personas en sí mismas, o en un ciclo cerrado de goce, sin apertura, sino que se levanta hacia Dios y adquiere nuevas dimensiones de eternidad, es decir, que no se circunscribe a actos perecederos que el tiempo borra y quizás sufre en la memoria el desgaste del tiempo, sino que se eleva hasta la fuente misma del amor.

Esa expresión en un lenguaje humano, personal, de totalidad, ¿cómo no ha de marcar la existencia, en un sentido de profundo compromiso?. De alguna manera, aún después de la muerte de uno de los cónyuges, algo de esa relación permanece. No entramos ni de lejos a discutir el derecho que asiste al viudo o a la viuda para casarse de nuevo. Sin embargo, pensando sobre todo en ciertas oraciones bien significativas de la Liturgia Oriental, en el caso de nuevas nupcias, en las que no hay propiamente palabras de encomio, sino como de permisión, de tolerancia, me parece que se abre una pista de explicación por el tipo de relación asumida y que no es propiamente indiferente para la ersona que se ha sumergido en la corriente del don.

Es preciso rescatar el sentido de la entrega, liberarlo, de una cultura que atenta contra la dignidad del hombre y de la mujer y que destruye la relación personal de los esposos, como si el proceso de la entrega no respondiera a resortes profundos de la personalidad y como si una ciencia, digna de tal nombre, no pudiera venir en ayuda de la verdad del hombre.

No es el momento de introducirnos en consideraciones que nuestro Dicasterio ha hecho en el Documento que lleva este título, como enunciación de su contenido central:

"Sexualidad Humana: Verdad y Significado". Esta perspectiva es también reconocida fundamentalmente por las conquistas de la razón, por los logros de una ciencia que se acerca de verdad al ser del hombre. Una proyección que supera el egoísmo y tiende al otro, es altruista, no es extraña, v.g., al pensamiento de Freud. Hoy se puede hacer la denuncia de una tal banalización del sexo que se detiene en estadios y etapas previas, en donde el egoísmo encierra y aisla, con la modalidad de una inmadurez que destruye el lenguaje del amor, la verdad y cobra su víctima en el mismo hombre y en la mujer.

Muchas veces acceden al matrimonio con una personalidad severamente lesionada por una cultura falseada, que es como una bomba de tiempo para el mismo matrimonio. El hecho de que el lenguaje sexual, como comportamiento armónico y articulado, que está al inicio de la verdad, no debe reducirse a lo meramente biológico, es, a veces, traducido por escritores de la calidad de Marguerite Yourcenar en sus "Memorias de Adriano". Permitidme recoger algunas de sus expresiones que, me parece, ilustrarían la verdad que el magisterio quiere transmitir. El lenguaje de los gestos, de los contactos,pasa de la periferia de nuestro universo a su centro y se vuelve más indispensable quenosotros mismos, y tiene lugar el prodigio admirable, en el que veo más una asunción de la carne por el espíritu que un simple juego de la carne, en una especie de misterio de la dignidad del otro que consiste en ofrecerme ese punto de apoyo de otro mundo13.

Hay entonces como una intuición, no exclusiva del universo de la fe, que restituye al sexo su grandeza y lo rescata del vaciamiento y de un uso instrumental que en la cultura del consumismo se parece mucho a lo desechable: ¡se usa y se bota!. Es la globalidad de la persona la que está en juego y sus actos no le son exteriores, como si pudieran ser atribuibles a otro, en una forma de "irresponsabilidad" básica e infantil. El hombre que se siente incapaz o inseguro de responder por sus actos, que asumen el tono de juegos provocados por un ser somnoliento.

Retornemos a un pensamiento de M. Yourcenar que transmite bien una impresión ética:

"Yo no soy de aquéllos que dicen que sus acciones no se les parecen. Deben parecerse, porque las acciones son la sola medida y el único medio de diseñarme en la memoria de los hombres o en la mía propia… No hay entre yo y los actos de los que soy hecho, un hiato indefinible, y la prueba, es lo que yo pruebo sin cesar en la necesidad de pesarlos, de explicarlos, de dar cuenta de ellos a mi mismo"14.

En el lenguaje sexual se expresa el hombre, de alguna manera se diseña y se modela, y configura su destino. El don, la verdad del mismo y su sentido adquieren una estatura y proporción dignas del hombre. Por eso la Familiaris Consortio subraya este valor sin el cual el sexo se vacía, pierde su verdad, hasta volverse caricatura y mueca que lacera y desfigura lo que debe brillar en el misterio de una carne: "el amor conyugal comporta una totalidad donde entran todos los elementos de la persona -reclamo del cuerpo y del instinto, fuerza del sentimiento y de la afectividad, aspiración del espíritu y de la voluntad-; mira a una unidad profundamente personal que, más allá de la unión en una sola carne, conduce a no hacer más que un solo corazón y una sola alma" (FC 13).

El Consentimiento, el don recíproco, -recordábamos antes- es "personal e irrevocable"; la donación es "definitiva y total". Su lugar noble, propio, único es el matrimonio. ¡En éste la donación es verdad!.

Podríamos decir que lo definitivo es una calidad de la totalidad de la donación. Es la superación de una entrega parcial, a pedazos, por "cómodas cuotas" que son homenajes al egoísmo, al amor opacado por la realidad del pecado. Un amor así, a trozos, pierde hondura, espontaneidad y poesía. Entre los novios es otra la tonalidad. El amor que se promete o tiene ansias de duración, de "eternidad" o en el fondo no existe.

La entrega es por toda la vida y sobre todas las circunstancias. Asegura contra lo provisorio, contra el desgaste, contra la mentira. ¿Qué, decir de quienes, como un nuevo paso de "pluralismo" y de actitud complaciente en el campo jurídico, se proponen ensayar legislaciones de matrimonios ad tempus, de comuniones temporales?. "Afirmar que el amor es elemento constitutivo del matrimonio es sostener que de no haber existido aquella mutua entrega irrevocable, no existiría entre los esposos el "foedus coniugale". Las leyes, por tanto, de unidad e indisolubilidad no son exigencias extrínsecas al matrimonio, sino que nacen de su mismo ser. Y así, el amor constituyente ha de ser amor conyugal, exclusivo e indisoluble"15.

Matrimonio, es la unión estable entre hombre y mujer, convenida de acuerdo con la ley, regulada y ordenada a la creación de una familia. No se trata de una creación técnica del Derecho, sino de una institución natural que el ordenamiento regula en interés de la sociedad.

Son caracteres del matrimonio según la concepción corriente en los países civilizados: a) constituir un vínculo habitual con vocación de permanencia, dirigido, por su propia finalidad, a la convivencia y colaboración de los cónyuges en un hogar, formando una familia en cuyo seno nacerán y se criarán los hijos si los hubiere, y b) resultar de un acto jurídico bilateral celebrado en un concreto momento: la boda. Este acto se halla regulado, con carácter solemne, por la ley como creador exclusivo del vínculo reconocido por el Estado.

Hay en la disciplina del matrimonio, muy influida por el aporte del cristianismo a la cultura jurídica, un doble aspecto: el de la celebración como acto (intercambio de consentimientos en forma legal) por causa del cual nace el estado de cónyuge; y el del estado civil creado, situación de duración indefinida producida por la manifestación de tal voluntad.

El modelo actual de matrimonio, en el cual el vínculo procede de un acuerdo de voluntades, no puede disolverse sin causa legal establecida por vía judicial.

El matrimonio requiere aptitud nupcial absoluta y relativa, cada contrayente debe ser apto para casarse y debe poder casarse con la otra parte. En el primer aspecto exige ser mayor de edad y tener libertad para casarse. La exigencia de edad puede dispensarse a quienes tengan edad núbil, que se suele establecer en los 14 años. En el segundo aspecto es impedimento u obstáculo la existencia de un vínculo matrimonial anterior vigente, así como la existencia de un próximo parentesco entre los contrayentes. Estos impedimentos son coincidentes en la práctica en todos los sistemas matrimoniales, si bien en cada uno de éstos podemos encontrar impedimentos especiales que responden a los fines de la sociedad civil o religiosa en que se enmarcan.

A fin de acreditar que reúnen las condiciones para el matrimonio los contrayentes deben instar ante el juzgado u autoridad eclesiástica reconocida, en los sistemas en que se aceptan varias formas de celebración con eficacia civil, con jurisdicción a este efecto, la formación del expediente que proceda, en el curso del cual se publica su intención de casarse.

El matrimonio civil se autoriza por el juez encargado del Registro civil del domicilio de cualquiera de los contrayentes, o por el alcalde en presencia de dos testigos mayores de edad.

Lo fundamental de la celebración del matrimonio es la manifestación del recíproco consentimiento de los contrayentes. Dicha manifestación puede hacerse por medio de un representante (matrimonio 'por poder') pero siempre que el poder se otorgue para contraer con persona concreta, de modo que el representante se limita a ser portavoz de una voluntad ajena plenamente formada.

Se considera nulo, cualquiera que sea la forma de su celebración, el matrimonio celebrado sin consentimiento matrimonial, expresión con la que se alude al matrimonio simulado por acuerdo de ambas partes: por ejemplo, para adquirir la nacionalidad por concesión o un derecho arrendatario, o para rebajar el impuesto sucesorio. También son nulos los matrimonios que se celebren entre personas para las que existe impedimento no dispensable.

Aunque el matrimonio produce efectos civiles desde su celebración, sin embargo para el pleno reconocimiento de los mismos será necesaria su inscripción en el Registro civil, sea la practicada por el juez en el propio libro al autorizar el matrimonio, sea transcribiendo un documento intermedio: el acta o certificación correspondiente.

Los denominados efectos personales del matrimonio se han visto afectados de un modo muy profundo respecto de las situaciones y concepciones jurídicas anteriores, pues hoy los derechos y deberes de los cónyuges son idénticos para ambos y recíprocos, además de resultar una consecuencia directa de la superación de la interpretación formal de la igualdad y la introducción de un concepto sustantivo de la igualdad entre los cónyuges. Destacan entre ellos, aquellos que coadyuvan a la creación, consecución y mantenimiento de una comunidad de vida. Así, los cónyuges están obligados a vivir juntos en el domicilio que ambos fijen de común acuerdo; deben respetarse, ayudarse y gobernar de forma conjunta su hogar; deben guardarse fidelidad; y en consecuencia y a su vez como paradigma de conducta, deben subordinar sus actuaciones individuales y acomodarlas al interés de la familia.

Sin perjuicio de la posibilidad lógica de que entre ellos se dé una especialización de funciones e incluso una división del trabajo, que varía en función de que la mujer y el marido trabajen fuera del hogar, ambos o uno solo de ellos, los cónyuges deben prestar su concurso económico destinado al levantamiento de las cargas familiares, conforme a un criterio de proporcionalidad para con sus respectivos ingresos y recursos patrimoniales dentro de las reglas específicas del régimen económico matrimonial que rija entre ellos.

A ambos compete por igual el ejercicio de la patria potestad sobre sus hijos menores o incapacitados y las funciones específicas de alimentarlos, cuidarlos y educarlos conforme a su capacidad y recursos económicos, obrando en todo caso y en primer término en interés del hijo.

Patria potestad, se llama así a la relación paternofilial que tiene por núcleo el deber de los padres de criar y educar a sus hijos. La potestad sobre los hijos era, en el Derecho romano, un poder absoluto del padre creado en beneficio de la familia, no de los hijos. Hoy, por el contrario, es un rasgo constitutivo esencial de la patria potestad su carácter altruista. La patria potestad se ejercerá en beneficio de los hijos, de acuerdo con su personalidad.

Corresponde la patria potestad por igual a los progenitores, y esto implica que, viviendo juntos, las decisiones concernientes a los hijos no emancipados habrán de ser adoptadas de común acuerdo. En caso de desacuerdo, cualquiera de ellos podrá acudir al juez, quien atribuirá a uno solo la facultad de decidir. Si se mantienen los desacuerdos, podrá atribuir la potestad a uno o repartir entre ellos sus funciones. Si los padres se hallan separados, se ejercerá por aquél que conviva con el hijo, con la participación del otro que fije el juez.

La patria potestad la reciben los padres en el momento de nacer el hijo; si éste es extramatrimonial, en cuanto lo reconocen.

Se pierde la potestad sobre el menor por incumplir los deberes inherentes a ella, como consecuencia de una condena penal, o de la separación, disolución o nulidad del matrimonio. Se extingue por alcanzar el hijo la mayoría de edad o por la emancipación.

Anulación del matrimonio, el matrimonio es nulo cuando faltan, bien el consentimiento o cuando hay vicio en éste, afecte a la forma o a los presupuestos esenciales para su validez. El régimen de nulidad, ante la vigencia del matrimonio, es de muy escasa aplicación pues la declaración de inexistencia del matrimonio, que por lo general se reclama con el fin de celebrar otro, puede resultar en el aspecto procesal más engorrosa para los litigantes que el divorcio.

La nulidad del matrimonio tiene que ser declarada por el juez y por ello en los sistemas en que se admiten diversas formas de celebración del matrimonio (religiosa y civil) el pronunciamiento suele reservarse a la jurisdicción que se corresponda con el de la forma de celebración. La nulidad civil se puede pedir por cualquier persona que tenga interés directo y legítimo en ella, en los supuestos de falta esencial de forma o presencia de impedimentos, es decir, en aquellos casos en los que el defecto aparece de modo objetivo y desvinculado de la voluntad de los contrayentes; así también cuando la voluntad falta de modo absoluto, como en el caso de la simulación. Se restringe la legitimación para pedir la nulidad en los supuestos de falta de edad (sólo corresponde a los propios contrayentes o los padres, tutores o guardadores) y en aquellos donde se aprecian vicios de consentimiento. La declaración de nulidad del matrimonio no invalidará los efectos ya producidos respecto de los hijos y del contrayente o contrayentes de buena fe. Los primeros se tendrán, en todo caso y a todos los efectos, como hijos matrimoniales. La declaración de nulidad del matrimonio extingue el régimen económico matrimonial. Al contrayente de buena fe la ley suele concederle una posición preferente en materia de liquidación del régimen económico matrimonial, y el cónyuge de buena fe tiene derecho a una indemnización por haber existido convivencia conyugal.

Derecho matrimonial, aspecto del Derecho civil y, muy en concreto, del Derecho de familia, integrado por el conjunto de normas que se ocupa del matrimonio como fenómeno jurídico e institución en todas sus vertientes. Los principales asuntos sobre los que trata son: matrimonio —requisitos, forma de celebración, clases—, derechos y deberes de los cónyuges —respeto, ayuda mutua, fidelidad, convivencia—, nulidad, separación y disolución del matrimonio; régimen económico conyugal: normas generales, clases de regímenes matrimoniales, gestión y administración de los mismos, bienes que los integran, cargas y obligaciones y disolución.

Esponsales, promesa formal de contraer un futuro matrimonio; por lo general esta promesa se enmarca dentro de un acuerdo jurídico más amplio (capitulaciones matrimoniales) donde se contempla, entre otros muchos y variados temas, el régimen económico que regirá el futuro matrimonio y las aportaciones patrimoniales que efectuarán a la futura economía familiar los parientes de uno y otro esposo. Los esponsales tuvieron una gran importancia en la edad media por intervenir en la política matrimonial de las casas reales y nobiliarias europeas, y desde la baja edad media y el renacimiento también fueron un procedimiento fundamental para la alta burguesía, así como para las relaciones de una clase con la otra de las contempladas. La celebración de esponsales (salvo en el Derecho canónico medieval: esponsales de presente) no obligan a los que los contraen a casarse entre sí, ni generan ningún vínculo que dé lugar a impedimento matrimonial; tan sólo obligan a resarcir al incumplidor, en todo caso, de los gastos efectuados con ocasión del matrimonio proyectado y a indemnizar, cuando proceda, por las obligaciones contraídas con idéntico fin. La acción que surge de la negativa a contraer matrimonio caduca al año de la manifestación de la misma.

El matrimonio lleva la garantía de la estabilidad, de lo permanente, de la perpetuidad.

Podríamos decir que el don recíproco "que liga más fuerte y profundamente que todo lo que puede ser adquirido al precio que sea" (Grat. sane, n. 11), se expresa en una palabra de compromiso. A. Quilici observa: "uno no se da verdaderamente sino cuando primero y en verdad da su palabra. Si no eso se parece a una suerte de violación. El don del cuerpo no es verdaderamente humano sino en la medida en que cada uno da su acuerdo, en la medida en que cada uno ha permitido ir más allá en el diálogo, hasta la última intimidad"16.

Es una palabra expresiva, que permanece y que compromete profundamente a los esposos, de tal manera que una donación limitada voluntariamente en el tiempo desdibuja la misma calidad de un don total. La palabra expresa un sí profundo que surge de la raíz de un amor que quiere ser fiel a lo largo del tiempo. Así caracteriza el cardenal Ratzinger ese "Sí": "El hombre, en su totalidad, incluye la dimensión temporal. Además, el "sí" de un ser humano supera a la vez este tiempo. En su integralidad, el "sí" significa: siempre. El constituye el espacio de la fidelidad … la libertad del "sí" se hace sentir como una libertad delante de lo definitivo"17. El amor18 no está necesariamente sometido a la degradación del tiempo, como en las cosas que se desgastan y pierden paulatinamente su energía. No cae en la órbita de la ley de la entropía. El tiempo puede ayudar al crecimiento, a madurar delante de Dios, a hacer del amor un compromiso más serio y hondo. Escuché, en Caná una hermosa promesa y expresión de unos esposos avanzados en años: "te amo más que ayer, pero menos que mañana". La alegría de la serenidad, de un testimonio que recibe el espesor de los años, se descubre en tantos matrimonios de personas ancianas en las cuales se conservan la frescura y la ternura afianzadas en el tiempo.

En virtud de la donación total se comprende mejor la exigencia de la indisolubilidad que libera y protege el amor y que no es su prisión o empobrecimiento. Es falso aquello de que el matrimonio es la tumba del amor y que lo definitivo, su indisolubilidad, robe al amor su espontaneidad y su dinámica. A ello lleva, sin duda, una cultura de lo perecedero, en la cual la palabra se vacía y es por tanto liviana hasta la irresponsabilidad. No lleva el peso de la verdad que no es caprichosa y cambiante como lo hace un falso amor, que engaña. "La posible ausencia o debilitamiento de hecho en las manifestaciones del amor conyugal no destruyen las propiedades y la tendencia natural -si bien las pueden obstaculizar-, pues unas y otras reclamarán siempre ser vivificadas por el amor conyugal"19.

La donación total conduce a la exigencia de la fidelidad. Es una forma concreta de don, que empeña y libera. Un amor fiel es también y radicalmente indisoluble. Libera del temor de traicionar y ser traicionado y suministra a la fuente de la vida, la garantía y la transparencia a la que tienen derecho los hijos.

Antonio Miralles escribe: "también la mutua donación personal de los cónyuges exige la indisolubilidad del recíproco vínculo que ellos han establecido con tal donación. Ella es total y por tanto excluye toda provisoriedad, toda donación temporal. (…) el vínculo conyugal presenta un carácter definitivo, en cuanto surge de una donación integral que comprende también la temporalidad de la persona. El darse con la reserva de poder desvincular en el futuro, significaría que la donación no es total, al contrario de aquella que hace nacer un verdadero matrimonio"20.

Cabe pues decir que la fidelidad, la indisolubilidad, el carácter definitivo, son esenciales en la calidad del don. Aquí radica el compromiso, el empeñar del don, empeño que se abre también y esencialmente al don de la vida y que se vuelve testimonio público en la Iglesia y en la sociedad. Es luz, llama puesta sobre el candelero.

Es San Juan Crisóstomo quien comenta hermosamente el estilo de esta donación en este consejo a la pareja: "Te he tomado en mis brazos, te amo y te prefiero a mi vida. Porque la vida presente no es nada, mi deseo más ardiente es pasarla contigo de tal manera que estemos seguros de no estar separados en la vida que nos está reservada… pongo tu amor por encima de todo…"21. La duración, el carácter definitivo de la donación, en virtud de su totalidad, conduce a la indisolubilidad que es atribuible al matrimonio natural y que asume una dimensión más honda y expresiva en el matrimonio cristiano, delante y bajo la mirada del Señor.

Ya el matrimonio natural tenía "una cierta sacramentalidad", en sentido amplio, como signo preanunciador del misterio de tal unión esponsal, en la íntima unidad de una sola carne, inserta (de alguna manera) en el misterio de la Alianza de Dios con la humanidad, en el lenguaje de la creación, de Dios con su pueblo (cf. Os., 1-3), de Cristo con la Iglesia22. "Maridos, amad a vuestras mujeres como el Mesías amó a la Iglesia y se entregó por ella … Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su

mujer y serán los dos una sola carne, (un solo ser). Este misterio es grande; lo digo en

referencia a Cristo y a la Iglesia" (Ef. 5, 25. 31-33).

En este texto central de la Carta a los Efesios, en el versículo 25, el modelo es la entrega de Cristo, en el lenguaje del sacrificio en el que se expresa el mayor amor, sin límites:

¡amor crucificado!. Ese "traditit semetipsum", donación total y radical, que es el modelo,es el misterio fundamental que abarca la alianza conyugal. El misterio (cf. v. 32), esreferido al proceso que tiene su "tipo", su modelo en Cristo y la Iglesia. Hay que advertirque al hablar de misterio, grande, (mega), se refiere el autor a la importancia del mismo,a su fuerza expresiva, no a la oscuridad. El misterio de la unión esponsal de Cristo y laIglesia es reproducido en el matrimonio del hombre y de la mujer23

Estamos en el ámbito sagrado de una donación y una entrega que adquiere su plenailuminación en Cristo, en su pasión redentora. Esto es subrayado por el Concilio deTrento en la sesión XXIV, Denz. 969: "Gratiam vero quae naturalem illum amoremperficeret, et indissolubilem unitatem confirmaret, coniugesque sanctificaret: ipseChristus … sua nobis passione promeruit". Max Zerwick, comentando el texto clave quenos ocupa, escribe: "Siendo así, el matrimonio humano es algo más que una merafigura, cuando se realiza entre miembros de Cristo: debe realizar la unión amorosa deCristo con su Iglesia. Así pues, el matrimonio no es meramente figurativo, sino que esuna participación real en lo que Pablo llama el gran misterio"24.

El "tradere se ipsum" de cada uno de los cónyuges, a semejanza de Cristo, observaCarlo Rocchetta, "es un acto de naturaleza perpetua … un sacramento permanente"25.

El consenso de los esposos que se dan y se reciben mutuamente es sellado por elmismo Dios (cf. C.E.C., n. 1639). El vínculo del matrimonio establecido por Dios esirrevocable, de tal manera que no está en el poder de la Iglesia pronunciarse contra esadisposición de la sabiduría divina (cf. C.E.C., n. 1640). Está por desgracia muy difundida la idea de que el Papa y los Obispos podrían, si superaran el rigorismo, introducir modificaciones y abrir las puertas a soluciones, al menos en casos excepcionales. Hay que repetir esta verdad con decisión y amor: eso no está en el poder de la Iglesia. Por tanto: ¡non possumus!. Y no podría pensarse que quedara sustraída a la divina sabiduría la situación, así fuera excepcional, de una pareja. Retorna la sentencia ligada al proyecto original y ratificado por Cristo: "lo que Dios ha unido no lo separe el hombre". ¿Cómo,pues, introducir modificaciones en nombre del Dios fiel a la Alianza que en sumisericordia tutela y preserva el bien del matrimonio?.

Se cree, por otra parte, que la indisolubilidad es una exigencia ideal, pero irrealizable.¿Podría Dios cargar con semejante empeño, con esta carga que por lo irrealizable seríaun peso inclemente e insoportable, a los esposos?. El, el autor del matrimonio, que saleal paso, al encuentro de los esposos cristianos, ofrece su gracia, su fuerza para que enla Iglesia doméstica sean capaces de vivir en la dimensión del Reino.

Es preciso reflexionar, llevados de la mano del Catecismo de la Iglesia Católica, en toda la riqueza del matrimonio en el plan de Dios, a lo largo de las consideraciones enmarcadas en el matrimonio en el orden de la creación, bajo la esclavitud del pecado y el matrimonio en el Señor. El proyecto original de Dios va en este sentido: "la vocación al matrimonio se inscribe en la naturaleza misma del hombre y de la mujer, según salieron de la mano del Creador" (C.E.C., n. 1603). No es, pues, una institución meramente humana, al arbitrio del hombre. Dios mismo es el autor del matrimonio (cf. C.E.C., n. 1603).

Lo natural en la comunidad de vida y amor conyugal, provista de leyes propias, es acoger con alegría y confianza la voluntad de Dios. Bajo la esclavitud del pecado, el matrimonio es amenazado por la discordia, el espíritu de dominio, la infidelidad. Es un desorden (opuesto al orden original) que "no se origina en la naturaleza del hombre y de la mujer, ni en la naturaleza de sus relaciones, sino en el pecado" (C.E.C, n. 1607). Se introducen rupturas, distorsiones, relaciones de dominio y concupiscencia, pero "el orden de la creación subsiste, aunque gravemente perturbado. Es necesaria la gracia y la misericordia de Dios para realizar la unión de sus vidas en orden a la cual Dios los creó "al comienzo"" (C.E.C., n. 1608). En la pedagogía de la antigua ley, "la conciencia moral relativa a la unidad e indisolubilidad se desarrolló". El Señor "enseñó sin ambigüedad el sentido original de la unión del hombre y la mujer". "La insistencia en la indisolubilidad del vínculo matrimonial corresponde al restablecimiento del orden de la creación perturbado por el pecado (cf. C.E.C., nn. 1614, 1615). En el matrimonio en el Señor, los esposos,"siguiendo a Cristo, renunciando a sí mismos … podrán comprender el sentido original del matrimonio y vivirlo con la ayuda de Cristo" (C.E.C., n. 1615).

3. EL HIJO: EL DON MAS EXCELENTE

San Agustín enseñaba: "Entre los bienes del matrimonio ocupa el primer puesto la prole.

Es verdaderamente el mismo Creador del género humano quien en su bondad quiso servirse de los hombres como ministros para la propagación de la vida…"26 Y laExhortación Apostólica Familiaris Consortio señala: "La misión fundamental de la familia es realizar a lo largo de la historia la bendición original del Creador,transmitiendo en las generaciones la imagen divina de hombre a hombre" (FC 28). Son dos expresiones que es preciso subrayar: los padres son ministros y servidores de la vida.

La vida debe surgir en el matrimonio, como el lugar adecuado, el más excelente, en donde la vida es deseada, amada, acogida y en donde se realiza todo un proceso de formación integral.

El Concilio Vaticano II expresa: "Por su naturaleza la institución misma del matrimonio y el amor conyugal están ordenados a la procreación y a la educación de la prole y con ellas son coronados como su culminación" (GS 48). En la forma más expresiva indica que "los hijos son, ciertamente, el don más excelente del matrimonio y contribuyen mucho al bien de los mismos padres" (GS 50). Hay que señalar que esta vigorosa afirmación proviene del deseo personal del Santo Padre Pablo VI, de que fuera incluida en el texto. El hijo es un don que surge del don mismo recíproco de los esposos, como expresión y plenitud de su mutua entrega. Es una maravillosa concatenación de dones que hermosamente hace resaltar el Catecismo de la Iglesia Católica: "La fecundidad es un don, un fin del matrimonio, pues el amor conyugal tiende naturalmente a ser fecundo.

El niño no viene de fuera a añadirse al amor mutuo de los esposos, brota del corazón mismo de ese amor recíproco, del que es fruto y cumplimiento. Por eso la Iglesia, que "está en favor de la vida" (FC 30), enseña que "todo acto matrimonial debe quedar abierto a la transmisión de la vida" (HV 11) (…) el hombre no puede romper por iniciativa propia, entre los dos significados del amor conyugal: el significado unitivo y el significado procreador" (C.E.C., n. 2366). Y cita el Catecismo nuevamente la Humanae Vitae: ""salvaguardando ambos aspectos esenciales, unitivo y procreador, el acto conyugal conserva íntegro el sentido del amor mutuo y verdadero y su ordenación a la altísima vocación del hombre a la paternidad" (HV 12)" (C.E.C., n. 2369).

Los hijos son un "un bien común de la futura familia". Las palabras del consentimiento lo expresan: "Para mostrarlo con evidencia, la Iglesia les pregunta (a los esposos) si están dispuestos a acoger y educar cristianamente a los hijos que Dios quiera darles (…) La paternidad y la maternidad representan una tarea de naturaleza no sólo física sino espiritual" (Grat. sane, 10). Y más adelante enseña: "cuando los esposos transmiten la vida a su hijo, un nuevo "tu" humano se inscribe en la órbita de su "nosotros", una persona que llamaron con un nombre nuevo…" (Grat. sane, 11).

El Santo Padre ubica esta doctrina en el marco de la teología del don de la persona, y en la perspectiva del Concilio, del "don más precioso" (GS 50).

La existencia del hijo es un don, el primer don del Creador a la creatura: "El proceso de la concepción y del desarrollo en el seno materno, del parto, del nacimiento, de todo esto, sirve para crear como un espacio apropiado para que la nueva creatura pueda manifestarse como un don" (Grat. sane, 11). Don para los padres y para la sociedad y para los miembros de la familia. "El niño se hace don de sí mismo a sus hermanos y a sus padres y a toda la familia. Su vida se vuelve un don para los mismos autores de la vida (Ibid).

Es preciso respetar cuanto entraña el sentido del amor mutuo y verdadero, el significado de la recíproca donación abierta a la vida. La contracepción opone objetivamente un lenguaje contradictorio al lenguaje que expresa una donación recíproca y total. El lenguaje se torna inexpresivo y, por tanto, mentiroso. Un lenguaje que no es vehículo de la verdad, sino de la mentira, en el desorden objetivo que la anticoncepción entraña se pone en sentido contrario al amor (en cierta forma no logra siquiera tutelar el "significado unitivo" en plenitud). Sólo el amor mutuo y verdadero que expresa sin recortes la donación total, tiene la fuerza propia del amor conyugal. Cuando la pareja libre y conscientemente se deja llevar por otra lógica, y toma la vía sistemática de la contracepción, ¿no pone una especie de bomba de tiempo a su propia unión conyugal?

Con particular fuerza y claridad esta verdad es expresada en la Familiaris Consortio: "Al lenguaje natural que expresa la recíproca donación total de los esposos, elanticoncepcionismo impone un lenguaje objetivamente contradictorio, es decir, el no darse al otro totalmente: se produce no sólo el rechazo de la apertura a la vida, sino también una falsificación de la verdad interior del amor conyugal, llamado a entregarse en la plenitud personal" (FC 32) (Texto integralmente recogido por el C.E.C., n. 2370).

Un análisis penetrante entre la unión de los esposos y la procreación de los hijos, viene desarrollada en el libro de S.E. Mons. Francisco Gil Hellín, El matrimonio y la vida conyugal. Dice así: "Los significados esenciales del acto conyugal, que son el unitivo y el procreativo, expresan respectivamente la esencia y el fin del matrimonio. El amor que lleva a los esposos a la entrega formando una sola carne cuando se realiza "en la verdad", "en vez de encerrarlos en sí mismos, los abre a una nueva vida, a una nueva persona" (Grat. sane, 8).

La vida conyugal comporta una lógica de entrega sincera al esposo o esposa y a los hijos. "La lógica de entrega total del uno al otro implica la potencial apertura a la procreación" (Ibid, 12). La capacidad de esta entrega, o crece y madura con el ejercicio propio de toda la vida conyugal, o queda inhibida por el egoísmo, cuyas insidias tratan de amordazar el dinamismo de la verdad inscrita en la propia entrega. Una de las principales expresiones de este egoísmo -"egoísmo, no sólo a nivel individual sino también de pareja" (Ibid, 14)- es el que ve la procreación no como exigencia de la verdad del amor conyugal, sino como fruto gratificante y elección voluntarista añadida al amor. "En el concepto de entrega no está inscrita solamente la libre iniciativa del sujeto,sino también la dimensión del deber" (Ibid).

Un amor conyugal que no abraza la dimensión parental propia de su verdad íntima acaba asemejándose al "llamado amor libre, tanto más peligroso porque es presentado frecuentemente como fruto del sentimiento verdadero, mientras de hecho destruye el amor" (Ibid). Por esto, el rechazo a la apertura a los hijos contribuye hoy poderosamente a minar y destruir la entrega conyugal. No se trata, como siempre ha sucedido por la flaqueza humana, de actos o de períodos en los cuales los cónyuges han sido débiles para vivir con coherencia las exigencias de su paternidad o maternidad en circunstancias difíciles o especialmente heróicas.

Hoy día, muchas uniones conyugales labran su propia destrucción falseando las coordenadas de su entrega. "En el momento del acto conyugal, el hombre y la mujer están llamados a ratificar de manera responsable la recíproca entrega que han hecho de sí mismos con la alianza matrimonial. Ahora bien, la lógica de la entrega total del uno al otro implica la potencial apertura a la procreación" (Ibid, 12). Cuando se rechaza la capacidad del esposo o de la esposa a ser padre o madre, aquella entrega no respeta las exigencias del amor conyugal. Es por ello que el Papa afirma que es esencial a una verdadera civilización del amor, "que el hombre sienta la maternidad de la mujer, su esposa, como entrega" (Ibid, 16)27.

En las catequesis sobre el amor humano, Juan Pablo II habla del "lenguaje de los cuerpos" que en la unión conyugal expresa la verdad que les es propia. En el lenguaje del cuerpo el acto conyugal significa no sólo el amor sino también la potencial fecundidad y por tanto no puede ser privado en su pleno y adecuado significado. Como no es lícito separar artificialmente el significado unitivo y el procreativo, (cf. HV 12), "el acto conyugal privado de su verdad interior, porque privado de su capacidad procreativa, deja de ser también un acto de amor"28.

El hijo se introduce en la dimensión de la espiritualidad del matrimonio que se abre a la familia. Cabría aquí seguir las pistas de una reflexión que va del amor trinitario al amor conyugal. El matrimonio que crece a imagen de la Trinidad, el "nosotros" de la familia a imagen del "nosotros" trinitario, incluye el hijo que surge del amor total y fecundo.

Escribe Carlo Rocchetta: "según la afirmación de I Jn. 4,16, "Dios es amor" (agapè), la suprema plenitud del amor que dona y acoge; no un "yo" solo, encerrado en sí mismo,sino un "yo" que vive en sí mismo una existencia de amor interpersonal, una eterna generación que surge del amor y concluye en el amor, donde el intercambio de don/acogida entre las dos primeras personas alcanza su plenitud en el encuentro con la tercera … El vínculo sobrenatural entre los esposos contiene este valor trinitario. La gracia sacramental representa el don de la ontología trinitaria desplegada en el corazón de los esposos como semejanza dinámica que estructura en profundidad la vida de los esposos y los hace signos y participación en la comunión tri-personal de Dios"29.

El hijo o los hijos, el "bien de la prole", es razón de ser del matrimonio, hay que reiterarlo.

Como se sabe para Doms el sentido del matrimonio y el amor de dos que encuentran su más profunda expresión, sería la más íntima y preciosa realización en el acto conyugal, en sí mismo, hecha abstracción de la ordenación al hijo. La realización de la unidad conyugal justificaría el instituto matrimonial. En una línea similar se encuentra Krempel30.

El Concilio arroja una amplia luz para mostrar el sentido pleno del matrimonio y contrarrestar estas u otras posiciones similares: "El matrimonio y el amor conyugal están ordenados por su propia naturaleza ("indole sua") a la procreación y educación de los hijos. Desde luego, los hijos son don excelentísimo ("sunt praestantissimum matrimoniidonum") y contribuyen grandemente al amor de los padres … Por tanto el auténtico amor conyugal y toda la estructura de la vida familiar que nace de aquél, sin dejar de lado los demás fines del matrimonio, tienden a capacitar a los esposos para cooperar valerosamente con el amor del Creador y Salvador, quien por medio de ellos aumenta y enriquece su familia" (GS 50)31.

La Familiaris Consortio afirma categóricamente que "el cometido fundamental de la familia es el servicio a la vida, el realizar a lo largo de la historia la bendición original del Creador, transmitiendo en la generación la imagen divina de hombre a hombre" (FC 28).

En la familia, Santuario de la vida, señala la Encíclica Evangelium Vitae, "dentro del pueblo de la vida y para la vida", es decisiva la responsabilidad de la familia, es una responsabilidad que brota de su propia naturaleza", y másadelante subraya: "Por esto el papel de la familia en la edificación de la cultura de la vida es determinante e insustituible. Como Iglesia doméstica, la familia está llamada a anunciar, celebrar yservir el Evangelio de la vida. Es una tarea que corresponde principalmente a los esposos, llamados a transmitir la vida, siendo cada vez más conscientes del significado de la procreación como acontecimiento privilegiado en el cual se manifiesta que la vida humana es un don recibido para ser dado" (EV 92).

La familia anuncia el Evangelio de la vida mediante la educación de los hijos (cf. EV, 92), celebra el Evangelio de la vida con la oración cotidiana, celebración que abarca también la vida de cada día, y está al servicio por medio de la solidaridad (cf. EV 93).

Todo esto hace parte de una integral pastoral familiar: "Redescubrir y vivir con alegría su misión en relación con el Evangelio de la vida" (EV 94).

No puede, pues, ser separada la familia de su servicio esencial de la vida, con tan clara raigambre conciliar (cf. GS 50), y confirmada también en el conjunto del magisterio y en la pastoral de la familia: "El matrimonio y el amor conyugal están ordenados -séame permitido repetirlo- por su propia naturaleza a la procreación y educación de los hijos" (GS 50). La relación de la familia con la vida es la más completa, directa e integral. A la proclamación y defensa de la vida, en un servicio adecuado, todos están invitados. "Es urgente una movilización general de las conciencias y un común esfuerzo ético para poner en práctica una gran estrategia en favor de la vida. Todos juntos debemos construir una cultura de la vida" (EV 95). Pero, son diversas las formas de aproximación al objeto formal. "Todos tienen un papel importante que desempeñar". Alude el Papa a la misión de profesores y educadores, de los intelectuales, de los medios de comunicación. Indica el Santo Padre la creación de la Academia Pontificia para la Vida,con sus peculiares funciones (cf. EV 98)32.

A esta perspectiva de la unión estrechísima entre familia y vida, ha obedecido, sin duda,la creación del Pontificio Consejo para la Familia, en la intuición del Santo Padre Juan Pablo II, quien lo erigió el 13 de mayo de 1981 no sólo en relación con la institución familiar, sino con la misión especial, como Dicasterio de la Santa Sede, indicada en el art. 141, 3 de la Constitución Apostólica sobre la Curia Romana Pastor Bonus: "Se esfuerza [el Pontificio Consejo para la Familia], para que sean reconocidos y defendidos los derechos de la familia, también en la vida social y política; sostiene y coordina las iniciativas para la tutela de la vida humana desde su concepción y en favor de la procreación responsable".

De la integralidad del servicio a la vida, de la familia y desde la familia, suministra una sólida base doctrinal y pastoral la Carta del Santo Padre a las Familias, Gratissimam sane. Recordemos algunos aspectos más sobresalientes. En el número nueve,dedicado a la genealogía de la persona, escribe: "La familia está ligada a la genealogía de todo hombre: la genealogía de la persona. La paternidad y la maternidad humanas hunden sus raíces en la biología y al mismo tiempo la superan". Se ubica, pues, en referencia a Dios: "Dios está presente según un modo diferente en relación con toda otra generación"sobre la tierra"" (Ibid).

El carácter de don que es el hijo, así sea una forma lacónica, es referido en el texto bíblico: Adán conoció Eva, su mujer, la cual concibió y dió a luz a Caín, y dijo: "He adquirido un hombre del Señor" (Gen. 4,1). Es como una ganancia, no obstante el hijo que concretamente concibe, que será asesino de su hermano. ¡Es una gozosa exclamación por un nuevo hombre!. En el Nuevo Testamento, el nacimiento de un hombre, que un ser humano ha venido al mundo" (Jn 16,21), constituye un signo Pascual, como el Papa lo recuerda, al contraponer, hablando a sus discípulos antes de su pasión y muerte, la tristeza de los discípulos semejante a los dolores de parto, los cuales se tornan en la alegría de dar a luz un hombre que viene al mundo (gozo y alegría de frente a la vida que surge y que, por el contrario, en la cultura de la muerte, en la desconfianza creciente que de tal cultura emana el mundo de hoy, con sociedades enfermas, corre el riesgo de ser experimentados cada vez menos). La alegría que en la espera y la acogida del nuevo hijo debe llenar de alegría los hogares se vuelve un proceso gris, a veces indeseado, como si el canto de los ángeles y de los pastores en Belén no tuviera su eco en cada hogar, con toda la humana "pobreza", como heridas producidas a la humanidad, que tal actitud comporta y que contrasta con la de aquellos que en cambio quieren el hijo a todo precio! Contraste que sin embargo, no debe conducir a que el don del hijo sea interpretado como un "derecho" que puede ser invocado incluso con el recurso a actos reñidos con la moral, en última instancia, porque no expresan de verdad la donación, en el acto conyugal personal.

Normalmente el hijo concebido, y su nacimiento más que aparecer como un empeño que pesa, no obstante la responsabilidad y sacrificio que conlleva, es, de parte del nuevo ser, una invitación a la fiesta. ¡Hay alegría pascual!. Es la verdad de la expresión de San Ireneo: "Gloria Dei vivens homo". Esta atmósfera en nada reduce la fuerza del compromiso que el don del hijo encarna, como una grande, dignificante e ineludible responsabilidad (cf. Grat. sane, 12).

En el cumplimiento gozoso de esa responsabilidad, de la capacidad de responder, en primer lugar a Dios, se juega la propia coherencia y por tanto su felicidad. En el sacramento de la reconciliación el ejercicio ministerial de la Iglesia que absuelve y perdona a los hombres de sus pecados es concorde con su misión profética de anunciar la verdad. Cuando el Evangelio es proclamado y viene acogido en el corazón, fructifica en el dolor saludable que prepara para recibir el perdón. Sólo una conmiseración que no nace del amor cristiano puede inducir a desenfocar la verdad que quizá hiere, pero es herida saludable que salva, y a paliar las exigencias morales derivantes de la revelación.

Tal actitud ciertamente no llevará a los creyentes al sufrimiento ante las propias obras desordenadas, pero tampoco les conducirá a la alegría del perdón con el que Dios les acoge como a hijos que vuelven a la casa paterna. Estas son las características que han guiado la redacción del Vademecum para los confesores, preparado por el Pontificio Consejo para la Familia. En él se presenta la actitud con la que los ministros deben siempre acoger y ejercer este sacramento, llena de comprensión y de misericordia, y a la vez la claridad, verdad y competencia doctrinal con la que deben formar e instruir a quienes puedan estar desorientados o en error.

Es un prejuicio y un error difundido querer oponer la verdad y la misericordia. Una "misericordia" sin verdad sería una caricatura de lo que el Señor confía como misión a la Iglesia. La Iglesia no puede en nombre de la "comprensión" (mal entendida), por así decirlo, "cerrar un ojo", pasar sin ver, sin denunciar, precisamente como exigencia de verdadera reconciliación, reencuentro con el Señor en la verdad y en el perdón.

El regalo que es el hijo para la familia que centra su atención en él y sigue de corazón todo el proceso, desde la concepción, el nacimiento, la educación, con ternura y sentido de reconocimiento, con capacidad de maravillarse, de sorprenderse, de descubrir en los diversos momentos el afirmarse de un nuevo ser, exige una pedagogía para que la rutina no devore lo hermoso y gratificante de la misión de los esposos y la "carga" no recorte la intensidad legítima de la plenitud, de la alegría. Un conocido moralista pone en labios del niño estas palabras que gustoso transcribo: "No temáis acogerme, de asumir mi vida como una tarea!. Esto no será para nosotros una tarea pesada; más aún será una tarea tan leve incluso hasta lograr aliviar, (hacer menos pesado) vuestra vida oprimida. Yo no soy un patrón despótico (…). Seré capaz de un reconocimiento tal de convertirme para nosotros en una recompensa más grande que vuestras fatigas"33.

Es el Señor quien nos enseña con la palabra y con los gestos: toma un niño, lo pone en

medio de El y los discípulos y dice: "quien acoge a uno de estos niños en mi nombre, a

mí me acoge, y quien a mí no me acoge, no me acoge a mí sino al Padre que me ha

enviado" (Mc 9,36-37). El signo de la acogida ya lleva el mensaje del don ofrecido y en

la acogida remite al Dador de todo bien. Los hijos son ante todo una bendición, un

mensaje transmitido en la espontanea ternura que especialmente en el hogar suscita, y

antes que sean vistos como una carga, son portadores de la "Buena nueva" que en ellos se proclama y despunta. Diríamos que el Evangelio de la familia y el Evangelio de la vida que resuenan en la Iglesia Doméstica, Santuario de la vida, son el lugar desde el cual el hijo mismo proclama su dignidad. "Dios lo ha llamado "por él mismo", y, cuando viene al mundo, el hombre comienza en la familia, su "grande aventura", la aventura de la vida.

"Este hombre", en todo caso, tiene el derecho de afirmarse él mismo en razón de su dignidad humana. Es precisamente esta dignidad la que debe determinar el lugar de la persona en medio de los hombres, y ante todo, en la familia" (Grat. sane, 11).

Este, "ante todo, en la familia", que meramente nos remite a la inseparabilidad entre familia y vida, soporta la verdadera alegría que palpita en cada vida nueva con tonalidad original.

"El Evangelio del amor de Dios al hombre, el Evangelio de la dignidad de la persona, y el Evangelio de la vida son un único e indivisible Evangelio" (EV 2). En la familia este Evangelio se vive como una aventura que sorprende y suscita la capacidad de maravillarse, conservando, como María, todo en su corazón. El misterio de Belén y Nazaret es portador de una verdad antropológica, de la vida como un don, en la dignidad que el amor de Dios sostiene y alimenta: "El hijo de Dios, con su encarnación, se ha unido, en cierto modo, a todo hombre" (GS 22).

Bien ha podido expresar Hans Urs Von Balthasar: "… En todas las culturas no cristianas el niño tiene una importancia tan sólo marginal, porque es simplemente un estadio que precede al hombre adulto. Se necesita la encarnación de Cristo para que podamos ver no solamente la importancia antropológica, sino también aquella teológica y eterna del nacer, la bienaventuranza definitiva del ser a partir de un seno que genera y da a luz"34.

Hay algunos que llegan a presentar la hipótesis de que "el sentimiento de la infancia" surgió apenas en la mitad del siglo XVI (Es la posición de Philippe Ariés). Campanini comenta: "más allá de la verificabilidad o no de la hipótesis de partida de Ariés … no hay duda de que se dió en occidente una larga estación en la cual el niño ha estado en la periferia, y una más breve, pero igualmente rica y significativa fase (que abraza cerca de los tres últimos siglos de la historia de occidente) en la cual el niño ha sido puesto al centro de la familia y, de alguna manera, al interior de la vida social. Ha sido la estación del "puericentrismo", que quizás se está consumando bajo nuestros ojos por efecto de un desarrollo tecnológico siempre más avanzado dentro del cual no parece que haya puesto para el niño"35. El profundo sociólogo de la universidad de Parma, en la peculiar claridad y síntesis en sus observaciones, manifiesta su preocupación de que la técnica borre las relaciones personales y que, a la postre, cuenta más la tecla que se oprime en la que llama "Sociedad digitálica" que el acercamiento a las personas, la aproximación al niño.

En la educación se estima más la inteligencia, (diría yo un tipo de inteligencia) que la entera personalidad: El encuentro con el "bottone", (la tecla del computador o de los juegos electrónicos) toma el puesto de las personas. El fenómeno que Campanini caracteriza como "pérdida del centro", acarrea la pérdida de los puntos de referencia respecto de valores fundamentales, sobre todo éticos y religiosos, mientras surge otro cuadro de "valores". El computador puede ser un campo abierto a la fantasía, a una fantasía programada y "pre-codificada", pero el niño está en medio a un mundo en donde su "mundo vital" se reduce. Se erosionan estructuras fundamentales de mediación. La principal de ellas, la familia, en la cual en la sociedad del pasado se adquirían la mayor parte de los conocimientos. La misma escuela abre más y más espacio a la "información" por la máquina. ¿Podrán dejar de ser la familia y la escuela núcleos de protección?36. Sobre el tema de las mediaciones sociales y familia retornaremos más adelante para dar curso, ya en referencia al conjunto social, a las preocupaciones de Pierpaolo Donati.

Impresiona ver cómo se pierde un terreno en el cual se daban pasos promisorios para el reconocimiento del niño en su puesto central, no periférico o marginal. El niño es un ser amenazado, ya desde el vientre de la madre, que los parlamentos convierten en el lugar de la más injusta de las sentencias de muerte!. Mientras se dan pasos firmes en la Convención de los Derechos del niño de las Naciones Unidas (sin entrar a considerar ahora las relaciones y oscilaciones en algunas partes, justamente sometidas al tratamiento de las "reservas" por la Delegación de la Santa Sede), y la Iglesia se bate para que haya códigos de protección del niño, proliferan los atentados, de toda índole, y no se ve que haya siempre la debida coherencia entre lo que se suscribe y promete y la conducta concreta. Hay un abismo de separación entre la Convención de Naciones Unidas y ciertas recomendaciones del Parlamento Europeo… Es bien tímida todavía la actitud frente a escándalos que golpean y sacuden saludablemente la conciencia de los pueblos, aunque a tales situaciones haya conducido una difusa permisividad. ¡Son los niños las principales víctimas!. Esa actitud puede representar un camino de retorno después de la postración.

En la línea de la Familiaris Consortio, n. 26, sobre los derechos del Niño, el Pontificio Consejo para la Familia ha venido desplegando, con medios bien limitados, una

movilización de conciencias, especialmente, en cuanto a la "autoridad" del niño en la familia y en la sociedad. Ya el Santo Padre había expresado en la Audiencia general de las Naciones Unidas, el 2 de octubre de 1979: "la solicitud por el niño, incluso antes de su nacimiento, desde el primer momento de su concepción y, a continuación, en los años de la infancia y de la juventud es la verificación primaria y fundamental de la relación del hombre con el hombre" (FC 26). El "test" que atestigua acerca del estado de salud de la familia y la sociedad es el cuidado amoroso de los niños. Me asalta la duda de si la excesiva preocupación de los esposos por "sus" problemas (como si el hijo pudiera quedar al margen) y por la búsqueda de una felicidad que se torna esquiva e inaccesible, lejos de los puntos de referencia que han de regular toda vida y más de quienes deciden compartirla, relega a un segundo término las situaciones del hijo. ¿No es el divorcio una prueba apabullante, en la que el hijo sufre el desamparo "afectivo"?

La preocupación del hijo imprime, en un proceso normal, un nuevo sentido de responsabilidad y no puede la pareja resolver "sus problemas" en desventaja, y en dañode quien se vuelve testigo de la calidad de su amor y de los quilates de la personalidad de quienes le dieron la vida37. El niño puede volverse también una víctima que reclama sus derechos, aunque lo haga en el silencio.

Crece la preocupación sobre los costos sociales y destrucción de sus derechos, pero no se ve cómo darle cauce en una sociedad que padece un letargo pesado. Contemplando el niño como don, en la trasparencia de una inocencia que invita a volverse a él con un amor privilegiado, comprometido y tierno, es más penoso el contraste de su negación, de hecho!. Diríamos que junto al portal de Belén son más sombríos los rasgos de los propósitos de Herodes, como lo son los de las masacres físicas y morales, que cobran víctimas las más inermes.

M. Zundel ofrece un hermoso texto que sirve también para ver el horroroso contraste: "¿quién no se ha sentido como transportado en oración delante del espectáculomaravilloso de un niño que duerme?. Las posibilidades innumerables que él encierra tienen la pureza original del don"38. ¡Y pensar en las terribles matanzas en curso!. Visité una Parroquia en Ruanda: durante el genocido (que con otras modalidades no termina) fueron asesinados en el templo e inmediaciones 6000 mujeres y niños. La humanidad prosigue en su "autogenocidio", con el alud de abortos que sepulta su mismo futuro!.

Si es verdad aquello que dice Platón, según el cual "la educación de los niños, la Paideia, es el principio de que se vale toda comunidad humana para conservarse a sí misma", observa un periodista, hemos de decir que las comunidades que, en lugar de educar a los hijos, los usan para el sexo, para la guerra, el mercado, la publicidad, han decidido ya su extinción y bien que lo saben.

Ser hijo, por otra parte, exige una manera de vivir, un comportamiento: el hijo, se enorgullece de su padre y se manifiesta en el gesto de ponerse en sus manos, como acto que expresa la suprema confianza en que el padre reajustará todo lo que es erróneo y desordenado. Se reconoce como hijo cuando dialoga con su padre y lo invoca en la confiada apelación como Abba!. Es la relación de Jesús con su Padre, que va desde la infancia hasta la muerte, hasta el último grito del Hijo del Padre abandonado sobre la cruz. Jesús entra en una especial relación, en el marco familiar, con su madre,de cuyo seno proviene. "Bendito el fruto de tu vientre". Es una relación que va mucho más allá de los límites biológicos, y que alcanza las dimensiones insospechadas de un diálogo que fructifica en la obediencia pronta, tierna, decidida a cumplir la voluntad de Dios. Una mujer levantó la voz en medio de la multitud: "Bienaventurado el vientre que te portó y los senos que te amamantaron!". Pero Él dijo: "Bienaventurados más bien aquellos que escuchan la palabra de Dios y la guardan" (Lc. 11,27-28). Es un aforismo corriente que el Tangum Yeronshami recogió parafraseando la bendición de Juda sobre José. Jesús no contradice esta Bienaventuranza, que bien sabe merece plenamente su madre, sino que enuncia una bienaventuranza superior39.

Los hijos, que son un don de Dios (salmo 126, 3) tienen la responsabilidad de configurarse como don a los padres, obedientes a la voluntad de Dios, confiando enellos, en la misma corriente que lleva hasta Dios. Jesús "vivía sujeto a ellos" (Lc. 2,51) y vive en la más perfecta armonía con el mandamiento; "Honra a tu padre y a tu madre,para que se prolonguen sus días sobre la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar" (Ex.20,12; Dt. 5, 16). "La familia cristiana es una comunión de personas, reflejo e imagen de la comunión del Padre y del Hijo en el Espíritu Santo" (C.E.C., n. 2205).

El hijo es un don que fortalece notablemente el vínculo matrimonial y sirve de cemento a la comprensión de los esposos que miran juntos a su proyecto común, que los hace salir de ellos mismos para encontrarse en su futuro: La vida nueva que de ellos, aliados al Dios Creador, ha surgido. Proyectados hacia el hijo, construyen su futuro. En cierto modo, ellos que son los primeros evangelizadores de sus hijos, son también por ellos evangelizados. El cuidado de los hijos se traduce en confianza, como actitud humana fundamental. Escribe Giuseppe Angelini: "Es conocido de todos … el grandísimo valor que los hijos acuerdan a la comprensión recíproca ("intesa") entre los progenitores. Más aún que ese grandísimo valor, es necesario hablar de una incapacidad radical de los hijos pequeños a imaginar su vida y el mundo entero sin esa "intesa"… También los hijos muestran ser una bendición … una iluminación del sentido de conjunto de la vida"40. Es una exigencia para recibir el don de los hijos que compromete, saberse empeñar: "La verdad en el acto generativo exige que, desde el comienzo, el hombre y la mujer se prometen ellos mismos a aquel que debe venir…"41.

Todos estos aspectos, que nos hemos limitado a enunciar y que merecen ser profundizados en una teología de los valores de la "persona y del don", que alcanzan tan altos grados de grandeza para el creyente, no eran propiamente desconocidos por la sabiduría, en la cultura secular. Oigamos a Aristóteles: "Los progenitores aman en efecto los hijos, porque los consideran una parte que de ellos deriva … Los progenitores aman a los hijos como a ellos mismos, ya que los hijos de ellos nacidos son como ellos mismos … y los hijos aman a sus padres porque de ellos han tenido su origen … En fin,los hijos son estimados un vínculo y por esto los cónyuges sin hijos se separan más rápidamente; los hijos son un bien común para ambos y lo que es común mantiene unido"42.

Las relaciones en la familia observa Giorgio Campanini, a la luz del Evangelio adquieren otras dimensiones: "Honra el padre y la madre" (Deut. 15,4) puede llevar a formas variadas de sumisión de los hijos; según diversos contextos el cuidado de los hijos no era siempre desinteresado. "El Evangelio introduce en el ámbito de las relaciones entre padres e hijos la nueva categoría del "servicio", que no excluye sino que supera definitivamente aquella de la "autoridad" (Mt.20,26), cambiando la tradicional relación de sumisión". Diríamos tal vez que es enriquecida la concepción y enfoque de una autoridad puesta al servicio del crecimiento de los hijos. Y es esta, me parece, la perspectiva del autor al recordar: "Entender el ejercicio de la autoridad como realización de un servicio implica que aquel que está en alto haga de quien está abajo el centro de sus preocupaciones"43. Es una subordinación transitoria, en el Señor, que realiza y lleva a madurar. Nuevamente, el amor busca el bien del otro, no su dominio. El amor de los padres no debe ser "posesivo", pues le roba oxígeno a los hijos e impide su crecimiento.

En tal sentido, la autoridad familiar es "ex-céntrica" en cuanto tiene fuera de ella su centro. El hijo, centro de las preocupaciones, hace que los padres se inclinen a ese bien común en el que se encuentran en personal convergencia, como profunda urgencia vital,existencial, una forma característica de propósito común que desde su íntima comunión se realza hacia el fruto de su amor, fruto bendito en el doble carácter de "servicio" ya "promisorio". Proyecto y propósito común que va desde la procreación hasta la educación consolidada.

En el pensamiento de Santo Tomás, como en un útero integral, "el tipo de relación de "sumisión" evangélica, (para no olvidar el "les estaba sujeto" o "les era sumiso") se torna en valor ejemplar para la misma sociedad y para el ejercicio de la autoridad. Así puede ser propuesta como tipo de toda forma de autoridad ejercitada en el espíritu del Evangelio"44.

El Catecismo de la Iglesia Católica observa, dentro de esta perspectiva: " … La estabilidad y la vida de relación en el seno de la familia constituyen los fundamentos de la libertad, de la seguridad, de la fraternidad en el seno de la sociedad" (C.E.C., n.2207).

El compromiso de la educación de los hijos pone en tal perspectiva la autoridad,superando la tendencia instintiva a transferir o moldear en los hijos la propia personalidad y las propias expectativas, y requiere que haya un real empeño de educación en la fe (cf. GS 48).

4. LA FAMILIA, DON PARA LA SOCIEDAD

"La familia "célula original de la vida social", es la sociedad natural en que el hombre y la mujer son llamados al don de sí mismos en el amor… la vida familiar es fundamento de la sociedad e iniciación en la misma" (C.E.C., n. 2207).

En esta necesaria dimensión no debo extenderme, ya que ha sido tratado en otros momentos y reflexiones. Me limitaré tan sólo a algunas consideraciones de carácter general.

Ya el Concilio subrayaba, al comienzo mismo del capítulo "Dignidad del matrimonio y la familia": "El bienestar de la persona y de la sociedad humana y cristiana está estrechamente ligado a una favorable situación de la comunidad conyugal y familiar" (GS 47). Y más adelante, con términos no menos expresivos, declara: "Pues es el mismo Dios el autor del matrimonio, al cual ha dotado con bienes y fines varios, todo lo cual es de suma importancia para la continuación del género humano, para el provecho personal de cada miembro de la familia y su suerte eterna, para la dignidad, estabilidad, paz y prosperidad de la misma familia y de toda la sociedad humana" (GS 48).

La familia es un don para la sociedad y exige de ésta un adecuado reconocimiento y apoyo, lo mismo que para los hogares asumir su misión política. La exhortación apostólica Familiaris Consortio, dedica el capítulo III, de la tercera parte,a la "participación en el desarrollo de la sociedad" (nn. 42 – 48), pues la familia "célula primaria y vital de la sociedad", (A.A., 11), posee vínculos vitales y orgánicos, porque constituye su fundamento y alimento continuo mediante su función de servicio a la vida Lejos de encerrarse en sí misma, se abre a las demás familias y a la sociedad, asumiendo su función social" (FC 42).

No son fáciles y trasparentes las relaciones entre la familia y la sociedad, en la mediación del Estado. Y esto por varios aspectos. El Estado invade campos que antes estaban reservados a la familia. Y mientras la democracia despliega la bandera del respeto y de la participación, la familia se ve cada vez más confinada a un espacio reducido, en donde difícilmente respira y se siente acosada y hostigada. El poder del Estado se vuelve omnipotente. De alguna manera el movimiento de privatización, en el reducto de la intimidad, que bien puede representar una forma de huida, y de refugio,respecto de los compromisos que la familia tiene con la sociedad. Pierpaolo Donati indica: "La familia se vuelve, en un punto de vista "psicologístico", una forma de particular convivencia, de comunicación privatizada y "subjetivizada", de pura manifestación de intimidad y afecto, que no incide -y no debe incidir- en modo significativo, si no por otras razones de retraso social y cultural"45.

Es este un fenómeno complejo que aborda en una de sus dimensiones Paul Moreau,siguiendo de cerca a F. Chirpaz: en el mundo de "afuera" hay que producir y luchar para vivir. Es el mundo de la competencia económica y de los conflictos políticos. En cambio -es la puntualización de Chirpaz-, "el mundo familiar puede aparecer, por contrapartida, y en oposición al mundo público, el lugar de lo privado, el de la relación humana verdadera"46. La intimidad como refugio ante la sociedad amenazante, o ante el mismo Estado hostil, ante un mundo público que genera pena, sería el lugar de la autenticidad de la verdad y de la paz. Curiosamente la ciudad atrae, pero a la vez produce desafección, molestias y alimenta y nutre el sueño virgiliano del campo frente a la ciudad insoportable, agresiva y desorganizada. Esa concepción de la privatización que sustrae a la familia de su función de cara a la sociedad, puede enmascararse con toda clase de razones y comportar actitudes individualistas, egoístas de despreocupación. Es la oportuna denuncia de Moreau: "Huyendo de este mundo, en la deserción de las gentes honestas como yo, lo abandono a gentes sin fe ni ley"47. Es objetivamente un acto de irresponsabilidad en donde se deserta de la "politeia": "… Huir del peligro no es afrontarlo y quien se contenta con huir del mundo público, (démissioner de sa qualitè de citoyen) (es renuncia intolerable) llega a ser objetivamente cómplice de la degradación que afecta al mundo público"48.

Exilarse en el refugio de lo privado y no oponerse, es una tentación que facilita la ambición de nuevo dominio del Estado, que termina no sólo por no reconocer en la familia algo "soberano", anterior al mismo Estado, sino por confinarla a la impotencia de un reducto sin fuerza. Es la legítima preocupación de Campanini: "La moral familiar no tiene como exclusivo ámbito de ejercicio las paredes domésticas … Existe, de parte de la familia, el preciso deber de concurrir a la humanización de la humanidad y a la promoción del hombre.

Precisamente porque es, en cuanto estructura, punto de encuentro entre lo público y lo privado, la familia no puede aislarse en su propia intimidad (que, entendida como privatización, sería falseada y deformada), sino que está llamada a hacerse cargo de los problemas de la sociedad que la circundan … Sobre todo, la instauración de esta relación aparece -en las sociedades industriales avanzadas- caracterizadas por una fuerte incidencia de la esfera pública en la vida familiar – condición casi que necesaria para el mismo correcto cumplimiento de la misión educativa"49.

El Santo Padre Juan Pablo II subraya la importancia de la familia, la cual es preciso sea reconocida como "sociedad primordial y, en cierto sentido, soberana". Este concepto,bien interesante, es explicado por el Papa en la Carta a las Familias, Gratissimam sane, con sus contornos precisos y sus matices, tratando de la familia y la sociedad (cf. Grat. Sane, 17).

La familia es una sociedad soberana, reconocida en su identidad de sujeto social. Es una soberanía específica y espiritual , como realidad sólidamente arraigada, aunque sea condicionada por diversos puntos de vista. Los derechos de la familia,estrechamente ligados a los derechos del hombre, han de ser reconocidos, en su calidad de sujeto, que realiza el diseño de Dios, y exige derechos particulares y específicos, consignados en la Carta de los Derechos de la Familia. Recuerda el Papa su raigambre en los pueblos, en su cultura (aquí inscribe el concepto de "nación" y sus relaciones con el Estado que reviste una estructura menos "familiar" como estructurada políticamente y más "burocrática"), pero que tiene como "un alma" en la medida en que responde a su naturaleza de comunidad política. Es aquí precisamente donde se ubica,en la relación de la familia con el "alma" del Estado, el principio de subsidiaridad, en el cuadro de la Doctrina Social de la Iglesia. El Estado no debe ocupar el puesto y la misión que la familia tiene, hiriendo su autonomía. Es categórica la posición de la Iglesia, fundada en una experiencia que no le puede ser negada: "una intervención excesiva del Estado se mostraría no sólo irrespetuosa sino nociva … La intervención se justifica, dentro de los límites del mencionado principio, cuando ella no es suficiente para atender lo que le corresponde" (Grat. Sane, 17).

La familia, bien necesario para la sociedad, cuando no es respetada, ayudada, sino obstaculizada, deja un vacío inmenso, desastroso para los pueblos (vg. El divorcio, la nivelación del matrimonio, "la mera unión que puede ser confirmada como matrimonio en la sociedad, la permisividad, etc.). Concluye el Papa: "La familia se sitúa en el centro de todos los problemas y de todas las tareas: relegarla a un papel subalterno y secundario … significa causar un gran daño al crecimiento auténtico del cuerpo social" (Grat. Sane, 17).

Como aplicación del principio de subsidiaridad en el campo educativo, hay que acordar que la Iglesia no puede delegar del todo esta misión!. Debo contentarme aquí con la simple enunciación del problema de las mediaciones sociales, que van desalojando la familia de campos en los cuales su presencia era beneficiosa y requerida.

Pierpaolo Donati reflexiona sobre "las nuevas mediaciones familiares", tras de proponer esta pregunta: "¿La familia no media más en lo social?". En algunos campos la familia es tratada como un "residuo" llamado en causa sólo en casos problemáticos. Se difunde la sensación de que la familia desaparezca de la escena política. Hasta se llega a calificar de "supervivencias" el empeño matrimonial, la valorización de la estabilidad50.

Sin embargo, Pierpaolo Donati advierte con razón: "De hecho, ninguna investigación en el campo confirma hoy la irrelevancia de la pertenencia familiar en las esferas no familiares … Si por algunos aspectos y en algunos ámbitos, las mediaciones familiares disminuyen o se han perdido, por otros aspectos y en otros ámbitos, las mediaciones aumentan y surgen otras nuevas. En el conjunto, la importancia de la familia en las esferas no familiares … no solamente continúa, sino que crece sea en los comportamientos de hecho, sea en las exigencias de legitimación cultural y también política"51. Hay más bien una configuración del todo nueva. Si la familia no define el estado social (y puede ser algo positivo), hay otras formas de mediación imprevista.

Partes: 1, 2, 3
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